DOS CARTAS DE KROPOTKIN
DOS CARTAS DE KROPOTKIN. (Parte 2: Biografía de Kropotkin, últimos años)
DOS CARTAS DE KROPOTKIN: (y Parte 3: Las dos Cartas de Kropotkin)
Tabla de contenidos
DOS CARTAS DE KROPOTKIN
Introducción y traducción por Alain Vieillard-Baron
INTRODUCCIÓN
Publicamos dos cartas, que creemos inéditas, de Pedro Kropotkin. Los originales están conservados en el archivo del Lic. Emilio Jiménez Pacheco (San José), sobrino de Elías Jiménez Rojas, a quien iban dirigidas. Las fotocopias se hallan en el Archivo de la Biblioteca de la Universidad de Costa Rica.
Antes de analizar dichas cartas, creemos necesario esbozar la fisonomía del que fue uno de los principales pensadores del anarquismo, y de su corresponsal josefino.
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PEDRO KROPOTKIN
«Kropotkin, descendiente de los Grandes Príncipes de Smolensk, paje del Emperador, sabio ilustre, revolucionario internacional, vulgarizador del pensamiento anarquista«: Este título de un estudio dedicado al pensador ruso resume la trayectoria paradójica de Pedro Kropotkin (1).
El Príncipe Piotr (Pedro) Alexeievich Kropotkin nació en Moscú el 9 de diciembre de 1842 (Antiguo Estilo). En su obra Memorias de un Revolucionario, él mismo ha descrito el ambiente en que se desarrolló su infancia: el de una típica familia aristocrática rusa, propietaria de centenares de «almas«, diseminadas en las fincas que poseía en varias provincias, y un palacio en Moscú con docenas de sirvientes; la misma vida, pues, que conocieron aquellos otros aristócratas convertidos a la Revolución: Miguel Bakunin y León Tolstoi.
A la edad de quince años, ingresa en el Cuerpo de Pajes en San Petersburgo. «Aquella era una institución que combinaba el carácter de una academia militar y de una escuela selecta para los hijos de la nobleza agregada a la Corte» (2). Tan selecta era la institución que sólo ofrecía ciento cincuenta plazas, y abría casi automáticamente el paso a los cargos más codiciados de la Corte.
Ello explica la consternación de los familiares y amigos de Pedro cuando, terminados sus estudios, en vez de elegir uno de los prestigiosos regimientos que servían a la Casa Imperial, solicitó ser destinado a los «Cosacos montados del Amur«, regimiento de formación reciente, en aquella región siberiana anexionada poco antes por Rusia.
La verdad es que, durante su estancia en San Petersburgo, el joven Pedro, con su inteligencia abierta, había empezado a percibir en parte los vicios del sistema vigente. En primer lugar, antes de su ingreso en el Cuerpo de Pajes, la campaña de Crimea, con las penalidades que acarreó, especialmente entre los campesinos, acabó con el entusiasmo guerrero del futuro oficial del ejército. «Cuando llegó para Kropotkin el momento de ingresar en el Cuerpo de Pajes, él consideraba ya como una desgracia el hecho de ser alumno de una escuela militar» (3).
Luego, sobrevino otra desilusión. La muerte de Nicolás I, déspota militar, desesperado por los reveses de Crimea, provocó una ola de esperanza en los medios liberales de Rusia; y la emancipación de los siervos por Alejandro II, el 5 de marzo de 1861 (Antiguo Estilo) pareció confirmar este optimismo. En realidad, durante el año que pasó en la Corte (1862), Pedro Kropotkin perdió toda confianza en un Zar cuya política volvía a la brutalidad de su antecesor.
La solución elegida por Kropotkin, su marcha a las provincias del Amur, le daba la posibilidad de entregarse a dos preocupaciones que sus años de estudio en San Petersburgo habían despertado en él: el interés científico, y más especialmente geográfico, y la preocupación humana.
A este respecto, Siberia se le ofreció como «un campo inmenso para la aplicación de las grandes reformas ya hechas o por hacer» (4). Como Edecán del Gobernador de Transbaikalia, se interesa por la reforma del sistema penitenciario y estudia un plan de autonomía municipal.
En 1863, se le encarga una expedición geográfica, de reconocimiento (pues la región jamás había sido visitada por un europeo) a lo largo del río Amur. Llevó a feliz término una serie de exploraciones semejantes a través de esas comarcas, desconocidas incluso de los geógrafos chinos. De ellas iba Kropotkin a sacar una tesis que por sí sola hubiera bastado para asegurar su celebridad: en 1873, publicó un mapa y un estudio demostrando que los mapas de Asia hasta entonces existentes representaban de un modo erróneo la formación física del continente, puesto que la estructura del mismo no está orientada del norte al sur, o del este al oeste, como se creía, sino del suroeste al noroeste.
