EL ECO DE LA REVOLUCIÓN
Apéndice a «La reacción y la revolución»
Nuestro principio es la soberanía absoluta del individuo; nuestro objeto final, la destrucción absoluta del poder, y su sustitución por el contrato; nuestro medio, la descentralización y la movilización continua de los poderes existentes
La Reacción y la Revolución (Madrid, 1854)
Madrid, 21 de julio de 1854
AL PUEBLO
Pueblo: Después de once años de esclavitud has roto al fin con noble y fiero orgullo tus cadenas. Este triunfo no lo debes a ningún partido, no lo debes al ejercito, no lo debes al oro ni a las armas de los que tantas veces se han arrogado el título de ser tus defensores y caudillos. Este triunfo lo debes a tus propias fuerzas, a tu patriotismo, a tu arrojo, a ese valor con que desde tus frágiles barricadas has envuelto en un torbellino de fuego las bayonetas, los caballos y los cañones de tus enemigos. Helos allí rotos, avergonzados, encerrados en sus castillos, temiendo justamente que te vengues de su perfidia, de sus traiciones, de su infame alevosía.
Tuyo es el triunfo, Pueblo, y tuyos han de ser los frutos de esa revolución, ante la cual quedan obscurecidas las glorias del SIETE DE JULIO Y el DOS DE MAVO. Sobre ti, y exclusivamente sobre ti, pesan las cargas del Estado; tú eres el que en los alquileres de tus pobres viviendas pagas con usura al propietario la contribución de inmuebles, tú el que en el vino que bebes y en el pan que comes satisfaces la contribución sobre consumos, tú el que con tus desgraciados hijos llenas las filas de ese ejército destinado por una impía disciplina a combatir contra ti y a derramar tu sangre. !Pobre e infortunado pueblo! no sueltes las armas hasta que no se te garantice una reforma completa y radical en el sistema tributario, y sobre todo en el modo de exigir la contribución de sangre, negro borrón de la civilización moderna, que no puede tardar en desaparecer de la superficie de la tierra.
Sobre ti, y exclusivamente sobre ti, pesan las cargas del Estado; tú eres el que en los alquileres de tus pobres viviendas pagas con usura al propietario la contribución de inmuebles, tú el que en el vino que bebes y en el pan que comes satisfaces la contribución sobre consumos, tú el que con tus desgraciados hijos llenas las filas de ese ejército destinado por una impía disciplina a combatir contra ti y a derramar tu sangre
Tú, que eres el que mas trabajas, ¿no eres acaso el que mas sufres? ¿Qué haría sin ti toda esa turba de nobles, de propietarios, de parásitos que insultan de continuo tu miseria con sus espléndidos trenes, sus ruidosos festines y sus opíparos banquetes? Ellos son, sin embargo, los que gozan de los beneficios de tu trabajo, ellos los que te miran con desprecio, ellos los que, salvo cuando les inspiran venganzas y odios personales, se muestran siempre dispuestos a remachar los hierros que te oprimen. Para ellos son todos los derechos, para ti todos los deberes; para ellos los honores, para ti las cargas. N0 puedes manifestar tu opinión por escrito, como ellos, porque no tienes seis mil duros para depositar en el banco de San Fernando; no puedes elegir los concejales ni los diputados de tu patria, porque no disfrutas, como ellos, de renta, ni pagas una contribución directa que puedas cargar luego sobre otros ciudadanos; eres al fin, por no disponer de capital alguno, un verdadero paria de la sociedad, un verdadero esclavo.
Tú, que eres el que trabajas; tú, que eres el que haces las revoluciones; tú, que eres el que redimes con tu sangre las libertades patrias; tú, que eres el que cubres todas las atenciones del Estado, ¿no eres, por lo menos, tan acreedor como el que más a intervenir en el gobierno de la nación, en el gobierno de ti mismo?
