Los nazis y el dinero
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EL APOYO DE LAS GRANDES CORPORACIONES A HITLER
Kodak, Bayer, Coca Cola, Nestlé, IBM, BMW, Adidas, Volkswagen entre otras; financiaron y apoyaron al régimen nazi antes y durante la Segunda Guerra Mundial con la complicidad de los países aliados. Esta nota fue publicada originalmente en diciembre de 2016.
Por Darío Brenman
Izquierda Diario, 24 de mayo de 2021
Muchas empresas que comercializan actualmente marcas líderes reconocidas internacionalmente, fueron entre 1933 y 1945 cercanas y beneficiadas por el régimen nacionalsocialista. Estas corporaciones fueron las que sostuvieron gran parte del esfuerzo alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Kodak, Bayer, Coca Cola, Nestlé, IBM, BMW, entre otras. Como era de esperarse, ninguna recordó durante la posguerra sus vínculos con el nazismo. Sucede que estas mismas firmas tuvieron un rol fundamental en la recuperación alemana, por eso los aliados durante muchos años omitieron el rol de estas empresas durante el nazismo.
Cuando finalizó la Primera Guerra Mundial, los países vencedores impusieron a Alemania, en el Tratado de Versalles, condiciones económicas humillantes para que aceptase toda la responsabilidad moral y material de haber causado la guerra y, bajo los términos de los artículos 231-248, Alemania debió desarmarse, realizar importantes concesiones territoriales (que incluía la entrega de la zona del Ruhr-región carbonífera muy importante para el desarrollo industrial- a Francia) y pagar exorbitantes indemnizaciones económicas a los vencedores.
Lograron hacer esto luego de que la caída del Káiser alemán y la derrota de la revolución obrera de 1918 gracias a la socialdemocracia alemana. A todo esto hay que sumarle la crisis hiperinflacionaria de 1922, las crisis políticas, la caída de un 40% de los ingresos de divisas luego del crack financiero de 1930; la bajada del nivel de precios de bienes y servicios que deterioraron la industria, y los importantes paros obreros durante 1932.
En ese contexto, las grandes empresas se fueron acercando al partido político con mayores posibilidades de ganar las elecciones: el Partido Nacionalsocialista alemán, el más anticomunista, para combatir las posibles influencias de la URSS. El Triunfo en los comicios fue en 1933 con Hitler como Canciller. El empresariado de ese país entraría en una puja interna con el gobierno ya que Hitler propugnaba la nacionalización como método de control absoluto sobre la economía.
Aún así hay muchos ejemplos empresarios alemanes estaban consustanciados con el nuevo régimen, por eso tuvieron puestos de relevancia en el esquema político y económico de ese gobierno. El caso del banquero Kurt von Schröder, que financiaría a gran parte del partido nacionalsocialista a partir de diciembre de 1932, es uno de ellos.
El programa económico del Reich, fue diseñado y dirigido por Hjalmar Schacht, un funcionario que fue primero presidente del Reichsbank y luego ministro de economía. Si bien no tenía un gran apego por la ideología nazi, movió sus influencias para que Hitler recibiese el apoyo de la gran industria alemana. Como funcionario de economía “desarrolló un plan de estilo keynesiano, en el que la inversión pública y el gasto público se dispararon, todo ello financiado de una forma un tanto particular gracias a los Bonos MEFO –una empresa fantasma que hacía de intermediario entre el Estado y las empresas de armamento para poder esquivar las restricciones económicas del Tratado de Versalles–. Dicha inversión pública crecería entre 1933 y 1935 un 350 % y un 800 % hasta 1938; mientras el gasto en armamento se elevó en un 2300% esos mismos años”, sostiene Fernando Arancón, docente de la Universidad Computense de Madrid.
En el negocio de la guerra, uno de los empresarios emblemático de ese momento fue Ferdinand Porsche, quien además de fabricar en masa un auto barato como el Volkswagen, fue durante la guerra cuando diseñó vehículos como el Kubelwagen, e incluso llegó a inventar una versión anfibia como el Schwimmwagen. Al finalizar la guerra, Porsche estuvo preso en Francia acusado de usar mano de obra esclava en sus fábricas. A los dos años fue puesto en libertad.
Otras de las firmas que dieron su apoyo a Hitler fue Bayerische Motoren-Werke (BMW), que estaba consustanciada con el régimen nazi inclusive antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Su aporte al nazismo consistió en fabricar piezas para el funcionamiento de las armas así como también los sistemas eléctricos para submarinos y la fabricación de motores de avión.
La fábrica Ford también sacó tajada de la mano de obra esclava con algunas fábricas en Renania. En este caso su dueño, el estadounidense Henry Ford, fue un militante antisemita que culpaba a los judíos de las penurias económicas y sociales de Alemania. Los relevamientos históricos dan cuenta de la gran estima que se tenían Ford y Hitler. La relación era tan profunda que en 1938 se le regaló al magnate americano la Gran Cruz del Águila de ese país, la condecoración más alta que un extranjero podía recibir del régimen nazi.
La empresa química IG Farben, que hegemonizaba en ese momento casi todo el sector químico, instaló una fábrica en Auschwitz en donde se cree que murieron casi 25.000 judíos. En ese sentido, establecimientos como Siemens o Krupp hicieron lo mismo. Otro caso fue el de la empresa Bayer, que participó en la fabricación del gas Zyklon B, usado en las cámaras de gas.
Para finales de 1933, los judíos ya eran perseguidos en toda Alemania. En ese contexto, Hugo Boss, un fuerte empresario textil, tuvo como trabajo diseñar la vestimenta a personeros del régimen. Boss, miembro del partido nazi, concibió las camisas pardas de los jóvenes de las Hitlerjugens y el traje negro de las temibles SS. Los colores nunca se elegían azarosamente, tenían un significado de lo que se quería demostrar. “Si los animales usan colores para avisar de su peligrosidad, estaba claro que los nazis también lo hacían”, decía Boss.
