OCCIDENTE Y EL CONFLICTO EN UCRANIA
Tabla de contenidos
¿QUIÉN TENÍA RAZÓN, ORWELL O HUXLEY?
«Contrariamente a la creencia prevaleciente entre la gente culta, Huxley y Orwell no profetizaron la misma cosa.
Orwell advierte que seremos vencidos por la opresión impuesta exteriormente.
Pero en la visión de Huxley no se requiere un Gran Hermano para privar a la gente de su autonomía, de su madurez y de su historia. Según él lo percibió, la gente llegará a amar su opresión, y a adorar las tecnologías que anulen su capacidad de pensar».
Por Neil Postman
Filosofía Digital, 2006
Según Huxley lo percibió, la gente llegará a amar su opresión, y a adorar las tecnologías que anulen su capacidad de pensar.
Habíamos olvidado que al lado de la pesimista visión de Orwell en su obra “1.984”, había otra, un poco anterior y menos conocida, pero igualmente escalofriante: “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley. Contrariamente a la creencia prevaleciente entre la gente culta, Huxley y Orwell no profetizaron la misma cosa.
Orwell advierte que seremos vencidos por la opresión impuesta exteriormente. Pero en la visión de Huxley no se requiere un Gran Hermano para privar a la gente de su autonomía, de su madurez y de su historia. Según él lo percibió, la gente llegará a amar su opresión, y a adorar las tecnologías que anulen su capacidad de pensar.
Lo que Orwell temía era a los que pudieran prohibir libros, mientras que Huxley temía que no hubiera razón alguna para prohibirlos, debido a que nadie tuviera interés en leerlos.
Orwell temía a los que pudieran privarnos de información. Huxley, en cambio, temía a los que pudieran brindarnos tanta que pudiéramos ser reducidos a la pasividad y el egoísmo.
Orwell temía que nos fuera ocultada la verdad, mientras que Huxley temía que la verdad fuera anegada por un mar de irrelevancia.
Orwell temía que nos convirtiéramos en una cultura cautiva. Huxley temía que nuestra cultura se transformara en algo trivial, preocupada únicamente por experimentar sensaciones varias.
Como Huxley lo destacó en su libro “Nueva visita a un mundo feliz”, los libertarios civiles y racionalistas, siempre alertas para combatir la tiranía, “fracasaron en cuanto a tener en cuenta el inmensurable apetito por distracciones experimentado por los humanos”. En “1984”, agregó Huxley, la gente es controlada infligiéndole dolor, mientras que en “Un mundo feliz” es controlada proporcionándole placer.
Resumiendo, Orwell temía que lo que odiamos terminara arruinándonos y, en cambio, Huxley temía que aquello que amamos llegue a ser lo que nos arruine.
Este libro trata de la posibilidad de que sea Huxley, y no Orwell, quien tenga razón.
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NEIL POSTMAN, Divertirse hasta morir. El discurso público en la era del «show business”. Ediciones de la Tempestad. Barcelona, 1991. Filosofía Digital, 21/08/2006

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Occidente y el conflicto en Ucrania
La paz en Ucrania podría no ser la panacea. La causa del conflicto no es una supuesta voluntad expansionista de Rusia, aunque sea eso lo que afirma la propaganda atlantista, sino la existencia de problemas muy reales.
Limitarse a reconocer modificaciones de fronteras no resuelve el problema de fondo.
La guerra en Ucrania es consecuencia de la expansión de la OTAN, que violó compromisos previos, y esa expansión amenaza directamente la seguridad de Rusia, país con fronteras tan extensas que se hace muy difícil defenderlas.Para extenderse hasta Ucrania, la OTAN apoyó grupos neonazis, que impusieron su ley en ese país.
A ese problema básico se agrega el resurgimiento de un presunto “conflicto de civilizaciones” entre los valores europeos y los valores de los pueblos de Asia.
No habrá una paz verdadera mientras las potencias occidentales no respeten los compromisos que ya han contraído y los que pudieran contraer en el futuro.
Por Thierry Meyssan
Los presidentes de Estados Unidos, Donald Trump, y de Rusia, Vladimir Putin, iniciaron oficialmente los contactos para negociar el fin de la guerra en Ucrania. Sin importar las eventuales soluciones territoriales, lo cierto es que éstas no resolverán todo el conjunto del contencioso y este persistirá probablemente más allá de un regreso a la paz.
Tres problemas diferentes se superponen en el conflicto ucraniano:
La expansión de la OTAN hacia el este y la doctrina Brzezinski
Cuando los alemanes de la República Democrática Alemana (RDA) echaron abajo, por voluntad propia, el muro de Berlín –el 9 de noviembre de 1989–, aquel hecho imprevisto tomó por sorpresa a las potencias occidentales y estas se apresuraron a negociar el fin de las dos Alemanias. Durante todo el año 1990 se planteó la interrogante de saber si con la reunificación de Alemania el territorio de Alemania del este se convertiría o no en “territorio de la OTAN”.
En 1949, cuando se firmó el Tratado del Atlántico Norte, que constituyó la OTAN, la alianza atlántica no protegía ciertos territorios de algunos de los países firmantes. Por ejemplo, las posesiones francesas del Pacífico (las islas de La Reunión, Mayotte, Wallis y Futuna, la Polinesia francesa y Nueva Caledonia) no son territorios protegidos por la OTAN. Existía, por consiguiente, la posibilidad de que, en la Alemania reunificada, la OTAN no tuviese derecho a desplegarse en el este de Alemania.
Esta cuestión es altamente importante para los Estados de Europa central y de Europa oriental que fueron agredidos por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Para las poblaciones de aquellos Estados, ver nuevos despliegues de armamento sofisticado en sus fronteras era muy inquietante, sobre todo para Rusia, cuyos 6 600 kilómetros de fronteras son extremadamente difíciles de defender precisamente debido a su extensión.

