EL BANQUERO ANARQUISTA
«Si un hombre nació para esclavo, la libertad, siendo contraria a su índole, será para él una tiranía«
Por Fernando Pessoa
Habíamos concluido de cenar. Frente a mí, el banquero, mi amigo, gran comerciante y acaparador notable, fumaba como quien no piensa. La conversación, que había ido apagándose, yacía muerta entre nosotros. Intenté reanimarla, al azar, sirviéndome de una idea que me pasó por el pensamiento. Me di vuelta hacia él, sonriendo.
-Es verdad: me dijeron hace días que Ud. en sus tiempos fue anarquista…
-Fui, no: fui y soy. No cambié con respecto a eso. Soy anarquista.
-¡Ésa sí que es buena! ¡Usted anarquista! ¿En qué es Ud. anarquista?… Sólo si ud. le da a la palabra cualquier sentido diferente…
-¿Del habitual? No; no se lo doy. Empleo la palabra en el sentido habitual.
-¿Quiere ud. decir, entonces, que es anarquista exactamente en el mismo sentido en que son anarquistas esos tipos de las organizaciones obreras? ¿Entonces entre Ud. y esos tipos de la bomba y de los sindicatos no hay ninguna diferencia?
-Diferencia, diferencia, hay. Evidentemente que hay diferencia. Pero no es la que Ud. cree. ¿Ud. duda quizás de que mis teorías sociales no sean iguales a las de ellos?…
-¡Ah, ya me doy cuenta! Ud., en cuanto a las teorías, es anarquista; en cuanto a la práctica…
-En cuanto a la práctica soy tan anarquista como en cuanto a las teorías. Y en la práctica soy más, mucho más anarquista que esos tipos que Ud. citó. Toda mi vida lo demuestra.
-¿¡Qué!?
-Toda mi vida lo demuestra, hijo. Ud. es el que nunca prestó a estas cosas una atención lúcida. Por eso le parece que estoy diciendo una burrada, o si no, que estoy jugándole una broma.
-¡Pero, hombre, yo no entiendo nada!… A no ser…, a no ser que Ud. juzgue su vida disolvente y antisocial y le dé ese sentido al anarquismo…
-Ya le dije que no; esto es, ya le dije que no doy a la palabra anarquismo un sentido diferente del habitual.
-Está bien… continúo sin entender… Pero, hombre, ¿ud. quiere decir que no hay diferencia entre sus teorías verdaderamente anarquistas y la práctica de su vida, la práctica de su vida como ella es ahora? ¿Ud. quiere que yo crea que ud. tiene una vida exactamente igual a la de los tipos que habitualmente son anarquistas?
-No; no es eso. Lo que yo quiero decir es que entre mis teorías y la práctica de mi vida no hay ningún desacuerdo, sino una conformidad absoluta. De allí que no tenga una vida como la de los tipos de los sindicatos y de las bombas, eso es verdad. Pero es la vida de ellos la que está fuera del anarquismo, fuera de sus ideales. La mía no. En mí, sí, en mí, banquero, gran comerciante, acaparador si Ud. quiere, en mí la teoría y la práctica del anarquismo están reunidas y ambas son verdaderas. Ud. me comparó con esos tontos de los sindicatos y de las bombas para indicar que soy diferente de ellos. Lo soy, pero la diferencia es ésta: ellos (sí, ellos y no yo) son anarquistas sólo en la teoría; yo lo soy en la teoría y en la práctica. Ellos son anarquistas y estúpidos, yo anarquista e inteligente. Es decir, mi viejo, soy yo quien es el verdadero anarquista. Ellos, los de los sindicatos y las bombas (yo también estuve allí y salí de allí precisamente a causa de mi verdadero anarquismo), ellos son la basura del anarquismo, los hembras de la gran doctrina libertaria.
-¡Eso ni el diablo lo ha oído! ¡Eso es espantoso! ¿Pero cómo concilia Ud. su vida, quiero decir su vida bancaria y comercial, con las teorías anarquistas? ¿Cómo lo concilia Ud., si dice que por teorías anarquistas entiende exactamente lo que los anarquistas ordinarios entienden? ¿Y Ud., todavía por encima, me dice que es diferente de esa gente por ser más anarquista que ellos, no es verdad?
-Exactamente.
-No entiendo nada.
-¿Pero Ud. pone empeño en entender?
-Todo el empeño.
Él se quitó de la boca el cigarro, que se había apagado; volvió a encenderlo lentamente; miró el fósforo que se extinguía; lo depositó suavemente en el cenicero; después, irguiendo la cabeza, por un momento inclinada, dijo:
-Oiga. Yo nací del pueblo y en la clase obrera de la ciudad. De bueno no heredé nada, como puede imaginar, ni la condición ni las circunstancias. Apenas me aconteció tener una inteligencia naturalmente lúcida y una voluntad un tanto más fuerte. Pero ésos eran dones naturales, que mi bajo nacimiento no me podía quitar.
«Fui obrero, trabajé, viví una vida ajustada; fui, en resumen, lo que la mayoría de la gente es en aquel medio. No digo que absolutamente pasase hambre, pero anduve cerca. Por otra parte, podía haberla pasado, que eso no hubiera alterado nada de lo que sucedió o de lo que voy a exponerle, ni de lo que fue mi vida ni de lo que ella es ahora.
«Fui un obrero común, en suma; como todos, trabajaba porque tenía que trabajar, y trabajaba lo menos posible. Lo que yo era, era inteligente. Siempre que podía, leía cosas, discutía cosas y, como no era loco, nació en mí una gran insatisfacción y una gran rebelión contra mi destino y contra las condiciones sociales que lo hacían así. Ya le dije que, hablando claro, mi destino podía haber sido peor de lo que era; pero en aquel entonces me parecía que yo era un ente a quien la Suerte había hecho todas las injusticias juntas, y que se había servido de las convenciones sociales para hacérmelas. Esto era así allá por mis veinte años, veintiuno a lo sumo, que fue cuando me volví anarquista.
Se detuvo un momento. Se volvió un poco más hacia mí. Continuó, inclinándose todavía más.
-Fui siempre más o menos lúcido. Me sentí sublevado. Quise entender mi rebelión. Me volví anarquista consciente y convicto: el anarquista consciente y convicto que ahora soy.
-¿Y la teoría que ud. tiene hoy es la misma que tenía en ese entonces?
¿Pero qué es un anarquista? Es un sublevado contra la injusticia de que nazcamos desiguales socialmente; en el fondo es sólo eso. Y de ahí resulta, como es evidente, la rebelión contra las convenciones sociales que volvieron esa desigualdad posible
-La misma. La teoría anarquista, la verdadera teoría, es una sola. Tengo la que siempre tuve, desde que me volví anarquista. Ud. ya va a ver… Le iba diciendo que, como era lúcido por naturaleza, me volví anarquista consciente. ¿Pero qué es un anarquista? Es un sublevado contra la injusticia de que nazcamos desiguales socialmente; en el fondo es sólo eso. Y de ahí resulta, como es evidente, la rebelión contra las convenciones sociales que volvieron esa desigualdad posible. Lo que le estoy indicando ahora es el camino psicológico, esto es, cómo es que la gente se vuelve anarquista; ya vamos a la parte teórica del asunto. Por ahora, comprenda ud. bien cuál sería la rebelión de un tipo inteligente en mis circunstancias. ¿Qué es lo que ve por el mundo? Uno nace hijo de un millonario, protegido desde la cuna contra aquellos infortunios, y no son pocos, que el dinero puede evitar o atenuar; otro nace miserable, para ser, cuando niño, una boca más en una familia donde las bocas resultan de sobra para la comida que puede haber. Uno nace conde o marqués, y tiene por eso la consideración de todo el mundo, haga lo que haga; otro nace así, como yo, y tiene que andar derechito como una plomada para ser al menos tratado como gente. Unos nacen en tales condiciones que pueden estudiar, viajar, instruirse, volverse (puede decirse) más inteligentes que otros que naturalmente lo son más. Y así por ahí adelante, y en todo…
¿Pero qué es un anarquista? Es un sublevado contra la injusticia de que nazcamos desiguales socialmente; en el fondo es sólo eso. Y de ahí resulta, como es evidente, la rebelión contra las convenciones sociales que volvieron esa desigualdad posible. Lo que le estoy indicando ahora es el camino psicológico, esto es, cómo es que la gente se vuelve anarquista; ya vamos a la parte teórica del asunto
«Las injusticias de la Naturaleza, vaya, no las podemos evitar. Ahora las de la sociedad y de sus convenciones, ésas, ¿por qué no evitarlas? Acepto, no tengo incluso otro remedio, que un hombre sea superior a mí por lo que la Naturaleza le dio: el talento, la fuerza, la energía, no acepto que él sea mi superior por cualidades postizas, con las que no salió del vientre de su madre, sino que le ocurrieron por azar después que apareció por aquí: la riqueza, la posición social, la vida fácil, etcétera. Fue de la rebelión que le estoy pintando, por estas consideraciones, que nació mi anarquismo de entonces: el anarquismo que, ya le dije, mantengo hoy sin ninguna alteración.
Acepto, no tengo incluso otro remedio, que un hombre sea superior a mí por lo que la Naturaleza le dio: el talento, la fuerza, la energía, no acepto que él sea mi superior por cualidades postizas, con las que no salió del vientre de su madre, sino que le ocurrieron por azar después que apareció por aquí: la riqueza, la posición social, la vida fácil, etcétera
Se detuvo otra vez un momento, como pensando la forma en que iba a proseguir. Aspiró y exhaló el humo lentamente, hacia el lado opuesto al mío. Se volvió e iba a proseguir. Yo, sin embargo, lo interrumpí.
-Una pregunta, por curiosidad… ¿Por qué es que ud. se volvió precisamente anarquista? Ud. podía haberse vuelto socialista, o cualquier otra cosa avanzada que no fuese tan lejos. Todo eso estaba dentro de su rebelión… Deduzco de lo que ud. dice que por anarquismo entiende (y me parece que está bien como definición de anarquismo) la rebelión contra todas las convenciones y fórmulas sociales y el deseo y el esfuerzo para abolirías todas…
por anarquismo entiende la rebelión contra todas las convenciones y fórmulas sociales y el deseo y el esfuerzo para abolirías todas
-Eso mismo.
-¿Por qué escogió Ud. esa fórmula extrema y no se decidió por cualquiera de las otras… de las intermedias?