En el contexto de la guerra, la popular marca deportiva a nivel mundial Adidas reinventó su negocio, al fabricar vestimenta para el ejército y el lanzagranadas Panzerschrek. Al finalizar la contienda mundial, Rudolf Dasser, uno de los dueños de este emporio, fue acusado por sus vínculos con el nazismo. Algunas versiones sostienen que fue delatado por su hermano Adolf, quien tiempo después fue el único que siguió con la marca Adidas.
Negocios son negocios
Siempre se dijo que el capital no tiene fronteras y que negocios son negocios. Por eso, el tema del armamentismo y la esclavitud no es exclusivamente de Alemania. General Motors compró la marca Opel antes de la guerra, y a pesar del enfrentamiento entre Estados Unidos y Alemania lo siguió fabricando desde Colonia.
Otros de los que recibió la Gran Cruz del Águila fue Thomas Watson, fundador de la empresa informática IBM, por su aporte en el diseño de automatizar la destrucción de la vida humana con precisión matemática. Cuando Adolf Hitler llegó al poder, su objetivo era la identificación y apresamiento de unos 600.000 judíos alemanes. Esto no se hubiese podido realizar sin un mecanismo preciso de relevamiento de datos en registros municipales, religiosos y gubernamentales de toda Alemania y luego en toda Europa. El aporte de IBM fue fundamental para que el régimen pueda realizar esa tarea.
Dentro del rubro alimenticio aparece la empresa Nestlé, quien además de girar fondos para partidos fascistas de Suiza y otros lugares del mundo, empleó miles de prisioneros para su producción. En el año 2000, esta empresa tuvo que solventar 10 millones de euros como resarcimiento a las víctimas que para ellos trabajaron.
Coca Cola fue otras de las empresas que estaban en ambos lados de mostrador. La afamada compañía de bebidas no pudo comercializar su producto en ese país, por lo que creó la marca Fanta, vendida en ese momento únicamente en Alemania. Se calcula que sólo en 1943 vendieron allí alrededor de tres millones de cajas.
Hasta 1943, el nazismo no lanzó al país hacia una economía de guerra. La demora de esta medida se debe a que el objetivo era mantener cierta paz social. En la medida que la guerra avanzaba, muchos prisioneros de guerra e indeseables para la “raza aria” eran enviados a Alemania como mano de obra esclava. Se estima que hacia 1944 en el Tercer Reich hubo unos 7,5 millones de estos esclavos. Empresas de ese país fueron beneficiadas por este tipo de mano de obra que tenía que trabajar en forma ilimitada, incluso hasta morir. Siempre había más esclavos que podían sustituir a los fallecidos.
Cuando culminó la guerra, las mismas empresas que apoyaron el régimen nazi, intentaron convencer a los países vencedores sobre el rol fundamental que tenían en la reconstrucción alemana. Los aliados no solamente borraron el pasado oscuro de estas corporaciones, sino que también reconstruyeron y pusieron en funcionamiento de nuevo las fábricas.
Cuando culminó la guerra, las mismas empresas que apoyaron el régimen nazi, intentaron convencer a los países vencedores sobre el rol fundamental que tenían en la reconstrucción alemana. Los aliados no solamente borraron el pasado oscuro de estas corporaciones, sino que también reconstruyeron y pusieron en funcionamiento de nuevo las fábricas.
A pesar de la amnesia de varios países, los propios damnificados por el trabajo esclavo lucharon para que aquella tragedia colectiva no quede impune y activaron recursos judiciales contra las empresas que estuvieron vinculadas al Tercer Reich. Algunas de las que no querían ver perjudicada su imagen comenzaron a indemnizar a las víctimas mientras que otras se desmarcaron de su pasado.
Ante la presión internacional, Alemania creó en 1999 un fondo compensatorio para las víctimas, por lo tanto muchas empresas como Allianz, BASF, Bayer, BMW, Daimler-Chrysler, el Deutsche Bank, Friedrich-Krupp, Krupp-Hoesch, Hoechst, Siemens, Volkswagen y el Dresdner Bank tuvieron la obligación de indemnizar a sobrevivientes. Sin embargo, esto ocurrió solamente con los afectados de nacionalidad alemana. Los damnificados del este europeo apenas han visto ese dinero.
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DOCUMENTAL: LOS NAZIS Y EL DINERO
La economía del Tercer Reich
Pensamos en Europa, nuevamente asediada por el fascismo (la Nueva Política no es otra cosa que el fin de los Derechos Humanos y la vuelta del Fascismo, ante el rechazo generalizado a ser ciudadanos titulares de derechos humanos frente al Estado), un Fascismo que engorda gracias a los jóvenes fascistas que se autoperciben comunistas
Para hacer la guerra se necesita acero. El acero exige mineral de hierro y carbón. El rearme exige también petróleo, caucho, productos químicos. Se requieren ingenieros, técnicos, obreros, oficinas técnicas para diseñar y fabricar las armas. Pero ¿cómo pagar las facturas? El dinero es el combustible de la guerra. Como no lo tienen, los nazis lo inventan. Será el ministro de Economía y presidente del Reichsbank, Hjalmar Schacht, quien inventa los bonos MEFO. Esos bonos eran emitidos por esa empresa ficticia, que en realidad era una pantalla para que el mundo exterior no pudiera ver lo que estaba pasando. La MEFO no produce nada. No contrata a nadie. No abre ninguna fábrica. Lo único que producía era deuda que iba a servir para pagar la mayor parte de los gastos del rearme de Alemania a partir de 1934.
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FICHA TÉCNICA
Título original: Les nazis et l’argent
Año 2021
Duración: 94 min.
País: Francia
Dirección: Gil Rabier
Guion: Anne Paschetta, Gil Rabier, Aude Thuries, Olivier Wieviorka
Música: Nicolas Mollard
Compañías: arte, Gogogo Films, Région Ile-de-France
Género: Documental
Sinopsis: El dinero es el combustible de la guerra. Como no lo tienen, los nazis lo inventan. Será el ministro de Economía y presidente del Reichsbank, Hjalmar Schacht, quien inventara los bonos MEFO.
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EL OTRO NUREMBERG
Paralelamente a los famosos juicios, se celebraron otros menos conocidos: los tres juicios a los empresarios que financiaron el nacionalsocialismo, colaboraron con el régimen y se beneficiaron de él.
