LA AMNISTÍA
Aznar manda a Feijóo a pisar las alamedas
Yo ya sé que las izquierdas que me leen, sedientas de sangre y cuellos de monarca, se sentirán decepcionadas por mi cambio ideológico, pero no lo puedo evitar, y a mí Alberto Núñez Feijóo me empieza a suscitar ternurita. Es más blando que las ovejitas que cuentas para dormir. Ahora los demócratas contamos feijocitos, y nunca llegan a saltar 176 antes de que nos durmamos. Es tan relajante. Te dan ganas de untarle cremita solar en la espalda y bajarlo al camarote del yate de Dorado, para que tenga muy dulces y presidenciales sueños mecidos por las azules olas del Prestige, los espumosos vaivenes de las narcolanchas y el graznar carroñero de las gaviotas.
Pero al pobre Fakejóo, con lo marianista e indolente que es, no lo dejan reposar tranquilo. Y mira que se ha ganado a pulso ser irrelevante y que nadie le dé la lata. Ahora va José María Aznar, disfrazado de Mio Cid (sin saber que Díaz de Vivar fue un mercenario que también luchó contra cristianos), y hace un llamamiento a la movilización ciudadana contra unos indultos que no existen. Y el PP de Cuca Gamarra, que suele rascarse antes de que nada le pique, convoca una manifestación contra la inexistente amnistía el 24 de septiembre. Dos días antes de que Fakejóo ponga de largo su investidura en el Congreso. Con lo poco que a Fakejóo le gusta la calle, ahora le ponen a pisar las alamedas, como un Allende inverso.
Tomar las calles para liberar a los opresores de los oprimidos suele salir mal. Funciona mucho mejor en los despachos. José María Aznar está suicidando a Fakejóo, lanzando al monte a un burocratilla de tacón alto. Fakejóo, en la calle, es como una ameba investigando a un científico. Aznar sabe que, si esta convocatoria callejera sale mal, que es lo más probable, Fakejóo discurseará en su fallida investidura más debilitado. Aznar no tendrá ninguna responsabilidad del fracaso de la movilización ciudadana facha. Fakejóo, toda.
Al pobre gallego, de brazo incorrupto ya maloliente, esta convocatoria de tomar las alamedas no le sienta nada bien. Feijóo, como Mariano Rajoy, es un político de invernadero. En cuanto lo sacas a la naturaleza, coge orugas. Aznar ha hecho lo peor que se le pude hacer a Fakejóo: mandarlo al aire libre.
Antes de esta convocatoria urgente y poco meditada del PP para manifestarse el 24 de septiembre contra la fantasmagórica amnistía, la Sociedad Civil Catalana ya tenía prevista una movilización, por el mismo motivo, para el 8 de octubre. La primera gran figura que anunció su presencia fue la omnicuqui Isabel Díaz Ayuso. Ahora Aznar ha contraprogramado a Ayuso y a su Sociedad Civil Catalana. Yo es que ya estoy en un sin respirar.La Sociedad Civil Catalana es un movimiento de inspiración alegremente fascista, como se demuestra observando el perfil de algunos de sus simpáticos fundadores. Jorge Buxadé, varios miembros de la Fundación Francisco Franco y Santiago Abascal.
Esta Sociedad Civil Catalana, que se adelantó a la convocatoria del PP en su manifestación contra la amnistía, tiene una historia curiosa. Fue fundada en marzo de 2014 y, solo ocho meses después, el Parlamento Europeo le concedió el premio Ciudadano Europeo. No sé qué maravillosas cosas haría en esos ocho meses la Sociedad Civil Catalana para obtener tal galardón, pero, por mucho que indago en las hemerotecas, no encuentro ninguna. Será mi incapacidad para encontrar lo inencontrable. Será que el Parlamento Europeo tiene un olfato tan fino que no detecta fascistas
Si uno fuera tertuliano y, por tanto, creíble, colegiría que el fascista Aznar ha contraprogramado a la neofascista Sociedad Civil Catalana, dos días antes de la investidura de Feijóo, y ha convocado una súper manifestación contra indultos inventados para joder a Fakejóo. La derecha posaznarista es una fábrica incesante de cadáveres políticos. Circunstancia que no me disgusta.
