EL PODER WOKE. El apocalipsis de las ideologías.

EL PODER WOKE

 

FÉLIX OVEJERO: «ESPERO UN DESASTRE APOCALÍPTICO DEL PSOE; ES NECESARIO»

Califica el discurso del Rey desde el plano conceptual como «el más republicano que se ha hecho en España si entendemos que la república es ante todo el imperio de la ley»

Por Sergi Doria

ABC, 30 MAYO 2023

Félix Ovejero, en Barcelona durante la entrevista PEP DALMAU

 

En ‘La razón en marcha’, el economista y filósofo recorre una andadura personal y política con Julio Valdeón

 

El 29 de mayo, el día después del hundimiento, Pedro Sánchez convoca elecciones para el 23 de julio. Veníamos a hablar con Félix Ovejero de ‘La razón en marcha‘ pero la convocatoria histórica -o histérica- motiva el vaticinio: «Hasta ahora el poder era lo que aseguraba la fidelidad del partido a Sánchez. Estaban agarrados para que nadie se moviera. No olvidemos que era una mayoría minoritaria. Ahora ese hilo se ha roto. No es aventurado conjeturar que es su política de pactos lo que los ha llevado al desastre. Se pasa de ser aliados circunstanciales, los barones y Sánchez, a rivales explícitos. En Navarra y el País Vasco, Bildu va a pedir apoyo para gobernar a cambio de sostener a Sánchez en Madrid. Hablando en plata: socialistas vascos tendrán que sostener en los ayuntamientos a herederos ideológicos de quienes los asesinaron. Se necesitará mucho estómago. Y en el resto de España ¿cómo vendes eso, que es precisamente el origen del desastre del domingo?»

El responsable del desastre es un político sin convicciones ni escrúpulos, subraya Ovejero: «Sánchez es un caso de manual de la triada oscura: Maquiavelismo, Narcisismo y Psicopatía. El problema es que carece de credibilidad. Tú puedes embarcar a la gente para ir a la playa, bien. Si luego dices que vas a la montaña, muchos se bajarán. Solo los fanáticos te seguirán. Pero si después sales con que quieres ir otra vez a la montaña, la cosa se complica: los de la montaña ya se bajaron del autobús. Se ha quedado sin moto que vender; ni siquiera la guerra cultural y las locuras de Podemos le rentan. Espero un desastre apocalíptico del PSOE. Es la condición necesaria para la reconstrucción de la izquierda. Aunque no sé si suficiente».

 

Espero un desastre apocalíptico del PSOE. Es la condición necesaria para la reconstrucción de la izquierda. Aunque no sé si suficiente

 
El 8 de octubre de 2017, una semana después del referéndum ilegal del 1-O, el historiador Julio Valdeón se había citado a comer con Félix Ovejero. De la primera conversación, a la que seguirían otras en modo presencial o por Zoom, surgió el primer retrato del intelectual solitario e indomable: «Ovejero funge como último o penúltimo representante de la izquierda ilustrada. Una izquierda amenazada de extinción, mientras la izquierda ‘mainstream’ agoniza millonaria de identidades, coleccionista de agravios, irracional y romántica, pueril y adolescente. Denunciarlo implica arriesgar la excomunión, y eso justamente es lo que hace Ovejero, concentrado en combatir la dictadura del abolengo y el despotismo del Rh».

Doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de Barcelona, donde imparte Filosofía Política y Metodología del las Ciencias Sociales, Félix Ovejero Lucas (Barcelona, 1957) transitó de las aulas a la arena política en la foto fundacional de Ciudadanos: Albert Boadella, Arcadi Espada, Ferran Toutain, Félix de Azúa, Francesc de Carreras, Iván Tubau, Xavier Pericay… Ensayos como ‘Contra Crogmanon‘, ‘La deriva reaccionaria de la izquierda‘ o ‘Secesionismo y democracia‘ le pusieron en el punto de mira de los inquisidores, sean de la izquierda podemita como de una burguesía catalana que oculta la pulsión depredadora bajo el disfraz victimista del pueblo oprimido.

Hablamos en el hotel Astoria de Barcelona, rodeados de las obras del artista Ricard Opisso. En una caricatura futbolística el equipo del R. C. D. Español posa con las bocas tapadas bajo el refrán de «muts i a la gàbia» («callados y a la jaula»). Parece una metáfora del régimen nacionalista, donde solo se concebía una única forma de ser catalán: la alternativa para el resto de la ciudadanía era el silencio.

 

«la espiral del silencio», cuando la mayoría calla y se impone un falso relato colectivo

 

En 1996 Ovejero publicó su primer artículo en ‘El País‘. Acababa de leer un ensayo del economista Timur Kuran, ‘Verdades privadas, mentiras públicas’: aludía a «la espiral del silencio», cuando la mayoría calla y se impone un falso relato colectivo. «El llamado oasis catalán no se sostenía con la realidad de Cataluña. Inspirado en el título de Kuran, envié mi artículo, ‘Mentiras públicas, verdades privadas’ a la edición catalana, que dirigía Lluís Bassets: ni se molestó en contestarme. Dos meses después lo volví a enviar a Madrid y Estefanía lo publicó el 21 de diciembre de 1996», explica.