-Se lo digo. Medité todo eso. Está claro que en los folletos que yo leía se encontraban todas esas teorías. Escogí la doctrina anarquista, la teoría extrema, como Ud. muy bien dice, por las razones que le voy a decir en dos palabras.
Miró un momento hacia ninguna parte. Después se volvió hacia mí.
–El mal verdadero, el único mal, son las convenciones y las ficciones sociales, que se sobreponen a las realidades naturales; todo, desde la familia al dinero, desde la religión al Estado. La gente nace hombre o mujer: quiero decir, nace para ser, una vez adulto, hombre o mujer; no nace, en buena justicia natural, ni para ser marido ni para ser rico o pobre, como tampoco nace para ser católico o protestante, o portugués o inglés. Es todas esas cosas en virtud de las ficciones sociales. ¿Pero por qué esas ficciones sociales son malas? Porque son ficciones, porque no son naturales. Tan malo es el dinero como el Estado, la constitución de la familia como las religiones. Si hubiera otras, que no fueran éstas, serían igualmente malas, porque también serían ficciones, porque también se sobrepondrían y estorbarían a las realidades naturales. Pero cualquier sistema que no sea el puro sistema anarquista, que quiere la abolición de todas las ficciones y de cada una de ellas completamente, es una ficción también. Emplear todo nuestro deseo, todo nuestro esfuerzo, toda nuestra inteligencia, para implantar, o contribuir a implantar, una ficción social en vez de otra, es un absurdo, cuando no resulte incluso un crimen, porque es provocar una perturbación social con el fin expreso de dejar todo igual. Si encontramos injustas las ficciones sociales, porque aplastan y oprimen lo que es natural en el hombre, ¿para qué emplear nuestro esfuerzo en sustituirlas por otras ficciones, si lo podemos emplear para destruirlas a todas?
«Eso me parece que es concluyente. Pero supongamos que no lo es; supongamos que nos objetan que todo eso es muy exacto, pero que el sistema anarquista no es realizable en la práctica. Vamos ahora a examinar esa parte del problema.
«¿Por qué es que el sistema anarquista no sería realizable? Todos nosotros, los avanzados, partimos del principio, no sólo de que el actual sistema es injusto, sino de que hay ventaja, porque hay justicia, en sustituirlo por otro más justo. Si no pensamos así, no somos avanzados sino burgueses.
¿Pero de dónde viene este criterio de justicia? De lo que es natural y verdadero, en oposición a las ficciones sociales y a las mentiras de la convención.
¿Pero de dónde viene este criterio de justicia? De lo que es natural y verdadero, en oposición a las ficciones sociales y a las mentiras de la convención. Pero lo que es natural es lo que es enteramente natural, no lo que es mitad, o un cuarto, o un octavo de natural. Muy bien. Ahora, de dos cosas, una: o lo natural es realizable socialmente o no lo es, en otras palabras, o la sociedad puede ser natural o la sociedad es esencialmente ficción y no puede ser natural de ninguna manera. Si la sociedad puede ser natural, entonces puede existir la sociedad anarquista, o libre, y debe haberla, porque ella es la sociedad enteramente natural. Si la sociedad no puede ser natural, si (por cualquier razón que no importa) tiene forzosamente que ser ficción, entonces del mal el menor; hagámosla, dentro de esa ficción inevitable, lo más natural posible, para que sea, por eso mismo, lo más justa posible. ¿Cuál es la ficción más natural? Ninguna es natural en sí, porque es ficción; la más natural, en este, nuestro caso, será aquella que parezca más natural, que se sienta como más natural. ¿Cuál es la que parece más natural, o que sentimos como más natural? Es aquella a la que estamos habituados. (Ud. comprende: lo que es natural es lo que es del instinto; y lo que, no siendo instinto, se parece en todo al instinto es el hábito. Fumar no es natural, no es una necesidad del instinto; pero si nos habituamos a fumar, nos parece natural, pasa a ser sentido como una necesidad del instinto). ¿Pero cuál es la ficción social que constituye un hábito nuestro? Es el actual sistema, el sistema burgués. Tenemos pues, en buena lógica, que o encontramos posible la sociedad natural, y seremos defensores del anarquismo o no la juzgamos posible, y seremos defensores del régimen burgués. No hay hipótesis intermedia. ¿Entendió?…
Tenemos pues, en buena lógica, que o encontramos posible la sociedad natural, y seremos defensores del anarquismo o no la juzgamos posible, y seremos defensores del régimen burgués. No hay hipótesis intermedia
-Sí, señor; eso es concluyente.
-Todavía no es tan concluyente… Todavía hay otra objeción del mismo género que liquidar… Puede aceptarse que el sistema anarquista es realizable, pero puede dudarse de que sea realizable de repente’, esto es, que se pueda pasar de la sociedad burguesa a la sociedad libre sin que haya uno o más estadios o regímenes intermedios. Quien haga esta objeción acepta como buena, y como realizable, la sociedad anarquista; pero intuye que tiene que haber un estadio cualquiera de transición entre la sociedad burguesa y ella.
«Ahora bien, supongamos que es así. ¿Qué es ese estadio intermedio? Nuestro fin es la sociedad anarquista o libre; ese estadio intermedio sólo puede ser, en consecuencia, un estadio de preparación de la humanidad para la sociedad libre. Esa preparación o es material o es simplemente mental; esto es, o es una serie de realizaciones materiales o sociales que van adaptando a la humanidad a la sociedad libre, o es una simple propaganda gradualmente creciente e influyente que la va preparando mentalmente a desearla o a aceptarla.
o es una serie de realizaciones materiales o sociales que van adaptando a la humanidad a la sociedad libre, o es una simple propaganda gradualmente creciente e influyente que la va preparando mentalmente a desearla o a aceptarla
«Vamos al primer caso: la adaptación gradual y material de la humanidad a la sociedad libre. Es imposible; es más que imposible, es absurdo. No hay adaptación material sino a una cosa que ya hay. Ninguno de nosotros se puede adaptar materialmente al medio social del siglo XXIII, aunque sepa lo que será; y no se puede adaptar materialmente porque el siglo XXIII y su medio social no existen materialmente todavía. Así, llegamos a la conclusión de que, en el pasaje de la sociedad burguesa a la sociedad libre, la única parte que puede haber de adaptación, de evolución o de transición es mental, es la gradual adaptación de los espíritus a la idea de la sociedad libre… En todo caso, en el campo de la adaptación material, todavía hay una hipótesis…
-¡Caramba con tanta hipótesis!…
-Ah, hijo, el hombre lúcido tiene que examinar todas las objeciones posibles y refutarlas antes de poder considerarse seguro de su doctrina. Y además, todo esto es en respuesta a una pregunta que ud. me hizo…
-Está bien.
-En el campo de la adaptación material, decía yo, hay en todo caso otra hipótesis. Es la de la dictadura revolucionaria.
-¿Cómo? ¿De la dictadura revolucionaria?
-Como yo le expliqué, no puede haber adaptación material a una cosa que no existe, materialmente, aún. Pero si, por un movimiento brusco, se hiciera la revolución social, queda implantada ya, no la sociedad libre (porque para ella la humanidad no puede tener todavía preparación), sino una dictadura de aquellos que quieren implantar la sociedad libre. Pero existe ya, aunque en esbozo o en comienzo, existe ya materialmente algo de la sociedad libre. Hay ya por lo tanto una cosa material, a que la humanidad se adapte. Es éste el argumento con que los cuadrúpedos que defienden la «dictadura del proletariado» la defenderían si fuesen capaces de argumentar o de pensar. El argumento, está claro, no es de ellos: es mío. Me lo pongo, como objeción, a mí mismo. Y, como le voy a demostrar…, es falso.
un régimen revolucionario quiere decir una dictadura de guerra o, en las verdaderas palabras, un régimen militar despótico, porque el estado de guerra le es impuesto a la sociedad por una parte de ella, aquella parte que asumió revolucionariamente el poder
quien se adapte a ese régimen, como la única cosa que él es materialmente, inmediatamente, es un régimen militar despótico, se adapta a un régimen militar despótico
«Un régimen revolucionario, en cuanto existe, y sea cual fuere el fin al que se dirige o la idea que lo conduce, es materialmente sólo una cosa, un régimen revolucionario. Pero un régimen revolucionario quiere decir una dictadura de guerra o, en las verdaderas palabras, un régimen militar despótico, porque el estado de guerra le es impuesto a la sociedad por una parte de ella, aquella parte que asumió revolucionariamente el poder. ¿Qué es lo que resulta? Resulta que quien se adapte a ese régimen, como la única cosa que él es materialmente, inmediatamente, es un régimen militar despótico, se adapta a un régimen militar despótico. La idea, que condujo a los revolucionarios, el fin hacia el que se dirigían, desapareció por completo de la realidad social, que es ocupada exclusivamente por el fenómeno guerrero. De modo que lo que sale de una dictadura revolucionaria, y tanto más completamente saldrá, cuanto más tiempo dure esa dictadura, es una sociedad guerrera de tipo dictatorial, esto es, un despotismo militar. Ni tampoco podía ser otra cosa. Y fue siempre así. Yo no sé mucha historia, pero lo que sé coincide con esto, ni podía dejar de coincidir… ¿Qué salió de las agitaciones políticas de Roma? El Imperio Romano y su despotismo militar. ¿Qué salió de la Revolución Francesa? Napoleón y su despotismo militar. Y ud. verá lo que sale de la Revolución Rusa… Algo que va a atrasar decenas de años la realización de la sociedad libre… También, ¿qué podía esperarse de un pueblo de analfabetos y de místicos?…
«En fin, esto ya está fuera de la conversación… ¿Ud. entendió mi argumento?
-Lo entendí perfectamente.