En la cumbre de Malta, realizada el 2 y el 3 de diciembre de 1989 entre el presidente estadounidense George Bush padre y el presidente soviético Mijaíl Gorbachov, Estados Unidos recalcó que no había participado en la eliminación del muro de Berlín y que no tenía intenciones de intervenir contra la URSS.
En aquella época, el ministro de Exteriores de Alemania occidental, Hans-Dietrich Genscher, declaró que
«los cambios en Europa del Este y el proceso de unificación de Alemania no debían conducir a una “violación contra los intereses de seguridad soviéticos”. Por consiguiente, la OTAN debería excluir una “expansión de su territorio hacia el este, o sea un acercamiento hacia las fronteras soviéticas”». (1)
Las tres potencias aliadas ocupantes en Alemania (Estados Unidos, Francia y Reino Unido) multiplicaron entonces las promesas en cuanto a no extender la OTAN hacia el este. El Tratado de Moscú –firmado el 12 de septiembre de 1990– implica que la Alemania reunificada no reclamaría territorios en Polonia y que no habría bases de la OTAN en Alemania del este (2).
Pero los rusos descubrieron que el subsecretario de Estado, Richard Holbrooke, ya estaba viajando por toda Europa para preparar la incorporación de los antiguos miembros del disuelto Pacto de Varsovia a la OTAN.
El presidente ruso, Boris Yeltsin, amonestó entonces a su homólogo estadounidense, Bill Clinton, en la Cumbre de Budapest, el 5 de diciembre de 1994, de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE). El dirigente ruso declaró en aquella cumbre:
«Nuestra actitud frente a los planes de ampliación de la OTAN, y sobre todo ante la posibilidad de que las infraestructuras avancen hacia el este, sigue siendo y será invariablemente negativa.
Los argumentos del tipo: la ampliación no está dirigida contra ningún Estado y constituye un paso hacia la creación de una Europa unificada, no resisten la crítica. Se trata de una decisión cuyas consecuencias determinarán la configuración europea para los años venideros. Puede conducir [esa decisión] a un deslizamiento hacia la deterioración de la confianza entre Rusia y los países occidentales. (…) La OTAN fue creada en tiempos de la guerra fría.
Hoy, no sin dificultades, [la OTAN] busca su lugar en la Europa nueva. Es importante que eso no cree dos zonas de demarcación, sino que al contrario, consolide la unidad europea. Ese objetivo, para nosotros, está en contradicción con los planes de expansión de la OTAN. ¿Por qué sembrar las semillas de la desconfianza?
Después de todo, ya no somos enemigos. Ahora todos somos socios. El año 1995 marca el 50º aniversario de la Segunda Guerra Mundial. Medio siglo después estamos cada vez más conscientes de la verdadera significación de la Gran Victoria y de la necesidad de una reconciliación histórica en Europa.
Ya no debe haber adversarios, vencedores ni vencidos. Por primera vez en su historia, nuestro continente tiene una posibilidad real de hallar la unidad. Dejarla pasar, es olvidar las lecciones del pasado y poner en peligro el futuro mismo.»
¿Cuál fue la respuesta del presidente estadounidense Bill Clinton?
«La OTAN no excluirá automáticamente ninguna nación de la adhesión. (…) Al mismo tiempo, ningún país exterior estará autorizado a vetar la expansión.» (3)

En aquella cumbre se firmaron 3 memorándums, incluyendo uno con la Ucrania independiente. A cambio de su desnuclearización, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos se comprometían a abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de Ucrania.
Sin embargo, durante las guerras contra Yugoslavia, Alemania intervino como miembro de la OTAN, entrenó elementos armados kosovares en la base de la OTAN en Incirlik (Turquía) y posteriormente desplegó militares alemanes en el terreno.
En la cumbre de la OTAN realizada en Madrid el 8 y el 9 de julio de 1997, los jefes de Estado y de gobierno de la alianza atlántica anunciaron la preparación de las adhesiones de Chequia, Hungría y Polonia, y también se planteaban las de Eslovenia y Rumania.
Consciente de que no puede impedir que los Estados soberanos se incorporen a la alianza, pero a la vez inquieta ante las consecuencias para su propia seguridad, Rusia actúa en el seno de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE). En la cumbre de Estambul, el 18 y el 19 de noviembre de 1999, Rusia logra que se adopte una declaración que establece simultáneamente el principio de la libre adhesión de cualquier Estado soberano a la alianza de su elección y el principio que plantea que los Estados no deben adoptar medidas de seguridad en detrimento de la seguridad de sus vecinos.
En 2014, Estados Unidos organiza una “revolución de color” en Ucrania. Derroca al presidente ucraniano democráticamente electo –que quería mantener el país a medio camino entre Estados Unidos y Rusia– e instala en Kiev un régimen neonazi públicamente agresivo contra Rusia.
En 2004, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania se habían incorporado a la OTAN. En 2009, lo habían hecho Albania y Croacia. En 2017 también se incorporaba Montenegro y en 2020 Macedonia del Norte. Más recientemente, en 2023 y 2024, se incorporaron Finlandia y Suecia. En pocas palabras, Occidente violó todas sus promesas.
Para una mejor comprensión de cómo se llegó a la situación actual, es necesario saber también qué pensaba Estados Unidos.
En 1997, el ex consejero de seguridad del presidente James Carter, el estadounidense de origen polaco Zbigniew Brzezinski, publicaba su libro The Grand Chessboard (“El gran tablero”), donde diserta sobre la “geopolítica” pero en el sentido original del término.
O sea, el tema de su libro no es la influencia de los factores geográficos sobre la política internacional. Es más bien un plan de dominación global.
Según Zbigniew Brzezinski, Estados Unidos puede seguir siendo la primera potencia mundial aliándose a los europeos y aislando a Rusia. Aunque sin llegar a darles la razón, este demócrata, entonces ya jubilado, ofrece a los seguidores de las ideas de Leo Strauss una estrategia para mantener “los rusos” a raya.
Brzezinski apoya la cooperación con la Unión Europea mientras que los straussianos quieren frenar el desarrollo de la UE, según la doctrina de Paul Wolfowitz. En todo caso, Zbigniew Brzezinski llega a convertirse en consejero del presidente Barack Obama.
Nazificación de Ucrania