Por Ángel Ferrero
El Saltodiario, 20 NOV 2020
Tal día como hoy, hace 75 años, comenzaba en la ciudad de Núremberg el proceso judicial en el Tribunal Militar Internacional (TMI) contra 24 dirigentes de la Alemania nazi. Como este viernes se encargarán de recordar los principales medios de comunicación, este juicio contribuyó enormemente al desarrollo del derecho internacional, en particular en los campos de los derechos humanos y el derecho militar, en la tipificación y persecución de los crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, y en el concepto de guerra de agresión, considerada “no solo un crimen internacional, sino el crimen internacional supremo, que difiere de todos los demás crímenes de guerra en que contiene en sí el mal acumulado de todos”. El juicio de Núremberg estableció también los fundamentos de la Corte Penal Internacional (CPI), una iniciativa de Naciones Unidas –una organización surgida asimismo de las cenizas del conflicto– que se formalizaría finalmente en 2002. “Núremberg” es hoy sinónimo de un macro-proceso judicial contra una élite política que ha cometido graves crímenes de guerra y contra la humanidad.
Casi un año después de que se iniciase el proceso, los días 30 de septiembre y 1 de octubre, se leía la sentencia que condenaba a los acusados de planificar, iniciar y librar guerras de agresión, así como de otros crímenes contra la paz, de participar en crímenes de guerra y en crímenes contra la humanidad. Doce de los acusados fueron condenados a pena de muerte, aunque únicamente se llevaron a cabo diez, ya que que el responsable la Luftwaffe, Hermann Göring, se suicidó el día anterior a su ejecución, y el secretario privado de Adolf Hitler, Martin Bormann, fue condenado in absentia (los Aliados desconocían que Bormann se había suicidado mientras trataba de escapar del Berlín sitiado por las tropas soviéticas y que su cadáver había sido enterrado cerca de la estación central). A ninguno de los acusados con rango militar durante el conflicto (Wilhelm Keitel, Alfred Jödl y Göring) se les concedió el derecho a ser ejecutados por un pelotón de fusilamiento, según la costumbre castrense, sino por la horca, es decir, como criminales. Tras fotografiar a los cadáveres como prueba de su muerte con el fin de impedir que surgiese la leyenda de que habían escapado y seguían con vida, sus restos fueron incinerados y arrojados al río Isar.
El arquitecto Albert Speer, que había ocupado varios cargos oficiales durante el nazismo, y el líder de las Juventudes Hitlerianas, Baldur von Schirach, fueron condenados a 20 años de prisión, el diplomático Konstantin von Neurath, a 15 años, y el almirante Karl Dönitz, presidente del llamado “Gobierno de Flensburgo” entre el 30 de abril y el 23 de mayo de 1945, a 10 años. Otros tres acusados fueron condenados a cadena perpetua: el comandante de la Marina, Erich Raeder, el último ministro de Economía del Tercer Reich, Walther Funk, y la mano derecha de Hitler, Rudolf Hess. Como los dos primeros fueron liberados en 1955 y 1957 respectivamente por motivos de salud, Hess se convirtió en el único y último recluso de la prisión de Spandau en Berlín. Durante años, los neonazis intentaron convertir en banderín de enganche las peticiones de liberación de Hess, quien se ahorcó el 17 de agosto de 1987, a los 93 años, con el cable de una lámpara, aprovechando un descuido de los vigilantes. La prisión de Spandau fue demolida poco después para evitar su uso propagandístico por parte del movimiento neonazi, que, a pesar de todo, organizó en los años siguientes marchas anuales a la tumba de Hess en Wunsiedel (Baviera), hasta que la parroquia decidió no renovar la concesión de la parcela y, en 2011, y con el consentimiento de la familia, sus restos fueron incinerados y arrojados al mar.
Sólo tres de los acusados en aquel juicio fueron absueltos, con el voto en contra del juez soviético, Iona Nikítchenko: Hans Fritzsche, uno de los principales responsables de la propaganda nazi (posteriormente condenado a ocho años de prisión); Franz von Papen, vicecanciller alemán entre enero de 1933 y agosto de 1934; y Hjalmar Schacht, ministro de Economía entre agosto de 1934 y noviembre de 1937, y de quien el fiscal estadounidense, Robert H. Jackson, dijo famosamente que “su superioridad [intelectual] respecto a la mediocridad del común de los nazis no es su excusa; es su condena”. El industrial Gustav Krupp no pudo ser juzgado por su avanzado estado de edad y su manifiesta senilidad, aunque no se le retiraron los cargos que se le imputaban. Robert Ley, responsable del Frente Alemán del Trabajo, tampoco pudo ser juzgado, ya que se suicidó en su celda el 24 de octubre de 1945. Ley, uno de los hombres que había disfrutado de un tren de vida por todo lo alto durante el nazismo, terminó ahorcándose con una toalla anudada en torno a la cañería del inodoro.
Los “juicios subsiguientes”
Menos conocidos, sin embargo, son los doce de los llamados “juicios subsiguientes”, que las autoridades estadounidenses –no el TMI, aunque se celebraron en la misma sala– llevaron a cabo en Núremberg, en la zona de ocupación asignada a los Estados Unidos. Entre éstos se incluyen “el juicio de los doctores”, en el que se procesó a 23 médicos que experimentaron con reclusos de los campos de concentración y facilitaron los programas de exterminio del régimen, o “el juicio de los jueces”, en el que se sentó en el banquillo de los acusados a 16 magistrados, fiscales, juristas y abogados que contribuyeron a diseñar la arquitectura legal del nazismo y la implementaron. También se juzgó al alto mando militar, a 24 oficiales de los Einsatzgruppen (los escuadrones de la muerte de las SS en Europa oriental y la Unión Soviética) o a 12 generales responsables de la campaña en los Balcanes, entre otros. Aún menos conocidos todavía, y aún menos recordados por los medios de comunicación por motivos que se señalarán más adelante, son los tres juicios a los empresarios que financiaron el nacionalsocialismo, colaboraron con el régimen y se beneficiaron de él.