Discípulo aventajado del filósofo marxista Manuel Sacristán, Ovejero constató cómo la versión catalana del PCE, el PSUC y su escisión maoísta Bandera Roja encarnaban en gran parte los «señoritos de mierda» que Juan Marsé satirizó en ‘Últimas tardes con Teresa’. Burgueses que acabaron compartiendo el poder con un pujolismo que les tachaba de poco catalanistas. Esa izquierda, señala Ovejero, «ha renunciado a los principios que históricamente la había definido para volverse hacia los valores que tradicionalmente ha asumido la derecha como la identidad. El nacionalismo plantea dos cosas: nosotros participamos de una identidad y por esa identidad ni redistribuimos ni queremos votar contigo. El principio señorial contra los Estados Generales. Si apuestas por la democracia tienes que combatir el secesionismo».

El diagnóstico sobre el viejo PSUC es igualmente aplicable al PSC que Ovejero define como «el nacionalismo con unos años de retraso». La deriva soberanista del Tripartito de Maragall y la reforma del Estatuto de Cataluña, que nadie demandaba, fueron motivos fundacionales de Ciudadanos.

Discurso republicano del Rey

Después del 1-O de 2017 llegó el 3-O, con una huelga general bendecida desde la Generalitat. Ovejero compara el discurso del Rey con el de Kennedy contra George Wallace, gobernador racista de Alabama. «Wallace consideraba que no existía un imperio de la ley por encima de una voluntad popular». Por eso califica el discurso del Rey desde el plano conceptual como «el más republicano que se ha hecho en España si entendemos que la república es ante todo el imperio de la ley». A quienes cuestionan la Monarquía porque no se validó en un referéndum lanza una respuesta demoledora: «Tampoco se preguntó sobre el estado de las autonomías. Si hoy se celebrara un referéndum ganaría la Monarquía».

Ovejero no contempla justificación democrática alguna para un referéndum de autodeterminación: «El nacionalismo consiste en generar problemas a los que se presentan como solución y crear un nuevo problema, porque viven de la deslealtad. Su objetivo es la obstrucción de una comunidad política común». Comenzamos esta conversación hablando de Sánchez y acabamos con otras figuras del laberinto de la izquierda. Yolanda Díaz: «La inanidad bienintencionada, la vaciedad absoluta…». Ada Colau, descabalgada alcaldesa de Barcelona: «Ella y su partido han aprendido política a nuestra costa. Un producto más de la frivolidad de los pijos catalanes que le votaron porque creyeron que no tendría consecuencias».

 

«La izquierda ha desaparecido. Luego se sorprenden de que Savater vote a Ayuso» (Félix Ovejero)

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Teína

 

 

¿Y si el neurótico sólo es alguien sano viviendo en una sociedad enferma? Generalmente los síntomas te advierten del mal, no son la causa de este.

 

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¿POR QUÉ LA IZQUIERDA WOKE CRIMINALIZA EL SEXO Y BANALIZA EL TERRORISMO?

El ideario sexual woke está plagado de malentendidos puritanos que nos alejan del sexo para acercarnos a la violencia en estado crudo

Por David Souto Alcalde, 28 MAYO 2023

EL SEXO  DE LOS ÁNGELES WOKE
Jorge Javier Vázquez entrevista a Yolanda Díaz (YOUTUBE)

 

Pégame un tiro en la sien pero no me mires el culo. He aquí la máxima que se desprende de la extraña moral woke defendida por la izquierda empoderada, quien prometiendo evitar toda violencia (las microagresiones, el maltrato a ratones, los toros) y jurando defender a las víctimas, justifica que siete terroristas pretendan representar tras las próximas elecciones municipales a los familiares de aquellos a quienes asesinaron, mientras impide presentarse a cualquier candidato que sea acusado, sin pruebas e informalmente, de una «conducta sexualmente disruptiva» como haber flirteado de manera no correspondida con una compañera. El código ético de Bildu, equiparable al de cualquier partido de la izquierda woke, es explícito en este sentido, pues muestra «tolerancia cero ante cualquier acto, expresión o comentario machista, lgtbifóbico, racista o xenófobo«, aunque permite, claro está, la presencia de afiliados que han asesinado. Hay que recordar, sin embargo, que esta intolerancia ante la barbarie patriarcal no parecía existir en el ambiente abertzale reflejado en La muerte de Mikel, película dirigida por Imanol Uribe en 1984, que muestra de manera verosímil como un pro-etarra es expulsado de una lista electoral en cuanto sus compañeros descubren que es un homosexual practicante (¿alguien va a negar, pese a la incredulidad de Yolanda Diaz acerca de por qué hay homosexuales que votan a la derecha, que la izquierda ortodoxa ha sido siempre profundamente homófoba?).

