LA LIBERTAD, dijo el perro al lobo, por Gayo Julio Fedro.

LA LIBERTAD, dijo el perro al lobo

("IL BENE DELLA LIBERTA")

Por Gayo Julio Fedro

 

Voy a hablar brevemente de cuán dulce es la libertad.

Un lobo consumido por el hambre se encontró casualmente con un perro bien alimentado; después, tras saludarse entre sí cuando se pararon, dijo el lobo: «Dime, ¿de dónde te viene ese esplendor o con qué alimento has conseguido un cuerpo tan lozano? Yo, que soy mucho más fuerte, me muero de hambre».

El perro le respondió con franqueza: «Tendrás la misma fortuna si puedes prestar a mi amo un servicio semejante». «¿Cuál», dijo el lobo. «Guardar su puerta y proteger su casa de los ladrones durante la noche; me dan pan sin pedirlo; el amo me da los huesos de su mesa; los criados me arrojan las sobras y algunos el guisado que no les gusta. Así lleno mi vientre sin esfuerzo». «Pues ya estoy preparado; ahora padezco las nieves y las lluvias en los bosques, arrastrando una vida dura. ¡Cuánto más fácil es para mí vivir bajo techo y saciarme en la ociosidad con un alimento abundante!». «Entonces, ven conmigo».

Mientras caminan, el lobo observa el cuello del perro, pelado por una cadena. «Amigo, cómo te has hecho eso?» «No es nada». «De todos modos, dímelo, por favor». «Como les parezco muy inquieto, me atan durante el día, para que descanse mientras hay luz y vigile cuando llega la noche: al atardecer me desatan y deambulo por donde quiero». «Veamos, ¿si te apetece marcharte, puedes hacerlo?» «No, desde luego».

«Disfruta lo que alabas, perro; no quiero ser rey, si carezco de libertad».

 

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GAYO JULIO FEDRO (c. 15 a. C. – c. 55 d. C.), escritor romano. «Un lobo a un perro», Fábulas, libro III

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SELECCIÓN DE FÁBULAS DE FEDRO

El lobo y la cabra

Encontró un lobo a una cabra que pastaba a la orilla de un precipicio. Como no podía llegar a donde estaba ella le dijo:

− Oye amiga, mejor baja pues ahí te puedes caer. Además, mira este prado donde estoy yo, está bien verde y crecido.

Pero la cabra le dijo:

− Bien sé que no me invitas a comer a mí, sino a ti mismo, siendo yo tu menú.

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De un milano enfermo

Hacía largo tiempo que un milano estaba enfermo, y viéndose ya sin esperanzas de vida, rogó a su madre que acudiese al pie de los altares, y cansase a las divinidades con fervientes súplicas por el restablecimiento de su salud. «Que me place, respondió la madre; pero mucho me temo, sea todo infructuoso; porque si tú, atropellando por la reverencia debida a lo sagrado, profanaste los templos y llevaste la osadía hasta el punto de no perdonar ni aún a los sacrificios de los dioses, ¿cómo quieres que les pida clemencia en favor tuyo?»

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Un cazador y un perro

No teniendo éste nada de cobarde, se había hecho digno de las complacencias y agasajos de su amo, por el ardor que desplegaba en la lucha contra toda suerte de fieras, aun las más feroces; pero aquella naturaleza robusta y vigorosa comenzó a declinar, sin dura con el peso de los años. Echósele a reñir en tal sazón con un jabalí, y bien pronto hizo presa en una oreja; mas hubo de soltarla, por tener los dientes ya cariados.

Sentido de ello el cazador, increpaba al perro; y él, aunque viejo, respondió valientemente: «No me falta empuje, sino fuerzas. Alabábasme en otro tiempo por lo que valía; y ahora me desprecias, porque no soy ni aún sombra de lo que fui».

Bien entiendes tu, Fíleto, a donde tiran y se encaminan estas cosas que yo escribo.

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El caballo y el jabalí

Todos los días el caballo salvaje saciaba su sed en un río poco profundo. Allí también acudía un jabalí que, al remover el barro del fondo con el morro y las patas, enturbiaba el agua. El caballo le pidió que tuviera más cuidado, pero el jabalí se ofendió y lo trató de loco.

Terminaron mirándose con odio, como los peores enemigos. Entonces el caballo salvaje, lleno de ira, fue a buscar al hombre y le pidió ayuda. -Yo enfrentaré a esa bestia -dijo el hombre- pero debes permitirme montar sobre tu lomo.

El caballo estuvo de acuerdo y allá fueron, en busca del enemigo. Lo encontraron cerca del bosque y, antes de que pudiera ocultarse en la espesura, el hombre lanzó su jabalina y le dio muerte. Libre ya del jabalí, el caballo enfiló hacia el río para beber en sus aguas claras, seguro de que no volvería a ser molestado. Pero el hombre no pensaba desmontar.

-Me alegro de haberte ayudado -le dijo-. No sólo maté a esa bestia, sino que capturé a un espléndido caballo. Y, aunque el animal se resistió, lo obligó a hacer su voluntad y le puso rienda y montura.