El primero de esos juicios fue contra el industrial Friedrich Flick y los administradores de sus empresas por la apropiación de bienes ajenos mediante el proceso de “arianización” de la economía alemana
El primero de esos tres juicios fue contra el industrial Friedrich Flick y los administradores de sus empresas (19 de abril – 22 de diciembre de 1947) por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra, entre ellos el saqueo y espolio de los territorios ocupados, tanto en el Este como en el Oeste, la apropiación de bienes ajenos mediante el proceso de “arianización” de la economía alemana, el uso de trabajo esclavo en las minas y fábricas del grupo, y la pertenencia al Partido Nacional-Socialista del Trabajo Alemán (NSDAP) y las SS del propio Flick. Este empresario fue uno de los participantes de la reunión secreta con Hitler del 20 de febrero de 1933 en Berlín, en la que el dinero fluyó a las cajas del partido después de comprometerse el líder del NSDAP a respetar la propiedad privada a cambio de aplastar a los marxistas. El propio Flick contribuyó con una generosa donación anual de 100.000 marcos. En correspondencia, las empresas de Flick fueron de las mayores beneficiarias del Tercer Reich: de 1933 a 1943 su capital pasó de 225 a 953 millones de marcos. No lo hizo, como se ha adelantado, con métodos legítimos: en 1944 la mitad de los 130.000 empleados del consorcio eran trabajadores esclavos o internos de los campos de concentración a quienes se encerraba en barracones sin camas, sin proporcionarles apenas comida y brutalmente golpeados por los guardias con regularidad. Se calcula que más de 10.000 de ellos perecieron por las pésimas condiciones a las que fueron forzados a trabajar.
Flick –quien desde 1944, ante el avance de las tropas aliadas, había ordenado reunir todas las facturas que acreditaban la financiación de partidos durante la República de Weimar para destruirlas y no dejar ninguna prueba– fue condenado a siete años de prisión, pero a pesar de cumplir íntegramente su condena, su fortuna quedó prácticamente intacta. En 1955, por ejemplo, contaba con un centenar de empresas que le reportaban unas ganancias de 88 millones de marcos. Ello le permitió convertirse en el hombre más rico de Alemania occidental, en el mayor accionista de Daimler-Benz y contar asimismo con participaciones en importantes empresas químicas y siderúrgicas como Feldmühle, Dynamit Nobel, Buderus y Krauss-Maffei. Flick recibió además la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania en 1963, y en Kreuztal (Renania del Norte-Westfalia) un instituto llevó su nombre hasta 2008. También se le dedicaron estadios en Rosenberg (Baviera) –el nombre no se modificó hasta 2012, después de una agria polémica– y calles en varios municipios, de las que todavía sobreviven cuatro: en Maxhütte-Haidhof y Schwandorf (Baviera), en Teublitz (Alto Palatinado) y en Burbach (Renania del Norte-Westfalia).
Del ‘Zyklon B’ a la Talidomida
El siguiente “juicio subsiguiente” concerniente a los financiadores del nazismo fue contra los responsables de IG Farben (14 de agosto – 30 de julio de 1948), a quienes se acusó de crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra, entre ellos: colaborar en la planificación y los preparativos para la agresión militar así como su desenvolvimiento, empleo de trabajo esclavo –la compañía contaba con instalaciones adyacentes al campo de concentración de Auschwitz– y experimentos humanos, y pertenencia a organización criminal. Las pruebas utilizadas en el proceso procedieron de los documentos incautados por la división financiera bajo el mando del general Dwight Eisenhower en la sede de la compañía en Frankfurt am Main, en abril de 1945.
Como recoge el protocolo del proceso, IG Farben suministró a la Wehrmacht caucho sintético, gasolina, nitrógeno, metales ligeros y, a través de sus filiales, explosivos. Poseía, además, un 42’5% de las acciones de Degesch, la empresa de pesticidas que fabricó el ‘Zyklon B’. Como es notorio, este insecticida se utilizó para ejecutar a los prisioneros en las cámaras de gas de los campos de Majdanek, Mauthausen, Dachau, Buchenwald y Auschwitz. El comandante de este último, Rudolf Höss, explicaría en su juicio que autorizó el uso de ‘Zyklon B’ tras la recomendación de un subordinado suyo, el Hauptsturmführer Karl Fritzsch, quien lo había empleado antes con prisioneros de guerra soviéticos a finales de agosto de 1941.
El presidente de Testa e inventor del ‘Zyklon B’, Bruno Emil Tesch, fue juzgado por un tribunal militar británico en Hamburgo, que falló que Tesch conocía el destino del gas
El ‘Zyklon B’ era adquirido a través de los distribuidores Heli y Tesch & Stabenow (Testa)–que llegó a ofrecer cursos en Riga y Sachsenhausen a los miembros de las SS para instruirlos en su manejo seguro–, y en ocasiones directamente a los fabricantes. Se calcula que sólo Auschwitz recibió 23’8 toneladas de ‘Zyklon B’, únicamente seis de las cuales se utilizaron para lo que había sido originalmente pensado: fumigar plantas. El presidente de Testa e inventor del ‘Zyklon B’, Bruno Emil Tesch, fue juzgado dos años antes por un tribunal militar británico en Hamburgo (1-8 marzo de 1946), que falló que Tesch conocía el destino del gas y, en consecuencia, lo condenó a la pena de muerte. Tesch fue ejecutado en la prisión de Hameln el 16 de mayo de 1946 junto con el vicepresidente de Testa, Karl Weinbacher.
No corrieron sin embargo la misma suerte los 23 procesados en el juicio contra IG Farben, la mayoría de ellos condenados a penas de prisión de uno a ocho años en la cárcel de Landsberg (Baviera), que no siempre cumplieron íntegramente. A pesar de haber sido condenados como criminales de guerra, varios se reintegraron en la vida económica de la República Federal Alemana (RFA) como miembros de los consejos de administración de empresas químicas y farmacéuticas. Uno de ellos, el químico Otto Ambrose, llegó incluso a ser asesor del canciller Konrad Adenauer y trabajó para la farmacéutica Grünenthal, en la que participó en el desarrollo de la Talidomida (comercializada en Alemania occidental como Contergan), un medicamento que se publicitaba como remedio contra la ansiedad y la náusea durante el embarazo y que provocó 10.000 nacimientos con malformaciones y miles de abortos no deseados. Otro de los condenados, Heinrich Bütefisch, recibió la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania en marzo de 1964 por su trabajo en la junta directiva de Ruhrchemie AG, pero cuando se hizo público su pasado nacionalsocialista se le retiró el galardón.
