
LA PROPIEDAD ES IMPOSIBLE, PORQUE LA SOCIEDAD SE DEVORA CON ELLA
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Pierre Proudhon: ¿Qué es la Propiedad?
(Parte 12)
CAPÍTULO IV: LA PROPIEDAD ES IMPOSIBLE

QUINTA PROPOSICIÓN: LA PROPIEDAD ES IMPOSIBLE, PORQUE LA SOCIEDAD SE DEVORA CON ELLA
Cuando el asno lleva mucha carga, se tira al suelo; pero el propietario conoce, funda la esperanza de su especulación.
«Si el trabajador cuando es libre produce 10, para mí -piensa el propietario- producirá 12«.
En efecto, antes de consentir la confiscación de su campo, antes de abandonar el hogar paterno, el labrador, cuya historia hemos referido, hace un desesperado esfuerzo; toma en arriendo nuevas tierras.

Su propósito es sembrar una tercera parte más, y siendo para él la mitad de este nuevo producto, o sea una sexta parte, tendrá de sobra para pagar toda la renta. ¡Qué grave error! Para aumentar en una sexta parte su producción, es preciso que el agricultor aumente su trabajo, no en un sexto, sino en dos sextos más. Sólo a este precio recolecta y paga un arriendo que no debe ante Dios.
Para aumentar en una sexta parte su producción, es preciso que el agricultor aumente su trabajo, no en un sexto, sino en dos sextos más. Sólo a este precio recolecta y paga un arriendo que no debe ante Dios
La conducta del colono es imitada también por el industrial. Aquél multiplica su labor, perjudicando a sus compañeros: el industrial rebaja el precio de su mercancía, y se esfuerza en acaparar la fabricación y la venta, en aniquilar a los que le hacen competencia.
Para saciar a la propiedad, es necesario, ante todo, que el trabajador produzca más de lo que sus necesidades exigen; y después, que produzca más de lo que consienten sus fuerzas. Para producir más de lo que sus energías y sus necesidades permiten, es preciso apoderarse de la producción de otro, y por consiguiente, disminuir el número de productos.
Para producir más de lo que sus energías y sus necesidades permiten, es preciso apoderarse de la producción de otro, y por consiguiente, disminuir el número de productos
Así, el propietario, después de haber aminorado la producción, al abandonarla la reduce todavía más, fomentando el acaparamiento del trabajo. Veámoslo.
Siendo un décimo el déficit sufrido por el trabajador después del pago de la renta, según hemos visto, en esa cantidad ha de procurar aumentar su producción. Para ello no ve más medio que centuplicar sus esfuerzos; esto es, pues, lo que hace. El descontento de los propietarios que no han podido cobrar íntegras sus rentas; los ofrecimientos ventajosos y las promesas que les hacen otros colonos que ellos reputan más diligentes, más laboriosos, más formales; las intrigas de unos y otros, son causas determinantes de una alteración en la repartición de los trabajos y de la eliminación de un determinado número de productores.
De 900, son expulsados 90, con objeto de añadir un décimo a la producción de los restantes. Pero ¿habrá aumentado por el eso el producto total? Evidente es que no. Habrá 810 trabajadores, produciendo como 900, siendo así que debían producir como 1.000.
Además, establecida la renta en razón del capital industrial y no en razón del trabajo, las deudas seguirán como antes con un aumento en el trabajo. He aquí una sociedad que se diezma progresivamente, y que de seguro se extinguirá si las quiebras y las catástrofes económicas y políticas no viniesen de tiempo en tiempo a restablecer el equilibrio y a distraer la atención de las verdaderas causas del infortunio universal.
He aquí una sociedad que se diezma progresivamente, y que de seguro se extinguirá si las quiebras y las catástrofes económicas y políticas no viniesen de tiempo en tiempo a restablecer el equilibrio
Al acaparamiento de los capitales y de las tierras sucede el desarrollo económico, cuyo desarrollo es colocar fuera de la producción a un determinado número de trabajadores. El rédito es la pesadilla del arrendatario y del comerciante, los cuales piensan de este modo:
«Si pagase menos por la mano de obra, podría satisfacer la renta y los intereses que debo«.
Y entonces esos admirables inventos, destinados a hacer el trabajo fácil y rápido, se convierten en máquinas infernales que matan a los trabajadores por millares.
«Hace algunos años la condesa de Stratford expulsó 15.000 individuos de sus tierras, de las que eran arrendatarios. Este acto de administración privada fue repetido en 1820 por otro gran propietario escocés, siendo víctimas 600 familias de colonos.» (Tissot, Del suicidio y de la rebelión.)

El autor citado, que ha escrito páginas elocuentes acerca del espíritu de protesta que caracteriza a las sociedades modernas, no dice si habría desaprobado la rebeldía de esos proscritos. Por mi parte, declaro sin rebozo que ese acto hubiese sido, a mi juicio, el primero de los derechos y el más santo de los deberes, y mi mayor deseo consiste en que oigan todos mi profesión de fe.
La sociedad se extingue: 1º, por la supresión violenta y periódica de los trabajadores; acabamos de verlo y lo hemos de comprobar más adelante; 2º, por la limitación que la propiedad impone al consumo del productor. Estas dos formas de suicidio son simultáneas y se complementan; el hambre se une a la usura para hacer que el trabajo sea cada vez más necesario y más escaso.
El hambre se une a la usura para hacer que el trabajo sea cada vez más necesario y más escaso
Con arreglo a los principios del comercio y de la economía política, para que una empresa industrial sea buena es preciso que su producto sea igual: 1º, al interés del capital; 2º, al gasto de conservación de ese capital; 3º, al importe de los salarios de todos los obreros y empresarios; además, es necesario obtener un beneficio tan crecido como sea posible.
Fuerza es admirar el genio fiscal y codicioso de la propiedad. El capital busca hacer efectiva la albarranía bajo todos los nombres: 1º, en forma de interés; 2º, en la de beneficio. Porque, según se dice, el interés del capital forma parte de los anticipos de la fabricación.