Él, que siempre había sido libre como el viento, por primera vez en su vida tuvo que obedecer a un amo.

Aunque su suerte estaba echada, desde entonces se lamentó noche y día: -¡Tonto de mí! ¡Las molestias que me causaba el jabalí no eran nada comparadas con esto! ¡Por magnificar un asunto sin importancia, terminé siendo esclavo!

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El lobo y la grulla

Como quedara clavado un hueso, al tragarlo, en la garganta de un lobo, vencido por el gran dolor empezó a seducir a todos con un premio para que le extrajeran aquel mal. Finalmente, fue persuadida por el juramento una grulla, que entregando la longitud de su cuello a la garganta hizo la peligrosa cirugía al lobo.

Como por esto solicitara insistentemente el premio pactado, "Ingrata eres" dijo el lobo, "porque sacaste incólume tu cabeza de mi boca y pides recompensa".

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Las dos perras

Una perra solicitó de otra permiso para echar en su choza la cría, favor que le fue otorgado sin dificultad alguna; pero es el caso que iba pasando el tiempo, y nunca llegaba el momento de abandonar la choza que tan generosamente se le había cedido, alegando, como razón de esta demora, que era preciso esperar a que los cachorrillos tuviesen fuerzas para andar por sí solos.

Como se le hiciesen nuevas instancias, pasado el último plazo que ella misma había fijado, contestó arrogantemente : «Me saldré de aquí, si tienes valor para luchar conmigo y con mi turba.»

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El lobo y el caballo

Pasaba un lobo por un sembrado de cebada, pero como no era comida de su gusto, la dejó y siguió su camino. Encontró al rato a un caballo y le llevó al campo, comentándole la gran cantidad de cebada que había hallado, pero que en vez de comérsela él, mejor se la había dejado porque le agradaba más oír el ruido de sus dientes al masticarla. Pero el caballo le repuso:

− ¡Amigo, si los lobos comieran cebada, no hubieras preferido complacer a tus oídos sino a tu estómago!

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La zorra y el cuervo

Como de una ventana un cuervo un queso robado quisiera comerse, sentándose en un alto árbol, lo envidió una zorra, luego así empezó a hablar: "¡Oh cómo es, cuervo, el brillo de tus plumas! ¡Qué gran belleza llevas en tu cuerpo y en tu rostro! Si voz tuvieras, ningún ave superior habría". 

Y aquél, mientras quiere también su voz mostrar, de su boca abierta soltó el queso; rápidamente la astuta zorra lo arrebató con sus ávidos dientes.

Sólo entonces gimió el cuervo, burlado por su estupidez.

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El gallo y la perla

Cierto día, el gallo más comilón del gallinero se paseaba por la granja buscando algo que llevarse al pico.

No tenía suerte, porque lo pollitos habían acabado ya con los granos de maíz.

Entonces, casi enterrada en la tierra, encontró una hermosa y valiosísima perla. El gallo, sin embargo, se apenó:

- ¡Qué lastima haberte encontrado! Ni yo puedo ser de provecho para ti, ni tú me sirves de nada.

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Los toros y las ranas

Cierto día estaban dos toros peleándose en un prado.

Una rana los miraba y suspiraba con tristeza.

Al preguntarle otra qué le ocurría, la rana respondió:

Uno de ellos perderá y será desterrado. Como será expulsado del prado, vendrá a la charca y nos perjudicará a todas. Ya verás cómo este combate que no es nuestro, nos trae malas consecuencias.

Y así fue. El toro perdedor ya no pudo pacer en los campos y tuvo que irse al estanque. Allí, todos los días, aplastaba con sus pezuñas a una buena cantidad de ranas.

 

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«Biografía de Fedro»

Por Tomás Fernández y Elena  Tamaro

Biografías y Vidas

Cayo Julio Fedro

Fedro

(Cayo Julio Fedro; Macedonia, hacia 20-15 a.C. - hacia 50 d.C.)

Fabulista latino de la época imperial, autor de cinco libros de fábulas en verso. Los pocos datos que se conocen de su biografía nos han llegado a través de su propia obra. Nació durante el principado de Augusto (entre los años 20 y 15 a.C.), en la provincia romana de Macedonia, posiblemente en Pieria, según se lee en el prólogo al libro III, vv. 17-20, donde el poeta se muestra orgulloso de haber nacido en la tierra patria de las Musas (en el monte Pierio).

 

Edición moderna (1745) de la Fábulas de Fedro

 

Aunque era esclavo, Fedro recibió una esmerada educación desde joven (sobre todo en latín, puesto que su lengua natal era el griego). Esto hace suponer a los críticos que fue llevado a Roma siendo todavía niño y que allí entró a formar parte del grupo de esclavos de Augusto, del que luego fue liberto. Este dato se encuentra en el título del principal manuscrito de Fedro (Codex Pithoeanus, del siglo IX), que lo presenta como "liberto de Augusto".

