ROBERT BOYLE Y EL CONCEPTO DE ELEMENTO (Parte 2)
ROBERT BOYLE Y EL CONCEPTO DE ELEMENTO
(Parte 1)
En muchos textos se suele considerar a Robert Boyle como el científico que introdujo en la Química un concepto de elemento diferente al empleado por los aristotélicos o por los alquimistas y que sirvió de antecedente al que formulara Lavoisier en 1789. Mediante una breve descripción de diversas concepciones. imperantes en la Edad Media, el Renacimiento y el siglo XVII, analizamos la definición dada por Boyle en su “The Skeptical Chymist” y tratamos de demostrar que esa definición no es novedosa ni tiene el mismo sentido que la dada por Lavoisier.
Por Miguel Katz
Universidad Nacional Tres de Febrero
Introducción
El concepto de elemento está indisolublemente ligado al de átomo. Hoy en día, la existencia de los átomos no se discute. Pero no siempre ha sido así. A lo largo de veinticinco siglos han habido sostenedores y detractores del atomismo. Vale la pena mencionar que todavía a principios del siglo XX, Ernst Mach, desde su cátedra de la Universidad de Viena, seguía negando la existencia de los átomos. O la famosa frase de Wilhelm Ostwald a Ludwig Boltzmann, su adjunto en la Universidad de Leipzig: “Pero gordito ¿alguna vez viste un átomo?«
En muchos libros se considera a Robert Boyle como el que introdujo en la ciencia el concepto de elemento como representativo de una clase de átomos. El objeto de este trabajo es analizar no sólo la definición dada por Boyle sino el contexto en la que fue formulada para establecer si coincide o no con la concepción moderna de elemento.
El objeto de este trabajo es analizar no sólo la definición dada por Boyle sino el contexto en la que fue formulada para establecer si coincide o no con la concepción moderna de elemento
El concepto moderno de elemento
Antiguamente se decía que el átomo es el límite de la división física de la materia. Precisamente, de esa indivisibilidad proviene el nombre. El descubrimiento de la existencia de partículas estables constituyentes de los átomos (protones, neutrones y electrones) desvirtuó esa definición (1) .
Tomando en consideración las partículas subatómicas estables se define el número atómico de un elemento como el número de protones que hay en el núcleo de cualquiera de sus átomos y el número másico de un elemento como la suma de los números de protones y neutrones presentes en el núcleo de uno de sus átomos. Sobre estas bases, se define nucleido como el conjunto de todos los átomos que tienen el mismo número de protones, el mismo número de neutrones y el mismo número de electrones.
El término isótopo se aplica a los nucleidos que tienen el mismo número atómico pero distinto número másico. Es decir, los isótopos son elementos cuyos átomos tienen el mismo número de protones pero distinto número de neutrones.
A partir de estos conceptos, los químicos dan la siguiente definición (2) de elemento: “conjunto de todos los nucleidos iguales entre sí y sus isótopos”.
Elemento: “conjunto de todos los nucleidos iguales entre sí y sus isótopos”
El concepto de elemento en la Edad Media y el Renacimiento
Para los filósofos de la Edad Media y el Renacimiento los elementos eran un número reducido de sustancias simples componentes de todos los cuerpos y en las cuales, en última instancia, éstos podían resolverse. Consideraban que todos los elementos intervenían, en diferente proporción, en la formación de cada una de las sustancias compuestas. Si bien muchos aceptaban como elementos los cuatro de la tradición aristotélica: agua, tierra, aire y fuego, el descubrimiento de una copia de De rerum natura, comenzó a despertar el interés de algunos filósofos por el atomismo. Entre los primeros que estudiaron críticamente la obra de Lucrecio se encuentran el platonista Marsilio Ficino (3) y Bernardino Telesio (4). En 1473, apareció en Brescia una primera edición de De rerum natura la que fue seguida por tres ediciones más en 1500. Por primera vez en muchos siglos se hizo accesible a los estudiosos occidentales un tratado completo de filosofía natural atomista.
Otra fuente importante del pensamiento atomista del Renacimiento fue la Vida de los filósofos, escrita en el siglo III por Diógenes Laercio , impresa por vez primera en 1533. Las Vidas de Diógenes incluyen la de los atomistas de Abdera, Leucipo y Demócrito y el décimo libro está completamente dedicado a Epicuro de Samos. En él se encuentran cartas de Epicuro a Herodoto y Pitocles, siendo esta última una de las más claras y concisas exposiciones sobre la filosofía natural atomista. De modo que en el siglo XVI vastos escritos de los antiguos se volvieron accesibles para complementar y estimular el interés por el atomismo.