¿Has de continuar así después del glorioso triunfo que acabas de obtener con el solo auxilio de tus propias armas? Tú, que eres el que trabajas; tú, que eres el que haces las revoluciones; tú, que eres el que redimes con tu sangre las libertades patrias; tú, que eres el que cubres todas las atenciones del Estado, ¿no eres, por lo menos, tan acreedor como el que más a intervenir en el gobierno de la nación, en el gobierno de ti mismo? O proclamas el principio del Sufragio Universal, o conspiras contra tu propia dignidad, cavando desde hoy con tus propias manos la fosa en que han de venir a sepultarse tus conquistadas libertades. Acabas de consignar de una manera tan brillante como sangrienta tu soberanía; y ¿ la habías de abdicar momentos después de haberla consignado? Proclama el Sufragio Universal, pide y exige una libertad amplia y completa. Que no haya en adelante traba alguna para el pensamiento, comprensión alguna para la conciencia, límite alguno para la libertad de enseñar, de reunirte, de asociarte. Toda traba a esas libertades es un principio de tiranía, una causa de retroceso, un arma terrible para tus constantes e infatigables enemigos. Recuerda cómo se ha ido realizando la reacción por que has pasado: medidas represivas, que parecían en un principio insignificantes, te han conducido al borde del absolutismo, de una teocracia absurda, de un espantoso precipicio. Afuera toda traba, afuera toda condición; una libertad condicional no es una libertad, es una esclavitud modificada y engañosa.
Recuerda cómo se ha ido realizando la reacción por que has pasado: medidas represivas, que parecían en un principio insignificantes, te han conducido al borde del absolutismo, de una teocracia absurda, de un espantoso precipicio. Afuera toda traba, afuera toda condición; una libertad condicional no es una libertad, es una esclavitud modificada y engañosa
¿Depende acaso de ti que tengas capitales? ¿Cómo puede ser, pues, el capital base y motivo de derechos que son inherentes a la calidad de hombre, que nacen con el hombre mismo? Todo hombre que tiene uso de razón es, sólo por ser tal, elector y elegible; todo hombre que tiene uso de razón es, sólo por ser tal, soberano en toda la extensión de la palabra. Puede pensar libremente, escribir libremente, enseñar libremente, hablar libremente de lo humano y lo divino, reunirse libremente; y el que de cualquier modo coarte esta libertad es un tirano. La libertad no tiene por limite sino la dignidad misma del hombre y los preceptos escritos en tu frente y en tu corazón por el dedo de la naturaleza. Todo otro límite es arbitrario, y, como tal, despótico y absurdo.
La fatalidad de las cosas quiere que no podamos aún destruir del todo la tiranía del capital; arranquémosle por de pronto, cuando menos, esos inicuos privilegios y ese monopolio político con que se presenta armado desde hace tantos años; arranquémosle ese derecho de cargar en cabeza ajena los gravámenes que sobre él imponen, sólo aparentemente, los gobiernos. Que no se exija censo para el ejercicio de ninguna libertad, que baste ser hombre para ser completamente libre.
No puedes ser del todo libre mientras estés a merced del capitalista y el empresario, mientras dependa de ellos que trabajes o no trabajes, mientras los productos de tus manos no tengan un valor siempre y en todo tiempo cambiable y aceptable, mientras no encuentres abiertas de continuo cajas de crédito para el libre ejercicio de tu industria
No puedes ser del todo libre mientras estés a merced del capitalista y el empresario, mientras dependa de ellos que trabajes o no trabajes, mientras los productos de tus manos no tengan un valor siempre y en todo tiempo cambiable y aceptable, mientras no encuentres abiertas de continuo cajas de crédito para el libre ejercicio de tu industria; mas esa esclavitud es ahora, por de pronto, indestructible, esa completa libertad económica es por ahora irrealizable. Ten confianza y espera en la marcha de las ideas: esa libertad ha de llegar, y llegará cuanto antes sin que tengas necesidad de verter de nuevo la sangre con que has regado el árbol de las libertades públicas.
!Pueblo! Llevas hoy armas y tienes en tu propia mano tus destinos. Asegura de una vez para siempre el triunfo de la libertad, pide para ello garantías. No confíes en esa ni en otra persona; derriba de sus inmerecidos altares a todos tus antiguos ídolos.