Si se han empleado 100.000 francos en una manufactura, y deducidos los gastos se obtiene un ingreso anual de 5.000, no hay beneficio alguno, sino simplemente interés del capital
Si se han empleado 100.000 francos en una manufactura, y deducidos los gastos se obtiene un ingreso anual de 5.000, no hay beneficio alguno, sino simplemente interés del capital. Pero el propietario no es hombre dispuesto a ninguna clase de trabajo; semejante al león de la fábula, cobra en razón de cada uno de los diversos títulos que se atribuye: de modo que una vez liquidados sus derechos no quedará nada para los demás asociados.
Ego primam tollo, nominor quia leo:
Secundum quia sum fortis tribuetis mihi:
Tum quia plus valeo, me sequetur tertia:
Malo adficietur, si quis quartam tetigerit.*
(No conozco nada más hermoso que esta fábula.
Como empresario tomo la primera parte;
como trabajador me apropio la segunda;
como capitalista me corresponde la tercera;
como propietario todo es mío)
En cuatro versos ha resumido Fedro todas las formas de la propiedad.
Yo afirmo que ese interés, y con mayor razón ese beneficio, es imposible.
¿Qué son los trabajadores en sus mutuas relaciones de trabajo? Miembros diferentes de una gran sociedad industrial, encargados, cada uno en particular, de una parte de la producción general, conforme al principio de la división del trabajo.
Supongamos que esta sociedad se reduce a los tres individuos siguientes: un ganadero, un curtidor y un zapatero. La industria social consistirá en hacer zapatos.
Si yo preguntase cuál debe ser la parte de cada uno en el producto social, un niño me respondería que esa parte es igual al tercio del producto. Pero no se trata aquí de ponderar los derechos de los trabajadores convencionalmente asociados, sino de probar que, aunque no estén asociados esos tres industriales, quieran o no quieran, la fuerza de las cosas, la necesidad matemática, los asocia.
Tres operaciones son indispensables para producir zapatos; el cuidado de la ganadería, la preparación del cuero, el corte y la costura. Si el cuero en manos del pastor vale uno, valdrá dos al salir del taller del curtidor y tres al exponerse en la tienda del zapatero. Cada trabajador ha producido un grado de utilidad; de modo que, sumando todos ellos, se tendrá el valor de la cosa. Para adquirir una cantidad cualquiera de ese producto, es, por tanto, preciso que cada productor abone en primer término su propio trabajo, y después el de los demás productores.
Así, para adquirir 10 en zapatos, el ganadero dará 30 en cueros sin curtir y el curtidor 20 en cuero curtido. Porque en razón de las operaciones realizadas, 10 en zapatos valen 30 en cuero en bruto, de igual modo que 20 en cuero curtido valen también 30 en cuero sin curtir. Si el zapatero exige 33 al ganadero y 22 al curtidor por 10 de su mercancía, no se efectuará el cambio, porque resultara que el ganadero y el curtidor, después de haber pagado 10 por el trabajo del zapatero, venían a readquirir por 11 lo que ellos mismos habían dado por 10, lo cual es imposible.
Pues esto es precisamente lo que ocurre siempre que un industrial realiza un beneficio cualquiera, llámese renta, alquiler, interés o ganancia. En la reducida sociedad de que hablamos, si el zapatero, para procurarse los útiles de su oficio, para comprar las primeras provisiones de cuero y para vivir algún tiempo antes de reintegrarse de esos gastos, toma dinero a préstamo, es evidente que para pagar el interés de ese dinero se verá obligado a beneficiarse a costa del curtidor y del ganadero; pero como este beneficio es imposible sin cometer fraude, el interés recaerá sobre el desdichado zapatero, y lo arruinará en definitiva.
He puesto como ejemplo un caso imaginario y de una sencillez fuera de lo natural, pues no hay sociedad humana que esté reducida a tres funciones. La sociedad menos civilizada obliga a numerosas industrias. Hoy, el número de funciones industriales (y entiendo por función industrial toda función útil) asciende quizás a más de mil. Pero cualquiera que sea el número de funcionarios, la ley económica sigue siendo la misma. Para que el productor viva, es preciso que con su salario pueda readquirir su producto.
Cualquiera que sea el número de funcionarios, la ley económica sigue siendo la misma. Para que el productor viva, es preciso que con su salario pueda readquirir su producto
¿Por qué, pues, se obstinan en sostener la propiedad, la desigualdad de los salarios, la legitimidad de la usura, la licitud del lucro, cosas todas que contradicen la ley económica y hacen imposibles las transacciones?
Los economistas no pueden ignorar este principio rudimentario de su pretendida ciencia. ¿Por qué, pues, se obstinan en sostener la propiedad, la desigualdad de los salarios, la legitimidad de la usura, la licitud del lucro, cosas todas que contradicen la ley económica y hacen imposibles las transacciones? Un intermediario adquiere primeras materias por valor de 100.000 francos; paga 50.000 por salarios y mano de obra, y luego pretende obtener 200.000 del producto.
Es decir, quiere beneficiarse a costa de la materia y del trabajo de sus obreros; pero si el que facilitó esas primeras materias y los trabajadores que las transformaron no pueden readquirir con la suma total de sus salarios lo mismo que para el mediador produjeron, ¿cómo pueden vivir?
Explicaré minuciosamente esta cuestión; los detalles son en este punto necesarios.
Si el obrero recibe por su trabajo un salario medio de tres francos por día, para que el patrono gane alguna cosa es necesario que al revender, bajo la forma de mercancía, la jornada de su obrero, cobre por ella más de tres francos.
El obrero no puede, por tanto, adquirir lo que él mismo ha producido por cuenta del capitalista.
Esto ocurre en todos los oficios sin excepción. El sastre, el sombrerero, el ebanista, el herrero, el curtidor, el albañil, el joyero, el impresor, el dependiente, etcétera, hasta el agricultor, no pueden readquirir sus productos, ya que produciendo para un patrono, a quien en una u otra forma benefician, habrían de pagar su propio trabajo más caro que lo que por él reciben.