“Curtido como el cuero y duro como el acero de Krupp”
Pocos apellidos alemanes sean posiblemente tan conocidos como el de Krupp, cuya historia como proveedor de armas se remonta a la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), en la que suministró a todos los bandos combatientes. Las empresas Krupp fueron el objeto del tercero de los “juicios subsiguientes” (8 de diciembre de 1947 – 31 de julio de 1948) relacionados con el capital que financió al nazismo. Como se encargó de recordar el fiscal Robert H. Jackson en su acusación, “cuatro generaciones de la familia Krupp han poseído y operado las grandes factorías de armamento y municiones que han sido la principal fuente de suministros de guerra de Alemania. Durante más de 130 años, esta familia ha sido el foco, el símbolo y el beneficiario de las fuerzas más siniestras implicadas en la amenaza a la paz en Europa”. La participación de la empresa en el régimen nazi era innegable: Krupp suministró generosamente a la Wehrmacht desde tanques hasta cruceros y submarinos pasando por cañones de artillería y munición. El aprecio por los nazis hacia su patrocinador era tal que en un discurso a las Juventudes Hitlerianas Hitler llegó a afirmar que “el joven alemán del futuro debe ser delgado y ágil, veloz como un lebrel, curtido como el cuero y duro como el acero de Krupp.”
Krupp suministró generosamente a la Wehrmacht desde tanques hasta cruceros y submarinos pasando por cañones de artillería y munición
El material de guerra de Krupp era fabricado por 100.000 trabajadores esclavos, entre ellos más de 23.000 prisioneros de guerra –principalmente en su factoría en Essen (Renania del Norte-Westfalia)– y 4.978 internos de los campos de concentración de Auschwitz y en Wroclaw (en alemán: Breslau), invariablemente en condiciones inhumanas: largas jornadas de trabajo, alojamiento inadecuado y expuesto a los bombardeos (en violación del Tratado de La Haya), malnutrición, falta de asistencia médica y brutalidad por parte de los guardias. En su declaración ante el tribunal, el Dr. Wilhelm Jäger, uno de los médicos de la empresa que fue enviado a supervisar las condiciones de los campos, relató en su testimonio que “las condiciones sanitarias eran atroces: en Krämerplatz [donde trabajaban 2.000 prisioneros de guerra soviéticos y franceses] solo había 10 cuartos de baño de niños para 1.200 reclusos… Los excrementos cubrían el suelo de estos baños por completo. Los tártaros y kirguises eran los que más sufrían: caían como moscas [a causa del] alojamiento, la mala calidad de la insuficiente comida, el exceso de trabajo y la falta de descanso… Miles de moscas, insectos y otros parásitos torturaban a los internos de estos campos”. En Nöggerathstrasse se llegó a hacer dormir a los prisioneros de guerra franceses durante seis meses “en jaulas para perros”: cinco reclusos dormían en cada jaula, “en la que tenían que entrar a cuatro patas”. Los hijos de las trabajadoras forzadas secuestradas en Europa del Este se alojaban en barracones para niños en condiciones no muy diferentes a las descritas y muchos de ellos murieron por la mala alimentación y falta de asistencia médica. El presidente, Alfried Krupp, respondió a todos los informes de Jäger con indiferencia.
Por todo ello, doce directivos de Krupp, incluyendo a su presidente desde 1943, Alfried Krupp von Bohlen y Halbach, fueron sentados en el banquillo de los acusados por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra. Sólo uno de los acusados, Karl Heinrich Pfirsch, responsable de ventas de la empresa, fue absuelto: el resto fueron condenados a penas de prisión de entre tres y doce años de prisión, y a Alfried Krupp se le impuso además la venta de sus posesiones. Como en los casos de Flick e IG Farben, el tribunal rechazó los argumentos de la defensa de que los acusados no hicieron más que “cumplir órdenes” y de que actuaron por “necesidad”, asegurando que se habían visto obligados a alcanzar las cuotas de producción impuestas por el gobierno alemán y que, para conseguirlo, era necesario hacer uso de la fuerza de trabajo proporcionada por el Estado porque no había otra disponible, y que, de haberla rechazado, ello hubiera acarreado consecuencias para los empresarios y sus administradores. De igual modo, se desestimó el argumento de la defensa de que el tribunal estaba aplicando una “justicia de vencedores”, así como que las leyes que se les acusaba infringir no estaban vigentes en el lugar y el momento de las acciones realizadas (nullum crimen, nulla poena sine praevia lege).
El alto comisario de EE UU para la RFA, convencido de la necesidad de restaurar la capacidad industrial de Alemania occidental frente a una emergente URSS, decidió reducir las penas de la mayoría de los acusados
Sin embargo, el alto comisario de EE UU para la RFA, John J. McCloy, convencido de la necesidad de restaurar la capacidad industrial de Alemania occidental frente a una emergente URSS, decidió entre 1951 y 1952 reducir las penas de la mayoría de los acusados. El propio Alfried Krupp fue amnistiado el 31 de enero de 1951 y se le restituyeron sus propiedades en la RFA, que en la zona de ocupación soviética (a partir de 1949 la República Democrática Alemana) habían sido ya expropiadas. El terreno para la amnistía lo habían preparado antes las cámaras de comercio, las organizaciones empresariales y los medios de comunicación conservadores, que habían puesto en marcha una intensa campaña de relaciones públicas para relativizar las acciones de Krupp durante el nazismo. Cabe decir que lograron su cometido con creces, ya que Krupp se convirtió como es sabido en una de las empresas más importantes de posguerra. En 1999 se fusionó con Thyssen AG, cuyo presidente en el período de entreguerras, Fritz Thyssen, también financió generosamente al nacionalsocialismo hasta 1933, cuando su relación con el régimen comenzó a deteriorarse. Thyssen, que abandonó Alemania en 1939 y en 1940 publicaría en Francia una biografía titulada Yo financié la ascensión de Hitler, llegaría a ser internado tras su detención en el régimen de Vichy y extradición a Alemania en varios campos de concentración, aunque siempre recibió un trato de favor por su condición social.
