Derecha e izquierda hegeliana. «Izquierda y derecha defienden a la clase dominante», entrevista a Diego Fusaro.

Derecha e izquierda hegeliana

Herder Editorial

 

Escisión entre los miembros de la escuela hegeliana, ocurrida en Alemania tras la muerte de Hegel (a finales de 1831). Las disensiones se inician ya en vida de Hegel por divergencias en la respuesta a la pregunta de si el sistema hegeliano era o no compatible con la fe cristiana. Pero es propiamente a partir de la publicación, en 1835-1836, de Vida de Jesús, de David F. Strauss, cuando empieza a hablarse abiertamente de una izquierda y una derecha hegelianas. Strauss divide a los partidarios de Hegel en derecha e izquierda, a la manera usual como se distribuyen los políticos en un parlamento (en aquel entonces, en el parlamento francés).

Los hegelianos de derecha, también llamados «viejos hegelianos», afirmaban la compatibilidad entre cristianismo e idealismo hegeliano y daban del sistema una interpretación espiritualista, aprovechando además su filosofía para apuntalar diversos dogmas cristianos. Mantenían también una postura políticamente conservadora, basada en el principio de que «todo lo real es racional». Miembros importantes de la derecha fueron K.F. Göschel (1781-1861), que escribe Sobre las pruebas de la inmortalidad del alma a la luz de la filosofía especulativa (1835); K. Conradi (1784-1849), que escribe Inmortalidad y vida eterna (1837); K. Fischer (1824-1907), autor de Historia de la filosofía moderna (1854-1907), de inspiración hegeliana, y K. F. Rosenkranz (1805-1879), inicialmente seguidor de Schleiermacher y después biógrafo de Hegel, aunque para algunos es el claro protagonista del «centro hegeliano».

Los hegelianos de izquierda, también llamados «jóvenes hegelianos», rechazaban toda interpretación religiosa de la filosofía de Hegel y hasta sostenían la incompatibilidad entre religión cristiana y filosofía hegeliana, reduciendo la religión a simple mito. Aplicaban, por lo demás, la dialéctica a la realidad presente, entendiéndola como un momento superable por una racionalidad mejor. Miembros destacados de la izquierda son David Friedrich Strauss (1808-1874), filósofo y teólogo, que considera mitos los relatos evangélicos y aplica a toda la humanidad lo que el Evangelio cree exclusivo de Jesús, en quien se une lo finito y lo infinito; Bruno Bauer (1809-1882), filósofo, teólogo y exégeta bíblico, miembro primero de la derecha hegeliana, y que se adhiere posteriormente a las doctrinas de Strauss; Ludwig Feuerbach (1804-1872), entusiasta hegeliano primero, que ya en 1830 se opone con Pensamientos sobre la muerte y la inmortalidad a la interpretación que de Hegel hacen los viejos hegelianos, para terminar siendo un crítico de Hegel en Para una crítica de la filosofía hegeliana (1839), a la que tacha de mera teología; Max Stirner (1806-1856), cuyo verdadero nombre era Johann Kaspar Schmidt, alumno de Hegel en Berlín, y autor de El único y su propiedad (1845), que critica tanto a Hegel como a Feuerbach: al primero por sustituir lo único realmente valioso, que es el individuo, el «único», por la abstracción de la humanidad, y al segundo por permanecer, pese a sus críticas a Hegel, todavía en un terreno religioso, la religión de la humanidad.

Es común considerar que lo que divide característicamente a hegelianos de derecha y de izquierda es el modo de interpretar la Idea absoluta de Hegel. Para los hegelianos de derecha, tal Idea sólo se sostiene en el Dios cristiano; para los hegelianos de izquierda, la Idea sólo existe como naturaleza.

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Los jóvenes hegelianos

Por Elio Gabriel

Diario extimo

 

Los jóvenes hegelianos (Junghegelianer), más tarde conocidos como izquierda hegeliana (Linkshegelianer), eran un grupo de estudiantes y jóvenes profesores de la Universidad Humboldt de Berlín seguidores del trabajo de Georg Hegel.