Al inicio de la operación militar especial del ejército ruso en Ucrania, el presidente ruso Vladimir Putin declara que el primer objetivo es desnazificar el país. Las potencias occidentales optan entonces por fingir que no conocían el problema y acusan a Rusia de exagerar algunos hechos marginales, hechos que en realidad ya se observaban a gran escala durante toda una década.
El hecho es que los dos geopolíticos estadounidenses rivales, Paul Wolfowitz y Zbigniew Brzezinski, habían establecido una alianza con los nacionalistas integristas ucranianos –o sea, con los discípulos del filósofo Dimitro Dontsov y los seguidores del nazi ucraniano Stepan Bandera (4)– durante una conferencia organizada en Washington, en el año 2000.
El Departamento de Defensa de Estados Unidos ya contaba con esa alianza en 2001, cuando trasladó a Ucrania sus investigaciones sobre la guerra biológica, lo cual se hizo bajo la supervisión del Dr. Antony Fauci, en aquella época consejero de salud de Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa del presidente George Bush hijo.
Fue también contando con esa alianza que el Departamento de Estado estadounidense apostó, en 2014, por la “revolución de color” denominada “EuroMaidan”.

Los presidentes ucranianos, Petro Porochenko y Volodimir Zelenski, permitieron la aparición en toda Ucrania de memoriales y monumentos en homenaje a los colaboradores ucranianos del III Reich. Tanto Porochenko como Zelenski, a pesar de ser los dos de origen judío, permitieron que la ideología de Dimitro Dontsov fuera elevada al rango de referencia histórica. Por ejemplo, la población ucraniana lee ahora que la gran hambruna de 1932-1933, durante la cual murieron entre 2,5 millones y 5 millones de personas, fue provocada deliberadamente por los rusos para exterminar a los ucranianos, una falacia que no resiste el análisis histórico serio(5), sobre todo si tenemos en cuenta que aquella hambruna asoló también muchas otras regiones de la Unión Soviética. A pesar de todo, basándose en esa mentira, Kiev ha logrado hacer creer a la población que Rusia quería invadir Ucrania. Es también agitando esa mentira que varias decenas de países, como Francia (6) y Alemania (7), han adoptado leyes o resoluciones que convierten esa propaganda en una “verdad incuestionable”.

La nazificación es más extensa de lo que puede parecer. Con la implicación de la OTAN en Ucrania, el conflicto se ha convertido en una guerra por procuración de Occidente contra Rusia. Eso ha permitido a la Orden Centuria –la sociedad secreta de los nacionalistas integristas ucranianos– ganar adeptos en los ejércitos de ciertos países de la OTAN. En el caso de Francia, la Orden Centuria ya está presente en el seno de la Gendarmería Nacional, que, dicho sea de paso, nunca hizo público su informe sobre la masacre atribuida al ejército ruso en la localidad ucraniana de Butcha.
Occidente ve erróneamente a los nazis como criminales que masacraban sobre todo a los judíos. Eso es absolutamente falso. Las principales víctimas de los nazis fueron los pueblos eslavos. Durante la Segunda Guerra Mundial los nazis asesinaron grandes cantidades de personas, inicialmente a tiros y después, a partir de 1942, en campos de concentración. Los civiles eslavos víctimas de la ideología racista de los nazis fueron mucho más numerosos que las víctimas judías –que sumaron alrededor de 6 millones si se agregan los judíos asesinados a tiros a los asesinados en los campos de concentración. En todo caso, muchas víctimas eran judíos eslavos y se contabilizan en los dos balances. Después de las masacres de 1940 y 1941, alrededor de 18 millones de personas de todas las categorías étnicas y nacionalidades fueron internadas en los campos de concentración, y al menos 11 millones fueron asesinadas allí –sólo en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau murieron 1.100.000 personas (8).
Después del periodo de la revolución bolchevique y la guerra civil estimulada desde el exterior, la Unión Soviética recuperó la unidad en 1941, cuando Josef Stalin se alió con la iglesia ortodoxa y puso fin a las masacres y las purgas para enfrentar la invasión nazi. La subsiguiente victoria sobre la ideología racial del nazismo es el elemento que consolida la Rusia de hoy. El pueblo ruso se considera el principal enemigo del racismo.
El esfuerzo por excluir a Rusia de Europa

El tercer tema de discordia entre Occidente y Rusia surgió no antes sino durante la actual guerra en Ucrania. Las potencias occidentales adoptaron una serie de medidas contra lo que Rusia simbolizaba. Ciertamente se tomaron medidas coercitivas unilaterales –injustamente denominadas “sanciones”– a nivel de gobiernos. Pero también se tomaron medidas discriminatorias al nivel de los ciudadanos. En Estados Unidos, numerosos restaurantes excluyeron a los rusos y en Europa se anularon espectáculos rusos.
Simbólicamente, se ha aceptado en Occidente la idea de que Rusia no es europea sino asiática, aunque en realidad es ambas cosas. Incluso se ha repensado la dicotomía de la guerra fría, que oponía el “mundo libre” –capitalista y creyente– al espectro totalitario –socialista y ateo–, y se ha inventado una supuesta oposición entre los valores occidentales –esencialmente individualistas– y los de Asia –comunitarios.
Tras ese deslizamiento, resurgen las ideologías basadas en la raza. Hace 3 años, yo indicaba en este mismo sitio web que el 1619 Project del New York Times y la retórica woke del presidente estadounidense Joe Biden en realidad eran una reformulación invertida del racismo (9). Hoy observo que el presidente Donald Trump hace el mismo análisis y que ha anulado sistemáticamente todas las innovaciones woke que había introducido su predecesor. Pero el mal ya está hecho: el mes pasado la reacción de Occidente ante la aparición de DeepSeek consistió en negar que los chinos hayan podido inventar esa herramienta de inteligencia artificial y afirmar que sólo han podido copiarla. Algunas entidades gubernamentales occidentales incluso han prohibido a sus empleados utilizar DeepSeek, lo cual es de hecho una manera de hacer que la gente crea en la existencia de un “peligro amarillo”.