-Ud. comprende por consiguiente que yo llegué a esta conclusión: Fin: la sociedad anarquista, la sociedad libre; medio: el pasaje, sin transición, de la sociedad burguesa a la sociedad libre. Este pasaje sería preparado y vuelto posible por una propaganda intensa, completa, absorbente, en forma tal de predisponer a todos los espíritus y debilitar todas las resistencias. Está claro que por «propaganda» no entiendo sólo la de la palabra escrita y hablada: entiendo todo, acción indirecta o directa, cuanto puede predisponer a la sociedad libre y debilitar la resistencia a su venida. Así, no teniendo casi ninguna resistencia que vencer, la revolución social, cuando viniese, sería rápida, fácil, y no tendría que establecer ninguna dictadura revolucionaria, por no tener contra quién aplicarla. Si esto no puede ser así, es que el anarquismo es irrealizable; y si el anarquismo es irrealizable, sólo es defendible y justa, como ya le demostré, la sociedad burguesa.
yo llegué a esta conclusión: Fin: la sociedad anarquista, la sociedad libre; medio: el pasaje, sin transición, de la sociedad burguesa a la sociedad libre. Este pasaje sería preparado y vuelto posible por una propaganda intensa, completa, absorbente, en forma tal de predisponer a todos los espíritus y debilitar todas las resistencias. Está claro que por «propaganda» no entiendo sólo la de la palabra escrita y hablada: entiendo todo, acción indirecta o directa, cuanto puede predisponer a la sociedad libre y debilitar la resistencia a su venida
«Ahí tiene ud. por qué y cómo me volví anarquista, y por qué es que rechacé, como falsas y antinaturales, las otras doctrinas sociales de menor osadía.
«Y rápido… Vamos a continuar mi historia.
Hizo estallar un fósforo y encendió lentamente el cigarro. Se concentró y enseguida prosiguió.
–Había otros varios muchachos con las mismas opiniones que yo. La mayoría eran obreros, pero había uno u otro que no lo era; lo que éramos todos, era pobres y, que yo recuerde, no éramos muy estúpidos. Había una cierta voluntad de instruirse, de saber cosas, y al mismo tiempo una voluntad de propaganda, de esparcir nuestras ideas. Queríamos para nosotros y para los otros, para la humanidad entera, una sociedad nueva, libre de todos estos preconceptos, que hacen a los hombres desiguales artificialmente y les imponen inferioridades, sufrimientos, estrecheces, que la Naturaleza no les había impuesto. En mi caso, lo que leía me reafirmaba en estas opiniones. En libros libertarios baratos, los que había en ese tiempo, y ya eran bastantes, leí casi todo. Fui a conferencias y reuniones de los propagandistas de la época. Cada libro y cada discurso me convencía más de la certeza y de la justicia de mis ideas. Lo que yo pensaba entonces, le repito, mi amigo, es lo que pienso hoy; la única diferencia es que entonces sólo lo pensaba, y hoy lo pienso y lo practico.
Queríamos para nosotros y para los otros, para la humanidad entera, una sociedad nueva, libre de todos estos preconceptos, que hacen a los hombres desiguales artificialmente y les imponen inferioridades, sufrimientos, estrecheces, que la Naturaleza no les había impuesto
-Pues sí; eso, hasta donde veo, está muy bien. Está muy claro que Ud. se volviese anarquista de esa manera, y veo perfectamente que ud. era anarquista. No necesito más pruebas de eso. Lo que yo quiero saber es cómo es que de ahí salió el banquero… cómo es que salió de ahí sin contradicción… Esto es, más o menos ya calculo…
-No, no calcula nada… Yo sé lo que ud. quiere decir… Ud. se basa en los argumentos que me acaba de oír y juzga que yo encontré al anarquismo irrealizable y por eso, como le dije, sólo defendible y justa a la sociedad burguesa, ¿no es así?…
-Sí, pensé que sería más o menos eso…
-¿Pero cómo podía serlo, si desde el principio de la conversación le tengo dicho y repetido que soy anarquista, que no sólo lo fui sino que continúo siéndolo? Si yo me hubiera vuelto banquero y comerciante por la razón que ud. juzga, yo no sería anarquista, sería burgués.
-Sí, ud. tiene razón… ¿Pero entonces cómo diablos… ? Vamos, vaya diciendo…
-Como le dije, yo era (fui siempre) más o menos lúcido, y también un hombre de acción. Ésas son cualidades naturales; no me las pusieron en la cuna (si es que tuve cuna), soy yo el que las llevó allí. Pues bien. Siendo anarquista yo encontraba insoportable ser anarquista sólo pasivamente, sólo para ir a escuchar discursos y hablar de eso con los amigos. No: ¡era necesario hacer algo! ¡Era necesario trabajar y luchar por la causa de los oprimidos y de las víctimas de las convenciones sociales! Decidí ponerle el hombro a eso, según pudiese. Me puse a pensar cómo es que yo podría ser útil a la causa libertaria. Me puse a trazar mi plan de acción.
¿Qué es ser anarquista? La libertad, la libertad para uno y para los otros, para la humanidad entera. Querer estar libre de la influencia o de la presión de las ficciones sociales, querer ser libre tal como se nació y apareció en el mundo, que es como en justicia debe ser, y querer esa libertad para uno y para todos los demás
«¿Qué es ser anarquista? La libertad, la libertad para uno y para los otros, para la humanidad entera. Querer estar libre de la influencia o de la presión de las ficciones sociales, querer ser libre tal como se nació y apareció en el mundo, que es como en justicia debe ser, y querer esa libertad para uno y para todos los demás. No todos pueden ser iguales frente a la Naturaleza: unos nacen altos, otros bajos; unos fuertes, otros débiles; unos más inteligentes, otros menos… Pero todos pueden ser iguales de ahí en adelante; sólo las ficciones sociales lo impiden. Esas ficciones sociales son las que era necesario destruir.
«¿Qué es ser anarquista? La libertad, la libertad para uno y para los otros, para la humanidad entera. Querer estar libre de la influencia o de la presión de las ficciones sociales, querer ser libre tal como se nació y apareció en el mundo, que es como en justicia debe ser, y querer esa libertad para uno y para todos los demás. No todos pueden ser iguales frente a la Naturaleza: unos nacen altos, otros bajos; unos fuertes, otros débiles; unos más inteligentes, otros menos… Pero todos pueden ser iguales de ahí en adelante; sólo las ficciones sociales lo impiden. Esas ficciones sociales son las que era necesario destruir.
«Era necesario destruirlas… Pero no se me escapó una cosa: era necesario destruirlas pero en beneficio de la libertad, y teniendo siempre en vista la creación de una sociedad libre. Porque eso de destruir las ficciones sociales tanto puede ser para crear libertad, o preparar el camino de la libertad, como para establecer otras ficciones sociales diferentes, igualmente malas porque son igualmente ficciones. Aquí es donde se necesitaba cuidado. Era necesario acertar con un proceso de acción, cualquiera que fuese su violencia o su no violencia (porque contra las injusticias sociales todo era legítimo), por el cual se contribuyese a destruir las ficciones sociales sin, al mismo tiempo, perjudicar la creación de la libertad futura; creando allí mismo, en el caso de que fuese posible, algo de la libertad futura.
Porque eso de destruir las ficciones sociales tanto puede ser para crear libertad, o preparar el camino de la libertad, como para establecer otras ficciones sociales diferentes, igualmente malas porque son igualmente ficciones
«Es claro que esta libertad, que se debe tener cuidado de no perjudicar, es la libertad futura y, en el presente, la libertad de los oprimidos por las ficciones sociales. Claro está que no tenemos que fijarnos en no perjudicar la «libertad» de los poderosos, de los bien situados, de todos quienes representan las ficciones sociales y tienen ventajas en ellas. Ésa no es libertad; es la libertad de tiranizar, que es lo contrario de la libertad. Ésa, por el contrario, es la que más debíamos pensar en perjudicar y en combatir. Me parece que esto está claro…
Claro está que no tenemos que fijarnos en no perjudicar la «libertad» de los poderosos, de los bien situados, de todos quienes representan las ficciones sociales y tienen ventajas en ellas. Ésa no es libertad; es la libertad de tiranizar, que es lo contrario de la libertad
-Está clarísimo. Continúe…
–¿Para quién quiere el anarquista la libertad? Para la humanidad entera. ¿Cuál es la manera de conseguir la libertad para la humanidad entera? Destruir por completo todas las ficciones sociales. ¿Cómo se podrían destruir por completo todas las ficciones sociales? Ya le anticipé la explicación cuando, con motivo de su pregunta, discutí los otros sistemas avanzados y le expliqué cómo y por qué era anarquista… ¿Ud. se acuerda de mi conclusión?…
-Me acuerdo…
-… Una revolución social súbita, brusca, aplastante, haciendo pasar a la sociedad, de un salto, del régimen burgués a la sociedad libre. Esta revolución social preparada por un trabajo intenso y continuado, de acción directa e indirecta, tendiente a predisponer a todos los espíritus para la llegada de la sociedad libre, y a debilitar hasta un estado comatoso todas las resistencias de la burguesía. Me excuso de repetirle las razones que llevan inevitablemente a esta conclusión, dentro del anarquismo; ya se las expuse y ud. ya las entendió.
-Sí.
-Esa revolución sería preferiblemente mundial, simultánea en todos los puntos, o los puntos importantes del mundo; o no siendo así, partiendo rápidamente de unos a otros, pero, a pesar de todo, en cada punto, esto es, en cada nación, fulminante y completa.
«Muy bien. ¿Qué podía hacer yo con ese fin? Por mí solo, no podría hacerla a ella, a la revolución mundial, ni siquiera podría hacer la revolución completa en la parte relacionada con el país en donde estaba. Lo que podía era trabajar, en la entera medida de mi esfuerzo, para preparar esa revolución. Ya le expliqué cómo: combatiendo, por todos los medios accesibles, las ficciones sociales; no perjudicando nunca al hacer ese combate o la propaganda de la sociedad libre, ni la libertad futura ni la libertad presente de los oprimidos; creando ya, de ser posible, algo de la futura libertad.
combatiendo, por todos los medios accesibles, las ficciones sociales; no perjudicando nunca al hacer ese combate o la propaganda de la sociedad libre, ni la libertad futura ni la libertad presente de los oprimidos; creando ya, de ser posible, algo de la futura libertad
Exhaló el humo; hizo una leve pausa, volvió a comenzar.
-Entonces aquí, mi amigo, puse yo mi lucidez en acción. Trabajar para el futuro está bien, pensé; trabajar para que los otros tengan libertad está perfecto. ¿Pero entonces yo?, ¿yo no soy nadie? Si yo fuese cristiano, trabajaría alegremente por el futuro de los otros, porque iba a tener mi recompensa en el cielo; pero también, si yo fuese cristiano, no sería anarquista, porque entonces las tales desigualdades sociales no tendrían importancia en nuestra corta vida: serían sólo condiciones de nuestra prueba y serían recompensadas en la vida eterna. Pero yo no era cristiano, como no lo soy, y me preguntaba: ¿pero por quién y por qué me voy a sacrificar en todo esto? Más todavía: ¿para qué me voy a sacrificar?