Feijóo debe estar echando mucho de menos a los narcos, a La Voz de Galicia y a las meigas, que eran el soporte de su prestigio político en su tierra.
Ahora Fakejóo no sabe si ir a la manifestación del 24 de septiembre o a la del 8 de octubre. Tampoco está muy seguro de si acudirá a su propia investidura. Me lo tienen desquiciado, a este hombre. Yo no sé si no nos habremos precipitado pensando que era Churchill.
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LA AMNISTÍA
De tal forma desviamos la revolución de su auténtico fin y a la atención pública de la cuestión de principio. ¡No amnistía, sino justicia!, dicen las protestas. Justicia, sea; pero justicia tanto para los emperadores como para el emperador de hoy. Bonaparte es un criminal, un delincuente confeso, pero no es el primero ni el más grande. Guárdense quienes predicaron con el ejemplo y le abrieron el camino.
Por Joseph Déjacque
Le Libertaire, segundo año, n.º 17, 30 de septiembre de 1859
MUCHO SE HA HABLADO de la amnistía, e incluso demasiado, si se tienen en cuenta las palabras huecas y llenas de aire, las detonaciones declamatorias de aquellos a los que nada obligaría a hablar de ella, salvo por la necesidad de hacer ruido por el mero placer de hacerlo y con el simple objetivo de hacer que el mundo se interese por su pequeña persona; absolutamente, como ese crío educado por los civilizados y que, en posesión de un tambor, se esfuerza por percutir su piel de asno para satisfacer sus gustos de niño rebelde y obtener el aplauso de papá y mamá, orgullosos del soberbio comportamiento de su monstruosa progenie, de ese su vivo retrato.
Algunos han juzgado la amnistía muy sensatamente; se han dicho cosas interesantes. No obstante, todavía quedan algunas por decir. No se la ha juzgado desde el punto de vista en que yo quiero situarme.
En Europa se maquina hoy un atentado contra la libertad universal. Estamos en vísperas de unas jornadas de junio más gigantescas que las primeras. Como en 1848, se quiere acabar con la Revolución, pero no solo en Francia, sino en todo el viejo continente.
El jesuitismo, ese genio maligno de la humanidad, ese divino espíritu de las tinieblas, esa legión oculta del mal, apresta sus baterías en las sombras. Tal vez se le haya visto un poco el plumero, quizá haya visto entorpecida la realización de sus sombríos designios por el protestantismo político y religioso, otro vampiro que se empeña en reformar la coalición de las monarquías constitucionales disuelta por el golpe de Estado católico y romano de Villafranca (1), pero el Maquiavélico-Arcángel prosigue sus secretos manejos con tenacidad.
Para el Ultramontanismo, se trata de llevar a cabo una inmensa carnicería con todo lo que sea hostil a la católica autoridad temporal y espiritual. Los invisibles de la Compañía de Jesús no dudan de su victoria. Los Césares apostólicos se disponen, pues, a atravesar un nuevo Rubicón. Pero para franquearlo hay que soltar un poco la brida, levantar un poco el freno a la libertad; necesitan eso que el espíritu de Roma llama desórdenes, el comienzo de un motín universal, para librar una batalla universal y hacer que reinen universalmente la cruz y la espada de la Santa Inquisición.
