Capítulo 6: «PRIMO DE RIBERA Y PILSUDSKY: UN CORTESANO Y UN GENERAL SOCIALISTA»
TECNICA DEL GOLPE DE ESTADO
CURZIO MALAPARTE
CAPÍTULO VI
PRIMO DE RIBERA Y PILSUDSKY: UN CORTESANO Y UN GENERAL SOCIALISTA
El ejemplo de Bonaparte, que se sirve del ejército como de un instrumento legal para resolver, en el terreno del procedimiento parlamentario, el problema de la conquista del Estado, ejerce todavía una gran sugestión sobre todos los que pretenden, como Kapp, Primo de Rivera y Pilsudski, conciliar el empleo de la violencia y el respeto a la legalidad, y quieren realizar por la fuerza de las armas una revolución parlamentaria.
La táctica del 18 Brumario no es la de una sedición militar. Lo que la caracteriza es la preocupación de permanecer en la legalidad, y esta preocupación constituye el elemento nuevo aportado por Bonaparte a la técnica del golpe de Estado. Esta preocupación muy moderna se reconoce en las empresas de Kapp, de Primo de Rivera y de Pilsudski. Esto es lo que hace actual el 18 Brumario y lo que convierte a la táctica bonapartista en una de las amenazas más inmediatas para los Estados parlamentarios. ¿Cuál es la ilusión de Kapp? La ilusión de ser el Siéyes de von Luttwitz, y de realizar un golpe de Estado parlamentario. ¿En qué piensa Ludendorff en 1923, cuando se alía con Hitler y con Kahr para marchar sobre Berlín? En el 18 Brumario. ¿Cuál es su fin estratégico? El mismo que el de Kapp: el Reichstag, la Constitución de Weimar. Primo de Rivera y Pilsudski lo mismo: el uno apunta a las Cortes y el otro a la Dieta. Y hasta el mismo Lenin, en su primer período, durante el verano de 1917, empezó a deslizarse por la pendiente de la táctica bonapartista. Entre las razones que explican el fracaso de la táctica insurreccional de julio de 1917, el más grave es que el Comité Central del partido bolchevique y Lenin mismo eran opuestos a un insurrección después de los primeros Congresos de los Soviets. No tenían más fin que un objetivo parlamentario: conquistar la mayoría en el seno de los Soviets.
Hasta la víspera del golpe de Estado, la única preocupación de Lenin, refugiado en Finlandia después de las jornadas de julio, fue asegurarse la mayoría en el segundo Congreso de los Soviets, que debía reunirse en octubre. Táctico mediocre, pretende conseguir la seguridad por el lado parlamentario antes de dar la señal de la insurrección. «Como Danton y como Cromwell, observa Lunatcharski, Lenin es un optimista de talento«.
La regla fundamental de la táctica bonapartista, dominada por el oportunismo más formal, es la elección del terreno parlamentario más apto para conciliar el empleo de la violencia con el respeto a la legalidad. Tal es la característica del 18 Brumario.
Kapp, Primo de Rivera, Pilsudski y, en cierto modo, el mismo Hitler, son hombres de orden, reaccionarios, que se proponen adueñarse del Poder a fin de aumentar su prestigio, su fuerza y su autoridad, y que se preocupan de justificar su actitud sediciosa proclamándose, no enemigos, sino servidores del Estado. Lo que más temen es que les declaren fuera de la ley. El ejemplo de Bonaparte, que palidece ante la noticia de que le han colocado fuera de la ley, entra en cierto modo en las preocupaciones que obsesionan su conducta. Su fin táctico es el Parlamento; a través del Parlamento es como quieren conquistar el Estado. Sólo el poder legislativo, tan favorable al juego de los compromisos y de las complicidades, puede ayudarles para insertar el hecho realizado en el orden constituido por medio de un injerto de la violencia revolucionaria sobre la legalidad constitucional.