Este sorprendente cambio de criterio no solo sugiere que la moral woke constituye el nuevo eje de terror y disciplinamiento social al poder acusar de manera arbitraria a cualquiera de ser machista o homófobo sino que revela que la izquierda «radical» ha aceptado únicamente la homosexualidad cuando el capitalismo global ha desexualizado a esta y la ha convertido en una identidad normativa despojada del carácter subversivo, incontrolable y socialmente revolucionario que la sexualidad posee. No nos engañemos. La izquierda tecnócrata (no confundir con la izquierda popular o comunalista, como señalé en otro artículo) siempre ha intentado anular el carácter políticamente plebeyo y anónimo de la sexualidad, bien desprivatizándola a la fuerza para controlarla mediante comunas (tener relaciones sexuales es como beber un vaso de agua, decían los bolcheviques, así que todos podemos retozar con todos y en todo momento) o sometiéndola a un celoso escrutinio como sucede hoy en día. El Ministerio de Igualdad no oculta sus intenciones en este sentido, pues no solo intenta controlar los aspectos más nimios de nuestra sexualidad para que esta no pueda llegar a ser sexual y se reduzca a un mero trámite burocratizado, sino que intenta imponer la auto-masturbación frente al sexo en pareja o convertir el sexo en castigo. ¿Cómo entender ese video en el que se invita a los varones heterosexuales atractivos (los feos quedan fuera) a gozar con una mujer obesa, con otra con regla y con una madura como si esto no lo hubiesen hecho siempre por gusto los hombres y tuviese que convertirse en condena para poder ser asimilable? 

El violento retorno de un molde patriarcal barnizado de morado es el que explica este intento de exterminar todo lo que tenga que ver con el sexo y la atracción sexual (esto es, con el amor en un sentido clásico). Es más, el sexo, en su carácter más humano, ha pasado a sustituir en la agenda de izquierdas al capital en tanto que mal de males. Pero ¿qué tiene de político y disruptivo el sexo para que la izquierda tecnócrata lo considere un crimen contra la humanidad al tiempo que legitima el asesinato como un mal necesario para nuestra armónica convivencia?

 

 

La ilegalización de la naturaleza política del sexo

Es una ley inmutable que quizás el poshumanismo y la revolución digital puedan llegar a alterar: en cualquier lugar en el que haya un ser humano habrá sexualidad. Si la izquierda woke hubiese leído un poco se habría dado cuenta de que el grueso de los escritos que la Humanidad ha producido a lo largo de varios milenios intenta explicar qué es el sexo para así poder dar cuenta del misterio que supone su desconcertante carácter ético y político. En tanto que motor continuo de curiosidad y deseo, la sexualidad está detrás de toda abertura a lo desconocido y desafía de manera incontrolable a las estructuras de poder. Es por eso que las fuerzas del mal han intentado siempre controlar su anárquica viscosidad y anular su potencial político, en lugar de intentar entenderla en sus aparentes contradicciones. 

 

El sexo es, en definitiva, un rasgo de nuestro carácter humano y no señal de ninguna tara psíquica

 

El sexo es aquello que nos diferencia de los animales, pues según afirma la antiquísima tradición de la que nuestro Juan Ruíz se hace eco en el Libro de buen amor (1330), el hombre tiene deseo sexual «todo tienpo syn mesura» mientras que las «aves, animalias [y] toda bestia de cueva» limitan su sexualidad a los periodos de celo. En otras palabras, la sexualidad es la base de la racionalidad humana y, adaptando la tesis de Edward Slingerland sobre el alcohol, es muy posiblemente aquello que nos ha permitido superar los límites de la manada homínida y abrirnos constantemente a otras personas hasta crear una colaboración entre individuos llamada sociedad que supera en su complejidad a la de cualquier especie. El sexo es, en definitiva, un rasgo de nuestro carácter humano y no señal de ninguna tara psíquica.

El ideario sexual woke está plagado de malentendidos puritanos que nos alejan del sexo para acercarnos a la violencia en estado crudo. El primero de estos mitos negativos es el que afirma que el sexo es una fuerza abusiva que ejercen los poderosos sobre los oprimidos. Más bien al contrario, el sexo invierte las lógicas de poder establecidas en el mundo social e iguala como la muerte, pero en vida, al que tiene más poder con el que tiene menos, pues entre otras cosas permite desmitificar al poderoso al mostrarlo en toda su vulnerabilidad. El sentido común, derivado de la experiencia práctica pero también de la reflexión, que proclamaba hasta hace poco esta verdad era el mismo que tenía claro que ni la violación ni el acoso son sexo y que, por lo tanto, no hay ninguna relación entre la sana demostración de interés sexual y la criminalidad.