En esa época, muchos alquimistas europeos, seguían la tradición de los alquimistas árabes y consideraban como principios al azufre y al mercurio. Ellos entendían que los elementos eran las sustancias simples en las que se resuelven los cuerpos mixtos. Descreían de la concepción aristotélica ya que ninguno de sus resultados experimentales demostraba que del oro o de la plata no se podía extraer ninguno de esos cuatro elementos.
En el siglo XVI, a partir de la obra de Paracelso, se produce el auge de la Iatroquímica. Entre los iatroquímicos -si bien no hubo unanimidad sobre cuáles son los principios elementales constituyentes de toda la materia-, todos abandonaron el esquema aristotélico. Muchos reconocieron el legado de los principios de la alquimia árabe, –mercurio y azufre– y Paracelso popularizó la idea de la existencia de un tercer principio: la sal. El principio sal, era el responsable de la unión de los componentes de un sistema complejo: su presencia impedía la revisión y de ahí derivaba su utilidad como conservante. Además, representaba tanto la solidez como la incombustibilidad. Paracelso afirmaba que (5):
“Entre todas las sustancias, hay tres que dan a cada cosa su cuerpo, es decir, que todo cuerpo consiste en tres cosas; sus nombres son azufre, mercurio y sal; o bien, antes de cualquier otra cosa, es necesario conocer estas tres sustancias y todas sus propiedades en el macrocosmos. Y entonces se las encontrará en el hombre (microcosmos) absolutamente semejantes. Con el fin de comprenderlo mejor, piense por ejemplo en la madera. Es un cuerpo. Quemadlo. Lo que arderá es el azufre; lo que se exhala en humo es el mercurio. Lo que queda en forma de cenizas es la sal. Así nos encontramos con las tres cosas, ni más ni menos, separadas cada una de la otra. Es necesario remarcar que todas las cosas contienen estos tres principios de igual manera. Si no pueden percibirse de una manera inmediata con la vista, siempre se revelen bajo la influencia del arte que los aísla y los vuelve visibles. Lo que arde es el azufre. Todo lo que entra en combustión es azufre. Lo que se eleva en forma de humo es mercurio. Solamente el mercurio sufre la sublimación. Lo que queda en cenizas es la sal «.
De esta manera, en la concepción paracelsiana, el azufre representa la combustibilidad, el mercurio la volatilidad y la sal la solidez. La combinación de estos tres principios dan como resultado las propiedades de cada cuerpo. Esos tres principios se conocen históricamente como tria prima.
En la concepción paracelsiana, el azufre representa la combustibilidad, el mercurio la volatilidad y la sal la solidez. La combinación de estos tres principios dan como resultado las propiedades de cada cuerpo. Esos tres principios se conocen históricamente como tria prima
Entre las contribuciones a la Química que hizo Paracelso, merece destacarse en descubrimiento del hidrógeno, si bien no pudo determinar sus propiedades con detalle. En 1526 describió un nuevo metal al que consideraba un “metal bastardo” y al que bautizó “zink” (cinc). Al tratar cinc con ácido clorhídrico observará la evolución de un “material aeriforme mucho más liviano que el aire”. Dos siglos después Henry Cavendish aislaría ese gas y estudiaría sus propiedades.
De la obra de Paracelso se infiere que él no negaba la posibilidad de la transmutación, pero consideró que ella era una actividad de importancia secundaria de la Alquimia. Al respecto escribió “Muchos han dicho que la Alquimia es el arte de hacer oro y plata. Para mi, este no es el objetivo, sino que considera que es encontrar qué virtud y poder pueden yacer en las medicinas”. Su objetivo práctico fue el de usar los procesos alquímicos para la preparación de sustancias terapéuticas, principalmente, de sustancias inorgánicas. De este modo, inauguró una forma de Química Médica, que se conoce históricamente como “Iatroquímica” y que no sería otra cosa que lo que hoy se conoce como “quimioterapia”.
Otro iatroquímico, Johann Baptista van Helmont, consideró que:
No es posible estar de acuerdo con la teoría de los tres principios. Tal y como demuestra la experiencia, no todas las materias pueden descomponerse en los tres principios. Hay muchas descomposiciones de sustancias en las que por ningún sitio aparece mercurio, azufre o sal.