Para dedicarse más enteramente a sus estudios, Kropotkin había abandonado el ejército en 1867 y se había matriculado en la Universidad de San Petersburgo. El valor de los informes que presentó a la Sociedad Rusa de Geografía hizo que se le nombrara secretario de la sección de geografía física de dicha Sociedad.
En 1871, exploró, a petición de la Sociedad, los depósitos glaciares de Suecia y Finlandia. De estas expediciones, Kropotkin debía traer también nuevas teorías sobre la glaciación que provocaron hondas repercusiones entre los geólogos contemporáneos.
Antes de abandonar esta primera etapa, tan fecunda, de la juventud de Kropotkin, conviene hablar brevemente de un último aspecto de sus investigaciones, aspecto éste en que se compaginan las preocupaciones a la vez científicas y humanitarias.
En efecto, las atrevidas exploraciones a Manchuria, y, después, las expediciones a Finlandia, le proporcionaron las primeras observaciones que, más tarde, vendrían a ser como la materia prima de su teoría fundamental: el apoyo mutuo. En el libro, tal vez el más importante de los escritos por Kropotkin, que lleva este título (5) y resume su tesis, el autor dice:
«Dos rasgos característicos llamaron poderosamente mi atención durante los viajes que, en mi juventud, realicé por esas regiones del Asia Oriental. Me llamó la atención, por una parte, la extraordinaria dureza de la lucha por la existencia que deben sostener la mayoría de las especies animales contra la naturaleza inclemente, así como la extinción de grandes cantidades de individuos, que ocurría periódicamente, en virtud de causas naturales, debido a lo cual se producía una extraordinaria pobreza de vida y la despoblación de la superficie de los vastos territorios donde realizaba yo mis investigaciones. «La otra particularidad era que, aun en aquellos pocos puntos aislados en donde la vida animal aparecía en abundancia, no encontré, a pesar de haber buscado empeñosamente sus rastros, aquella lucha cruel por los medios de subsistencia entre los animales pertenecientes a una misma especie (6), que la mayoría de los darwinistas (aunque no siempre el mismo Darwin) consideraban como el rasgo predominante y característico de la lucha por la vida, y como la principal fuerza activa del desarrollo gradual en el mundo de los animales» (7).
Bien al contrario, a 10 largo de sus viajes veía
«la ayuda y el apoyo mutuo, llevado a tales proporciones que involuntariamente me hizo pensar en la enorme importancia que debe tener en la economía de la naturaleza, para el mantenimiento de la existencia de cada especie, su conservación y desarrollo futuro» (8).
«Después de haber examinado la importancia de la Ayuda Mutua para el éxito y el desarrollo de las diferentes clases de animales, evidentemente, estaba obligado a juzgar la importancia de aquel mismo factor en el desarrollo del hombre. Esto era aun más indispensable porque existen evolucionistas dispuestos a admitir la importancia de la Ayuda Mutua entre los animales, pero a la vez, como Herbert Spencer, negándola con respecto al hombre» (9).
Pero estas conclusiones, Kropotkin las sacaría mucho más tarde. Por lo pronto, tiene alrededor de treinta años, y una carrera brillante de científico a la vista. En efecto, en 1873, mientras estaba llevando a cabo su misión en Suecia y Finlandia, le ofrecían el Secretariado de la Sociedad Rusa de Geografía. Y he aquí la extrañísima decisión del homenajeado: rechaza la lisonjera oferta.
El mismo ha contado en las Memorias de un Revolucionario cómo ocurrió la cosa: al recibir el telegrama de la Sociedad, dice, «mis esperanzas se veían colmadas. Pero mientras tanto, otros pensamientos y otros deseos habían invadido mi espíritu. Reflexioné seriamente sobre mi contestación, y telegrafié: «Muy cordial agradecimiento, pero no puedo aceptar» (10).
En realidad, un largo proceso de maduración había llevado su generosidad por los senderos elegidos en aquella época por tantos otros jóvenes rusos de las clases privilegiadas: la necesidad de «ir al pueblo«, como para borrar su sentimiento de culpabilidad social:
«¿Qué derecho tenía yo a esos deleites superiores, cuando en tomo mío todo era miseria y lucha por un pedazo de pan enmohecido, cuando todo lo que podía gastar para vivir en ese mundo de emociones elevadas debía necesariamente ser arrancado de la boca de aquellos que cultivaban el trigo, y no tenían pan suficiente para sus niños?» (11).
