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Capítulo 4: «Kapp, o Marte contra Marx»
TECNICA DEL GOLPE DE ESTADO
CURZIO MALAPARTE
CAPÍTULO IV
KAPP, O MARTE CONTRA MARX
Habíamos contado con la revolución en Polonia, y la revolución no ha llegado – declaraba Lenin a Clara Zetkin en otoño de 1920.
Para los que piensan, como sir Horace Rumbold, que el desorden es, de todas las circunstancias favorables a los golpes de Estado, la más necesaria, ¿qué razones podrán justificar realmente a los catilinarios polacos? La presencia del ejército de
Trotsky a las puertas de Varsovia, la extraordinaria debilidad del gobierno de Witos, el espíritu sedicioso del pueblo, ¿no constituían otras tantas circunstancias favorables a una intentona revolucionaria?
-Cualquier imbécil! – decía Jeda Balachowitch– podría adueñarse del poder.
Ahora bien; en 1920, no sólo Polonia, sino Europa entera estaba llena de imbéciles de esos. ¿Cómo puede ser, entonces, que en esas circunstancias no se haya producido ni una sola intentona de golpe de Estado en Varsovia, ni por parte de los comunistas?
El único que no se hacía ilusiones sobre la posibilidad de una revolución en Polonia era Radek. Lenin mismo lo ha confesado a Clara Zetkin. Radek, que conocía la incapacidad de los catilinarias polacos, sostenía que en Polonia la revolución debía ser realizada artificialmente, desde fuera. Como se sabe, Radek no se hacía tampoco ilusiones sobre los catatilinatios de los demás países. La crónica de los sucesos que se desarrollaron en Polonia durante el verano de 1920 no sólo aclara la incapacidad de los catilinarios polacos, sino también la de los catilinarias de toda Europa.
Quien haya observado sin ideas preconcebidas la situación europea durante los años 1919 y 1920, no puede dejar de preguntarse por qué milagro Europa ha podido salir de una crisis revolucionaria tan grave. En casi todos los países, la burguesía liberal se mostraba incapaz de defender al Estado. Su método defensivo consistía, y sigue consistiendo, en la aplicación pura y sencilla de los sistemas policíacos, a los cuales en todos los tiempos, hasta nuestros días, se han confiado los gobiernos absolutos, igual que los gobiernos liberales. Pero la incapacidad de la burguesía para defender al Estado estaba compensada por la incapacidad de los partidos revolucionarios para oponer una táctica ofensiva moderna al método defensivo en desuso de los gobiernos, para oponer a las medidas de policía una técnica revolucionaria.
Se observa con asombro que en 1919 y en 1920, durante el período más grave de la crisis revolucionaria en Europa, ni los catilinarios de la derecha ni los de la izquierda han sabido sacar provecho de la experiencia de la revolución bolchevique. Les faltaba el conocimiento del método, de la táctica, de la técnica moderna del golpe de Estado, de la que Trotsky ha dado el primer ejemplo clásico. El concepto que ellos tenían de la conquista del poder era un concepto anticuado, que les llevaba fatalmente a situarse en el terreno escogido por el adversario, a emplear sistemas e instrumentos a los cuales hasta los gobiernos débiles e imprevisores pueden oponer con éxito los sistemas e instrumentos de empleo clásico para la defensa del Estado.
Europa estaba madura para la revolución, pero los partidos revolucionarios demostraron que no sabían aprovechar ni las circunstancias, favorables ni la experiencia de Trotsky. El éxito de la insurrección bolchevique de octubre de 1917 no se justificaba ante sus ojos más que por las condiciones excepcionales en las que se encontraba Rusia y por los errores de Kerenski. No se dieron cuenta de que Kerenski estaba en el poder en casi todos los países de Europa; no comprendieron que, en el planeamiento y en la ejecución de su golpe de Estado, Trotsky no había tenido lo más mínimo en cuenta las condiciones excepcionales en que se encontraba Rusia; la novedad introducida por Trotsky en la táctica insurreccional consistía en descuidar por completo la situación general de país. Los errores de Kerenski han influido tan sólo en el planteamiento y en la ejecución del golpe de Estado bolchevique. Aunque la situación de Rusia hubiera sido distinta, la táctica de Trotsky hubiese seguido siendo la misma.