Ellos se oponían a otra corriente hegemónica llamada derecha hegeliana que dominaban los estamentos universitarios y gubernamentales. Esta derecha hegeliana opinaba que la serie de eventos históricos de la dialéctica hegeliana se habían completado en su sociedad, y que el estado y la sociedad prusianos tal como existían eran la culminación de todos los cambios dialécticos (mencionaban el alto grado desarrollo del Estado, la presencia de universidades importantes, desarrollo económico y altas tasas de empleo). A diferencia de esta visión positiva y nacionalista del estado prusiano, los jóvenes hegelianos opinaban que muchos otros cambios dialécticos habrían de suceder, y que la sociedad prusiana del momento estaba lejos de la perfección puesto que contenía bolsas de pobreza, censura gubernamental, y discriminación religiosa de los no luteranos.

Los jóvenes hegelianos nunca fueron reconocidos por las universidades debido a sus visiones radicales de la religión y la sociedad. Por eso no es de sorprender  que varios de los profesores estuviesen obligados a dimitir.

 

Dibujo de Zeichnung von Friedrich Engels en el cual de izquierda a derecha aparecen: Arnold Ruge, Ludwig Buhl, Karl Nauwerck, Bruno Bauer, Otto Wigand, Edgar Bauer, Max Stirner, Eduard Meyen, dos incógnitas y Friedrich Koppen como teniente de más a la derecha que se sienta en la mesa.

La historia de los jóvenes hegelianos empieza en 1835 con un libro sumamente controversial e influyente de David Strauss llamado La vida de Jesús. En este texto, Strauss da una interpretación de los evangelios y de la vida de Jesús que partiendo de las premisas filosóficas de Hegel rechaza tanto las conclusiones de éste mismo como la visión oficial al respecto. Así, por vez primera Hegel es vuelto contra sí mismo y contra el orden establecido. Para Strauss la figura de Jesús, cuya existencia misma es puesta en duda, personificaba el grado de autoconciencia que la humanidad había alcanzado en ese entonces. De esta manera se humaniza tanto a Dios como a Jesús y es la humanidad, como sujeto colectivo de la historia, la que pasa al primer plano. Así lo dice Strauss:

Seamos fieles a la idea de la unidad entre lo divino y lo humano pero no busquemos su realización en un solo ser despojando a todos los demás de la misma sino en toda la humanidad: es en la diversidad de los seres singulares, que se completan unos a otros y juntos forman una totalidad, que esta unidad se hace real de una manera inmensamente superior que si la concebimos como encerrada y acabada en un solo ser. En la humanidad Dios se ha hecho hombre no una vez sino infinitamente; en ella Él vive la plenitud de su fuerza.

Strauss resume este razonamiento tan hegeliano de una manera drástica: “la humanidad es Cristo”. El escándalo fue inmediato. C. A. Eschenmayer de Turingia describe a Strauss como un nuevo Judas y los luteranos ortodoxos, con el catedrático de Berlín E. W. Hengstenberg a la cabeza, lo condenan resueltamente. Se escriben artículos a favor y en contra de Strauss y el gobierno investiga la posibilidad de intervenir contra un teólogo tan heterodoxo. De esta manera los hegelianos se ven obligados a tomar partido y los defensores de Strauss pasan a formar el núcleo del cual surgiría el hegelianismo joven. Esto no quiere decir que haya sido este libro el que haya creado la división dentro del campo hegeliano. La misma, tal como lo dice McLelland, existía ya, pero de forma más bien latente. La polémica en torno a la obra de Strauss vino a sacarla a la luz y a radicalizarla enormemente, creando, además, un sentido de cuerpo entre ambos bandos enfrentados.

El filosofo y teólogo Bruno Bauer, el cual dio un nuevo paso en la crítica de la religión como falsa forma de la conciencia, consideraba los dogmas evangélicos como manifiestas ficciones y la personalidad de Jesús como una invención.

Las teorías de los jóvenes hegelianos son de interés por constituir, tomando la religión como modelo, el primer intento de analizar la conciencia colectiva en calidad de estructura social (ideología). Su interés se centraba en la cuestión de cómo surgen y alcanzan fuerza obligatoria falsas representaciones sobre la sociedad. Strauss explicaba este hecho por la estabilidad tradicional de las concepciones mitológicas; Bauer veía la raíz de dicho fenómeno en la "alienación" de los productos de la "autoconciencia" individual, en el hecho de que los productos de la mente humana empiezan a examinarse como abstracciones independientes de la misma.