Abandonando, pues, la vida holgada que sus capacidades científicas le brindaban, como años antes había apartado de sí la excepcional carrera militar a que tenía derecho por su nacimiento y sus dotes excepcionales, Kropotkin se lanza deliberadamente a la vida azarosa del agitador.
Con el fin de tomar un contacto más directo con las necesidades del pueblo, Kropotkin decide viajar. Se dirige a Europa occidental, donde el movimiento obrero ha adquirido, por esas fechas, un desarrollo y una madurez de que carece todavía en Rusia.
La primera meta es Suiza, país tradicionalmente liberal y centro de las .secciones más activas de la Internacional. Allí encuentra numerosos compatriotas y comparte con ellos una vida frugal, pero sumamente formativa para el nuevo defensor de los oprimidos. En Zurich, y sobre todo en Ginebra, Kropotkin percibe pronto la oposición que divide el movimiento socialista internacional.
Vale detenerse un momento sobre este punto, pues hemos llegado al meollo del asunto.
«El conflicto se cristalizaba en torno a las figuras dirigentes de la organización: Karl Marx y Miguel Bakunin. Estos dos hombres diferían tanto por su carácter como por sus ideas. Marx, el erudito amargo, dictatorial, dotado de un gran poder de análisis social, absorbido por su concepción mesiánica de la historia; Bakunin, héroe de las insurrecciones y cárceles, orador generoso y capaz de un entusiasmo extravagante, demasiado impaciente para pensar sistemáticamente, pero que posee, en cambio, una clarividencia política que le permite ver, con notable precisión, los defectos de sus adversarios y de sus doctrinas» (12).
Pero la oposición no es solamente de personalidad; es, mucho más, de doctrina:
«Era también…… el choque de dos filosofías de la vida mutuamente hostiles. Marx creía en el socialismo de Estado, basado sobre la autoridad; contemplaba la dictadura del proletariado; recomendaba a los socialistas apoderarse de los mecanismos del Estado, y su sueño de un eventual withering away (13) era indefinido y lejano, una simple concesión a la tradición libertaria del socialismo del siglo XIX. … Bakunin, por su parte, creía en la supresión del Estado y en la sustitución del mismo por una sociedad federal basada en comunas libres y asociaciones de productores. Colocaba el principio de la cooperación voluntaria en lugar de la autoridad y rechazaba la actividad política a favor de la acción económica directa» (14).
Claramente se advierte que de la primera tendencia iba a salir la evolución que llevaría al socialismo autoritario de los bolcheviques, mientras Bakunin puede ser considerado como el padre del anarquismo y del sindicalismo apolítico.
Frente a un marxismo orientado hacia el combate contra el capitalismo, el anarquismo (Grave, Reclus, Kropotkin) «subordina la lucha contra la explotación capitalista a la lucha contra toda presión, pone siempre el acento sobre la libertad indio vidual y opta, sin vacilar, por el apoyo mutuo espontáneo» (15).
Con esto, hemos indicado hacia qué lado irían las simpatías de Kropotkin en el momento de enfrentarse con el conflicto que dividía la Internacional.
A pesar de los triunfos logrados por los marxistas en la sección de Ginebra, Kropotkin, en efecto, no simpatizó con ellos, y, después de cinco semanas de convivencia, deseó estudiar la rama rival, la de los partidarios de Bakunin. Jukovski, líder de dicha tendencia, lo envió al Jura, pues la Federación de esta comarca era el centro de la rebeldía contra los marxistas.
Allí Kropotkin debía encontrar a James Guillaume, ex-maestro destituido por sus ideas, y a la sazón jefe de un pequeño taller de imprenta en Neuchatel. Este Guillaume, que había desempeñado un papel importantísimo en la fundación del grupo libertario del Jura, tendría una influencia no menos decisiva en la formación, o mejor dicho, en la maduración del pensamiento de Kropotkin. Conviene citar sus propias palabras:
«La exposición teórica del anarquismo, tal y como empezaban a expresarlo en la Federación del Jura, especialmente por Bakunin, la crítica del socialismo de Estado, el miedo al despotismo económico, mucho más peligroso que el simple despotismo político, todo esto que oí formular allí (así como el carácter revolucionario de esta agitación), ejercían fuerte atracción sobre mi espíritu.