Tu primera y mas sólida garantía son tus propias armas; exige el armamento universal del pueblo. Tus demás garantías son, no las personas, sino las instituciones; exige la convocación de Cortes Constituyentes elegídas por el voto de todos los ciudadanos sin distinción alguna, es decir, por el Sufragio Universal. La Constitución del año 37 y la del año 12 son insuficientes para los adelantos de la época; a los hombres del año 54 no les puede convenir sino una constitución formulada y escrita según las ideas y las opiniones del año en que vivimos. ¿Qué adelantarnos con que se nos conceda la libertad de imprenta consignada en la constitución del 37? Esta libertad está consignada en la constitución del 37 con sujeción a leyes especiales, que cada gobierno escribe conforme a sus intereses y a su mas o menos embozada tiranía. Esta libertad no se extiende, además, a materias religiosas. ¿Es así la libertad de imprenta una verdad o una mentira?
La libertad de imprenta, corno la de conciencia, la de enseñanza, la de reunión, la de asociación y todas las demás libertades, ya os lo hemos dicho, para ser una verdad deben ser amplias, completas, sin trabas de ninguna clase.
¡Vivan, pues, las libertades individuales, pueblo de valientes! ¡Viva la Milicia Nacional! ¡Vivan las Cortes Constituyentes! ¡Viva el Sufragio Universal! ¡Viva la reforma radical del sistema tributario!
Pueblo de Madrid: Has sido verdaderamente un pueblo de héroes. La España entera te saluda llena de entusiasmo y entreteje coronas para tus banderas. Si hoy se levantaran de sus sepulcros los esforzados varones del SIETE DE JULIO Y el DOS DE MAYO, ¡con qué orgullo diría cada cual: Estos son mis hijos! Habéis obscurecido las glorias de vuestros padres, defensores del DIEZ Y SIETE Y DEL DIEZ Y OCHO: ¿que ejército ha de bastar ya para venceros? ¡Alerta, sin embargo, pueblo! ¡Que no sean infructuosos tus esfuerzos! ¡Que no sea infructuosa la sangre que has vertido! ¡Unión y energía, y, sobre todo, serenidad! ¡No te dejes cegar por tu propio entusiasmo! ¡No te dejes llevar de nuevo por tus viejos ídolos! ¡En las instituciones, en las cosas, debes fijar tu amor, no en las personas, cuyas mejores intenciones tuerce no pocas veces el egoísmo, la preocupación y la ignorancia! ¡Recuerda cuántas veces has sido engañado, villanamente vendido! ¡Mira por tu propia conservación, se cauto, se prudente! ¡De ti depende en este momento la suerte de toda la nación, destinada tal vez a cambiar la faz de Europa, contribuyendo a romper los hierros de los demás pueblos! Un chispazo produce no pocas veces un incendio; ¡que no podrá producir tu noble y generoso ejemplo!
¡Alerta, sin embargo, pueblo! ¡Que no sean infructuosos tus esfuerzos! ¡Que no sea infructuosa la sangre que has vertido! ¡Unión y energía, y, sobre todo, serenidad! ¡No te dejes cegar por tu propio entusiasmo! ¡No te dejes llevar de nuevo por tus viejos ídolos! ¡En las instituciones, en las cosas, debes fijar tu amor, no en las personas, cuyas mejores intenciones tuerce no pocas veces el egoísmo, la preocupación y la ignorancia! ¡Recuerda cuántas veces has sido engañado, villanamente vendido! ¡Mira por tu propia conservación, se cauto, se prudente!
Hoy el pueblo prosigue con mayor actividad que nunca la construcción de barricadas. La tropa permanece impasible en sus baluartes y cuarteles. Hay una tregua completa, pero no tranquilidad ni confianza. La actitud del pueblo es como debe ser, imponente. Ir ganando terreno es su deber mientras la tropa no se entregue y fraternice con el pueblo, de que ha salido. ¿Hasta cuándo querrá ensañarse el soldado contra un paisanaje a que ha pertenecido y a cuyo seno ha de volver más o menos tarde?