El causante de este cambio de paradigma ha sido, en parte, el movimiento Me too que ha pervertido intencionalmente el sentido del sexo al asumir que la sexualidad es cosa de hombres y que el abuso de poder late detrás de toda atracción sexual de un macho, marcado como heterosexual, cara a una hembra identificada como víctima sin agencia. Ideado por la oligarquía demócrata estadounidense, Me too saltó de Hollywood a las universidades de élite para que las alumnas más adineradas expropiasen a los alumnos y alumnas más marginados social y económicamente el rol de víctimas con el fin de ahondar a mayor velocidad el proceso de estamentalización en marcha. Mediante este juego de manos, las verdaderas víctimas de la sociedad estadounidense ya no se encuentran en la calle o en universidades públicas de cuarta fila de acuerdo con los viles rankings de excelencia educativa, sino en Princeton, Harvard o Stanford y serán las mimas que se dedicarán, desde puestos de poder, a esquilmar el mundo.

La ancestral prueba de que el sexo no consiste en un abusivo juego de poder que reproduce las jerarquías sociales la encontramos en mitos como el de Cupido, ese retoño que al tener los ojos vendados y no mirar a quien dispara enamora siempre a aquellos que no debieran enamorarse por intereses económicos, familiares o diferencias culturales y que hace que incluso los más poderosos o sabios se comporten como pobres idiotas. La mitología del amor (insisto, de la atracción sexual, en ningún caso del amor romántico) no permite identificar las intenciones del sujeto atraído sexualmente por una mujer con el control abusivo, arbitrario y patriarcal de un macho alfa sino más bien con la emasculación casi absoluta que el venusino embrujo produce al convertir al enamorado en un inocente niño desprovisto casi de voluntad.

En este sentido, el sexo es peligroso para la izquierda woke porque desafía sus ansias tecnócratas y estamentales al promover la unión de aquellos que nunca debieran juntarse, sean Romeo y Julieta, Píramo y Tisbe o la «españolista» Inés Arrimadas y el «independentista» Xavier Cima. El carácter revolucionario del sexo parte de establecer una conexión íntima y singular entre personas que siempre debe ser hasta cierto punto privativa para que funcione (incluso si nos encontramos en medio de la más orgiástica orgía) y que por eso no puede darse de buenas a primeras sin que medien ambigüedades, tabúes, miedos, malentendidos y frustraciones. La seducción es la encargada de transformar la sexualidad en sexo, pero su camino no puede ser pautado por la burocracia legal de un consentimiento propio de robots pero no de humanos, pues el mandato ético de toda conquista amorosa es traspasar con humanidad fronteras para que aquella persona a la que le estamos tocando a la puerta sepa que existimos.

El puritanismo woke ha condenado, sin embargo, la seducción al destierro, mostrando así que el modelo social que ansían es el de un infantil voluntarismo en el que cada persona ya sabe de antemano con quien quiere estar y cierra por completo la puerta a todo desconocido. Puede que sea tan de sentido común decirlo que llegue a ser incorrecto, pero las más de las veces, hasta que encontramos una pareja definitiva, no sabemos exactamente si queremos estar con una persona que pide permiso para entrar en nuestra vida o no, y es por eso que debemos respetar a todo ser humano que cívicamente se acerque a nosotros. Algo similar a esto es lo que defendieron en 2018 Catherine Deneuve y otras celebridades francesas al reclamar el derecho de los hombres a importunar. En un agudo artículo publicado durante la polémica, Elvira Navarro defendía como feminista esa postura que además de condenar toda violencia sexual denunciaba que se presentase a las mujeres como víctimas o «como seres que no son dueños de su propio deseo ni de su conducta«. La autora añadía que «también las mujeres somos a veces babosas y hemos tocado alguna rodilla que no correspondía» y se preguntaba: «¿(…) es este el feminismo que queremos? ¿Un feminismo donde unas mujeres le dicen a otras lo que pueden o no decir?«.

No es no a la barbarie, sí al amor

El feminismo patriarcal que ordena a mujeres (y a hombres, excepto si deciden transicionar para purificar su abyecta identidad) lo que hay que hacer es, en efecto, el que está detrás del ataque woke a la sexualidad. El control que pretende ejercer sobre las mentes, cuerpos y maneras de expresarse es tan grande que hace apenas unos días Alana S. Portero en un artículo titulado ‘Así no se habla‘ aleccionaba como escoria a las plebeyas mujeres que osaron cuestionar a Rita Maestre por su boda en Las Vegas, a Irene Montero por conseguir sin más oficio ni beneficio que un sueldo temporal de ministra una macro-hipoteca para su chalé, o a Ángela Rodríguez PAM por su ensañamiento con los hombres y personas delgadas. No es casual que sean estos mismos controladores de conductas los que sustituyen la sexualidad por formas de identidad privilegiadas propias de una casta que, en nombre de la comunidad LGTBI o del poliamor, pretenden desexualizar las relaciones íntimas que tanto los individuos como los miembros de parejas «normativas» puedan tener, sin necesidad de etiquetas, con otras personas. Pensemos, por ejemplo, en las recientes declaraciones de ‘Pam‘ afirmando el supremacismo ético de las lesbianas sobre otras mujeres o en Yolanda Díaz y Jorge Javier riéndose de lo tristes que somos los hombres «heterosexuales«, criados únicamente, según su criterio, para luchar en las guerras. (Mención aparte merecería el uso instrumental de la moral Me too para aplacar toda disidencia, como muestra la falsa acusación a sabiendas de acoso sexual que la cúpula de Podemos utilizó contra José Manuel Calvente para expulsarlo del partido y desprestigiarlo públicamente).

