EL MITO DE LA IZQUIERDA, por Raymond Aron (El opio de los intelectuales, 1955)

EL MITO DE LA IZQUIERDA

 

El opio de los intelectuales 

Pensadores que se embriagaron de ideología totalitaria y se convirtieron en adictos al opio de los intelectuales: la vanidad

L’opium des intellectuels (Traducción: Enrique Alonso)

Si Marx hablaba del opio del pueblo, Raymond Aron indaga en el opio de los intelectuales. En este ensayo crítico, convertido en un clásico de plena vigencia, el pensador francés disecciona el comportamiento de los intelectuales de su generación que, arrastrados por el dogmatismo, por la fe ciega en una ideología, por la incapacidad de ejercer el pensamiento crítico y libre, acabaron siendo peones de ideologías opresoras en nombre de ideales revolucionarios.

Raymond Aron

EL MITO DE LA IZQUIERDA

 

La religión es el suspiro de la crianza abrumada por la desdicha, el alma de un mundo sin corazón, así como el espíritu de una época sin espíritu. Es el opio del pueblo.

KARL MARX

El marxismo es una verdadera religión, en el más impuro sentido de la palabra. Tiene especialmente en común con todas las formas inferiores de la vida religiosa el hecho de haber sido utilizado continuamente, según la expresión tan justa de Marx, como un opio del pueblo.

SIMONE WEIL

PREFACIO

En el curso de los últimos años, tuve oportunidad de escribir varios artículos que se referían no tanto a los comunistas como a los “comunizantes”, que no se adhieren al partido pero cuyas simpatías se orientan hacia el universo soviético. Decidí reunir esos artículos y comenzar a preparar una introducción. La recopilación apareció con el título de Polémicas (Gallimard, 1955, col. «Les Essais») la introducción se convirtió en este libro.

Al tratar de explicar la actitud de los intelectuales, despiadados para con las debilidades de las democracias, indulgentes para con los mayores crímenes, a condición de que se los cometa en nombre de doctrinas correctas, me encontré ante todo con las palabras sagradas: izquierda, Revolución, proletariado. La crítica de estos mitos me lleco a reflexionar sobre el culto de la Historia y, luego, a interrogarme acerca de una categoría social a la que los sociólogos no han acordado aún la atención que merece: la intellgentsia.

Así es como este libro trata, a la vez, del estado actual de las ideologías llamadas de izquierda y de la situación de la intelectualidad, en Francia y en el mundo. Intenta responder a algunas preguntas que otros muchos han debido plantearse: ¿Por qué se halla nuevamente de moda el marxismo en una Francia cuya evolución económica ha desmentido las predicciones marxistas? ¿Por qué las ideologías del proletariado y del partido tienen tanto mayor éxito cuanto menos numerosa es la clase obrera? ¿Qué circunstancias determinan en los distintos países, las maneras de hablar, de pensar y de actuar de los intelectuales?

A principios de 1955, las controversias acerca de la derecha y la izquierda, la derecha tradicional y la nueva izquierda, volvieron a ponerse de moda. Aquí y allá se preguntan si se me debe situar en la antigua o en la moderna derecha. Categorías de cuentos de rechazo. En la Asamblea, los frentes se delimitan de diferente manera según los problemas en discusión. En algunos casos, cabe distinguir, en rigor, una derecha y una izquierda: los partidarios del acuerdo con los nacionalismos, tunecino o marroquí, representan, sise quiere, la izquierda, mientras que los partidarios de la represión o del statu quo representan la derecha. Pero, los defensores de la soberanía nacional absoluta, ¿son izquierdistas?; los partidarios de Europa, que apoyan a organizaciones supranacionales, ¿son derechistas? Con igual razón podrían invertirse los términos.

El espíritu de Munich” (en referencia a la política de apaciguamiento. Los acuerdos de Múnich fueron firmados en septiembre de 1938 por los jefes de gobierno del Reino Unido, Francia, Italia y Alemania. Sin la presencia de representantes checos, se acordó la incorporación a Alemania del territorio de los Sudetes -perteneciente a Checoslovaquia; N. del T.) para con la Unión Soviética se encuentra entre los socialistas, nostálgicos de la fraternidad marxista y entre los nacionalistas, obsesos por el “peligro alemán”, o inconsolables por la grandeza perdida. La reunión de gaullistas y socialistas se opera en tomo con un lema: la independencia nacional. ¿Deriva este lema del nacionalismo integral de Maurrás o del patriotismo jacobino?

La modernización de Francia, la expansión de la economía, son tareas que se imponen a la nación entera, las reformas a cumplir tropiezan con obstáculos, opuestos no sólo por los trusts o por los electores moderados. No todos los que se aferran a formas de vida o modos de producción anacrónicos son “grandes” y, con frecuencia, votan por la izquierda. Los métodos a emplear tampoco dependen de un bloque o de una ideología.

En lo que a mí me toca, keynesiano con alguna inclinación al liberalismo, favorable a un acuerdo con los nacionalismos tunecino y marroquí, convencido de que la solidez de la alianza atlántica es la mejor garantía de la paz, unas veces se me clasificará en la izquierda y otras en la derecha, según se trate de la política económica, del África del Norte o de las relaciones Este-Oeste.

Sólo el abandono de estos conceptos equívocos aportará alguna claridad a la confusión de las querellas francesas. Observando la realidad, asignándose objetivos, se comprobará el absurdo de estas amalgamas político-ideológicas con que juegan los revolucionarios de gran corazón y cabeza ligera y los periodistas impacientes por el éxito.

Más allá de las controversias de circunstancias, más allá de las coaliciones cambiantes, se disciernen tal vez familias espirituales. Cada cual tiene conciencia de sus afinidades electivas, cualesquiera sean… Pero, al concluir este libro consagrado a la familia de que soy originario, me inclino por la ruptura de todos los lazos, no por complacerme en la soledad, sino para elegir a mis compañeros entre aquellos que saben combatir sin odios y que se niegan a ver en las luchas del Foro el secreto del destino humano.

Saint-Sigismond, julio de 1954

París, enero de 1955

Arte gótico. Alegoría del mal gobierno, tiranía (detalle) · Ambrogio Lorenzetti

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EL MITO DE LA IZQUIERDA

(MITOS POLÍTICOS)

Estado Total

EL MITO DE LA IZQUIERDA

¿Sigue teniendo sentido la alternativa entre la derecha y la izquierda? Quien formule esta pregunta se hará de inmediato sospechoso. ¿Acaso no ha escrito Alain: “Cuando me preguntan si aún tiene sentido la separación entre partidos de derecha y de izquierda, entre hombres de derecha y hombres de izquierda, lo primero que pienso es que quien tal cosa me pregunta no es, por cierto , un hombre de izquierda”? Esta censura no nos detendrá, pues parece revelar la adhesión a un prejuicio antes que una convicción fundada en razón.

La izquierda, según Littré, es “el partido de la oposición en las Cámaras francesas, el partido que se sienta a la izquierda del Presidente”. Pero esta palabra no suena igual que oposición. Los partidos se alternan en el poder: el partido de izquierda sigue siéndolo, aunque forme gobierno.

Al insistir sobre el alcance de ambos términos, derecha e izquierda, no nos limitados a comprobar que, en la mecánica de las fuerzas políticas, tienden a formar dos bloques, separados por un centro sin cesar atacado.

 

Se sugiere la existencia ya sea de dos tipos de hombres, de actitudes principalmente contrarias; ya sea de dos de actitudes principalmente contrarias; ya de dos suertes de concepciones, cuyo diálogo se proseguiría, semejante a sí mismo, a través de los cambios de vocabulario y de instituciones

 

Se sugiere la existencia ya sea de dos tipos de hombres, de actitudes principalmente contrarias; ya sea de dos de actitudes principalmente contrarias; ya de dos suertes de concepciones, cuyo diálogo se proseguiría, semejante a sí mismo, a través de los cambios de vocabulario y de instituciones; ya, en fin, de dos campos, cuya lucha llenaría la crónica de los siglos. ¿Existen estas dos clases de hombres, de filosofía, de partidos, fuera de la imaginación de los historiadores, engañados por la experiencia del proceso Dreyfus y por una interpretación discutible de la sociología electoral?

Entre los diferentes grupos que se consideran de izquierda, nunca ha habido una unidad profunda. Las consignas y los programas cambian de una generación a otra. ¿Tiene algo de común la izquierda que ayer se batía por un régimen constitucional, con la que se afirma hoy en los regímenes de democracia popular?

 

¿Tiene algo de común la izquierda que ayer se batía por un régimen constitucional, con la que se afirma hoy en los regímenes de democracia popular?

 

Le Petit Journal del 10 de julio de 1898 ironiza sobre el caos político causado en Francia por el affaire Dreyfus: Marianne ordena a los políticos mantener el orden regañándolos como maestra a sus alumnos.

 

MITO RETROSPECTIVO

Francia pasa por ser la patria del antagonismo entre la derecha y la izquierda. Mientras que esos términos apenas si figuraban antes de la Segunda Guerra Mundial en el lenguaje político de Gran Bretaña, en Francia hace ya mucho tiempo que han adquirido el derecho de ciudadanía. La izquierda tiene una superioridad de prestigio tal, que los partidos moderados o conservadores se ingenian en retomar cienos calificativos, provenientes del vocabulario de sus adversarios. Rivalizan en convicciones republicanas, democráticas, socialistas.

 

La izquierda tiene una superioridad de prestigio tal, que los partidos moderados o conservadores se ingenian en retomar cienos calificativos, provenientes del vocabulario de sus adversarios

 

Dos circunstancias, según la opinión actual, confieren una gravedad excepcional en Francia a este antagonismo. La concepción del mundo a que adherían los partidarios del Antiguo Régimen se inspiraba en la enseñanza católica. El espíritu nuevo, que preparó la explosión revolucionaria, inculpaba al principio de autoridad que parecía ser tanto el de la Iglesia como el del reino.

 

La concepción del mundo a que adherían los partidarios del Antiguo Régimen se inspiraba en la enseñanza católica. El espíritu nuevo, que preparó la explosión revolucionaria, inculpaba al principio de autoridad que parecía ser tanto el de la Iglesia como el del reino

 

El partido del movimiento, a fines del siglo XVIII y en el transcurso de la mayor parte del XIX, combatía a la vez al trono y al altar, se inclinaba hacia el anticlericalismo porque la jerarquía eclesiástica favorecía o parecía favorecer al partido de la resistencia. En Inglaterra, donde la libertad religiosa fue motivo y objeto aparente de la Gran Revolución, en el siglo XVII, los partidos avanzados conservan la marca de los independientes, de los no conformistas, de los radicales, de las sectas cristianas, antes que del racionalismo ateo.

 

 

El paso del Antiguo Régimen a la sociedad moderna se cumplió en Francia con una prontitud y brutalidad únicas. Del otro lado de la Mancha, el régimen constitucional se instauró progresivamente, las instituciones representativas surgieron del Parlamento, cuyos orígenes se remontan a las costumbres medievales. En los siglos XVIII y XIX, la legitimidad democrática sustituyó a la legitimidad monárquica sin eliminarla por completo; la igualdad de los ciudadanos borró lentamente la distinción de los Estados.

