EL RITMO CÍCLICO DE LA HISTORIA: «El final de la República romana», por Emilio de Miguel Calabia.

Los hermanos Graco ¿lucha de clases en la Antigua Roma?

Por Esteban García Marcos
 
Muerte de Cayo Graco

 

A lo largo de la historia hemos podido contemplar grandes imperios nacer, crecer y desmoronarse. Algunos cayeron por la fuerza de las armas, otros por presiones migratorias, también por corrientes ideológicas que lo fracturaron por dentro, incluso por unas élites que no supieron leer el curso de los acontecimientos o que simplemente sus intereses no eran conjugables con el rumbo del estado.

La caída de Roma podría suponer una síntesis de todos estos problemas, incluso podría decirse que su destino estaba sellado desde que esos míticos hermanos fundaron la ciudad. Durante su historia, Roma se vio inmersa en una crisis social casi constante en la que muchos personajes ilustres intentaron cambiar el curso de los acontecimientos. Ya os hablábamos de personajes como Escipión, Julio César, pero hoy es el turno de los Graco, dos hermanos de la élite social que convulsionarán el estado de los ordos romanos, convirtiéndose en la personificación de la crisis de la república.

Antecedentes

Inmediatamente después de terminar la Segunda Guerra Púnica, el gobierno romano había sido reafirmado en las manos de la nobleza senatorial. Durante un periodo corto de tiempo existió cierta calma y armonía en este grupo, pero pronto empezaron las disensiones. Lo que se conoce como «solidaridad de clase» empezó a resquebrajarse ante el poder casi absoluto de los senadores. Tarde o temprano, la lucha entre los distintos bandos del senado iba a desarrollarse a cualquier precio, incluida la crudelitas, acabar con el adversario cueste lo que cueste.

La crisis no va a ser solo en Roma, sino en las provincias, que prácticamente acaban de ser creadas. Sicilia y Cerdeña son constituidas tras la Primera Guerra Púnica, luego se sumará Hispania (197 a.C.), Macedonia (148 a.C.) y África (146 a.C.). En las provincias había gobernadores que debían, evidentemente, someterse a los designios del senado romano. Por lo tanto, la magistratura era anual y colegiada. Sin embargo, esto fallará cuanto más se extienda el imperialismo romano, sus tentáculos eran más largos, pero también más frágiles. Los gobernadores quedaban libres de los mecanismos que evitaban el abuso de poder, ya que Roma aun no había cambiado su mentalidad de ciudad-estado. Para solventar esto se crearon tribunales que trataran de evitar las extorsiones de los altos cargos, sin embargo no lo conseguirían, puesto que se convertirían en meras herramientas de ataque entre los grupos políticos enfrentados.

La crisis no solo ocurre fuera de la península, sino que también existen ciclos migratorios en Italia que van a ser un auténtico quebradero de cabeza para las ciudades socias de Roma y para la propia ciudad eterna. En un principio la ciudad necesitaba población así que la ciudadanía era muy fácil de obtener para los migrantes. Sin embargo, las ciudades emisoras de población se veían acuciadas por un gran problema: tenían que cumplir cuotas fijas para el ejército romano. Así, los socii romanos se vieron ahogados por la falta de población cada vez más alarmante. La solución fue simple, los itálicos debían tener permiso de su ciudad para emigrar. Sin embargo, la semilla de la discordia ya estaba latente y las ciudades iban a desear mayor autonomía ya que estaban a medio camino entre la integración y la independencia.

Otro de los grandes problemas de Roma es su ejército. Si un siglo antes había sido su mayor potencia, ahora languidecía precisamente por su fama. En todo el Mediterráneo había entre 40.000 y 60.000 soldados en pie de guerra. Era una cifra enorme para la época y ocupaba el 20% de su población ciudadana. Y aquí está el problema, debían ser ciudadanos y propietarios. Por lo tanto, los propietarios de los territorios de Roma no están explotando sus tierras sino que están en una guerra interminable en los confines del Mediterráneo. ¿Qué rédito económico tenía la vida marcial? El botín, claro, pero cuando luchaban contra Grecia, este botín les proveía pingües beneficios, cuando entraron en Hispania, la cosa había cambiado mucho y el terreno tan pobre apenas les permitía saquear para sobrevivir. No son los tiempos de las famosas mulas de Mario de las que hablamos en el artículo de Julio César. Lo que ocurre entonces es que los hombres están fuera de Roma y no vuelven durante años por la distancia de las campañas, entonces, no hay nadie que gestione las tierras y empiezan a concentrarse en manos de una oligarquía terrateniente de origen senatorial.

En este marco contextual vamos a encontrar dos problemas graves para el ejército: Hispania y las revueltas serviles.

Sicilia era una isla con una larga tradición de agricultura en extensión y de grandes pastizales. El régimen servil permitía la explotación de miles de seres humanos en un régimen de brutalidad y degradación que traía importantes riquezas a los latifundistas, ya que podían reducir costes al máximo. Algunos esclavos, como los pastores, que tenían cierta autonomía por el propio estilo de su trabajo empezaron a dedicarse al bandolerismo. En 135, un esclavo llamado Euno conquistará la ciudad de Enna y se nombrará rey. Encerrará a la población libre convirtiéndola en esclava y después se dedicará a conquistar Sicilia hasta que Publio Rupilio consiguiese detener la revuelta en 132. Esta sublevación sentará el precedente de revueltas de esclavos posteriores, como la de Espartaco.

En este decadente ambiente aparecen dos figuras de capital importancia. La primera es una persona, Escipión Emiliano, un eminente político de la mítica familia de los Escipiones que acabará con Cartago y terminará el legendario sitio de Numancia -los Escipiones en general tendrán un papel fundamental-. Su gran poder iba a encontrar su equilibrio en Apio Claudio Pulcher y Cecilio Metelo. La otra figura es una magistratura, el Tribunado de la Plebe, que en un principio se iba a configurar como un arma arrojadiza entre las factio pero que finalmente se iba a convertir en su auténtico contrapoder ya que tenía el poder del veto y de la consulta popular. Este cargo estaba colegiado como prácticamente todas las magistraturas romanas.

Tiberio Sempronio Graco

Para muchos supone el principio del fin de la República de Roma. Con su aparición en la escena política se catalizan todos los males de la crisis que durante décadas asolaba a la ciudad tiberina. Fue consciente de que si Roma no había sido arrasada, era porque no había ninguna potencia mediterránea capaz de hacerle frente. Mártir para unos, villano para otros.

Cuñado de Escipión, encontrará en él su mayor enemigo. Tuvo una educación muy influida por su madre, y por lo tanto beberá de la cultura helenística y el primer estoicismo. Luchará en las guerras de Hispania y traerá de allí una serie de rencillas contra el senado por el trato que tuvo el cónsul al que sirvió: Hostilio Mancino. Algunos plantean que fue venganza la causa de su actuación, otros que simplemente quería reformar el gobierno para superar la crisis.

Pero, una sola persona no podía desmantelar el régimen oligárquico él sólo, es más el era una pieza más de ésta. Para ello se servirá de su propia factio en un inicio capitaneada por su suegro, Apio Claudio Pulcher.

