MI CREDO DE PENSADOR. «El pueblo es un silencio, yo hablaré por los mudos» (Víctor Hugo). «Yo estaba hecho de lenguaje» (Julie Sedivy)

MI CREDO DE PENSADOR

 

EL VACÍO SUPREMO, por Lao Tsé

 

El hombre debe obtener en su interior el Vacío Supremo.
Una vez en ese estado debe mantenerse firme en la quietud.
Los seres y las cosas toman forma y surgen a la actividad, para volver de nuevo al reposo.
Así cumplen su mandato.
El sabio contempla en ellos las sucesivas transformaciones y observa cómo retornan a su origen.
Así, todo retorna a su origen.
Retornar al origen significa volver a la naturaleza esencial.
Volver a la naturaleza esencial significa cumplir el mandato.
Cumplir el mandato significa caminar hacia lo eterno.
Caminar hacia lo eterno significa ver en lo invisible.
Quien no camina hacia lo eterno vive en la confusión, el error y la desgracia.
Quien camina hacia lo eterno es tolerante.
La tolerancia le conduce a poseer el sentido de lo justo.
El sentido de lo justo le lleva al dominio de sí mismo.
El dominio de sí mismo le conduce a estar de acuerdo con la ley de la vida.
Estando de acuerdo con la ley de la vida, se está en armonía con el Tao.
Estando en armonía con el Tao, alcanza la inmortalidad.
Así queda a salvo para toda la duración de la vida.

 

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LAO TSÉ. Tao Te Ching, capítulo XVI. Ediciones Tao, 2013. Edición bilingüe chino/español. Traducción: Tseng Juo ching y Ángel Fdez. de Castro.

 

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MI CREDO DE PENSADOR, por Víctor Hugo

«Me dedico en este momento a lo que los hombres llaman útil, pero no dejo de ser el contemplador religioso de lo ideal y de lo bello; veinte versos de Virgilio ocupan más lugar en el espíritu humano y, añado, en el progreso de la civilización que todos los discursos de la Tribuna pronunciados o por pronunciar. Este es mi credo de pensador»

(Víctor Hugo, citado por Jean-Marc Hovasse)

Filosofía Digital

MI CREDO DE PENSADOR
A quienes lamentan la supuesta ausencia de los dioses podemos decirles: Dios se queda.

 

EL PUEBLO ES UN SILENCIO, YO HABLARÉ POR LOS MUDOS

El pueblo es un silencio, yo seré el inmenso abogado de este silencio. Yo hablaré por los mudos.

Los derechos políticos, las funciones de los jurados, del elector y de la guardia nacional entran evidentemente en la formación de todo ciudadano. Todo hombre del pueblo es a priori un ciudadano.

Sin embargo, los derechos políticos, para ejercerlos, hay que comprenderlos. En buena lógica, la comprensión de una cosa debe preceder a la utilización de la misma. Por tanto, es necesario -nunca insistiremos demasiado en ello- ilustrar al pueblo para que llegue el día en que podamos formarlo. Y es un deber sagrado de los gobernantes apresurarse a iluminar a esas masas oscuras en las que descansa el poder definitivo.

 

los derechos políticos, para ejercerlos, hay que comprenderlos

 

Todo tutor honesto urge a su pupilo a emanciparse. Multiplicad pues los medios que conducen a la inteligencia, a la ciencia, a la aptitud. La Cámara debe ser el último peldaño de una escalera en la que el primer escalón sea una escuela.

Porque además, instruir al pueblo es mejorarlo; ilustrar al pueblo es moralizarlo; alfabetizar al pueblo es civilizarlo. Toda brutalidad se funde a fuego lento con el hábito cotidiano de las buenas lecturas.

 

ALGÚN DÍA LA LIBERTAD Y LA SALUD SE ASEMEJARÁN

El edificio social del pasado se apoyaba en tres columnas: el sacerdote, el rey y el verdugo. Hace ya mucho tiempo que una voz dijo: «¡Los dioses se marchan!». Últimamente se ha alzado otra voz para proclamar: «¡Los reyes se van!». Y ahora se eleva otra que afirma: «¡El verdugo se va!».

A quienes lamentan la supuesta ausencia de los dioses podemos decirles: Dios se queda. A quienes lamenten la de los reyes podemos decirles: queda la patria. A quienes lamenten la del verdugo, no tenemos nada que decirles.

 

A quienes lamentan la supuesta ausencia de los dioses podemos decirles: Dios se queda. A quienes lamenten la de los reyes podemos decirles: queda la patria. A quienes lamenten la del verdugo, no tenemos nada que decirles

 

Garrote vil. «A quienes lamenten la supuesta ausencia del verdugo, no tenemos nada que decirles».

