LA REVOLUCIÓN CONSERVADORA ALEMANA
Tabla de contenidos
- 1 LA REVOLUCIÓN CONSERVADORA ALEMANA
- 2 LEO STRAUSS – EL NIHILISMO ALEMÁN
- 3 LA FASCINANTE EXPERIENCIA DE LA REVOLUCIÓN CONSERVADORA ALEMANA (1919-1932)
- 4 SITUACIÓN DEL CAMPO DE BATALLA EN CINCO PARADOJAS
- 4.1 Primera paradoja: el pueblo servil, inocente
- 4.2 Segunda paradoja: legislación de Estado para destruir al Estado
- 4.3 Tercera paradoja: discriminación positiva a la carta, el sueño del partisano
- 4.4 Cuarta paradoja: el partisano legal
- 4.5 Quinta paradoja: el pueblo «no woke» sostiene el wokismo
- 4.6 Las cinco paradojas se resumen en una: acelerar el desorden woke para recuperar el orden
- 5 SITUACIÓN DEL CAMPO DE BATALLA UN AÑO DESPUÉS
- 5.1 El Poder y sus aliados contra los múltiples poderosos
- 5.2 El Poder es el “tertius gaudens” del conflicto
- 5.3 “La política de los derechos” como caballo de Troya del Poder
- 5.4 La clase media es el nuevo “aristos” a destruir
- 5.5 El Estado Sísifo convierte el fracaso en modo de vida
- 5.6 El secreto del Poder
LEO STRAUSS – EL NIHILISMO ALEMÁN
¿Qué es el nihilismo? ¿En qué medida se puede decir que el nihilismo es un fenómeno específicamente Alemán?
El nihilismo alemán es un fenómeno mucho más amplio que el nacionalsocialismo, este es tan solo la forma más celebre del nihilismo alemán (su forma más baja, más inculta y deshonrosa).
Para explicar el nihilismo alemán, Strauss va a desarrollar tres movimientos. En primer lugar, explicar el motivo último que está en su base, este motivo no es en sí nihilista. En segundo lugar describe la situación en la cual este motivo no nihilista conduce a aspiraciones nihilistas. Por último, esboza una definición del nihilismo alemán.
1.- Motivo último
Nihilismo podría significar querer la nada, la destrucción de todo, incluso de si: voluntad de autodestrucción. Tal no es el motivo último del nihilismo alemán, de serlo no podría explicarse porque no derivó en el alcoholismo sino en el militarismo. Señala Strauss que el nihilismo alemán no es un nihilismo absoluto. No desea destruir todo, sino algo específico: la civilización moderna.
Este nihilismo limitado deviene casi absoluto porque la negación de la civilización moderna no está acompañada por ninguna concepción positiva clara.
El nihilismo alemán desea la destrucción de la civilización moderna en la medida en que esta tiene un significado moral, que se expresa en formulas tales como aliviar la condición del hombre o defender los derechos del hombre
El nihilismo alemán desea la destrucción de la civilización moderna en la medida en que esta tiene un significado moral, que se expresa en formulas tales como aliviar la condición del hombre o defender los derechos del hombre. La protesta contra la civilización moderna es entonces una protesta moral, que deriva de la convicción de que la sociedad abierta es inconciliable con las exigencias fundamentales de la vida moral, esta sociedad es sino inmoral, al menos amoral.
La raíz de toda la vida moral es, por el contrario, la sociedad cerrada. La vida moral comporta una vida seria. La seriedad y el ceremonial de la seriedad (la bandera y el juramento de la bandera) son los rasgos distintivos de la sociedad cerrada, la sociedad que por su misma naturaleza está constantemente confrontada con la situación grave, el día decisivo, la guerra y se orienta fundamentalmente en este sentido. Es verdaderamente humana solo la vida basada en el sacrificio y el deber.
Las sociedades occidentales que aspiran a la sociedad abierta son sociedades cerradas en fase de desintegración. La sociedad abierta no solo no es deseable, sino que es imposible. Su posibilidad no está probada por el progreso hacia la sociedad abierta, sino que este progreso es ficticio y puramente verbal.
Esta convicción de los jóvenes nihilistas que describe Strauss no es, en su origen, un amor a la guerra sino más bien un amor a la moralidad, un sentido de responsabilidad frente a una moralidad en peligro. Tal convicción no nihilista conduce al nihilismo a causa de una serie de circunstancias.
Tal convicción no nihilista conduce al nihilismo a causa de una serie de circunstancias
2.- Situación
En el mundo de posguerra la liberal democracia alemana aparecía para muchos como absolutamente incapaz de hacer frente a las dificultades del presente. Frente a esta eran posibles dos alternativas: la reacción pura y simple, y la revolución.