Van Helmont, no sólo negó la teoría de la tria prima sino que tampoco aceptaba la doctrina aristotélica de los cuatro elementos. Sostenía que el fuego no es en absoluto un elemento. No es permanente: nace y se extingue. No tiene existencia material. Se trata simplemente de un agente de cambio, de un obrero de la naturaleza. El aire no es ninguna sustancia susceptible de sufrir modificaciones. Siempre seguirá siendo aire. Sus acciones son solamente de tipo mecánico. La tierra puede transformarse en agua, de manera que no es ningún principio elemental inmutable. Pero de lo que no cabe duda es que el agua está presente en todos los cuerpos. Todos los cuerpos tienen su origen en el agua y todos pueden volver a ser agua, por uno u otro camino.
Es conocido su experimento con el sauce (6): Pesó cuidadosamente 200 libras de tierra y plantó en ella un pequeño sauce. Al cabo de cinco años la salsa había aumentado su peso en unas 164 libras. Puesto que la tierra seguía pesando, aproximadamente, 200 libras van Helmont infirió que el peso del árbol había aumentado gracias al agua de riego, lo que significaba en última instancia, que la madera y las hojas «se producían por transformación del agua solamente«. Como la combustión de esas ramas y hojas desprende agua. La materia vegetal se vuelve a convertir en agua, lo que prueba que el agua es su principio constituyente. Al respecto escribió:
«Todos los cuerpos mixtos, sea cual sea su naturaleza, opacos o transparentes, sólidos o líquidos, semejantes o diferentes, están materialmente compuestos de agua y pueden ser totalmente reducidos a agua insípida sin que de ellos la menor traza de materia térrea«.
Para confirmar su teoría de que el agua es el único constituyente de todos los cuerpos, Van Helmont se demostró la existencia de un cartucho universal al que denominó alcagesto, nombre con reminiscencias alquimistas y árabes. Según van Helmont , todos los procesos de disolución consistían en la disgregación del agua constituyente. El hallazgo de un disolvente en cuyo seno se disolvieran todas las sustancias, sólidas y líquidas, orgánicas e inorgánicas, evidenciaría la presencia de agua en todo el sistema material. van Helmont dijo haber dispuesto durante unos cuantos días de un poco de alcagesto en un recipiente, pero no dio ninguna información acerca de cómo lo consiguió ni de los experimentos realizados. (Obviamente, tampoco explicó cómo se las ingenio para que el alcagesto no disolviera el material del recipiente).
Para explicar la diversidad de las sustancias, van Helmont elaboró dos teorías:
a) En cada cuerpo el agua presenta un grado de condensación diferente. En un trozo de hierro el agua está mucho más condensada que en un trozo de madera. Esto explica las diferentes densidades.
b) Si bien el agua es el único constituyente material de los cuerpos, en cada cuerpo hay un constituyente espiritual que le da al objeto su carácter propio. Este constituyente espiritual ha sido creado por Dios y pueden pasar de una sustancia a otra dando lugar a los cambios químicos (7) .
Ya en el siglo XVII, otros iatroquímicos consideraron a las reacciones químicas como el encuentro entre contrarios. El más conocido exponente de estas teorías fue Otto Tachenius, quien afirmaba «De acuerdo con lo que muestra la experiencia, todos los seres sublunares están compuestos de dos cosas: el ácido y el álcali«. En su concepción, álcali no era solamente las cenizas de ciertos vegetales que se empleaba para hacer jabón sino toda aquella sustancia capaz de enfrentarse con un ácido. Por ello, como la mayoría de los metales producen efervescencia con los ácidos, Tachenius consideró que los metales eran álcalis. En su concepción, redujo toda la variedad de sustancias a dos principios contrarios, que tienden a neutralizarse mutuamente.
La teoría de la dualidad ácido – álcali no suscitó muchas adherencias. Ningún químico fue capaz de descomponer el oro en un ácido y en un álcali. Por otra parte, tampoco quedaba establecido que todos los ácidos, por el hecho de serlo, tuvieran un carácter elemental, no descomponibles en otras sustancias más sencillas.
