«Del Colonialismo Francés a las ‘Banlieues’ Anti-Francesas», por Javier Bilbao

 

DEL COLONIALISMO FRANCÉS A LAS ‘BANLIEUES’ ANTI-FRANCESAS

El militar y notable hispanista de origen irlandés Edward Blaquiere advirtió a Francia de que conquistar Argelia iba a tener un resultado muy diferente del que suponía la India para Gran Bretaña
BANLIEUES

 

 

Si a uno le da por ojear vídeos de rap francés no tardará en percatarse de una serie de clichés: la gestualidad retadora y fanfarrona característica del estilo musical, las barriadas periféricas o banlieues como invariable escenario, el origen étnico magrebí o subsahariano de todos ellos y, en relación a esto último, la profusión de banderas nacionales marroquíes y argelinas, pero jamás, bajo ninguna circunstancia, francesas. Un detalle que permite intuir algo que luego queda meridianamente claro al leer The French Intifada: The Long War Between France and Its Arabs, donde el historiador Andrew Hussey cuenta cómo le motivó a escribir el libro el haber presenciado en uno de los rutinarios disturbios que asolan al país vecino a jóvenes gritando «Na´al abouk la France» («jódete Francia», en árabe) ¿Por qué esa desafección hacia la patria que los ha acogido? Como siempre, para entender el presente es imprescindible remontarse al pasado y en este caso bastará con que retrocedamos un par de siglos.

En mayo de 1830, el militar y notable hispanista de origen irlandés Edward Blaquiere advirtió a Francia de que conquistar Argelia iba a tener un resultado muy diferente del que suponía la India para Gran Bretaña, pues aquí todas las tribus y facciones tendrían un poderoso elemento unificador frente al invasor: el islam. Su observación fue desdeñada como propaganda por parte de una potencia rival; si bien otras voces dentro de Francia tampoco eran partidarias de una operación que, consideraban, distraería el esfuerzo de frenar el auge del nacionalismo alemán, al que correctamente intuían mucho más amenazador. Nada de eso impidió que el 14 de junio de aquel mismo año comenzara una invasión a gran escala con 37.000 hombres y más de 600 barcos inspirada en la campaña de Napoleón en Egipto y en una visión romántica de Oriente por la que atraerían a la metrópoli toda clase de lujos de fantasía y placeres exóticos. Lo que —ahora lo sabemos— terminó llegando de Argelia a Francia fue… digamos, algo diferente. Pero no adelantemos acontecimientos. Para el 5 de julio las tropas francesas entraron desfilando en Argel al ritmo de la Obertura de Guillermo Tell y la prensa parisina lo saludaba como el acontecimiento que situaba a su país como una gran potencia mundial. 

 

Aunque pasó a formar parte del territorio francés, sus habitantes musulmanes fueron sometidos a la ley marcial, a menudo despojados de tierras o negocios y en ningún caso considerados ciudadanos, a diferencia de los colonos europeos que empezaron a instalarse en el territorio y que posteriormente serían conocidos como «pies negros» o pieds-noirs, llegando a constituir el 10% de la población

 

Aunque pasó a formar parte del territorio francés, sus habitantes musulmanes fueron sometidos a la ley marcial, a menudo despojados de tierras o negocios y en ningún caso considerados ciudadanos, a diferencia de los colonos europeos que empezaron a instalarse en el territorio y que posteriormente serían conocidos como «pies negros» o pieds-noirs, llegando a constituir el 10% de la población. Por lo visto, estos últimos no resultaron ser lo mejor de cada casa, pues según el científico y magnífico ilustrador Adolphe Otth, en aquellos años casi todos los crímenes en Argel eran cometidos por «indeseables cristianos que las galeras y prisiones europeas habían vomitado sobre este país desde su conquista por Francia». En tal contexto, no resulta inesperado que surgieran líderes locales como Abd el-Kader que unificando religión y patriotismo proclamaron la yihad contra la metrópoli europea. Mientras que en la contraparte se encuentran figuras como el mariscal Thomas Robert Bugeaud, quien había aprendido a combatir con tanta eficacia como brutalidad la guerra de guerrillas en España durante la invasión napoleónica de la que formó parte: «debemos impedir a los árabes cultivar, cosechar o pastorear. Debemos quemar sus cultivos en todas partes, ¡exterminarlos hasta el último hombre!».