«Tuve momentos de descreimiento; y Ud. comprende que era justificado… Soy materialista, pensaba; no tengo más vida que ésta, ¿para qué voy a atormentarme con propagandas y desigualdades sociales y otras historias, cuando podría gozar y entretenerme mucho más si no me preocupara de eso? Quien tiene sólo esta vida, quien no cree en la vida eterna, quien no admite más ley que la Naturaleza, quien se opone al Estado porque él no es natural, al casamiento porque él no es natural, al dinero porque él no es natural, a todas las ficciones sociales porque ellas no son naturales, ¿por qué motivo es que defiende el altruismo y el sacrificio por los otros, o por la humanidad, si el altruismo y el sacrificio tampoco son naturales? Sí, la misma lógica que me muestra que un hombre no nace para ser marido, o para ser portugués, o para ser rico o pobre, me muestra también que él no nace para ser solidario, que él no nace sino para ser él mismo, y en consecuencia lo contrario de altruista y solidario, y por lo tanto exclusivamente Egoísta.
la misma lógica que me muestra que un hombre no nace para ser marido, o para ser portugués, o para ser rico o pobre, me muestra también que él no nace para ser solidario, que él no nace sino para ser él mismo, y en consecuencia lo contrario de altruista y solidario, y por lo tanto exclusivamente Egoísta
«Discutí la cuestión conmigo mismo. Fíjate, yo decía para mí que nacemos pertenecientes a la especie humana, y que tenemos el deber de ser solidarios con todos los hombres. ¿Pero la idea de «deber» era natural? ¿De dónde es que venía esta idea de «deber»? Si esta idea de deber me obligaba a sacrificar mi bienestar, mi comodidad, mi instinto de conservación y mis otros instintos naturales, ¿en qué divergía la acción de esa idea de la acción de cualquier ficción social, que produce en nosotros exactamente el mismo efecto?
«Esta idea de deber, esto de la solidaridad humana, sólo podía considerarse natural si trajera consigo una compensación egoísta, porque entonces, aunque en principio contrariase el egoísmo natural, si diera a ese egoísmo una compensación, siempre, a fin de cuentas, no lo contrariaría. Sacrificar un placer, simplemente sacrificarlo, no es natural; sacrificar un placer a otro es lo que ya está dentro de la Naturaleza: entre dos cosas naturales de las que no se pueden tener ambas, escoger una es lo que está bien. ¿Pero qué compensación egoísta o natural podía darme la dedicación a la causa de la sociedad libre y de la futura sociedad humana? Sólo la conciencia del deber cumplido, del esfuerzo para un buen fin; y ninguna de estas cosas es una compensación egoísta, ninguna de estas cosas es un placer en sí, sino un placer, si lo es, nacido de una ficción, como puede ser el placer de ser inmensamente rico, o el placer de haber nacido en una buena posición social.
¿Pero qué compensación egoísta o natural podía darme la dedicación a la causa de la sociedad libre y de la futura sociedad humana? Sólo la conciencia del deber cumplido, del esfuerzo para un buen fin; y ninguna de estas cosas es una compensación egoísta, ninguna de estas cosas es un placer en sí, sino un placer, si lo es, nacido de una ficción
«Le confieso, mi viejo, que tuve momentos de descreimiento… Me sentí desleal a mi doctrina, traidor a ella… Pero pronto superé todo eso. La idea de justicia estaba ahí, dentro de mí, pensé. Yo la sentía natural. Yo sentía que había un deber superior a preocuparme sólo por mi propio destino. Y seguí adelante en mi propósito.
-No me parece que esa decisión revelase una gran lucidez de su parte… Ud. no resolvió la dificultad… Ud. siguió adelante por un impulso absolutamente sentimental…
-Sin duda. Pero lo que le estoy contando ahora es la historia de cómo me volví anarquista y de cómo lo continué siendo, y continúo. Le voy exponiendo lealmente las vacilaciones y las dificultades que tuve, y cómo las vencí. Coincido en que, en aquel momento, vencí la dificultad lógica con el sentimiento y no con el raciocinio. Pero ud. ha de ver que, más tarde, cuando llegué a la plena comprensión de la doctrina anarquista, esta dificultad, hasta entonces sin respuesta, tuvo su solución completa y absoluta.
-Es curioso…
-Lo es… Ahora déjeme continuar con mi historia. Tuve esa dificultad y la resolví, bien que mal, como le dije. Después seguí, y en la línea de mis pensamientos, surgió otra dificultad que también me perturbó bastante.
«Estaba bien que me hallara dispuesto a sacrificarme, sin recompensa alguna verdaderamente personal, esto es, sin recompensa alguna verdaderamente natural. Pero supongamos que la sociedad futura no concluía en nada de lo que yo esperaba, que la sociedad libre nunca llegaría, ¿por qué diablos es que yo, en ese caso, me estaba sacrificando? Sacrificarme a una idea sin recompensa personal, sin que ganara nada con mi esfuerzo por esa idea, vaya; pero sacrificarme sin tener al menos la certeza de que aquello para lo que yo trabajaba existiría un día, sin que la propia idea ganase con mi esfuerzo, eso era un poco más fuerte… Desde ya le digo que resolví la dificultad por el mismo proceso sentimental por el que resolví la otra; pero le advierto también que, del mismo modo que la otra, resolví ésta por la lógica, automáticamente, cuando llegué al estado plenamente consciente de mi anarquismo… Ud. después verá… En el momento de lo que le estoy contando, salí del apuro con una o dos frases huecas. «Yo cumplía con mi deber para con el futuro; que el futuro cumpliera el suyo conmigo»… Esto, o cosa que se le parezca…
«Expuse esta conclusión, o, antes, estas conclusiones, a mis camaradas, y todos ellos coincidieron conmigo; coincidieron todos en que era preciso ir para adelante y hacer todo por la sociedad libre. Es verdad que uno u otro, de los más inteligentes, quedaron un poco conmocionados con la exposición, no porque no coincidiesen, sino porque nunca habían visto las cosas tan claras, ni las aristas que estas cosas tienen… Pero finalmente coincidieron todos… Todos íbamos a trabajar por la gran revolución social, por la sociedad libre, ¡ya quiera el futuro justificarnos o no! Formamos un grupo con gente convencida y comenzamos una gran propaganda; grande, es claro, dentro de los límites de lo que podíamos hacer. Durante bastante tiempo, en medio de dificultades, enredos y a veces persecuciones, ahí estuvimos trabajando por el ideal anarquista.
El banquero, llegado a este punto, hizo una pausa un poco más larga. No encendió el cigarro, que estaba otra vez apagado. De repente tuvo una leve sonrisa y, con el aire de quien llega al punto importante, me miró con mayor insistencia y prosiguió, aclarando más la voz y acentuando más las palabras.
-A esta altura -dijo él- apareció una cosa nueva. «A esta altura» es un modo de decir. Quiero decir que, después de algunos meses de esta propaganda, comencé a reparar en una nueva complicación, y ésta era la más seria de todas, ésta es la que iba a valer…
«Ud. se acuerda, ¿no es verdad?, de aquello que yo, por un raciocinio riguroso, establecí que debía ser el proceso de acción de los anarquistas… Un proceso, o procesos, mediante cualquiera de los cuales se contribuyese a destruir las ficciones sociales sin perjudicar, al mismo tiempo, la creación de la libertad futura; sin perjudicar, por consiguiente, en lo más mínimo, la poca libertad de los actuales oprimidos por las ficciones sociales; un proceso que, en lo posible, crease ya algo de libertad futura…
En el grupo de la propaganda, no éramos muchos; éramos unos cuarenta, salvo error, se daba esta coyuntura: se creaba tiranía
«Pues bien: una vez establecido este criterio, nunca más dejé de tenerlo presente… Pero, a la altura de nuestra propaganda, de la que le estoy hablando, descubrí algo. En el grupo de la propaganda, no éramos muchos; éramos unos cuarenta, salvo error, se daba esta coyuntura: se creaba tiranía.
–¿Se creaba tiranía?
-De la siguiente manera… Unos mandaban a otros y nos llevaban para donde querían; unos se imponían a otros y nos obligaban a ser lo que ellos querían; unos arrastraban a otros por mañas y por artes hacia donde ellos querían. No digo que hicieran esto en cosas graves; incluso, no había cosas graves allí como para que lo hicieran. Pero el hecho es que esto ocurría siempre y todos los días, y se daba no sólo en asuntos relacionados con la propaganda, sino también fuera de ellos, en asuntos vulgares de la vida. Unos iban insensiblemente para jefes, otros insensiblemente para subordinados. Unos eran jefes por imposición, otros eran jefes por maña. En el hecho más simple se veía esto. Por ejemplo: dos de los muchachos salían juntos a una calle, llegaban al final de la calle y uno tenía que ir hacia la derecha y otro hacia la izquierda; a cada uno le resultaba conveniente ir para su lado. Pero el que iba hacia la izquierda le decía al otro, «venga Ud. conmigo por aquí»; el otro respondía, y era verdad, «Hombre, no puedo; tengo que ir por allí» por esta o aquella razón… Pero al fin, contra su voluntad y su conveniencia, allá iba con el otro hacia la izquierda… Eso era una vez por persuasión, otra vez por simple insistencia, una tercera vez por cualquier otro motivo… Esto es, nunca era por una razón lógica; había siempre en esta imposición y en esta subordinación algo de espontáneo, algo como instintivo… Y como en este caso simple, en todos los otros casos; desde los menos hasta los más importantes… ¿Ud. ve bien la cuestión?
-La veo. ¿Pero qué diablos hay de extraño en eso? ¡Eso es de lo más natural que hay!
-Será. Ya llegamos a eso. Lo que le pido que note es que es exactamente lo contrarío de la doctrina anarquista. Fíjese bien que esto ocurría en un grupo pequeño, en un grupo sin influencia ni importancia, en un grupo al cual no se le había confiado la solución de ninguna cuestión grave o la decisión sobre cualquier asunto de importancia. Y fíjese que ocurría en un grupo de gente que se había unido especialmente para hacer lo que pudiese por el ideal anarquista, esto es, para combatir, tanto como fuera posible, las ficciones sociales, y crear, tanto como fuera posible, la libertad futura. ¿Ud. se fijó bien en estos dos puntos?