 

"De un gran número de romanos, ninguno tiene ara, patria ni sepulcro de sus mayores, sino que por el regalo y la riqueza de otros pelean y mueren".- Tiberio Graco

 

El 10 de octubre de 134 a.C. llegará al tribunado de la plebe apoyado por su factio y pronto se pondrá en contra al senado con su obra más destacada: la lex agraria. Mediante esta ley intentaba repartir las tierras del ager publicus – el campo público, en manos del estado- entre los campesinos más pobres, de esta manera, la población se enriquecía y la desgastada clase media se recuperaría de los daños que había sufrido en las guerras.

Para ello iba a resucitar otro conjunto de leyes que se remontaba al 367 a.C. y que recibían el nombre de licinio-sextias Por ellas, el poseedor de la tierra no podía tener más de 125 hectáreas de terreno, lo cual se podía aumentar con 75 hectáreas por los dos primeros hijos que tuviera la familia.

El territorio sobrante se iba a expropiar con su consiguiente indemnización y se iba a trocear en pequeñas parcelas de 3 hectáreas. Posteriormente se instalaría en ellas a campesinos en régimen de colonato y tendrían que pagar una cantidad simbólica para demostrar que el terreno seguía siendo público. Así evitaban toda posibilidad de concentración de poder convirtiendo la propiedad en algo inalienable. Esta operación se llevaba por una comisión de tres miembros, de carácter anual, llamada tresviri agris dandis adsignandis iudicandis.

Quitarle poder a las capas altas de la sociedad era un auténtico suicidio, así que quien tuviese el valor de hacerlo se iba a enfrentar al patriciado. El brazo ejecutor sería Tiberio, que puso el proyecto en marcha obviando la tradicional consulta al senado antes de presentarla ante la asamblea. La aristocracia intentó mover los hilos de sus redes clientelares para derribar la ley, pero fue infructuoso ya que el apoyo popular era total y el voto secreto, no existían represalias. El día de la votación, miles de campesinos de todos los alrededores de Roma acudieron en busca de esperanza.

Sin embargo, sus ánimos se vinieron abajo cuando Octavio, colega de Tiberio en el tribunado le vetase la propuesta. Tiberio como consecuencia proclamó la iustitia por la cual toda Roma quedaba paralizada, pero los campesinos volvían decepcionados a sus casas y eso le preocupaba. Así pues, decidió volver a convocar la asamblea y votar por la deposición de Octavio, que fue expulsado por unanimidad de los allí presentes. Tiberio había violado la sacralidad del Tribuno de la Plebe en su desesperación por efectuar las reformas, su destino se iba sellando poco a poco.

La ley se aprobaría a este precio, y la comisión sería ejercida por Tiberio, su hermano Cayo y Apio Claudio. Pero necesitaban medios financieros para llevarla a cabo que el senado les negaba. Afortunadamente, Atalo III rey de Pérgamo había muerto y hecho heredero al pueblo romano de sus territorios, con esa fortuna podrían llevar a cabo la reforma, pero el senado se oponía. Tiberio, asumiendo que la riqueza había sido cedida al pueblo romano exigió que fuera utilizada por el pueblo romano, y así se empezaría a indemnizar a los expropiados y comprar útiles de labor y grano para los colonos.

Sin embargo, estaba claro que cuando Tiberio dejase su mandato -anual- iba a ser enjuiciado y asesinado por la clase senatorial. Su única salida para salvar la vida era volver a ser elegido como tribuno, pero estaba prohibido. Durante la asamblea de re-elección, asustados los senadores, fueron violentamente contra la asamblea. La marea humana huyendo para no ser asesinada aplastó a Tiberio que fue rematado en el suelo por uno de sus colegas del tribunado. Su cadáver fue arrojado al Tíber. No se atreverían a tocar la ley agraria, pero intentarían paralizarla por todos los medios.

La factio de Tiberio quedaba así desmembrada, pero pronto alguien tomaría el relevo: su hermano.

Cayo Sempronio Graco

Once años después, en el 123 a.C., Cayo se convertiría en tribuno. Sus motivos eran más personales que los de su hermano, había perdido una figura muy importante para él y para su gens, buscaba venganza. Pero iba a llevar a cabo una venganza en la línea de las ideas de la familia. Y en consecuencia iba a legislar muy profusamente, mejorando la vida política de los estratos más bajos. Cayo no iba a ser tan ingenuo como su hermano, no iba a confiar tanto en el sistema, y por lo tanto se iba a blindar para protegerse.

La primera de las leyes sería la ab actis por las cuales un magistrado invalidado por el pueblo quedaba invalidado para volver a ejercer la vida política. Podría parecer una medida lógica para evitar la corrupción que asolaba Roma y sus provincias. Sin embargo era un arma muy poderosa que iba a utilizar contra los rivales políticos que su facción encontrase en el camino. También llevó a cabo leyes para evitar la persecución política mediante juicios sumarios, así, impedía que se persiguiera a sus seguidores.

Reformó la lex agraria para disponer de los suelos itálicos y extraitálicos, lo que le permitía entregar pequeñas parcelas a lo largo y ancho del Mediterráneo. Sería el causante de la reconstrucción de Cartago y la creación de muchas colonias en todo el territorio romano. No menos importante será la lex frumentaria que suponía el reparto de trigo para la población. Esta ley es muy importante, ya que se mantendrá también durante el imperio, será usada injustamente en muchas ocasiones para ganarse el favor del pueblo, pero también era una medida necesaria por los problemas de abastecimiento que sufría Roma por las malas cosechas, además, la lex agraria no había terminado de arrancar todavía y los campos no estaban tan explotados como debería. Con la lex militaris protegía a los menores de 16 años de ir a la guerra y permitía que los más pobres se pudieran alistar y tener un equipamiento decente -que hasta entonces tenían que pagar- ya que les proveía de equipamiento. Será el precedente de las reformas marianas.

Todo este cuerpo jurídico hará que se ponga en contra a mucha gente poderosa, pero que el cariño de la población le blinde frente a ataques de los senex, o eso pensaba.

Un tribuno enemigo intentó derogar la colonización de Cartago mediante la rogatio minutia y esto sirvió de pretexto para un encarnizado enfrentamiento a muerte entre los defensores de Cayo y sus enemigos que se saldaría con centenares de muertos, entre ellos Cayo, que pediría a un esclavo que lo asesinase.

Este sería el comienzo del fin de la república romana, que a partir de este momento sufriría un deterioro meteórico hasta la instauración del principado en la figura de Augusto un siglo después.

 Bibliografía

Roldán Hervás, José Manuel. Historia de Roma I: la República Romana. Cátedra, Madrid, 1987.

Asimov, Isaac. La república romana. Madrid: Alianza, 2002.

 

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El final de la República romana (1)

Emilio de Miguel Calabia
ABC,   

Aquí los romanos haciendo una de las cosas que se les daban mejor, guerrear

 

El historiador griego Polibio, que escribió en la primera mitad del siglo II a. C., expresó su admiración por el sistema político romano que, en su opinión, había conseguido aunar los tres tipos de gobierno: el monárquico, el aristocrático y el democrático.