La llegada al poder de Napoleón III trajo consigo un intento de rebajar la tensión e integrar a los musulmanes en la colonia argelina. Con más voluntad que acierto, pues la medida que se aplicó fue la de permitir que estos se rigieran por la ley islámica en ciertos ámbitos, dejando el código civil para los colonos. Entonces los musulmanes podían adquirir la ciudadanía francesa —y el derecho a voto— siempre y cuando renunciasen a la sharía, lo que era equivalente a apostatar. El efecto fue ahondar la división entre ambos mundos, dos identidades mutuamente excluyentes. 

El cambio de siglo supuso la primera oleada de inmigración musulmana a la metrópoli. En torno a unos 120.000 fueron desplazados para cubrir puestos de trabajo vacantes y unos 170.000 enviados al frente durante la Primera Guerra Mundial. En esas circunstancias su autopercepción, para entonces definida de forma traumática respecto a los colonos, se acrecentó respecto a un nuevo entorno percibido con aún mayor extrañeza, de manera que el islam se convirtió en refugio e identidad frente al desarraigo. Mientras que, por otra parte, permitió a una parte de ellos familiarizarse con ideas políticas modernas sobre el nacionalismo que serían cruciales unas décadas después. Alemania, como país enemigo por entonces, aportó su granito de arena difundiendo panfletos entre la población de origen argelino con títulos como «Declaración de las maquinaciones de Francia contra el islam y el califato» para promover la deserción y el quintacolumnismo. Su efecto no tuvo la inmediatez deseada, pero esas ideas fueron calando inexorablemente en forma de consigna: «el islam es mi religión, el árabe mi idioma, Argelia mi país». Para 1933 las autoridades coloniales prohibieron prédicas acordes a esta sensibilidad en las mezquitas, avivando la insurrección, mientras que al mismo tiempo la creciente influencia del partido comunista en la metrópoli diseminaba la doctrina del derecho de autodeterminación de los pueblos. De hecho, según una versión, fue en una manifestación de este partido en 1937 cuando se mostró en público por primera vez la bandera argelina, diseñada con los colores y símbolos del islam.

Las guerras frecuentemente a lo largo de la historia han reordenado el tablero geopolítico, haciendo caer unos imperios o ascender otros. Así fue de nuevo para Francia con la Segunda Guerra Mundial. La ocupación nazi de Francia y la campaña de las tropas angloamericanas en el norte de África barriendo al régimen de Vichy mostraron a la población nativa que el poder colonial era vulnerable. El mismo 8 de mayo de 1945, día de la rendición incondicional alemana, miles de argelinos salieron a las calles a manifestarse al grito de «¡muerte a los europeos!». Cerca de un centenar de pieds-noirs fueron asesinados durante esa y las siguientes jornadas, en las que se llamó desde las mezquitas a dar muerte a los infieles. La represalia de las autoridades francesas fue casi inmediata y segó la vida de unos 6.000 musulmanes, además de obligar en actos públicos a algunos de ellos a postrarse ante la bandera francesa mientras proclamaban que eran perros y que también lo era el líder independentista Ferhat Abbas (quien llegaría a ser el primer presidente de Argelia). La insurrección fue momentáneamente reprimida, pero ya se había superado el punto de no retorno.

Ese clima de violencia propició que entre 1947 y 1953 llegaran a París en torno a 740.000 inmigrantes argelinos, modificando considerablemente la demografía del país y haciendo que, a diferencia del siglo XIX, la guerra colonial ya no fuera un acontecimiento exótico que leer en la prensa. Ahora llegaba a sus propios barrios, de manera que para 1957 había una zona en París llamada La Goutte d´Or convertida en una pionera zona no-go donde las facciones argelinas iban armadas por la calle a plena luz del día y ni la policía se atrevía a entrar (el fotógrafo Pierre Boulatretrató aquella realidad). La población autóctona por aquel entonces no los acogió precisamente como compatriotas —solo formalmente lo eran, pero pocos años después ni eso— y entre sus principales reproches alegaban la falta de higiene, la incompatibilidad del islam con los valores occidentales y la propensión a la criminalidad de la población norteafricana.