-Me fijé.
Los que mandaban a los otros, o los llevaban hacia donde querían, no hacían eso por la fuerza del dinero o de la posición social o de cualquier autoridad de naturaleza ficticia que se arrogaran; lo hacían por una acción de cualquier especie fuera de las ficciones sociales. Quiero decir, esta tiranía era, con relación a las ficciones sociales, una tiranía nueva.
Y era una tiranía ejercida sobre gente esencialmente oprimida por las ficciones sociales. Era, todavía por encima, tiranía ejercida entre sí por gente cuyo objetivo sincero no era sino destruir tiranía y crear libertad
-Vea ahora bien lo que eso representa… Un grupo pequeño de gente sincera (¡le garantizo que era sincera!), establecido y unido expresamente para trabajar por la causa de la libertad, había, al cabo de unos meses, conseguido sólo una cosa positiva y concreta: la creación entre sí de tiranía. Y fíjese qué tiranía… No era una tiranía derivada de la acción de las ficciones sociales que, aunque lamentable, sería disculpable, hasta cierto punto, aunque menos en nosotros, que combatíamos esas ficciones, que en otras personas: pero en fin, vivíamos en medio de una sociedad basada en esas ficciones y no habría sido enteramente culpa nuestra si no hubiéramos podido escapar del todo a su acción. Pero no era eso. Los que mandaban a los otros, o los llevaban hacia donde querían, no hacían eso por la fuerza del dinero o de la posición social o de cualquier autoridad de naturaleza ficticia que se arrogaran; lo hacían por una acción de cualquier especie fuera de las ficciones sociales. Quiero decir, esta tiranía era, con relación a las ficciones sociales, una tiranía nueva. Y era una tiranía ejercida sobre gente esencialmente oprimida por las ficciones sociales. Era, todavía por encima, tiranía ejercida entre sí por gente cuyo objetivo sincero no era sino destruir tiranía y crear libertad.
«Ahora ponga el caso en un grupo mucho mayor, mucho más influyente, que trata de cuestiones importantes y de decisiones de carácter fundamental. Ponga a ese grupo encaminando sus esfuerzos, como el nuestro, hacia la formación de una sociedad libre. Y ahora dígame si a través de ese cargamento de tiranías entrecruzadas ud. entrevé alguna sociedad futura que se parezca a una sociedad libre o a una humanidad digna de sí misma…
-Sí: eso es muy curioso…
-Es curioso, ¿no es cierto?… Y mire que hay aspectos secundarios muy curiosos también… Por ejemplo: la tiranía de la ayuda…
-¿La qué?
La tiranía de la ayuda.
Había entre nosotros quien, en lugar de mandar a los otros, en lugar de imponerse a los otros, por el contrario, los ayudaba en todo cuanto podía. Parece lo contrario, ¿no es verdad? Pues vea que es lo mismo
–La tiranía de la ayuda. Había entre nosotros quien, en lugar de mandar a los otros, en lugar de imponerse a los otros, por el contrario, los ayudaba en todo cuanto podía. Parece lo contrario, ¿no es verdad? Pues vea que es lo mismo. Es la misma tiranía nueva. Es del mismo modo ir contra los principios anarquistas.
-¡Ésa sí que es buena! ¿En qué?
–Ayudar a alguien, mi amigo, es tomar a alguien por incapaz; si ese alguien no es incapaz, es o convertirlo en tal o suponerlo tal, y esto es, en el primer caso una tiranía, y en el segundo, un desprecio. En un caso se cercena la libertad del otro; en el otro se parte, por lo menos inconscientemente, del principio de que el otro es despreciable e indigno o incapaz de libertad.
«Volvamos a nuestro caso… Ud. ve bien que este punto era gravísimo. Vaya que trabajásemos por la sociedad futura sin esperar que ella nos lo agradeciese, o arriesgándonos, incluso, a que ella nunca llegase. Todo eso, vaya. Pero lo que era demasiado era que estuviéramos trabajando para un futuro de libertad y que no hiciéramos de positivo más que crear tiranía, y no sólo tiranía, sino tiranía nueva, y tiranía ejercida por nosotros, los oprimidos, los unos sobre los otros. Esto sí que no podía ser…
«Me puse a pensar. Aquí había un error, algún desvío. Nuestros objetivos eran buenos; nuestras doctrinas parecían verdaderas; ¿serían equivocados nuestros métodos? Seguramente debían de serlo. ¿Pero dónde diablos estaba el error? Me puse a pensar en eso y me iba volviendo loco. Un día, de repente, como ocurren siempre estas cosas, di con la solución. Fue el gran día de mis teorías anarquistas; el día en que descubrí, por decirlo así, la técnica del anarquismo.
Fue el gran día de mis teorías anarquistas; el día en que descubrí, por decirlo así, la técnica del anarquismo
Me miró un momento sin verme. Después continuó, en el mismo tono.
-Pensé así… Tenemos aquí una tiranía nueva, una tiranía que no es derivada de las ficciones sociales. ¿Entonces de dónde es derivada? ¿Será derivada de las cualidades naturales? Si lo es, ¡adiós sociedad libre! Si una sociedad donde están en operación apenas las cualidades naturales de los hombres, aquellas cualidades con que ellos nacen, que deben sólo a la Naturaleza y sobre las cuales no tenemos poder alguno; si una sociedad donde están en operación apenas esas cualidades es un amontonamiento de tiranías, ¿quién va a mover el dedo meñique para contribuir al advenimiento de esa sociedad? Tiranía por tiranía, que quede la que está, que al menos es aquella a la que estamos acostumbrados y que por eso, fatalmente sentimos menos de lo que sentiríamos una tiranía nueva, y con el carácter terrible de todas las cosas tiránicas que son directamente de la Naturaleza: el no haber rebelión posible contra ella, como no hay revolución contra tener que morir, o contra nacer bajo cuando se prefería haber nacido alto. Asimismo ya le probé que, si por cualquier razón no es realizable la sociedad anarquista, entonces debe existir, por ser más natural que cualquier otra salvo aquélla, la sociedad burguesa.
«¿Pero sería esta tiranía, que nacía así entre nosotros, realmente derivada de las cualidades naturales? ¿Pero qué son las cualidades naturales? Son el grado de inteligencia, de imaginación, de voluntad, etcétera, con que cada uno nace; esto en el campo mental, es claro, porque las cualidades naturales físicas no vienen al caso. Pero un tipo que, sin ser por una razón derivada de las ficciones sociales, manda a otro, forzosamente lo hace por que es superior en una u otra de las cualidades naturales. Lo domina por el empleo de sus cualidades naturales. Pero hay una cosa para considerar: ¿ese empleo de las cualidades naturales será legítimo, esto es, será natural?
«¿Pero cuál es el empleo natural de nuestras cualidades naturales? El servir a los fines naturales de nuestra personalidad. ¿Pero dominar a alguien será un fin natural de nuestra personalidad? Puede serlo; hay un caso en que puede serlo: es cuando ese alguien está para nosotros en un lugar de enemigo. Para el anarquista, es claro, quien está en el lugar de enemigo es cualquier representante de las ficciones sociales y de su tiranía; nadie más, porque todos los otros hombres son hombres como él y camaradas naturales. Ahora, ud. bien ve, el caso de tiranía que habíamos estado creando entre nosotros no era éste; la tiranía que habíamos estado creando era ejercida sobre hombres como nosotros, camaradas naturales, y más todavía, sobre hombres dos veces nuestros camaradas, porque lo eran también por la comunión en el mismo ideal. Conclusión: esta tiranía nuestra, si no era derivada de las ficciones sociales, tampoco era derivada de las cualidades naturales; era derivada de una aplicación equivocada, de una perversión de las cualidades naturales. ¿Y esa perversión, de dónde es que provenía?
«Tenía que provenir de una de dos cosas: o de que el hombre es naturalmente malo, y en consecuencia todas las cualidades naturales son naturalmente pervertidas, o de una perversión resultante de la larga permanencia de la humanidad en una atmósfera de ficciones sociales, todas ellas creadoras de tiranía, y tendiente, en consecuencia, a volver instintivamente tiránico el uso más natural de las cualidades más naturales. Ahora, de estas dos hipótesis, ¿cuál sería la verdadera? De un modo satisfactorio, esto es, rigurosamente lógico o científico, era imposible determinarlo. El raciocinio no puede enfrentar el problema porque éste es de orden histórico o científico, y depende del conocimiento de hechos. Por su lado, la ciencia tampoco nos ayuda, porque, por más lejos que retrocedamos en la historia, encontramos siempre al hombre viviendo bajo uno u otro sistema de tiranía social, y por consiguiente, siempre en un estadio que no nos permite averiguar cómo es el hombre cuando vive en circunstancias pura y enteramente naturales. No habiendo manera de determinarlo con seguridad, tenemos que inclinarnos hacia el lado de la mayor probabilidad, y la mayor probabilidad está en la segunda hipótesis. Es más natural suponer que la larguísima permanencia de la humanidad en ficciones sociales creadoras de tiranía haga que cada hombre nazca con sus cualidades naturales pervertidas, en el sentido de tiranizar espontáneamente incluso a quien no pretenda tiranizar, que suponer que las cualidades naturales pueden ser naturalmente pervertidas, lo que, de cierto modo, representa una contradicción. Por eso el pensador se decide, como yo me decidí, con una seguridad casi absoluta, por la segunda hipótesis.
Es más natural suponer que la larguísima permanencia de la humanidad en ficciones sociales creadoras de tiranía haga que cada hombre nazca con sus cualidades naturales pervertidas, en el sentido de tiranizar espontáneamente incluso a quien no pretenda tiranizar, que suponer que las cualidades naturales pueden ser naturalmente pervertidas, lo que, de cierto modo, representa una contradicción
«Tenemos, pues, que una cosa es evidente… En el estadio social presente no es posible que un grupo de hombres, por bien intencionados que estén todos, por preocupados que estén todos sólo en combatir las ficciones sociales y en trabajar por la libertad, trabajen juntos sin que espontáneamente creen entre sí tiranía, sin crear entre sí una tiranía nueva, suplementaria a la de las ficciones sociales, sin destruir en la práctica todo cuanto quieren en la teoría, sin perjudicar involuntariamente lo más posible el propio objetivo que quieren promover. ¿Qué puede hacerse? Es muy simple… Es que trabajemos todos para el mismo fin, pero separados.