Estamos en un punto de no retorno. La izquierda tecnócrata, que siempre ha sido enemiga de las mayorías sociales, se está convirtiendo hoy en día, al amparo del ideario woke, en una fuerza hegemónica al servicio de todo lo malo que un ser humano pueda imaginar. Si la inteligencia artificial quiere privarnos de esa facultad universal de politización y conocimiento práctico de la realidad que es el ingenio, la izquierda woke pretende erradicar la sexualidad, nuestro bastión último de politización, interacción y conocimiento directo del otro. Sin ingenio y sin sexualidad, condenados a ser autómatas al servicio de las pantallas, nos quedaremos en nada y no tendremos ni tan siquiera el privilegio epistémico de los esclavos. 

Tenemos que ser valientes y oponernos a la brutal violencia que pretenden que ignoremos. No valen teorías sobre golpes de estado ni sobre el afán de la derecha de ilegalizar a partidos independentistas. Si es cierto que la izquierda abertzale ha renunciado al terrorismo no se puede entender más que como una carnicera provocación que lleven en sus listas a asesinos que pretenden gobernar a las mujeres, maridos, hijos y nietos de sus víctimas. Es por eso que si de verdad decimos enfrentarnos a la opresión, debemos gritar no a los nuevos talibanes woke que buscan violencia en cada acercamiento sexual (¡o incluso personal!) al mismo tiempo que banalizan el asesinato del prójimo. No temamos que nos tachen de homo retrogradus y proclamemos -a poder ser, de manera contrahippie– el amor sexual y no la guerra. Entendiendo que se decide entre humanidad o barbarie, este domingo, yo, que siempre he votado a la izquierda, tengo la conciencia tranquila porque no acudiré a votar. 

 

 

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EL APOCALIPSIS DE LAS IDEOLOGÍAS: CÓMO DEFINIRSE EN LA CONFUSA POLÍTICA ACTUAL

Si una cosa nos deja claro el momento presente es que capitalismo y socialismo se han finalmente fusionado, dando rienda suelta a la pulsión tecnócrata y autoritaria.

En un abrir y cerrar de ojos, todos aquellos que desde la izquierda defendían políticas de redistribución de la riqueza pasaron a ser considerados criptofascistas (rojipardos, neorrancios, etc.), mientras que los defensores de políticas asociales y estamentales que hacen de la identidad un producto de consumo, pasaron a encarnar el verdadero socialismo.

Es sencillo constatar que la revolución tecnócrata-global iniciada en 2019 ha producido cambios en los cimientos de nuestras estructuras ideológicas que serían impensables antes de esas fechas. La conjunción de intereses más extraña que este atentado contra la ciudadanía llevó a cabo fue la que unió en una agenda de mínimos a anarcocapitalistas seguidores de Hayek, Mises y demás “austríacos” con simpatizantes de la izquierda comunalista.

Por David Souto Alcalde, 20 Abril 2023

Momento de la ópera ‘Nixon en China’. CAMILLA WINTHER

 

La ideología ha muerto, ¡viva la ideología! Por exagerado que parezca, nunca ha sido más necesario posicionarse ideológicamente que en nuestros días. La lucha sin cuartel que se libra entre democracia y tecnocracia hace que no sean posibles medias tintas y que, cargados de argumentos y de una concepción concreta del hombre, la sociedad y el rol de la política, debamos apostar por una opción u otra. Nunca ha sido, sin embargo, tan desconcertante tomar partido entre los distintos bloques. La división izquierda/derecha, que sigue corriendo por nuestras venas como si fuese sangre verdadera y no una adulterada sustancia que nos embota la razón, nos impide ver que las realidades ideológicas que cada uno de estos bloques acoge son tan divergentes entre sí que pareciese que una mente diabólica separó en ellas lo que era similar, y unió lo que era diferente, para así condenar la racionalidad política al desarraigo y la psicosis.

Hablando de manera clara: hay cierta parte de la izquierda que siempre ha debido ir de la mano de cierta derecha en su defensa de una vanguardia tecnócrata y autoritaria que dirija los destinos de la población en aras de un futuro pretendidamente utópico (es decir, buena parte de los defensores del comunismo y del capitalismo en su dimensión práctica y real). Existe, sin embargo, un vector de la izquierda que en su defensa del poder político común y del derecho a la autosubsistencia como base de la libertad siempre ha debido ir con la derecha que se enfrenta a la concentración del poder y defiende la eticidad de nuestro legado antropológico (es decir, comuneros y tradicionalistas, aunque incluyendo también a los liberales anti-monopolistas, a los comunistas heterodoxos y, como no, a gran parte de los anarquistas de izquierda y derecha).