Se nos ha hablado de jefes, sobre todo del arma de artillería, que están en favor de las ideas más adelantadas: ¿cómo no se han pasado ya al ejército del pueblo? Hace dos días era excusable su apatía; hoy es ya criminal, sobre todo cuando de su adhesión a la santa causa que se defiende depende tal vez el término de los sangrientos conflictos que hace dos días tienen lugar entre el ejército y el pueblo.
Casi en todas las ciudades se han pronunciado a la vez pueblo y ejército: ¿de qué dependerá que no haya sucedido así en esta corte? Una sola palabra de una mujer bastaba para ahorrar centenares de víctimas; esta sola palabra ha sido pronunciada, pero muy tarde. ¿Ha de agradecerla el pueblo? El pueblo no la ha obtenido, la ha arrancado a fuerza de armas y de sangre. El pueblo no debe agradecer nada a nadie. El pueblo se lo debe todo a sí mismo.
El pueblo no la ha obtenido, la ha arrancado a fuerza de armas y de sangre. El pueblo no debe agradecer nada a nadie. El pueblo se lo debe todo a sí mismo.
¿Cuándo va a entrar Espartero? ¿Cuándo O ‘Donnell y Dulce? Espartero no puede entrar a constituir un ministerio sino bajo las condiciones escritas en las banderas de las barricadas. Dulce es progresista, y no puede oponerse, si quiere ser consecuente a sus principios, a la voluntad del pueblo armado; O’Donnell, en una especie de proclama fechada en Manzanares, se ha manifestado dispuesto a secundar los esfuerzos de las entonces futuras juntas de gobierno. ¿Llenarán todos su misión? ¿Cumplirán todos su deber y su palabra? El pueblo debe estar preparado a todas las eventualidades, y no dormir un solo momento sobre sus laureles.
!Alerta, pueblo de Madrid, alerta! Se ha entregado la guardia del Principal; el pueblo ha recibido con entusiasmo a los soldados. -Siguen aún apoderados de los Consejos los municipales, que están, como nunca, cometiendo asesinatos, disparando alevosamente entre las tablillas de las celosías contra todo paisano armado o desarmado que asoma por la plaza inmediata o por la calle del Sacramento. ¿Será posible que después del triunfo se conserve un solo momento esa infame guardia municipal?
El general San Miguel ha sido nombrado capitán general de Madrid y ministro de la Guerra. ¿Cómo se concibe que siga aún el fuego en la plazuela de los Consejos?
Huesca se ha pronunciado y ha constituido una Junta de gobierno, en cuyo programa, abiertamente democrático, viene consignado el principio salvador del Sufragio Universal. Toledo tiene también una junta de gobierno democrática. ¡Pueblo de Madrid, aprende y obra!
En los números siguientes insertaremos las notables proclamas de la junta de gobierno de Huesca.
Esta hoja, escrita y publicada al calor de las descargas de julio, fue objeto de vivos y apasionados ataques por parte de la prensa y los mandarines de aquel tiempo. La causa es manifiesta. Luego de haber vencido el pueblo, se apresuraron a salir a la calle y a ponerse al pie de las barricadas hombres, ya del bando conservador, ya del bando progresista, que se propusieron explotar la revolución en su provecho. Sirviéndose del entusiasmo con que había sido recibido el nombramiento de Espartero. para presidente del Consejo de ministros, fingieron esperarlo todo de este hombre, que ya antes de ser llamado por la reina había abandonado Logroño y ofrecido a la junta de Aragón sus servicios y su espada. Embriagaron a la multitud con el nombre y el recuerdo de las glorias de su antiguo regente e hicieron que siguiese guardando silencio sobre sus aspiraciones. La publicación de una hoja que daba a esa temida multitud una bandera había, naturalmente, de irritarles. Tanto más cuando veían que era buscada con avidez, y leída en alta voz en los cafés, en la calle y en la plaza pública. Temieron que el movimiento tomase un verdadero carácter revolucionario y empezaron por prender al autor, acabaron por denunciar la hoja, como pagada por el oro de Cristina.