El análisis crítico de la teoría idealista llevado a cabo por los jóvenes hegelianos puso de manifiesto la limitación del análisis puramente inmanente de la conciencia social, hizo ver la necesidad de investigar las relaciones sociales materiales, de inferir de estas últimas la vida espiritual de la sociedad.

Aunque el filosofo Ludwig Feuerbach ya había vio hasta cierto punto de esa necesidad. Los que llevaron a cabo la tarea fueron Karl Marx y Friedrich Engels, que participaron en el movimiento de los jóvenes hegelianos a comienzos de la década de 1840, aunque llegaron a una concepción radicalmente nueva del desarrollo social, a la teoría del materialismo histórico. Ya que a pesar de que Marx aceptaba algunas de las ideas de Feuerbach (la crítica a Hegel, su reivindicación de la corporeidad y de la percepción, su idea de Dios como invención humana, su tesis de la alienación religiosa), también rechazaba algunos aspectos importantes de su filosofía:

  • Marx creía que la crítica de Feuerbach a la religión era inadecuada porque este filósofo no consiguió entender cabalmente la razón última de la aparición de la religión, que para Marx es la existencia de explotación económica, de la alienación básica consecuencia de la explotación del hombre por el hombre;
  • Feuerbach pensó que para la superación de la religión era suficiente su superación intelectual, el desarrollo de una nueva filosofía que mostrase lo absurdo de las creencias religiosas tradicionales; Marx creyó, sin embargo, que esta superación en el mundo del pensamiento no es suficiente, además es preciso cambiar la realidad, cambiar el sistema productivo que ha dado lugar a la alienación religiosa (en la sociedad comunista no existirá la religión pues no existirá la explotación económica);
  • Feuerbach creyó que los atributos divinos le corresponden al hombre, no al Dios tradicional, proponiendo algo así como una religión de la Humanidad; Marx no aceptó esta sustitución de Dios por el Hombre como objeto de culto religioso. Sin embargo, muchos autores destacan el paralelismo del marxismo con la religión: culto a los líderes, preocupación por las fuentes o textos de Marx como la que el cristiano tiene respecto de la Biblia, escatología o descripción de un tiempo futuro al que inevitablemente conduce la historia y en donde el hombre cumplirá su destino, gusto por los ritos, cánticos, imágenes y las manifestaciones sentimentales multitudinarias, preocupación por mantener a los seguidores en la ortodoxia y persecución de las interpretaciones consideradas heréticas, fe en la verdad de la propia doctrina y en la inminencia de la revolución... Aunque no es nada descabellada esta interpretación del modo concreto en que muchas personas y sistemas políticos defienden el marxismo, este modo de vivir la doctrina marxiana no coincide con las declaraciones de Marx (el propio Marx criticó irónicamente la lectura dogmática de su pensamiento que ya empezaba a estar presente en su época indicando que él no era marxista).

La inconsistencia de la izquierda hegeliana en tanto que radicalismo burgués resultaba patente sobre todo al subestimar el papel de las masas populares en la historia. Así se ve en los trabajos de Max Stirner, que se convirtió en uno de los precursores del anarquismo. A los jóvenes hegelianos les era extraña la idea relativa a la lucha de clases, a las leyes objetivas del desarrollo social, al papel de las relaciones económicas en la vida de la sociedad. Ya que lo típico de ello era la fraseología revolucionaria, que no pasaba de incluir amenazas liberales hacia las clases dominantes y exigir un freno al desarrollo burgués.

Los jóvenes hegelianos veían al pueblo como "enemigo del espíritu" y del progreso, consideraban que la fuerza motriz de la historia radicaba en "la personalidad que pensaba críticamente". Ideas a las que Marx y Engels criticaron en La sagrada familia y La ideología alemana.