En Francia, 20 millones de trabajadores dedicados al cultivo de todas las carreras de la ciencia, del arte y de la industria, producen todas las cosas útiles a la vida del hombre. La suma de sus jornales equivale cada año hipotéticamente a 20.000 millones; pero a causa del derecho de propiedad y del sinnúmero de albarranías, primas, diezmos, gabelas, intereses, ganancias, arrendamientos, alquileres, rentas y beneficios de toda clase, los productos son valorados por los propietarios y patronos en 25.000 millones.
¿Qué quiere decir esto? Que los trabajadores, que están obligados a adquirir de nuevo esos mismos productos para vivir, deben pagar como cinco lo que han producido como cuatro, o ayunar un día cada cinco.
Si hay un economista capaz de demostrar la falsedad de este cálculo, lo invito a que lo haga y, en ese caso, me comprometo a retractarme de cuanto he dicho contra la propiedad.
Examinemos entretanto las consecuencias de este beneficio.
Si el salario del obrero fuese el mismo en todas las profesiones, el déficit ocasionado por la detracción del propietario se haría notar igualmente en todas ellas; pero la causa del mal se habría manifestado con tal evidencia, que hace tiempo hubiese sido advertida y reprimida.
Mas como en los salarios, desde el del barrendero hasta el del ministro, impera la misma desigualdad que en las propiedades, sigue la expoliación un movimiento de repercusión del más fuerte al más débil, por el cual el trabajador sufre mayor número de privaciones cuanto más bajo está en la escala social, cuya última clase se ve literalmente desnuda y devorada por las demás.
Sufre mayor número de privaciones cuanto más bajo está en la escala social, cuya última clase se ve literalmente desnuda y devorada por las demás
Los trabajadores no pueden comprar ni los lienzos que tejen, ni los muebles que construyen, ni los metales que forjan, ni las piedras preciosas que tallan, ni las estampas que graban; no pueden procurarse el trigo que siembran, ni el vino que hacen, ni la carne de los animales que pastorean; no les está permitido habitar en las casas que edifican, asistir a los espectáculos que sufragan, dar a su cuerpo el descanso que necesitan.
Y esto es así porque para disfrutar de todo ello tendrían que adquirirlo a precio de coste, y el derecho de albarranía se lo impide.
Los trabajadores no pueden comprar ni los lienzos que tejen, ni los muebles que construyen, ni los metales que forjan, ni las piedras preciosas que tallan, ni las estampas que graban; no pueden procurarse el trigo que siembran, ni el vino que hacen, ni la carne de los animales que pastorean; no les está permitido habitar en las casas que edifican, asistir a los espectáculos que sufragan, dar a su cuerpo el descanso que necesitan.
Debajo de las lujosas muestras de esos almacenes suntuosos que su indigencia admira, el trabajador lee en gruesos caracteres: TODO ESTO ES OBRA TUYA Y CARECERÁS DE ELLO. ¡Sic vos non vobis! (¡Entonces tu no tienes que hacerlo!)
Todo industrial que hace trabajar a 1.000 obreros y gana con cada uno de ellos un céntimo por día, es un hombre que ocasiona la miseria de 1.000 obreros. Todo explotador ha jurado mantener el pacto del hambre. Pero el pueblo carece hasta de ese trabajo, mediante el cual la propiedad lo aniquila. ¿Y por qué?
La insuficiencia del salario obliga a los obreros al acaparamiento del trabajo, y antes de ser diezmados por la miseria, se diezman ellos mismos por la concurrencia
Porque la insuficiencia del salario obliga a los obreros al acaparamiento del trabajo, y antes de ser diezmados por la miseria, se diezman ellos mismos por la concurrencia. Conviene tener presente esta verdad.
Si el salario del obrero no le permite adquirir su producto, claro es que el producto no es para el productor. ¿Para quién se reserva en ese caso? Para el consumidor rico, es decir, solamente para una pequeña parte de la sociedad.
Si el salario del obrero no le permite adquirir su producto, claro es que el producto no es para el productor. ¿Para quién se reserva en ese caso? Para el consumidor rico, es decir, solamente para una pequeña parte de la sociedad.
Pero cuando toda la sociedad trabaja, produce para toda la sociedad; luego si sólo una parte de la sociedad consume, es a cambio de que el resto permanezca inactivo.
Y estar en esa inactividad es perecer, tanto para el trabajador como para el propietario
Pero cuando toda la sociedad trabaja, produce para toda la sociedad; luego si sólo una parte de la sociedad consume, es a cambio de que el resto permanezca inactivo. Y estar en esa inactividad es perecer, tanto para el trabajador como para el propietario; es imposible salir de esta conclusión.
El espectáculo más desolador que puede imaginarse es ver a los productores rebelarse y luchar contra esa necesidad matemática, contra ese poder de los números, que sus propios prejuicios impiden conocer.
Si 100.000 obreros impresores pueden proveer al consumo literario de 34 millones de hombres, y el precio de los libros sólo es accesible a una tercera parte de los consumidores, es evidente que esos 100.000 obreros producirán tres veces más de lo que los libreros pueden vender.
Para que la producción de los primeros no sobrepase nunca las necesidades del consumo, será preciso, o que de tres días no trabajen más que uno, o que se releven por terceras partes cada semana, cada mes o cada trimestre, es decir, que no vivan durante dos tercios de su vida.
Pero la industria bajo la influencia capitalista no procede con esta regularidad: es en ella de esencia producir mucho en poco tiempo, puesto que cuanto mayor sea la masa de productos y más rápida la ejecución, más disminuye el precio de fabricación de cada ejemplar. Al primer síntoma de escasez de productos, los talleres se llenan de operarios, todo el mundo se pone en movimiento; entonces el comercio es próspero, y gobernantes y gobernados aplauden.
Pero cuanto mayor es la actividad invertida, mayor es la ociosidad forzosa que se avecina; pronto la risa se convertirá en llanto. Bajo el régimen de propiedad, las flores de la industria no sirven más que para tejer coronas funerarias. El obrero que trabaja cava su propia fosa.
Aun cuando el taller se cierre, el capital sigue devengando interés. El propietario, para cobrarlo, procura a todo trance mantener la producción disminuyendo sus gastos. Como consecuencia, vienen las rebajas del salario, la introducción de las máquinas, la intrusión de niños y mujeres en los oficios de los hombres, la depreciación de la mano de obra y la mala fabricación.