Conclusión
Las negociaciones sobre Ucrania parecen dirigirse a lo que es directamente palpable para la opinión pública: las fronteras. Pero las fronteras no son lo más importante. En aras de vivir juntos tenemos que evitar amenazar la seguridad de los demás y reconocerlos como nuestros iguales. Eso es mucho más difícil y no depende sólo de nuestros gobiernos.
Desde un punto de vista ruso, el origen intelectual de los 3 problemas aquí analizados reside en el hecho que los anglosajones rechazan el derecho internacional (10). Antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, el presidente estadounidense Franklin Roosevelt y el primer ministro británico Winston Churchill acordaron en la cumbre del Atlántico que, después de su victoria común, impondrían su propia ley al resto del mundo. Bajo la presión de la URSS y de Francia, los anglosajones aceptaron los estatutos de la ONU… pero los violaron constantemente, obligando con ello a Rusia a boicotear la organización cuando negaron a China el puesto que le correspondía en ella. El ejemplo más evidente de la duplicidad occidental es el Estado de Israel, que pisotea un centenar de resoluciones de la Asamblea General de la ONU, del Consejo de Seguridad y de la Corte de Internacional de Justicia (CIJ).
Es por eso que, el 17 de diciembre de 2021, cuando todo el mundo veía aproximarse la guerra en Ucrania, el gobierno de Rusia propuso al gobierno de Estados Unidos (11) evitar el conflicto con la firma de un tratado bilateral que aportaba a todos garantías de paz (12).
La idea de aquel texto era, ni mas ni menos, que Estados Unidos renunciara al «mundo basado en reglas» y se alineara del lado del Derecho Internacional. Ese derecho, concebido por rusos y franceses justo antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, consiste simplemente en respetar la palabra dada ante los ojos de la opinión pública.

Notas
1 “NATO Expansion: What Gorbachev Heard”, National Security Archives, 24 de noviembre de 2021.
2 “NATO Expansion: What Yeltsin Heard”, National Security Archives, 16 de marzo de 2018.
3 “NATO Expansion – The Budapest Blow Up 1994”, National Security Archives, 24 de noviembre de 2021.
4 «¿Quiénes son los nacionalistas integristas ucranianos?», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 17 de noviembre de 2022.
5 «L’Holodomor, nouvel avatar de l’anticommunisme «européen»» (pasaje de Le Choix de la défaite), de la importante historiadora francesa Annie Lacroix-Riz; y Famine et transformation agricole en URSS, Mark Tauger, Delga, 2017.
6 «Proposition de résolution portant sur la reconnaissance et la condamnation de la grande famine de 1932‑1933, connue sous le nom d’«holodomor», comme génocide», Asamblea Nacional de Francia, texto adoptado el 28 de marzo de 2023.
7 En Alemania, los servicios de investigación del parlamento alemán había realizado en 2008 un estudio que desmentía el mito de aquella hambruna: Fragen zur ukrainischen Geschichte im 20. Jahrhundert. Die Hungersnot in der Ukraine 1932/33 («Holodomor») sowie die Folgen der Resowjetisierung nach Ende des Zweiten Welkrieges.
8 The Great Patriotic War, The anniversary statistical handbook, Rosstat, 2019.
9 «Joe Biden reinventa el racismo», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 11 de mayo de 2021.
10 «¿Cuál orden internacional?», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 7 de noviembre de 2023.
11 «Rusia quiere obligar Estados Unidos a respetar la Carta de la ONU», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 4 de enero de 2022.
12 «Projet de traité entre les États-Unis et la Russie sur les garanties de sécurité», Red Voltaire, 17 de diciembre de 2021; “Draft Agreement on measures to ensure the security of Russia and NATO”, Voltaire Network, 17 de diciembre de 2021.

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Donald Trump y el conflicto en Ucrania
El mandato presidencial de Volodimir Zelenski expiró en mayo de 2024.
Pero, desde el inicio del conflicto, el mismo Zelenski proclamó en Ucrania el estado de excepción (o “estado de emergencia”), que impide la realización de nuevas elecciones, y no ha tratado de levantar esa medida para que los ucranianos puedan elegir un nuevo presidente.
Según la Constitución en vigor, ni siquiera es Zelenski quien debería seguir dirigiendo el país hasta que se haga una nueva elección.
La Constitución ucraniana estipula que eso es responsabilidad del presidente del parlamento, Ruslan Stefantchuk. Consciente de que su permanencia en el poder es ilegítima, Zelenski ahora suele hacerse acompañar por Stefantchuk cuando viaja al extranjero.
Los 11 partidos políticos opositores ucranianos están prohibidos.
Kiev alega que fueron ilegalizados por plantear que el país debía rendirse sometiéndose a las condiciones del enemigo.
En realidad, esos partidos pedían la eliminación de los monumentos que rinden homenaje a la Organización de los Nacionalistas Ucranianos (OUN-B), cuyos miembros fueron los colaboradores de los nazis antes y durante la Segunda Guerra Mundial.
El régimen actual, por el contrario, ha erigido nuevos monumentos que glorifican a aquellos colaboradores ucranianos de los nazis.