El principio monárquico lo representarían los Cónsules, que detentaban grandes poderes, como los reyes del período monárquico, pero tendrían importantes limitaciones: 1) Su mandato era de sólo un año; 2) Se elegían dos, con el objetivo de que se controlasen mutuamente. Cada uno de los dos podía vetar las decisiones de su colega; 3) Las asambleas populares podían ratificar o anular los acuerdos de paz que firmasen y al término de su mandato podían pedirles que rindieran cuentas.

El principio aristocrático lo representaba el Senado, cuyo origen estaba en la asamblea consultiva que había servido a los reyes. Sus miembros eran elegidos primero por los cónsules y más tarde por los censores. Lo componían ex-magistrados. Dadas las condiciones necesarias para ser magistrado, esta composición aseguraba que prácticamente todos sus miembros procediesen del patriciado y representasen a los elementos más favorecidos de la sociedad.

El principio democrático se encarnaba en las asambleas, que tenían amplios poderes judiciales, legislativos y ejecutivos.

Los objetivos con los que se diseñó la constitución romana fueron: 1) Garantizar que no volviera la monarquía y que nunca más una sola persona gozase de los más amplios poderes a perpetuidad. Yo diría que era el objetivo principal, ya que los romanos se habían quedado sin ganas de repetir la experiencia monárquica; 2) Integrar a los plebeyos en la dirección del estado, aunque en la práctica quienes fueron integrados fueron los plebeyos ricos. A los pobres les quedó solo el derecho al pataleo; 3) Mantener el poder militar supeditado y controlado por el poder civil. Esto se conseguía de diversas maneras. Por mencionar dos: la institución del triunfo por el que se aclamaba a un general por una gran victoria, sólo podía ser aprobada por el Senado, lo que representaba una manera de controlar la autopromoción basada en éxitos bélicos; la distinción neta entre el espacio civil y el militar. No podían entrar en Roma ejércitos armados. A esto hay que añadir que el mandato limitado a un año de los Cónsules dificultaba que pudieran generar una vinculación fuerte con sus tropas. Finalmente cabe mencionar que en sus inicios, todo lo que un soldado consiguiera en la guerra revertía en el Estado. Con esto se quería impedir que la ambición de riquezas sirviera de incentivo para declarar guerras.

La constitución romana estaba pensada para una ciudad y su territorio circundante y para una población relativamente homogénea. Era una sociedad de pequeños campesinos propietarios. El Ejército lo componían los ciudadanos. Cada uno se armaba según sus posibilidades y su función en la batalla dependía de su armamento. Así, los más ricos, que podían costearse un caballo, componían la caballería, mientras que los más pobres eran escaramuceros, que hostigaban al ejército enemigo con hondas y lanzas antes del inicio de la batalla.

Entre el final de la Monarquía (finales del siglo VI a.C.) y el final de la segunda guerra púnica (final del siglo III a.C.) se produjeron dos hechos esenciales que cambiaron el carácter de Roma e hicieron que la constitución romana fuera cada vez más disfuncional y estuviera menos adaptada a la realidad.

El primero fue la expansión de Roma, que en esos tres siglos dejó de ser una ciudad-estado para convertirse en un imperio que controlaba buena parte del Mediterráneo Occidental. La expansión hizo que las campañas militares se hicieran cada vez más largas. El mandato consular de un año dejó de ser una solución práctica, al prolongarse las guerras y ocurrir lejos de Roma. Sucedió entonces que hubo que prorrogar los mandatos de los cónsules en campaña creándose la figura del procónsul. A la larga esto provocaría que la vinculación entre los soldados y sus generales se hiciera más profunda y acabaría llevando a los señores de la guerra que dominaron la política romana en el siglo I a.C. La expansión benefició enormemente a la oligarquía que pudo, por ejemplo, adquirir esclavos a buen precio para que trabajasen en sus latifundios. Asimismo la administración de las nuevas provincias que se iban añadiendo a Roma se encomendó a procónsules con mandatos de entre cuatro y seis años, ante la imposibilidad práctica de que los cónsules pudieran administrarlas. El sistema proconsular fue una fuente de corruptelas; la excepción eran los procónsules honrados. La cuestión es que la expansión y las guerras enriquecieron tanto a las élites, que pronto hubo intereses creados que pugnaron por mantener una política de expansión continua.

El segundo hecho fue la proletarización de los pequeños propietarios. Al ser reclutados para combatir en guerras cada vez más largas y lejanas, dejaron de poder ocuparse adecuadamente de sus tierras. A ello se añadió que dejaron de ser competitivos frente a los grandes latifundios que podían permitirse el lujo de emplear esclavos y maximizar su producción. Muchos de estos pequeños propietarios terminaron en Roma, donde se convirtieron en proletarios, dependientes del favor de patrones ricos y de la beneficencia del Estado, fáciles de arrastrar por demagogos y siempre dispuestos a contratarse como sicarios al servicio de los poderosos.

La constitución romana evolucionó en estos siglos. No se trataron de reformas que pensasen en el largo plazo o que tratasen de acomodarla a los cambios sociales. Los cambios vinieron por la vía de hecho y respondieron básicamente a la realidad de que la República se había convertido en una República oligárquica, que era dirigida por los poderosos en función de sus intereses. Los principales cambios fueron:

1) El Senado, cuya composición era oligárquica, se convirtió en el verdadero director de la política romana. Esto fue posible porque una parte importante de sus miembros eran ex-magistrados que, como tales, conocían bien el funcionamiento del Estado y por su continuidad (el cargo de senador era vitalicio) frente a los cónsules que se renovaban cada año.

2) Los cónsules perdieron una parte de sus poderes, que pasaron a otros magistrados, y se vieron cada vez más controlados por el Senado.

3) Las asambleas, además de ir perdiendo poder, fueron siendo mediatizadas por los poderosos. Inicialmente las asambleas se habían dividido en cinco órdenes en función de la riqueza. Cuando las votaciones llegaban a los órdenes cuarto y quinto,- los más pobres-, por lo general todo el pescado ya estaba vendido entre los representantes de los primeros tres órdenes. Además, la proletarización de la plebe llevó a que muchos acabasen integrados en las redes clientelares de patronos poderosos, con lo que las asambleas terminaron en manos de estos patronos.

4) Lo militar adquirió cada vez más importancia en el Estado. Ya mencioné cómo se crearon intereses favorables a una expansión continua: la integración de nuevas provincias, la adquisición de esclavos, los contratos para abastecer a las tropas, eran otras tantas fuentes de riqueza para la oligarquía. A ello se añadió que la carrera militar se convirtió en la vía casi ineludible para acceder a las magistraturas. Asimismo los éxitos militares se convirtieron cada vez más en una herramienta para encumbrar a quienes los conseguían.