Sólo el poder legislativo, tan favorable al juego de los compromisos y de las complicidades, puede ayudarles para insertar el hecho realizado en el orden constituido por medio de un injerto de la violencia revolucionaria sobre la legalidad constitucional
O el Parlamento acepta el hecho realizado y lo legaliza formalmente, transformando el golpe de Estado en un cambio de Ministerio, o los catilinarios disuelven el Parlamento y encargan a una nueva Asamblea legalizar la violencia revolucionaria. Pero el Parlamento que consiente en legalizar el golpe de Estado no hace más que decretar su propia muerte. No existe ejemplo en la historia de las revoluciones de una Asamblea que no haya sido la primera víctima de la violencia revolucionaria legalizada por ella. Para aumentar el prestigio, la fuerza y la autoridad del Estado, la lógica bonapartista no concibe más que la reforma de la Constitución y la limitación de las prerrogativas parlamentarias.
La única garantía de legalidad para el golpe de Estado bonapartista consiste en una reforma constitucional limitando las libertades públicas y los derechos del Parlamento. La libertad: he aquí el enemigo.
La única garantía de legalidad para el golpe de Estado bonapartista consiste en una reforma constitucional limitando las libertades públicas y los derechos del Parlamento. La libertad: he aquí el enemigo.
La táctica bonapartista se ve obligada a permanecer, a todo precio, en el terreno de la legalidad. Prevé el empleo de la violencia sino para mantenerse sobre ese terreno o para volver a él, si la han obligado a alejarse. ¿Qué hace Bonaparte, el Bonaparte legal del 18 Brumario, cuando se entera de que los Quinientos le han declarado «fuera de la ley«? Recurre a la violencia: ordena a los soldados que hagan evacuar el Naranjal; expulsa y dispersa a los representantes de la nación. Pero unas horas después, Luciano Bonaparte, presidente del Consejo de los Quinientos, se apresura a recoger unas docenas de diputados, reúne de nuevo el Consejo y se dedica a hacer legalizar el golpe de Estado con aquel simulacro de Asamblea. La táctica del 18 Brumario no puede ser aplicada sino en el terreno parlamentario. La existencia del Parlamento es la condición indispensable del golpe de Estado bonapartista. En una monarquía absoluta no podrían concebirse más que las conjuras palaciegas y las sediciones militares.
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Primo de Rivera y Pilsudski, aunque sus partidarios hayan hecho de ellos (es el destino de todos los dictadores) una especie de héroes de Plutarco, hubieran indudablemente tropezado con dificultades mucho más graves si las Cortes y la Dieta hubiesen sido la Cámara de los Comunes o el Palais-Bourbon. Pero el éxito de su golpe de fuerza no proviene del hecho de que las Cortes y la Dieta no eran la Cámara de los Comunes o el Palais-Bourbon, y que no había, en la España de 1923 y en la Polonia de 1926, una democracia parlamentaria capaz de defender las libertades públicas. Entre los peligros a los cuales está expuesto el golpe de Estado moderno, uno de los más graves es la vulnerabilidad de los Parlamentos. Todos los Parlamentos, sin excepción, son más o menos vulnerables. El error de las democracias parlamentarias está en su excesiva confianza en las conquistas de la libertad, cuando nada es más frágil en la Europa moderna. Es una ilusión peligrosa creer que el Parlamento es la mejor defensa del Estado contra una intentona bonapartista, y que se puede defender la libertad con la práctica de la libertad misma y por medio de medidas policíacas. Esto es lo que pensaban los diputados de las Cortes y de la Dieta hasta la víspera de los golpes de Estado de Primo de Rivera y de Pilsudski.