 

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Diego Fusaro: "Izquierda y derecha defienden a la clase dominante"

El filósofo italiano publica 'Historia y conciencia del precariado' (Alianza)

Por Víctor Lenore

Vozpópuli

 

Diego Fusaro es un rara avis: filósofo marxista y hegeliano que mantuvo sintonía con la Lega de Matteo Salvini y es acusado de ‘fascista’ por un sector de la izquierda europea. Ahora vuelve de la mano de Alianza con las seiscientas páginas de Historia y conciencia del precariadoSiervos y señores de la globalización, donde aborda las consecuencias de la  fragilización de los vínculos laborales y también los principales conflictos políticos de la pospandemia. “El problema es que la libertad de mercado sin una política que la discipline y la gobierne, es decir sin un Estado soberano, democrático y social, provoca ‘tragedias en lo ético’ (Hegel): miseria creciente, disolución de la comunidad, pérdida de derechos…”, explica a Vozpópuli en el curso de una larga entrevista. Además de respetado ensayista, Diego Fusaro es profesor en el Instituto de Altos Estudios Estratégicos y Políticos de Milán.  

Pregunta: Su tesis es que estamos retrocediendo hacia una economía propia de la Edad Media, con la sociedad dividida en siervos y señores. Hemos pasado de la globalización a la ‘glebalización’, a ser unos ‘siervos de la gleba’ de los oligopolios financieros y tecnológicos. 

Respuesta: Así es. En Historia y conciencia del precariado sostengo que estamos asistiendo a un nuevo feudalismo: los nuevos laboratores están precarizados y carecen de derechos, son una clase media empobrecida y una clase obrera masacrada; los nuevos bellatores son los capitalistas multinacionales, el e-commerce y la big pharma; y los nuevos oratores son el clero intelectual que reza día y noche al dios mercado y defiende las relaciones de fuerza, exhortando a los laboratores a aceptar con desencantada resignación o con necia euforia el orden de la ‘glebalización’ capitalista. Es algo que ya expliqué en mi libro Glebalización. La lucha de clases en tiempos de populismo (2019). 

¿Cómo de lejos estamos de esa nueva Edad Media?

A todos los efectos nos encontramos ya en esa situación, y la emergencia de la covid-19 ha reforzado esos procesos: ha ‘replebeyizado’ la sociedad, llevándose todo por delante a golpe de confinamiento a las clases medias y a los trabajadores e incrementando la riqueza de los capitalistas antifronteras. La situación ha dado lugar a un nuevo capitalismo autoritario-represivo que prohíbe las reuniones y encierra al pueblo en cuarentena, impidiendo cualquier movimiento revolucionario y de protesta. 

 

Han traicionado a Marx: la izquierda de la costumbre quiere lo mismo que la derecha del dinero

 

Últimamente abundan las noticias y encuestas que indican un rejuvenecimiento del apoyo a la derecha (por ejemplo, en Francia con Marine Le Pen y en Madrid respecto a Ayuso). ¿Cuál es la explicación de esta tendencia?

Lo atribuyo principalmente a la traición de las izquierdas. Traicionaron a Gramsci, a Marx y a la clase trabajadora para convertirse en los guardianes arco iris del gran capital: lo que defiende la izquierda de la costumbre es lo mismo que quiere la derecha del dinero. Por ello, las clases trabajadoras y la juventud se encontraron sin representación y, a menudo por una reacción rencorosa, votan a la derecha reaccionaria. El éxito de SalviniLe Pen, etcétera, se explica sobre todo de esa forma: unos programas políticos liberales en lo económico y enemigos de las clases trabajadoras, que se solapan perfectamente con los programas de las izquierdas fucsia. Es la alternancia sin alternativas característica de la época neoliberal: tanto si gana la derecha azul turquesa como si gana la izquierda fucsia, de todas formas el que sale ganando es el capital, que justamente tiene un ala derecha y un ala izquierda. También lo demuestra la parábola de Podemos en España. Hoy en día falta una verdadera izquierda de la hoz y el martillo y roja, no arco iris y fucsia: es decir una izquierda que sea anticapitalista y comunista, que esté a favor de la soberanía del Estado nacional y del internacionalismo solidario entre países socialistas. 