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El final de la República romana (2)

Emilio de Miguel Calabia
ABC,
Los hermanos Graco

 

Para el siglo II a. C. comenzó a difundirse entre las élites una sensación de crisis. Algunas de las causas de esa sensación fueron: 1) La crisis de los valores romanos tradicionales como la austeridad o el sacrificio por el Estado. El contacto con la cultura helenística y el enriquecimiento de la oligarquía hicieron que esos valores comenzasen a ser cuestionados; 2) La crisis de la familia, que había sido la base principal de la sociedad romana. Los nuevos valores helenísticos, unidos a la pauperización de importantes capas de la población llevaron a la crisis de la institución familiar y una incipiente crisis de natalidad; 3) La constatación de que los pequeños propietarios campesinos, que habían representado la columna vertebral del Estado, estaban en declive, mientras que los poderosos no paraban de aumentar sus latifundios; 4) Las guerras de la conquista de Hispania (aprox. 155-133 a.C.), largas, crueles e ingratas, que pusieron en evidencia la corrupción y venalidad del sistema, así como lo que ocurría cuando las decisiones sobre nombramientos militares y conducción de la guerra se hacían atendiendo a intereses políticos y no a realidades militares; 5) La revuelta de esclavos en Sicilia del 135 a. C., que puso de manifiesto el peligro que la presencia de un gran número de esclavos podría representar para la seguridad de la República.

La oligarquía se dividió en facciones en torno a la cuestión de qué medidas adoptar para atajar la crisis. El período entre el 180 y el 135 a.C. fue una época de querellas intra-oligárquicas, que acabaron exacerbándose en el 134 a.C., cuando Tiberio Sempronio Graco asumió el cargo de Tribuno de la Plebe y trató de introducir reformas que mejorasen la suerte del campesinado itálico. Tiberio Graco pertenecía a un grupo radical de la oligarquía, que se había escindido de la oligarquía ilustrada de los escipiones, cuyo reformismo les parecía insuficiente. En la escisión también influyeron querellas de familias y cuestiones personales, pero las vamos a dejar en segundo término.

Tiberio Graco promovió una reforma agraria que consistía básicamente en limitar los latifundios sobre terreno público (ager publicus) a 124 hectáreas. La superficie en exceso se confiscaría y se redistribuiría entre campesinos pobres, los cuales, además, se comprometerían a no utilizar esclavos para su explotación. La ley era buena y respondía adecuadamente a los problemas existentes. Lo que falló fue su ejecución.

La aplicación de la ley sobre el terreno era complicada: había que medir las propiedades y readjudicarlas. A eso se añadían las complicaciones políticas. Un grupo de oligarcas, que vieron sus intereses amenazados, se opusieron con todo tipo de artes a las reformas. Tal vez lo más inteligente por parte de Tiberio habría sido tratar de crear consensos y formar un frente unido contra los elementos ultras. Pero Tiberio pertenecía al tipo de rupturistas radicales que se ven en posesión de la razón y están dispuestos a que triunfen sus ideas sí o sí. Para imponer sus ideas, Tiberio mismo violó en varias ocasiones la legalidad romana, enajenándose a una parte de sus partidarios. Comprendiendo los riesgos en los que había incurrido, Tiberio se presentó a un nuevo mandato como Tribuno de la Plebe, para mantener su inmunidad. En el transcurso de la votación, varios senadores agredieron y mataron a Tiberio y a sus seguidores.

La historia de Tiberio Graco muestra dos cosas. La primera, cómo las tensiones se habían agudizado hasta un punto en el que la violencia se había convertido en un recurso a utilizar en la vida política. La segunda, que existía un grupo de oligarcas (los denominados “optimates”) dispuestos a todo para impedir cambios en una constitución que les favorecía descaradamente.

En 123 a. C. los radicales volvieron a tener una oportunidad cuando Cayo Sempronio Graco fue elegido Tribuno de la Plebe. Cayo quiso seguir con las reformas agrarias de su hermano, a las que acompañó de otras iniciativas tendentes a recortar el poder del Senado. Cayo era un contrincante mucho más formidable que su hermano, porque era más cauto y tenía un pensamiento más estratégico. No obstante, el Senado encontró la manera de minar su popularidad, aprovechando su ausencia de Roma para fundar una colonia en África. Para hacerlo corto: la historia terminó con Cayo suicidado, su colega en el Tribunado asesinado y 3.000 de sus partidarios muertos violentamente.

Podría pensarse que con los sucesos del 122 a.C. los optimates habían vencido. Sí, habían triunfado en el corto plazo. Viendo las cosas a toro pasado, lo que hicieron en 122 fue poner los primeros clavos en el ataud de la República. El fin de Cayo Graco exacerbó las tensiones sociales y dio carta de ciudadanía definitiva a la violencia en la política romana. Muchos de los hijos y nietos que en 122 habían frenado violentamente las reformas de Cayo Graco morirían en las décadas siguientes víctimas de las guerras civiles y la violencia política.

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El final de la República romana (3)

Emilio de Miguel Calabia
ABC,
Lucio Cornelio Sila

 

En 112 a. C. estalló la guerra de Yugurta, un conflicto con el reino de Numidia, que se ubicaba en el este de la actual Argelia. La guerra se prolongó durante siete años y puso de manifiesto cómo se había corrompido la moral pública romana. Durante varios años Yugurta consiguió manipular a los romanos a base de sobornos y su derrota definitiva sólo se produjo porque los romanos a su vez se confabularon con su suegro Boco I, rey de Mauritania, que le traicionó y le entregó a los romanos.

De la guerra de Yugurta saldrían dos líderes militares que marcarían los destinos de la República durante las siguientes décadas: Mario y Sila. Se trataba de dos hombres que no podían ser más contrapuestos: Mario era reformista en lo político y conservador en lo personal, mientras que Sila era conservador en lo político y muy liberal en lo personal. Los dos se cayeron mal tan pronto se vieron y su enemistad causaría muchos muertos.

Con Mario culmina el proceso por el que las victorias militares se convierten en un elemento clave para la carrera política de quienes quieren dirigir el Estado. Los hombres que se enfrenten a muerte en el siglo I a. C. y que entierren la República, serán hombres con una larga y victoriosa carrera militar a sus espaldas.

Mario es sobre todo conocido por las reformas que introdujo en el Ejército. Las reformas hicieron del Ejército romano una fuerza de combate formidable que reinaría incontestada en el Mediterráneo hasta finales del siglo IV d. C. Hubo dos de las reformas que tendrían grandes consecuencias políticas y sociales. La primera fue la admisión de personas sin medios para costearse las armas, las cuales les serían proporcionadas por el Estado. Para muchos miembros de la plebe se convirtió en la única salida profesional plausible. La segunda fueron las bonificaciones para los veteranos que habían cumplido con los 25 años de servicio militar: una pensión y tierras. El efecto socio-político de estas dos reformas combinadas fue la profesionalización del Ejército y la creación de un vínculo especial entre los soldados y su general, que era quien a fin de cuentas les recompensaría al final de sus servicios. Los soldados cada vez lucharían menos por Roma y más por su general, lo que atizaría las llamas de las guerras civiles.