El concepto de elemento en el siglo XVII
El siglo XVII se caracterizó por un auge en la teoría corpuscular. Un creciente número de filósofos naturales se fue volcando hacia una u otra versión de la doctrina atómica como marco explicativo de los fenómenos naturales. Por un lado, los filósofos veían en el atomismo un modo sistemático de explicación con el cual podían confrontar las alternativas del aristotelismo y el paracelsismo, doctrinas que ya en ese tiempo se consideraban intelectualmente pobres. Por otra parte, las relaciones postuladas por el atomismo –los movimientos e impactos de objetos materiales– estaban cerca de sus experiencias con los objetos ordinarios.
Quizás, el atomista más relevante del siglo XVII, haya sido Pierre Gassendi (1592 – 1655). En 1649 publicó su mayor obra sobre el atomismo , Syntagma Philosophiae Epicuri, dividida en tres secciones: Lógica, Física y Ética . Aún antes de exponer acerca de los átomos, Gassendi dedicó tres capítulos a discutir sobre el vacío y su necesidad, extendiéndose en el análisis de los experimentos de Torricelli. Explayándose en la tesis de Epicuro descrita a los átomos diciendo que no pueden ser creados ni destruidos, tienen peso y no pueden ser subdivididos. No son como puntos geométricos sino que tienen un tamaño definido aunque muy pequeño. Donde se diferencia de la concepción griega es en cuanto a su origen: no han existido por siempre sino que fueron creados por Dios. Los átomos no se mueven “a se ipsis” (por sí mismos) sino por “Dei gratia” (por gracia de Dios). Esta es la idea que intentó liberar al atomismo del ateísmo.
Una concepción diferente a la de Gassendi era sostenida por Rene Des Cartes. El universo cartesiano estaba compuesto de una materia primigenia cuya característica esencial es su extensión. El espacio también posee extensión y, en consecuencia, difiere de la materia sólo en la imaginación. A diferencia de los atomistas, Descartes insistía en que la materia es infinitamente divisible y, dado que espacio y cuerpo son indistinguibles, no existe “espacio vacío” en la Naturaleza.
En esa época, tuvo gran influencia la opinión de Francis Bacon. En su Opera magna, el New Organon, Bacon condenaba la hilación de teorías a priori de los filósofos griegos y sus continuadores. La meta de Bacon en el New Organon era una novedosa unión de la teoría y la práctica, un examen de la naturaleza que condujera a ciertos axiomas seguros sobre lo que los escritores posteriores dieron en llamar “leyes naturales”. Su libro fue concebido como un motor o una máquina que podía asistir a la mente en el proceso de descubrir la verdad de la naturaleza. Bacon consideró que lo malo de la filosofía de su época era que presentaba a la naturaleza como algo ya conocido y entendido, mientras que, en verdad, en ella todo estaba por ser descubierto.
El llamamiento de Bacon para buscar la certidumbre en la ciencia a través de la experiencia encontró amplio eco en sus discípulos de la Royal Society, entre ellos a uno de sus más ilustres miembros: Robert Boyle (1627 – 1691).
Robert Boyle
Robert Boyle fue uno de los principales exponentes de la filosofía experimental en los primeros años de la Royal Society. Mediante un conjunto ordenado y sistemático de datos experimentales, buscó reivindicar una visión mecanicista de la Naturaleza a expensas de teorías rivales, en particular la cosmovisión escolástica asociada con las ideas de Aristóteles. Boyle fue también una de las principales apologistas de la nueva ciencia, exponiendo su racionalidad, desarrollando su justificación, puliendo sus implicaciones filosóficas y reflexionando en profundidad sobre las relaciones recíprocas entre ciencia y religión.
Boyle nació en el castillo de Lismore el 25 de enero de 1627. Fue el hijo menor de Richard Boyle, primer conde de Cork, un “aventurero” que hizo su fortuna en Irlanda y que se convirtió en uno de los hombres más ricos y más influyentes del Reino Unido.
Boyle se crio en un ambiente aristocrático, fue educado en parte en el hogar y en parte en el Colegio Eton. Para completar su educación viajó a Francia, Italia y Suiza, donde recibió instrucción en distintas especialidades. En uno de los viajes al Continente sobrevino una tormenta impresionante que casi hace naufragar al barco, a raíz de la cual experimentó una conversión religiosa que guiaría su comportamiento personal y sus opiniones científicas. El profundo teísmo de Boyle no sólo influyó en su concepción de la filosofía natural, sino también en su vida personal, y los imperativos religiosos que dominaron su vida permiten entender las contradicciones entre sus concepciones filosóficas y el resultado de muchos de sus experimentos.
Boyle regresó a Inglaterra en 1644, estableciéndose en una finca que le dejó su padre en Stalbridge, Dorset, donde pasó la mayor parte de la siguiente década.