Los errores de Kerenski eran entonces y son hoy todavía característicos de toda la burguesía liberal de Europa. La debilidad de los gobiernos era extraordinaria; el problema de su existencia no era más que un problema de policía. Pero los gobiernos liberales tenían la suerte de que los catilinarios también consideraban la revolución como un problema de policía.
* * *
El golpe de Estado de Kapp es una lección para todos los que conciben la táctica revolucionaria como un problema de orden político y no de orden técnico.
En la noche del 12 al 13 de mayo de 1920, unas cuantas divisiones de las tropas del Báltico: concentradas cerca de Berlín bajo las órdenes del general von Luttwitz, enviaban un «ultimátum» al gobierno de Bauer, amenazándole con ocupar la capital si el Gobierno no ponía de nuevo el poder en manos de Kapp.
Aunque Kapp se jactase de dar un golpe de Estado parlamentario y de ser el Sieyés de von Luttwitz, su intentona revolucionaria tomaba, desde el comienzo, el aspecto clásico de un golpe de Estado claramente militar, tanto en su planeamiento como en su ejecución. A esta exigencia, el gobierno de Bauer, respondió con una negativa y tomó las medidas de policía necesarias para la defensa del Estado y el mantenimiento del orden público. Como sucede siempre en tales casos, a un concepto militar oponía el Gobierno un concepto policíaco; los dos se parecen, y eso es lo que quita todo carácter revolucionario a las sediciones militares.
La policía defiende al Estado como si fuese una ciudad; los militares atacan al Estado como si fuera una fortaleza.
Las medidas de policía tomadas por Bauer consistían en levantar barricadas en las plazas y calles principales, y en ocupar los edificios públicos. Para von Luttwitz, la ejecución del golpe de Estado consistía en sustituir los destacamentos de policía apostados en los cruces de las grandes calles, en la entrada de las plazas, delante del Reichstag y de los ministerios de la Wilhelmstrasse, por sus propias tropas. Algunas horas después de su entrada en la ciudad, von Luttwitz era dueño de la situación. La toma de posesión de la ciudad se había efectuado sin derramamiento de sangre, con la regularidad de un relevo de guardia. Pero si von Luttwitz era un militar, Kapp, antiguo director general de Agricultura, era un alto funcionado, un burócrata. Mientras von Luttwitz creía haberse apoderado del Estado por el sólo hecho de haber sustituido la policía por sus propios soldados en los servicios de orden público, el nuevo canciller Kip estaba convencido de que la ocupación de los ministerios bastaba para garantizar el funcionamiento normal de la máquina del Estado y para consagrar la legalidad del gobierno revolucionario.
Hombre mediocre, pero dotado de buen sentido, conociendo bien a los generales y a los altos funcionarios del Reich, Bauer había comprendido desde el principio que sería inútil y peligroso oponer la fuerza armada al golpe de Estado de von Luttwitz. La ocupación de Berlín por las tropas del Báltico era inevitable. La policía no podría luchar contra unos soldados aguerridos; era ésta un arma eficaz contra conspiraciones y tumultos, pero completamente inútil contra veteranos. Al aparecer los cascos de acero, el destacamento de Policía que custodiaba la entrada de la Wilhelmstrasse se había rendido a los rebeldes. El mismo Noske, hombre enérgico, partidario de la resistencia a ultranza, al tener conocimiento de las primeras defecciones, había decidido conformarse con la actitud de Bauer y de los demás ministros. El punto débil del gobierno revolucionario, pensaba con razón Bauer, es la máquina del Estado. Quien lograse paralizar esta máquina o simplemente obstaculizar su funcionamiento, heriría en el corazón al gobierno de Kapp. Para interrumpir la vida del Estado había que provocar la parálisis de toda la vida pública.