Aún se produce, porque la disminución de los gastos facilita la venta del producto; pero no se continúa mucho tiempo, pues fundándose la baratura del precio de coste en la cuantía y la celeridad de la producción, la potencia productiva tiende más que nunca a sobrepasar el consumo.
Y cuando la producción se modera ante trabajadores cuyo salario apenas basta para el diario sustento, las consecuencias del principio de propiedad son horrorosas. No hay economía, ni ahorro, ni recurso alguno que les permita vivir un día más. Hoy se cierra el taller, mañana ayunarán en medio de la calle, al otro día morirán de hambre en el hospital o comerán en la cárcel.
Nuevos accidentes vienen a complicar esta espantosa situación. A consecuencia de la acumulación de mercancías y de la extremada disminución de precio, el industrial se ve muy pronto en la imposibilidad de satisfacer los intereses de los capitales que maneja. Entonces, los accionistas, alarmados, se apresuran a retirar sus fondos, la producción se suspende totalmente, el trabajo se interrumpe.
Hay quien se extraña de que los capitales huyan del comercio para precipitarse en la Bolsa, y hasta M. Blanqui se ha lamentado amargamente de la ignorancia y la ligereza de los capitalistas. La causa de este movimiento de los capitales es muy sencilla; pero por eso mismo un economista no podía advertirla, o mejor dicho, no debía decirla. Esta causa reside únicamente en la concurrencia.
Llamo concurrencia no solamente a la rivalidad de dos industrias de una misma clase, sino al esfuerzo general y simultáneo de todas ellas para imponerse unas a otras. Este esfuerzo es hoy tan intenso, que el precio de las mercaderías apenas puede cubrir los gastos de fabricación y de venta. De suerte que, descontados los salarios de todos los trabajadores, no queda nada, ni aun el interés para los capitalistas.
Llamo concurrencia no solamente a la rivalidad de dos industrias de una misma clase, sino al esfuerzo general y simultáneo de todas ellas para imponerse unas a otras.
Este esfuerzo es hoy tan intenso, que el precio de las mercaderías apenas puede cubrir los gastos de fabricación y de venta.
De suerte que, descontados los salarios de todos los trabajadores, no queda nada, ni aun el interés para los capitalistas.
La causa primera de la paralización comercial e industrial es, por tanto, el interés de los capitales
La causa primera de la paralización comercial e industrial es, por tanto, el interés de los capitales, ese interés que la antigüedad designó con el infame nombre de usura cuando sirve para pagar el precio del dinero, pero que nadie se ha atrevido a condenar bajo las denominaciones de alquiler, arriendo o beneficio, como si la especie de las cosas prestadas pudiese nunca legitimar el precio del préstamo, el robo.
La cuantía de la albarranía que percibe el capitalista determinará siempre la frecuencia y la intensidad de las crisis comerciales. Conocida la primera, será fácil determinar las últimas, y recíprocamente. ¿Queréis saber cuál es el regulador de una sociedad?
Informaos de la masa de los capitales activos, es decir, que devenguen interés, y de la tasa legal de ese interés. El curso de los acontecimientos no será más que una serie de quiebras, cuyo número e importancia estarán en razón directa de la acción de los capitales.
El curso de los acontecimientos no será más que una serie de quiebras, cuyo número e importancia estarán en razón directa de la acción de los capitales
El aniquilamiento de la sociedad es unas veces insensible y permanente y otras periódico y brusco. Esto depende de las varias formas que la propiedad reviste.
En un país de propiedad parcelaria y de pequeña industria, los derechos y las pretensiones de cada uno se compensan mutuamente; la potencia usurpadora es muy débil; allí, en rigor de verdad, la propiedad no existe, puesto que el derecho de albarranía apenas se ejercita. La condición de los trabajadores, en cuanto a los medios de subsistencia, es poco más o menos lo mismo que si hubiera entre ellos igualdad absoluta; carecen de todas las ventajas de una verdadera asociación, pero al menos sus existencias no están amenazadas.
Aparte de algunas víctimas aisladas del derecho de propiedad, cuya causa primera es desconocida para todos, la sociedad vive tranquila en el seno de esta especie de igualdad; pero es de advertir que está en equilibrio sobre el filo de una espada, y el menor impulso la hará caer con estrépito.
De ordinario, el movimiento de la propiedad se localiza. Por una parte, la renta se detiene en un límite fijo; por otra, a consecuencia de la concurrencia y del exceso de producción, el precio de las mercancías industriales se estaciona; de modo que la situación del labrador es siempre la misma, y sólo depende de la regularidad de las estaciones. Es, por tanto, en la industria donde se nota principalmente la acción devoradora de la propiedad.
La situación del labrador es siempre la misma, y sólo depende de la regularidad de las estaciones. Es, por tanto, en la industria donde se nota principalmente la acción devoradora de la propiedad.
Mientras el colono es devorado lentamente por el derecho de albarranía, el industrial es engullido de una vez.
Por esto ocurre con frecuencia lo que llamamos crisis industriales, y no existen apenas crisis agrícolas, pues mientras el colono es devorado lentamente por el derecho de albarranía, el industrial es engullido de una vez. De aquí las huelgas en las fábricas, las ruinas de las grandes fortunas, la miseria de la clase obrera, gran parte de la cual va ordinariamente a morir en la vía pública, en los hospitales, en las cárceles y en los presidios.
Resumamos esta proposición: La propiedad vende al trabajador el producto más caro de lo que por él le paga, luego es imposible.
La propiedad vende al trabajador el producto más caro de lo que por él le paga, luego es imposible

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APÉNDICE A LA QUINTA PROPOSICIÓN
-I-
Algunos reformadores, y la mayor parte misma de los publicistas que, sin pertenecer a ninguna escuela, se ocupan de mejorar la suerte de la clase más numerosa y más pobre, cuentan mucho hoy sobre una mejor organización del trabajo.
Los discípulos de Fourier, sobre todo, no cesan de gritarnos: ¡Al falansterio! al mismo tiempo que se desencadenan contra la tontería y el ridículo de las otras sectas. Son ellos una media docena de genios incomparables que han descubierto que cinco más cuatro hacen nueve, se quitan dos y quedan nueve, y que lloran sobre la ceguera de Francia, que se niega a creer en esa increíble aritmética.