Las ideas que la Revolución Francesa lanzó tempestuosamente a través de Europa; soberanía del pueblo, ejercicio de la autoridad conforme a normas, asamblea elegida y soberana, supresión de las diferencias de estatutos personales, se realizó en Inglaterra a veces antes que en Francia, sin que el pueblo, en un sobresalto prometeico, sacudiera sus cadenas. La “democratización” fue allí una obra común de los partidos rivales.

 

Asamblea (Revolución Francesa)

 

Grandiosa u horrible, la catástrofe o la epopeya revolucionaria corta en dos la historia de Francia. Parece levantar y oponer a dos Francias: una que no se resigna a desaparecer, y otra que no se cansa de continuar su cruzada contra el pasado. Cada una de ellas pasa por ser la encarnación de un tipo humano casi eterna. De un lado se invoca la familia, la autoridad, la religión; del otro, la igualdad, la razón, la libertad. Aquí, se respeta el orden, lentamente elaborado por los siglos; allí, se profesa fe en la capacidad del hombre para reconstruir la sociedad según los datos de la ciencia. La derecha, partido de la tradición y de los privilegios, contra la izquierda, partido del porvenir y de la inteligencia.

 

La epopeya revolucionaria corta en dos la historia de Francia

Parece levantar y oponer a dos Francias: una que no se resigna a desaparecer, y otra que no se cansa de continuar su cruzada contra el pasado.

De un lado se invoca la familia, la autoridad, la religión; del otro, la igualdad, la razón, la libertad. Aquí, se respeta el orden, lentamente elaborado por los siglos; allí, se profesa fe en la capacidad del hombre para reconstruir la sociedad según los datos de la ciencia.

La derecha, partido de la tradición y de los privilegios, contra la izquierda, partido del porvenir y de la inteligencia.

Esta interpretación clásica no es falsa, pero representa exactamente la mitad de la verdad: En todos los niveles existen los dos tipos de hombres.

 

Esta interpretación clásica no es falsa, pero representa exactamente la mitad de la verdad. En todos los niveles existen los dos tipos de hombres (aun cuando no todos los franceses pertenezcan a uno u otro): Homais contra el cura, Alará y Jaurés contra Taine y Maurrás, Clemenceau contra Foch. En ciertas circunstancias, cuando los conflictos revisten un carácter sobre todo ideológico, a propósito de las leyes de enseñanza, del proceso Dreyfus o de la separación de la Iglesia y el Estado, tienden a formar dos bloques, cada uno de los cuales invocan una ortodoxia.

 

 

Pero ¿cómo no se ha subrayado, con igual fuerza, que la teoría de los dos bloques es esencialmente retrospectiva y tiene por función disimular las querellas inexpiables que desgarran a ¿cada uno de los pretendidos bloques? La incapacidad que alternativamente muestran las derechas o las izquierdas para gobernar juntas, es lo que caracteriza la historia política de Francia desde 1789. La mitología de la izquierda es la compensación ficticia de los fracasos sucesivos de 1789, de 1848.

Hasta la consolidación de la Tercera República, salvo los pocos meses que van desde la Revolución de febrero hasta las jornadas de junio de 1848, la izquierda en Francia, en el siglo XIX, ha vivido en permanente oposición (de ahí la confusión entre izquierda y oposición). Se opone a la Restauración porque se considera heredera de la Revolución. De ésta toma sus títulos históricos, el sueño de su gloria pasada, sus esperanzas para el porvenir, pero es tan equívoca como el enorme acontecimiento que reivindica.

 

Se opone a la Restauración porque se considera heredera de la Revolución. De ésta toma sus títulos históricos, el sueño de su gloria pasada, sus esperanzas para el porvenir, pero es tan equívoca como el enorme acontecimiento que reivindica

 

Luis Felipe I (París, 6 de octubre de 1773-Claremont, 26 de agosto de 1850), nacido Luis Felipe de Orleans, fue el último rey de Francia pero el penúltimo de sus monarcas, ya que años más tarde Napoleón III Bonaparte se convertiría en emperador. Reinó con el título de «rey de los franceses» (roi des français) entre 1830 y 1848 y llevando implícito con ello el título de copríncipe de Andorra. Era hijo del duque Luis Felipe II de Orleans, primo de Luis XVI, apodado «Felipe Igualdad» (Philippe Égalité). Durante la Revolución francesa, Luis Felipe fue conocido como el «Ciudadano Chartres» (a causa de su título de duque de Chartres) o «Igualdad hijo» (Égalité fils). Fue duque de Valois hasta 1785, duque de Chartres de 1773 a 1793 y, tras la muerte de su padre, duque de Orleans con el nombre de Luis Felipe III de 1793 a 1830.
Ascendió al trono en julio de 1830 con la revolución que obligó a abdicar a Carlos X, e inició un reinado de corte liberal que la historiografía ha conocido como la Monarquía de Julio (Monarchie de Juillet). Su gobierno se caracterizó por el ascenso de la burguesía como clase dominante, por la rápida industrialización del país y por el surgimiento del proletariado. Fue derrocado por la Revolución de 1848, que dio paso a la Segunda República Francesa.

 

Esta izquierda nostálgica sólo posee una unidad mítica. Nunca había estado unida, entre 1789 y 1815; tampoco lo estuvo en 1848, cuando el hundimiento de la monarquía de los Orleáns permitió a la República llenar el vacío constitucional. La derecha, como es sabido, tampoco esta unida. El partido monárquico se encontró dividido, en 1815, entre “ultras”, que soñaban con el retomo al Antiguo Régimen, y moderados, que aceptaban los hechos consumados. El advenimiento de Luis Felipe redujo a los legitimistas a la inmigración interior; el ascenso de Luis Napoleón no bastó para reconciliar a orleanistas y legitimistas, hostiles por igual al usurpador.

Las discordias civiles del siglo XIX reprodujeron los conflictos que asignaron carácter dramático a los acontecimientos revolucionarios. El fracaso de la monarquía constitucional condujo a una monarquía semiparlamentaria, el fracaso de ésta a la República que, por segunda vez, degeneró en imperio plebiscitario. Asimismo, constituyentes, fuldenses, girondinos, jacobinos, se combatieron despiadadamente entre sí, para ceder al fin todos su puesto ante el general coronado.

No sólo representaban grupos rivales en la posesión del poder, sino que tampoco estaban de acuerdo acerca de la forma a dar al gobierno de Francia, ni de los medios a emplear, ni de la amplitud de las reformas. Los monárquicos, que deseaban dar a Francia una Constitución inspirada en la de Inglaterra, sólo coincidían, con los que soñaban en una especie de igualación de las riquezas, en la hostilidad contra el Antiguo Régimen.

No nos interesa investigar aquí por qué se orienta la Revolución hacia la catástrofe.

AG Ferrero, en sus últimos años, se complacía en desarrollar la distinción entre las dos revoluciones, la constructiva, tendiente a ampliar la representación, a consagrar ciertas libertades, y la destructiva, causada por el hundimiento de un principio de legitimidad y por la ausencia de una legitimidad de reemplazo.

 

Napoleón III (París, 20 de abril de 1808–Londres, 9 de enero de 1873) fue presidente de Francia de 1848 a 1852 y emperador de los franceses desde 1852 hasta que fue depuesto en 1870, siendo el último monarca francés.
Nacido en el seno de la casa de Bonaparte, Carlos Luis Napoleón Bonaparte pasó gran parte de su juventud en el exilio, debido a la caída de su tío, el emperador francés Napoleón I, luego de su derrota en la batalla de Waterloo. Luego de la muerte del joven Napoleón II en 1832, Luis Napoleón se convirtió en el pretendiente bonapartista. Se infiltró en Francia para intentar dos golpes de Estado, primero en 1836 y luego en 1840, contra la monarquía constitucional de Luis Felipe I. El segundo intento falló más estrepitosamente que el primero y llevó a Luis Napoleón a prisión, pero finalmente escapó y regresó al exilio. Luego de la revolución francesa de 1848, Luis Napoleón pudo regresar al país, siendo electo a la asamblea constituyente y meses después a la presidencia de la Segunda República.
En 1851, Luis Napoleón dio un golpe de Estado, debido a que el periodo presidencial solo duraba cuatro años. Al año siguiente, en diciembre de 1852, se proclamó oficialmente el Segundo Imperio francés; Luis Napoleón adoptó el nombre Napoleón III.

 

La distinción es satisfactoria para el espíritu. La revolución constructiva se confunde casi con los resultados de los acontecimientos que estimamos felices: sistema representativo, igualdad social, libertades personales e intelectuales; mientras que a la revolución destructiva se le atribuye la responsabilidad por el terror, las guerras, la tiranía. No resulta difícil concebir a la monarquía introduciendo ella misma, poco a poco, lo esencial de cuanto, a distancia, nos parece que ha sido obra de la Revolución.

 

No resulta difícil concebir a la monarquía introduciendo ella misma, poco a poco, lo esencial de cuanto, a distancia, nos parece que ha sido obra de la Revolución

 

Pero las ideas que inspiraban a esta última, sin ser, en rigor, incompatibles con la monarquía, quebrantaron el sistema de pensamiento en que reposaba el trono y suscitaron la crisis de legitimidad de la que surgieron el gran miedo y el terror. En todo caso, el Antiguo Régimen se hundió de un golpe, casi sin defenderse, y Francia tardó un siglo en encontrar otro régimen aceptado por la gran mayoría de la nación.

Las consecuencias sociales de la Revolución aparecen evidentes, irreversibles, desde comienzos del siglo XIX. No podía volverse sobre la destrucción de los órdenes privilegiados, el Código Civil, la igualdad de los individuos ante la ley. Pero la elección entre república y monarquía estaba aún en suspenso.

 

“The Coronation of Napoleon” by Jacques-Louis David

 

La aspiración democrática no se ligaba a las instituciones parlamentarias; Los bonapartistas suprimían las libertades políticas en nombre de ideas democráticas. Ningún escritor serio ha reconocido en Francia, en aquella época, una izquierda unida en una sola voluntad, que englobara a todos los herederos de la Revolución contra los defensores de la antigua Francia. El partido del movimiento es un mito de opositores, al que ni siquiera respondía una realidad electoral.

 

Los bonapartistas suprimían las libertades políticas en nombre de ideas democráticas

 

Clemenceau decretó: “La Revolución es un bloque”, contra la evidencia histórica, cuando la República tuvo su vida asegurada. Esta proposición marcaba el fin de la antigua querella entre las izquierdas. La democracia se reconciliaba con el parlamentarismo, quedaba consagrado el principio de que toda autoridad deriva del pueblo y, esta vez, el sufragio universal favorecía la salvaguardia de las libertades y no la ascensión del tirano.

Liberales e igualitarios, moderados y extremistas, carecían ya de motivo para exterminarse o combatirse: los objetivos que los diversos partidos se asignaban habían sido alcanzados todos, por fin, simultáneamente.

La Tercera República, régimen a la vez constitucional y popular, que consagraba la igualdad legal de los Individuos por el sufragio universal, se asignaba de manera ficticia un antepasado glorioso en el bloque de la Revolución.