Los jóvenes nihilistas optaron por la primera: lo que para los comunistas era la realización del sueño del género humano (un mundo pacificado, sin gobernantes ni gobernados, etc.), para ello será la degradación más grande de la humanidad.
Ellos no sabían realmente y eran incapaces de expresar en un lenguaje claro lo que deseaban poner en lugar del mundo presente y de su continuación presumiblemente necesaria. Lo único de lo que estaban seguros era de la necesidad de destruir el mundo presente y todas sus potencialidades. Solo capaces de decir NO.
Señala Strauss que estos jóvenes tenían un fuerte deseo de una palabra nueva que exprese sus aspiraciones, tenían necesidad de maestros que pudiesen explicarles, en un lenguaje claro, el significado positivo y no solo destructivo de sus aspiraciones. El problema fue que creyeron encontrar tales maestros en el grupo de profesores y escritores que conscientemente o no, habían abierto la vía a Hitler (Schmitt, Jünger, Heidegger).
3.- Definición
Llegado este punto, Strauss arriesga una definición de nihilismo: este consiste en el rechazo de los principios dela civilización en cuanto tales. Un nihilista es, por lo tanto, un hombre que conoce los principios de la civilización, no un salvaje. Frente a la civilización, los nihilistas oponen la cultura. El termino cultura deja indeterminado lo que se debe cultivar (la sangre, la tierra o el espíritu), mientras que el termino civilización designa inmediatamente el proceso con el cual se hace del hombre un ciudadano. Civilización es cultura consciente de la razón. Sus pilares son la moral y la ciencia.
Los nihilistas rechazan los principios de la civilización como tal. ¿En favor de qué? El nihilismo alemán los rechaza en favor de las virtudes militares: en favor de la guerra y la conquista
Los nihilistas rechazan los principios de la civilización como tal. ¿En favor de qué? El nihilismo alemán los rechaza en favor de las virtudes militares: en favor de la guerra y la conquista. Es por lo tanto, pariente del militarismo alemán. Pero si bien es afín, no se identifica con él.
El nihilismo alemán afirma las virtudes militares y en particular el coraje entendido como capacidad para soportar cualquier dolor físico como la única virtud que ha quedado. Esto implica que vivimos en una época de decadencia, de civilización entendida como diferente a cultura y opuesta a ella. El único remedio posible es destruir el edificio de la corrupción y volver al origen puro e incorruptible, al estado de la cultura o de la civilización en potencia y no en acto: al estado de naturaleza.
El único remedio posible es destruir el edificio de la corrupción y volver al origen puro e incorruptible, al estado de la cultura o de la civilización en potencia y no en acto: al estado de naturaleza
La virtud característica de este estado es el coraje y nada más. El nihilismo alemán es una suerte de radicalización del militarismo alemán y esta radicalización es producto de la aceptación del juicio romántico sobre el desarrollo moderno. Tal juicio consiste en la opinión según la cual un orden de cosas humanas absolutamente superior ha existido en alguna época del pasado conocido.
El nihilismo alemán es una suerte de radicalización del militarismo alemán y esta radicalización es producto de la aceptación del juicio romántico sobre el desarrollo moderno. Tal juicio consiste en la opinión según la cual un orden de cosas humanas absolutamente superior ha existido en alguna época del pasado conocido
*******
LA FASCINANTE EXPERIENCIA DE LA REVOLUCIÓN CONSERVADORA ALEMANA (1919-1932)
Bajo la fórmula «Revolución Conservadora» (RC) acuñada por Armin Mohler (Die Konservative Revolution in Deutschland 1918-1932) se engloban una serie de corrientes de pensamiento, cuyas figuras más destacadas son Oswald Spengler, Ernst Jünger, Carl Schmitt y Moeller van den Bruck, entre otros.
Bajo la fórmula “Revolución Conservadora” acuñada por Armin Mohler (Die Konservative Revolution in Deutschland 1918-1932) se engloban una serie de corrientes de pensamiento, cuyas figuras más destacadas son Oswald Spengler, Ernst Jünger, Carl Schmitt y Moeller van den Bruck, entre otros. La denominación de Revolución Conservadora, quizás demasiado ecléctica y difusa, ha gozado, no obstante, de aceptación y arraigo, para abarcar a una serie de intelectuales alemanes “idiosincráticos” de la primera mitad del siglo XX, sin unidad organizativa ni homogeneidad ideológica, ni –mucho menos– adscripción política común, que alimentaron proyectos para una renovación cultural y espiritual de los auténticos valores contra los principios demoliberales de la República de Weimar, dentro de la dinámica de un proceso palingenésico que reclamaba un nuevo renacimiento alemán y europeo (una re-generación).