“Lo hicieron voluntariamente”
En el juicio contra IG Farben, el fiscal presentó como prueba núm. 58 el siguiente fragmento del interrogatorio a Göring:
P. ¿Habría contemplado Alemania su vasto programa de agresión si no hubiesen contado con el pleno apoyo de los industrialistas durante todo el tiempo?
R. Los industrialistas son alemanes. Tenían que apoyar a su país.
P. ¿Les forzaron a hacerlo o lo hicieron voluntariamente?
R. Lo hicieron voluntariamente, pero de haberse negado, el Estado habría dado un paso al frente.
P. ¿Piensa que el Estado habría sido lo suficientemente fuerte para forzar a la gran industria a ir a la guerra si ésta no quería la guerra?
R. Cuando llegó el momento de ir a la guerra, todas las industrias nos siguieron sin problemas de conciencia.
Lo cierto es que tampoco tuvieron problemas de conciencia antes de la guerra: sin las donaciones de los industriales —a quien Hitler había cortejado abiertamente desde 1926-1927 presentando a su partido como dique de contención del bolchevismo—, el NSDAP no hubiera podido desembolsar por ejemplo los 805.864 marcos que costó la compra y renovación del Palacio Barlow de Múnich, donde el partido estableció su sede. Después de la ya mencionada reunión secreta del 20 de febrero de 1933, los “capitanes de industria” donaron tres millones de marcos —más de dos millones de los cuales se ingresaron en un fondo fiduciaro ad hoc creado por Schacht— para financiar a la ultraderecha. Los porcentajes son significativos: el 25% se destinó al Frente Negro-Blanco-Rojo, la coalición liderada por Franz von Papen, y el 75% restante al NSDAP. Según Martin Blank, uno de los testimonios de aquella reunión, aquel mismo día los representantes de la industria siderometalúrgica se comprometieron a donar un millón de marcos, mientras que el fabricante de maquinaria Wolfgang Reuter prometió entregar 100.000 marcos, la misma suma que dio Siemens. En el fondo de Schacht aparecen Osram, que donó 40.000 marcos (27 de febrero), Telefunken, con unos 35.000 (27 de febrero), IG Farben, con unos 400.000 marcos (28 de febrero), o AEG, con 60.000 (3 de marzo), por señalar sólo las compañías más conocidas de la lista, en la que también figuraban empresas mineras y de fabricación de maquinaria.
No sólo fue la industria: el acuerdo entre Papen y Hitler para hacerse con la cancillería se fraguó en la casa de un banquero, Kurt Freiherr von Schröder, en Colonia, con la mediación una vez más de Schacht. En su declaración en el juicio de Núremberg, Schröder narró cómo “antes de dar este paso, conmigo hablaron una serie caballeros de la economía y me informé en general de cómo la economía quería establecer una cooperación entre ambos.” “Los mayoría de los esfuerzos de los hombres de la economía se dirigían”, continuaba Schröder en su declaración, “a ver la llegada al poder de un líder fuerte en Alemania que construyese un gobierno que permaneciese en el poder por un largo período tiempo”. Cuando “el NSDAP sufrió el 6 de noviembre su primer revés en las urnas y alcanzó con él su techo electoral, el apoyo de la economía alemana se hizo especialmente apremiante”. De acuerdo con el testimonio de Schröder, “existía un interés común en la economía en el miedo del bolchevismo y la esperanza de que los nacionalsocialistas, una vez en el poder, estableciesen una política consistente y sólidos fundamentos económicos en Alemania”.
Quizá la mayoría de industriales y banqueros viese a los nazis como parte de la constelación de fuerzas conservadoras que habían de impedir el ascenso del movimiento obrero organizado que suponían tanto el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) como el Partido Comunista de Alemania (KPD) y sus sindicatos. Carl von Ossietzky escribió en Die Weltbühne cómo el magnate de los medios de comunicación Alfred Hugenberg no quería “dejar libre a su golem, Hitler.” “Cuando ya no lo necesite más”, creía Ossietzky, “le cortará el grifo de la financiación y el movimiento nacionalsocialista desaparecerá tan misteriosamente como estos últimos dos años misteriosamente ha crecido”. Años después el dramaturgo Heiner Müller compararía a los nazis con un perro rabioso atado a una correa que finalmente se aflojó demasiado. Sea como fuere, como escribe Antoni Domènech en El eclipse de la fraternidad (Crítica, 2004), “lo que el propio [fiscal estadounidense] Telford Taylor llamó ‘guerra civil fría’ desencadenada en EE UU contra los ‘comunistas rooseveltianos’ contribuyó decisivamente a que las condenas judiciales a la oligarquía industrial y financiera alemana quedaran en nada”, entre otras razones, “gracias a la enorme presión de la derecha empresarial y política norteamericana que consideró –no sin un punto de razón– que procesar a los Flick, a los Krupp y compañía era tanto, según expresó en su día el luego tristemente célebre senador McCarthy, ‘como procesar a los Ford y a los Rockefeller’”.
El capital sin el que el nazismo no hubiera sido posible fue restituido en su lugar, considerado como un ‘mal necesario’ para hacer de Alemania occidental un muro de contención contra la expansión del comunismo soviético
No se produjo una caída de los dioses: el capital sin el que el nazismo no hubiera sido posible fue restituido en su lugar, considerado como un ‘mal necesario’ para hacer de Alemania occidental un muro de contención contra la expansión del comunismo soviético, a pesar de que ello suponía una violación del apartado B.12 del Acuerdo de Potsdam de 1945, según el cual “en el plazo más breve posible la vida económica alemana ha de descentralizarse con el objetivo de destruir la desproporcionada concentración existente del poder económico, representada especialmente por los carteles, corporaciones, trusts y otras asociaciones monopolistas”.