 

Y el orden no desaparecerá con el verdugo, no lo creáis. La bóveda de la sociedad futura no se hundirá por no disponer de esa odiosa clave. La civilización no es más que una serie de transformaciones sucesivas. La benigna ley de Cristo impregnará al fin la ley y resplandecerá. Se considerará el delito como una enfermedad, y esa enfermedad tendrá sus médicos que sustituirán a los jueces; sus hospitales, que sustituirán a las cárceles.

 

La civilización no es más que una serie de transformaciones sucesivas

 

La libertad y la salud se asemejarán. Donde antes se aplicaba el hierro y el fuego se aplicará el bálsamo y el aceite. Se tratará con caridad el mal que antes se trataba con cólera. Esto será tan sencillo como sublime.

 

CON MONARQUÍA O CON REPÚBLICA, LA MAYORÍA DEL PUEBLO SUFRE

Esta es la cuestión. Ocupaos de ella. Ya debatiréis después si los botones del uniforme de la guardia nacional deben ser blancos o amarillos, y si la seguridad es algo mejor que la certidumbre. Señores del centro, señores de los extremos, la mayoría del pueblo sufre.

 
Luis XIV. «A quienes lamenten la supuesta ausencia de los reyes podemos decirles: queda la patria»

 

Tanto si lo llamáis república como si lo llamáis monarquía, el pueblo sufre. Esto es un hecho. El pueblo pasa hambre; el pueblo pasa frío. La miseria lo empuja al delito y al vicio, según el sexo. Tened piedad del pueblo, a quien la cárcel arrebata a sus hijos y el lupanar a sus hijas. Tenéis a demasiados hombres condenados a trabajos forzados, y demasiadas prostitutas. ¿Qué muestran estas dos llagas sociales? Que el cuerpo social tiene el vicio en la sangre.

 

Y ahí estáis reunidos en consulta junto a la cabecera del lecho del enfermo; ocupaos de la enfermedad.

Las leyes que hacéis, no son más que paliativos y parches. La mitad de vuestras leyes son pura rutina, la otra mitad empirismo

 

Y ahí estáis reunidos en consulta junto a la cabecera del lecho del enfermo; ocupaos de la enfermedad. Se trata de una enfermedad… que tratáis mal. Estudiadla mejor. Las leyes que hacéis, no son más que paliativos y parches. La mitad de vuestras leyes son pura rutina, la otra mitad empirismo.

La tortura, la cárcel y la pena de muerte son interdependientes. Si habéis suprimido la tortura y sois lógicos, suprimid el resto. Con lo que les pagáis a los ochenta verdugos podéis pagar a seiscientos maestros de escuela. Pensad en la mayoría del pueblo, escuelas para los niños, talleres para los hombres.

Los países tienen un cerebro mejor o peor según sus instituciones. Roma y Grecia tenían la frente ancha. Ensanchad cuanto podáis la frente de vuestro pueblo. Pero cuando Francia sepa leer, no dejéis sin dirección esa inteligencia que habéis desarrollado. Eso sería otro error. Porque es preferible la ignorancia al falso saber.

 

 

SE HALAGA DEMASIADO AL PUEBLO; NO LO HALAGUEMOS, AMÉMOSLO

La verdadera reforma de las cárceles, la verdadera reforma del código penal sería una ley que diese gratuitamente educación a quienes no pueden pagarla o, por lo menos, la enseñanza primaria. Sería una legislación que resolviese la complicadísima cuestión del trabajo.

En cuanto a mí, sufro, sufro profundamente cuando pienso que hay a mi alrededor muchos hombres, compatriotas míos, mis hermanos, mis iguales ante la ley, semejantes a los ojos de Dios, que en unos casos no saben leer y en otros no tienen pan. Señores, sacad al pueblo de esas cárceles viejas y espantosas, escuelas de delincuencia, talleres del crimen.

 

En cuanto a mí, sufro, sufro profundamente cuando pienso que hay a mi alrededor muchos hombres, compatriotas míos, mis hermanos, mis iguales ante la ley, semejantes a los ojos de Dios, que en unos casos no saben leer y en otros no tienen pan

 

Sacad al pueblo lo antes posible de esas horribles prisiones, pero sacadlo también de esas dos otras cárceles más crueles aún: la ignorancia y la miseria. Y para terminar diré que en los tiempos que corren se halaga demasiado al pueblo. Pero no lo halaguemos, señores, amémoslo.

 

Y para terminar diré que en los tiempos que corren se halaga demasiado al pueblo. Pero no lo halaguemos, señores, amémoslo

 

¿Qué es un ajusticiamiento?, pregunta Bentham. Es una tragedia solemne que la legislación ofrece al pueblo congregado. El derecho de gracia, dice Beccaria, es una descalificación tácita de las leyes existentes. «Si la pena es necesaria», dice Bentham«no se la debe anular; si no es necesaria, no se debe aplicar». Haced buenas leyes y no precisaréis del derecho de gracia. El derecho de gracia supone el reconocimiento perpetuo de que la ley es mala. Es curioso, la clemencia regia puede salvar de la muerte, pero no de la infamia.