Pero los principios igualitarios que encontré en las montañas del Jura, la independencia del pensamiento y de expresión que veía desarrollarse entre los obreros y la abnegación ilimitada por la causa, atraían más poderosamente aun mi sensibilidad; y, cuando abandoné aquellas montañas, después de haber pasado una semana con los obreros relojeros, mis opiniones sobre el socialismo estaban fijadas. Yo era anarquista» (16).
Afirmadas estas convicciones, Kropotkin regresa a Rusia y las propaga entre sus compañeros revolucionarios. A pesar de las precauciones tomadas, la policía acaba por descubrirlo; es detenido y encarcelado en la célebre fortaleza Pedro y Pablo de San Petersburgo (1874). En 1876, logra escaparse, aprovechando su traslado a un hospital militar.
No podemos ahora seguir, sino a grandes rasgos, la prodigiosa actividad desarrollada por Kropotkín entre su evasión de las cárceles de Rusia y su liberación de las de Francia, donde su acción revolucionaria lo había llevado. Diez años median entre estas dos etapas. De Inglaterra, país en que se había refugiado en primer lugar, Kropotkin pasa nuevamente al continente, empujado por su fe, y reanuda su contacto con la Federación del Jura.
La colaboración en las hojas revolucionarias le hace indeseable hasta en la pacífica y liberal Suiza; huye a Bélgica; lo vemos trabajar en París, visita España, país en que, por primera vez, encuentra sindicatos numerosos enteramente bajo la influencia de los libertarios, cosa que le impresionó mucho. En Suiza, de nuevo, funda el periódico Le Révolté. Otra vez expulsado de este país, y después de una corta estancia en Inglaterra, vuelve a Francia.
En breves palabras, lleva la vida siempre inquieta del agitador clásico, a pesar de que, en 1878, se casa con una joven compatriota, a la cual encuentra en Ginebra, Sofía Ananiev, joven estudiante de Biología en la Universidad de Berna. Poseían un ideal idéntico: su indignación frente a la vida difícil de los trabajadores; y una experiencia común: la vida en Siberia, donde la joven había vivido gran parte de su juventud.
Sofía sería la compañera fiel de la vida ajetreada de su marido, el cual no podía admitir que el matrimonio impidiese su labor de agitador. Le daría, en 1887, una hija, llamada Alexandra. Una primera prueba fue la detención, en 1882, de Kropotkin por las autoridades francesas.
La vista del proceso tuvo lugar ante el tribunal de Lyon, del 8 al 19 de enero de 1883. Los cargos parecían débiles, pero la situación social del país estaba tensa; por otra parte, hasta las preocupaciones internacionales parecen haber influido: Francia, aislada frente Alemania, no quería disgustar a Rusia (17).
Kropotkín y otros tres acusados fueron condenados a cinco años de cárcel y una fuerte multa. Poco después, fueron trasladados a la Cárcel de Clairveaux, antigua abadía de San Bernardo. Si bien se les otorgó el estatuto de prisioneros políticos, si las autoridades penitenciarias les manifestaron mucho respeto, no es menos cierto que la detención acabó por afectar gravemente la salud de Kropotkin.
El aburrimiento, y sobre todo el paludismo lo llevaron a un estado bastante grave. Por toda Francia, lo mismo que desde Inglaterra y otros países, se levantaron voces que pedían la liberación del prisionero, mientras su abnegada esposa se había establecido en aquel rincón perdido con el fin de ayudarle durante aquella prueba. Frente a la ola de peticiones y protestas, el Presidente del Consejo acabó por indultar a Kropotkin y sus compañeros de detención, que recobraron su libertad el 15 de enero de 1886.
De su experiencia de Siberia y de la fortaleza Pedro y Pablo, así como de la reciente de Clairvaux, Kropotkin sacó su libro En las cárceles rusas y francesas, informe objetivo y, a la vez, afirmación del carácter inútil y nocivo de la detención.
Poco después de su liberación, y a pesar de ella, Kropotkin comprendió que era persona non grata en Francia. Por cuarta vez, Inglaterra iba a ser el refugio del revolucionario. Ahora bien, con la liberación de Clairvaux y la llegada a Inglaterra, empieza una nueva etapa de la vida del revolucionario, que durará hasta 1917, año de su regreso a Rusia.
Como lo notan sus biógrafos, «en aquel momento, empieza el período de santidad, de ciencia, el período del teorizante que vive en el retiro» (18). La salud quebrantada ya no le permite el desgaste de energías de antaño; y la tolerancia, por liberal que sea, de las autoridades británicas, le obliga a cierta prudencia.
Durante este largo período, Kropotkin, sin renunciar en nada a sus ideales, profundiza su pensamiento, se entrega a sus labores científicas, tanto en el terreno sociológico como en el geográfico: su figura adquiere un prestigio y una dimensión internacionales.