Se ha revertido la corrriente cultural de Mayo del 68.

Desde aquella revuelta, la izquierda se ha ido quedando reducida al papel de perro guardián del capital. Y por eso ha perdido las simpatías de los jóvenes y de los trabajadores. Por lo demás, si la izquierda deja de interesarse por Marx y por Gramsci, lo que hace falta es dejar de interesarse por la izquierda y proseguir con las luchas que fueron de Marx y de Gramsci. 

Es usted uno de los intelectuales italianos que más cita a Pasolini, por ejemplo sus posiciones contra el antifascismo, que él veía como una simulacro de oposición al sistema. La izquierda actual también parece alérgica a otros intelectuales comunitaristas como Christopher Lasch, que sí es citado por el gurú trumpista Steve Bannon. 

Siento adoración por Pasolini, al que considero, junto con Antonio Gramsci y con Costanzo Preve, el marxista más importante del siglo XX. Pasolini había comprendido que el antifascismo de las izquierdas fucsia, en ausencia de fascismo, iba a convertirse en el instrumento de deslegitimación de cualquier proyecto de oposición al capitalismo neohedonista.  Hoy en día, el propio anticapitalismo marxista es difamado como fascismo por los sedicentes antifascistas liberales (eso ocurre, por ejemplo, con Marco Rizzo, uno de los pocos comunistas que quedan). La izquierda no puede aceptar ni a Pasolini ni a Lasch, porque se ha apuntado al culto regresivo del progreso y de la modernización capitalista integral de la sociedad: para la izquierda, presa del ‘complejo de Orfeo’ (Jean-Claude Michéa), mirar atrás siempre es un pecado, lo que hace falta es seguir el desarrollo capitalista. La izquierda ha olvidado la lección de Pasolini, que hacía una distinción entre el desarrollo como emancipación y el progreso como avance del tecnocapital, que es justamente lo que el marxismo debería combatir en nombre de la emancipación. 

 

Faltan intelectuales y fuerzas políticas que representen a los de abajo

 

Sus análisis hacen pensar que ya no es tan útil el eje izquierda/derecha y que ha sido sustituido por nacional versus global.

La derecha y la izquierda son dos alas políticas y culturales que defienden a los de arriba, es decir a la clase dominante. Los de abajo, es decir la clase precaria de las clases medias y de los trabajadores, carecen de representación. Por eso, la geografía política ha cambiado: ya no hay derecha ni izquierda, sino arriba y abajo: el ‘arriba’ de la élite turbofinanciera exige apertura a sus actividades, desregulación económica y antropológica, globalismo y flexibilidad en todos los ámbitos, desde el laboral hasta el de género; en cambio, el ‘abajo’ debería luchar por un Estado soberano nacional democrático y por la eticidad en sentido hegeliano, es decir las ‘raíces éticas’ de la comunidad, desde la enseñanza hasta los sindicatos. En resumen, faltan intelectuales y fuerzas políticas que representen a los de abajo. Por ahora, el discurso tiene dificultades para consolidarse, porque, yo diría con Gramsci, lo viejo está muriendo y lo nuevo todavía no ha nacido. 

Supongo que ha seguido la crisis de Marruecos y España. ¿Cuál es su visión de este conflicto?

Hoy en día la clase dominante utiliza armas de inmigración masiva. Como explico en Historia y conciencia del precariado, el capital denomina acogida e integración de los migrantes a la deportación de brazos a bajo coste a los que explotar sin piedad, con los que es posible reducir los costes de mano de obra en general, e intentando crear conflictos horizontales de clase en el seno de una misma clase (migrantes contra autóctonos). El enemigo no es el migrante, sino el que lo deporta, es decir el patrono capitalista. El enemigo no es el que huye, sino el que obliga a los pueblos a huir. Lo que ha ocurrido entre España y Marruecos es un clásico ejemplo del empleo de las armas de inmigración masiva para ejercer presión sobre un Gobierno. 

¿Qué solución nos queda? 