 

 

Pero, en el momento en que la consolidación de la Tercera República ponía fin a las querellas en el interior de la izquierda burguesa, un cisma, latente desde la conspiración de Babeuf y tal vez desde el origen del pensamiento democrático, surgió a luz. La izquierda contraria al capitalismo continuaba a la izquierda contraria al Antiguo Régimen.

¿Se inspiró esta nueva izquierda, que reclamaba la propiedad pública de los instrumentos de producción y la organización por el Estado de la actividad económica, en la misma filosofía?; ¿tendía a los mismos objetivos que la izquierda de ayer, levantada contra el arbitraje real, las órdenes privilegiadas o las organizaciones corporativas?

El marxismo había dado la fórmula que aseguraba la continuidad y, a la vez marcaba la ruptura entre la izquierda de ayer y la de hoy. El Cuarto Estado sucedía al Tercero, el propietario tomaba a su cargo el relevo de la burguesía. Ésta había quebrado las cadenas del feudalismo, arrancando a los hombres de los lazos de las comunidades locales, de las fidelidades personales, de la religión. Los individuos, sustraídos a las trabas y protecciones tradicionales, se encontraban librados a los mecanismos ciegos del mercado y a la omnipotencia de los capitalistas. El proletariado concluiría la liberación y restablecería un orden humano en lugar del caos de la economía liberal.

 

El marxismo había dado la fórmula que aseguraba la continuidad y, a la vez marcaba la ruptura entre la izquierda de ayer y la de hoy. El Cuarto Estado sucedía al Tercero, el propietario tomaba a su cargo el relevo de la burguesía

 

Según los países, las escuelas y las circunstancias, se subrayaba el aspecto liberador o el aspecto organizador del socialismo. Unas veces se insistía en la ruptura con la burguesía, otras en la continuidad de la Gran Revolución. En Alemania, antes de 1914, la socialdemocracia ostentaba con gusto indiferencia respecto a los valores propiamente políticos de la democracia y no disimulaba una desaprobación algo despectiva de la actitud adoptada por los socialistas franceses, firmes defensores del sufragio universal y del parlamentarismo.

El conflicto entre democracia burguesa y socialismo ofrece, en Francia, el mismo contraste que los conflictos entre las diversas familias de la izquierda burguesa; se niega la gravedad del conflicto con tanto más vigor verbal cuanto con mayor violencia estalla éste, en realidad. Hasta una fecha reciente, probablemente hasta la Segunda Guerra Mundial, los intelectuales de izquierda raramente han interpretado el marxismo de manera literal, ni admitido una oposición radical entre el proletariado y todos los defensores del pasado, incluso los demócratas burgueses.

La filosofía a que espontáneamente suscribían era la de Jaurés, que combinaba elementos marxistas con una metafísica idealista y una preferencia por las reformas. El partido comunista progresó más rápidamente en las fases de frente popular o de resistencia patriótica que en las de táctica de “clase contra clase. Muchos de quienes le otorgan sus sufragios se obstinan en ver en él al heredero del movimiento de las Luces, al partido que retoma, con mayor éxito, la tarea emprendida por las otras fracciones de la izquierda.

 

Toma de una barricada el 24 de junio de 1848. / Bibliothèque Nationale de France.

 

Ahora bien, la historia social de ningún otro país de Europa contiene episodios tan trágicos como las jornadas de junio de 1848 o la Comuna. Socialistas y radicales triunfaron juntos en las elecciones de 1924 y 1936, pero fueron incapaces de gobernar juntos. El día en que el partido socialista se integró definitivamente en las coaliciones gubernamentales, los comunistas se transformaron en el principal partido obrero.

 

El día en que el partido socialista se integró definitivamente en las coaliciones gubernamentales, los comunistas se transformaron en el principal partido obrero

 

Los períodos del bloque de las izquierdas, la alianza entre laicos y socialistas, en oportunidad del proceso Dreyfus y de las leyes de separación de la Iglesia y el Estado —crisis que marcaron decisivamente el pensamiento de Alain— son menos característicos de Francia que el cisma entre burguesía y clase obrera que revelan las explosiones de 1848, de 1871, de 1936, de 1945. La unidad de la izquierda es menos el reflejo que el disfraz de la realidad francesa.

Por haber sido incapaz de alcanzar sus objetivos sin veinticinco años de conmociones, el partido del movimiento ha inventado con posterioridad la lucha de dos principios: el bien y el mal, el porvenir y el pasado. Por no haber logrado integrar la clase obrera en la nación, la intelectualidad burguesa ha soñado con una izquierda que englobara a los representantes del Tercer y Cuarto Estado.

 

El partido del movimiento ha inventado con posterioridad la lucha de dos principios: el bien y el mal, el porvenir y el pasado

 

Esta izquierda no era del todo mítica. Ante el elector, formaba a veces bloque. Pero, así como los revolucionarios en 1789 sólo estuvieron unidos retrospectivamente, cuando la Restauración arrojó a la oposición a girondinos, jacobinos y bonapartistas, así radicales y socialistas sólo se han puesto en realidad de acuerdo contra un enemigo imponderable, la reacción, y en las batallas, ya anacrónicas cuando se libraron, del laicismo.

 

Radicales y Socialistas sólo se han puesto en realidad de acuerdo contra un enemigo imponderable, la reacción, y en las batallas, ya anacrónicas cuando se libraron, del laicismo

 

Jean Jaurès

DISOCIACIÓN DE LOS VALORES

En la actualidad, sobre todo después de la gran crisis de 1930, la idea predominante en la izquierda, la que los estudiantes de África o Asia, llegados para instruirse a las universidades de Europa o de los Estados Unidos, han llevado devuelta consigo, acusa la huella de un marxismo, por otra parte poco doctrinario.

La izquierda se presenta como anticapitalista y combina, en una síntesis confusa, la propiedad pública de los instrumentos de producción, la hostilidad a las concentraciones de poder económico, llamadas confianza, la desconfianza respecto a los mecanismos del mercado. Mantenerse a la izquierda —keepleft— sobre la vía única, es ir, por las nacionalizaciones y los controles, hacia la igualdad de ingresos.

 

La izquierda se presenta como anticapitalista y combina, en una síntesis confusa, la propiedad pública de los instrumentos de producción, la hostilidad a las concentraciones de poder económico, llamadas confianza, la desconfianza respecto a los mecanismos del mercado

 

En Gran Bretaña, la expresión ha adquirido cierta popularidad en el curso de estos últimos veinte años. Quizás el marxismo, que acarreaba consigo el anticapitalismo, sugería la visión histórica de una izquierda que, encamando el porvenir, tomaría a su cargo el relevo del capitalismo. Tal vez la llegada al poder del Partido Laborista, en 1945, expresó el resentimiento acumulado, en una fracción de los no privilegiados, contra la clase dirigente, la coincidencia entre la voluntad de reformas sociales y la rebelión contra una minoría gobernante crea la situación en que nace y prospera el mito de la izquierda.

 

 

En el continente, la experiencia decisiva del siglo es evidentemente el doble cisma, en el interior de la derecha y en el interior de la izquierda, creada por el fascismo o el nacionalsocialismo y por el comunismo. En el resto del mundo la experiencia decisiva es la disociación de los valores políticos y los valores sociales de la izquierda. La apariencia de caos ideológico proviene del encuentro y de la confusión entre el cisma propiamente europeo y la disociación de los valores europeos, en las sociedades exteriores a la civilización occidental.

 

La apariencia de caos ideológico proviene del encuentro y de la confusión entre el cisma propiamente europeo y la disociación de los valores europeos, en las sociedades exteriores a la civilización occidental

 

 

No sin peligro se aplican los términos tomados del vocabulario político de Occidente a los conflictos interiores de las naciones que pertenecen a otras esferas de civilización, incluso y sobre todo cuando los partidos en lucha se ingenian en invocar ideologías occidentales, las ideologías son susceptibles de adquirir, en un cuadro diferente, un significado opuesto a un significado original. Iguales instituciones parlamentarias ejercen una función de movimiento o de conservación, según la clase social que las instaure o dirija.

 

Las ideologías son susceptibles de adquirir, en un cuadro diferente, un significado opuesto a un significado original.

Iguales instituciones parlamentarias ejercen una función de movimiento o de conservación, según la clase social que las instaure o dirija.

 

Caricatura política de la época: un hombre con gorro frigio patea a Luis Felipe I.

 

Cuando oficiales honestos, provenientes de la pequeña burguesía, disuelven un parlamento, manipulado por los bajos, y aceleran la valorización de los recursos nacionales, ¿dónde se sitúa la izquierda, dónde la derecha? Los oficiales que suspenden las garantías constitucionales (en otros términos, la dictadura del sable) no podrían ser llamados la izquierda. Pero los plutócratas que se servían antes de las instituciones electorales o representantes para mantener sus privilegios, tampoco merecían ese epíteto glorioso.

En los países de América del Sur o de Europa Oriental, se ha producido más de una vez la misma combinación de medios autoritarios y objetivos socialmente progresistas. A imitación de Europa, se han creado parlamentos e introducido el derecho de sufragio, pero las masas eran iletradas y las clases medias débiles: las instituciones liberales han sido inevitablemente monopolizadas por los “feudales” o los “plutócratas”, los grandes propietarios y sus aliados en el Estado.

 

A imitación de Europa, se han creado parlamentos e introducido el derecho de sufragio, pero las masas eran iletradas y las clases medias débiles: las instituciones liberales han sido inevitablemente monopolizadas por los “feudales” o los “plutócratas”, los grandes propietarios y sus aliados en el Estado

 

De la dictadura de Perón, sostenida por los descamisados y despreciada por la gran burguesía ligada a sus privilegios y al Parlamento por ella creado y defendido, ¿se dirá que es de derecha o de izquierda? Valores políticos y valores sociales y económicos de la izquierda, que han marcado las etapas sucesivas del desarrollo y están en vías de conciliarse finalmente en Europa, en otros lugares permanecen radicalmente disociados.

 

 

Valores políticos y valores sociales y económicos de la izquierda, que han marcado las etapas sucesivas del desarrollo y están en vías de conciliarse finalmente en Europa, en otros lugares permanecen radicalmente disociados.

Esta disociación ha sido, por otra parte, ignorada por los teóricos de la política.

 

Esta disociación ha sido, por otra parte, ignorada por los teóricos de la política. Los autores griegos describieron las dos situaciones típicas en que surgen movimientos autoritarios que no sabríamos atribuir ni a la derecha aristocrática ni a la izquierda liberal: la “tiranía antigua”, contemporánea de la transición entre las sociedades patriarcales y las sociedades urbanas y artesanales; la “tiranía moderna”, que nace de las luchas de facciones en el interior de las democracias; la primera es con mayor frecuencia militar, la segunda civil.

Aquélla se apoya en una fracción por lo menos de las clases en ascenso, la pequeña burguesía de las ciudades, y evita las instituciones que las grandes familias dominaban y manejaban en provecho propio. Esta, en las ciudades antiguas, se reunía en una coalición inestable a los “ricos inquietos por la amenaza de las leyes expoliadoras” y los ciudadanos más pobres, a quienes el régimen de las clases medias dejaba desprovistos, presa de los acreedores.