Son ellos una media docena de genios incomparables que han descubierto que cinco más cuatro hacen nueve, se quitan dos y quedan nueve, y que lloran sobre la ceguera de Francia, que se niega a creer en esa increíble aritmética

En efecto, los fourieristas se anuncian, por una parte, como conservadores de la propiedad, del derecho de albarranía, que han formulado así: A cada uno según su capital, su trabajo y su talento; por otra parte, quieren que el obrero llegue al goce de todos los bienes de la sociedad, es decir, reduciendo su expresión, al goce integral de su propio producto. ¿No es como si dijesen a ese obrero: trabaja, tendrás 3 francos por día; vivirás con 55 céntimos, darás el resto al propietario, y habrás consumido 3 francos?
Si ese discurso no es el resumen más exacto del sistema de Charles Fourier, quiero firmar con mi sangre todas las locuras falansterianas.
¿Para qué reformar la industria y la agricultura, para qué trabajar, en una palabra, si la propiedad es mantenida, si el trabajo no puede cubrir nunca los gastos?
Sin la abolición de la propiedad, la organización del trabajo no es más que una decepción más
Sin la abolición de la propiedad, la organización del trabajo no es más que una decepción más. Cuando se cuadruplique la producción, lo que después de todo no creo imposible, sería esfuerzo perdido: si el excedente del producto no se consume, no tiene ningún valor, y el propietario lo rehúsa por interés; si se consume, todos los inconvenientes de la propiedad reaparecen.
Es preciso confesar que la teoría de las atracciones pasionales se encuentra aquí en falta, y que, por haber querido armonizar la pasión de la propiedad, pasión mala, diga lo que diga Fourier, ha arrojado una viga en las ruedas de su carreta.
El absurdo de la economía falansteriana es tan burdo que muchas gentes sospechan que Fourier, a pesar de todas sus reverencias ante los propietarios, ha sido un adversario oculto de la propiedad. Esta opinión se puede sostener por razones falaces; sin embargo yo no podría compartirla. La parte del charlatanismo sería demasiado grande en este hombre, y la buena fe demasiado pequeña.
Me gusta más creer en la ignorancia, por otra parte confirmada, de Fourier, que en su doblez
Me gusta más creer en la ignorancia, por otra parte confirmada, de Fourier, que en su doblez. En cuanto a sus discípulos, antes de que se pueda formular ninguna opinión acerca de ellos, es necesario que declaren de una buena vez, categóricamente, y sin restricción mental, si entienden, sí o no, conservar la propiedad, y lo que significa la famosa divisa:
A cada uno según su capital, su trabajo y su talento.
-II-
Pero, observará algún propietario semiconvertido, ¿no sería posible, al suprimir la banca, las rentas, los arriendos, los alquileres, todas las usuras, la propiedad en fin, repartir los productos en proporción de las capacidades? Ése era el pensamiento de Saint-Simon, ése fue el de Fourier, es el anhelo de la conciencia humana, y no se atrevería decentemente a hacer vivir a un ministro como a un campesino.
¡Ah! ¡Midas, qué largas son tus orejas! ¡Qué! ¡no comprenderás nunca que superioridad de salario y derecho de albarranía es la misma cosa! Ciertamente, no fue el menor error de Saint- Simon, de Fourier y de sus corderos, el haber querido amontonar, uno la desigualdad y la comunidad, el otro la desigualdad y la propiedad; pero tú, hombre de cálculo, hombre de economía, hombre que sabes de memoria tus tablas logarítmicas, ¿cómo puedes equivocarte tan pesadamente?
¿No recuerdas ya que desde el punto de vista de la economía política el producto de un hombre, cualesquiera que sean sus capacidades individuales, no vale más que el trabajo de un hombre, y que el trabajo de un hombre no vale tampoco más que el consumo de un hombre?
Me recuerdas ese gran fabricante de constituciones, ese pobre Pinheiro Ferreira, el Sieyès del siglo diecinueve que, al dividir una nación en doce clases de ciudadanos, o doce grados, como tú quieras, asignaba a unos 100.000 francos de sueldo, a otros 80.000; después 25.000, 15.000, 10.000, etc., hasta 1.500 y 1.000 francos, mínimo de salario de un ciudadano.

Pinheiro amaba las distinciones, y no concebía un Estado sin grandes dignatarios como no concebía un ejército sin tambores-mayores; y como también amaba o creía amar la libertad, la igualdad, la fraternidad, hacía de los bienes y los males de nuestra vieja sociedad un eclecticismo con el cual componía una constitución. ¡Admirable Pinheiro!
Libertad hasta la obediencia pasiva, fraternidad basta la identidad de lenguaje, igualdad hasta el jurado y la guillotina, tal fue su ideal de la república
Libertad hasta la obediencia pasiva, fraternidad basta la identidad de lenguaje, igualdad hasta el jurado y la guillotina, tal fue su ideal de la república. Genio desconocido, de que el siglo presente no era digno, y que la posteridad vengará.
Escucha, propietario. En realidad, la desigualdad de las facultades existe; en derecho no es admitida, no pesa para nada, no se supone. Basta un Newton por siglo a 30 millones de hombres; el psicólogo admira la rareza de un genio tan bello, el legislador no ve más que la rareza de la función. Ahora bien, la rareza de la función no crea un privilegio en beneficio del funcionario, y eso por varias razones, todas igualmente perentorias.
1º) La rareza del genio no ha sido, en las intenciones del creador, un motivo para que la sociedad se pusiese de rodillas ante el hombre dotado de facultades eminentes, sino un medio providencial para que cada función fuese cumplida para la mayor ventaja de todos.