La URSS defendió en todo momento el establecimiento de un castigo ejemplar e inequívoco a los criminales de guerra nazis: sobre ellos tenía que caer todo el peso de la ley, sin concesiones. Esta manera de proceder tenía como fin impedir que su memoria pudiese ser rehabilitada y asestar a un mismo tiempo un golpe definitivo al capital que había posibilitado el peor conflicto de la historia de la humanidad. Buena parte del resto de los Aliados, en cambio, temía que el juicio a los notables de la vida económica alemana se convirtiese en una poderosa herramienta propagandística para los soviéticos. Como seguramente se refleje en los medios de comunicación estos días, hubo un Núremberg que ha llegado a ser muy conocido por el público y otro que no, y que, además, quedó incompleto.
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TRABAJOS FORZADOS
En las zonas ocupadas por los alemanes, los nazis individualizaban a los trabajadores judíos y los trataban cruelmente. También los sometían a un trato humillante, como cuando los hombres de las SS obligaban a los judíos religiosos a someterse a que les cortaran las barbas. Los ghettos funcionaban como bases para la utilización de los trabajadores judíos, al igual que los campos de trabajos forzados para judíos que había en la Polonia ocupada. En el ghetto de Lodz, por ejemplo, los nazis abrieron 96 fábricas. La capacidad para el trabajo podía salvarle la vida a una persona pero, generalmente, solo de manera temporal. Aquellos judíos a quienes los nazis consideraban improductivos solían ser los primeros en ser fusilados o deportados. Los trabajadores judíos, incluso los que hacían trabajos forzados, no se consideraban imprescindibles. El exterminio de los judíos se convirtió en la prioridad exclusiva de los nazis.
Los nazis explotaban los trabajos forzados de los «enemigos del estado» para obtener ganancias económicas. La escasez de mano de obra en la economía de guerra alemana se tornó crítica en especial después de la derrota de Alemania en la batalla de Stalingrado en 1942-1943. Como consecuencia, aumentó el uso de los prisioneros para realizar trabajos forzados en las industrias alemanas. Especialmente en 1943 y 1944, se crearon cientos de campos en plantas industriales o cerca de ellas.
Campos como el de Auschwitz en Polonia y el de Buchenwald en el centro de Alemania se convirtieron en los centros administrativos de enormes redes de campos de trabajos forzados. Además de las empresas que eran propiedad de las SS (por ejemplo, la Fábrica de Armamento Alemán), firmas privadas alemanas, como Messerschmidt, Junkers, Siemens, e I. G. Farben, contaban cada vez más con las personas que realizaban trabajos forzados a fin de acelerar la producción para la guerra. Uno de los más infames entre estos campos fue Auschwitz III, o Monowitz, que proporcionaba prisioneros para realizar trabajos forzados a una planta de goma sintética propiedad de I. G. Farben. Los prisioneros de todos los campos de concentración eran literalmente obligados a trabajar hasta morir.
Fechas Claves
26 de octubre de 1939: se instituye trabajos forzados para los judíos de Polonia
Apenas las fuerzas alemanas ocupan Polonia en septiembre de 1939, los judíos son tomados para realizar trabajos forzados a fin de limpiar los destrozos de la guerra y reparar las rutas. Esta práctica se formaliza en octubre, cuando los alemanes instituyen trabajos forzados para los hombres judíos de 14 a 60 años de edad en la Polonia ocupada. Más tarde, las mujeres judías y los niños judíos de 12 a 14 años también son obligados a realizar trabajos forzados. En toda la Polonia ocupada hay campos de trabajos forzados para judíos y los judíos de los ghettos tienen la obligación de presentarse ante las autoridades de ocupación alemanas para trabajar. Los judíos generalmente trabajan entre 10 y 12 horas por día en condiciones extremas y reciben poco o ningún pago.
21 de mayo de 1942: abre la planta de I.G. FARBEN cerca de Auschwitz
La planta de goma sintética y petróleo de I.G. Farben abre en Monowice, cerca de Auschwitz, y usa judíos prisioneros del campo para realizar trabajos forzados. El conglomerado alemán I.G. Farben puso una fábrica allí para aprovechar la mano de obra barata del campo de concentración y la cercanía de los yacimientos carboníferos de Silesia. Invirtió más de 700 millones de reichsmarks (cerca de 1,4 millones de dólares estadounidenses de 1942). Auschwitz III, también llamado Buna o Monowitz, se encuentra cerca para proporcionarle obreros que realizaran trabajos forzados para la planta. La expectativa de vida de los trabajadores de la gigante planta era sumamente baja. En 1945, unas 25.000 personas que realizaban trabajos forzados habían muerto en la planta de Monowitz.
11 de julio de 1942: los judíos de Salónica, Grecia, son obligados a realizar trabajos forzados
Los alemanes exigen que todos los hombres judíos de 18 a 45 años que viven en Salónica se presenten en la Plaza de la Libertad, donde se les asignará trabajos forzados. Se presentan 9.000 hombres judíos. A unos 2.000 se les asignan proyectos de trabajos forzados para el ejército alemán. El resto queda detenido hasta que las comunidades judías de Salónica y Atenas les paguen un enorme rescate a las autoridades de ocupación alemanas por su liberación. Como parte del pago, el cementerio judío de Salónica pasa a ser propiedad de la ciudad. Las autoridades de la ciudad lo desmantelan y usan las piedras del cementerio para la construcción de una universidad en el lugar.
Durante la Guerra Civil Española, IG-Farben donó en varias ocasiones cantidades de 100.000 pesetas a los golpistas. Junto con Siemens y otras empresas alemanas, el grupo apoyó a la Legión Cóndor equipando a sus combatientes. Por si fuera poco, al parecer IG-Farben produjo las bombas incendiarias con las que la Legión Cóndor arrasó Guernica y otras ciudades vascas (Schmelzer, 1966: 25).