 

La TIRANÍA ANTIGUA se apoya en una fracción por lo menos de las clases en ascenso, la pequeña burguesía de las ciudades, y evita las instituciones que las grandes familias dominaban y manejaban en provecho propio.

La TIRANÍA MODERNA, se apoya en las ciudades antiguas, se reunía en una coalición inestable a los “ricos inquietos por la amenaza de las leyes expoliadoras” y los ciudadanos más pobres, a quienes el régimen de las clases medias dejaba desprovistos, presa de los acreedores.

 

En las sociedades industriales del siglo XX, una coalición semejante reúne a los grandes capitalistas, aterrorizados por el socialismo invasor, los grupos intermedios que se creen víctimas de los plutócratas y del proletariado protegidos por los sindicatos, los elementos más pobres de los trabajadores (obreros agrícolas o desocupados) y, finalmente, los nacionalistas y activistas de todas las clases sociales, exasperados por la lentitud de la acción parlamentaria.

La historia de Francia ofreció en el siglo pasado ejemplos de disociaciones semejantes. Napoleón consagró las conquistas sociales de la Revolución, pero sustituyó una monarquía, debilitada y tolerante, por una autoridad personal, tan despótica como eficaz. No había mayor incompatibilidad entre Código Civil y dictadura, en el siglo de la burguesía, que entre planos quinquenales y tiranía, en el siglo del socialismo.

 

No había mayor incompatibilidad entre Código Civil y dictadura, en el siglo de la burguesía, que entre planos quinquenales y tiranía, en el siglo del socialismo

 

Para prestar a los conflictos de la vieja Europa una especie de pureza ideológica, se ha querido interpretar las “revoluciones fascistas” como formas extremas de la reacción. Se ha negado, contra la evidencia, que los demagogos pardos fueron tan mortales enemigos de la burguesía liberal o de la aristocracia como de la socialdemocracia.

Las revoluciones de derecha, se han mantenido con obstinación, dejan en el poder a la misma clase capitalista y se limitan a sustituir por el despotismo policial los medios más sutiles de las democracia parlamentaria. Cualquiera sea el papel que haya desempeñado el “gran capital” en el advenimiento de los fascismos, la significación histórica de las «revoluciones nacionales» resulta falseada cuando se las reduce a una modalidad apenas original de la reacción o a la superestructura estatal del capitalismo monopolista.

 

Cualquiera sea el papel que haya desempeñado el “gran capital” en el advenimiento de los fascismos, la significación histórica de las «revoluciones nacionales» resulta falseada cuando se las reduce a una modalidad apenas original de la reacción o a la superestructura estatal del capitalismo monopolista

 

Por cierto que si se considera al bolchevismo en un extremo y en otro al franquismo, no se dudará en llamar a éste derecha ya aquel izquierda: el primero sustituyó al absolutismo tradicional, liquidó la antigua clase dirigente, generalizó la propiedad colectiva de los instrumentos de producción, fue llevada al poder por obreros, campesinos y soldados, hambrientos de paz, de pan y de posesión del suelo.

 

Si se considera al bolchevismo en un extremo y en otro al franquismo, no se dudará en llamar a éste derecha ya aquel izquierda.

Aquél invoca la ideología de izquierda, racionalismo, progreso, libertad; ésta la ideología contrarrevolucionaria, familia, religión autoridad.

 

El segundo reemplazó a un régimen parlamentario, fue financiado y sostenido por los privilegiados (grandes propietarios, industriales, Iglesia, ejército), obtuvo la victoria en los campos de batalla de la guerra civil gracias a las tropas marroquíes, a la participación de los carlistas, gracias en fin a intervención alemana o italiana. Aquél invoca la ideología de izquierda, racionalismo, progreso, libertad; ésta la ideología contrarrevolucionaria, familia, religión autoridad.

 

 

La antítesis está lejos de ser igualmente neta en todos los casos. El nacionalsocialismo movilizó masas no menos desdichadas que las que acudieron al llamado de los partidos socialistas o comunistas. Hitler recibió el dinero de los banqueros y de los industriales; muchos jefes del ejército vieron en él al único hombre capaz de devolver su grandeza a Alemania, pero millones de hombres han confiado en el Führer porque ya no creían en las elecciones, los partidos, el Parlamento.

En un capitalismo avanzado, la violencia de la crisis, combinada con las consecuencias morales de una guerra perdida, reconstituyó una situación análoga a la de una industrialización primaria: contraste entre la aparente impotencia del Parlamento y el marasmo económico; disponibilidad para la rebelión de los campesinos endeudados y los obreros parados; millones de intelectuales sin empleo que detestaban a liberales, plutócratas y socialdemócratas, beneficiarios todos, a sus ojos, del statu quo.

La fuerza de atracción de los partidos que se presentan como totalitarios, se afirma o amenaza afirmarse cada vez que una coyuntura grave deja aparecer una desproporción entre la capacidad de los regímenes representativos y las necesidades de gobierno de las sociedades industriales de masas. La tentación de sacrificar las libertades políticas a la energía en la acción no ha muerto con Hitler ni con Mussolini.

 

La fuerza de atracción de los partidos que se presentan como totalitarios, se afirma o amenaza afirmarse cada vez que una coyuntura grave deja aparecer una desproporción entre la capacidad de los regímenes representativos y las necesidades de gobierno de las sociedades industriales de masas

 

El nacionalsocialismo se hizo cada vez menos conservador a medida que su reino se prolongaba. Los jefes del ejército, los descendientes de las grandes familias, fueron colgados de ganchos de carnicero, junto con los líderes de la socialdemocracia. La dirección de la economía ganaba gradualmente, el partido se esforzaba por modelar Alemania y, si hubiera podido, a Europa entera, conforme a su ideología.

Por la confusión entre partido y Estado, por la puesta en línea de las organizaciones independientes por la transformación de una doctrina partidaria en una ortodoxia nacional, por la violencia de los procedimientos y el poder desmesurado de la policía, el régimen hitleriano ¿no se parece más al bolchevique, que a los ensueños de los contrarrevolucionarios? ¿No se reúnen derecha e izquierda, o seudoderecha fascista y seudoizquierda comunista, en el totalitarismo?

Puede responderse que el totalitarismo hitleriano es de derecha, el totalitarismo estalinista de izquierda, so pretexto de que uno toma sus ideas del romanticismo contrarrevolucionario y el otro del racionalismo revolucionario, que uno se considera esencialmente particular, nacional o racial, y el otro universal, a partir de una clase elegida por la historia.

Pero el totalitarismo que se pretende de izquierda exalta, treinta y cinco años después de la Revolución, a la nación gran-rusia, denunció el cosmopolitismo y mantiene los rigores de la policía y de la ortodoxia; en otras palabras, continúa negando los valores liberales y personales que el movimiento de la ilustración trataba de promover contra el arbitraje de los poderes y el oscurantismo de la Iglesia.

 

Más válida parecería ser la argumentación que imputa la ortodoxia de Estado y el terror al paroxismo revolucionario y a las necesidades de la industrialización.

 

Franco bajo palio. Origen de la imagen incierto.

 

Más válida parecería ser la argumentación que imputa la ortodoxia de Estado y el terror al paroxismo revolucionario y a las necesidades de la industrialización. Los bolcheviques son jacobinos victoriosos que, a favor de las circunstancias, han ampliado el espacio sometido a su voluntad. Como Rusia y los países ganados a la nueva Fe estaban económicamente retrasados ​​respecto a Occidente, la secta, convencida de encamar la causa del Progreso, debe inaugurar su reino imponiendo a los pueblos privaciones y esfuerzos.

 

Los bolcheviques son jacobinos victoriosos que, a favor de las circunstancias, han ampliado el espacio sometido a su voluntad

 

También E. Burke creía que el Estado jacobino se constituía de por sí una agresión contra los regímenes tradicionales, que la guerra entre estos últimos y la idea revolucionaria era inevitable, inexpiable. El agotamiento del ardor comunista, la elevación del nivel de vida ayudará mañana a superar el gran cisma. Se descubrirá, últimamente, que los métodos diferían más que el fin.

Retrospectivamente, se ha reconocido que la izquierda, alzada contra el Antiguo Régimen, pretendía objetos múltiples que no eran contradictorios, ni solidarios. Por medio de la Revolución, Francia realizó la igualdad social, en el papel y en los textos legales, antes que los otros países de Europa. Pero el hundimiento de la monarquía, la eliminación del papel político de las órdenes privilegiadas prolongaron, durante un siglo, la inestabilidad de todos los regímenes franceses.

Ni las libertades personales, ni el carácter constitucional de la autoridad han sido en Francia tan constantemente respetados, entre 1789 y 1880, como en Inglaterra. El partido de los liberales, más preocupado por el hábeas corpus, los jurados, la libertad de prensa, las instituciones representantes, que por la forma monárquica o republicana del Estado, nunca representaron más que una minoría impotente.

Gran Bretaña introdujo el sufragio universal sólo a fines del siglo, pero no conoció el equivalente de los cesarismos plebiscitarios; los ciudadanos no tuvieron que temer arrestos arbitrarios, ni los diarios censura o embargo.

¿No se está desarrollando ante nuestros ojos, se dirá, un fenómeno equivalente? ¿No se interpreta falsamente un conflicto de métodos, como un conflicto de principios? El desarrollo de la sociedad industrial y la integración de las masas son hechos universales. Control, si no gestión estatal de la producción, participación de los sindicatos profesionales en la vida pública, protección legal a los trabajadores, constituyen el programa mínimo del socialismo en nuestra época.

 

El desarrollo de la sociedad industrial y la integración de las masas son hechos universales. Control, si no gestión estatal de la producción, participación de los sindicatos profesionales en la vida pública, protección legal a los trabajadores, constituyen el programa mínimo del socialismo en nuestra época

 

 

Allí donde el desarrollo económico ha alcanzado un nivel suficientemente elevado, donde la idea y la práctica democráticas están profundamente arraigadas, el método del laborismo permite cumplir la integración de las masas sin sacrificar la libertad. En cambio, allí donde, como en Rusia, el desarrollo económico estaba retrasado y donde el Estado, todavía en el estadio del absolutismo, era inepto para las tareas del siglo, el equipo revolucionario, una vez llegado al poder, ha debido apresurar la industrialización y obligar al pueblo, por la violencia, a los sacrificios y a la disciplina simultáneamente indispensables.

 

En cambio, allí donde, como en Rusia, el desarrollo económico estaba retrasado y donde el Estado, todavía en el estadio del absolutismo, era inepto para las tareas del siglo, el equipo revolucionario, una vez llegado al poder, ha debido apresurar la industrialización y obligar al pueblo, por la violencia, a los sacrificios y a la disciplina simultáneamente indispensables

 

El régimen soviético lleva la marca de la mentalidad de los jacobinos y de la impaciencia de los planificadores. Se aproximará al socialismo democrático a medida que progresen el escepticismo ideológico y el aburguesamiento.

Aun cuando se aceptara esta perspectiva relativamente optimista, la reconciliación entre la izquierda comunista y la izquierda socialista quedaría remitida a un porvenir indeterminado. ¿Cuándo dejarán los comunistas de creer en la universalidad de su vocación? ¿Cuándo permitirá la expansión de las fuerzas productivas el relajamiento del vigor político e ideológico?