Como las cosas siempre son susceptibles de empeorar, a partir de 1954 estalló una guerra abierta de una crueldad inusitada entre el Frente de Liberación Nacional y las tropas francesas. Entre 350.000 y medio millón de personas terminarían perdiendo la vida en ese conflicto, en el que la utilización sistemática de la tortura por parte de las autoridades generó una creciente desafección entre la opinión pública. El país de la ilustración, que inicialmente invadió Argelia con una mission civilisatrice, ahora tiraba al mar desde helicópteros a prisioneros con los pies atrapados en un bloque de cemento. Pero, como señalábamos antes, tenían además la guerra en las calles francesas con atentados del FLN, del OAS (opuesto a la independencia) e implacable represión policial. El 5 de octubre de 1961 se instaura el toque de queda a partir de las 20:30 para «musulmanes franceses de apariencia norteafricana» y, el 17 de ese mismo mes, una manifestación de argelinos por el centro de París desemboca en un enfrentamiento en el que la policía lanzó al Sena a parte de ellos causando en torno a un centenar de muertos. Fue la llamada «Masacre de París».

La situación era ya insostenible y la recién fundada V República con de Gaulle al frente celebró en 1962 un referéndum de autodeterminación, por el que el 3 de julio Argelia pasó a ser un país soberano e independiente. Temiendo represalias en ese nuevo escenario político, en las semanas siguientes en torno a un millón de pieds-noirs tuvieron que huir a Francia, aunque algunos también vinieron a España. Como la sed de venganza seguía allí, a ellos les siguieron miles de musulmanes argelinos acusados de colaboracionismo, eran llamados «harkis» (recordemos que cuando Zidane le arreó un cabezazo a Materazzi desde su entorno familiar lo justificaron porque este le había llamado «hijo de harkis»). Lamentablemente, la independencia de Argelia no resultó ser el final feliz que permitiera dejar atrás el pasado, a la manera en que un miembro amputado sigue doliendo. El sentimiento de agravio, la percepción de una identidad propia muy diferenciada de la francesa y el odio a las autoridades se solidificó y parece heredarse de generación en generación, que permanece en las periferias de las grandes ciudades como un territorio conquistado del que no pueden o quieren salir. Como el discurso hegemónico actual es el de considerar a toda minoría víctima irresponsable, se dice por ejemplo que el brutalismo arquitectónico que caracteriza a las banlieues alimenta esa sensación de alienación y desarraigo, pero cabe señalar que esos mismos suburbios fueron ocupados en la década de los 20 y 30 por inmigrantes italianos y españoles que luego fueron asimilados por el país. Ahora sería distinto. Según este estudio, en septiembre de 1979 se produjeron en Francia, por primera vez, disturbios en las banlieues de carácter étnico que luego se harían cíclicos. Todo se originó en Lyon cuando la policía intentó detener a un adolescente que se encontraba herido y encontró refugio en un bloque de viviendas cuyos habitantes repelieron colectivamente a las autoridades.

En 1981 se repetiría en esa ciudad a mayor escala, esta vez bajo un grito de guerra que aludía despectivamente a lo que en español llamaríamos «franceses de pura cepa». En 1991, tras un enfrentamiento en el que murieron una mujer policía y un hombre argelino hubo disturbios en Mantes-la-Jolie, en las afueras de París. Al año siguiente de nuevo en la metrópoli de Lyon la muerte de otro adolescente árabe a manos de las autoridades degeneró en la quema de vehículos y el ataque a una comisaría. En 1995 el Grupo Islámico Armado, una banda terrorista que quería extender la guerra civil argelina a suelo francés cometió una serie de atentados que causaron 8 muertos y 190 heridos. La muerte de su líder a manos de la policía fue objeto, nuevamente, de disturbios en Lyon.