Aun siendo consciente de que los lectores de El Manifiesto cuentan ya con un cierto bagaje de conocimientos sobre la llamada “Revolución Conservadora”, parece conveniente abordar un intento por situarla ideológicamente, especialmente a través de determinadas descripciones de la misma por sus protagonistas, complementadas por una síntesis de sus principales actitudes ideológicas –o mejor, de rechazos– que son, precisamente, el único vínculo de asociación entre todos ellos. Porque lo revolucionario-conservador se define principalmente por una actitud ante la vida y el mundo, un estilo, no por un programa o doctrina cualquiera.
Según Giorgio Locchi, entre 1918 y 1933 la Konservative Revolution nunca presentó un aspecto unitario o monolítico y «acabó por perfilar mil direcciones aparentemente divergentes», contradictorias incluso, antagónicas en otras ocasiones. Ahí encontraremos personajes tan diversos como el primer Thomas Mann, Ernst Jünger y su hermano Friedrich Georg, Oswald Spengler, Ernst von Salomon, Alfred Bäumler, Stefan Georg, Hugo von Hofmanssthal, Carl Schmitt, Martin Heidegger, Jacob von Üexküll, Günther, Werner Sombart, Hans Blüher, Gottfried Benn, Max Scheler y Ludwig Klages. Todos ellos dispersados en torno a una red de asociaciones diversas, sociedades de pensamiento, círculos literarios, organizaciones semi-clandestinas, grupúsculos políticos, en la mayoría de las ocasiones sin conexión alguna. Esas diferencias han llevado a uno de los grandes estudiosos de la Revolución Conservadora, Stefan Breuer, a considerar que realmente no existió la Revolución Conservadora y que tal concepto debe ser eliminado como herramienta interpretativa. Pero, como afirma Louis Dupeux, la Revolución Conservadora fue, de hecho, la ideología dominante en Alemania durante el período de Weimar.
Los orígenes de la Revolución Conservadora –siguiendo la tesis de Locchi– hay que situarlos a mediados del siglo XIX, si bien situando lo que Mohler llama las “ideas”, o mejor, las “imágenes-conductoras” (Leitbilder) comunes al conjunto de los animadores de la Revolución Conservadora. Precisamente, uno de los efectos del hundimiento de la vieja y decadente actitud fue el desprestigio de los conceptos frente a la revalorización de las imágenes. Estética frente a ética es la expresión que mejor describe esta nueva actitud.
En primer lugar, se sitúa el origen de la imagen del mundo en la obra de Nietzsche: se trata de la concepción esférica de la historia, frente a la lineal del cristianismo, el liberalismo y el marxismo; se trata, en realidad, de un “eterno retorno”, pues la historia no es una forma de progreso infinito e indefinido; en segundo lugar, la idea del “interregno”: el viejo orden se hunde y el nuevo orden se encuentra en el tránsito de hacerse visible, siendo nuevamente Nietzsche el profeta de este momento; en tercer lugar, el combate del nihilismo positivo y regenerativo, una “re-volución, un retorno, reproducción de un momento que ya ha sido”; y en cuarto y último lugar, la renovación religiosa de carácter anticristiano, a través de un “cristianismo germánico” liberado de sus formas originales o de la resurrección de antiguas divinidades paganas indoeuropeas.
Resulta, pues, que Nietzsche constituye no sólo el punto de partida, sino también el nexo de unión de los protagonistas de la Revolución Conservadora, el maestro de una generación rebelde, que sería filtrado por Spengler y Moeller van den Bruck, primero, y Jünger y Heidegger, posteriormente, como de forma magistral expuso Gottfried Benn. En las propias palabras de Nietzsche encontramos el primer aviso del cambio:
«Conozco mi destino. Algún día se unirá mi nombre al recuerdo de algo tremendo, a una crisis como no la hubo sobre la tierra, al más hondo conflicto de conciencia, a una decisión pronunciada contra todo lo que hasta ahora ha sido creído, exigido, reverenciado».
Nietzsche es la punta de un iceberg que rechazaba el viejo orden para sustituirlo por un nuevo renacimiento. Y los representantes generacionales de la Revolución Conservadora percibieron que podían encontrar en el filósofo germano a un “ancestro directo” para adaptar la revolución de la conciencia europea a su Kulturpessimismus. Ferrán Gallego ha realizado el siguiente resumen sobre la esencia de la Konservative Revolution:
«El elogio de las élites […], la concepción instrumental de las masas, el rechazo de la “nación de ciudadanos” [entendidos como átomos aislados] a favor de la nación integral, la visión orgánica y comunitaria de la sociedad frente a las formulaciones mecanicistas y competitivas, la combinación del liderazgo con la hostilidad al individualismo, el ajuste entre la negación del materialismo y la búsqueda de verificaciones materiales en las ciencias de la naturaleza. Todo ello, presentado como un gran movimiento de revisión de los valores de la cultura decimonónica, como un rechazo idéntico del liberalismo y del socialismo marxista, estaba aún lejos de organizarse como movimiento político. La impresión de que había concluido un ciclo histórico, de que el impulso de las ideologías racionalistas había expirado, la contemplación del presente como decadencia, la convicción de que las civilizaciones son organismos vivos, no fueron una exclusiva del pesimismo alemán, acentuado por el rigor de la derrota en la gran guerra, sino que se trataba de una crisis internacional que ponía en duda las bases mismas del orden ideológico contemporáneo y que muchos vivieron en términos de tarea generacional.»