La actitud de Bauer era la de un pequeño burgués educado en la escuela de Marx. Sólo un burgués de la clase media, un hombre de orden saturado de ideas socialistas, acostumbrado a juzgar a los hombres y los hechos más extraños a su mentalidad, a su educación y a sus intereses con la objetividad y el escepticismo de un funcionario del Estado, podía concebir el audaz proyecto de trastornar honda y violentamente la vida pública para impedir que Kapp fortaleciese su poder basándose en el orden constituido.
El gobierno de Bauer, antes de salir de Berlín y refugiarse en Dresde, había dirigido un llamamiento al proletariado para invitar a los obreros a proclamar la huelga general.
La decisión de Bauer creaba a Kapp una situación peligrosa. Una reacción ofensiva de las fuerzas que permanecían fieles al Gobierno legítimo de Bauer hubiese sido mucho menos peligrosa para Kapp que una huelga general, porque las tropas de von Luttwitz hubieran triunfado fácilmente. Pero ¿cómo obligar a una masa enorme de obreros a reanudar el trabajo? No con las armas, seguramente.
En la noche misma del 13 de marzo, Kapp, que se creía, a mediodía, dueño de la situación, se encontró prisionero de un enemigo imprevisto. En unas horas la vida de Berlín quedó paralizada. La huelga se extendía por toda Prusia. La capital estaba sumida en la oscuridad; las calles del centro estaban desiertas; una calma absoluta, reinaba en los barrios obreros. La parálisis había fulminado los servicios públicos; hasta los enfermeros habían abandonado los hospitales. El tráfico con Prusia y con el resto de Alemania había sido interrumpido desde las primeras horas de la tarde; en el transcurso de unas horas, Berlín iba a verse hambriento. Por parte del proletariado, ni un gesto de violencia ni un gesto de rebeldía. Los obreros habían abandonado las fábricas con la mayor tranquilidad. El desorden era perfecto.
En la noche del 13 al 14 de marzo, Berlín pareció sumido en un sueño profundo. Sin embargo, en el Hotel Adlon, residencia de las misiones aliadas, todo el mundo permaneció en pie hasta el amanecer, esperando graves acontecimientos. El alba encontró a la capital sin pan, sin agua, sin periódicos, pero tranquila. En los barrios populares los mercados estaban desiertos; la interrupción del tráfico ferroviario había cortado los víveres a la ciudad.
Y la huelga, como una mancha de aceite, se extendía a todos los empleos públicos y privados. Los telefonistas, los telegrafistas no se presentaban ya en sus oficinas. Los Bancos, las tiendas y los cafés, permanecían cerrados. Numerosos funcionarios, hasta en los ministerios, se. negaban a reconocer al Gobierno revolucionario. Bauer había previsto este contagio. Impotente para reaccionar contra la resistencia pasiva de los trabajadores, Kapp recurrió a la ayuda de técnicos y de funcionarios de confianza para intentar poner de nuevo en marcha los engranajes más delicados de los servicios públicos; pero era demasiado tarde. La parálisis había atacado ya a la máquina del Estado.
La población de las barriadas obreras no mostraba ya la calma de los primeros días; señales de impaciencia, de inquietud y de rebeldía se manifestaban por todas partes. Las noticias llegadas de los diferentes Estados del sur ponían a Kapp en la alternativa o de ceder a Alemania, que sitiaba a Berlín, o de ceder a Berlín, que retenía prisionero al Gobierno ilegal. ¿Había que resignar el Poder en manos de Bauer, o entregarle de nuevo a los Consejos Obreros, dueños ya de los barrios? Su golpe de Estado no había dado a Kapp más que el Reichstag y los Ministerios.