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UNA HERENCIA MALDITA PERSIGUE A LAS QUÍMICAS ALEMANAS
Casi sesenta años tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, el pasado nazi sigue persiguiendo a algunas grandes empresas germanas. Es lo que ha sucedido con el grupo químico Degussa, uno de los mayores de Europa, que ha estado a punto de perder un importante contrato y sufrir serios daños de imagen por sus actividades del pasado. La discusión sobre el pasado nazi de algunos consorcios alemanes, sobre todo, del sector químico, ya estaba abierta.
Degussa recibió el encargo de suministrar 40 toneladas de un protector contra pintadas de graffiteros para proteger el megalítico monumento a las víctimas del Holocausto de Berlín y que consta de 2.700 bloques de cemento en una superficie de 19.000 metros cuadrados. El protector Protectosil de Degussa era la oferta más barata y eficiente de las presentadas. Sin embargo, la firma alemana fue apartada del proyecto tras difundirse que una ex filial suya fabricó durante el Tercer Reich el famoso gas Zyklon B, con el que los nazis asesinaron a millones de judíos. Las obras se paralizaron durante algunas semanas, hasta que el patronato que supervisa la construcción decidió finalmente readmitir a Degussa. ‘La Degussa de hoy es una empresa totalmente distinta’, dijo Wolfgang Thierse, presidente del Parlamento alemán y de la fundación encargada del proyecto.
Para muchos supervivientes del Holocausto o para los descendientes de los que perecieron es difícil aceptar que las sucesoras de algunas compañías que apoyaron a Hitler sigan existiendo en la actualidad, pese a ser firmas muy diferentes. Los conocidos grupos químicos BASF, Degussa o Hoechst (hoy Aventis) formaron parte hasta el final de la guerra del poderoso consorcio IG Farben.
El presidente del Parlamento, Wolfgang Thierse, sale en defensa de las empresas del sector
Fundado en 1925 tras la fusión de varias químicas, era uno de los mayores grupos industriales del mundo. El apoyo entre la compañía y el régimen nazi fue mutuo y total: ‘Sin IG Farben, Alemania nunca se hubiera podido embarcar en una guerra’, dijo uno de los directivos del grupo, Heinrich Bütefisch, al final de la contienda. En sus fábricas trabajaban en 1944 unos 83.000 trabajadores forzosos y prisioneros de los campos de concentración que fabricaban, entre otros productos, gas para el exterminio de judíos. Tras la guerra, los aliados dividieron IG Farben en docenas de empresas, entre ellas BASF o Bayer. La compañía se mantuvo, sin embargo, como fideicomisario de los activos que llegó a poseer y sus acciones, que han seguido cotizando en Bolsa, aportaron importantes ganancias. Desde comienzos de 2001 a mediados de 2003 los títulos del grupo triplicaron su valor.
A mediados de noviembre se declaró la insolvencia del consorcio. Los responsables acusaron de la misma a la sociedad de participaciones WCM, que debería haber adquirido los bienes del grupo y finalmente no lo hizo. Las posibilidades de que las víctimas reciban una compensación económica son, ahora, menores que antes, ya que primero cobrarán los acreedores. A diferencia de sus empresas sucesoras, IG Farben no participó en el fondo del Gobierno y la industria para compensar a las víctimas de trabajos forzosos y la fundación del consorcio creada para este fin no ha repartido hasta el momento ninguna indemnización.
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IG Farben
UN FANTASMA TENEBROSO E INSOLVENTE
Desde hace más de medio siglo se encuentra en proceso de liquidación el que fuera en su día el mayor consorcio químico del mundo y el símbolo industrial del nacionalsocialismo. Creada en 1925, la IG Farben respaldó financieramente a los nazis, incluso desde antes de su llegada al poder, para convertirse luego en uno de los puntales económicos del régimen de Hitler.
Negro historial
La empresa, que no sólo colaboró con el ejército sino también con las tropas especiales de las SS, amasó fortuna durante la guerra gracias a la fabricación de productos de importancia bélica, como combustibles y explosivos. En 1944 llegó a ocupar más de 38 mil trabajadores forzados, entre los que se contaban muchos prisioneros de los campos de concentración. De hecho, el consorcio operaba el campo de trabajo de Auschwitz-Monowitz, en el que murieron aproximadamente 120 mil personas. El negro historial no termina allí. Una filial del consorcio, la firma Degesch (en la que también tenía participación la empresa Degussa), fue la productora del tristemente Zyklon B, que cobró millares de víctimas judías en las cámaras de gas.
La tenebrosa historia de la IG Farben explica, por sí sola, la decisión adoptada por los aliados tras el término de la II Guerra Mundial: desbaratar el consorcio. De él surgieron gigantes industriales, como Bayer, Hoechst (Aventis) y BASF. Pero un resto quedó, formándose en 1952 la sociedad en liquidación. En su primera década pagó unos 30 millones de marcos en indemnizaciones a los trabajadores forzados y, a fines de los año 90, aportó cerca de 250 millones de euros a un fondo para el mismo fin. Ahora que anuncia su insolvencia, vuelve a plantearse el tema de las reclamaciones aún pendientes de los sobrevivientes.
«Acciones ensangrentadas»
Si bien el patrimonio de la empresa quedó reducido a unas decenas de millones de euros en inmuebles, este «fantasma industrial» siguió teniendo presencia en la bolsa. Más aún: durante los últimos años, especuladores hicieron que el volumen de transacciones de estos valores se elevara a más de 4.600 millones en la bolsa de Fráncfort, desde el 2001. A modo de comparación, cabe señalar que en el mismo período fueron transadas 5.000 millones de acciones de la Telekom.
Henry Mathews, de la agrupación de «accionistas críticos», opinó recientemente que se trata de «acciones ensangrentadas». A su juicio, «es un escándalo y una ofensa para los sobrevivientes de los trabajos forzados que todavía se coticen esas acciones en la bolsa alemana». Ahora, la mayor preocupación de Mathew es que el resto del dinero que quede se destine a las víctimas de los nazis y evitar que vaya a parar a manos de los bancos acreedores. También el vicepresidente del Comité-Auschwitz, Peter Gingold, calificó de escándalo que las víctimas no reciban más dinero.
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