Louis Dupeux insiste, no obstante, en que la RC no constituye, en momento alguno, «una ideología unificada, sino una Weltanschauung plural, una constelación sentimental». Ya sean considerados “idealistas”, “espiritualistas” o “vitalistas”, todos los revolucionario-conservadores consideran prioritaria la lucha política y el liberalismo es considerado como el principal enemigo, si bien el combate político se sitúa en un mundo espiritual de oposición idealista, no en el objetivo de la conquista del poder ansiada por los partidos de masas. Según Dupeux, la fórmula de esta “revolución espiritualista” es propiciar el paso a la constitución de una “comunidad nacional orgánica”, estructurada y jerarquizada, consolidada por un mismo sistema de valores y dirigida por un Estado fuerte.
En fin, una “revuelta cultural” contra los ideales ilustrados y la civilización moderna, contra el racionalismo, la democracia liberal, el predominio de lo material sobre lo espiritual. La causa última de la decadencia de Occidente no es la crisis sentimental de entreguerras (aunque sí marque simbólicamente la necesidad del cambio): la neutralidad de los Estados liberales en materia espiritual debe dejar paso a un sistema en el que la autoridad temporal y la espiritual sean una y la misma, por lo que sólo un “Estado total” puede superar la era de disolución que representa la modernidad. Así que la labor de reformulación del discurso de la decadencia y de la necesaria regeneración será asumida por la Revolución Conservadora.
Si hubiéramos de subrayar ciertas actitudes o tendencias básicas como elementos constitutivos del pensamiento revolucionario-conservador, a pesar de su pluralidad contradictoria, podríamos señalar diversos aspectos como los siguientes: el cuestionamiento de la supremacía de la racionalidad sobre la espiritualidad, el rechazo de la actividad política de los partidos demoliberales, la preferencia por un Estado popular, autoritario y jerárquico, no democrático, así como un distanciamiento tanto del “viejo tradicionalismo conservador” como de los “nuevos liberalismos” capitalista y marxista, al tiempo que se enfatizaba la experiencia de la guerra y el combate como máxima realización. La reformulación del ideario se fundamenta en la necesidad de construir una “tercera vía” entre el capitalismo y el comunismo (sea el socialismo prusiano de van den Bruck, el nacionalismo revolucionario de Jünger o el nacional-bolchevismo de Niekisch). Y por encima de estas actitudes se encontraba presente el sentimiento común de la necesidad de barrer el presente decadente y corrupto como tránsito para recuperar el contacto con una vida fundamentada en los valores eternos.
El cuestionamiento de la supremacía de la racionalidad sobre la espiritualidad, el rechazo de la actividad política de los partidos demoliberales, la preferencia por un Estado popular, autoritario y jerárquico, no democrático, así como un distanciamiento tanto del “viejo tradicionalismo conservador” como de los “nuevos liberalismos” capitalista y marxista, al tiempo que se enfatizaba la experiencia de la guerra y el combate como máxima realización
El propio Mohler, que entendía la Revolución Conservadora como «el movimiento espiritual de regeneración que trataba de desvanecer las ruinas del siglo XIX y crear un nuevo orden de vida» –igual que Hans Freyer consideraba que “barrerá los restos del siglo XIX”–, proporciona las evidencias más convincentes para una clasificación de los motivos centrales del pensamiento de la RC que, según su análisis, giran en torno a la consideración del final de un ciclo, su repentina metamorfosis, seguida de un renacimiento en el que concluirá definitivamente el “interregno” que comenzó en torno a la generación de 1914. Para ello, Mohler rescata a una serie de intelectuales y artistas alemanes que alimentaban proyectos comunitarios para la renovación cultural desde un auténtico rechazo a los principios demoliberales de la República de Weimar.
Para Mohler, según Steuckers, el punto esencial de contacto de la RC era una visión no-lineal de la historia, si bien no recogió simplemente la tradicional visión cíclica, sino una nietzscheana concepción esférica de la historia. Mohler, en este sentido, nunca creyó en las doctrinas políticas universalistas, sino en las fuertes personalidades y en sus seguidores, que eran capaces de abrir nuevos y originales caminos en la existencia.