Uno de sus amigos ingleses, James Mavor, ha dejado un excelente retrato de Kropotkin en aquella época:
«Era bajo, apenas de cinco pies y medio, de complexión delicada, con unos pies extraordinariamente pequeños, cintura estrecha y anchas espaldas. Tenía el cuello rechoncho y una cabeza gorda. Llevaba una barba morena bien poblada, raras veces cuidada y que jamás perdía su aspecto característico. La cima de su cráneo era calva, pero, en los lados y por detrás, su pelo, moreno oscuro, era abundante. Sus ojos centelleaban de inteligencia, y cuando estaba irritado, parecía que ardían. Sus maneras eran las de un cortesano pero la solicitud que manifestaba a sus amigos era la expresión de un corazón sincero y caluroso. Escribía el inglés con esmero y con un sentimiento inequívoco del estilo; tenia para el francés la misma facilidad y elegancia; pero, cuando hablaba, su acento distaba mucho de ser perfecto» (19).
A pesar del carácter más estable que adquiere la vida de Kropotkin desde su instalación en Inglaterra, sería erróneo considerarla como un estancamiento del ex-agitador. En Londres, entra en relación con los pioneros ingleses del movimiento socialista, a los cuales se unía un número considerable de refugiados del continente, esencialmente alemanes y franceses. Pronto, crea un periódico anarquista, Freedom. Recorre el país, dando conferencias. Dos veces visita América: Canadá y Estados Unidos (1897 y 1901).
En julio de 1896, el Congreso de la Segunda Internacional socialista, celebrado en Londres, hizo definitiva la ruptura entre los social-demócratas y los socialistas libertarios. Aquéllos consiguieron la expulsión de éstos, a pesar de lo cual el prestigio de Kropotkin y de sus amigos permaneció intacto, si no es que aumentó. Resumiendo los resultados de dicho Congreso, Kropotkin subrayaba
«la separación del movimiento económico de la clase trabajadora del movimiento político semiburgués que, bajo el nombre de social democracia o socialismo parlamentario, amenaza con absorber el movimiento socialista en nuestro país» (20).
Durante este período, Kropotkin, redacta varias de sus obras principales, especialmente El Apoyo Mutuo, Memorias de un Revolucionario, Ideales y Realidades en la Literatura rusa, y su obra «monumental«, La gran Revolución Francesa.
Sin embargo, una preocupación va dominando cada día más la vida de Kropotkin. la guerra. Al comentar las cartas que constituyen el objeto del presente estudio, examinaremos la actitud dramáticamente paradójica del gran anarquista frente a este grave problema, que debía provocar su ruptura con la mayoría de sus compañeros de lucha.
Abandonado, pues, por casi todos sus pares, enfermo, Kropotkin podía creer terminada una carrera excepcionalmente activa, cuando en mayo de 1917 llegaron a Londres, procedentes de Rusia, noticias extraordinarias: el pueblo se había sublevado y la autocracia había sido derribada.
Esta era la hora que él esperaba desde hacía tantos años, esta era la noticia que parecía brindarle, a pesar de sus años y de sus achaques, una nueva oportunidad de servir. El entusiasmo de Kropotkin era sin límite. Pronto entabló las gestiones necesarias para volver a la Patria que había dejado, en las condiciones que sabemos, cuarenta y un años antes. Se despidió de sus amigos, agradeciendo la hospitalidad inglesa, y se embarcó con su familia en Aberdeen.
Como la guerra impedía el viaje directo, el barco tenía que dirigirse primero a Noruega y Suecia. En ambos países, a pesar de viajar incógnito, fue reconocido y homenajeado. Al llegar a Tornio, en Finlandia, cruzó las antiguas fronteras de la Rusia imperial, y fue acogido cariñosamente por oficiales y soldados rusos. En Petrogrado, donde el tren llegó a las 2 de la madrugada, la recepción fue triunfal.
«Cuando el tren penetró lentamente en la estación, a los acordes de la Marsellesa, ejecutada por bandas militares y en medio de los aplausos del regimiento de los guardas de Semenovski, sesenta mil personas esperaban para aclamar a Kropotkin» (21).
Sin embargo, el pensador anarquista no tardaría en encontrarse en una posición ambigua. Ya durante su «marcha triunfal» entre Tornio y Petrogrado, había podido notar la presencia, en la revolución rusa, del conflicto que dividía el mundo obrero. En varias circunstancias, los obreros y soldados que le escuchaban opusieron el silencio a sus palabras. «Eran, apunta, lo que llaman bolcheviques« (22).