La situación empeoraba de hora en hora; no dejaba al Gobierno revolucionario ni los elementos ni las ocasiones de un juego político.
Entrar en contacto con los partidos de izquierda, incluso con los partidos de derecha, parecía imposible. Un acto de fuerza hubiera tenido consecuencias imprevisibles. Unas cuantas tentativas de las tropas de von Luttwitz para obligar a los obreros a reanudar el trabajo no habían conducido más que a inútiles derramamientos de sangre. Aquí y allá, sobre el asfalto, veíanse los primeros muertos; error fatal de un Gobierno revolucionario que se había olvidado de ocupar las centrales eléctricas y las estaciones de ferrocarril.
Aquella primera sangre producía una herrumbre indeleble sobre los engranajes del Estado. La detención de algunos altos funcionarios del Ministerio de Estado, la noche del tercer día, revelaba hasta qué punto la indisciplina había descompuesto a la burocracia. El 15 de mayo, en Stuttgart, donde había sido convocada la Asamblea Nacional, Bauer declaraba al presidente Ebert, al comunicarle la noticia de los sangrientos incidentes de Berlín:
–El error de Kapp es haber alterado el desorden.
* * *
El dueño de la situación era Bauer el mediocre Bauer, hombre de orden; el único que había comprendido que, para combatir la intentona revolucionaria de Kapp, el arma decisiva era el desorden. Un conservador penetrado del principio de autoridad, un liberal respetuoso de la legalidad, un demócrata fiel al concepto parlamentario de la lucha política no se hubiera atrevido nunca a suscitar la intervención ilegal de las masas proletarias y a confiar la defensa del Estado a una huelga general.
El príncipe de Maquiavelo se hubiera atrevido perfectamente a llamar al pueblo en su ayuda para reprimir un ataque arriesgado, una conjuración palaciega. El príncipe de Maquiavelo era, sin embargo, más conservador seguramente que un «Tory» de tiempos de la reina Victoria, aunque el Estado no formase parte, ni de sus prejuicios morales, ni de su educación política. Pero tenía la enseñanza de los ejemplos, que abundan en la historia, de las tiranías asiáticas y griegas y de los señoríos italianos del Renacimiento. Por el contrario, en la tradición de los gobiernos conservadores o liberales de la Europa moderna, la idea del Estado excluye todo amparo en la acción ilegal de las masas proletarias, cualquiera que pueda ser el peligro que conjurar. Más adelante se preguntaron en Alemania cuál hubiera sido la actitud de Stresemann si se hubiese encontrado en la situación de Bauer. Tenemos la seguridad de que Stresemann hubiera considerado como un procedimiento muy incorrecto el llamamiento de Bauer al proletariado de Berlín.
Hay que darse cuenta aquí de que su educación marxista llevaba lógicamente a Bauer a no tener ninguna clase de escrúpulo sobre la elección de medios para combatir una intentona revolucionaria. La idea de utilizar la huelga general corno un arma legal de los gobiernos democráticos, para defender al Estado contra un golpe de mano militarista o comunista, no podía ser extraña para un hombre educado en la escuela de Marx. Bauer fue el primero en aplicar uno de los principios fundamentales del marxismo a la defensa de un Estado burgués. Su ejemplo tiene una gran importancia en la historia de las revoluciones de nuestro tiempo.
El 17 de marzo, cuando Kapp anunció que. abandonaba el Poder porque «la situación extraordinariamente grave en la que se encontraba Alemania imponía la unión de todos los partidos y de todos los ciudadanos para hacer frente al peligro de una revolución comunista«, la confianza que el pueblo alemán había tenido en Bauer durante esos cinco días de gobierno ilegal fue sustituida por la inquietud y el temor. El partido socialista había perdido el control de la huelga general; y los verdaderos. Dueños de la situación eran los comunistas. En algunos barrios de Berlín se había proclamado la República roja. Consejos de obreros se formaban por todas partes en Alemania entera. En Sajonia y en el Ruhr, la huelga general no había sido más que el preludio del levantamiento. La Reichswehr tropezaba con un verdadero ejército comunista, provisto de ametralladoras y de cañones. ¿Qué iba a hacer Bauer? La huelga general había derribado a Kapp. ¿Iba a derrocar a Bauer la guerra civil?