Bajo el gobierno de Tiberio se ganó la enemistad del poderoso ministro Sejano, quien le acusó de haber hecho maliciosas alusiones personales tras la máscara anónima de los animales de sus dos primeros libros de fábulas. Fue condenado por ese supuesto delito y cayó en desgracia. Su estado de absoluta precariedad económica lo llevó a pedir el apoyo de libertos ricos e influyentes como Eutico y Particulón, a quienes dedicó dos de sus libros. Escribió sus tres últimas obras ya mayor y vivió hasta la época del emperador Claudio (41-54 a.C.) o, en todo caso, del emperador Nerón (54-58 a. C), si bien se ignora el año exacto.

Las fábulas

De Fedro se conserva más de un centenar de fábulas en verso (122 aproximadamente), agrupadas en cinco libros. Estas breves historias de animales se expresan en senarios yámbicos (el verso usado en la comedia palliata de época republicana). Algunos de los libros son especialmente breves; así, el libro II consta sólo de ocho fábulas; y el libro V, de diez. A estos cinco libros hay que añadir 30 nuevas fábulas, conocidas como Appendix Perottina en las ediciones modernas, que fueron publicadas por el humanista italiano Niccolò Perotti en su edición de la obra de Fedro (hacia 1465).

 

la libertad
Ilustración de Gustave Doré de la fábula El león y el ratón

 

Aunque con anterioridad autores como HesíodoHerodotoPlatónCalímaco o Lucilio habían insertado fábulas en sus obras, el autor prefirió seguir la tradición griega atribuida a Esopo. Fue así el primero de los poetas antiguos en escribir fábulas en verso con la intención de que fueran leídas en forma autónoma. En el prólogo de su primer libro justificó la elección del género con su intención de reflejar la situación social de los más desprotegidos. Alabó la astucia del débil como el único recurso frente al poderoso, y la conveniencia de adaptarse a las circunstancias para sortear los peligros. En el prólogo de su tercer libro confesó que su objetivo no era "censurar individuos, sino describir la vida misma y las costumbres de los hombres".

El contenido de las fábulas de Fedro obedece, en efecto, a una doble intención: instruir a su público y deleitarle a un tiempo. El carácter moralizante se manifiesta expresamente en una sentencia ético-filosófica, o moraleja, emplazada bien al principio de la historia (promithyon), bien al final de la misma (epimithyon). Por otra parte, a esta intención explícita de divertir y enseñar se une la crítica sociopolítica. En efecto, Fedro imprime a sus obras un carácter satírico que pone en evidencia los vicios y defectos de la sociedad de su tiempo, aunque siempre de manera general y sin citar casos específicos ni personas concretas. Por ello su obra a menudo se convirtió en blanco para los reproches de sus detractores.

El estilo de Fedro es simple y claro. Se caracteriza por la brevedad, la variedad y el cuidado de la expresión. A pesar de las expresiones cultas, también refleja Fedro intencionadamente en sus composiciones elementos del lenguaje hablado. Así simpatiza con las clases populares y el mundo marginal en el que creció. Todos estos elementos explican la popularidad de su obra. Aún en nuestros días, es difícil no conocer las fábulas de El lobo y el corderoLa zorra y las uvas o La zorra y el cuervo.

El fabulista latino reconoció a Esopo como "inventor" del género literario de la fábula y se consideró heredero de los temas que las colecciones helenísticas habían transmitido en prosa desde el s. IV a.C. Así, admite su dependencia respecto a Esopo en cuanto a las historias, ya que en lo referente a la forma literaria (en especial, el uso del senario yámbico) reivindica su originalidad.

Su obra fue ignorada en su época, pero a partir de la Edad Media empezaron a circular, con el nombre de Romulus, diversas prosificaciones de las fábulas de Fedro. En la segunda mitad del siglo XV, en los albores del Humanismo, Nicolò Perotti reunió los cinco libros de fábulas, así como unas 30 inéditas (el llamado Appendix Perottina) de un manuscrito hoy perdido. En 1596 Fedro abandona definitivamente el anonimato, al ser editado por Pierre Pithou. A partir de entonces encontró un lugar junto a Esopo en las grandes antologías, como, por ejemplo, la reunida por Isaac Nevelet, Mythologia Aesopica, en 1610.

Desde el siglo XVII las fábulas de Fedro suscitaron mayor interés. El movimiento neoclásico apreció el carácter edificante del género. Empezaron a ser imitadas en prosa y en verso, y se usaron, como solía hacerse en la Antigüedad y en la Edad Media, como texto escolar. Por otra parte, en este siglo nació el más fiel imitador de Fedro de todos los tiempos, el francés Jean de La Fontaine, que publicó sus Fables en 1668. Al siglo XVIII pertenecen igualmente insignes fabulistas españoles, como Félix María Samaniego y Tomás de Iriarte, que, aunque imitando directamente a La Fontaine, recogen la herencia literaria de Fedro.

 

NB. Le immagini sono tratte da edizioni illustrate delle favole di Fedro dei secoli XVII-XVIII..

 

 


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