Mientras tanto, Kropotkin lleva una vida agotadora: visitas, conversaciones, conferencias; tiene buenas relaciones con el primer ministro del Gobierno provisional, Kerenski, pero, fiel consigo mismo, se niega a entrar en el Gobierno. La situación, en aquel año de 1917, era caótica tanto en el interior como en el frente. Kropotkin abogaba por la continuación de la guerra, y esto contribuía a aislarlo en medio de una opinión cada vez más deseosa de la paz, a toda costa. La tentativa de los bolchevique s, en julio, para tomar el poder, aumentó sus preocupaciones. En agosto, salió para Moscú. La Revolución de octubre fue la repetición lograda de la intentona de julio.
La paz con Alemania, decidida por el nuevo gobierno revolucionario, suprimía uno de los objetivos de Kropotkin. En 1918, se dedicó al triunfo de otra de sus ideas: la lucha contra la centralización gubernamental, por medio de la «Liga federalista«.
«Era un grupo relativamente poco numeroso de gente interesada por la sociología y que esperaba ( … ) alentar las diferentes regiones para que intenten enderezar su industria y su agricultura sin confiar en la eficacia dudosa de las autoridades centrales«. Era aquélla una de las ideas fundamentales de Kropotkin y del anarquismo.
Pero nada más opuesto a la política estatal, centralizadora, de los bolcheviques. En la primera de 1918, éstos suprimieron la Liga y confiscaron sus documentos. En realidad, Kropotkin, se sentía cada vez más solo. Los últimos acontecimientos, y especialmente el triunfo de los bolcheviques, habían asestado un golpe duro a su fe en el pueblo ruso.
He aquí su juicio, severo, sobre Lenin:
«Lenin no puede ser comparado con ninguna otra figura revolucionaria de la historia. Los revolucionarios tenían ideales. Lenin no tiene ninguno. Es un loco, un sacríficador, deseoso de quemar, de matar y sacrificar. Lo que se llama bien y lo que se llama mal son para él palabras sin significado. Está dispuesto a traicionar a Rusia para hacer un experimento» (23).
En abril de 1918, empezaron las detenciones de anarquistas y la supresión de organizaciones, y, bien pronto, todo movimiento anarquista organizado desapareció en Rusia. En estas condiciones, Kropotkin juzgó preferible marcharse de Moscú.
Los amigos encontraron para él una casa en la aldea de Dmitrov, a unos kilómetros en el norte de la capital, y allí se estableció en junio de 1918. En aquel retiro, Kropotkin prosiguió su combate con los pocos medios que quedaban a su alcance. Escribía: su Moral fue redactada en Dmitrov.
Recibía visitas, incluso la de Lenin, que parecía deseoso de ganarse el apoyo de Kropotkin en los días difíciles porque atravesaban los bolcheviques. Pero el viejo luchador no cejó en sus criticas contra la actuación de éstos. Desilusionado, sometido al régimen alimenticio deficiente que imperaba entonces en el país, y a la privación (más dura para él) de alimento intelectual en su aldea, Kroporkín se negó sin embargo a salir de Rusia.
«No, decía; después de cuarenta años de exilio, no tengo otro deseo que el de morir en el país que tanto quiero, y en que creo es mi deber ayudar a la Revolución en todas sus fases» (24).
Un último y grave conflicto debía oponerle al régimen leninista: el asunto de los rehenes.
«La indignación de Kropotkin aumentó y, finalmente, durante el otoño de 1920, cuando los bolcheviques adoptaron el repugnante método medieval de tomar rehenes con el fin de protegerse contra toda violencia posible de parte de sus adversarios, se sintió en la obligación de escribir su famosa carta a Lenin».
«Vladimir Ilích, sus acciones reales son enteramente indignas de las ideas que usted pretende defender … » (25).
En enero de 1921, una neumonía lo derribó. Murió el 8 de febrero, a las tres de la madrugada, rodeado por su esposa, su hija y un par de amigos. El gobierno ofreció hacerle funerales nacionales y los familiares y amigos rechazaron el ofrecimiento, pues el viejo anarquista lo hubiese tomado como una injuria.