La carrera de Mario muestra cuánto había cambiado la República. Su encumbramiento se debió a sus victorias militares y nunca dejó completamente de lado la profesión militar; en el pasado, los patricios sabían que tarde o temprano tendrían que dejar las armas para hacer política en el Senado, ahora todos sabían que las armas no se podían dejar atrás sin más ni más. Mario fue elegido Cónsul seis veces, cinco de ellas seguidas. Sólo Augusto, 70 años después y cuando la República agonizaba, tendría el mismo número de Consulados. En la República antigua, nunca se habría permitido a nadie que fuese Cónsul tantas veces y de manera tan seguida, por el temor a que le entrasen ambiciones monárquicas. De hecho, existía una ley, que no se respetó en este caso, que impedía que nadie pudiera ser Cónsul antes de que hubieran pasado diez años desde su anterior Consulado. Un síntoma de disgregación política es, precisamente, cuando las leyes dejan de respetarse y empiezan a crearse excepciones. Finalmente, durante su sexto Consulado, vio como su aliado Lucio Apuleyo Saturnino, ordenaba el asesinato de Cayo Memmio, un optimate rival, que tenía muchas posibilidades de ser elegido Cónsul. Sí, los populares también habían aprendido a asesinar.

Mario se retiró de la política tras su sexto consulado y durante unos pocos años los optimates en el Senado pudieron pensar que habían recuperado el control de la situación. Va a ser que no. Los aliados itálicos de Roma se encontraban cada vez más descontentos. Llevaban décadas contribuyendo fielmente a las guerras romanas, pero se les denegaban los beneficios de la ciudadanía romana. A ello se añadía que también entre ellos existían los mismos problemas de tenencia de la tierra.

En el 91 a. C. estalló la denominada “guerra social”, que en realidad habría sido más correcto traducir como “guerra de los aliados”. Fue el primer anticipo de lo que vendría durante el resto del siglo I a. C.: Ejércitos romanos enfrentándose contra Ejércitos romanos; aunque los aliados itálicos no fueran en puridad romanos, militarmente no se distinguían de las legiones 100% romanas: utilizaban las mismas tácticas y el mismo armamento. Fue una guerra muy sangrienta, en la que ambas partes sufrieron duras derrotas. La guerra terminó en el 88 a.C. con la victoria de Roma. Irónicamente, incluso antes de que la guerra terminase, Roma concedió a los rebeldes la ciudadanía romana que pedían. Podían haberlo pensado antes y se hubieran ahorrado una guerra.

Apenas había terminado la guerra social, cuando en Oriente el reino del Ponto, bajo Mitrídates VI, comenzó a levantar la cabeza y a amenazar los intereses romanos en la región. El Senado se reunió para elegir a un general que mandase las tropas que irían a Oriente a restablecer las posiciones romanas. Los candidatos eran Mario por los populares y Sila por los optimates. El Senado escogió a Sila. Mientras Sila se encaminaba hacia Oriente, Mario le hizo una jugarreta y con malas artes consiguió que las asambleas populares le otorgasen el mando a él. De pronto Roma tenía un Ejército para combatir a Mitrídates y dos generales para mandarlo.

Sila tomó la decisión más osada: se dirigió con las legiones que le habían encomendado a Roma y entró en la ciudad, violando todas las convenciones. Nadie se atrevió a enfrentárselo. Mario salió huyendo de Roma. Sila exigió al Senado que declarara a Mario y sus partidarios más estrechos enemigos de la República e introdujo cambios legislativos que reforzaban el poder del Senado. Sila sabía que Mario gozaba de más apoyo en las asambleas populares. Asegurada su posición en Roma, partió a Oriente a combatir a Mitrídates.

Un romano del 88 a. C. acaso pudiera pensar, si era algo ingenuo, que lo que había vivido era algo excepcional e inusitado: un general entrando en Roma con su ejército e imponiendo su voluntad al Senado. Nosotros sabemos que la jugada de Sila fue simplemente el anticipo de lo que estaba por venir.

Uno de los Cónsules, Lucio Cornelio Cinna, aprovechó la ausencia de Sila para deshacer sus arreglos. Reclutó soldados (con la profesionalización de Ejército y las continuas guerras, si había algo que sobraba eran soldados con ganas de marcha), llamó a Mario de vuelta y ocuparon Roma. Mario logró su séptimo Consulado y se lanzó a una purga salvaje contra sus enemigos, especialmente contra los que tenía en el Senado. Ése sería el patrón en lo sucesivo: el vencedor apiolaba a sus enemigos; en este contexto, Julio César destacaría por su tendencia a mostrarse clemente con sus enemigos, tendencia que acabaría costándole la vida.

Mario murió de muerte natural, justo cuando saboreaba su triunfo. Cinna envió un ejército para combatir a Sila en Oriente. Sila hizo las paces con Mitrídates para concentrarse en la amenaza que tenía a sus espaldas. Derrotó al ejército que Cinna había enviado en su contra y se encaminó hacia Roma.

Si los meses de triunfo de Mario fueron un aperitivo de la crueldad que traerían las guerras civiles, Sila introdujo un nivel de crueldad y de ensañamiento con los rivales inusitado hasta entonces, que prefigura las ejecuciones despiadadas que el Emperador Tiberio llevaría a cabo cien años después con los partidarios de Sejano.

Apenas llegado a Roma, derrotó ante sus puertas a un ejército popular. De los 12.000 cautivos que hizo, ejecutó al día siguiente a 3.000. Con el partido popular debidamente acogotado y los Senadores notablemente acongojados, Sila se hizo nombrar Dictador vitalicio. La dictadura era una institución excepcional, pensada para casos de extremo peligro para la República, en la que se otorgaban poderes extraordinarios por un período de seis meses. Resulta interesante que Sila no aspirase al cargo de Cónsul, como hubiera sido de esperar. Esto muestra que las instituciones cada vez contaban menos frente a un hombre con un ejército a sus espaldas.

Los dos años de la dictadura de Sila, que a algunos se les debieron de hacer eternos, pueden resumirse en dos ideas. La primera: acogotar a los populares, a los cuales persiguió con saña para que no volvieran a levantar la cabeza; en el paquete también entró algún ciudadano cuyo pecado era ser demasiado rico para su propia salud. Y es que las proscripciones se habían convertido en una vía de enriquecimiento fácil, al dar patente de corso para que el gobernante se adueñara de los bienes del proscrito. Algunos Emperadores romanos le cogerían el gusto a esto. La segunda: reforzar la autoridad del Senado, al tiempo que debilitaba las asambleas. No sé si el propio Sila era consciente de la ironía de tratar de reforzar el Senado, cuando él mismo con sus acciones había demostrado que un caudillo militar con un ejército detrás podía hacer con los senadores lo que quisiera.

Sorprendentemente renunció a la dictadura en 79 a.C. y se convirtió en ciudadano privado. Bueno, no fue tan sorprendente: se habían cruzado en su vida esas dos grandes fuerzas que Freud identificó, el Eros y el Tánatos. Eros se le cruzó en la figura de una joven y bella viuda con la que se casó y Tánatos en la forma de una enfermedad,- posiblemente un cáncer de estómago-, de la que Sila era consciente cuando se retiró. Murió en 78 a. C.

Su protegido Pompeyo, quien se había forjado como soldado a las órdenes de Sila, se apresuró a recoger su manto. Llevó el cuerpo de Sila a Roma y presidió su funeral, convirtiéndose de alguna manera en su heredero político. Pompeyo pertenece plenamente a la nueva generación que ha entendido que el poder se alcanza a base de triunfos militares y de legiones adictas.