El desconcierto ideológico imperante queda claro si acudimos a los medios y prestamos atención a qué es lo que dice defender cada quien, y a lo que realmente defiende. Por ejemplo, si sintonizamos EsRadio, medio apologeta del capitalismo como base de la civilización, no solo escucharemos las proclamas de Jiménez Losantos contra el Foro Económico Mundial e instituciones capitalistas afines, sino también sus alertas contra la expropiación de bienes comunales y privados que está llevando a cabo Forestalia para implantar aerogeneradores eléctricos en Teruel por medio de técnicas de destrucción social y ambiental. El elemento más desconcertante de esta crítica es que, aunque Losantos describe a la perfección el intervencionismo masivo que siempre caracterizó al capitalismo en su lógica de creación forzada de mercados verticales, atribuye este al comunismo que estarían promoviendo las élites financieras mundiales y no al capitalismo verde que estas defienden abiertamente. Por si la confusión fuese poca (¿se ha vuelto comunista el capitalismo?), Mónica García, la médico de Más Madrid que nos recomendaba sustituir el alcohol por un vasito de agua, no tiene ningún problema en declararse, desde su ideología de izquierdas, fan del Foro Económico Mundial (presidido por un individuo de pasado nazi desde 1971 que se declara amante de la más distópica política eugenésica) y de todo lo que la élite empresarial mundial cueza en los resorts de Davos. 

 

Desde tiempos del desarrollismo franquista se ha ido implantando un socioliberalismo de facto en el que, una vez entrados en democracia, poca diferencia ha habido entre que gobernase la izquierda o la derecha

 

Este momentum de confusión ideológica queda claro si acudimos a la revista CTXT, que pese a presentarse a sí misma como furibundamente anticapitalista y tener estampitas de Noam Chomsky (el Tamames yanqui) a lo ancho y largo de sus páginas, nos presenta artículos que no solo defienden al Foro Económico Mundial sino que, en su superación del keynesianismo, apuestan a nivel práctico por políticas propias del capitalismo de destrucción creativa schumpetteriano popularizado por Mariana Mazzucato. En este sentido, debemos destacar el blanqueamiento de ChatGPT llevado a cabo por Sebastian Faaber, quien en una apología ye-yé del impacto de esta tecnología en la educación afirmaba que “la aparición de la inteligencia artificial ha sido una sacudida bienvenida: un desafío para inventar una pedagogía inimitable, impredecible, que no trate a los alumnos como si fueran robots. Es decir, todo profesor que no se reinvente de acuerdo con los dictados del mercado tecnológico y no participe en una competición sin fin, adaptándose a la “sacudida” del capitalismo (“vendavales de destrucción creativa”, que decía Schumpeter), será relegado a la cuneta histórica de los inútiles (¿no es este discurso abiertamente capitalista, añejamente neoliberal?).

En una línea similar, Nuria Alabao, reconocía en otro artículo el problema futuro que supone la baja natalidad existente en España pero tachaba como etnonacionalismo promover políticas de natalidad (que serían una agresión a la mujeres blancas españolas, suponemos) y apostaba por competir, cuando llegue el momento, con otros países para captar el mayor número de inmigrantes posibles, porque, ya sabemos, atraer mano de obra barata que tenga un estatuto de ciudadanía de segunda o tercera clase para que nos pague las pensiones es política humanitaria (¿desconoce Alabao lo que le ha sucedido a los inmigrantes que desde el siglo XIX han acudido a las llamadas de grandes capitales?)

En definitiva, amarrado a su inconsciente ideológico, el capitalismo, en la más deshumanizada y autoritaria de sus versiones, se está convirtiendo en el espíritu de la nueva izquierda global.

La fusión final de capitalismo y socialismo

¿Son estas posiciones ejemplos de disforia ideológica que requieren la aprobación exprés de una Ley Trans de la ideología, o se trata en realidad de tomas de partido coherentes que muestran en este momento de apocalipsis o revelación ideológica que las aguas están volviendo a su cauce y que cada quien defiende aquello que siempre creyó defender con los vocablos equivocados? Si una cosa nos deja claro el momento presente es que capitalismo y socialismo se han finalmente fusionado, dando rienda suelta a la pulsión tecnócrata y autoritaria que siempre los caracterizó. Por muy contradictorio que pueda parecer equiparar estas dos ideologías, debemos reconocer que la única contradicción es la que se produce entre nuestro ego socialista o capitalista y la terca realidad política. Socialismo y capitalismo son dogmas de fe teóricos que, nacidos como dos reversos de la misma moneda (creencia ciega en el progreso, la industria, etcétera), llevan mezclados ya demasiado tiempo en la práctica como para negar su efectiva coexistencia. El bloque capitalista solo pudo sobrevivir mediante la implantación de políticas de inspiración socialista (pensemos en el New Deal de Roosevelt) mientras que el bloque comunista tuvo que resignarse a promover desde muy pronto un capitalismo de estado que ha dado lugar, en cierto sentido, a la distópica quimera sociocapitalista china tras los pactos entre Nixon y Mao de 1972. 