La pobreza aflige a tantos cientos de millones de seres humanos que una doctrina que promete la abundancia necesitará, durante siglos todavía, del monopolio de la publicidad, para cubrir el intervalo entre el mito y la realidad.

En fin, la reconciliación entre las libertades políticas y la planificación de la economía, es difícil que la reconciliación, al cabo de un siglo cumplido, entre conquistas sociales y objetivos políticos de la Revolución Francesa. El Estado parlamentario concordaba, teórica y prácticamente, con la sociedad burguesa: ¿comporta una sociedad de economía planificada un Estado distinto del autoritario?

¿Acarrea la izquierda, dialécticamente, con sus progresos, una opresión peor que aquella contra la que se había levantado?

 

¿Acarrea la izquierda, dialécticamente, con sus progresos, una opresión peor que aquella contra la que se había levantado?

 

DIALÉCTICA DE LOS REGÍMENES

 

La izquierda se forma en una oposición definida por ideas. Denunció un orden social imperfecto como toda la realidad humana. Pero, una vez victoriosa la izquierda y responsable a su turno por la sociedad existente, la derecha, transformada en oposición o contrarrevolución, ha conseguido sin esfuerzo demostrar que la izquierda no representaba la libertad contra el Poder o el pueblo contra los privilegiados, sino un Poder contra otro, una clase privilegiada contra otra.

Para captar el reverso o el costo de una revolución triunfante, basta con escuchar la polémica de los portavoces del régimen de ayer, transfigurado en el recuerdo o rehabilitado por el espectáculo de las desigualdades presentes: la de los conservadores a comienzos del siglo XIX, la de los capitalistas liberales de hoy.

Las relaciones sociales, elaboradas en el curso de los siglos, concluyen, las más de las veces, por humanizarse. La desigualdad de estatuto entre los miembros de los diversos estados no excluye una especie de reconocimiento recíproco. Este deja lugar a intercambios auténticos.

Retrospectivamente, se canta la belleza de los lazos personales, se exaltan las virtudes de la fidelidad y la lealtad, oponiéndolas a la frialdad de las relaciones entre individuos, teóricamente iguales, los vandeanos combatían por su universo, no por sus cadenas. A medida que nos alejamos del acontecimiento, se acentúa con complacencia el contraste entre la felicidad de los súbditos de antaño y los sufrimientos de los ciudadanos de hoy.

 

La polémica contrarrevolucionaria compara al Estado posrevolucionario con el Estado monárquico, al individuo, abandonado sin protección al arbitraje de los ricos y del Poder, con los franceses de los campos y ciudades, que el Antiguo Régimen unía en comunidades a la medida del hombre

 

La polémica contrarrevolucionaria compara al Estado posrevolucionario con el Estado monárquico, al individuo, abandonado sin protección al arbitraje de los ricos y del Poder, con los franceses de los campos y ciudades, que el Antiguo Régimen unía en comunidades a la medida del hombre. Es bien patentado que el Estado del Comité de Salud pública, de Bonaparte o de Napoleón, acumulaba más tareas, era capaz de exigir más de la nación que el Estado de Luis XVI. Nunca hubiera pensado un soberano legítimo del siglo XVIII en la leva en masa.

 

 

La supresión de las desigualdades personales trae consigo a la vez la boleta de voto y la inscripción, y el servicio militar fue universal mucho antes que el derecho de sufragio. El revolucionario insiste en la supresión del absolutismo, la participación de los representantes del pueblo en la redacción de las leyes, la substitución de lo arbitrario por la Constitución, con la elección indirecta, a término, del mismo Ejecutivo.

El contrarrevolucionario recuerda que el Poder, antaño absoluto en principio, estaba, de hecho, limitado por las costumbres, por los privilegios de tantos cuerpos intermediarios, por las leyes no escritas. La Gran Revolución (y probablemente ocurra así con todas las revoluciones) ha renovado al Estado en idea, pero también lo ha rejuvenecido de hecho.

Los socialistas hacen suya una parte de la argumentación contrarrevolucionaria. Al eliminar las diversidades de estatutos personales, sólo se dejó subsistir entre los hombres la distinción del dinero. La nobleza ha perdido posiciones políticas, prestigio y, en amplia medida, los fundamentos económicos de su categoría social, la propiedad raíz. Pero, con el pretexto de igualdad, la burguesía monopolizó la fortuna y el Estado. Una minoría privilegiada reemplazó a otra. ¿Qué beneficio obtuvo el pueblo?

 

Con el pretexto de igualdad, la burguesía monopolizó la fortuna y el Estado. Una minoría privilegiada reemplazó a otra. ¿Qué beneficio obtuvo el pueblo?

Aún más, los socialistas tienen tendencia a concordar con los contrarrevolucionarios en la crítica del individualismo

 

Aún más, los socialistas tienen tendencia a concordar con los contrarrevolucionarios en la crítica del individualismo. También se describe con horror la selva en que ahora viven los individuos, perdidos en medio de millones de otros individuos, en batalla unos contra otros, todos igualmente sometidos a los azares del mercado, a los sobresaltos imprevisibles de la coyuntura.

 

 

La consigna “organización” sustituye o se agrega a la consigna liberación, organización consciente por la colectividad de la vida económica, para sustraer a los débiles del dominio de los fuertes, a los pobres del egoísmo de los ricos, a la propia economía de la anarquía. Pero la misma dialéctica que marcó el paso de la antigua Francia a la sociedad burguesa, se reproduce, agravada, en el paso del capitalismo al socialismo.

 

La consigna “organización” sustituye o se agrega a la consigna liberación, organización consciente por la colectividad de la vida económica, para sustraer a los débiles del dominio de los fuertes, a los pobres del egoísmo de los ricos, a la propia economía de la anarquía

 

La denuncia de los trusts, de las grandes concentraciones de medios de producción en manos de personas privadas, es uno de los temas favoritos de la izquierda. Esta invoca al pueblo y vitupera a los tiranos. Los hombres de los trusts ofrecen la imagen moderna del señor que oprime a los simples mortales y burla el interés público. La solución aplicada por los partidos de izquierda no ha consistido en disolver los fideicomisos, sino en transferir al Estado el control de ciertas ramas de la industria o de ciertas empresas desmesuradas.

 

La solución aplicada por los partidos de izquierda no ha consistido en disolver los fideicomisos, sino en transferir al Estado el control de ciertas ramas de la industria o de ciertas empresas desmesuradas

 

Abandonemos la objeción clásica: la nacionalización no suprime, sino que a menudo acentúa los inconvenientes económicos del gigantismo. La jerarquía técnico-burocrática, en que se integra a los trabajadores, no se modifica por un cambio aportado al estatuto de propiedad. El director de las Fábricas Nacionales Renault, el de los Yacimientos de Carbón Franceses, no son menos capaces de señalar a los gobernantes decisiones favorables a su empresa.

 

La jerarquía técnico-burocrática, en que se integra a los trabajadores, no se modifica por un cambio aportado al estatuto de propiedad

 

 

Los medios de acción que pierden los dirigentes de los trusts, pasan a los dueños del Estado

 

La nacionalización elimina, es verdad, la influencia política cuyo ejercicio en la sombra se reprochaba a los magnates de la industria y que han ejercido a veces. Los medios de acción que pierden los dirigentes de los trusts, pasan a los dueños del Estado. Las responsabilidades de estos tienden a crecer a medida que disminuyen las de los detentadores de los medios de producción. Cuando el Estado permanece democrático se arriesga a ser, a la vez, extenso y débil. Cuando un equipo se apodera del Estado, reconstituye y acaba en su provecho la combinación entre fuerza económica y fuerza política que la izquierda reprochaba a los trusts.

 

Cuando el Estado permanece democrático se arriesga a ser, a la vez, extenso y débil.

Cuando un equipo se apodera del Estado, reconstituye y acaba en su provecho la combinación entre fuerza económica y fuerza política que la izquierda reprochaba a los trusts

 

El aparato moderno de la producción implica una jerarquía, que llamaremos técnico-burocrática. En el escalón superior reside el organizador o el gerente, antes que el ingeniero o el técnico propiamente dicho. Las nacionalizaciones, tal como se han practicado tanto en Francia como en Gran Bretaña y Rusia, no protegen al trabajador contra sus jueces, ni al consumidor contra el trust; eliminan a los accionistas, a los miembros de los consejos de administración, a los financieros, a quienes tenían una participación más teórica que real en la propiedad o que, por el manipuleo de los títulos, llegaban a influir en el destino de las empresas.

No intentamos establecer aquí el equilibrio, con ventajas e inconvenientes, de tales nacionalizaciones: nos limitamos a comprobar que, en este caso, las reformas de la izquierda concluyen por modificar la repartición del poder entre los privilegiados, no elevan al pobre ni al débil, no disminuyan al rico ni al fuerte.

La jerarquía técnico-burocrática, en las sociedades occidentales, se limita a un sector del aparato productivo. Subsisten una multiplicidad de empresas, de magnitud pequeña o mediana; la agricultura conserva varios estatutos (campesino explotador, granjero, aparcero); el sistema de distribución yuxtapone gigantes y enanos: los grandes almacenes y el lechero de la esquina.

 

 

La estructura de las sociedades occidentales es compleja: descendientes de la aristocracia precapitalista, familias ricas desde varias generaciones atrás, empresarios privados, campesinos propietarios, mantiene una rica variedad de relaciones sociales y de grupos independientes.

 

La estructura de las sociedades occidentales es compleja: descendientes de la aristocracia precapitalista, familias ricas desde varias generaciones atrás, empresarios privados, campesinos propietarios, mantiene una rica variedad de relaciones sociales y de grupos independientes

 

Millones de personas pueden vivir fuera del Estado. La generalización de la jerarquía técnico-burocrática significaría la liquidación de esta complejidad; ningún individuo estaría ya sometido a otro particular; como tal, todos quedarían sometidos al Estado.

 

La generalización de la jerarquía técnico-burocrática significaría la liquidación de esta complejidad; ningún individuo estaría ya sometido a otro particular; como tal, todos quedarían sometidos al Estado.

La izquierda se esfuerza por liberar al individuo de las servidumbres próximas; podría concluir por allanarlo a la servidumbre, lejana en derecho, omnipresente de hecho, de la administración pública.

 

La izquierda se esfuerza por liberar al individuo de las servidumbres próximas; podría concluir por allanarlo a la servidumbre, lejana en derecho, omnipresente de hecho, de la administración pública. Ahora bien, mientras la mayor superficie de la sociedad cubre el Estado, menos probabilidades tiene de ser democrático, es decir, objeto de competencia pacífica entre grupos relativamente autónomosEl día en que la sociedad entera sea comparable a la única empresa gigantesca, ¿no se hará irresistible, para los hombres de la cima, la tentación de sustraerse a la aprobación o desaprobación de las multitudes de abajo?

 

El día en que la sociedad entera sea comparable a la única empresa gigantesca, ¿no se hará irresistible, para los hombres de la cima, la tentación de sustraerse a la aprobación o desaprobación de las multitudes de abajo?