Embriagaron a la multitud con el nombre y el recuerdo de las glorias de su antiguo regente e hicieron que siguiese guardando silencio sobre sus aspiraciones. La publicación de una hoja que daba a esa temida multitud una bandera había, naturalmente, de irritarles. Tanto más cuando veían que era buscada con avidez, y leída en alta voz en los cafés, en la calle y en la plaza pública
Yo no sólo daba una bandera al pueblo: me esforzaba en arrancarle del pecho esa fatal idolatría que tantas veces le ha perdido y que le pierde. Ni una sola flor echaba sobre la frente de Espartero, ni una sola palabra escribía que pudiese lisonjear a ningún hombre ni a ningún partido. Decía, por lo contrario, que se debía confiar en las instituciones, y no en las personas; que convenía derribar de sus inmerecidos altares a todos los viejos ídolos. Cómo hubiesen de recoger esas palabras los que esperaban medrar a la sombra ya del duque de la Victoria, ya del conde de Lucena, creo que lo supondrán fácilmente mis lectores. Si estaba yo o no en la razón, bien claro, por harta desgracia nuestra, lo dicen los sucesos.
El sistema tributario venía siendo, desde que nació, el objeto de las iras populares
Aconsejaba además al pueblo que no soltase las armas hasta ser garantizadas todas sus libertades, convocadas unas Cortes Constituyentes, proclamada la universalidad del sufragio, asegurada la reforma del sistema tributario. Se me acusó por esto de que interpretaba torcidamente la voluntad de las masas; pero ¡cuán sin motivo! El sistema tributario venía siendo, desde que nació, el objeto de las iras populares. La contribución de consumos y los derechos de puertas han debido ser, al fin, abolidos, gracias al clamor universal de las provincias. Se ha hablado desde las jornadas de julio acaloradamente contra la ominosa contribución de sangre. El gobierno que aun hoy rige los destinos de la patria ha debido pedirla sólo corno un medio supletorio para llenar las vacantes del ejército. Espartero se ha visto obligado a prometer en pleno parlamento que trabajaría con asiduidad para que la quinta del 55 fuese la última.
Cortes constituyentes ¿quién no las pedía? Solamente los santones y algunos periodistas de cortísimos alcances volvían los ojos a la constitución del año 37. Espartero quería consultar la voluntad nacional; cien juntas de gobierno pedían la reconstitución del país sobre nuevas y más firmes bases. El primer paso del gobierno de agosto ¿fue acaso otro que el de convocar aquellas Cortes? No fueron elegidas por sufragio universal, como yo deseaba; pero pidieron conmigo la universalidad de este sufragio cuantos periódicos nacieron entre la humareda de julio el Círculo de la Unión y la junta del Mediodía en esta corte, la junta de la provincia de Huesca, las clases todas del pueblo en la reunión electoral del teatro del Príncipe.
Conviene, se decía en esta reunión, que cada barrio nombre sus compromisarios; y se contestaba: Sí, pero no los electores de cada barrio, sino todos sus ciudadanos. y adviértase que entonces estaba ya restaurada la ley electoral del año 37.
Pues ¿y las libertades absolutas? El pueblo las amaba instintivamente, hasta tal punto, que al presenciar los primeros atropellos de que fue víctima por parte de la autoridad la nueva prensa, defendió a los expendedores de los periódicos y las hojas volantes contra los agentes de la seguridad pública. La resurrecci6n de las leyes represivas de la imprenta fue mirada generalmente como un retroceso. Hubiera sido tal vez completamente ineficaz, a no haber venido en su apoyo el cínico y repugnante egoísmo de la prensa vieja
Pues ¿y las libertades absolutas? El pueblo las amaba instintivamente, hasta tal punto, que al presenciar los primeros atropellos de que fue víctima por parte de la autoridad la nueva prensa, defendió a los expendedores de los periódicos y las hojas volantes contra los agentes de la seguridad pública. La resurrecci6n de las leyes represivas de la imprenta fue mirada generalmente como un retroceso. Hubiera sido tal vez completamente ineficaz, a no haber venido en su apoyo el cínico y repugnante egoísmo de la prensa vieja. San Miguel brindaba también por la libertad absoluta de la imprenta. El jurado la realizaba, a pesar de las leyes ya vigentes, absolviendo todos los escritos denunciados, aun los más decididamente democráticos. Salvas generales de aplausos sonaban siempre estrepitosamente al pronunciar los jueces la palabra absuelto. Las libertades de reunión y de asociación ¿no habían sido, por otra parte, establecidas de hecho por la espontaneidad del pueblo? El círculo de la Unión celebró sus primeras sesiones cuando aun brillaba sobre Madrid el fuego de las descargas. A los pocos días no encontraba ya locales bastante espaciosos para sus concurrentes. Halló eco en casi todas las provincias, donde se organizaban ya otros círculos, cuando aprovechándose del movimiento del 28 de agosto, los disolvió todos el Gobierno. ¿Como los disolvió éste? Declarando que no prejuzgaba nada sobre el principio de reunión; que resolviesen sobre él las Cortes. Tanto temía chocar de frente con la voluntad del pueblo.