El presidente estadounidense Donald Trump había declarado que resolvería el conflicto en Ucrania muy rápidamente. Ahora reconoce que va a necesitar más tiempo y ha designado al general Keith Kellogg como su enviado especial en Ucrania. Durante el primer mandato presidencial de Donald Trump, el general Kellogg fue el sustituto del general Michael Flynn como consejero de seguridad nacional y posteriormente encabezó el estado mayor del Consejo de Seguridad Nacional.
Durante la última campaña electoral, el general Kellogg encargó a uno de sus antiguos colaboradores, Frederic H. Fleitz, la preparación de un plan para Ucrania. Ese plan fue publicado, el 11 de abril de 2024, por el America First Policy Institute [1]. Aunque se trata, en primer lugar, de un elogio al candidato Donald Trump y una crítica dirigida a Joe Biden –en aquel entonces todavía candidato a la reelección–, el documento también contiene numerosas ideas.
En primer lugar, el general Keith Kellogg y Frederic Fleitz tildan de «ridículas» las explicaciones rusas de que la operación militar especial tiene como objetivo desnazificar Ucrania. También califican de «paranoia» el temor de Rusia a que Ucrania se convierta en miembro de la OTAN. Kellogg y Fleitz explican el fracaso de la administración Biden acusándola de haber apostado inútilmente contra Rusia al respaldar la aspiración de Kiev a que Ucrania se convirtiese en miembro de la OTAN, en vez de tratar de negociar directamente con Moscú. Y finalmente consideran que la política de Biden, que consistió en no apoyar directamente al ejército ucraniano sino en movilizar a sus aliados para que lo hiciesen en su lugar, fue un grave error cuyo resultado fue que Estados Unidos perdió el control de la situación.

En cuanto a las negociaciones de paz, Kellogg y Fleitz no excluyen que la administración Biden haya presionado al primer ministro británico Boris Johnson para que convenciera a Zelenski de que había que torpedearlas. Observan que en abril de 2023 la administración Biden se apartó del establishment de Washington, después de haber hecho lo mismo con los dirigentes europeos –el presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, Richard Haass, y Charles Kupchan, profesor en la universidad estadounidense de Georgetown, publicaron en la revista Foreign Affairs un artículo donde señalan que los occidentales no logran alcanzar la victoria en Ucrania y que deberían por ello negociar la paz, punto de vista que compartió hasta el recientemente fallecido Henry Kissinger. Hass y Kupchan proponían concretamente que Ucrania no renunciara a los territorios que ha perdido sino que se comprometiera a recuperarlos por la vía diplomática en vez de recurrir a la fuerza, mientras que Estados Unidos contribuiría flexibilizando sus “sanciones” contra Rusia.
Lo sorprendente en el razonamiento del America First Policy Institute, es que ignora totalmente el punto de vista de Rusia y proyecta sobre Moscú la manera de pensar de los políticos de Washington. No concede la menor importancia a la presencia de nazis en el régimen de Kiev y a su creciente influencia en toda Ucrania… pero no porque ignore esa parte del problema sino porque Estados Unidos no se implicaría en una guerra por una cuestión de orden ideológico [2].

El America First Policy Institute ignora también el recelo de Rusia en cuanto al despliegue de arsenales extranjeros justo en sus fronteras –lo interpretan a lo sumo como una fobia rusa frente a la OTAN, sin tener en cuenta que para la parte rusa se trata de defender las fronteras más largas del mundo. Y, al ignorar lo anterior, el America First Policy Institute no entiende –o finge no entender– por qué Moscú creyó poder evitar la guerra presentando a Washington, el 17 de diciembre de 2021, una propuesta de tratado sobre las garantías de seguridad [3]. Todo eso nos lleva a la conclusión de que en abril de 2023 la gente que trabajaba con Donald Trump no entendía absolutamente nada sobre la implicación rusa en Ucrania y, por consiguiente, tampoco entendían cómo poner fin al conflicto.
El hecho que los consejeros de Donald Trump no entienden la cuestión ucraniana se ha visto confirmado de múltiples maneras. Por ejemplo, el 25 de julio de 2023, Frederic “Fred” Fleitz se asombraba en The Federalist [4], de que la cumbre de la OTAN realizada en Vilnius (Lituania) no fijara fecha para la adhesión de Ucrania a ese bloque bélico y optara por posponer el asunto por temor a la reacción de Rusia. En aquel mismo artículo Fleitz interpretaba la posición rusa afirmando que Moscú teme que una “democratización” de Ucrania podría ser peligrosa ya que podría propagarse hacia Rusia.
Por su parte, Moscú, que se halla en posición de fuerza, ha anunciado que no aceptará sentarse a conversar mientras Ucrania no haya renunciado públicamente a los territorios que ha perdido y haya declarado, también públicamente, que no será miembro de la OTAN –lo cual implica para Kiev que habría que abrogar un artículo de la Constitución ucraniana adoptada en 2019 [5]–, además de comprometerse a ser un Estado neutral.
El presidente ruso, Vladimir Putin, ha precisado además que Rusia sólo podría firmar un tratado de paz cuando Ucrania tenga un dirigente que cuente con la legitimidad necesaria para firmarlo. El mandato presidencial de Volodimir Zelenski expiró en mayo de 2024. Pero, desde el inicio del conflicto, el mismo Zelenski proclamó en Ucrania el estado de excepción (o “estado de emergencia”), que impide la realización de nuevas elecciones, y no ha tratado de levantar esa medida para que los ucranianos puedan elegir un nuevo presidente. Según la Constitución en vigor, ni siquiera es Zelenski quien debería seguir dirigiendo el país hasta que se haga una nueva elección. La Constitución ucraniana estipula que eso es responsabilidad del presidente del parlamento, Ruslan Stefantchuk. Consciente de que su permanencia en el poder es ilegítima, Zelenski ahora suele hacerse acompañar por Stefantchuk cuando viaja al extranjero.
Los 11 partidos políticos opositores ucranianos están prohibidos. Kiev alega que fueron ilegalizados por plantear que el país debía rendirse sometiéndose a las condiciones del enemigo. En realidad, esos partidos pedían la eliminación de los monumentos que rinden homenaje a la Organización de los Nacionalistas Ucranianos (OUN-B), cuyos miembros fueron los colaboradores de los nazis antes y durante la Segunda Guerra Mundial. El régimen actual, por el contrario, ha erigido nuevos monumentos que glorifican a aquellos colaboradores ucranianos de los nazis y apoya el mito del Holomodor, según el cual la hambruna que asoló Ucrania en 1932-1933 fue provocada voluntariamente por los rusos, una tesis claramente estúpida ya que aquella hambruna también afectó gravemente otras regiones de la URSS [6]. Uno a uno, casi todos los parlamentos de las potencias occidentales han instaurado leyes que presentan el mito del “Holomodor” como una verdad incuestionable.
Desde que el presidente Donald Trump regresó a la Casa Blanca, se observa en Estados Unidos una toma de conciencia sobre varias incoherencias ucranianas: Kiev prohíbe los partidos políticos de oposición, prohíbe la principal iglesia cristiana del país y quema millones de libros de autores rusos o simplemente publicados en Rusia. El general Keith Kellogg declara:
«En la mayoría de las democracias se hacen elecciones incluso en tiempo de guerra. Pienso que eso es importante. Pienso que es bueno para la democracia. La belleza de una democracia fuerte reside en tener más de un candidato potencial.»
La CIA parece haber optado por favorecer la elección de Oleksiy Arestovytch, un ex consejero de Zelenski. Se trata de un personaje menos hábil que Zelenski, pero mucho más inteligente, especialista, entre otras cosas, en la manipulación de las masas.
El 2 de febrero, o sea 2 días ante del inicio de los contactos directos entre la Casa Blanca y el Kremlin, el SVR (el servicio ruso de inteligencia exterior) emitía un comunicado [7], señalando que Estados Unidos se plantea deshacerse de Zelenski. El mismo comunicado del SVR revela que la OTAN, empeñada en preservar lo que queda de Ucrania para mantener al menos una cabeza de playa contra Rusia, está preparando condiciones para impedir que Zelenski pueda ser reelecto. Con ese objetivo, la OTAN tiene prevista la difusión de 3 informaciones:
• la presidencia ucraniana desvió 1 500 millones de euros que estaban destinados a la compra de municiones;
• 130 000 soldados ucranianos muertos en combate siguen cobrando sus sueldos;
• el propio Zelenski cedió (no vendió) bienes inmobiliarios ucranianos a empresas extranjeros y se echó en el bolsillo “compensaciones” discretamente enviadas a cuentas en el extranjero.
En junio de 2023, el SVR ya revelaba, en otro comunicado, que Washington quería deshacerse de Zelenski [8]. En aquel momento la administración Biden todavía se hallaba en la Casa Blanca.
Estos “preparativos occidentales” y el inicio de negociaciones oficiales entre la Casa Blanca y el Kremlin, el 5 de febrero, suscitaron dos días después, el 7 de febrero, una extraña proposición del presidente Trump: Estados Unidos otorgaría una ayuda financiera a cambio de la autorización de explotar las “tierras raras” de Ucrania.