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El final de la República romana (4)

Emilio de Miguel Calabia
ABC, 1
Julio César a punto de entrar en la Historia con esa frase tan bonita de “Alea iacta est”

 

Los años 70 del siglo I a. C. fueron un tiempo agitado para los romanos, de esas décadas que es mejor no levantarse de la cama. Enumeraré a vuela pluma todo lo que ocurrió en esos años: revuelta del Cónsul Marco Emilio Lépido que, aunque colocado por Sila, se pasó al bando popular; revuelta de Sertorio en Hispania, a donde se habían retirado los populares tras la derrota de Lépido; revuelta de los gladiadores encabezados por Espartaco. Como se puede ver, fueron tiempos revueltos. Al final de esa década, Pompeyo era la estrella en ascenso en Roma.

Pompeyo puso en práctica algo que había aprendido de Sila: a un hombre fuerte se la refanfinflan el Senado y las leyes. En el 70 a. C., saltándose todas las normas, logró que le eligieran Cónsul. A los Senadores más conservadores les rechinaron los dientes, pero a Pompeyo tanto le dio. Se había convertido en el favorito de la plebe, en cuyo favor comenzó a legislar.

Por esos años, otro político comenzó a descollar por sus éxitos militares en el aplastamiento de la revuelta de Espartaco: Marco Licinio Craso. Los optimates, que desconfiaban de Pompeyo, disfrutaban viendo rivalizar a los dos. Sin embargo, Craso no era rival para Pompeyo. Como jefe militar era discreto y nunca llegó a la brillantez de Pompeyo y, muchísimo menos, de César. Como político, tenía las habilidades justas; era cruel, despiadado y maniobrero, pero poco más. Su verdadero talento estaba en los negocios, donde era un lince. Viendo que no era rival para Pompeyo, Craso juzgó más prudente retirarse de la política.

El 61 a. C. Pompeyo regresó triunfal a Roma, después de haber derrotado a los piratas y a Mitrídates VI. Sin duda, su objetivo era aprovechar su popularidad para convertirse en el hombre fuerte de la República por las buenas. Como muestra de que no quería convertirse en un dictador como Sila, licenció a sus tropas. Pompeyo ahí obró con cierta ingenuidad. Había pasado mucho tiempo fuera de Roma y la situación política había cambiado. Haber sido protegido de Sila no contaba lo mismo que diez años antes.

Al poco el Senado le dio el primer revolcón: no autorizó el reparto de tierras entre sus veteranos. Posiblemente hubiera dos razones detrás de ello. La primera, que el Senado quería mostrar quién mandaba. La segunda, que Pompeyo provenía de una familia menor y sin solera y a las familias de toda la vida les fastidiaba un poco su encumbramiento.

Desautorizado, Pompeyo se aproximó entonces a Julio César, seis años más joven que él y sobrino de Mario, que era una estrella al alza en la política romana y que se había convertido en uno de los líderes del partido popular. Al contubernio se sumó Marco Licino Craso, que era el líder de los equites, hombres de negocios enriquecidos, que se veían ninguneados por los optimates que regían el Senado. Los tres formaron en el 60 a. C. una alianza secreta: el Primer Triunvirato. Cada socio ponía algo clave en la alianza: Craso, el dinero; César, su liderazgo de los populares; Pompeyo, su prestigio entre los legionarios.

Los aliados consiguieron que César fuera hecho Cónsul en el 59 a. C. y César devolvió el favor, autorizando el reparto de tierras para los veteranos de Pompeyo. En el 58 a. C. César logra el gobierno de la Galia Cisalpina y la Narbonense, que utilizará como trampolín para la conquista de las Galias, que será lo que le catapultará al estrellato político.

La ausencia de César quitó el nexo que unía a Craso y a Pompeyo, que nunca habían dado completamente de lado su rivalidad. En el 56 a.C. César regresa brevemente y gracias a él, los triunviros logran un acuerdo por el que vuelven a barajar las cartas: Craso y Pompeyo se presentarán al Consulado y desde allí impulsarán una prórroga de cinco años en el gobierno de la Galia Cisalpina y la Narbonense por César, así como que disponga de cuatro legiones más; Craso recibe poderes proconsulares en Siria y Pompeyo en Hispania, así como cuatro legiones para completar su conquista. ¿Eran sinceros los triunviros cuando concertaron el acuerdo? Lo dudo. Cada uno trató de reforzar su posición. Pompeyo se llevó Hispania, una de las provincias más ricas del imperio. César logró tiempo y legiones para realizar sus planes de conquista en las Galias. Y Craso adquirió una provincia rica, Siria, que utilizaría de plataforma para ganarse los laureles militares que le faltaban, conquistando a los partos.

Tánatos volvió a intervenir y en un par de años deshizo lo acordado. En el 54 a. C. murió en el parto Julia, la hija de Julio César, a la que éste había casado con Pompeyo para cementar su alianza. Al año siguiente murió Craso; los partos se le habían atragantado y en la batalla de Carras mostraron que no era tan buen general como pensaba. Con Craso fuera de la ecuación, Pompeyo debió de pensar que había llegado su momento de reinar en solitario.

Es posible que Pompeyo llevase tiempo pensando su jugada. Resulta curioso que, a diferencia de César y Craso, no fuese a la provincia que le habían adjudicado, sino que gobernase Hispania mediante legados. Sí, había preferido quedarse en Roma, que era donde se cortaba el bacalao.

Los optimates realizaron maniobras de aproximación a Pompeyo. Habían entendido que su principal enemigo era César, en tanto que líder de los populares, cuya popularidad no cesaba de crecer con sus victorias en las Galias. La única persona que podía oponérsele era Pompeyo, el cual se dejó querer. En el 52. a. C. uno de los optimates más destacados, Quinto Cecilio Metelo Pío Escipión Nasica, entregó a su hija Cornelia para que se casase con Pompeyo. Ese mismo año, Pompeyo fue elegido “cónsul sin colega”, algo excepcional y que debió masajear su ego. No resulta fácil hacerse una idea clara de la personalidad de Pompeyo. A fin de cuentas fue el derrotado en las guerras civiles y de los derrotados nunca se habla mucho. Podemos sospechar que era un tanto vanidoso, que le perdía que le agasajasen. Es posible que, viniendo de una familia sin pedigrí, se muriese por ser aceptado por las familias más antiguas y que su boda con Cornelia, hija de una familia de un linaje antiguo y distinguido, fuera la culminación de sus sueños. Sospecho que era un hombre al que se podía manipular si se daba con las teclas adecuadas.

Los años 51 a. C. y 50 a.C. fueros años de tensiones. El mandato proconsular de César en las Galias estaba a punto de terminar. Sus enemigos estaban esperándole para procesarle por un montón de causas. Ayudado por el Tribuno de la Plebe Celio, aliado suyo, César intentó que le dejasen hacer algo excepcional: presentarse al Consulado desde la provincia. Los optimates frenaron la jugada. Querían a César en Roma sin inmunidad para juzgarle. Cesarianos (a estas alturas de la partida más que hablar de populares hay que hablar de cesarianos, tales eran su prestigio y su popularidad) y optimates se ponían zancadillas en las instituciones y cada uno desvirtuaba las leyes tradicionales para arrimar el ascua a su sardina.