alvas generales de aplausos sonaban siempre estrepitosamente al pronunciar los jueces la palabra absuelto. Las libertades de reunión y de asociación ¿no habían sido, por otra parte, establecidas de hecho por la espontaneidad del pueblo? El círculo de la Unión celebró sus primeras sesiones cuando aun brillaba sobre Madrid el fuego de las descargas
Y, ¿la interpretaba yo torcidamente? ¡Miserables! Mas que así hubiese sido, ¿hubiera habido nunca motivo para censurarme tan amargamente? Como demócrata y como propagandista, estaba en el deber de lanzar mis ideas al pueblo después de una revolución sangrienta. Las había publicado bajo la compresión de Bravo Murillo, y ¿no las había de proclamar entonces, que veía la aurora de la libertad colorando el horizonte de la patria? No procedía, además, tan de ligero como se supone. La noche del 19 y la madrugada del 20 me había apersonado con algunos individuos de la Junta de Salvación y de Defensa. ¿Qué programa es el de ustedes?, les había preguntado. Ninguno, me habían contestado; querernos que se dé el pueblo mismo su bandera. Así la Junta lo esperaba del pueblo, el pueblo de la Junta. Comprendí entonces que faltaba quien tomase la iniciativa, y me resolví a tomarla. ¿Fue esto en mí una falta? Yo lo considerare siempre como uno de los mejores hechos de mi vida.
¿Qué programa es el de ustedes?, les había preguntado. Ninguno, me habían contestado; querernos que se dé el pueblo mismo su bandera. Así la Junta lo esperaba del pueblo, el pueblo de la Junta. Comprendí entonces que faltaba quien tomase la iniciativa, y me resolví a tomarla
¡Lástima que no encontrase a la sazón quien me alentase en mi empresa! A pesar de la violenta oposición que encontré la noche del 21, luego de publicada la hoja, escribí otra el 22, y llegué a tener compuesto el molde. Todos mis correligionarios y amigos me indicaron que había de desistir de mi prop6sto. Me lo pidieron con instancia algunos de los individuos de la Junta. Cedí; esta fue mi verdadera falta. ¡Ojalá hubiese proseguido en mi empeño!
Cedí; esta fue mi verdadera falta. ¡Ojalá hubiese proseguido en mi empeño!
Mas no pararon aún aquí las acusaciones. Hablaba, corno se habrá visto en la hoja, de la tiranía del capital y de la necesidad de destruirla. Se dijo que había excitado en el pueblo malos y bastardos sentimientos. Otra acusación injusta. –La revolución social y la política son a mis ojos una. Yo no puedo nunca separarlas. ¿Cómo, empero, hablé de esa reforma? La fatalidad de las cosas, dije, quiere que aun no podamos destruir del todo la tirania del capital. Pueblo, ten confianza y espera en la marcha de las ideas. La aplacé la reforma social, me contente con hacer sentir su necesidad, con indicarla, y ¿se me acusa?
Hoy, después de un año, cuando están acalladas ya algún tanto las pasiones políticas, en el silencio de mi espíritu y puesta la mano en mi conciencia, digo y consigno en este escrito que si cien veces me hallase en las mismas circunstancias, haría cien veces otro tanto, sin borrar una sola frase, una sola palabra, una sola letra. Los hombres que con motivo de esta hoja se han ensañado contra mi no me han podido inspirar sino desprecio. Por esto no los nombro.