 

 

En España la situación no ha sido muy diferente, pues desde tiempos del desarrollismo franquista se ha ido implantando un socioliberalismo de facto en el que, una vez entrados en democracia, poca diferencia ha habido entre que gobernase la izquierda o la derecha. Esto no significa negar intentos en diferentes lugares del globo de imponer revoluciones capitalistas o comunistas en las últimas décadas, las diferencias que puedan existir en el estado español entre comunidades autónomas que hayan enfatizado más un modelo u otro, o el impacto que una pequeña variación en la política económica pueda tener en la vida de amplios grupos de ciudadanos. Se trata simplemente de afirmar que la distinción izquierda/derecha ha sido el opio de las sociedades surgidas del proyecto ordoliberal europeo, el muro que nos ha impedido ver quiénes son nuestros potenciales aliados de lucha ideológica y quienes nuestros adversarios.

La implosión de la revolución tecnócrata

El corrimiento de tierras ideológico que ha destrozado los bastiones de izquierda y derecha lleva décadas gestándose, pero se hizo notorio tras la revolución tecnócrata-global declarada en marzo del 2020 a propósito de la crisis de la covid-19. El elemento que demuestra que se trata de toda una revolución es que muchos de los que apoyaron con entusiasmo la caza de brujas y las medidas autoritarias y contracientíficas implantadas en aquel momento, despertaron en cuanto comprobaron que la tecnocracia global autoritaria empleada entonces se normalizaba. Para muchos queda ya claro que el propósito del régimen tecnócrata global en ciernes no es otro que imponer arbitrariamente y al margen la división de poderes, la esfera pública o los protocolos de la ciencia, medidas en nombre del cambio climático, la digitalización, la búsqueda de la igualdad o la resignificación woke de lo que es un individuo. Estas políticas no parecen tener otra finalidad que la de destruir el tejido social y extraer riqueza a unos niveles nunca antes vistos. 

 

La división ya no será entre izquierda y derecha sino entre proactivos y precaucionarios

 

Este mismo furor revolucionario es el que comenzó a alterar el contenido de las distintas ideologías. En un abrir y cerrar de ojos, todos aquellos que desde la izquierda defendían políticas de redistribución de la riqueza pasaron a ser considerados criptofascistas (rojipardos, neorrancios, etc.), mientras que los defensores de políticas asociales y estamentales que hacen de la identidad un producto de consumo, pasaron a encarnar el verdadero socialismo. Este proceso de expropiación ideológica no tardará en llegar a la derecha capitalista, haciendo que aquellos liberales que dicen estar en contra de los monopolios y defienden la seguridad material y jurídica del individuo sean tachados de capitalistas reaccionarios, de traidores, o de socialistas encubiertos si se atreven a criticar el autoritarismo tecnócrata de los grandes poderes mundiales, y no aceptan entregar su cuerpo, su alma, e incluso su casa, a causas como la de la Agenda 2030.

Es sencillo constatar que la revolución tecnócrata-global iniciada en 2019 ha producido cambios en los cimientos de nuestras estructuras ideológicas que serían impensables antes de esas fechas. La conjunción de intereses más extraña que este atentado contra la ciudadanía llevó a cabo fue la que unió en una agenda de mínimos a anarcocapitalistas seguidores de Hayek, Mises y demás “austríacos” con simpatizantes de la izquierda comunalista. Esta confluencia nos muestra que estamos ya viviendo bajo un ethos posthumano, pues si hay algo que unifica a estos dos colectivos es la negativa a creer que un grupo selecto de individuos, por superdotados cognitivamente que sean, pueda entender cómo funciona una sociedad e imponer medidas verticales que hagan que esta llegue a un estadio superior (proyecto del posthumanismo). En este sentido, la democracia popular defendida por cierta izquierda (“o povo é quen máis ordena”) acaba convergiendo con lo que hasta ahora parecía una parodia de la misma, es decir, la consideración de que un mercado ha de estar desregulado porque es la gente con la lógica de compraventa la que decide los precios, pues solo Dios, según decía Juan de Lugo en el siglo XVII, puede conocer el valor real de cada cosa, vistos los múltiples factores que intervienen en este.