Ante la necesidad de reprimir por la fuerza un levantamiento obrero, la educación marxista se convertía en el punto débil de Bauer. «La insurrección es un arte«, afirmaba Carlos Marx.
Pero es el arte de adueñarse del Poder y no de defenderlo. El objetivo de la estrategia revolucionaria de Marx es la conquista del Estado; su instrumento, la lucha de clases. Para seguir en el Poder, Lenin tuvo que alterar algunos de los principios fundamentales del marxismo. Esto es lo que señala Zinovieff cuando escribe: «Ahora el verdadero Marx es imposible sin Lenin«.
En manos de Bauer; la huelga generar había sido un arma para defender al Reich contra Kapp; para defender al Reich contra la insurrección proletaria era necesaria la Reichswehr. Las tropas de vón Luttwitz, que se habían mostrado impotentes ante la huelga general, hubieran dominado fácilmente el levantamiento comunista; pero Kapp había abandonado el Poder en el preciso momento en que el proletariado le ofrecía la ocasión de afrontar la lucha en su propio terreno. Semejante error por parte de un reaccionario como Kapp es incomprensible e injustificable. Por parte de un marxista como Bauer, el error de no comprender que la Reichswehr en ·aquel momento era la única arma eficaz contra la insurrección proletaria, es justificado por todos conceptos. Después de vanas tentativas encaminadas a buscar un acuerdo con los jefes de la insurrección comunista, Bauer entregó el poder a Müller. Triste final para un hombre de una honradez y de una mediocridad tan audaces.
La Europa liberal y catilinaria tenía mucho aún que aprender de Lenin y de Bauer.
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TECNICA DEL GOLPE DE ESTADO: CONTENIDO
CURZIO MALAPARTE: «TÉCNICA DEL GOLPE DE ESTADO» (1931): «Prólogo».
Capítulo I: El golpe de Estado Bolchevique y la táctica de Trotsky
Se aborda la toma del poder en Rusia por parte de León Trotski en la Revolución rusa de octubre de 1917.
Capítulo II: Historia de un golpe de Estado fallido
Trata sobre la defensa de Iósif Stalin frente al intento de Trotski de tomar el poder en 1927.
Capítulo III: 1920: La experiencia polaca. El orden reina en Varsovia
Sobre las luchas internas por el poder en la Polonia de Józef Pilsudski.
Capítulo IV: Kapp, o Marte contra Marx
Sobre el Golpe de Estado de Kapp, golpe militar fracasado que se tuvo lugar en Alemania en 1920, dirigido por Wolfgang Kapp.
Capítulo V: Bonaparte, o el primer golpe de Estado moderno
Acerca del golpe de Estado del 18 de Brumario, dado por Napoleón el 9 de noviembre de 1799.
Compara las actuaciones de Primo de Rivera y Pilsudski con las de Napoleón, que se refugiaron en la legalidad del estado vigente en lugar de rechazarla.
Capítulo VII: Mussolini y el golpe de Estado fascista
Trata sobre la Marcha sobre Roma y la toma del poder del Partido Nacional Fascista, de la que el propio autor fue partícipe.
Capítulo VIII: Un dictador fracasado: Hitler
Trata de las acciones fracasadas de Hitler con intención de tomar el poder, como fue el caso del Putsch de Munich.
Hay que tener en cuenta que Técnica del Golpe de Estado se publicó en 1931, antes de que Adolf Hitler tomara el poder en Alemania.
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