«[Ucrania] es una tierra muy rica. Eso no significa que la demos a nadie, ni siquiera a socios estratégicos. Estamos hablando de asociación (…) Desarrollemos esto juntos, hagamos dinero, y sobre todo, esto tiene que ver con la seguridad del mundo occidental (…)
Es muy interesante para nosotros, yo sé que es muy interesante para la administración Trump (…) Estamos listos y dispuestos a tener contratos para el suministro de GNL [gas natural licuado] hacia Ucrania.
Y por supuesto seremos una vía [de suministro] hacia el conjunto de Europa (…) Los estadounidenses son quienes más han ayudado y por lo tanto son ellos quienes más deben ganar. Deberían tener esa prioridad y van a beneficiarse con ella. Yo quisiera hablarle de eso al presidente Trump.» [9]
Los minerales denominados “tierras raras” son muy importantes en la fabricación de imanes de alto rendimiento, de motores eléctricos y para la industria electrónica en general. Ucrania tiene las mayores reservas de titanio de toda Europa, fundamental para la industria aeronáutica y espacial, y también dispone de reservas de uranio, utilizado en el terreno de la energía nuclear y el armamento.
Problema: Rusia ya tiene bajo su control un gran yacimiento de litio en la región de Donetsk (en el este), después de haber tomado otro gran yacimiento en Kruta Balka, en la región de Zaporijia (en el sur), dos regiones cuyas poblaciones solicitaron –por vía de referéndum– y obtuvieron su integración a la Federación Rusa.
Conclusión: lo que quieran hacer tendrán que hacerlo rápido porque pronto Ucrania ya no tendrá nada que ofrecer.
Dando marcha atrás, el general Keith Kellogg dio una entrevista al New York Post. Según él, todo es todavía negociable y lo importante es parar la matanza [10]. En otras palabras, el Imperio estadounidense está consciente de su propio derrumbe y lanza ideas en todas direcciones, con la esperanza de disimular su agonía.

Notas
[1] America First, Russia and Ukraine, Keith Kellogg y Frederic H. Fleitz, America First Policy Institute, 11 de abril de 2024.
[2] «¿Quiénes son los nacionalistas integristas ucranianos?», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 17 de noviembre de 2022.
[3] «Rusia quiere obligar Estados Unidos a respetar la Carta de la ONU», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 4 de enero de 2022.
[4] “How Promising NATO Membership To Ukraine Could Lead To World War III”, Frederic H. Fleitz, The Federalist, 25 de julio de 2023.
[5] En el artículo 85, acápite 5, de la Constitución ucraniana de 2019 se estipula que el parlamento ucraniano «determina la política interna y externa y aplica la orientación estratégica del Estado con vista a la plena adhesión de Ucrania a la Unión Europea y a la Organización del Tratado del Atlántico Norte».
[6] Ver «L’Holodomor, nouvel avatar de l’anticommunisme «européen»» (pasaje del libro Le Choix de la défaite), de la importante historiadora francesa Annie Lacroix-Riz, publicado en 2010; Famine et transformation agricole en URSS [en español, “Hambruna y tranformación agrícola en la URSS”], Mark Tauger, Delga, 2017.
[7] «Натовцы готовят кампанию по дискредитации В. Зеленского», Пресс-бюро СВР России, 3 de enero de 2025.
[8] «Запад готовится «списать» Зеленского», Пресс-бюро СВР России, 20 de junio de 2024.
[9] “Quotes from President Volodymyr Zelenskiy’s interview with Reuters”, Reuters, 7 de febrero de 2025.
[10] “Trump ready to double down on Russian sanctions, US envoy to Ukraine Keith Kellogg says”, Caitlin Doornbos, New York Post, 7 de febrero de 2025.