–¡¿Separados?!
-Sí. ¿Ud. no siguió mi argumento?
-Lo seguí.
-¿Y no le parece lógica, no le parece inevitable, esta conclusión?
-Me parece, sí, me parece… Lo que no veo bien es cómo eso…
-Ya le voy a aclarar… Dije yo: trabajemos todos para el mismo fin, pero separados. Trabajando todos para el mismo fin anarquista, cada uno contribuye con su esfuerzo a la destrucción de las ficciones sociales, que es hacia donde lo dirige, y hacia la creación de la sociedad libre del futuro; y trabajando separados no podemos, de ningún modo, crear tiranía nueva, porque nadie tiene acción sobre otro y no puede, en consecuencia, ni dominándolo, disminuirle la libertad, ni ayudándolo, apagársela.
«Trabajando así separados y con el mismo fin anarquista, tenemos dos ventajas: la del esfuerzo conjunto y la de la no creación de tiranía nueva. Continuamos unidos porque lo estamos moralmente y trabajamos del mismo modo para el mismo fin; seguimos siendo anarquistas, porque cada uno trabaja para la sociedad libre; pero dejamos de ser traidores, voluntarios o involuntarios, a nuestra causa, dejamos incluso de poder serlo, porque nos colocamos, por el trabajo anarquista aislado, fuera de la influencia deletérea de las ficciones sociales, en su reflejo hereditario sobre las cualidades que la Naturaleza dio.
«Es claro que toda esta táctica se aplica a lo que denominé el período de preparación para la revolución social. Arrumadas las defensas burguesas, y reducida la sociedad entera al estado de aceptación de las doctrinas anarquistas, faltando sólo hacer la revolución social, entonces, para el golpe final, es que no puede continuar la acción separada. Pero a esa altura, ya la sociedad libre estará virtualmente alcanzada; ya las cosas serán de otra manera. La táctica a que me refiero sólo dice con respecto a la acción anarquista en medio de la sociedad burguesa, como ahora, como en el grupo al cual yo pertenecía.
«Era ése, ¡por fin!, el verdadero método anarquista. Juntos, nada valíamos que importara, y todavía, encima, nos tiranizábamos y nos perjudicábamos unos a otros y a nuestras teorías. Separados, poco también conseguíamos, pero al menos no perjudicábamos la libertad, no creábamos tiranía nueva; lo que conseguíamos, por poco que fuese, era conseguido realmente, sin desventaja ni pérdida. Y, de más en más, trabajando así, separados, aprendíamos a confiar más en nosotros mismos, a no recostarnos unos sobre otros, a volvernos más libres, a prepararnos, tanto personalmente como a los otros, mediante nuestro ejemplo para el futuro.
«Quedé radiante con este descubrimiento. Fui enseguida a exponérselo a mis camaradas… Fue una de las pocas veces en que fui estúpido en mi vida. ¡Imagine ud. que yo estaba tan colmado con mi descubrimiento que esperaba que ellos estuviesen de acuerdo!…
-No estuvieron de acuerdo, es claro…
–¡Contestaron ásperamente, mi amigo, ásperamente todos! ¡Unos más, otros menos, todo el mundo protestó!… ¡No era eso!… ¡Eso no podía ser!… Pero nadie decía lo que era o lo que tenía que ser. Argumenté y argumenté, y en respuesta a mis argumentos no obtuve sino frases, basura, cosas como esas que los ministros responden en las cámaras cuando no tienen ninguna respuesta… ¡Entonces fue cuando vi con qué animales y con qué cobardones estaba metido! Se desenmascararon. Los de aquella chusma habían nacido para esclavos. Querían ser anarquistas a costa ajena. ¡Querían la libertad, pero que fuesen los otros quienes se la consiguiesen, que les fuese dada como un rey da un título! ¡Casi todos son así, los grandes lacayos!
Los de aquella chusma habían nacido para esclavos. Querían ser anarquistas a costa ajena. ¡Querían la libertad, pero que fuesen los otros quienes se la consiguiesen, que les fuese dada como un rey da un título! ¡Casi todos son así, los grandes lacayos!
-¿Y Ud. se enojó?
–¡Si me enojé! ¡Me enfurecí! Me puse a dar coces. Di con palos y con piedras. Casi me fui a las manos con dos o tres de ellos. Y acabé por irme. Me aislé. ¡Me vino un enojo con todos aquellos carneros que ud. no se imagina! Casi llegué a descreer del anarquismo. Casi decidí que no me importaba más todo aquello. Pero, pasados unos días, volví en mí. Pensé que el ideal anarquista estaba por encima de estas querellas. ¿Ellos no querían ser anarquistas? Lo sería yo. ¿Ellos querían solamente jugar a los libertarios? No estaba yo para juegos en una cuestión así. ¿Ellos no tenían fuerza para combatir sino recostados unos en los otros, y creando, entre ellos, un simulacro nuevo de la tiranía que decían querer combatir? Pues que lo hiciesen, los necios, si no servían para otra cosa. Yo no iba a ser burgués por tan poco.
«Estaba establecido que, en el verdadero anarquismo, cada uno debe, por sus propias fuerzas, crear libertad y combatir las ficciones sociales. Pues por mis propias fuerzas iba yo a crear libertad y a combatir las ficciones sociales. ¿Nadie quería seguirme en el verdadero camino anarquista? Seguiría yo por él. Iría solo, con mis recursos, con mi fe, desamparado hasta del apoyo mental de los que habían sido mis camaradas, contra las ficciones sociales enteras. No digo que fuera un bello gesto, ni un gesto heroico. Fue simplemente un gesto natural. Si el camino tenía que ser recorrido por cada uno en forma separada, yo no necesitaba de ninguno más para seguirlo. Bastaba mi ideal. Fue basado en estos principios y en estas circunstancias como decidí, por mí solo, combatir las ficciones sociales.
Interrumpió un poco el discurso, que se había vuelto acalorado y fluido. Lo retomó enseguida, con la voz ya más sosegada.
–Es un estado de guerra, pensé, entre yo y las ficciones sociales. Muy bien. ¿Qué puedo hacer contra las ficciones sociales? Trabajo solo, para no poder, de ningún modo, crear tiranía alguna. ¿Cómo puedo colaborar solo en la preparación de la revolución social, en la preparación de la humanidad para la sociedad libre? Tengo que elegir uno de dos métodos, de los dos métodos que hay; siempre, es claro, que no pueda servirme de ambos. Los métodos son la acción indirecta, esto es, la propaganda, y la acción directa de cualquier especie.
«Pensé primero en la acción indirecta, esto es, en la propaganda. ¿Pero qué propaganda podría hacer sólo yo? Aparte de esta propaganda que siempre se va haciendo en conversaciones, con éste o aquél, al azar y sirviéndonos de todas las oportunidades, lo que quería saber era si la acción indirecta era un camino por donde yo pudiese encaminar mi actividad de anarquista enérgicamente, esto es, en forma de producir resultados palpables. Vi enseguida que no podía ser. No soy orador y no soy escritor. Quiero decir: soy capaz de hablar en público, si es necesario, y soy capaz de una nota periodística; pero lo que yo quería averiguar era si mi hechura natural indicaba que, especializándome en la acción indirecta, de cualquiera de las dos especies o en ambas, podía llegar a obtener resultados más positivos para la idea anarquista que especializando mis esfuerzos en cualquier otro sentido. Pero la acción es siempre más provechosa que la propaganda, excepto para los individuos cuya hechura los señala esencialmente como propagandistas: los grandes oradores, capaces de electrizar multitudes y arrastrarlas detrás de sí, los grandes escritores, capaces de fascinar y convencer con sus libros. No me parece que yo sea muy vanidoso, pero, si lo soy, no se me da, al menos, por envanecerme de las cualidades que no tengo. Y como le dije, nunca se me dio por creerme orador o escritor. Por eso abandoné la idea de la acción indirecta como camino a seguir en mi actividad de anarquista. Por exclusión de partes, estaba forzado a escoger la acción directa: es decir, el esfuerzo aplicado a la práctica de la vida, a la vida real. No era la inteligencia sino la acción. Muy bien. Así sería.
«Tenía, pues, que aplicar a la vida práctica el método fundamental de acción anarquista que yo ya había esclarecido, combatir las ficciones sociales sin crear tiranía nueva, creando ya, si fuese posible, algo de libertad futura. ¿Pero cómo diablos se hace eso en la práctica?
¿Cómo es que se hace la guerra a las ficciones sociales? ¿Cómo es que se vence al enemigo en cualquier guerra? De una de dos maneras: o matándolo, esto es, destruyéndolo; o apresándolo, es decir, subyugándolo, reduciéndolo a la inactividad
«¿Porque qué es combatir en la práctica? Combatir en la práctica es la guerra, es una guerra, por lo menos. ¿Cómo es que se hace la guerra a las ficciones sociales? ¿Cómo es que se vence al enemigo en cualquier guerra? De una de dos maneras: o matándolo, esto es, destruyéndolo; o apresándolo, es decir, subyugándolo, reduciéndolo a la inactividad. Destruir las ficciones sociales yo no podía hacerlo; destruir las ficciones sociales sólo podía hacerlo la revolución social. Hasta allí, las ficciones sociales podían estar conmocionadas, tambaleando, por un hilo; pero destruidas sólo lo estarían con el arribo de la sociedad libre y la caída positiva de la sociedad burguesa. Lo más que yo podría hacer en ese sentido era destruir -destruir en el sentido físico de matar- a uno u otro miembro de las clases representativas de la sociedad burguesa. Estudié el caso y vi que era una burrada. Suponga ud. que yo mataba a uno o dos, o una docena de representantes de la tiranía de las ficciones sociales… ¿El resultado? ¿Las ficciones sociales quedaban más conmocionadas? No lo quedaban. Las ficciones sociales no son como una situación política que puede depender de un pequeño número de hombres, de un solo hombre a veces. Lo que hay de malo en las ficciones sociales son ellas, en su conjunto, y no los individuos que las representan sino por ser representantes de ellas. Además, un atentado de orden social produce siempre una reacción; no sólo todo queda igual, sino que la mayor parte de las veces empeora. Y todavía, por encima, suponga, como es natural, que, después de un atentado, yo fuera apresado; fuera apresado y liquidado, de una manera u otra. Y suponga que yo hubiera acabado con una docena de capitalistas. ¿Y qué venía a dar todo eso, en resumen? Con mi liquidación, incluso no por muerte, sino por simple prisión o destierro, la causa anarquista perdía un elemento de combate; y los doce capitalistas, que yo habría estirado, no eran doce elementos que la sociedad burguesa hubiera perdido, porque los elementos componentes de la sociedad burguesa no son elementos de combate, sino elementos puramente pasivos, puesto que el «combate» está no en los miembros de la sociedad burguesa sino en el conjunto de ficciones sociales en que esa sociedad se asienta. Y las ficciones sociales no son gente a la que se pueda pegar tiros… ¿Ud. me comprende? No era como el soldado de un ejército que mata a doce soldados de un ejército contrario; era como un soldado que mata a doce civiles de la nación del otro ejército. Es matar estúpidamente, porque no se elimina a ningún combatiente… Yo no podía por consiguiente pensar en destruir, ni en su totalidad ni en parte alguna, las ficciones sociales. Tenía entonces que subyugarlas, que vencerlas subyugándolas, reduciéndolas a la inactividad.