2º) El talento es una creación de la sociedad mucho más que un don de la naturaleza; es un capital acumulado, del cual el que lo recibe no es más que el depositario. Sin la sociedad, sin la educación que da y sus recursos poderosos, el más hermoso natural quedaría, en el género mismo que debe constituir su gloria, por debajo de las capacidades más mediocres. Cuanto más vasto es el saber de un mortal, más bella es su imaginación, más fecundo su talento, más costosa ha sido también su educación, más brillantes y más numerosos fueron también sus antecesores y modelos, más grande es su deuda. El labrador produce al salir de la cuna y hasta el borde de la tumba, los frutos del arte y de la ciencia son tardíos y raros, a menudo el árbol perece antes de que madure. La sociedad, al cultivar el talento, hace sacrificio a la esperanza.
3º) La medida de comparación no existe: la desigualdad de los talentos no es, bajo condiciones iguales de desarrollo, más que la especialidad de los talentos.
4º) La desigualdad de los sueldos y salarios, lo mismo que el derecho de albarranía, es económicamente imposible. Supongo el caso más favorable, aquel en que todos los trabajadores han proporcionado su máximo de producción: para que el reparto de los productos entre ellos sea equitativo, es preciso que la parte de cada uno sea igual al cociente de la producción dividido por el número de los trabajadores. Hecha esta operación, ¿qué queda para completar los sueldos superiores? Absolutamente nada.
Supongo el caso más favorable, aquel en que todos los trabajadores han proporcionado su máximo de producción: para que el reparto de los productos entre ellos sea equitativo, es preciso que la parte de cada uno sea igual al cociente de la producción dividido por el número de los trabajadores.
Hecha esta operación, ¿qué queda para completar los sueldos superiores? Absolutamente nada.
¿Se dirá que hay que deducir una contribución sobre todos los trabajadores? Pero entonces su consumo no será igual a su producción, el salario no pagará el servicio productivo, el trabajador no podrá rescatar su producto, y volveremos a incurrir en todas las miserias de la propiedad. No hablo de la injusticia hecha al trabajador despojado, de las rivalidades, de las ambiciones excitadas, de los odios encendidos: todas estas consideraciones pueden tener su importancia, pero no van derechamente al hecho.
Por una parte, siendo corta y fácil la tarea de cada trabajador, y siendo iguales los medios para realizarla con éxito, ¿cómo habría grandes y pequeños productores?
Por otra parte, siendo las funciones todas iguales entre sí, sea por la equivalencia real de los talentos y de las capacidades, sea por la cooperación social, ¿cómo podría argumentar un funcionario sobre la excelencia de su genio para reclamar un salario proporcional?
Pero ¿qué digo? en la igualdad los salarios son siempre proporcionales a las facultades. ¿Qué es el salario en economía?: es lo que compone el consumo reproductivo del trabajador.
El acto mismo por el cual el trabajador produce es pues ese consumo, igual a su producción, que se le pide: cuando el astrónomo produce observaciones, el poeta versos, el sabio experiencias, consumen instrumentos, libros, viajes, etc., etc.; ahora bien, si la sociedad provee a ese consumo, ¿qué otra proporcionalidad de honorarios podrían exigir el astrónomo, el sabio, el poeta?
Concluyamos pues que en la igualdad, y sólo en la igualdad, halla su plena y entera aplicación el adagio de Saint-Simon:
A cada uno según su capacidad, a cada capacidad según sus obras.

-III-
La gran llaga, la llaga horrible y siempre abierta de la propiedad, es que con ella la población, cualquiera que sea la cantidad en que se la reduzca, sigue siendo siempre y necesariamente superabundante.
La llaga horrible y siempre abierta de la propiedad, es que con ella la población, cualquiera que sea la cantidad en que se la reduzca, sigue siendo siempre y necesariamente superabundante
En todos los tiempos hubo quejas sobre el exceso de población; en todos los tiempos se ha encontrado la propiedad molestada por la presencia del pauperismo, sin apercibirse de que sólo ella era la causa del mismo: así nada más curioso que la diversidad de los medios que ella ha imaginado para extinguirlo. Lo atroz y lo absurdo se disputan en eso la palma.
La exposición de los niños fue la práctica constante de la antigüedad. El exterminio en grande y en detalle de los esclavos, la guerra civil y extranjera, prestaron también su ayuda. En Roma, donde la propiedad era fuerte e inexorable, esos tres medios fueron tanto tiempo y tan eficazmente empleados, que al fin el imperio se encontró sin habitantes. Cuando los bárbaros llegaron, no encontraron a nadie: los campos no eran ya cultivados; la hierba crecía en las calles de las ciudades italianas.
En China, desde tiempo inmemorial, es el hambre el que se ha encargado del barrido de los pobres. Siendo el arroz casi la subsistencia del pueblo pequeño, un accidente hace fracasar la cosecha y en pocos días el hambre mata a los habitantes por miríadas; y el mandarín historiógrafo escribe en los anales del imperio del centro que en tal año de tal emperador, una penuria llevó 2, 30, 50, 100.000 habitantes. Después se entierra a los muertos, se vuelve a hacer hijos, hasta que otra penuria produce el mismo resultado. Tal parece haber sido en todo tiempo la economía confuciana.

Tomo los siguientes detalles de un economista moderno:
«Desde los siglos catorce y quince, Inglaterra es devorada por el pauperismo; se dictan leyes de sangre contra los mendigos» (sin embargo su población no era la cuarta parte de la que es hoy).
«Eduardo prohíbe hacer limosnas, bajo pena de prisión… Las ordenanzas de 1547 y 1656 prestan disposiciones análogas en caso de reincidencia. Isabel ordena que cada parroquia alimentará a sus pobres. Pero ¿qué es un pobre? Carlos II decide que una residencia no puesta en discusión de 40 días comprueba el establecimiento en la comuna; pero se replica, y el recién llegado es forzado a desaparecer. Jacobo II modifica esa decisión, modificada de nuevo por Guillermo. En medio de los exámenes, de las relaciones, de las modificaciones, el pauperismo crece, el obrero languidece y muere.
«La tasa de los pobres, en 1774, sobrepasa los 40 millones de francos; en 1783, 1784, 1785, han costado, por cada año común, 53 millones; en 1813, más de 187.500.000 francos; en 1816, 250 millones, en 1817, se supone que cuestan 317 millones. «En 1821, la masa de los pobres inscritos en las parroquias era calculada en 4 millones, es decir, de la tercera a la cuarta parte de la población.