 

En la medida de esta evolución, las supervivencias de las relaciones tradicionales, de las comunidades locales, aparecen menos como un freno a la democracia que como un obstáculo a la absorción de los individuos por desmesuradas burocracias —monstruos inhumanos, surgidos de la civilización industrial.

 

Impunidad

 

Las jerarquías históricas, debilitadas y depuradas por el tiempo, parecen mantener menos las viejas iniquidades que elevan un obstáculo a las tendencias absolutistas del socialismo. 

Contra el despotismo anónimo del socialismo, el conservadurismo se transforma en aliado del liberalismo.

La experiencia soviética alienta este pesimismo, al que se inclinaban ya, en el siglo pasado, los espíritus lúcidos

 

En adelante, las jerarquías históricas, debilitadas y depuradas por el tiempo, parecen mantener menos las viejas iniquidades que elevan un obstáculo a las tendencias absolutistas del socialismo. Contra el despotismo anónimo de este último, el conservadurismo se transforma en aliado del liberalismo. Si llegaran a saltar los frenos heredados del pasado, nada se opondría ya al advenimiento del Estado total.

Así se sustituye, a la representación optimista de una historia donde la liberación marcará el resultado, la representación pesimista según la cual el totalitarismo, servidumbre de cuerpos y almas, fuera del término de un movimiento que comienza por la supresión de los estados y concluye por la de toda autonomía, de personas o de grupos. La experiencia soviética alienta este pesimismo, al que se inclinaban ya, en el siglo pasado, los espíritus lúcidos.

De Tocqueville había demostrado, con insuperable claridad, a qué conduciría el impulso irresistible de la democracia si las instituciones representativas se dejaran llevar por la impaciencia de las masas; si el sentido de la libertad, originalmente aristocrático, llegara a debilitarse. Historiadores como J. Burckhardt y Ernesto Renán habían temido los cesarismos de la época baja, antes que esperaban la reconciliación de los hombres entre sí.

 

 

No suscribiremos ni una ni otra visión. Las inevitables transformaciones de la técnica o de las estructuras económicas, la expansión del Estado, no implican liberación ni servidumbre. Pero toda liberación lleva en sí el peligro de una nueva forma de servidumbre. El mito de la izquierda crea la ilusión de que el movimiento histórico, orientado hacia un fin feliz, acumula las adquisiciones de cada generación. Las libertades reales, gracias al socialismo, se agregarían a las libertades formales, forjadas por la burguesía.

 

Toda liberación lleva en sí el peligro de una nueva forma de servidumbre. El mito de la izquierda crea la ilusión de que el movimiento histórico, orientado hacia un fin feliz, acumula las adquisiciones de cada generación

 

La historia, en verdad, es dialéctica… No en el sentido estricto que los comunistas dan hoy a esta palabra. Los regímenes no son contradictorios, no se pasa necesariamente de uno a otro por la ruptura y la violencia. Pero, en el interior de cada uno, otras son las amenazas suspendidas sobre los hombres y, por ello, instituciones iguales cambian de significado. Contra una plutocracia, se invoca el sufragio universal o el Estado; contra una tecnocracia invasora, se trata de salvar las autonomías locales o profesionales.

 

Contra una plutocracia, se invoca el sufragio universal o el Estado; contra una tecnocracia invasora, se trata de salvar las autonomías locales o profesionales

 

En un régimen dado, es cuestión de llegar a un compromiso razonable entre exigencias incompatibles en el límite. Admitamos, como hipótesis, el esfuerzo hada la igualdad de los ingresos. En el sistema capitalista, el fisco constituye uno de los instrumentos para reducir la diferencia entre ricos y pobres. Este instrumento no está desprovisto de eficacia, una condición de que el impuesto directo se reparta y perciba equitativamente y que el ingreso nacional por cabeza de la población sea suficientemente elevado.

 

 

Pero, a partir de un cierto punto, variable en cada país, la quita fiscal motiva disimulación y fraude, agota el ahorro espontáneo. Hay que aceptar una cierta medida de desigualdad, inseparable del principio mismo de la concurrencia. Debe admitirse que el impuesto sobre las sucesiones acelera la dispersión de las grandes fortunas, pero que no las destruya radicalmente. No hay progreso indefinido en la dirección de la igualdad de ingresos.

 

Hay que aceptar una cierta medida de desigualdad, inseparable del principio mismo de la concurrencia

 

Decepcionado por la resistencia de la realidad, ¿deseará el hombre de izquierda una economía enteramente planificada? Pero, en una sociedad tal, surgiría otra suerte de desigualdad. En teoría, los planificadores serían capaces de reducir la desigualdad de los ingresos en toda la medida que les pareciera conveniente: ¿qué medida habría de parecerles conforme al interés colectivo, a su propio interés?

Ni la experiencia ni la verosimilitud psicológica sugieren una respuesta favorable a la causa igualitaria. Los planificadores desplegarán el abanico de los salarios para incitar a cada cual al esfuerzo: no podría tomárseles esto a mal. La izquierda reclama la igualdad mientras está en la oposición y los capitalistas se encargan de la producción de las riquezas. Cuando llega el poder, debe conciliar, también ella, la necesidad de una producción máxima con la preocupación por la igualdad.

 

La izquierda reclama la igualdad mientras está en la oposición y los capitalistas se encargan de la producción de las riquezas.

Cuando llega el poder, debe conciliar, también ella, la necesidad de una producción máxima con la preocupación por la igualdad

 

En cuanto a los planificadores, probablemente no han de estimar en menos que sus antecesores capitalistas el precio de sus servicios A no mediar un aumento masivo en los recursos colectivos, que se sitúa más allá del horizonte histórico, cada tipo de régimen tolera, sólo una cierta dosis de igualdad económica.

 

 

 

Puede suprimirse un tipo de desigualdad, ligado a un cierto modo de funcionamiento de la economía, pero automáticamente se reconstruye otroEl límite en la igualación de ingresos está marcado por la inercia de la materia social, el egoísmo humano, y también por exigencias colectivas y morales, no menos legítimas que la protesta contra la desigualdad.

 

El límite en la igualación de ingresos está marcado por la inercia de la materia social, el egoísmo humano, y también por exigencias colectivas y morales, no menos legítimas que la protesta contra la desigualdad

 

Recompensar a los más activos, a los mejores dotados, es igualmente justo y probablemente necesario para el acrecentamiento de la producción. Una igualdad absoluta, en un país tal como Inglaterra, no aseguraría, que mantiene y enriquece la cultura, las condiciones de una existencia creadoraLas leyes sociales, que la izquierda aplaude y la opinión casi por entero aprueba, comportan, desde ya, un pasivo, y no podrían extenderse indefinidamente sin comprometer otros intereses igualmente legítimos.

 

Las leyes sociales, que la izquierda aplaude y la opinión casi por entero aprueba, comportan, desde ya, un pasivo, y no podrían extenderse indefinidamente sin comprometer otros intereses igualmente legítimos

 

Las bonificaciones familiares financiadas con una tasa sobre los salarios, como ocurre en Francia, favorecen a los padres de familia o a los viejos, a expensas de los jóvenes y de los solteros; en otras palabras, a gastos de los más productivos. ¿Debe preocuparse más la izquierda para evitar los sufrimientos que por acelerar el progreso económico?

En tal caso, los comunistas no pertenecerían a la izquierda. Pero, en una época a la que obsesionan las consideraciones referentes al nivel de vida, la izquierda no comunista debe preocuparse por el acrecentamiento del producto social tanto como se preocupaban antes los capitalistas. Este acrecentamiento a término no es menos conforme al bien de los individuos que al de la colectividad. Aun aquí, la materia social resiste a la voluntad de ideal, pero la contradicción se evidencia también entre las diferentes consignas: a cada cual según sus necesidades, y a cada cual según sus obras.

 

 

En Inglaterra, las subvenciones alimenticias, combinadas con los impuestos indirectos, conducían a una redistribución de los diversos gastos, en el interior de la familia. Según una estadística, citada por «El Economista«, del 1 de abril de 1950, las familias de 4 personas, con ingresos inferiores a 500 libras anuales, recibían 57 chelines promedio por semana y pagaban 67,8 a título de distintos impuestos y contribuciones a los servicios sociales. En particular, pagaban 31,4 de impuestos a las bebidas y al tabaco.

Llegada a ese punto, la política de las leyes sociales y fiscales amenaza con negarse a sí misma. La reducción de los gastos y de los impuestos de Estado podría tener, en 1955, un significado opuesto al que hubiera tenido en 1900. El “sentido único” en política es la gran ilusión; el monoideísmo es causa de desastres.

Los hombres de izquierda cometen el error de reclamar, para ciertos mecanismos, un presagio que, en justicia, pertenece sólo a las ideas: propiedad colectiva o método de ocupación plena deben ser juzgados por su eficacia, no por la inspiración moral de sus partidarios. Cometen el error de imaginar una continuidad ficticia, como si el porvenir siempre valiera más que el pasado, como si, teniendo siempre razón el partido del cambio contra los conservadores, podríamos considerar adquirida la herencia, y preocupamos exclusivamente por nuevas conquistas.

 

Los hombres de izquierda cometen el error de reclamar, para ciertos mecanismos, un presagio que, en justicia, pertenece sólo a las ideas: propiedad colectiva o método de ocupación plena deben ser juzgados por su eficacia, no por la inspiración moral de sus partidarios

 

Cualquiera sea el régimen, tradicional, burgués o socialista, ni la libertad del espíritu, ni la solidaridad humana están nunca aseguradas. La única izquierda, siempre fiel a sí misma, es la que invoca no la libertad o la igualdad, sino la fraternidad, es decir, el amor.

 

Cualquiera sea el régimen, tradicional, burgués o socialista, ni la libertad del espíritu, ni la solidaridad humana están nunca aseguradas. La única izquierda, siempre fiel a sí misma, es la que invoca no la libertad o la igualdad, sino la fraternidad, es decir, el amor

 

Karl Marx, Friedrich Engels, Pierre Joseph Proudhon y Mikhail Bakunin

 

PENSAMIENTO Y REALIDAD

En los países occidentales están presentes, en un grado u otro, los diversos sentidos de la oposición derecha-izquierda, que hemos separado según los requerimientos del análisis.

En todas las partes conserva la izquierda ciertos rasgos característicos de la lucha contra el Antiguo Régimen; en todas partes está señalada por la preocupación por las leyes sociales, la ocupación plena, la nacionalización de los medios de producción, en todas partes está comprometida por los rigores del totalitarismo estalinista, que la invoca y al que no se atreve a desautorizar por entero; en todas partes la lentitud de la acción parlamentaria y la impaciencia de las masas hacen surgir el riesgo de una disociación entre valores políticos y valores sociales.

Pero las diferencias son extremas entre los países donde estas significaciones se entrelazan inextricablemente y aquellos donde una significación preside los debates y la formación de los frentes. Gran Bretaña pertenece a la última categoría, Francia a la primera.