 

El derecho de gracia supone el reconocimiento perpetuo de que la ley es mala. Es curioso, la clemencia regia puede salvar de la muerte, pero no de la infamia

 

 

LAS GRANDES MENTES SIEMPRE HAN PROCLAMADO LA JUSTICIA UNIVERSAL

Cuando Voltaire calificaba así a los jueces de Calas: «¡Ah, no me habléis de esos jueces, mitad monos y mitad tigres» [risas]; cuando Chateaubriand llamaba a la ley del doble voto «ley estúpida y culpable»; cuando Roger-Collard, en plena Cámara de los Diputados, a propósito de no recuerdo ya qué ley de censura, lanzó este grito terrible: «Si aprobáis esta ley, juro que la desobedeceré»; cuando esos legisladores, cuando esos magistrados, cuando esos filósofos, cuando esas grandes mentes, cuando esos hombres, hablaban así, ¿qué hacían? ¿Le faltaban al respeto a la ley, a la ley local y momentánea?

Es posible que, como ha dicho el señor fiscal, yo lo ignore; pero lo que sí sé es que eran el religioso eco de la ley de leyes, ¡de la conciencia universal! ¿Ofendían a la justicia, a la justicia de su tiempo, a la justicia transitoria y falible? No lo sé, pero lo que sí sé es que proclamaban la justicia eterna. [Murmullos generales de adhesión.]

 

En la actualidad -se nos ha hecho la gracia de decírnoslo en el seno mismo de la Asamblea Nacional-, llevarían ante los tribunales al ateo Voltaire, al inmoral Molière, al obsceno La Fontaine, al demagogo Jean-Jacques Rousseau

 

Es cierto que, en la actualidad -se nos ha hecho la gracia de decírnoslo en el seno mismo de la Asamblea Nacional-, llevarían ante los tribunales al ateo Voltaire, al inmoral Molière, al obsceno La Fontaine, al demagogo Jean-Jacques Rousseau[Risas] Eso es lo que se piensa, eso es lo que se confiesa, ¡a eso hemos llegado! ¡Pensad en ello, señores del jurado!

 

LA FILOSOFÍA ILUMINA LA MENTE, LA RELIGIÓN HACE VIBRAR EL CORAZÓN

Mire usted, señor fiscal, se lo digo sin acritud: no defiende usted una buena causa. Inútilmente afronta una lucha desigual contra el espíritu de la civilización, contra la moderación de las costumbres, contra el progreso. Tiene en su contra la íntima resistencia del corazón del hombre. Tiene en su contra todos los principios a cuya sombra, desde hace sesenta años, Francia camina y hace caminar al mundo: la inviolabilidad de la vida humana, la fraternidad con las clases ignorantes, el dogma de la rehabilitación que sustituye al dogma de la venganza. Tiene contra usted todo lo que ilumina la razón, todo lo que vibra en las almas, tanto a la filosofía como a la religión; por un lado a Voltaire y por el otro a Jesucristo.

 

Mire usted, señor fiscal, se lo digo sin acritud: no defiende usted una buena causa.

Tiene en su contra la íntima resistencia del corazón del hombre: la inviolabilidad de la vida humana, la fraternidad con las clases ignorantes, el dogma de la rehabilitación que sustituye al dogma de la venganza

 

En cuanto a ti, hijo mío [Carlos Hugo], te conceden hoy un gran honor, te han considerado digno de combatir, acaso de sufrir, por la santa causa de la verdad. A partir de hoy entras en la auténtica vida de un verdadero hombre de nuestro tiempo, es decir, en la lucha por lo justo y por lo genuino. Sé orgulloso, tú que no eres más que un simple soldado de la idea humana y democrática estás sentado en el mismo banquillo en el que estuvo Béranger, ¡donde estuvo sentado Lamennais[Sensación.]

 

 

Sé inconmovible en tus convicciones, y si tienes necesidad de un pensamiento para afirmarte en la fe en el progreso, en la confianza en el futuro, en la devoción por la humanidad, en la execración por el patíbulo, en el horror a las penas irrevocables e irreparables, ¡piensa que estás sentado en el mismo banquillo en el que se sentó Lesurques[Emoción profunda y prolongada que, durante unos momentos, interrumpe la vista.]

 

ESTABLEZCAMOS LA LEY DE LA VIDA

La república es la unión, la unidad, la armonía, la luz, el trabajo tendente al bienestar, la erradicación de los conflictos entre los hombres y entre las naciones, el fin de la explotación, la abolición de la ley de la muerte, y el establecimiento de la ley de la vida.