La combinación terminológica Konservative Revolution aparecía ya asociada en fecha tan temprana como 1851 por Theobald Buddeus. Posteriormente lo hacen Youri Samarine, Dostoïevski y en 1900 Maurras. Pero en 1921 es Thomas Mann el primero en utilizar la expresión RC con un sentido más ideologizado, en su Russische Anthologie, hablando de una «síntesis […] de ilustración y fe, de libertad y obligación, de espíritu y cuerpo, dios y mundo, sensualidad y atención crítica de conservadurismo y revolución». El proceso del que hablaba Mann «no es otro que una revolución conservadora de un alcance como no lo ha conocido la historia europea».
La expresión Revolución Conservadora también tuvo fortuna en las tesis divulgadas por la Unión Cultural Europea (Europïsche Kulturband) dirigida por Karl Anton, príncipe de Rohan, aristócrata europeísta y animador cultural austríaco, cuya obra La tarea de nuestra generación, de 1926 –inspirada en El tema de nuestro tiempo, de Ortega y Gasset– utiliza dicha fórmula en varias ocasiones. Sin embargo, la fórmula Revolución Conservadora adquirió plena popularidad en 1927 con la más célebre conferencia bávara de Hugo von Hofmannsthal, cuando se propuso descubrir la tarea verdaderamente hercúlea de la Revolución Conservadora: la necesidad de girar la rueda de la historia cuatrocientos años atrás, toda vez que el proceso restaurador en marcha «en realidad se inicia como una reacción interna contra aquella revolución espiritual del siglo XVI» (se refiere al Renacimiento). Hofmannsthal, en definitiva, reclamaba un movimiento de reacción que permitiera al hombre escapar a la disociación moderna y reencontrar su “vínculo con la totalidad”.
En palabras de uno de los más destacados representantes de la Revolución Conservadora, Edgar J. Jung:
«Llamamos Revolución Conservadora a la reactivación de todas aquellas leyes y valores fundamentales sin los cuales el hombre pierde su relación con la Naturaleza y con Dios y se vuelve incapaz de construir un orden auténtico. En lugar de la igualdad se ha de imponer la valía interior; en lugar de la convicción social, la integración justa en la sociedad estamental; la elección mecánica es reemplazada por el crecimiento orgánico de los líderes; en lugar de la coerción burocrática existe una responsabilidad interior que viene de la autodeterminación genuina; el placer de las masas es sustituido por el derecho de la personalidad del pueblo».
* * *
Otro de los lugares comunes de la Revolución Conservadora es la autoconciencia de quienes pertenecían a la misma de no ser meramente conservadores. Es más, se esmeraban en distanciarse de los grupos encuadrados en el “viejo conservadurismo” (Altkonservativen) y de las ideas de los “reaccionarios” que sólo deseaban “restaurar” lo antiguo. La preocupación central era “combinar las ideas revolucionarias con las conservadoras” o “impulsarlas de un modo revolucionario-conservador” como proponía Moeller van den Bruck.
Por supuesto que la “revolución conservadora”, por más que les pese a los mal llamados “neoconservadores” (sean del tipo Reagan, Bush, Thatcher, Aznar, Sarkozy o Merkel), no tiene nada que ver con la “reacción conservadora” (una auténtica “contrarrevolución”) que éstos pretenden liderar frente al liberalismo progre, el comunismo posmoderno y el contraculturalismo de la izquierda. La debilidad de la derecha clásico-tradicional estriba en su inclinación al centrismo y a la socialdemocracia (“la seducción de la izquierda”), en un frustrado intento por cerrar el paso al socialismo, simpatizando, incluso, con los únicos valores posibles de sus adversarios (igualitarismo, universalismo, falso progresismo). Un grave error para los que no han comprendido jamás que la acción política es un aspecto más de una larvada guerra ideológica entre dos concepciones del mundo completamente antagónicas.
En fin, la derecha neoconservadora no ha captado el mensaje de Gramsci, no ha sabido ver la amenaza del poder cultural sobre el Estado y como éste actúa sobre los valores implícitos que proporcionan un poder político duradero, desconociendo una verdad de perogrullo: no hay cambio posible en el poder y en la sociedad, si la transformación que se trata de imponer no ha tenido lugar antes en las mentes y en los espíritus. Se trata de una apuesta por el “neoconservadurismo” consumista, industrial y acomodaticio, todo lo contrario de lo que se impone hoy: recrear una “revolución conservadora” con patente europea que, en frase de Jünger, fusione el pasado y el futuro en un presente ardiente.