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Ucrania: por qué Trump cambia el relato
JJ Esparza, febrero 25, 2025
Trump ha cambiado el relato sobre la guerra de Ucrania. Lo ha dicho el vencedor de las elecciones alemanas, lo ha dicho nuestra ministra de Defensa y lo han dicho otros conspicuos portavoces del orden global. Y es llamativo que lo hayan dicho precisamente así: el relato. Porque, en efecto, la relevancia política de la guerra de Ucrania, fuera de los países contendientes, radica sobre todo en su fuerza como relato: una malvada potencia agresora abusa de su poder e invade alevosamente el territorio de una nación libre y soberana. ¿Cómo no salir en defensa del agredido? Éste ha venido siendo desde febrero de 2022 el relato oficial y desde el principio se intentó que no hubiera otro posible. Tanto se intentó, que una de las primeras decisiones de los países europeos fue prohibir cualquier medio de comunicación ruso en nuestro suelo e, inmediatamente después, publicar en todos nuestros países, con cargo a nadie sabe quién, biografías laudatorias de Zelenski lo mismo en libro que en audiovisual. Para dejar claro el relato.
Desde ese momento y hasta hoy, la tonalidad única de la información en nuestros grandes medios ha sido la propaganda de guerra: todo se contaba desde el lado Zelenski. Hemos estado a punto de ganar la guerra todos los días. Se subrayaban las crueldades y atrocidades de los rusos mientras se exaltaban las virtudes de los ucranianos, para los que se pedía de manera incesante más y más armamento, pues la victoria sólo era cuestión de tiempo. En torno a este relato ha crecido una atmósfera fuertemente emocional que hacía imposible cualquier disidencia: todo intento por ver las cosas desde otro punto de vista era —aún lo es— inmediatamente reconducida hacia la traición, el quintacolumnismo o la venalidad («¿quién estará pagando a este?»), en una especie de reductio ad Putinum que justificaba cualquier insulto, porque, claro, ¿quién sino un canalla o un vendido podía optar por el Mal en vez de por el Bien? Y desde ese punto de vista, era verdad.
El problema era —siempre ha sido— precisamente ése: el punto de vista. Por utilizar una imagen muy popular, es como lo de ese cuento indio donde unos ciegos tratan de describir un elefante sólo a partir de la parte del animal que pueden tocar: cada cual describe un animal distinto según palpe la trompa, la oreja, una pata, etc. Todos tienen razón, pero ninguno está describiendo toda la realidad. Lo mismo aquí, en esta guerra (como en todas). Si uno pone el foco en febrero del 22, es evidente que la guerra la empieza Rusia con una invasión alevosa y claramente ilegal del territorio soberano ucraniano. Ahora bien, si uno amplia el foco y lo coloca no en 2022, sino en 2013-14, que es cuando el conflicto se hace irreversible, entonces la perspectiva cambia. ¿Recordamos? Elecciones que gana Yanukovich, golpe de estado travestido de revolución popular, la transparente declaración de Victoria Nuland, en la época responsable de la Secretaría de Estado para asuntos eurasiáticos: «Que se joda la UE». Y los fallidos acuerdos de Minsk, y la ocupación rusa de Crimea… Si ponemos ahí el foco, el conflicto lo empiezan los americanos. Pero si ampliamos más el foco y nos vamos al nacimiento del estado ucraniano, en 1991, entonces la perspectiva vuelve a cambiar: tenemos un estado en buena medida artificial, con dos comunidades claramente diferenciadas (la ucraniana y la rusa), regidas ambas por dos oligarquías simétricamente corruptas, incapaces de construir un estado eficiente. Si ponemos el foco ahí, la culpa del conflicto es sin duda de los sucesivos gobiernos ucranianos, depredadores de una nación a la que han condenado a la corrupción permanente y a la emigración de millones de personas mucho antes de que empezara la guerra. Pero hay más: si volvemos a acercar el foco y nos vamos a la primavera de 2022, a las conversaciones de paz de Estambul, ahí la perspectiva cambia de nuevo: Zelenski había obtenido entonces una paz mucho más ventajosa que la que ahora podrá conseguir, pero llegaron los ingleses y empujaron a Ucrania a prolongar la guerra, aún no sabemos bajo qué promesas. Si colocamos ahí el foco, entonces la culpa es de los europeos; los mismos europeos que confesaron (Merkel, Hollande) que los acuerdos de Minsk sólo eran una trampa para ganar tiempo y permitir que los ucranianos se rearmaran. Y Europa, desde ese momento, no ha dejado de prolongar… el relato.
Trump ha cambiado violentamente el guion. No lo ha hecho por amor a la verdad, sino por puro pragmatismo político (que es su obligación, todo sea dicho). Sencillamente, esta guerra no es su guerra, sino la del establishment demócrata. A él no le interesa lo más mínimo tensar a los rusos, porque, en su visión del orden mundial, su rival en el tablero no es Rusia, sino China (y si consigue separar a Rusia de China, mejor que mejor). La guerra de Ucrania sólo es un sumidero de dinero cuyo destino, por otro lado, está rodeado de sombras. En cuanto a la guerra en sí, por supuesto que la OTAN podría doblegar a Rusia, pero sólo a costa de una escalada cuyas consecuencias serían con toda seguridad catastróficas. En estas condiciones, ¿qué sentido tiene prolongar la guerra? Una guerra que no vas a ganar, mejor liquidarla. Eso es todo. ¿Y los ucranianos, a los que se ha empujado a un conflicto imposible? Bueno —deben de pensar ahora en la Casa Blanca—, habrían hecho mejor en no fiarse de los Estados Unidos o de sus monaguillos europeos, que en esto llevan tanta culpa como Washington. Pero para eso es imprescindible, ante todo, romper la narrativa que durante tres años ha hecho de la guerra de Ucrania el eje de la política mundial, la quintaesencia de la lucha por las libertades y los «valores occidentales» frente al despotismo asiático-ruso-soviético. Romper el relato.