Gran Bretaña consiguió volver ridículo al fascismo sin esfuerzo. William Joyce fue acorralado por el curso de los acontecimientos en la alternativa de reincorporarse o traicionar (eligió la traición). Los dirigentes de los sindicatos están convencidos de que pertenecen a la comunidad nacional y pueden mejorar la condición obrera, sin renegar de la tradición ni romper la continuidad de la vida constitucional.

 

Los dirigentes de los sindicatos en Inglaterra están convencidos de que pertenecen a la comunidad nacional y pueden mejorar la condición obrera, sin renegar de la tradición ni romper la continuidad de la vida constitucional

 

William Brooke Joyce (24 de abril de 1906 – 3 de enero de 1946), apodado Lord Haw-Haw , fue un locutor de propaganda fascista y nazi nacido en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial

 

En cuanto al partido comunista, incapaz de obtener la elección de un solo diputado, detenida, por su organización celular o por infiltración, algunas posiciones importantes en los sindicatos, cuenta con adherentes o simpatizantes de nota entre los intelectuales, pero no desempeña un papel serio en la política ni en la prensa. Los semanarios “izquierdistas” son influyentes; acuerdan con generosidad a los demás -continentales o asiáticos- los beneficios del Frente popular o de la sovietización. No pensarían en reclamarlos para la vieja Inglaterra.

En ausencia de un partido fascista o de un partido comunista, las discusiones de ideas se refieren a los conflictos actuales: en el plano social, entre la aspiración igualitaria y la jerarquía social, heredada del pasado; en el orden económico, entre la tendencia colectiva (propiedad colectiva, ocupación plena, control) y la preferencia por los mecanismos del mercado.

Por un lado, igualitarismo contra conservadurismo; por otro, socialismo contra liberalismo. El partido conservador desea detener la redistribución de los ingresos en el punto en que está; el partido laborista, al menos los intelectuales neofabianos, desearía llevarla más lejos. El partido conservador ha desmantelado el aparato de control que el laborismo había recogido del período de guerra; el partido laborista se pregunta si, en caso de volver al poder, lo reconstituiría parcialmente.

La situación aparecería más clara si hubiera tres partidos en lugar de dos. El liberalismo de los tories se presta a discusión. Entre los hombres que pertenecen a la izquierda moderada (a lo que llamaríamos así en Francia), hombres de razón y de reformas, muchos evitan dar sus votos a los socialistas, propensos al estatismo. El espíritu de la izquierda no conformista, que no se confunde con el de la izquierda socialista, permanece sin representación.

La desaparición del partido liberal como fuerza política se debe, por una parte, a circunstancias históricas (la crisis Lloyd George después de la Primera Guerra), y al régimen electoral que elimina despiadadamente al tercer partido. Pero tiene también una significación histórica.

 

El liberalismo esencial —el respeto de las libertades personales y de los métodos pacíficos de gobierno— no es ya monopolio de un partido, sino que ha llegado a ser patrimonio de todos

 

El liberalismo esencial —el respeto de las libertades personales y de los métodos pacíficos de gobierno— no es ya monopolio de un partido, sino que ha llegado a ser patrimonio de todos. Cuando ya no se cuestiona el derecho a la herejía religiosa o al disentimiento político, el no conformismo ha agotado, por así decirlo, su función, pues ha ganado la partida.

La inspiración moral de la izquierda inglesa, nacida de un cristianismo secularizado, tiene en adelante por objeto y expresión las reformas sociales cuya iniciativa o responsabilidad ha tomado el partido laborista. En cierto sentido, la izquierda del siglo XIX ha obtenido una victoria demasiado completa: ya el liberalismo no le pertenece como propio. En otro sentido, fue superada por los acontecimientos: el partido obrero aparece hoy como intérprete de las reivindicaciones de los no privilegiados.

 

Clement Atllee (Primer Ministro Laborista) con el derrotado Winston Churchill (1945)

 

Los laboristas obtuvieron, en 1945, una victoria cuya amplitud les sorprendió. Durante cinco años tuvieron libertad de legislar a su gusto y usaron largamente de ese derecho. La Inglaterra de 1950 difiere sin duda profundamente de la de 1900 ó 1850. La desigualdad de los ingresos, más marcada hace medio siglo que en ningún otro país de Occidente, lo es hoy menos que en el continente. La patria de la iniciativa privada ofrece en adelante el modelo casi acabado de la legislación social

De introducirse en Francia los servicios sanitarios gratuitos, se hubiera visto en ellos la prueba del espíritu teórico y de sistema. Un sector de la industria está nacionalizado; los mercados agrícolas, organizados. Pero, cualesquiera sean los méritos de la obra cumplida, Inglaterra es reconocible. Las condiciones de vida y de trabajo del proletariado han sido mejoradas, no principalmente cambiadas.

 

Un sector de la industria está nacionalizado; los mercados agrícolas, organizados.

Pero, cualesquiera sean los méritos de la obra cumplida, Inglaterra es reconocible.

Las condiciones de vida y de trabajo del proletariado han sido mejoradas, no principalmente cambiadas

 

La diplomacia laborista, feliz en la India, desdichada en el Cercano Oriente, no es de naturaleza diferente a la de un gobierno conservador. ¿Era nada más que eso, el socialismo?

De los dos lados, se interrogan. Del laborista, sobre todo entre los intelectuales, se preguntan qué hacer. Del lado conservador, se ha recobrado confianza y no se duda de que la vieja Inglaterra haya asimilado, como en el siglo anterior, lo esencial de las revoluciones continentales, sin derramar sangre, sin sacrificar la experiencia de siglos.

Los Nuevos Ensayos Fabianos (1952), revelan el deseo de luchar en adelante más contra la riqueza, como tal, que contra la pobreza. Se pretende eliminar las concentraciones de fortuna que permiten a un individuo vivir sin trabajar. Se quiere ampliar el sector público, de manera de hacer posible el estrechamiento del abanico de los salarios.

 

 

En tanto que el sector privado cubre la mayor parte de la economía, fija el nivel de los sueldos superiores. El Estado perdería sus mejores servidores sí acordara a los dirigentes de las empresas nacionalizadas sueldos sensiblemente inferiores a los de las grandes empresas privadas. Si se terminara de arruinar a la antigua clase dirigente, el carácter aristocrático que ha conservado la sociedad inglesa se atenuaría.

 

El Estado perdería sus mejores servidores sí acordara a los dirigentes de las empresas nacionalizadas sueldos sensiblemente inferiores a los de las grandes empresas privadas

 

Estos tipos de investigación pertenecen al desarrollo normal de una doctrina. Al haber realizado la mayor parte de su programa, los laboristas se preguntan si la fase actual debe ser de consolidación o de nuevo avance. Los moderados no están lejos, sin decirlo abiertamente, de aceptar la tesis de la consolidación y de reunirse con los conservadores ilustrados que plantean, también, cuestiones económicas de alcance histórico.

¿Cómo evitar la inflación cuando, en período de ocupación plena, los sindicatos negocian libremente con los permisos? ¿Cómo mantener la flexibilidad de la economía, la iniciativa de los empresarios? ¿Cómo limitar o reducir las cargas fiscales? ¿Dónde encontrar los capitales destinados a invertirse en empresas no aseguradas del futuro? Brevemente, ¿cómo logra, una sociedad libre asimilarse una cierta dosis de socialismo, garantizar la seguridad de todos, sin impedir el ascenso de los mejores dotados, ni disminuir la expansión de la colectividad entera?

No es imposible el diálogo entre aquellos a quienes engañan la insuficiencia de las reformas laboristas y los que temen su prolongación; entre quienes desean menos desigualdad y más propiedad colectiva y los que se preocupan por incitar al esfuerzo y recompensar el rendimiento; entre quienes confían en los “controles físicos” y quienes desean restaurar la función de los mecanismos del mercado.

La clase dirigente ha consentido, de buen grado, en sacrificar una parte de sus riquezas y su poder. Conserva un estilo aristocrático, pero continúa buscando un acuerdo con quienes encarnar la “ola del porvenir. La derecha apenas ama, posiblemente, a la nueva Inglaterra en que la izquierda se reconoce. Por prudencia o con entusiasmo, todo el mundo la acepta.

 

La derecha apenas ama, posiblemente, a la nueva Inglaterra en que la izquierda se reconoce. Por prudencia o con entusiasmo, todo el mundo la acepta

 

Cuando Winston Churchill, interpretando el Camino de Servidumbre al nivel de las reuniones públicas, aludió a la fatalidad de la Gestapo en una economía dirigida, no atemorizó a nadie, hizo reír a muchos de sus electores. Quizás se reconozca, de aquí a algunas decenas o centenares de años, una verdad profética a lo que hoy parece argumento electoral. El pensamiento político en Inglaterra es contemporáneo de la realidad. No podría decirse lo mismo del pensamiento político en Francia.

 

 

El caos ideológico, en la Francia actual, se origina en la confusión de los distintos sentidos que es susceptible de tomar la oposición derecha-izquierda, y esta misma confusión es ampliamente imputable a los hechos. Las estructuras preindustriales se han conservado mejor, en Francia, que en los países del tipo británico o escandinavo. El conflicto entre Antiguo Régimen y Revolución resulta aquí tan actual como entre liberalismo y laborismo. Pero el pensamiento se anticipa al porvenir y denuncia ya los riesgos de una civilización técnica, cuando los franceses están todavía lejos de haber recogido sus beneficios.

Los departamentos del Oeste siguen dominados por el conflicto entre el conservadurismo, ligado a la religión, y el partido del movimiento laico, racionalista y de tendencia igualitaria. La derecha es católica y no se separa de los privilegios; la izquierda está representada sobre todo por políticos profesionales, de la pequeña o mediana burguesía. Los socialistas parecen seguir los pasos de los radicales, como también los comunistas en algunas partes del Centro y Mediodía de Francia.

Otros departamentos ofrecen el equivalente francés de los países subdesarrollados. Al sur del Loira, ciertas regiones poco industrializadas, de agricultura anacrónica, han conservado una estructura individualista. Se vota allí con gusto por notables locales de la mediana burguesía. La Reunión de las Izquierdas Democráticas y los Independientes consigue allí numerosos electos; los comunistas también, ya sea debido a la tradición de izquierda o a la lentitud del desarrollo económico.

Los departamentos industriales, las grandes aglomeraciones urbanas, constituyen un tercer tipo. La Reunión del Pueblo Francés y los comunistas reclutaron allí, entre 1948 y 1951, los mayores efectivos; los socialistas resistían mal la competencia comunista; el MRP había perdido la mayor parte de los sufragios en beneficio del RPF o de los moderados.

 

Imagen de archivo de los primeros miembros del Partido Comunista Francés. Foto: Biblioteca Nacional de Francia

 

La heterogeneidad de las estructuras sociales se refleja en la de los partidos. Según permiten juzgar las respuestas dadas a una encuesta por muestreo, los electores comunistas experimentan en su mayoría las aspiraciones que, en Inglaterra, expresan la izquierda laborista.

Pero, si es verdad que muchos de los electores comunistas son bevanistas sin saberlo, este hecho, antes de dar una explicación, la requiere. ¿Por qué caen los electores franceses en la confusión que evitan los electores británicos, alemanes o belgas? La yuxtaposición de las tres estructuras —Oeste, regiones subdesarrolladas, ciudades modernas— aporta por lo menos un principio de explicación.