 

La república es la unión, la unidad, la armonía, la luz, el trabajo tendente al bienestar, la erradicación de los conflictos entre los hombres y entre las naciones, el fin de la explotación, la abolición de la ley de la muerte, y el establecimiento de la ley de la vida

 

¿Cuándo se ajustará la ley al derecho? ¿Cuándo se inspirará la justicia humana en la justicia divina? ¿Cuándo repararán quienes están por debajo -jueces, sacerdotes, pueblo, rey- en que hay alguien por encima de ellos? Repúblicas de esclavos, monarquías de soldados, sociedades de verdugos. La fuerza reina en todas partes y en ninguna el derecho. ¡Ah, tristes amos del mundo! Enfermizas alimañas. Altivas serpientes.

La vida pertenece a Dios, a quien yo llamo Todopoderoso, inmenso y bondadoso. La Luz, la Verdad, la Justicia, la Conciencia, el Amor. Todo eso es Dios. Negar a Dios es negar todo esto. Estas formas del infinito se hallan contenidas en una palabra tan corta como inmensa: Dios.

El nacimiento, la muerte, son dos misterios. Tocas esos misterios, tratar de enmendarle la plana a los actos divinos, es un sacrilegio. Este que os habla no es más que una partícula de polvo en el infinito. No hace sino esforzarse, creer, confiar. Se sentirá feliz si un día dicen de él: «Al partir se llevó consigo la pena de muerte».

 

Este que os habla no es más que una partícula de polvo en el infinito. No hace sino esforzarse, creer, confiar. Se sentirá feliz si un día dicen de él: «Al partir se llevó consigo la pena de muerte».

 

El gobierno de la Tercera República decidió despedir a Víctor Hugo con las exequias correspondientes a un jefe de Estado. Se organizó todo para exponer el féretro bajo el Arco de Triunfo, soldados a caballo velaron toda la noche la capilla ardiente coronada con las iniciales VH, más de 40.000 personas le rindieron homenaje además de irse posicionando a lo largo de todo el recorrido donde al día siguiente iba a pasar el cortejo fúnebre; se calcula que en total más de dos millones de personas se reunieron para despedirse de Víctor Hugo.

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Hugo, escritor, senador y diputado francés, nacido en 1802, muere el 22 de mayo de 1885 en su domicilio. Se le inhuma en el Panteón. El Estado le tributa un funeral de carácter nacional. Acuden dos millones de personas. La ceremonia es laica, por deseo expreso suyo: 

«Rechazo la plegaria de todas las iglesias. Pido una oración de todas las almas. Creo en Dios».

 

 

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VÍCTOR HUGOFragmentos de escritos, cartas y discursos contra la pena de muerte. Editorial Ronsel, 2002. Traducción de Víctor Pozanco. [Filosofía Digital, 26/11/2006]

 

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YO ESTABA HECHO DE LENGUAJE

El verdadero contenedor del alma humana

Por Julie Sedivy

Nautilus, 17 de octubre de 2024

Yo estaba hecho de lenguaje

 

En mi primer año de universidad, tuve la sensación de que mi futuro se estaba formando en una forma semisólida y que todo lo que tenía que hacer era apuntar en esa dirección mientras continuaba solidificándose hasta convertirse en realidad. Ese futuro se disolvió el día que ingresé a un curso introductorio de lingüística.

Antes de ese día, me había parecido inevitable que sería escritor. Eso significaba escribir novelas o, tal vez, poesía; todavía no había leído otro tipo de libros que ardieran con intensidad estética o que encendieran mis neuronas. Elegí una clase de lingüística no porque sonara interesante (no era así: la descripción del curso hacía referencia a nociones como sintaxis y gramática, que yo había encontrado sólo en formas resumidas y prescriptivas), sino porque parecía que saber sobre esas cosas podría ser útil para un escritor.

Yo creía que ya sabía mucho sobre el lenguaje. Para entonces ya había deambulado entre cinco idiomas y era experto en compararlos y contrastarlos. Pero más que eso, sentía que estaba hecho de lenguaje, que mi alma era el producto de todos los fragmentos de lenguaje que habían aparecido en mi camino y se habían acumulado en una apariencia de un todo, todos ellos unidos por mi ardor por sus alquimias de sonido y significado. Nada más en el mundo provocaba en mí la misma respuesta corporal (apenas estaba empezando a tener la sensación de que el sexo podía tener posibilidades similares). No podía imaginar ninguna versión de mí mismo que no tuviera que ver con el lenguaje. Pensaba que conocía el lenguaje íntimamente, de una manera que me hacía poseerlo.