Entre tanto, el “neoconservadurismo” contrarrevolucionario, partiendo del pensamiento del alemán emigrado a norteamérica Leo Strauss, no es sino una especie de “reacción” frente a la pérdida de unos valores que tienen fecha de caducidad (precisamente los suyos, propios de la burguesía angloamericana mercantilista e imperialista). Sus principios son el universalismo ideal y humanitario, el capitalismo salvaje, el tradicionalismo académico y el burocratismo totalitario. Para estos neocons, Estados Unidos aparece como la representación más perfecta de los valores de la libertad, la democracia y la felicidad fundadas en el progreso material y en el regreso a la moral judeocristiana, siendo obligación de Europa el copiar este modelo triunfante.
El “neoconservadurismo” angloamericano, reaccionario y contrarrevolucionario es, en realidad, un neoliberalismo democratista y tradicionalista –lean, si no, a Fukuyama–, heredero de los principios de la Revolución Francesa
El “neoconservadurismo” angloamericano, reaccionario y contrarrevolucionario es, en realidad, un neoliberalismo democratista y tradicionalista –lean, si no, a Fukuyama–, heredero de los principios de la Revolución Francesa. La Revolución Conservadora, sin embargo, puede definirse, según Mohler, como la auténtica “antirrevolución francesa”: la Revolución Francesa disgregó la sociedad en individuos, la conservadora aspiraba a restablecer la unidad del conjunto social; la francesa proclamó la soberanía de la razón, desarticulando el mundo para aprehenderlo en conceptos, la conservadora trató intuir su sentido en imágenes; la francesa creyó en el progreso indefinido en una marcha lineal; la conservadora retornó a la idea del ciclo, donde los retrocesos y los avances se compensan de forma natural.
En la antagónica Revolución Conservadora, ni la “conservación” se refiere al intento de defender forma alguna caduca de vida, ni la “revolución” hace referencia al propósito de acelerar el proceso evolutivo para incorporar algo nuevo al presente. Lo primero es propio del viejo conservadurismo reaccionario –también del mal llamado neoconservadurismo– que vive del pasado; lo segundo es el logotipo del falso progresismo, que vive del presente-futuro más absoluto.
Mientras que en gran parte del llamado mundo occidental la reacción ante la democratización de las sociedades se ha movido siempre en la órbita de un conservadurismo sentimental proclive a ensalzar el pasado y lograr la restauración del viejo orden, los conservadores revolucionarios no escatimaron ningún esfuerzo por marcar diferencias y distancias con lo que para ellos era simple reaccionarismo, aunque fuera, en expresión de Hans Freyer, una Revolución desde la derecha. La Revolución Conservadora fue simplemente una rebelión espiritual, una revolución sin ninguna meta ni futuro reino mesiánico.
*******
Primera paradoja: el pueblo servil, inocente
En un memorable artículo publicado aquí con el título La clase política, Jerónimo Molina dejó claro que el pueblo es un mero espectador de «la cosa pública», pues ésta nunca dejó de ser un juego entre élites.
El pueblo es un mero espectador de «la cosa pública», pues ésta nunca dejó de ser un juego entre élites
Si el profesor Molina nos enseña que siempre fue así, hoy lo es aún más debido al enorme poder clientelar de los Gobiernos, que tienen casi infinita capacidad de gasto para fidelizar a los ciudadanos-votantes.
Si la democracia pretendía ser el medio de hacer cumplir la voluntad popular, el clientelismo lo ha convertido en una subasta donde todo se reduce a estudiar los colectivos de los que depende el triunfo electoral y primarlos para garantizar su lealtad.
En estas condiciones, ¿es realista clamar contra las masas que votan con el estómago medio vacío temiendo quedarse con el estómago vacío entero si muerden la mano que les da de comer, aunque sea mal?
Es obvio que no. Por ello considero al pueblo, inocente de su servidumbre.
Segunda paradoja: legislación de Estado para destruir al Estado
No obstante, la política woke ha puesto a disposición de los descontentos un arma que pueden utilizar contra el Gobierno sin necesidad de inmolarse: la propia legislación woke, pues cuantas más personas se acojan a ella, mayor resulta su poder de ruina, y por ende, más se acerca a su autodestrucción.
Las conocidas como ley de «sólo sí es sí» o la «ley trans» son ejemplos de lo que digo.
La política woke ha puesto a disposición de los descontentos un arma que pueden utilizar contra el Gobierno sin necesidad de inmolarse: la propia legislación woke
¿Alguien sería capaz de concretar el desbarajuste social que supondría que un porcentaje significativo de hombres se convirtiesen a efectos legales en mujeres?
¿Podemos imaginar el desastre derivado de que la mitad de las mujeres denunciaran a sus parejas o maridos por violencia de género y se desencadenasen todas las consecuencias, en términos de rupturas familiares, que lleva de suyo la ley de «sólo sí es sí»?
Una parte de la población, no sé si de forma consciente, ha empezado a picar en los muros del Estado woke por la inaudita vía de utilizar masivamente su legislación, como ha puesto de manifiesto el número de hombres que ya han solicitado su cambio de identidad en el Registro Civil.