necesitan eso que el espíritu de Roma llama desórdenes, el comienzo de un motín universal, para librar una batalla universal y hacer que reinen universalmente la cruz y la espada de la Santa Inquisición
La amnistía, causada por la frialdad del público en el desfile del 15 de agosto, es una de las necesidades de esa política de los jesuitas del grado superior, de los que el afiliado Bonaparte es el muy humilde y muy agradecido servidor bajo el nombre de venerable o de emperador de la logia católica de Francia, logia que pertenece a la gran iglesia de Occidente. Tras la amnistía, vendrá forzosamente una cierta libertad de prensa. Luego, después de haber engañado a los patriotas italianos y a los liberales franceses; después de haber hecho todo lo posible para aislar a Inglaterra y a Prusia y haberlas conquistado a punta de bayoneta con un pretexto u otro; tras haberse asegurado bien del apoyo, del concurso interesado del gran jefe moscovita, del sumo sacerdote de la iglesia de Oriente; en ese momento, se mostrarán a las claras sus últimas baterías, se llevará hasta el límite la paciencia de los revolucionarios menos tímidos, se les hará abandonar su demasiado prudente longanimidad, se les dejará levantar algunas barricadas, encender las primeras chispas de la insurrección; y como por ensalmo repicarán todas las campanas de todas las iglesias griegas y latinas, llamando a un san Bartolomé europeo. ¡Ah, pobre del que no esté a la defensiva ese día o esa noche! ¡Pobres de los neutros! Los neutros son aquellos por los que los partidos extremos sienten más odio y más desprecio. Si el jesuitismo triunfa, no escaparán de sus golpes.
Hombres de libertades pequeñas o grandes, vosotros, los tibios y los calientes, uníos todos a la causa de la Libertad, de la libertad completa, ilimitada, pues fuera de ella no hay salvación: ¡O la libertad o la muerte! Uníos al único principio verdadero. Opongamos radicalismo a radicalismo, anarquismo a jesuitismo, a fin de que eso que los que portan la cruz y la espada, los mercenarios de la autocrática y teocrática Autoridad, provocan como un Motín (que quieren anegar en sangre y aplastar bajo los grilletes) les responda, poniéndose a la altura de las circunstancias, declarándose Revolución.
Esto en lo que atañe a la cuestión general. En cuanto a la cuestión local para nosotros, nativos de Francia, ¿debemos o no debemos aprovechar las puertas que se nos abren? ¿Hay motivos para la protesta?
Yo comprendo que quienes tienen pretensiones dinásticas que hacer valer, todos esos pequeños césares demagógicos que aspiran a la sucesión del exproscrito que ocupa el trono de las Tullerías; comprendo que estos rechacen la amnistía como algo que podría debilitarlos, atentar contra su prestigio y alejarlos del objeto de sus codicias.
Yo comprendo que quienes tienen pretensiones dinásticas que hacer valer, todos esos pequeños césares demagógicos que aspiran a la sucesión del exproscrito que ocupa el trono de las Tullerías; comprendo que estos rechacen la amnistía como algo que podría debilitarlos, atentar contra su prestigio y alejarlos del objeto de sus codicias
Entre los emigrantes de hoy, como entre los emigrantes de antaño, hay algunos príncipes, pero son príncipes electos, y que se agarran a sus títulos. Su Majestad Schoelcher (2), que en su exilio londinense recibió un día una carta con la siguiente dirección: «Al Sr. Schoelcher, exrepresentante», protestó con ganas contra semejante calificativo. ¡¿El, un ex?! ¡Pero bueno! Seguía considerándose el representante legítimo del pueblo, a pesar del pueblo que le había dejado escapar y del usurpador Bonaparte que le había arrebatado su escaño. Se cuenta que este personaje ha regresado a Francia. ¿Habrá abdicado, pues? Porque, para él, como para todos los que siguen considerándose los soberanos populares, sería una abdicación.
Schoelcher solo puede volver dignamente a Francia si es para proclamar la destitución del usurpador, hacerlo capturar por la gendarmería y concederle, a modo de isla de Santa Elena, un pontón en Brest o en Tolón. Pero no todos los príncipes de la demagogia han abdicado. Hay incluso uno (3) que ha declarado que solo volverá a Francia cuando vuelva la libertad. Pero ¿de qué libertad habla? ¿Es la libertad como se la soñaba en la calle Poitiers (4)? Porque para que volviese la libertad, sería necesario que se hubiera ido. ¿Y cómo podría haberse ido, si jamás estuvo allí? ¿No existía, aparentemente, la libertad bajo la constitución de Marrast (5) y consortes? ¿Quién desterró, entonces, a Louis Blanc? No fue desde luego Luis Bonaparte, que todavía no había nacido… como emperador. Tuvo que ser, pues, su hermano o alguno de los suyos: Cavaignac, la asamblea nacional, el gobierno de la República.