Lo que ocurrió en aquella clase de lingüística fue un shock para mí. Después de la primera o segunda sesión, estaba seguro de que mi vida había cambiado, aunque no podría decir exactamente cómo. Sabía que estaba a punto de abandonar mis planes de convertirme en novelista.

 

Innumerables patrones como estos yacen ocultos bajo la membrana de la conciencia

 

Unos años después, me encontré con el cuadro de Rembrandt que explicaba lo que me había pasado. El cuadro se titula La lección de anatomía del doctor Nicolaes Tulp y representa el tipo de disección pública a la que cualquiera (presumiblemente un hombre) podía asistir en aquella época pagando una entrada. En el centro de la imagen hay un cadáver, bañado por una luz fría y pálida. El doctor Tulp, que preside la escena, ha despegado la piel del brazo del cadáver, dejando al descubierto los músculos, los tendones y el hueso. Un círculo de hombres, todos con abrigos negros, se encuentra de pie en la periferia; varios de ellos se inclinan hacia la luz, con el rostro paralizado por el cuerpo que se muestra ante ellos.

Durante toda su vida, estos hombres habían visto cuerpos muy parecidos al que yacía sobre la losa frente a ellos, cuerpos comunes que caminaban, se sentaban, cojeaban, blandían un hacha, alzaban a un niño, mojaban pan en sopa, se arrodillaban para rezar, morían. Cuerpos que conocían íntimamente. Pero allí, bajo una luz imperturbable, se les ofrecía una forma completamente nueva de ver un cuerpo. Y podían ver que hasta ese momento no habían sabido nada.

Allí, bajo la piel, encontraron revelaciones que no sabían que necesitaban. Pudieron ver que la sangre no chapoteaba por el cuerpo ni se filtraba profundamente en los tejidos, como esponjas, sino que viajaba por sus propios e intrincados canales que irradiaban desde el corazón, reuniéndose para fortalecerse dentro de los globos de los pulmones. Pudieron ver por sí mismos la maquinaria secreta que animaba todos los movimientos, los tortuosos viajes que trazaban la comida y la bebida. Sus rostros reflejaban el sentimiento religioso que aún no había comenzado a sangrar de la ciencia; comprender el contenedor del alma del hombre, con la ayuda del bisturí y la luz fría y pálida, era acercarse a Dios.

En aquella primera clase de lingüística, yo había sido como uno de esos hombres de negro, inclinados hacia la luz. No había imaginado que fuera posible mirar bajo la superficie del lenguaje de la manera en que nos enseñaban a hacerlo. No había soñado con las estructuras —los sistemas de órganos cooperantes— que estaban ahí, a la vista de cualquiera, una vez que la piel del lenguaje era cortada y pelada.

 

LA LECCIÓN DE ANATOMÍA: Los espectadores de este cuadro de Rembrandt encontraron, bajo la piel, revelaciones que no sabían que necesitaban. Al igual que yo en mi primera clase de lingüística, nunca había imaginado que fuera posible mirar bajo la superficie del lenguaje. Crédito: Catálogo en línea de Mauritshuis / Wikimedia Commons.

 

Por ejemplo, fue una revelación enterarme de que todas las consonantes vibrantes de mi lengua materna, el checo, se convertían en versiones susurradas de sí mismas al final de las palabras. Cuando le señalé a mi madre los hechos de su pronunciación, tanto en checo como en inglés, se quedó atónita (no es el tipo de cosa que alguien nota espontáneamente, especialmente en su propia lengua materna) y luego se quedó fascinada (ella también era una estudiante). Pude informarle de que los sonidos ingleses también tenían identidades inestables, como en el caso del plural en “beds” frente a “bets”; aunque ambas se escriben como la letra s , la primera se pronuncia como una z vibrante, cediendo parte de su identidad al sonido d precedente. Nuestras conversaciones en esa época a menudo desviaban hacia mis nuevos descubrimientos del lenguaje y sus exclamaciones de asombro y deleite cuando los compartía.

Innumerables patrones como estos yacen ocultos bajo la membrana de la conciencia. Una lógica exquisita recorre el lenguaje incluso en sus formas más desordenadas.

¿Cómo no quedar fascinado por esta visión del lenguaje? Encontrarse por primera vez con la ciencia del lenguaje es como estar en la oscuridad con un amante de muchos años, creyendo que ya has aprendido la mayor parte de lo que se puede saber sobre él, cuando él gira su rostro hacia el tuyo con una mirada determinada. Sientes que está a punto de abrir la puerta de habitaciones ocultas en su interior, habitaciones que han estado cerradas para ti durante mucho tiempo, que ni siquiera sabías que estaban allí. ¿Quién no se emocionaría ante una invitación así? 