El 7 de enero del 49 el Senado proclamó el estado de emergencia y otorgó poderes excepcionales a Pompeyo para que defendiese a la República o, lo que es lo mismo, para que le plantara cara a César. El 10 de enero César efectuó el único movimiento posible ante el callejón sin salida al que le querían arrastrar sus adversarios: cruzó el río Rubicón con sus legiones, colocándose fuera de la legalidad. La jugada era osada, pero no era locura desesperada. Las legiones de César eran veteranas y le eran completamente leales; la plebe de Roma le idolatraba y además contaba con muchos partidarios en la ciudad. El avance de César en dirección a Roma fue fulgurante.

Pompeyo, al que el Senado había entregado poderes para que parase a Roma, perdió los nervios. Aunque estaba en condiciones de levantar un ejército más numeroso que el de César, optó por retirarse a Grecia y los senadores enemigos de César le siguieron. Pompeyo inició así una tradición de las guerras civiles romanas por la que el bando más débil, sintiendo que no podía controlar la Península Itálica, huía a Oriente y esperaba revertir la suerte de las armas gracias a sus riquezas. Esta estrategia le falló a Pompeyo como más tarde les fallaría a Casio y a Bruto y a Marco Antonio. Lo que otorgaba la verdadera legitimidad era la posesión de Roma. Además, las legiones levantadas en la Península Itálica eran de más calidad que las de Oriente.

La segunda guerra civil romana (la primera había sido entre Mario y Sila) duró entre el 49 y el 45 a. C., pero la contienda se decidió los días 4 y 5 de agosto del 48 a. C. en la batalla de Farsalia, en Grecia, cuando César aplastó a las tropas de Pompeyo. Pompeyo huyó a Egipto, donde el joven Ptolomeo XIII, para congraciarse con César, ordenó que asesinasen a Pompeyo a traición. Aunque la guerra hubiera debido terminar entonces, los pompeyanos siguieron resistiendo en distintas partes del imperio y los años siguientes se le fueron a César en limpiar el Mediterráneo de estos focos de resistencia.

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El final de la República romana (5)

Emilio de Miguel Calabia
ABC,
Octaviano, el ganador del “Supervivientes” romano que se llamó “Guerras civiles”

 

En diciembre del 45 a. C. César regresó a Roma triunfante. El Senado se desvivía para hacerle la pelota. A comienzos del 44 a. C. fue designado “dictador perpetuo”. Dos años antes le había designado dictador por diez años, pero parece que César tenía pensado vivir mucho más y le debió de saber a poco. En las semanas siguientes, algunos de sus partidarios le aclamaron como rey o intentaron entregarle objetos que simbólicamente aludían a la realeza. Eso iba en contra de todas las tradiciones. La República romana había nacido en rebelión contra el rey Tarquinio el Soberbio y era una institución de la que los romanos abominaban y que vinculaban con la tiranía. No obstante, como se ve una parte de la plebe empezaba a no ver con tan malos ojos tener un rey.

César rechazó esas aclamaciones consistentemente. La cuestión es si era sincero. Como dictador perpetuo ya tenía todo el poder que podía desear, pero la ambición de los hombres es insaciable. Por esos días circuló el rumor de que los libros sibilinos decían que los romanos sólo vencerían a los partos si los mandaba un rey. Precisamente por esos días, César estaba preparando una campaña contra los partos. ¿Pensaba hacerse proclamar rey antes de partir en campaña, como algunos sospechaban? ¿Planeaba hacerse coronar rey a su regreso victorioso de Partia? Nunca lo sabremos, porque César fue asesinado en los idus de marzo del año 44 a. C.

Los motivos para el asesinato fueron dos. El primero, las heridas mal cerradas de la guerra civil contra los pompeyanos. Aunque César había sido clemente con muchos de los partidarios de Pompeyo, el resentimiento seguía ahí. El segundo, y más importante, es que con su nombramiento como dictador perpetuo el Senado había quedado convertido en una mera asamblea consultiva, cuyas decisiones podían ser tenidas en cuenta, o no, por el dictador. ¿Le asesinaron también por las sospechas de que quisiera hacerse coronar rey? Resulta difícil saber si sus enemigos creían sinceramente que César tenía esas intenciones o si fingían que lo creían para justificar el asesinato.

Los conjurados contra César afirmaron que habían matado a Cesar movidos por el deseo de restaurar las instituciones y las libertades romanas. La realidad era más cínica: querían que Roma volviera a ser lo que había sido siempre, una república oligárquica en la que el poder real residía en el Senado, que estaba controlado por las élites. No advirtieron que esa República que decían defender estaba muerta, que la plebe no estaba con ellos y que después de los desórdenes de las últimas décadas la plebe se había convertido en un elemento a tener en cuenta. Marco Antonio se lo demostraría al utilizar los funerales de Julio César para azuzar a la plebe contra los asesinos de su héroe.

Los meses siguientes a la muerte de César fueron muy complicados y ya los he contado aquí en una serie de tres entradas con el título “Los idus de marzo y lo que vino después”. Los acontecimientos principales fueron: 1) La pugna entre el lugarteniente de César, Marco Antonio, y su hijo adoptivo, Octaviano, por ver quién se hacía con el legado de César. A la postre esa pugna la ganaría Octaviano, que poseía mejores títulos y tenía mucha más habilidad política; 2) La constitución del Segundo Triunvirato por Marco Antonio, Octaviano y Marco Emilio Lépido; 3) La irrelevancia del Senado, cuyos intentos de enfrentar a los triunviros entre sí y manipular a alguno de ellos como en su día había hecho con Pompeyo, fracasaron e hicieron que en la crisis subsiguiente su papel fuera el de un mero observador que tenía que atenerse a los deseos del hombre fuerte del día; 4) La retirada de los dos principales conjurados, Bruto y Casio, a Oriente. Como Pompeyo en el 49 a. C., intentaron que Oriente se convirtiera en su base y en la plataforma desde la que restablecer la vieja República romana. Ese sueño terminó en agosto del 42 a. C., en la batalla de Filipos.

Tras Filipos, los triunviros se repartieron el imperio. Marco Antonio se llevó Oriente y todas sus riquezas, Octaviano Italia y las provincias occidentales y todas sus deudas, y Lépido África y varias legiones. A primera vista podía parecer que Marco Antonio se había llevado la parte del león, pero Roma era donde estaban la legitimidad y las mejores legiones. En cuanto a Lépido, jugó muy mal sus cartas y para el 36 a. C. ya era historia (ojo, ahí se terminó su carrera política, que la otra le duró todavía unos 23 años más).

A partir del 36 a. C. estaba claro que sólo había dos salidas posibles: o bien el imperio se dividía entre una parte oriental en manos de Marco Antonio y otra occidental en manos de Octaviano, o bien se entablaba una guerra a muerte entre ambos por dominar el conjunto. En esta pugna ya nadie hablaba en serio de restaurar la vieja República. Se trataba de ver quién sería el dictador, – o el nombre que se le quisiera dar-, que regiría los destinos de Roma.