«Francia. En 1544, Enrique I instituye una tarifa de limosna para los pobres, con obligación de pagarla. En 1566 y en 1586 se recuerda el principio aplicándolo a todo el reino.
«Bajo Luis XIV, 40.000 pobres infestaban la capital (tantos, en proporción, como hoy). Ordenanzas severas fueron dictadas acerca de la mendicidad. En 1740 el Parlamento de París reproduce por su iniciativa la cotización forzada.
«La Constituyente, asustada de la magnitud del mal y de las dificultades del remedio, ordena el statu quo.
«La Convención proclama como deuda nacional la asistencia a la pobreza. Su ley permanece sin ejecución.
«Napoleón quiere también remediar el mal: el pensamiento de su ley es la reclusión. «Por ese medio, decía, preservaré a los ricos de la importunidad de los mendigos y de la visión disgustante de las enfermedades de la alta miseria». ¡Oh, gran hombre!
De estos hechos, que podría multiplicar mucho más, resultan dos cosas:
Una, que el pauperismo es independiente de la población.
Otra, que todos los remedios ensayados para extinguirlo han quedado sin eficacia.
De estos hechos, que podría multiplicar mucho más, resultan dos cosas: una que el pauperismo es independiente de la población, otra que todos los remedios ensayados para extinguirlo han quedado sin eficacia.
«El catolicismo fundó hospitales, conventos, mandó que se hiciesen limosnas, es decir estimuló la mendicidad; su genio, al hablar por boca de sus sacerdotes, no fue muy lejos«.
El poder secular de las naciones cristianas ordenó tanto impuestos sobre los ricos, como la expulsión y la encarcelación de los pobres, es decir, por un lado la violación del derecho de propiedad, y por otro la muerte civil y el asesinato. Los modernos economistas, imaginándose que la causa del pauperismo está toda ella en la superabundancia de población, se han dedicado sobre todo a comprimir su florecimiento.
Los modernos economistas, imaginándose que la causa del pauperismo está toda ella en la superabundancia de población, se han dedicado sobre todo a comprimir su florecimiento
Los unos quieren que se impida el matrimonio al pobre, de manera que después de haber declamado contra el celibato religioso, se propone un celibato forzado, que se convertirá necesariamente en un celibato libertino.
Los otros no aprueban ese medio, demasiado violento, y que quitan, dicen, al pobre el cínico placer que conoce en el mundo. Quisieran solamente que se le recomendase la prudencia; es la opinión de los señores Malthus, Sismondi, Say, Droz, Duchâtel, etcétera.

Además, sería oportuno explicarse categóricamente sobre esa prudencia matrimonial que se recomienda tan insistentemente al obrero; porque aquí hay que temer el más molesto de los equívocos, y sospecho que los economistas no son entendidos perfectamente.
«Eclesiásticos poco ilustrados se alarman cuando se habla de llevar la prudencia al matrimonio; temen que ello vaya contra la orden divina: creced y multiplicaos. Para ser consecuentes, deberán dirigir la anatema a los celibatarios.» (J. Droz, Économie politique).
El señor Droz es demasiado honesto y demasiado poco teólogo para haber comprendido la causa de las alarmas de los casuistas, y esa casta ignorancia es el más bello testimonio de la pureza de su corazón. La religión no ha estimulado nunca la precocidad de los matrimonios, y la especie de prudencia que ella censura es la expresada en este latín de Sanchez: «An licet ob metum liberorum semen extra vas ejicere» (¿Es permisible expulsar el semen de un recipiente por miedo a los niños?).
Destutt de Tracy parece no acomodarse ni a una ni a otra prudencia; dice:
«Confieso que no comparto el celo de los moralistas para disminuir y estorbar nuestros placeres más que el de los políticos para acrecentar nuestra fecundidad y acelerar nuestra multiplicación«.
Su opinión es pues que se haga el amor y se case todo lo que se pueda. Pero las consecuencias del amor y del matrimonio son el hacer pulular la miseria; nuestro filósofo no se atormenta por ello. Fiel al dogma de la necesidad del mal, es del mal del que espera la solución de todos los problemas.
También añade:
«Continuando la multiplicación de los hombres en todas las clases de la sociedad, lo superfluo de las primeras es necesariamente rechazado hacia las clases inferiores, y lo de las últimas es destruido por la miseria«.
Esta filosofía cuenta pocos partidarios abnegados; pero tiene sobre cualquier otra la ventaja innegable de ser demostrada por la práctica.
Es también lo que Francia ha querido profesar antes en la Cámara de Diputados: Habrá siempre pobres -tal es el aforismo político con el cual el ministro ha pulverizado la argumentación del señor Arago-. Habrá siempre pobres. Sí, con la propiedad.
Los fourieristas, inventores de tantas maravillas, no podían, en esta ocasión, mentir a su carácter. Han inventado pues cuatro medios para detener, a voluntad, el florecimiento de la población.
1º) El vigor de las mujeres. La experiencia les es contraria en este punto; porque si las mujeres vigorosas no son siempre las más prontas para concebir, al menos son las que tienen hijos más viables, de suerte que la ventaja de maternidad es suya.
2º) El ejercicio integral, o desarrollo igual de todas las facultades psíquicas. Si ese desarrollo es igual, ¿cómo se aminoraría la potencia de la reproducción?
3º) El régimen gastrosófico, en francés filosofía del gaznate. Los fourieristas afirman que una alimentación lujuriante y copiosa haría estériles a las mujeres, como una superabundancia de savia hace las flores más ricas y más bellas al hacerlas abortar. Pero la analogía es falsa: el aborto de las flores viene del hecho de que los estambres u órganos machos son cambiados en pétalos, como se puede persuadir uno al inspeccionar una rosa, y porque por el exceso de humedad el polvo fecundante ha perdido su virtud prolífica. Para que el régimen gastrosófico produzca los resultados que de él se esperan, no basta pues engordar a las hembras, hay que hacer impotentes a los machos.