Pero no todos los príncipes de la demagogia han abdicado. Hay incluso uno que ha declarado que solo volverá a Francia cuando vuelva la libertad. Pero ¿de qué libertad habla? ¿Es la libertad como se la soñaba? Porque para que volviese la libertad, sería necesario que se hubiera ido
¿Acaso una parte de quienes la amnistía sacará de Lambessa o de Cayena no son unos condenados sin juicio de la república burguesa, los desterrados de junio del 48? ¿Es que los presos y los proscritos del 13 de junio no son también proscritos y presos de la república constitucional?
¿Es que en la época en que Louis Blanc estaba en el lugar de Luis Bonaparte no obró en todo punto igual que él? ¿Acaso no se enrojeció las manos con la sangre del pueblo? ¿Acaso no es solidario, como miembro del gobierno provisional, de la matanza de Ruan (6) y de las penas de cárcel que fueron pronunciadas bajo su reinado?
Uno puede, bien es cierto, lavarse las manos como Pilatos; ¡pero no por eso Pilatos deja de ser el asesino de Jesús! A decir verdad, creo que nos ocupamos un poco con demasiada exclusividad de buscarle las pulgas a Bonaparte, de cargarle con todo el muerto, y de tal forma desviamos la revolución de su auténtico fin y a la atención pública de la cuestión de principio. ¡No amnistía, sino justicia!, dicen las protestas. Justicia, sea; pero justicia tanto para los emperadores como para el emperador de hoy. Bonaparte es un criminal, un delincuente confeso, pero no es el primero ni el más grande. Guárdense quienes predicaron con el ejemplo y le abrieron el camino.
Sé que muchos pondrán el grito en el cielo, como de costumbre; que se me va a acusar de provocar la división. ¡División, todo lo que queráis! Yo hago la revolución. Busco dividir a los explotados y a los explotadores. El proletariado, que no es nada pero debe serlo todo, tiene en su contra dos enemigos a los que debe hacer justicia; y no se trata ni del señor Bonaparte ni de ninguna otra individualidad enfermiza. Esos dos enemigos son la Compañía de Jesús y la casta burguesa: la primera lo tiene cogido por el cerebro, la segunda por el estómago. ¿Acaso, con la libertad de comer y la libertad de pensar, no serían libres nuestros brazos? ¿Qué ejército podría resistírsenos, a nosotros, la multitud sin número?
Si somos revolucionarios -es decir, anarquistas-, no debemos ocuparnos del derecho de perdonar a quienes negamos el derecho a castigar
La amnistía, al situar a los proscritos de ayer no diré en la esfera del derecho, que no existe, pero sí dentro de las condiciones comunes, les deja libre albedrio para regresar al país o no hacerlo. Si somos revolucionarios -es decir, anarquistas-, no debemos ocuparnos del derecho de perdonar a quienes negamos el derecho a castigar.
Teníamos ante nosotros un hecho, la fuerza bruta que impedía la circulación. Esa fuerza se ha desplazado por el motivo que sea: se ha restablecido la circulación. ¿Por qué habríamos de protestar contra un detalle, la amnistía, nosotros los negadores del conjunto, los negadores de todo gobierno, de toda autoridad, nosotros, cuya protesta contra la explotación del hombre por el hombre, contra el gobierno y la autoridad bajo todas sus formas y en todos los niveles, es permanente?
Si nos sentimos con el valor necesario para volver a Francia exhibiendo nuestras opiniones; si estamos decididos a confesar en los talleres y en la vía pública nuestra visión y, si fuese necesario, sufrir de nuevo la prisión, el presidio o el exilio, ¡regresemos! Y al afirmar nuestro derecho, habremos cumplido con nuestro deber
Si nos sentimos con el valor necesario para volver a Francia exhibiendo nuestras opiniones; si estamos decididos a confesar en los talleres y en la vía pública nuestra visión y, si fuese necesario, sufrir de nuevo la prisión, el presidio o el exilio, ¡regresemos! Y al afirmar nuestro derecho, habremos cumplido con nuestro deber. Por mi parte, si no considerase preferible quedarme en el extranjero para continuar con el Libertaire que ningún impresor querría imprimir en Francia; si un día u otro me viese forzado a abandonar su publicación por enfermedad o por falta de dinero, estaría completamente dispuesto a regresar a mi país. Eso sí, con la idea de expresar en toda ocasión mis convicciones anarquistas. Dejando de lado las personalidades para ocuparse solo de la cuestión de principio, para no ocuparse sino de la cuestión social, creo que, con cierta dosis de energía y de sangre fría, todavía se podría hablar, incluso delante de la policía, sin que nos pusieran la mordaza en la boca.