Lo relevante del caso es que estos hombres configuran un nuevo tipo de partisano, figura política que se forja en la guerra de España contra Napoleón en 1808 y que marca el devenir de los movimientos revolucionarios contra los Estados desde entonces.
Recordemos que Carl Schmitt en su Teoría del partisano (Trotta, 2013) definía a éste como «combatiente irregular» frente al «carácter regular que se manifiesta en el uniforme del soldado».
Además de la irregularidad de su lucha, el escritor político alemán describía como características del partisano el disfrute de la ley que le gusta y el incumplimiento de la que le disgusta, el intenso compromiso político, la criminalización del enemigo y su organización en forma de quinta columna.
Serían las características del partisano el disfrute de la ley que le gusta y el incumplimiento de la que le disgusta, el intenso compromiso político, la criminalización del enemigo y su organización en forma de quinta columna
Tercera paradoja: discriminación positiva a la carta, el sueño del partisano
El combatiente irregular del wokismo es muy diferente respecto al que identifica Schmitt.
En primer lugar, porque su oposición no contempla la desobediencia de la ley que odia, sino que su acción de sabotaje consiste en solicitar que a él no se le excluya de su aplicación, aunque la repudie.
Esto supone un hito en la historia del Estado y de los movimientos populares de resistencia al mismo, por cuanto la contradicción entre la generalidad de cualquier ley (los supuestos de la ley valen para todos) y el elitismo de la normativa woke resulta tan flagrante, que cuando el partisano pide que se le reconozca estar incluido en el supuesto de hecho de la ley y se declara «trans», la ley colapsa al quedar en evidencia que privilegios para todos es una contradictio in terminis.
El absurdo legal que saca a relucir la acción partisana (la discriminación positiva es imposible cuando cualquiera puede reclamar ser discriminado positivamente) es un filón para el rebelde, pues éste descubre que el uso de la ley que rechaza supone la forma más segura e inocua de acabar con ella.
Que las democracias donde, supuestamente, la soberanía reside en el pueblo se hayan convertido en agencias de facciones que se imponen mediante normas, ha puesto en manos de los más despiertos la liquidación de la legalidad por el procedimiento de solicitar formar parte de las minorías para que les sea aplicada una ley hecha en exclusiva para esas facciones.
El partisano explota en su beneficio esta política del sinsentido según la cual las leyes del Estado se ponen al servicio de banderías por decisión de los representantes que se llenan la boca de pueblo. De ahí que los Gobiernos traten de ocultar su profundo elitismo haciendo pasar a la minoría por la nueva mayoría.
En realidad, la situación es cómica, pues que el Estado Total sea el hazmerreír de sus súbditos por obra y gracia de partisanos que solicitan el cumplimiento de su legislación sólo puede provocar la carcajada.
Volveremos sobre esta idea, pero sigamos mostrando las diferencias entre el partisano actual y el que identificó Schmitt.
Cuarta paradoja: el partisano legal
El del siglo pasado formaba parte de pequeños grupos en tanto actuaba como quinta columna, esto es, como enemigo oculto del régimen en el que vivía. La clandestinidad propia de su acción política llevaba implícita la insignificancia numérica.
Ahora no. Hoy el partisano trabaja a plena luz del día porque su proceder es público (acude al Registro Civil o formula denuncias en comisaría) hasta el punto de poder constituir un movimiento de masas casi sin querer.
Esto nos lleva a otra peculiaridad del «neopartisanismo».
El partisano de los movimientos de liberación se ponía en riesgo a sí mismo, pero también a la población entre la que se ocultaba para pasar desapercibido, lo que dificultaba el trabajo de represión del Estado.
Ese era el principal motivo de su impopularidad, pues las represalias del Estado contra civiles inocentes eran constantes al no poder neutralizar al guerrillero o terrorista que golpeaba y huía.
El actual no sufre ese problema, pues su operativa se restringe a lo administrativo (denunciar, registrarse) sin que genere daño alguno a terceros.
Para terminar con el estudio comparativo, el partisano del s. XX se ufanaba de que sus delitos contra el Estado no los cometía en interés propio, sino que los ejecutaba por el bien del pueblo.
El partisano que lucha contra el «Estado woke» no tiene compromiso político. Carece de un sistema alternativo y no busca un cambio revolucionario
Pues bien, el partisano que lucha contra el «Estado woke» no tiene compromiso político. Carece de un sistema alternativo y no busca un cambio revolucionario. Sólo quiere beneficios personales (subvenciones, ventajas) pero sin tener un modelo que sustituya al existente. Su reducida conciencia política sólo le lleva a repeler lo que hay sin una idea clara de lo que debería haber.