4º) Las costumbres fanerógamas, o el concubinato público: yo ignoro por qué los falansterianos emplean palabras griegas para expresar ideas que tienen buen equivalente en francés. Este medio, así como el precedente, es imitado de los procedimientos civilizados: Fourier cita él mismo como prueba el ejemplo de las prostitutas. Ahora bien, la mayor incertidumbre reina todavía sobre los hechos que alega; es lo que dice formalmente Parent Duchâtelet, en su libro sobre la Prostitución.
Según las informaciones que he podido recoger, los remedios al pauperismo y a la fecundidad, indicados por el uso constante de las naciones, por la filosofía, por la economía política y por los reformadores más recientes, son comprendidos en la lista siguiente: 1 masturbación, onanismo, 2 pederastia, tribadismo, poliandria, 3 prostitución, castración, reclusión, aborto, infanticidio. 4 La insuficiencia de todos estos medios ha sido probada, y sólo queda su proscripción.
Por desgracia, la proscripción, al destruir a los pobres, no haría más que acrecentar la proporción
Por desgracia, la proscripción, al destruir a los pobres, no haría más que acrecentar la proporción. Si el interés obtenido por el propietario sobre el producto es solamente igual a la vigésima parte de ese producto (según la ley, es igual al vigésimo del capital), se sigue de ahí que 20 trabajadores no producen más que 19, porque hay uno entre ellos que se llama propietario y que come la parte de dos.
Si el interés obtenido por el propietario sobre el producto es solamente igual a la vigésima parte de ese producto (según la ley, es igual al vigésimo del capital), se sigue de ahí que 20 trabajadores no producen más que 19, porque hay uno entre ellos que se llama propietario y que come la parte de dos.
Supongamos que el trabajador vigésimo, el indigente, sea muerto, la producción del año siguiente habrá disminuido en una vigésima parte; por consiguiente, el decimonono tendrá que ceder su porción y perecer.
Supongamos que el trabajador vigésimo, el indigente, sea muerto, la producción del año siguiente habrá disminuido en una vigésima parte; por consiguiente, el decimonono tendrá que ceder su porción y perecer. Porque, como no es el vigésimo del producto de 19 lo que debe ser pagado al propietario, sino el vigésimo del producto de 20 (véase la tercera proposición), es un vigésimo más un 400 avo de su producto lo que cada sobreviviente debe cercenarse; en otros términos, es un hombre sobre 19 al que hay que matar. Por tanto, con la propiedad, cuantos más pobres se matan, más renacen en proporción.
Por tanto, con la propiedad, cuantos más pobres se matan, más renacen en proporción
Malthus, que ha probado tan sabiamente que la población crece en una progresión geométrica, mientras que la producción no aumenta más que en progresión aritmética, no ha observado esa potencia pauperizante de la propiedad. Sin esta omisión, hubiese comprendido que antes de tratar de reprimir nuestra fecundidad, hay que comenzar por abolir el derecho de albarranía, porque allí donde ese derecho es tolerado, cualesquiera que sean la extensión y la riqueza del suelo, hay siempre demasiados habitantes.
Hay que comenzar por abolir el derecho de albarranía, porque allí donde ese derecho es tolerado, cualesquiera que sean la extensión y la riqueza del suelo, hay siempre demasiados habitantes
Se pedirá quizá qué medio propondría yo para mantener el equilibrio de la población: porque tarde o temprano ese problema deberá ser resuelto. Este medio me permitirá el lector que no lo mencione aquí. Porque, según mi opinión, no es decir nada si no se prueba: ahora bien, para exponer en toda su verdad el medio de que hablo, no me haría falta menos que un tratado en las formas.
Es algo tan simple y tan grande, tan común y tan noble, tan verdadero y tan desconocido, tan santo y tan profano, que llamarlo, sin desarrollo y sin pruebas, no serviría más que para promover el desprecio y la incredulidad. Que nos baste una cosa: establezcamos la igualdad, y veremos aparecer ese remedio; porque las verdades se siguen del mismo modo que los errores y los crímenes.
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¿Qué es la propiedad?, de Pierre Joseph Proudhon: INDICE
Capítulo I
Parte 1: Método seguido en esta obra.
Parte 2: Esbozo de una Revolución.
I. De la propiedad como derecho natural.
II. De la ocupación como fundamento de la propiedad.
III. De la ley civil como fundamento y sanción de la propiedad.
Capítulo III
Del trabajo como causa eficiente del derecho de propiedad.
I. La tierra no puede ser apropiada.
II. El consentimiento universal no justifica la propiedad.
III. La propiedad no puede adquirirse por prescripción.
V. El trabajo conduce a la igualdad en la propiedad.
VI. Que en la sociedad todos los salarios son iguales.
VII. La desigualdad de facultades es la condición necesaria de la igualdad de fortunas.
VIII. Que en el orden de la justicia, el trabajo destruye la propiedad.
Capítulo IV
La propiedad es imposible.
La propiedad es física y materialmente imposible.
Primera proposición
La propiedad es imposible porque de nada exige algo.
Segunda proposición
La propiedad es imposible porque donde es admitida, la producción cuesta más de lo que vale.
Tercera proposición
La propiedad es imposible, porque sobre un capital dado, la producción está en razón del trabajo, no en razón de la propiedad.
Cuarta proposición
La propiedad es imposible, porque es homicida.
Quinta proposición
La propiedad es imposible, porque la sociedad se devora con ella.
Apéndice a la quinta proposición.
Sexta proposición
La propiedad es imposible, porque es madre de la tiranía.
Séptima proposición
La propiedad es imposible, porque al consumir lo que recibe, lo pierde; al ahorrarlo, lo anula, y al capitalizarlo, lo emplea contra la producción.
Octava proposición
La propiedad es imposible, porque siendo infinito su poder de acumulación, sólo actúa sobre cantidades limitadas.
Novena proposición
La propiedad es imposible, porque es impotente contra la propiedad.
Décima proposición
La propiedad es imposible, porque es la negación de la igualdad.
Primera parte
I. Del sentido moral en los hombres y en los animales.
II. Del primero y del segundo grado de sociabilidad.
III. Del tercer grado de sociabilidad.
Segunda parte
I. De las causas de nuestros errores: origen de la propiedad.
II. Caracteres de la comunidad y de la propiedad.
III. Determinación de la tercera forma social. – Conclusiones.
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