En 1997 volvió a haber disturbios tras la muerte de un joven argelino por agentes en las afueras de París y al año siguiente en Toulouse dos días de violencia en las calles por la de otro de 17 años que estaba robando un coche. En 2001 un partido amistoso entre las selecciones francesas y argelina acabó de mala manera con la intervención de antidisturbios dentro del estadio y ya en 2005 la violencia alcanzó una magnitud no conocida hasta entonces. Durante 19 días de protestas en una docena de ciudades se quemaron más de 8.700 vehículos y los manifestantes mataron a 3 personas. La década siguiente se caracterizaría, como bien recordamos, por devastadores atentados islamistas en suelo francés y ya este mismo año 2023, un nuevo caso de otro joven de origen argelino muerto mientras intentaba huir de la policía se ha saldado con 19 días de disturbios en los que se han quemado 5.600 vehículos, más de 1.000 edificios han sufrido daños y se han producido innumerables saqueos.

Viendo la cronología y los hechos, parece que con el paso de las décadas ese conflicto larvado tiene estallidos cada vez más virulentos. Resulta muy ilustrativo este vídeo viralizado hace unas semanas en las redes, que nos muestra como los adolescentes actuales descendientes de la inmigración siguen sin identificarse como franceses y como reconoce uno de ellos que se reconoce argelino, están ahí «de paso». Un problema considerable cuando en torno al 12,7% de la población francesa cuenta con antepasados argelinos.

La conclusión que podemos extraer de todo lo anteriormente expuesto es que abrir las fronteras a grandes cantidades de población cuya identidad es inmiscible en la patria de adopción, como el aceite en el agua, creará un conflicto irresoluble y un sentimiento de agravio heredable en sucesivas generaciones. Por ello, en nuestro ámbito español, además de frenar esa inmigración inasimilable africana es una tarea fundamental luchar contra la leyenda negra y reivindicar una identidad hispana, si se quiere evitar una bolsa de población diferenciada y espoleada por resentimientos históricos. La colonización española fue, por suerte, muy diferente de lo que hizo Francia desde comienzos del siglo XIX y buena parte del XX.

Cuántos quebraderos de cabeza se hubieran ahorrado de haber hecho caso desde el principio al bueno de Edward Blaquiere, mira que les avisó…

 

Saint Denis

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París 1955: inmigrantes argelinos en tierra hostil

Durante la guerra de independencia de Argelia, entre 1954 y 1962, la población en Francia de los que entonces se llamaban oficialmente ‘musulmanes franceses de Argelia’ aumentó de 220.000 a 350.000. La mayoría de ellos estaban empleados en actividades industriales y de construcción. Constituían una fuerza de trabajo manual inmigrante que Francia necesitaba para su economía de posguerra de rápido crecimiento. Muchos vivían en la pobreza, en barrios marginales y albergues improvisados ​​concentrados en las principales ciudades de Francia. En 1955, el difunto y célebre fotógrafo francés Pierre Boulat se embarcó en una serie de reportajes fotográficos que capturaban la vida cotidiana de esta comunidad alienada que cada vez miraba con más recelo la amarga y sangrienta guerra de independencia. Mediapart presenta aquí un portafolio de retratos y escenas callejeras de Boulat, tema de una exposición que se inauguró este mes en París.

Por SOPHIE DUFAU

 
LA NUEVA DERECHA Y EL CAPITALISMO

 

Este año marca el 50 aniversario de la adhesión de Argelia a la independencia, después de 132 años de dominio colonial francés. La cruenta guerra de independencia de siete años, que dejó cientos de miles de muertos y que fue librada con barbarie por ambos bandos, finalizó oficialmente con un alto el fuego en marzo de 1962. A pesar de que transcurrieron cinco décadas desde entonces, las relaciones entre ambos países han seguía tenso, empañado por la amargura y el tabú, que el presidente François Hollande dio este mes un paso significativo para levantar con su reconocimiento oficial de la masacre por parte de la policía de París en octubre de 1961 de cientos de argelinos durante una manifestación independentista en la capital.

Entre 1954, cuando comenzó la guerra de independencia, y 1962, la población en Francia de los entonces llamados ‘musulmanes franceses de Argelia’ pasó de 220.000 a 350.000, la mayoría trabajadores manuales, algunos con familias, empleados en actividades industriales y de la construcción. . Muchos de ellos vivían en la pobreza o cerca de ella, en barrios marginales y cuarteles de albergues concentrados en las principales ciudades de Francia, sin educación y sin integrarse en una sociedad que los miraba cada vez más con recelo en medio de la escalada de violencia de la guerra de independencia.