El antiguo partisano consideraba enemigo absoluto a todo el que se oponía a su combate dado que el fin superior de la independencia de su país o del triunfo del socialismo estaba por encima de cualquier otra consideración.
Hoy ese elemento cuasi teológico entre el bien y el mal no existe, pues el partisano sólo lucha por sí mismo contra un Estado cuyos líderes no son tenidos tanto como enemigos, sino como estúpidos.
La relación polémica entre medios y fines no se plantea porque los únicos medios posibles son los legales que pone a su disposición el Estado.
En cambio, esa dicotomía en los partisanos que estudió Carl Schmitt era una cuestión que estaba siempre presente, por cuanto las víctimas y los daños colaterales de su actividad ilegal suponían un problema irresoluble que se sublimaba por las exigencias del «asalto a los cielos» al que todo estaba supeditado.
Expuestas las enormes diferencias, en lo que sí coinciden los partisanos de este siglo y los del anterior, además de en su carácter irregular, es que el Estado ni tuvo ni tiene fácil la tarea de contrarrestarlos, pero por causas completamente distintas.
Antes porque eran clandestinos y hoy por el motivo de que son legales.
¿Cómo combatir al partisano cuya única heroicidad es luchar para que se le aplique la ley?
Quinta paradoja: el pueblo «no woke» sostiene el wokismo
La última paradoja la encontramos en que es la parte del pueblo que evita la legislación woke la que retarda la consumación del cataclismo.
Así, el hombre heterosexual estigmatizado como machista y que no contempla hacer uso de la ley «trans» para convertirse en mujer, es el que retrasa la llegada de la locura colectiva; la mujer que se niega a denunciar a su marido por una disputa doméstica para no convertirse en «víctima woke» gracias a la ley de «sólo sí es sí», es la que salva a su familia y a sus hijos; y los ciudadanos que no dependen del Estado que los esquilma son los que hacen posible que, precisamente ese Estado, se perpetúe y siga expoliándoles para financiar el wokismo.
En suma, el nuevo partisano es el actor político que nos enseña que el fin de la legislación wokeno se realizará combatiéndola o negándola, sino acogiéndose a ella por el mayor número de personas en el menor tiempo posible.
Gracias al friki hemos aprendido que el que se opone y solicita su derogación es tildado de «fascista» al que neutralizar, mientras que quien reclama su aplicación levanta un velo que nos enseña una ideología ilegítima por discriminatoria y antidemocrática.
El que se opone y solicita su derogación es tildado de «fascista» al que neutralizar, mientras que quien reclama su aplicación levanta un velo que nos enseña una ideología ilegítima por discriminatoria y antidemocrática
Las cinco paradojas se resumen en una: acelerar el desorden woke para recuperar el orden
De lo expuesto se concluye que el combatiente irregular del s. XXI es el que auxilia al Estado suicida woke acelerando su desastre, no el que lo pretende bloquear frenando su irresistible avance, pues el katejón (el que contiene la caída) resulta inútil cuando el enemigo ya está dentro.
La pregunta a responder es si el partisano lo sabe, si es consciente de su función y si actuará en consecuencia.
El combatiente irregular del s. XXI es el que auxilia al Estado suicida woke acelerando su desastre, no el que lo pretende bloquear frenando su irresistible avance
¿Los hombres que se hacen «trans» para burlarse del Estado o las mujeres que denuncian a sus maridos para convertirse en víctimas y obtener ventajas económicas y sociales, superarán su condición pintoresca y adquirirán la lucidez política suficiente para entender que están colaborando en la aceleración de la debacle?
¿Llegarán a la conclusión que si la legislación woke de la que se ríen permea la sociedad de forma lenta, pero inexorable, la minoría a la que protege esa legalidad terminará disolviendo el orden social basado en el sentido común?
¿Alcanzarán a comprender que la derogación de las leyes woke debido a su colapso, fruto de las reclamaciones para su aplicación extensiva, es la única forma realista de contener el deterioro social y garantizar la convivencia?
Aumentar la velocidad de implantación de las leyes woke sin dilación para que su suicidio en forma de abolición voluntaria se produzca cuanto antes.
He ahí un auténtico programa político para partisanos innovadores.
Aumentar la velocidad de implantación de las leyes woke sin dilación para que su suicidio en forma de abolición voluntaria se produzca cuanto antes.
*******
La fuerza de la aristocracia que hoy constituye la perseguida clase media, cuya misión no es otra que frustrar el triunfo de los palafreneros del Estado en el enfrentamiento civil que el Poder incentiva como forma de asegurar su crecimiento
EL FASCISMO NO ES UN SISTEMA POLÍTICO. ES UN SISTEMA DE CONTROL SOCIAL:EL DOMINIO DE LOS MUCHOS POR PARTE DE LOS MUY POCOS