Inicialmente, Boyle comenzó una carrera como escritor, pero, al contrario de lo que podría esperarse de sus publicaciones posteriores, sus esfuerzos no fueron inicialmente dedicados a la ciencia. Su primer proyecto (1645-6) fue su Aretología (8), un tratado un poco rebuscado sobre “elementos éticos” donde pretendía fijar los rudimentos de la moralidad como base para la búsqueda de la virtud. Posteriormente, Boyle experimentó con otros géneros literarios, incluyendo reflexiones piadosos, vida imaginaria, discursos y cartas de presentación de recetas moralistas a destinatarios ficticios, entre las que se puede mencionar “Some Motives and Incentives to the Love of God” (1659) quizás, la exposición más precisa de los escritos moralistas y religiosos de Boyle.
En 1649, instaló un laboratorio en su castillo de Stalbridge y los experimentos que comenzaron a realizar lo fascinaron de tal manera, que transformaron su carrera. Estos experimentos eran mayoritariamente químicos (y alquímicos), aunque también realizaron una gran cantidad de observaciones biológicas utilizando un microscopio.
En esta época, sus ideas estaban influenciadas por autores del siglo XVI y principios del siglo XVII como Paracelso, Bernardino Telesio, Francis Bacon, Tommaso Campanella y Johann Baptiste van Helmont. En los escritos de esa época, Boyle expresó una cierta solidaridad con los “chymists” y expuso sus primeras ideas sobre el atomismo en su Of the Atomical Philosophy (1652 – 54) (9). En este trabajo tomó en gran parte las ideas atomistas de Daniel Sennert (1572 – 1637).
También escribió un breve ensayo referido a la Química, el que se considera el antecedente de su “Sceptical Chymist”. En él se propuso educar a los “químicos” en la necesidad de un enfoque más filosófico para el estudio de la naturaleza.
En esta etapa de su carrera, Boyle adhirió en buena parte a las ideas del reformador social Samuel Hartlib (1600 – 1662), quien influenciado por Francis Bacon y por Comenius (10) sostenía que la reforma educativa y la filosofía podrían a mejorar la paz universal.
A fines de 1655, Boyle se trasladó a Oxford donde su actividad experimental se intensificó, y su perspectiva filosófica se fue actualizando al unirse al animado grupo de filósofos allí establecido bajo los auspicios de John Wilkins (1614 – 1672) y que se conoce como Invisible College. Este grupo se considera como los precursores de la Royal Society (11), que fue fundada en 1660. La relación con estos filósofos provocó un gran impacto en Boyle . Fue en este contexto que adhirió firmemente a la llamada “Nueva filosofía” o “filosofía experimental” y enfrentó seriamente los escritos de los grandes exponentes de la filosofía natural del Continente europeo, en particular, a Gassendi y Descartes, refinando y modernizando sus ideas al influjo de sus colegas del Invisible College. En el caso de Descartes , si bien Boyle conoció sus primeros escritos, afirmó que la persona que «le hizo comprender la filosofía de Des Cartes» era Hooke. Robert Hooke (1635 – 1703) había comenzado a trabajar como empleado de Boyle en 1659 y lo ayudó en algunos de sus experimentos cruciales. Con la asistencia de Hooke quien ideó la pieza más famosa de aparatos del laboratorio – la cámara de vacío o bomba de aire-, Boyle fue capaz de llevar a cabo una serie de ensayos destinados a dilucidar el comportamiento del aire ante los cambios de presión.
Durante los años que pasó en Oxford, antes de mudarse a Londres, Boyle desarrolló innumerables experimentos sobre diversos aspectos de la Naturaleza, los que dieron lugar a muchas publicaciones. Entre ellas, cabe mencionar: Nuevos experimentos físico-mecánicos, Tocando la primavera del aire y sus efectos (1660), Ciertos ensayos fisiológicos (1661), El químico escéptico (1661), Algunas consideraciones sobre la utilidad de la filosofía natural experimental (1663, 1671), Experimentos y consideraciones sobre los colores (1664), Nuevos experimentos y observaciones sobre el frío (1665), Paradojas hidrostáticas (1666) y El origen de las formas y las cualidades (1666).
A partir de 1664, muchos de sus trabajos fueron publicados en las Philosophical Transactions de la Royal Society for the Improvement of Natural Knowledge .