Las exequias de Kropotkin dieron lugar a un último incidente con las autoridades bolcheviques. El comité encargado de la ceremonia, constituido por agrupaciones anarquistas, exigió la liberación de compañeros encarcelados en Moscú por sus opiniones. La Cheka afirmó que no había tales detenidos. El día de las exequias, el comité exigió de Kamenev por teléfono la liberación inmediata de los detenidos, o daría a conocer públicamente a las muchedumbres reunidas en la Palacio del Pueblo y fuera de él la falta de los bolcheviquies a su palabra y las banderas bolcheviques serían arrancadas del ataúd. Numerosos corresponsales extranjeros presenciaban la escena, y la multitud se volvía amenazadora. Kamenev prometió que los detenidos llegarían dentro de veinte minutos. Las exequias empezaron, pero los detenidos no llegaron nunca.
«El funeral fue una demostración de las más impresionantes, y nunca vista en otro país. Largas filas de miembros de organizaciones anarquistas, sindicatos, sociedades cientificas, literarias, estudiantiles, caminaron más de dos horas desde el Templo del Trabajo hasta la tumba, a una distancia de siete verstas. Encabezaban la procesión estudiantes y niños llevando coronas de flores ofrecidas por varias organizaciones. Negras banderas anarquistas y rojos emblemas socialistas ondeaban encima de la muchedumbre. La procesión, larga de más de un kilómetro, hizo absolutamente inútil el servicio de los policías oficiales. La misma muchedumbre mantuvo espontáneamente un orden perfecto, formando varias filas, mientras estudiantes y obreros organizaban una cadena a ambos lados de los caminantes. Al pasar frente al Museo Tolstoi, el cortejo hizo alto, y las banderas fueron alzadas en honor a la memoria del otro gran hijo de Rusia. Un grupo de tolstoianos, en las gradas del Museo, ejecutó la Marcha fúnebre de Chopín como manifestación de amor y respeto hacia Kropotkin.
«El brillante sol de invierno se hundía en el horizonte cuando los restos de Kropotkín fueron bajados a la tumba, después de que oradores de muchas tendencias políticas hubiesen rendido un último tributo a su gran maestro y compañero» (26).
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ELÍAS JIMÉNEZ ROJAS
Elías Jiménez Rojas (San José, Costa Rica, 6 de abril de 1869-12 de octubre de 1945), fue un profesor, farmacéutico, escritor y empresario costarricense, reconocido por su trabajo como docente y divulgador del positivismo, individualismo y anarquismo en Costa rica. Se le considera el padre de la Farmacia en Costa Rica
El admirador y corresponsal epistolar de Kropotkin se ha descrito a sí mismo mucho mejor de lo que podríamos hacer. En la Revista Apuntes, por él dirigida, escribía en efecto lo siguiente (27):
«San José, 25 de mayo de 1931
«Sr. don Hemán G. Peralta,
«Presente.
«Sr. don Hernán Peralta,
«Tengo el gusto de responder a las preguntas de su amable carta de 8 de mayo en curso.
«Nací en San José de Costa Rica el 6 de abril de 1869. Un año después de haber terminado los estudios de segunda enseñanza, se me confirió, con las formalidades del caso, el titulo de Bachiller en Filosofía de la Universidad de Costa Rica, el 12 de diciembre de 1887. Hice mis estudios profesionales en Paris, en la Sorbona, bajo la dirección especial de los químicos C. Friedel y L. Troost. El 3 de mayo de 1893 fui recibido como miembro de la «Société Chirnique de Paris», hoy «Société Chimique de France», honor al alcance de todos los químicos y único que merecí en Europa. Como químico fui en mi juventud un operador muy torpe, pero aplaudido como expositor de las teorías del momento. Durante los años de 1895 a 1897 fui profesor de química e higiene en el Liceo de Costa Rica. El año de 1898 lo pasé en Italia, casi todo en la ciudad de Turín. En los cuatro años de 1899 a 1902 fui profesor de química y Director de la Escuela de Farmacia de Costa Rica. Desde 1903 estoy dedicado al comercio, pero he interrumpido algunas veces mis ocupaciones, sea por viajes (a Estados Unidos y al Canadá), sea por ligeras correrías en el campo de la enseñanza (Sub dirección del Colegio de San Luis, de Cartago, y Dirección del Liceo de Costa Rica, en 1905). En la trastienda de mi botica he redactado algunas revistas pequeñas, de carácter enciclopédico pero superficial: «Renovación» (de 1911 a 1913), «Eos» (de 1916 a 1919), «Reproducción» (de 1919 a 1930).
«El problema religioso no me ha preocupado. El político, sí. Siento una gran aversión hacia todo lo que limita mi libertad individual, principalmente en lo económico. El socialismo de Estado y el comunismo son mis pesadillas pero no hasta el punto de quitarme el sueño, pues tengo la convicción de que son males no perdurables.