En nuestro país esta revolución tecnócrata-global ha producido enormes modificaciones al convertir a los nacionalismos subestatales en defensores del globalismo autoritario deseosos de entregar las soberanías nacionales, que debieran proteger, a las grandes estructuras de gobernanza mundial y privilegiando, por lo tanto, tecnocracia frente a democracia. Si Ana Pontón, líder del BNG, pedía durante la pandemia al presidente de la Xunta que implantase las mismas políticas de corte fascista que Jacinda Ardern estaba imponiendo en Nueva Zelanda (curioso que no reclamase medidas como las de Suecia o incluso México), el catedrático de Stanford Joan Ramon Resina proclamaba hace un par de semanas la superioridad racional de los catalanes sobre los españoles, por no caer los primeros, como los segundos, presa de discursos que cuestionasen las medidas tecnócratas relativas a la crisis de la covid-19, el cambio climático o la política otanista en la guerra de Ucrania. Según el eximio iberista, esta supuesta diferencia de criterio se debería a la naturaleza europea de los catalanes versus la naturaleza africano-oriental de los españoles, que los haría ingeniosos e impetuosos pero poco racionales.

El apocalipsis de las ideologías ante el posthumanismo

El proceso de beatificación de la tecnocracia ejemplificado en los casos anteriores lleva tiempo ganando adeptos en la esfera pública española por medio de las defensas que de ella hacen santos varones como Daniel Innerarity al fantasear con la idea de que vivimos en sociedades tan complejas que las decisiones no pueden ser ya tomadas de acuerdo con los protocolos de las democracias liberales. Esta disyuntiva, sin embargo, está intrínsicamente relacionada con el proyecto de dominación política en marcha del posthumanismo. Partiendo de una reconfiguración ideológica similar a la descrita en este artículo, los transhumanistas Fuller y Lipinska nos alertan de que, en la sociedad de la inteligencia artificial, la división ideológica ya no será entre izquierda/derecha sino entre proactivos (aquellos que aceptan los dictados biotecnológicos para mejorar como especie, pese a los riesgos que implican y la anulación de libertades que conllevan) y los precaucionarios (aquellos que prefieren seguir siendo humanos, anteponiendo la seguridad física y material a experimentos de dudoso resultado). 

Fuller y Lipinska presentan el transhumanismo/posthumanismo como una evolución natural del capitalismo que acabaría arrastrando a la izquierda hacia sus redes. En este sentido, todo liberal que defienda la libertad individual y jurídica de los individuos, así como su derecho a la propiedad, debiera estar en pie de guerra ante la realidad capitalista que se está conformando a manos de la ortodoxia posthumana. Por ejemplo, los mismos Fuller y Lipinska afirman desde un prisma imperialista cristiano que el ser humano ha recuperado su divinidad al ser absuelto del pecado original por la redención de Cristo y que, por lo tanto, está obligado a tratar su propio material genético como un capital (partiendo de la idea de hedge fund hablan de hedge genetics) y sumirse en una lógica de riesgo extremo que, por medio de ensayo-error, permita a otros individuos de la especie alcanzar mayores niveles de inteligencia y longevidad y alcanzar así el estatus divino prometido. Para conseguir estos objetivos, los autores apuestan por lo que denominan un enfoque proactivo que cambiaría nuestro reglamento civilizatorio en al menos tres niveles fundamentales. En primer lugar, modificando los protocolos científicos (acelerándolos, sin necesidad de testeos rigurosos) y dejando de lado la máxima Primum non nocere (“Lo primero es no hacer daño”) atribuida al juramento hipocrático; en segundo lugar, modificando las bases del contrato social y de los estados de bienestar para que los individuos puedan asumir riesgos genéticos (formar parte de un experimento, etc.) y ser recompensados por ello; por último, acabando con la cultura socioliberal de los derechos individuales.

Estas ideas, por muy delirantes que parezcan, forman parte de un nuevo sentido común en ciernes, y no será extraño encontrarse cada vez con más férreos defensores de ellas. Las instituciones globales están ya recorriendo este camino, como muestra el hecho de que Jeremy Farrar, hasta hace poco presidente de Wellcome Trust, institución que patrocina proyectos transhumanos con una agenda prácticamente idéntica a la descrita arriba, haya sido nombrado científico jefe de la Organización Mundial de la Salud.

Es por eso que la batalla ideológica es inminente. No se trata ya de discutir lo que debiera ser la izquierda o la derecha mientras tarareamos canciones de Ismael Serrano, sino de asumir que el verdadero dilema está en la estructura del poder político, y que las opciones que se nos presentan, ofuscadas entre colores y culturas políticas, son solo dos: tecnocracia o democracia

 

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En su nuevo libro Generación idiota, @AgustinLajeOk nos muestra cómo y por qué nuestras sociedades modernas reverencian hoy al adulto-adolescente, aquel que carece del conocimiento mínimo para la vida pública y cuyo interés es únicamente mirarse el ombligo. El idiota posmoderno vive para darse placer y se rige enteramente por sus impulsos emocionales, que para él son verdades absolutas. En este vídeo resumo brevemente las claves de Generación idiota, lectura que recomiendo encarecidamente.

 

 

EL PODER WOKE

 

 


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