Más de una década después de mi primer encuentro con la lingüística, después de no haberme convertido en novelista pero sí de haber completado un doctorado en lingüística, asumí el papel de un tal Dr. Nicolaes Tulp y me encontré en aulas donde los estudiantes estaban teniendo sus primeros encuentros con la ciencia del lenguaje. Un día, después de haber dado la primera conferencia del semestre, una mujer se acercó al frente del aula. Era mayor que la mayoría de los estudiantes y tenía el aire seguro de sí misma de alguien cuya identidad se ha estabilizado. Me agradeció la conferencia, pero quería hacerme saber que no continuaría con la clase. No era en absoluto lo que había esperado, explicó. Este enfoque analítico, esta “disección del lenguaje” (sus palabras exactas), simplemente no era para ella. “Verá, soy poeta”, dijo, a modo de explicación.

Como si amar el lenguaje exigiera cultivar un cierto grado de ignorancia sobre él. Como si ese amor pudiera arder bajo la fría luz de saber demasiado. Como si aprender más sobre el lenguaje supusiera el riesgo de apagar su chispa divina.

 

Ferdinand de Saussure

 

Cuando empecé a tomarme en serio la lingüística (no sólo devorando el conocimiento producido por otros, sino también agregándolo), las preguntas que me cautivaban eran las que tenían que ver con los milagros y los contratiempos que tenían lugar en la mente de las personas a medida que el lenguaje pasaba de una persona a otra. Una frase no era entregada entera de una persona a otra, como una manzana o un trozo de pan, sino que se desplegaba y revelaba momento a momento, debiendo su existencia misma al fluir del tiempo.

El tiempo me pareció un amo cruel que se enseñoreaba del lenguaje en cada oportunidad. Allí estaba una hablante que se apresuraba a transmutar sus pensamientos en lenguaje, preparándose para entrar en la corriente incesante de la conversación: sentando mentalmente las bases de su oración; eligiendo esta estructura entre las muchas maneras en que podría haber expresado el mismo pensamiento; seleccionando sus palabras; colocándolas en el marco de la oración; convirtiéndolo todo en la liquidez del habla; todo mientras liberaba sonidos, gota a gota, en un espacio acústico compartido. Allí estaba su oyente, recogiendo esas gotas una a una —pero rápidamente, rápidamente, antes de que se derritieran en la nada— y ensamblándolas en una forma capaz de producir significado, fijando la estructura y el significado en la memoria mientras luchaba por recoger nuevas gotas de sonido en el momento en que eran liberadas.

 

Una frase se desplegó y se reveló momento a momento, debiendo su existencia al flujo del tiempo

 

Todo se reducía siempre a una cuestión de tiempo. Los instrumentos de mi oficio me permitían dividir el tiempo en minúsculas fracciones: utilizaba programas informáticos para medir, con precisión de milisegundos, cuánto tardaban mis sujetos en leer determinadas palabras, empezar a pronunciar una frase o responder a una pregunta. Seguía sus movimientos oculares para discernir en qué punto de una frase se posaban sus ojos y cuánto tiempo permanecían allí, o cuánto tiempo tardaban en fijar la mirada en un objeto mientras obedecían una orden verbal. Al seguir el recorrido de sus ojos sobre una imagen a medida que se desarrollaba una narración, superponiendo la mirada con el habla, podía ver cómo sus interpretaciones a menudo estaban estrechamente ligadas al flujo del habla, pero a veces se quedaban atrás o se tropezaban, y a veces se adelantaban.

 

Piaget y Vigotsky

 

No todos mis colegas lingüistas se preocupaban tanto como yo por la relación del lenguaje con el tiempo. Estas cuestiones temporales pertenecían a una subdisciplina conocida como “psicolingüística”, un término que siempre me pareció extraño, como si el lenguaje pudiera desconectarse de la psique, de la que emanaba y en la que residía. Pero muchos lingüistas trataban el lenguaje como si pudiera desconectarse, al menos a los efectos de examinarlo. Era útil, afirmaban, considerar el lenguaje como una cosa en sí misma, una abstracción que podía separarse de los hablantes individuales y sus circunstancias, los límites de sus mentes, sus contextos culturales, incluso de las restricciones impuestas por el tiempo. Las oraciones, desplegadas en su totalidad y congeladas en el tiempo, eran los principales objetos de estudio.