Desde cualquier punto de vista, la amnistía es, en mi opinión, un feliz acontecimiento: primero, porque ha puesto a la puerta de las prisiones y los presidios a todos los presos políticos que estaban encerrados en ellos, y la prisión o el presidio son un martirio mucho más cruel que el exilio; y en segundo lugar, porque abre a los exiliados la posibilidad de residir en Francia. Y allí -bien se mantengan rectos e inflexibles ante el poder imperial y honren el principio de libertad, bien se humillen ante las insignias del amo y se comporten con un servilismo propio de libertos- tanto los unos como los otros serán fatalmente instrumentos de la revolución: los unos, como ejemplo y provocación a la reivindicación de los derechos humanos; los otros, como incitación al odio y al desprecio de la servidumbre por la abyección de su conducta.
¿no nos veremos expuestos, como en febrero, a ver cómo acuden desde las prisiones o desde el exilio otra Corte de los Milagros, esa procesión de sospechosos mendigos envueltos en sus certificados de persecución, ese montón de rufianes políticos que especulan con la emoción del momento y con la estupidez popular para que se les concedan títulos o puestos a modo de recompensa nacional?
Luego, el día después de la revolución es decir, de la insurrección triunfante, suponiendo que tenga lugar pronto, ¿no nos veremos expuestos, como en febrero, a ver cómo acuden desde las prisiones o desde el exilio otra Corte de los Milagros, esa procesión de sospechosos mendigos envueltos en sus certificados de persecución, ese montón de rufianes políticos que especulan con la emoción del momento y con la estupidez popular para que se les concedan títulos o puestos a modo de recompensa nacional? Los susodichos proscritos, que habrán vuelto del exilio porque habrán descubierto un interés cualquiera, tanto como aquellos que hayan regresado a Francia y se hayan codeado con el vulgo, habrán perdido una parte considerable de su prestigio.
La mayoría de los que posan como revolucionarios habrán sido juzgados de forma muy diferente por la masa, más revolucionaria de lo que ellos suponen, y muchos recibirán una educación de todos aquellos a los que imaginan estar educando. Por eso, acróbatas como los que hace poco firmaban en Nueva York un cartel para la celebración de un aniversario honesto y moderado, engalanándose o disfrazándose de DELEGADOS de un Comité Central Socialista imaginario, impostores que tienen en común con el emperador de diciembre que tampoco reculan ante la falsificación en política para procurarse distinciones honorificas, todos esos descarados vanidosos, esas mentes estrechas, esos seres desgastados por el exilio que, maniacos, se construyen tronos en Francia que se asemejan mucho a castillos en el aire, todos esos minúsculos principículos, esos ínfimos marquesitos de la demagogia, más amantes de los títulos y la purpurina y de soltar naderías hinchadas de sonoridad que de enunciar la más mínima idea revolucionaria y social; todos esos escuálidos individuos, en fin, no pueden ver sin pesar cómo su mezquina y presuntuosa importancia se evapora en el aire al soplo de esa cosa de ultramar que lleva por nombre amnistía. La amnistía es la mina en peligro de sus pretensiones a la apoteosis; es la serpiente que destruye en su huevo a esos fetos de aguilucho, de aguiluchos infinitesimales…
La amnistía es la mina en peligro de sus pretensiones a la apoteosis; es la serpiente que destruye en su huevo a esos fetos de aguilucho, de aguiluchos infinitesimales…
Pero la amnistía es también una emboscada. Es quizá, en un día determinado, una batida y una matanza general de todos los proscritos, de todos los sospechosos que hayan sido lo bastante temerarios o lo bastante imprudentes, lo bastante valientes o lo bastante cobardes, para arriesgarse a fijar su residencia en Francia. De considerarse solo las víctimas, sería algo horrible, pero que sin duda forma parte de los usos y costumbres de quienes gobiernan el mundo católico, y Francia en particular. De considerarse solo los resultados, y si nos desprendemos de las debilidades inherentes a nuestra naturaleza, que nos hacen espantosa la visión de la sangre de nuestros semejantes, de nuestros semejantes inocentes e inmolados a traición; haciendo abstracción, en fin, de las personalidades, no se puede ignorar que su muerte también serviría a la revolución al levantar contra sus asesinos el desbordamiento de la indignación popular, y al mismo tiempo al liberar a la causa del progreso de sus parásitos veteranos.