«No teniendo marcadas disposiciones naturales para ninguna cosa en particular, me he adaptado fácilmente y con placer a todos los trabajos a que me han obligado las circunstancias. Para desbaratar una leyenda quiero confesar que nunca he sido muy aficionado a la lectura. Son muy pocos los libros o periódicos que he leído enteramente.
«Al escribir estas líneas he tenido muy presente que son para un historiador, que ha de publicarlas en un lugar u otro, y las he escrito con absoluta sinceridad.
«Affmo . ..
Elías Jiménez»
Elías Jiménez Rojas falleció el año 1945, en San José, Costa Rica.
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Notas
(1) FERNAND PLANCHE Y JEAN DELPHY, París, 1948.
(2) Kropotkin-Selections from bis ‘Writings (Introd. de Herbert Read), Freedom Press, Londres, 1942, p. 8.
(3) Pierre ‘Kropotkin, The Anarchist Prince, por G. WOODKOCK e 1. AVAKUMOVICH. Hemos utilizado la traducción francesa de Eugene Bestaux- Pierre ‘Kropotkine, le Prince anarchiste, Paris, 1953, Calmann Lévy.
(4) HERBERT READ, op. cit. p. 9.
(5) El Apoyo Mutuo como factor de progreso entre los animales y los hombres. Trad. del ruso por Luis Orsetti. Editorial Americalee. Buenos Aires.
( 6) El subrayado es del autor.
(7) El Apoyo Mutuo, p. 13.
( 8) Op. cit., p. 15.
( 9 ) Op. cit., p. 21.
(10) Citado por HERBERT READ, op. cit., p. 29.
(11) os. cit., p. 31.
(12) WOODKOCK y AVAKUMOVICH, op. cit., p. 72-73.
(13) Expresión que significa la desaparición del Estado.
(14) WOODKOCK y AVAKUMOVICH, op. cit.
(15) Buen reflejo de estas tendencias son, por ejemplo, la «Carta de Amiens» de 1905, por la cual la C.C.T. afirma su voluntad de llevar «la lucha de clase … fuera de toda escuela política». Y la moción de Malatesta (anarquista italiano, amigo de Kropotkín), favorable a la acción autónoma de los sindicatos. A este respecto, d. R. SCHNERB; Le XJX’ Sieclt, in ‘Ristoire yénérale des Civilisations, Presses Universitaires de France, París, 1957.
(16): Memorias de un Revolucionario, en HERBERT READ, o. cit. p. 33.
(17) Kropotkin presentó su propia defensa y todos los inculpados firmaron una declaración de principios, redactada por él, que constituye una especie de verdadero programa anarquista, «Queremos,-decía- la libertad, es decir que reclamamos para todo ser humano el derecho y el medio de hacer todo 10 que le gusta; de satisfacer íntegramente todas sus necesidades sin otro límite que las imposibilidades naturales y las necesidades de sus vecinos, igualmente respetados«. «Queremos la libertad y creemos en la existencia de la misma incompatible con la existencia de cualquier poder, cualesquiera que sean sus orígenes y su forma … «Queremos, en una palabra, la igualdad, la igualdad de hecho como corolario o más bien como condición primordial de la libertad. A cada uno según sus facultades; a cada uno según sus necesidades… ¡Malvados nosotros! ¡Reclamamos el pan para todos; la ciencia para todos, el trabajo para todos, así como la independencia y la justicia!«. (WOODKOCK y AVAKUMOVICH, ob, cit., p. 138).
(18) Op. cit. p. 145.
(19) Op. cit. p. 153.
(20) Op. cit. p. 187.
(21) Op. cit.; p 303.
(22) Op. cit. p. 30l.
(23) Op. cit.
(24) Op. cit., p. 320.
(25) Op. cit. p. 327. Encontramos como un eco de aquella protesta indignada de Kropotkin en J:.’Espoír1, de Malraux: «Yo no digo que el comunismo pasó a ser una religión; pero digo que los comunistas se están transformando en curas. Ser revolucionarios, para vosotros es ser astutos. Para Bakunin, para Kropotkin, no era eso; no era eso en absoluto. El partido os devora. La disciplina os devora. La complicidad os devora; para aquél que no es de los vuestros, ya no tenéis ni honradez, ni deberes, ni nada. Ya no sois fieles«. ANDRE MALRAUX, L’Espoír, Paris, Gallimard, 1937, p. 201.
(26) EMMA GOLDMAN, :My dísíllusionment in Russia (London, C. W. Daniel and Co., 1925).
(27) Apuntes, San José, 15 de julio de 1931.
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