Siguiendo el ejemplo de Noam Chomsky, del MIT, que había ayudado a sacar el estudio del lenguaje de los lujosos salones de los departamentos de filología y ponerlo bajo la luz fluorescente de la era de la información, se sintieron atraídos (y, en realidad, ¿quién podría resistirse?) por su ambición de descubrir y describir no sólo una lengua, o varias, sino la esencia misma del lenguaje. Su idea central fue que una colección relativamente pequeña de reglas matemáticas para combinar palabras (conocida como gramática) podía expandirse, como en el universo, hasta formar un número ilimitado de oraciones, cada una tan única como una constelación. Además, afirmaba, estas gramáticas estaban limitadas por una dotación genética común a todos los humanos. Pequeñas variaciones en este conjunto de reglas podían dar lugar a la abundancia de patrones que se observan en todas las lenguas del mundo; las limitaciones genéticas podían explicar por qué ciertos patrones nunca aparecían entre las lenguas del mundo mientras que otros se encontraban entre muchas. Todo esto era cognoscible. Muchos lingüistas de la época estaban fascinados por la posibilidad de capturar la suma total de estas reglas, de comprimir la infinitud en un espacio informativo comprimido.

En este gran proyecto intelectual, la mera implementación del lenguaje, es decir, lo que sucedía en el ir y venir entre hablantes y oyentes —en tiempo real , como lo llamábamos— era a menudo visto como un mero arrastre, el equivalente a una fricción que rozaba molestamente la pureza de las fuerzas físicas que mantenían unido al universo.

 

James Giordano: INTERFAZ CEREBRO-COMPUTADORA

 

Pero no podía comprender cómo separar la esencia del lenguaje de su sumisión al tiempo. Pensar en el lenguaje como algo ajeno al tiempo parecía como intentar comprender la anatomía de un pájaro sin tener en cuenta la fuerza de la gravedad que estaba tan decidida a atraer a la criatura de vuelta a la superficie de la Tierra. Era como no tener en cuenta que la estructura del pájaro era la expresión misma de su lucha contra las exigencias implacables e inalterables de la gravedad. Tal vez se pudiera describir la estructura de un pájaro desde este punto de vista, pero ¿se podría llegar a comprender realmente por qué era como era?

Además, no era la elegancia de las matemáticas lo que me conmovía, sino mi amor por el lenguaje, no como una abstracción, sino como algo corpóreo, en movimiento, implementado, sí, en tiempo real. Amaba el lenguaje como uno adora a una persona, en sus detalles, en la forma en que ha tomado el control de nuestros sentidos. Amaba cómo el lenguaje podía moldear la vaguedad de una voz humana en algo preciso, lo fácil que era reconocer una voz familiar no solo por su timbre sino también por sus hábitos de habla: el nítido golpeteo de su t , una ligera soltura de la s , la inclinación de sus vocales. Amaba cómo el lenguaje me sacudía constantemente, cómo una frase podía avanzar con fluidez y sin nada destacable y luego trastocar todas las expectativas racionales, ya fuera por su propia genialidad o por su propia torpeza. Amaba el sudoroso esfuerzo de formar una frase y la satisfacción cuando volaba derecha y aterrizaba limpiamente. 

¿Se habrían sentido tan conmovidos los estudiantes de anatomía de Nicolaes Tulp con su primera disección si nunca hubieran amado ningún cuerpo humano en particular, si no se hubieran estremecido ante su gracia y destreza, si no se hubieran sentido angustiados ante los signos de su fragilidad? ¿Si no hubieran experimentado las tensiones y los placeres de sus propios cuerpos?

 

Quería que mi estudio del lenguaje se mantuviera cercano a mi propia experiencia del mismo, dulcemente aprisionado como estaba por el tiempo

 

A medida que mi campo de estudio de la psicolingüística se fue haciendo más sofisticado en el estudio del lenguaje en “tiempo real”, se hizo cada vez más evidente que el lenguaje, en su uso cotidiano, implica una negociación frenética entre el futuro y el pasado, aunque nosotros mismos estamos atrapados en esos momentos diminutos entre lo que se ha dicho y lo que aún está por decirse. ¿Cómo se crea algo coherente a partir de estos minúsculos fragmentos de sonido en constante cambio? Nuestra comprensión de las sílabas, y mucho menos de palabras u oraciones enteras, depende de nuestra capacidad para imaginar el futuro y recordar el pasado, para unir los dos tiempos inexistentes con el fin de mantener inmóvil un significado que se precipita a través del tiempo.

Cada frase que pronuncias ilustra el problema. Antes de hablar, debes tener una idea de lo que vas a decir. Convertir las ideas en lenguaje lleva tiempo. Como un escultor, tallas tu frase a partir de un bloque de pensamiento, primero tallando el contorno grueso de su forma, luego cincelando los detalles de palabras específicas y luego refinando su superficie de sonido.