Con mayor verosimilitud que en los países protestantes, el comunismo se presenta como el heredero de la revolución burguesa y racionalista. Recluta una clientela, en las regiones de economía poco dinámica que, a menudo, mantienen también opiniones habituales avanzadas, por razones comparables a las que explican su éxito en África o Asia: atiza los conflictos entre aparceros, granjeros y propietarios, amplifica las reclamaciones de los menos favorecidos, explota el descontento creado por el estancamiento.

En fin, en las partes industrializadas del país, sus huestes le llegan de la clase obrera, seducida por el partido revolucionario, a causa del fracaso de los sindicatos reformistas y del partido socialista. Este fracaso reconoce a su vez como causas, entre otras, la persistencia de una débil productividad en las provincias retardatarias y la resistencia, en las provincias más dinámicas de elementos precapitalistas.

La misma heterogeneidad social explica, pese a los millones de electores comunistas, lo limitado de la progresión del partido. Hay muchos campesinos propietarios o pequeños burgueses hostiles a los rojos para que, en la campaña, menos evolucionada, el partido de los descontentos reúne más que una minoría importante. La voluntad de mantener un cierto estilo de vida es demasiado firme en todas las clases de la población para que los departamentos de civilización industrial acuerden a los comunistas mucho más que el tercio de los sufragios.

 

Hay muchos campesinos propietarios o pequeños burgueses hostiles a los rojos para que, en la campaña, menos evolucionada, el partido de los descontentos reúne más que una minoría importante

 

Las huestes de la Reunión del Pueblo Francés eran también heterogéneas, como las del partido comunista, y por igual razón. Allí donde sobrevive el recuerdo de la lucha entre el Antiguo Régimen y la Revolución, entre la Iglesia y la escuela laica, se confundían ampliamente con las de los partidos reaccionarios o moderados, fueron tomadas de la clientela de la derecha clásica y del MRP. En las ciudades, en la parte norte del país, los electores de la Reunión eran de tipo diferente, y hoy incluyen la izquierda socialista o el MRP; los radicales o los moderados.

 

Ilustración que se imprimió en París en mayo de 1789, en la que se muestra a los tres estamentos de la sociedad francesa. El Tercer Estado está representado por un campesino, que carga con los dos estamentos privilegiados: la nobleza y el clero

 

La combinación de anticomunismo y nacionalismo tradicional recuerda la ideología de los llamados partidosrevolucionarios de derecha”, que se esfuerzan por tomar de la izquierda sus valores sociales y de la derecha sus valores políticos.

El partido socialista y una fracción del MRP soñaban constituir, inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, una especie de laborismo, pero fueron abandonados por sus huestes virtuales. Este fracaso sólo es imputable a los hombres en escasa medida: el pasado, de lucha entre la iglesia y la Revolución, permanece demasiado actual; la confusión entre el comunismo y un socialismo avanzado engaña a demasiados trabajadores.

El apego al modo de vida habitual inclina a muchos pequeños burgueses hacia el conservadorismo. El “laborismo francés” estaba destinado a no salir del mundo de los sueños.

En ninguna parte conserva tanto prestigio como en Francia la oposición entre la derecha y la izquierda, en ninguna parte es más equívoca: el conservadorismo francés se expresa también como ideología. Lugar imaginario que Francia ha vivido, en su gran época, el tema único de todas las batallas del siglo.

La izquierda se asigna, en su pensamiento, una historia unilateral, donde San Jorge concluirá por triunfar sobre el dragón. Pero quienes no desean saber ya más de derecha ni de izquierda, se transportan a veces imaginariamente a una sociedad racionalizada, donde los planificadores hubieran eliminado la miseria, pero también la fantasía, la libertad. El pensamiento político en Francia es retrospectivo, o utópico.

También la acción política tiende a apartarse del presente. El plan de seguridad social aplicado en Francia está adelantado y el aparato comercial retrasado, respecto al desarrollo industrial. Acechan a Francia los errores de los países cuya industrialización se desarrolla por imitación de modelos extranjeros. Al importar tal cual las máquinas, las fábricas, se arriesga confundirlo óptimo técnico, calculado por los ingenieros, con lo óptimo económico, variable según los medios.

El fisco moderno sólo alcanza eficacia en la medida en que los contribuyentes pertenecen al mismo universo que los legisladores y contadores. Sobre empresas sin contabilidad, agrícolas, comerciales o artesanales, quizás ningún sistema de imposición sea susceptible de éxito completo.

 

 

Se desea, en Francia, heder el capitalismo. Pero ¿cuáles son los capitalistas a hender? ¿Los pocos grandes creadores de fábricas o circuitos comerciales, los descendientes de Citroen o de Michelin, Boussac? ¿Las familias patronales de Lyon o del Norte, católicas y bien pensantes? ¿Los cuadros superiores de la industria, los managers privados y públicos? ¿Las grandes bancas de negocios, algunas de ellas controladas por el Estado? ¿Los dirigentes de las empresas pequeñas y medianas, algunas de las cuales son ejemplos de gestión inteligente y otras supervivencias artificiales?

El capitalismo de Marx, de Wall Street o de los negocios coloniales ofrecen mejor blanco a las invectivas que este capitalismo diverso y difuso, esta burguesía que engloba a mucho más que una minoría de la nación, si se agregan los candidatos a los titulares.

En Francia no es posible definir, de manera alguna, una izquierda anticapitalista o una izquierda keynesiana y antimaltusiana, salvo en una condición: no dejarse aprisionar en el esquema derecha-izquierda o en los esquemas marxistas y reconocer la diversidad de las querellas que conservan actualidad, la diversidad de las estructuras que componen la sociedad presente, la diversidad de los problemas que de ahí resultan y de los métodos de acción necesarios. La conciencia histórica revela esta diversidad; la ideología la disimula, aun cuando se envuelva en los oropeles de la filosofía de la historia.

Animan a la izquierda tres ideas, no necesariamente contradictorias pero con frecuencia divergentes: libertad contra el arbitraje de los poderes y para la seguridad de las personas; organización a fin de sustituir por un orden racional el orden espontáneo de la tradición o la anarquía de las iniciativas individuales; igualdad contra los privilegios del nacimiento y la riqueza.

La izquierda organizadora llega a ser más o menos autoritaria, porque los gobiernos libres actúan lentamente y están frenados por la resistencia de los intereses o de los prejuicios; nacional, si no nacionalista, porque únicamente el Estado es capaz de realizar su programa, a veces imperialista, porque los planificadores aspiran a disponer de espacio y de recursos inmensos.

La izquierda liberal se yergue contra el socialismo, porque no puede dejar de advertir el abultamiento del Estado y el retomo de lo arbitrario, esta vez burocrático y anónimo. Contra los socialismos nacionales, mantiene el ideal de un internacionalismo que no exija el triunfo de una Fe por las armas. En cuanto a la izquierda igualitaria, parece condenada a una constante oposición contra los ricos y contra los poderosos, unas veces rivales y otras, contundidos. ¿Cuál es la izquierda verdadera, la izquierda eterna?

 

¿Cuál es la izquierda verdadera, la izquierda eterna?

 

Quizás nos hayan proporcionado respuesta, sin quererlo, los izquierdistas por excelencia, los redactores de Esprít. Consagraron un número especial a la “izquierda norteamericana” y comprobaron, honestamente, la dificultad de aprehender la realidad que, allende el Atlántico responde a este término europeo.

La sociedad norteamericana no ha conocido el equivalente de la lucha contra el Antiguo Régimen; no hay allí partido obrero o socialista; los dos partidos tradicionales han ahogado las tentativas de formar un tercer partido, progresista o socialista.

Los principios de la Constitución norteamericana o del sistema económico no se cuestionan seriamente. Las controversias políticas son mucho más frecuentemente técnicas que ideológicas. A partir de estos hechos, se puede razonar de dos maneras.

O bien se dirá, a la manera de uno de los colaboradores norteamericanos de la revista:

Los Estados Unidos han sido siempre una nación socialista, en el sentido de que han mejorado las condiciones de vida de las clases menos favorecidas y asegurada la justicia social. ” (AM Rosa).

 

O bien se deseará, como buen socialista europeo,

la creación de un partido laborista, condición primera de toda transformación del mundo norteamericano, y se decretará que la realización del socialismoen los Estados Unidos es unimperativo de urgencia mundial”.

 

Evidentemente, los redactores franceses se inclinan en esta última dirección. Pertenecen, en el plano sindical, a la “nueva izquierda”, los obreros socializantes del CIO. Un partido obrero, de estilo europeo, sería el único capaz de alcanzar los objetivos de la izquierda. Los medios, partido obrero o planificación, se transfiguran en valores esenciales.

 

Raymond Aron

 

Pero, tras haber dado esta prueba involuntaria de prejuicio, cuando llega el momento de sacar conclusiones, uno de los redactores olvida de pronto el conformismo de la intelectualidad (la intellgentsia):

Cabe preguntarse si aún se puede hablar de una izquierda allí donde ya no existen izquierdas…

Pues el hombre de izquierda —al menos para nuestros ojos franceses— es aquel que no siempre otorga razón a la política de su país y que sabe que no existe garantía mística de que ella se ajusta en el porvenir; es un hombre que protesta contra las expediciones coloniales, es un hombre que no admite la atrocidad, aun ejercida contra el enemigo, aun ejercida por represalia …

¿Puede suponerse una «izquierda» allí donde se ha enmohecido ese simple sentimiento de solidaridad humana por los oprimidos y los suficientes, que hizo levantarse antaño a muchedumbres europeas y americanas en defensa de Sacco y Vanzetti?”.

 

Si tal es el hombre de izquierda, hostil a todas las ortodoxias y abierto a todos los sufrimientos, ¿acaso ha desaparecido sólo de los Estados Unidos? ¿Es de izquierda el comunista, para quien la Unión Soviética tiene siempre razón? ¿Son de izquierda los que reclaman la libertad para todos los pueblos de Asia y África, pero no para los polacos ni los alemanes del Este? El lenguaje de la izquierda triunfa quizás históricamente en nuestra época; el espíritu de la izquierda eterna perece, cuando hasta la piedad tiene un sentido único. 

 

El lenguaje de la izquierda triunfa quizás históricamente en nuestra época; el espíritu de la izquierda eterna perece, cuando hasta la piedad tiene un sentido único

 

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Raymond Aron

(14 marzo 1905 –17 octubre 1983)

Encyclopaedia Herder

 

Filósofo francés, sociólogo, historiador y ensayista político e intelectual de gran influencia; enseñó en la Sorbona y en el Collège de France. Su tesis doctoral sobre sociología alemana le aproxima a las teorías de Weber y determina sus ideas sobre la sociedad industrial y su filosofía de la historia.

Rechaza todo determinismo histórico y sostiene que la historia es ciencia, no desde el punto de vista de leyes objetivas, sino por su carácter metodológico.

Antifascista y anticomunista, criticó el absolutismo histórico del marxismo y la ligereza de los intelectuales al dejarse seducir por él, y simpatizó con los movimientos de autodeterminación.

 

Jean Paul Sartre saluda a Raymond Aron