El resultado fue una comunidad que vivía, tanto física como culturalmente, segregada de la población en general, una alienación sellada por el resentimiento mutuo y que ha dejado una herencia venenosa hasta el día de hoy.

En 1955, el difunto y célebre fotógrafo francés Pierre Boulat, colaborador habitual de las revistas LifeTimeNational Geographic  y Paris-Match, se embarcó en una serie de reportajes fotográficos que capturaban la vida cotidiana de la población inmigrante argelina en Francia, una selección de las que Mediapart presenta aquí.

Algunas de las impresiones en blanco y negro también se exhiben actualmente, junto con muchas otras fotos y documentos, en una exposición de París que se inauguró este mes en el Centro Nacional de Historia de la Inmigración de Francia. Titulada Vies d’Exil, 1954-1962, des Algériens en France pendant la guerre d’Algérie (‘Las vidas en el exilio, 1954-1962, de los argelinos en Francia durante la Guerra de Argelia’), la exposición se prolongará hasta el 19 de mayo de 2013. 

 

01: Esta familia vivía en un barrio de chabolas en Nanterre, un suburbio al oeste de París. Los trabajadores argelinos en su mayoría llegaron solos a Francia, que necesitaba mano de obra inmigrante para ayudar a su creciente economía de posguerra, antes de llevar a otros miembros de sus familias a un lugar seguro del país del norte de África devastado por la guerra.

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02: Un grupo de gendarmes (cuerpo militar) registran a un hombre argelino en un barrio de chabolas de Nanterre. Tales búsquedas eran frecuentes, mientras que el resentimiento y las tensiones aumentaron con el estallido de la guerra de independencia.

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03: Mujeres y niños argelinos juegan en un barrio de chabolas de Naterre. En 1955, el suburbio de París contaba con 17 barrios marginales, hogar de unas 10.000 personas.

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04: En el barrio Goutte d’Or del norte de París, en la esquina de la rue de Chartres y la rue de la Charbonnière. La guerra de independencia acababa de comenzar, y aquí los policías inspeccionan a un grupo de hombres argelinos. Muchos entre la población inmigrante argelina apoyaron la causa de la independencia.

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05: Los trabajadores argelinos comparten un colchón en un barrio marginal de Boulogne-Billancourt, entonces un suburbio del suroeste de París y hogar de una de las plantas de fabricación más grandes del fabricante de automóviles Renault.

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06: Hombres argelinos descansando y jugando dominó en el Café Maure, en la rue Maitre Albert en el Barrio Latino de París.

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07: Un grupo de hombres presentan sus papeles de trabajo en una entrevista de trabajo. La gran mayoría de la población inmigrante argelina, que ya había establecido una base significativa en Francia antes de la Segunda Guerra Mundial y que en 1955 ascendía a 220.000, eran trabajadores manuales no calificados que encontraron empleo principalmente en las industrias de la construcción y la fabricación.

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08: Un grupo de hombres argelinos en una clase de francés. El analfabetismo en francés era común entre la población inmigrante y exacerbaba el distanciamiento con la sociedad francesa.

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09: Una comida comunitaria dentro de un albergue de trabajadores en la región de París.

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10: Un mercado improvisado donde los argelinos se reunían regularmente para intercambiar artículos personales, en la Porte de Saint-Ouen, una vez una importante zona industrial en el extremo norte de París. El sitio alberga hoy el famoso mercado de pulgas de Saint-Ouen.

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11: Vendedores ambulantes y una carretilla de frutas dentro de un barrio de chabolas en la región de París.

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12: Una bailarina del vientre actúa frente a trabajadores del metal en un bar en Courbevoie, un suburbio al oeste de París. Los billetes de banco que se le dan en agradecimiento se colocan en las correas superiores de su disfraz.

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13: Un peluquero haciendo negocios en un café de París.

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14: Abdel Krim Bouzekkar (derecha), un agente de seguridad de una fábrica de París, es uno de los que subió la escalera. Pudo comprar el apartamento donde se tomó esta foto con un préstamo financiero a 20 años, lo que le permitió traer a su esposa e hijos a Francia.