Madrid, 27 de agosto de 1855.
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«Biografía de Francesc Pi y Margall»
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena
(Francisco Pi y Margall o Francesc Pi i Margall; Barcelona, 1824 – Madrid, 1901) Político español, presidente de la Primera República (1873). Procedente de un medio obrero, estudió hasta doctorarse en derecho (1847). Luego se ganó la vida como profesor, traductor y empleado de un banco, al tiempo que daba sus primeros pasos como escritor y crítico literario. Vinculado al Partido Demócrata desde que llegara a Madrid en los años cuarenta, participó en la Revolución de 1854 y se orientó cada vez más hacia la política: en 1854 publicó sus ideas federalistas en La reacción y la revolución; desde 1857 sostuvo polémicas en defensa del socialismo contra los demócratas individualistas o liberales.
En 1864 adquirió notoriedad como director del periódico La Discusión, desde el cual difundió su ideología; por ese motivo hubo de exiliarse en París durante la reacción que siguió a la intentona revolucionaria de 1866. La estancia en París le permitió profundizar en el conocimiento de la obra de Pierre Joseph Proudhon (fallecido el año anterior), autor cuya influencia es visible en el pensamiento de Francesc Pi i Margall y que él mismo traduciría al español. Allí maduró su ideología revolucionaria, basada en la destrucción de la autoridad para sustituirla por el libre pacto constitutivo de la federación.
El triunfo de la Revolución de 1868 le permitió regresar y ser elegido diputado en las Cortes constituyentes. Se erigió como uno de los grandes líderes del republicanismo, en una vertiente federalista y cercana al socialismo, lo que le permitía conectar mejor con las aspiraciones sociales de las clases trabajadoras y con las aspiraciones de descentralización política de su ciudad natal. En consecuencia, se opuso al carácter monárquico de la Constitución de 1869, y (ya como máximo dirigente del Partido Republicano Federal, desde 1870) combatió el reinado de Amadeo de Saboya.
Cuando éste abdicó, Francisco Pi y Margall fue uno de los impulsores de la proclamación de la Primera República española (1873). El primer presidente de la misma, Estanislao Figueras, que le conocía bien por haberle tenido empleado en su bufete de abogados, le encomendó el difícil Ministerio de la Gobernación; desde aquel cargo hizo lo que pudo por mantener el orden público, contener el movimiento cantonalista y procurar que las elecciones arrojaran un resultado favorable para el régimen.
Al dimitir Estanislao Figueras, fue el propio Pi y Margall quien se hizo cargo del Poder Ejecutivo (formalmente no existía el cargo de presidente de la República, en tanto no se promulgara una nueva constitución). Lo hizo con un amplio programa de reformas políticas y sociales que no pudo llevar a cabo, pues sólo se mantuvo durante algo más de un mes, acosado por la rebelión cantonalista (que nacía de una lectura radical del ideal federalista) y por la división entre las filas republicanas: a la tradicional oposición entre socialistas e individualistas se unía la ruptura entre unionistas y federalistas, y la propia división de los federalistas entre moderados y radicales.
Tras el golpe de Estado de 1874 que restableció la Monarquía de los Borbones, Pi y Margall se retiró temporalmente de la política y se dedicó a su trabajo como abogado, pensador y escritor. En los años ochenta, aprovechando la tolerancia de los gobiernos liberales, volvió a la actividad pública para reorganizar a los republicanos federales. Confiando en las posibilidades de éxito que les ofrecería la restauración del sufragio universal en 1890, creó en aquel mismo año un periódico propio (El nuevo régimen) e impulsó la definición del programa del partido en 1894.
Su prestigio le permitió ser elegido diputado en 1886, 1891 y 1893; pero perdió popularidad al ser el único líder republicano que no se dejó arrastrar por el ardor nacionalista durante la Guerra de Cuba (1895-98): propugnó la concesión de la independencia a las colonias y se opuso a la guerra contra los Estados Unidos, modelo de democracia republicana y federal.