Yo no podía por consiguiente pensar en destruir, ni en su totalidad ni en parte alguna, las ficciones sociales. Tenía entonces que subyugarlas, que vencerlas subyugándolas, reduciéndolas a la inactividad
Súbitamente, apuntó hacia mí el índice derecho.
-¡Fue lo que hice!
Abandonó su gesto y continuó:
–Traté de ver cuál era la primera, la más importante de las ficciones sociales. Sería a esa a la que yo debía, más que a ninguna otra, intentar subyugar, intentar reducir a la inactividad. La más importante, de nuestra época por lo menos, es el dinero. ¿Cómo subyugar al dinero o en palabras más precisas, la fuerza, o la tiranía del dinero? Volviéndome libre de su influencia, de su fuerza, superior por consiguiente a su influencia, reduciéndolo a la inactividad por lo que significaba con respecto a mí. ¿Por lo que significaba con respecto a mí, comprende ud. ?, porque yo soy el que lo combatía; si fuese reducirlo a la inactividad por lo que respecta a todo el mundo, eso ya no sería subyugarlo, sino destruirlo, porque sería acabar del todo con la ficción dinero. Pero ya le probé que cualquier ficción social sólo puede ser «destruida» por la revolución social, arrastrada con las otras en la caída de la sociedad burguesa.
¿Cómo subyugar al dinero o en palabras más precisas, la fuerza, o la tiranía del dinero? Volviéndome libre de su influencia, de su fuerza, superior por consiguiente a su influencia, reduciéndolo a la inactividad por lo que significaba con respecto a mí
«¿Cómo podía yo volverme superior a la fuerza del dinero? El método más simple era apartarme de la esfera de su influencia, es decir, de la civilización; irme a un campo para comer raíces y beber agua de los manantiales; andar desnudo y vivir como un animal. Pero esto, incluso si no hubiera dificultad en hacerlo, no era combatir una ficción social; no era ni siquiera combatir: era escapar. Realmente, quien es esquivo en trabar un combate no es derrotado en él. Pero moralmente es derrotado, porque no se batió. El método tenía que ser otro: un método de combate y no de fuga. ¿Cómo subyugar al dinero combatiéndolo? ¿Cómo hurtarme a su influencia y tiranía, no evitando su encuentro? El método era sólo uno adquirirlo, adquirirlo en cantidad suficiente como para no sentirle la influencia, y en cuanta mayor cantidad lo adquiriese, tanto más libre estaría de esa influencia. Fue cuando vi esto claramente, con toda la fuerza de mi convicción de anarquista, y toda mi lógica de hombre lúcido, que entré en la fase actual, la comercial y bancaria, mi amigo, de mi anarquismo.
El método tenía que ser otro: un método de combate y no de fuga. ¿Cómo subyugar al dinero combatiéndolo? ¿Cómo hurtarme a su influencia y tiranía, no evitando su encuentro? El método era sólo uno adquirirlo, adquirirlo en cantidad suficiente como para no sentirle la influencia, y en cuanta mayor cantidad lo adquiriese, tanto más libre estaría de esa influencia
Descansó un momento de la violencia, nuevamente creciente, de su entusiasmo por su exposición. Después continuó, aunque con un cierto calor, su narración.
-¿Se acuerda ud. de aquellas dos dificultades lógicas que yo le dije que me habían surgido en el comienzo de mi carrera de anarquista consciente?… ¿Y ud. se acuerda que yo le dije que en aquel momento las resolví artificialmente, mediante el sentimiento y no mediante la lógica? Esto es, ud. mismo notó, y muy bien, que yo no las había resuelto mediante la lógica…
-Me acuerdo, sí…
-¿Y ud. se acuerda que yo le dije que más tarde, cuando di por fin con el verdadero método anarquista, las resolví entonces para siempre, mediante la lógica?
-Sí.
-Ahora vea cómo fueron resueltas… Las dificultades eran éstas: no es natural trabajar por cualquier cosa, sea lo que fuere, sin una compensación natural, es decir, egoísta; y no es natural dar nuestro esfuerzo para cualquier fin sin tener la compensación de saber que ese fin se alcanza. Las dos dificultades eran éstas; ahora fíjese cómo quedan resueltas mediante el método de trabajo anarquista que mi raciocinio me llevó a descubrir como el único verdadero… El método da como resultado que yo me enriquezco; por consiguiente, compensación egoísta. El método encara la prosecución de la libertad; entonces yo, volviéndome superior a la fuerza del dinero, esto es, liberándome de ella, consigo libertad. Consigo libertad sólo para mí, es cierto; pero es que como ya le probé, la libertad para todos sólo puede llegar con la destrucción de las ficciones sociales, con la revolución social, y yo, por mí solo, no puedo hacer la revolución social. El punto concreto es éste: busco libertad, consigo libertad: consigo la libertad que puedo, porque, es claro, no puedo conseguir la que no puedo… Y vea ud.: aparte del raciocinio que determina este método anarquista como el único verdadero, el hecho de que él resuelve automáticamente las dificultades lógicas que se pueden oponer a cualquier método anarquista, prueba más que él es el verdadero.
quedan resueltas mediante el método de trabajo anarquista que mi raciocinio me llevó a descubrir como el único verdadero… El método da como resultado que yo me enriquezco; por consiguiente, compensación egoísta
«Pues fue este método el que yo seguí. Me entregué a la empresa de subyugar la ficción dinero, enriqueciendo. Lo conseguí. Llevó un cierto tiempo, porque la lucha fue grande, pero lo conseguí. Evito contarle lo que fue y lo que ha sido mi vida comercial y bancaria. Podría ser interesante, en ciertos puntos sobre todo, pero ya no pertenece al asunto. Trabajé, luché, gané dinero; trabajé más, luché más, gané más dinero; gané mucho dinero finalmente. No reparé en métodos; le confieso, mi amigo, que no reparé en métodos; usé todo lo que hay: el acaparamiento, el dolo financiero, la misma competencia desleal. ¡¿Por qué?! ¡¿Yo combatía las ficciones sociales, inmorales y antinaturales por excelencia, y tenía que reparar en métodos?! ¡¿Yo trabajaba por la libertad y me iba a fijar en las armas con que combatía a la tiranía?! El anarquista estúpido, que tira bombas y pega tiros, bien sabe que mata, y bien sabe que sus doctrinas no incluyen la pena de muerte. Ataca una inmoralidad con un crimen, porque encuentra que esa inmoralidad vale un crimen para ser destruida. Él es estúpido en cuanto al método, porque, como ya le mostré, ese método es errado y contraproducente como proceso anarquista; ahora, en cuanto a la moral del método, él es inteligente. Pero mi método era exacto y yo me servía legítimamente, como anarquista, de todos los medios para enriquecerme. Hoy realicé mi limitado sueño de anarquista práctico y lúcido. Soy libre. Hago lo que quiero, dentro, claro está, de lo que es posible hacer. Mi lema de anarquista era la libertad; pues bien, tengo la libertad, la libertad que, por el momento, en nuestra sociedad imperfecta, es posible tener. Quise combatir las fuerzas sociales; las combatí y, lo que es más, las vencí.
Trabajé, luché, gané dinero; trabajé más, luché más, gané más dinero; gané mucho dinero finalmente. No reparé en métodos; le confieso, mi amigo, que no reparé en métodos; usé todo lo que hay: el acaparamiento, el dolo financiero, la misma competencia desleal. ¡¿Por qué?! ¡¿Yo combatía las ficciones sociales, inmorales y antinaturales por excelencia, y tenía que reparar en métodos?! ¡¿Yo trabajaba por la libertad y me iba a fijar en las armas con que combatía a la tiranía?!
-¡Alto ahí!, ¡alto ahí! -dije yo. -Eso estará todo muy bien, pero hay una cosa que ud. no vio. Las condiciones de su método eran, como ud. probó, no sólo crear libertad, sino también no crear tiranía. Pero ud. creó tiranía. Ud., como acaparador, como banquero, como financista sin escrúpulos, ud. disculpe, pero es ud. el que lo dijo, ud. creó tiranía. Ud. creó tanta tiranía como cualquier otro representante de las ficciones sociales que ud. dijo que combate.
La tiranía es de las ficciones sociales y no de los hombres que las encarnan; ellos son, por así decir, los medios de que las ficciones se sirven para tiranizar, como el cuchillo es el medio del que se puede servir el asesino
-No, mi viejo, ud. se engaña. Yo no creé tiranía. La tiranía, que puede ser resultado de mi acción de combate contra las fuerzas sociales, es una tiranía que no parte de mí, que por consiguiente yo no creé, está en las ficciones sociales, yo no la junté con ellas. Esa tiranía es la propia tiranía de las ficciones sociales; y yo no podía, ni me propuse, destruirlas ficciones sociales. Por centésima vez le repito: sólo la revolución social puede destruirlas ficciones sociales; antes de eso, la acción anarquista perfecta, como la mía, sólo puede subyugarlas ficciones sociales, subyugarlas en relación sólo con el anarquista que pone ese método en práctica, porque ese método no permite una más larga sujeción de esas ficciones. No se trata de no crear tiranía, se trata de no crear tiranía nueva, tiranía donde no la había. Los anarquistas, trabajando en conjunto, influyéndose unos a otros como yo le dije, crean entre sí, fuera y aparte de las ficciones sociales, una tiranía; ésa es la tiranía nueva. Esa, yo no la creé. No la podía incluso crear, por las propias condiciones de mi método. No, mi amigo; yo sólo creé libertad. Liberé a uno. Me liberé a mí. Es que mi método, que, como le demostré, es el único verdadero método anarquista, no me permitió liberar a nadie más. A quien pude liberar, lo liberé.