Se comprende perfectamente el desamparo de quienes, a lo largo de todo este tiempo, habían encontrado por fin un discurso capaz de explicar la Historia, una nueva guerra fría que daba cuenta del movimiento del mundo. Ahora el relato se deshace y el ciego ha de aceptar que sólo estaba tocando una parte del elefante. ¿Pero cómo aceptar tal cosa cuando uno no puede ver el conjunto? Por eso hay quien, incapaz de reaccionar, opta por el llanto, como Christoph Heusgen, o por el delirio de la conspiración: Trump títere de los rusos, los Sudetes, Trump traidor a la causa, Chamberlain y Churchill, Trump malvado que abandona a los ucranianos a su suerte… o al abrazo de la Unión Europea, que quizá sea una suerte aún peor. Pero no, no hay nada de eso. Sólo hay poder. Como siempre. Como cuando el conflicto empezó. Y ahora, también como siempre, asistiremos a la construcción de un nuevo relato a medida que las armas vayan callando y la paz se imponga… hasta la próxima guerra.
¿Y los europeos? Los europeos quizá deberíamos empezar a escribir otro relato. Nuestro propio relato. Pero con otros escribas, por favor, porque los de Bruselas ya no sirven ni para un folletín.
El hundimiento
Esperanza Ruiz, febrero 25, 2025
En el crepúsculo de su vida, Mitterrand, «político de luces largas» (ABC dixit), hizo una serie de declaraciones a Georges-Marc Benamou que jamás son recordadas por el pelotón spengleriano del negroni. Una de ellas se refería a los Estado Unidos: «Francia no lo sabe, pero estamos en guerra con América. Sí, una guerra permanente, vital, una guerra económica (…). Sí, son muy duros los americanos, son voraces, quieren un poder no compartido sobre el mundo. Es una guerra desconocida, permanente, sin muertos aparentemente, y sin embargo, a muerte».
Han pasado tres décadas desde que esto se dijo y algunos parecen haberse enterado la semana pasada de cómo funciona el asunto. Con la salvedad de que, ahora, a la potencia estadounidense habrán de sumarse otras. En dicha declaración se resume en qué consiste el cacareado «sistema de normas» que ha regido Occidente desde 1945. Sistema que alcanza su paroxismo durante los años que siguen a la implosión soviética, justo el momento en que Mitterrand se confesó ante Benamou. Si alguien creyó de buena fe en la «multilateralidad» y el «orden plural del diálogo» (por lo menos habrá un columnista, un eurodiputado y dos profesores de Filosofía del Derecho), deberíamos plantearnos la creación del premio Norit a la inocencia y empezar el reparto de galardones. Enternece leer en el antiguo diario conservador que con Trump y Putin vuelve la vieja doctrina de los «espacios de hegemonía». Esto es casi como decir que vuelven las Converse o el pantalón con pata de elefante. ¿Acaso se fueron del todo? ¿Qué es la guerra de Ucrania si excluimos el factor de la esfera de influencia tan penosamente manejado por la Administración norteamericana o, más bien, por la ciénaga que la asesora?
No parece que los demócratas hicieran excesivo caso a un informe de la Corporación RAND publicado el año 2000 (Ukraine and the Caspian. An Opportunity for the United States). En el documento, que entre otras cosas analizaba los beneficios que tendría para Ucrania —y para los Estados Unidos— ir hacia la independencia energética, se advierte del error que supondría recurrir a la OTAN u otros aliados para contrarrestar la influencia rusa. La confrontación con Moscú no era deseable por aquel entonces y se buscaba conseguir la «soberanía ucraniana» pacíficamente o, por lo menos, con la mínima carga posible de tutelaje occidental. En 2019, RAND vuelve a publicar otro informe (Overextending and Unbalancing Russia) que no es sino una hoja de ruta; una lista de las «debilidades» que deben explotarse para conseguir la derrota del gigante eslavo y que, obviamente, ha sido seguida con algunos éxitos.
Entre ambos informes pasaron casi dos décadas y la influencia norteamericana sobre Ucrania no dejó de aumentar. Lo que a principios del milenio se veía como una «unfortunate option» terminó imponiéndose como la única opción posible. La reacción rusa ha ido yendo en paralelo y la invasión de su vecino, por criminal o contraria que sea al sistema de reglas, no es una ocurrencia extemporánea o una delirante reedición de partes escogidas de la Segunda Guerra Mundial con su Churchill, su Chamberlain, su Hitler y su Polonia para llevar.
A Trump no le interesa mantener la guerra de la ciénaga, que es la de sus adversarios políticos y la de una UE que se ha equivocado por enésima vez y gobierna contra sus ciudadanos. Veremos si se congela la línea del frente o qué tipo de paz se negocia. De momento, es inaudita la utilización del asunto para tejer un cordón sanitario contra los partidos patriotas al alza en Europa, entre ellos VOX. Diríase que para algunos lo que ocurra con Ucrania casi es lo de menos, mientras puedan explotar la narrativa para echar leña al fuego de la diabolización.