 

Me encantó cómo una frase podía desarrollarse de manera fluida y sin complicaciones y luego trastocar todas las expectativas racionales

 

Sin embargo, a diferencia del producto del trabajo de un escultor, tu creación no está hecha de un material que pueda perdurar en el tiempo. Debes formar una frase antes de poder decirla, pero incluso mientras se forma en tu mente, se precipita del futuro al pasado; su forma ya es un recuerdo incluso antes de que hayas abierto la boca. Intentas fijar su imagen en la memoria lo mejor que puedes mientras te preparas para decirla. Pero una frase completa con todos sus detalles contiene más información de la que tu memoria puede retener fácilmente, y si esperas hasta que la frase esté completamente formada en tu imaginación antes de comenzar a pronunciar su primera sílaba, ya habrá comenzado a disolverse.

Para dejar atrás su decadencia, empiezas a pronunciar la primera parte de la frase mientras te apresuras a dar los toques finales a las partes que vendrán después. Indiferente a tus luchas, el futuro se te echa encima. A veces, tu planificación va a la zaga de tu discurso: llegas al punto de una frase en el que debes pronunciar cierta palabra, sólo para descubrir que aún no has decidido cuál será; todo lo que puedes hacer es vocalizar un sonido vacío ( uhhh … ) para marcar su lugar hasta que completes tu trabajo. En otras ocasiones, te has apresurado y se te resbala la lengua; en tu prisa por preparar el material para el discurso, has alineado la palabra, el sonido o la sílaba equivocada.

Estás en constante movimiento entre el pasado y el futuro; para elegir la palabra o frase que vas a decir, tienes que volver a la memoria y realizar una búsqueda frenética. No puedes pasar mucho tiempo allí, porque el futuro llegará en cualquier momento. Busca la primera palabra que te viene a la mente, la frase más común, una palabra que acabas de oír, lo que sea que esté en lo más alto del montón de recuerdos. Hablas, esperando que todo salga bien.

El tiempo no es más benévolo cuando te toca escuchar. Mientras la frase de tu interlocutor fluye hacia el pasado inexistente, te esfuerzas por retener su imagen en la memoria. Para prevenir la inevitable decadencia de la frase, te apresuras a extraerle significado tan pronto como las palabras comienzan a brotar de la boca del hablante. A veces, esta tarea es compleja y lleva algún tiempo traducir el lenguaje en pensamiento; entonces corres el riesgo de quedar sepultado bajo una nueva avalancha de habla entrante. A veces, esta tarea es simple; entonces tu mente se libera de la carga de aferrarse al pasado y entonces saltas al futuro. Antes de que la frase haya revelado su forma, predice la forma que podría adoptar. Esto también requiere ir de un tiempo a otro, porque las predicciones en sí mismas dependen de los recuerdos: ¿de qué otra manera sabemos qué esperar en el futuro, aparte de recordar lo que hemos encontrado antes? Si tu predicción resulta correcta, todo está bien. Si no lo es, tropiezas, tómate tu tiempo para recuperarte. Mientras tanto, más palabras se han acumulado sobre ti.

 

En este ir y venir, presionado entre los muros del pasado y del futuro que se cierran uno sobre el otro, el lenguaje parece algo frágil, en constante peligro de ser aplastado

 

Si la forma de una lengua es una expresión de su encarcelamiento en el tiempo, también lo es la vida humana. En algún momento —en aquellos años en que estaba terminando mis estudios, construyendo un nuevo laboratorio y labrándome una reputación como joven profesora, despertándome a las cuatro de la mañana para preparar mis clases, dando a luz y criando hijos, siendo azotada por las alegrías y los tormentos de un matrimonio cada vez más insostenible— se me ocurrió que mis preocupaciones intelectuales con las luchas de la lengua contra el tiempo estaban contenidas en los mismos agujeros que mis propias luchas por crear un sentido de coherencia a partir de los fragmentos de mi presente.

Desde aquel primer día en mi clase de lingüística, tuve la sensación de que el lenguaje era el verdadero contenedor del alma humana y, por tanto, digno no sólo de reverencia, sino también de disección y examen bajo toda la luz disponible. 

Cuanto más lo estudiaba, más lecciones me ofrecía sobre lo que significa vivir una vida humana. El lenguaje estaba demostrando ser un yacimiento arqueológico de la condición humana. Al examinar con paciencia sus capas, uno podía descubrir no sólo nuestro afán por entrar en otras mentes, o los inevitables abismos que quedan entre nosotros, sino también lo que significa vivir dentro de la sustancia del tiempo. 

 

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Extracto de Linguaphile: A Life of Language Love de Julie Sedivy. Publicado por Farrar, Straus and Giroux. Copyright © 2024 de Julie Sedivy. Todos los derechos reservados.

Imagen principal: Anna_Dorokhova y Arrobani Studio / Shutterstock

Julie Sedivy es una científica del lenguaje que ha impartido clases en la Universidad Brown y en la Universidad de Calgary. Es autora de Memory Speaks: On Losing and Reclaiming Language and Self . Su último libro, Linguaphile: A Life of Language Love , se publicará en octubre de 2024.