Las derechas, no solo en Italia, luchan contra la inmigración sin luchar contra el capitalismo. Y vierten sobre los migrantes el odio de clase que por el contrario hay que verter sobre los capitalistas. Como decía, los enemigos no son los migrantes, sino quienes los deportan, es decir la clase patronal cosmopolita. La Iglesia debería, en nombre de Cristo, oponerse a este obsceno tráfico de vidas humanas. Y por el contrario dice ‘puertos abiertos’, que es la expresión preferida de la clase patronal cosmopolita. Tenía razón Ratzinger cuando decía que hoy en día solo se habla del derecho a migrar, y ya nadie habla del derecho a quedarse en su tierra y en su comunidad.

 

Para las izquierdas actuales, hablar de lucha de clases, de lucha contra la Unión Europea y de Estado soberano democrático equivale a ser fascista", lamenta

 

Ya que cita la religión, una de las cosas que más sorprenden del salvinismo es su rechazo a los valores cristianos de acogida y socorro cuando se trata de migrantes.

La derecha utiliza el cristanismo como reclamo electoral, para remitirse a unos valores que sin embargo traiciona cada día con sus acciones. La verdad es que hoy haría falta un marxismo inspirado en la corriente caliente del cristianismo, como decía Bloch: un marxismo incluso teológico, si cabe decirlo así, en lucha contra el ateísmo de la civilización de los mercados, contra su nihilismo y su relativismo. Hay más necesidad que nunca de redescubrir lo sagrado y lo trascendente, también entendidos en una acepción filosófica: lo sagrado y lo trascendente son lo no disponible, lo que no puede ser objeto de intercambio económico ni de voluntad de poder tecnocapitalista. El ser humano es una figura de lo sagrado y de lo trascendente, y por eso es preciso echar abajo cualquier relación en la que se rebaje y se explote, se humille y se pisotee al hombre. 

Usted ha sido blanco de diversas campañas de desprestigio en España, desde noticias insinuando que es fascista en La Vanguardia hasta peticiones de boicot por parte de politólogos como Steven Forti, cercano al espacio político de Ada Colau. 

¡Ladran, Sancho, luego cabalgamos! No me extrañan esas reacciones histéricas y rencorosas, fruto de la rabia y del deseo de linchamiento mediático. Si emprendieran un diálogo socrático serio, las izquierdas fucsia se encontrarían como El Coyote de "El Correcaminos", que va andando por el vacío, y cuando se para a pensarlo ¡se cae! He ahí por qué hoy en día en la izquierda no existe un verdadero debate sobre el estatus del marxismo y de la teoría filosófico-política: lo único que hay es una patética lucha identitaria, con la que se defiende la presunta pureza y se juega a tachar de fascista a todo aquel que no se ajuste a la ortodoxia y se atreva a pensar críticamente. La izquierda, exactamente igual que la derecha, hoy no puede ser la solución, porque es el problema. Hacen falta nuevas síntesis políticas, nuevas visiones, una nueva filosofía política que vuelva a poner en el centro a Marx y a Gramsci en el nuevo contexto. 

¿Has sufrido estos intentos de linchamiento intelectual en otros países?

Desde luego, también se percibe en Italia, porque también en mi país las izquierdas no se ocupan de otra cosa que no sean los ‘derechos civiles’, que es como ellas denominan los caprichos consumistas de las clases pudientes, como los vientres de alquiler. Para las izquierdas, hablar hoy de lucha de clases, de derechos sociales, de lucha contra la Unión Europea y contra el atlantismo, de un Estado soberano democrático y de marxismo equivale a ser fascista.

Su libro termina con un llamamiento a recuperar la confrontación política. ¿A quién considera el principal enemigo?

Creo que hoy, en Europa, la primera lucha que hay que emprender es contra la Unión Europea, que representa la ‘restauración’ capitalista después de 1989: hoy en día, luchar contra el capitalismo y contra la clase dominante significa luchar contra la UE, batirse por una recuperación plena de la soberanía nacional como base para redemocratizar el espacio nacional y para favorecer una redistribución keynesiana, reivindicar la autonomía nacional frente a la globalización de los vértices, y la defensa del mundo del trabajo y de las clases medias. 

 
Título: 'Historia y conciencia del precariado. Siervos y señores de la globalización'. Editorial: Alianza

 


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