Inspirado en las ideas que Francis Bacon había expuesto en su Novum Organum, Boyle desarrolló un método empírico que fue tomado como modelo recomendado por la Royal Society para todos sus miembros. Boyle se encargó de hacer los arreglos y correcciones para que sus obras fueron publicadas en latín, por lo que fueron conocidas, y algunas criticadas, en todos los centros científicos de Europa.
Incansable, Boyle desarrolló un extenso trabajo experimental hasta, prácticamente, el final de sus días. Quizás el más notable se publicó como Experiments, Notes, &, about the Mechanical Origin or Production of Divers Particular Qualities (1675) del cual extrajo conclusiones que volcó en A Continuation of New Experiments Physico-Mechanical Touching the Spring and Weight of the Air, y sus efectos. La Segunda Parte (1680), en Experimentos y Consideraciones sobre la Porosidad de los Cuerpos (1684) y en Experimenta & Observationes Physicae (1691).
Boyle también realizó experimentos vinculados con la Medicina y que fueron publicados como Memoirs for the Natural History of Human Blood (1684), su Of the Reconcileableness of Specifick Medicines to the Corpuscular Philosophy (1685) y Medicina Hydrostatica (1690).
En los últimos 20 años de su vida, publicó varios ensayos filosóficos y teológicos. Entre ellos pueden mencionarse, Excellence of Theology, Compar’d with Natural Philosophy (1674), al cual le agregó un pequeño ensayo sobre el mecanicismo “Consideraciones sobre la excelencia y fundamentos de la hipótesis mecánica”; “Investigación libre sobre la noción de naturaleza vulgarmente recibida” (1686). En esta obra expresa sus reflexiones maduras sobre temas teológicos y filosóficos. En su testamento dejó un legado para que se pronuncien conferencias pías contra el ateísmo y para propagar el cristianismo. La primera serie de ellas fue desarrollada por el obispo Richard Bentley en 1692.
Boyle era un extraordinario experimentador. Imbuido en las ideas de Francis Bacon, expuso sus ideas de cómo desarrollar el método inductivo. En su “Ciertos ensayos fisiológicos” (1661) se incluyeron varios ensayos en los que presentó su opinión sobre el trabajo experimental resaltando la importancia que debe tener para el experimentador los resultados no exitosos de su tarea. También ilustró la manera en que los resultados de tales ensayos pueden utilizarse para proporcionar un fundamento científico de su versión de la filosofía mecánica, a la cual bautizó “corpuscularismo”.
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ROBERT BOYLE Y EL CONCEPTO DE ELEMENTO (y Parte 2)
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Notas
1 A raíz de comprobarse experimentalmente la divisibilidad de los átomos, Frederick Soddy propuso —aunque sin éxito— llamarlos “tomos”.
2 Los epistemólogos de la Química, prefieren considerar que elemento es un concepto primario, fundamentando este criterio en que para llegar a esta definición se usan los conceptos de número atómico de un elemento y número másico de un elemento.
3 Marsilio Ficino, Ópera en dúos tomos digesta, (1561). Tomo I Libro IV Ep. 35 – pág. 280v
4 Bernardino Telesio. De rerun natura iuxta propia principia (1565).
5 Metzger, H. Les doctrinas chimiques en Francia du début du XVIIe à la fin du XVIII siècle. Ed. Alberto Blanchard. París 1969 p. 348
6 Narrada en Partington, JR Historia de la Química. Espasa-Calpe Argentina. Buenos Aires. 1945. pág. 67
7 Es probable que esta afirmación haya sido producto de su relación con la Iglesia. En 1621 había publicado De magnetica vulnerum curatione” donde intentó explicar científicamente algunos de los milagros relatados en la Biblia. Intervino la Inquisición y van Helmont fue hecho un prisionero virtual en su quinta de Vilvorde, hasta su muerte en 1644.
8 La Aretología es la parte de la filosofía moral que analiza la virtud (areté), su naturaleza y los medios para alcanzarla.
9 En el manuscrito de este texto, Boyle agregó: “These Papers are without fayle to be burn’t” Works, vol.13, pp. 225-35. Se supone que, por escribir ese trabajo, Boyle fue criticado como “ ateísta ”.
10 Jan Amos Komensky, (1592 – 1670) pensador checo quien propuso los fundamentos de un sistema de educación para todos los hombres y para todos los pueblos. Es considerado el “padre de la Pedagogía”.
11 De hecho, John Wilkins fue su primer Secretario.
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