-Está bien… Coincido… Pero mire que, con ese argumento, la gente casi es llevada a creer que ningún representante de las ficciones sociales ejerce tiranía…
-Y no la ejerce. La tiranía es de las ficciones sociales y no de los hombres que las encarnan; ellos son, por así decir, los medios de que las ficciones se sirven para tiranizar, como el cuchillo es el medio del que se puede servir el asesino. Y ud. ciertamente no juzga que suprimiendo los cuchillos suprime a los asesinos… Mire… Destruya ud. a todos los capitalistas del mundo, pero sin destruir al capital… Al día siguiente el capital, ya en las manos de otros, continuará, por medio de esos otros, su tiranía. Destruya, no a los capitalistas, sino al capital; ¿cuántos capitalistas quedan?… ¿Ve?…
-Sí; ud. tiene razón.
-Ah, hijo, lo máximo, lo máximo, lo máximo que ud. me puede acusar de hacer es de aumentar un poco, muy, muy poco, la tiranía de las ficciones sociales. El argumento es absurdo, porque como ya le dije, la tiranía que yo no debía crear, y que no creé, es otra. Pero hay un punto débil más: y es que, por el mismo razonamiento, ud. puede acusar a un general que entabla combate por su país, de causar a su país el perjuicio del número de hombres de su propio ejército que tuvo que sacrificar para vencer. Quien va a la guerra da y recibe. Que se consiga lo principal; el resto…
-Está muy bien… Pero fíjese en otra cosa… El verdadero anarquista quiere la libertad no sólo para sí, sino también para los otros… Me parece que quiere la libertad para la humanidad entera…
-Sin duda. Pero yo ya le dije que por el método que descubrí, que era el único método anarquista, cada uno tiene que liberarse a sí mismo. Yo me liberé a mí; cumplí con mi deber simultáneamente conmigo y con la libertad. ¿Por qué es que los otros, mis camaradas, no hicieron lo mismo? Yo no se lo impedí. Ése es el que hubiera sido el crimen, si yo se lo hubiese impedido. Pero yo ni siquiera se lo impedí ocultándoles el verdadero método anarquista; en cuanto descubrí el método, se lo dije claramente a todos. El mismo método me impedía hacer más. ¿Qué más podía hacer? ¿Obligarlos a seguir ese camino? Aunque lo pudiera hacer, no lo haría, porque sería quitarles la libertad, y eso iba contra mis principios anarquistas. ¿Ayudarlos? Tampoco podía ser, por la misma razón. Yo nunca ayudé, ni ayudo, a nadie, porque eso, eso de disminuir la libertad ajena, va también contra mis principios. Lo que ud. me está censurando es el que yo no sea más que una sola persona. ¿Por qué me censura el cumplimiento de mi deber de liberar, hasta donde pueda cumplirlo? ¿Por qué no los censura antes a ellos por no haber cumplido el de ellos?
-Pues sí, hombre. Pero esos hombres no hicieron lo que hizo ud., naturalmente, porque eran menos inteligentes que ud., o menos fuertes de voluntad, o…
-Ah, mi amigo: ésas son ya las desigualdades naturales y no las sociales… Son ésas con las que el anarquismo no tiene nada que ver. El grado de inteligencia o de voluntad de un individuo es entre él y la Naturaleza; las mismas ficciones sociales no tienen allí ninguna responsabilidad. Hay cualidades naturales, como ya le dije, que se puede presumir que sean pervertidas por la larga permanencia de la humanidad entre ficciones sociales; pero la perversión no está en el grado de la cualidad, que es absolutamente dado por la Naturaleza, sino en la aplicación de la cualidad. Pero una cuestión de estupidez o de falta de voluntad no tiene que ver con la aplicación de esas cualidades, sino sólo con el grado de ellas. Por eso le digo: ésas son ya absolutamente las desigualdades naturales, y sobre ésas nadie tiene ningún poder, ni hay modificación social que las modifique, como no puede volverme a mí alto o a ud. bajo…
ésas son ya absolutamente las desigualdades naturales, y sobre ésas nadie tiene ningún poder, ni hay modificación social que las modifique, como no puede volverme a mí alto o a ud. bajo…
«A no ser… A no ser que, en el caso de esos hombres, la perversión hereditaria de las cualidades naturales llega tan lejos que alcanza el mismo fondo del temperamento… Sí, que un tipo nazca para esclavo, nazca naturalmente esclavo, y por lo tanto incapaz de algún esfuerzo en el sentido de liberarse… Pero en ese caso…, en ese caso…, ¿que tiene él que ver con la sociedad libre o con la libertad?… Si un hombre nació para esclavo, la libertad, siendo contraria a su índole, será para él una tiranía.
Si un hombre nació para esclavo, la libertad, siendo contraria a su índole, será para él una tiranía
Hubo una pequeña pausa. De repente me eché a reír.
-Realmente -dije yo- ud. es anarquista. En todo caso, da ganas de reír, incluso después de haberlo oído, comparar lo que ud. es con lo que son los anarquistas que andan por ahí…
-Mi amigo, yo ya se lo dije, ya se lo demostré, y ahora se lo repito… La diferencia es sólo ésta: ellos son anarquistas sólo teóricos, yo soy teórico y práctico; ellos son anarquistas místicos y yo, científico; ellos son anarquistas que se agachan, yo soy un anarquista que combate y libera… En una palabra: ellos son pseudoanarquistas y yo soy anarquista.
Y nos levantamos de la mesa.
Lisboa, enero de 1922.
Publicado por Primera vez en 1922, en la revista Contemporánea (Nº 1, mayo, pp. 5-21).
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NOTA DE WIKISOURCE SOBRE LA EDICIÓN
Esta edición de El banquero anarquista reproduce el texto publicado en vida por Fernando Pessoa, en 1922, en la revista Contemporánea (Nº 1, mayo, pp. 5-21). Se procedió, no obstante, a la actualización de la ortografía, así como a la homologación en el uso de la abreviatura ud. (usted) que, seguramente por desliz tipográfico, aparece escrita, en mitad de la frase, a veces con u minúscula y a veces con u mayúscula.
Se publican también, en el Apéndice, algunos textos existentes en el Legado de la Biblioteca Nacional de Lisboa: la traducción al inglés, hecha por el propio poeta, de las primeras dos páginas del texto de 1922 (dos hojas mecanografiadas con cuatro agregados a mano); los distintos escritos (manuscritos, mecanografiados o mixtos) destinados a una proyectada edición corregida y aumentada de la novela, que no llegaría a concretarse, ni siquiera a ser concluida por el autor.
Esos textos se presentan, en el Legado, en estado de borrador, sin indicación del lugar exacto del texto original donde deberían ser insertados. En su fijación, se remiten como nota al pie a las variantes encaradas por Fernando Pessoa, entendiéndose por variante la palabra o palabras agregadas sobre, bajo, a continuación (entre paréntesis) o al margen de una palabra o expresión, con vistas a una posible alteración del texto, así como el señalamiento de las palabras dudosas, esto es, consideradas de redacción provisoria por el autor. Se corrigen también algunos lapsus evidentes de redacción y se utiliza la señal convencional , siempre que aparece un espacio en blanco dejado por Pessoa.
Cada texto del Apéndice es precedido por el número de la referencia que consta en el Legado y por la indicación de la forma en que se presenta: manuscrito [Ms. ], mecanografiado [Mee. ] o mecanografiado con agregados a mano [Mixto].
La presentación de estos textos alternativos y complementarios se hace según el orden de catalogación de la Biblioteca Nacional, atendiendo al hecho de que no siempre es posible determinar, con rigor, el lugar de su inserción en la versión de 1922, ya que algunos de ellos podrían, inclusive, venir a sustituir por completo muchos parágrafos del texto publicado, independientemente de su secuencia, y de que otros, además, no tienen ningún antecedente discursivo que remita a ellos.
Fernando Pessoa
(Lisboa, 1888 – id., 1935) Poeta portugués. Fernando Pessoa pasó su infancia y juventud en la República de Sudáfrica; cursó estudios de derecho en la Universidad de El Cabo y regresó a Lisboa en 1905. Inició su obra literaria en inglés, aunque a partir de 1908 creció su interés por la lengua portuguesa.
Su obra es una de las más originales de la literatura portuguesa y fue, junto con Mário de Sá Carneiro, uno de los introductores en su país de los movimientos de vanguardia. A partir de 1914 proyectó su obra sobre tres heterónimos: Ricardo Reis, Álvaro de Campos y Alberto Caeiro, para quienes inventó personalidades divergentes y estilos literarios distintos. Frente a la espontaneidad expresiva y sensual de Alberto Caeiro, Ricardo Reis trabaja minuciosamente la sintaxis y el léxico, inspirándose en los arcadistas del siglo XVIII, mientras que Álvaro de Campos evoluciona desde una estética próxima a la de Walt Whitman hasta unas preocupaciones metafísicas en la tarea de explicar la vida desde una perspectiva racional.
Sobre estos desdoblamientos del poeta en varias personalidades reflejó Pessoa sus distintos yos conflictivos, a la vez que elaboraba su propia obra poética, a veces experimental, una de las más importantes del siglo XX y que en su mayor parte permaneció inédita hasta su muerte. Su poesía, que supone un intento por superar la dualidad entre razón y vida, fue recogida en los volúmenes Obras completas: I. Poesías, 1942, de Fernando Pessoa; II. Poesías, 1944, de Álvaro de Campos; III. Poemas, 1946, de Alberto Caeiro; IV. Odas, 1946, de Ricardo Reis; V. Mensagem, 1945; VI. Poemas dramáticos; VII. y VIII. Poesías inéditas, 1955-1956.
Su obra ensayística ha sido recogida en Páginas íntimas de autointerpretación (1966), Páginas de estética y de teoría y crítica literarias (1967) y Textos filosóficos (1968). En 1982 apareció el Libro del desasosiego, compendio de apuntes, aforismos, divagaciones y fragmentos del diario que Fernando Pessoa dejó al morir.
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