De considerarse solo los resultados, y si nos desprendemos de las debilidades inherentes a nuestra naturaleza, que nos hacen espantosa la visión de la sangre de nuestros semejantes, de nuestros semejantes inocentes e inmolados a traición; haciendo abstracción, en fin, de las personalidades, no se puede ignorar que su muerte también serviría a la revolución al levantar contra sus asesinos el desbordamiento de la indignación popular, y al mismo tiempo al liberar a la causa del progreso de sus parásitos veteranos
El pueblo es como esos toros que resoplan y reculan ante las primeras provocaciones de los picadores y los toreros. Solo a fuerza de ser acosado, de ser aguijoneado con pinchos afilados, de ser quemado con esos artificios que se deslizan entre la piel y la carne; solo, en fin, en el momento en que siente cómo se enciende el furor en sus venas y el aliento de la venganza agita sus ollares, solo entonces salta a la arena terrible y amenazante, haciendo frente a sus enemigos, que palidecen y retroceden a su vez; solo entonces, con la cabeza apoyada contra el pecho, surca el aire como un rayo, dispuesto a destripar en su carrera a esos vestidos de púrpura que han excitado su cólera.
Con que la amnistía tuviese como consecuencia este desenlace supremo, ya sería un feliz acontecimiento.
¿Qué hombre, qué individuo no sacrificaría un dedo de una mano para salvar su cuerpo? El pueblo también es un individuo, no debe temer la pérdida de un dedo, de una falange, para salvar el cuerpo social.
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Notas
* Le Libertaire, segundo año, n.º 17, 30 de septiembre de 1859
(1) Los preliminares de la paz de Villafranca, firmada en agosto de 1859 entre Austria, Francia y el Reino de Piamonte-Cerdeña, mantenían en Roma un Estado pontificio.
(2) Victor Schoelcher (1804-1893), diputado de la Martinica y Guadalupe. que preparó el decreto de abolición de la esclavitud (27 de abril de 1848).
(3) Victor Hugo.
(4) Según Gustave Lefrançais, tras las jornadas de junio de 1848, los monárquicos, «liberados del miedo a los socialistas, a los que esperaban haber aplastado para siempre, creyeron prudente conservar la máscara de republicanos moderados». En la Asamblea Constituyente formaron un grupo que tomó su nombre del de su lugar de reunión: el <<Grupo de la calle Poitiers>>, cuyos principales representantes eran Thiers, Dufaure, de Falloux, Montalembert, Léon Faucher, Changamier, Barthélemy Saint- Hilaire, Charles Dupin y Dupin Ainé, Odilon Barrot (Souvenirs d’un révolutionnaire, Paris: Société encyclopédique française/Editions de la Téte de Feuilles, 1972, p. 69 y ss.).
(5) Armand Marrast (1802-1852). En febrero de 1848 es miembro del Gobierno provisional y alcalde de París. Redactó el proyecto de constitución adoptado el 3 de noviembre, que, al establecer la elección del presidente de la república por sufragio universal masculino, da un amplio margen a Luis Bonaparte para acceder a la presidencia el día to de diciembre del mismo año.
(6) Referencia a la sangrienta represión de la manifestación pacífica que tuvo lugar en Ruan a finales de abril de 1848
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