Octaviano volvió a demostrar que él era el mejor estratega político. Aprovechó todos los errores de Marco Antonio,- que fueron muchos-, para presentarse como el defensor de las esencias romanas frente a un general que se había orientalizado y había caído en las garras de una furcia egipcia (Cleopatra). Marco Antonio había perdido tanto el sentido de la realidad que no se dio cuenta de que seguía siendo necesario contar con la simpatía del Senado y de la plebe de Roma.

En el 31 a. C. finalmente se desencadenaron las hostilidades. Octaviano contaba con mejores legiones y con un gran general que le era completamente leal, Agripa. Además, su ejército tenía la moral muy alta. Marco Antonio durante toda la campaña se comportó como un boxeador grogui. Tras la batalla de Accio del 2 de septiembre del 31 a. C., la causa de Antonio y Cleopatra estaba vista para sentencia. Para el 1 de agosto del 30 a. C., Marco Antonio y Cleopatra se habían suicidado y Octaviano era el dueño supremo de la República romana, o lo que quedase de ella.

El genio de Augusto fue que, pretendiendo que estaba restaurando la República, creó algo que se parecía mucho a una monarquía sin despertar excesivos recelos. Ante una sociedad exhausta por las guerras civiles, Augusto se presentó como el hombre providencial, que le iba a traer paz y estabilidad. Con habilidad ocultó el hecho de que su fuerza procedía de las legiones que le apoyaban y de la ingente fortuna que había acumulado y pretendió que todo volvía a ser como antes, solo que encadenó ocho consulados consecutivos y sólo dejó de ser Cónsul cuando ya no necesitó el cargo para imponerse al Senado. A diferencia de los señores de la guerra que le habían precedido, Augusto propugnó un programa de renovación de la sociedad romana y creó la ilusión de que comenzaba una nueva edad de oro.

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El final de la República romana (y 6)

Emilio de Miguel Calabia
ABC,

 

El declive de la República romana es una época apasionante y creo que puede enseñarnos algunas cosas en esta época ¿apasionante? que nos ha tocado vivir:

+ Las constituciones políticas no son eternas. Inevitablemente la realidad cambia y las constituciones van perdiendo su capacidad de regular la sociedad. La constitución romana estaba pensada para una ciudad-estado cuya columna vertebral eran los pequeños propietarios agrícolas. Para mediados del siglo II a. C., Roma ya era un imperio y los pequeños propietarios agrícolas se habían proletarizado. Los últimos cien años de la República, además de una lucha despiadada por el poder, se pueden ver como un intento por parte de las élites de hacer entrar a capón la nueva realidad social en el molde de una constitución diseñada tres siglos antes.

Ante la necesidad de cambio, caben tres posturas: la conservadora, de no cambiar nada; la reformista, de ir retocando gradualmente el sistema y la rupturista, de hacer borrón y cuenta nueva. La postura reformista es la más inteligente, pero las luchas políticas no suelen girar en torno a la inteligencia, sino en torno al poder. Los conservadores romanos lograron frenar a los Gracos reformistas. A corto y medio plazo, fue una gran victoria para las élites: el poder del Senado se reforzó y sus latifundios no se vieron tocados. Pero a la larga… cuando pensamos en todas las proscripciones, todos los asesinatos políticos, todos los miembros de la élite caídos en las guerras civiles, todos los patrimonios expropiados por los ganadores del día, uno puede preguntarse si no hubiera convenido más a los intereses de las élites ceder y aceptar las reformas de los Gracos.

Al final, lo que triunfó fue el rupturista Augusto, que modificó el sistema al tiempo que pretendía que lo estaba restaurando.

+ Sabemos que un sistema político ha empezado a descomponerse, cuando los políticos dejan de jugar limpio y de respetar el espíritu de las leyes y comienzan a torcerlas e incluso a vulnerarlas para ajustarlas a sus intereses. Cuando Tiberio Sempronio Graco para que saliera adelante su reforma agraria, logró que las asambleas populares depusieran al Tribuno de la plebe Marco Octavio, que estaba vetando el proyecto, rompió con la constitución romana. Y ésa no fue la única infracción que cometió. Lo malo es que vulnerar las leyes es un juego muy atractivo y al que pueden jugar todos. Una vez se ha comenzado, es muy difícil parar.

A este respecto, se me ha venido a la cabeza lo que ha ocurrido últimamente con el Tribunal Supremo de EEUU, una institución compuesta por nueve miembros, que ejerce un gran poder. El 26 de septiembre de 2020, poco más de un mes antes de las elecciones, el Presidente Trump designó a una jueza para cubrir la vacante dejada por la muerte de la magistrada Ruth Bader Ginsburg. La práctica hasta entonces había sido dejar la decisión al siguiente Presidente. Trump no violó ninguna regla escrita, pero su decisión indica un deseo de controlar el Tribunal Supremo a toda costa. Biden ha llegado a la Presidencia encontrándose con un Tribunal Supremo compuesto por seis conservadores y tres liberales, una situación que podría prolongarse por muchos años, dado que el puesto es vitalicio. Parece que estaría estudiando la posibilidad de ampliar el número de magistrados del Supremo, lo que diluiría la actual ventaja conservadora. En sí eso no violaría ninguna ley, pero cuando empezamos a jugar con las leyes, podemos terminar muy mal.

+ Es clave que los sistemas políticos sean inclusivos, que el conjunto de la ciudadanía sienta que sus opiniones cuentan y que es en su interés proteger el sistema. La plebe romana dejó de sentirse representada por el sistema en tiempos de Mario y se convirtió en un elemento disruptivo, preparado para la violencia y para subirse al carro del hombre fuerte que más le prometiese en cada momento.

La crisis financiera de 2008 es posible que haya representado para muchos algo parecido a lo que debió de representar el fracaso de la reforma agraria de los Gracos para la plebe romana. De pronto, gente que no había generado la crisis, se vio perdiendo sus casas y sus empleos, a la vez que sus impuestos iban a rescatar a aquellos que sí que habían generado la crisis. Esto es una simplificación, desde luego, pero en política lo que cuentan son las percepciones y una simplificación tiene siempre más posibilidades de triunfar. El hecho es que desde la crisis de 2008 en las democracias occidentales hay un grupo creciente de ciudadanos, que creen que la clase política tradicional ya no le representa y que está dispuesto bien a seguir a un líder populista, bien a adoptar posiciones anti-sistema.

+ Los populismos emergen cuando los ciudadanos han dejado de creer en el sistema y las instituciones y piensan que un líder fuerte y anti-sistema les dará las soluciones que los políticos tradicionales no han sido capaces de darles. Hitler jamás habría sido nada más que un político marginal en la Alemania posterior a la II Guerra Mundial, pero en 1933 con una República de Weimar muy tocada por la Gran Depresión y la amenaza comunista, fue el líder del partido más votado. Donald Trump habría caído en los primeros compases de cualesquiera primarias celebradas en los 50, los 60 y los 70, pero en 2016 barrió a los restantes candidatos republicanos.

No quiero ser agorero, pero un repaso al último siglo de la República romana sugiere que no vamos bien.

 

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Julio César

 

 


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