Es una ilusión peligrosa creer que el Parlamento es la mejor defensa del Estado contra una intentona bonapartista, y que se puede defender la libertad con la práctica de la libertad misma y por medio de medidas policíacas. Esto es lo que pensaban los diputados de las Cortes y de la Dieta hasta la víspera de los golpes de Estado de Primo de Rivera y de Pilsudski
Entre los héroes cuyas vidas ejemplares nos cuenta Plutarco, son bastante raros los gentiles-hombres. Tal es quizá la razón que se opone a que Primo de Rivera, gentilhombre y general, adquiera en la historia el aspecto de un héroe de Plutarco. En la desdichada aventura de esta especie de dictador no hay nada más triste que su lealtad y su buena fe. Hacen mal en reprocharle no haber puesto al servicio de su país más que una inteligencia mediocre. Debiera más bien reprochársele el haber puesto su nobleza de alma al servicio del rey. Los dictadores deben desconfiar, como Metternich, de los reyes constitucionales. La complicidad del rey es el elemento más interesante; quizá el único elemento interesante de la dictadura española. Sin la complicidad sediciosa de Alfonso XIII, Primo de Rivera no hubiera podido adueñarse del Poder, disolver las Cortes, gobernar al margen de la Constitución.
La complicidad del rey es el elemento más interesante; quizá el único elemento interesante de la dictadura española. Sin la complicidad sediciosa de Alfonso XIII, Primo de Rivera no hubiera podido adueñarse del Poder, disolver las Cortes, gobernar al margen de la Constitución
El verdadero «deux ex machina» del golpe de Estado, el único responsable de la dictadura no fue Primo de Rivera, fue el rey.
Se ha dicho que Primo de Rivera había sido el “Bonaparte a pesar suyo” de aquella parodia del 18 Brumario; pero en aquella triste comedia del golpe de Estado y de la dictadura «en nombre del rey«, Primo de Rivera no ha desempeñado más que un papel de «Mussolini a pesar suyo» al servicio de la política personal de un rey sedicioso. En una monarquía constitucional no hay sitio para un dictador; sólo los cortesanos pueden prestarse a realizar un golpe de Estado por espíritu de cortesanía. La complicidad del rey y de Primo de Rivera era menos un compromiso entre la Constituci6n y la dictadura que un pacto equívoco entre un cortesano y su rey. Primo de Rivera no fue en modo alguno un dictador; no fue más que un cortesano. Esta complicidad, cuyas prendas eran las garantías constitucionales, los derechos del Parlamento, las libertades públicas, no podía acabar más que en una traición. Mediocre historia la de un rey que mezcla la traición a una complicidad en la realización de una empresa de la que es único responsable ante la Constitución y el pueblo.
La lección que se desprende de los sucesos de España no es favorable a las dictaduras «de orden del rey«. Para justificar la actitud de Alfonso XIII hacia su cómplice, y para explicar la llegada de la República se ha dicho que en vez de dar a España un Estado basado en una «democracia autoritaria«, sólo le había dado una dictadura. ¿Hay que creer que Primo de Rivera no ha servido bien a su rey? ¿Su dictadura no tendía también a herir los derechos del Parlamento y las libertades constitucionales, a crear un Estado fundado sobre «democracia autoritaria«? Los acontecimientos posteriores han demostrado que Primo de Rivera no había hecho más que obedecer a la voluntad del rey, como un buen servidor de la Corona. No podría reprochársele esta lógica de la dictadura que un rey constitucional no debiera nunca olvidar. De esta lógica es de la que ha nacido la España republicana.
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Entre los golpes de Estado que recuerdan el 18 Brumario, el de Pilsudski, en mayo de 1926, es quizá el más interesante. Pilsudski, a quien Lloyd George llamaba en 1920 un Bonaparte socialista (Lloyd George no ha tenido nunca simpatía por los generales socialistas), ha demostrado que sabía poner a Carlos Marx al servicio de la dictadura burguesa. La complicidad de las masas de trabajadores es la que constituye el elemento original del golpe de Estado de Pilsudski. Los ejecutores de su táctica insurreccional no son los obreros, sino los soldados de los regimientos amotinados.
Son los soldados que ocupan los puentes, las centrales eléctricas, la ciudadela, los cuarteles, los depósitos de víveres y de municiones, las encrucijadas, las estaciones de ferrocarril, las centrales telefónicas y telegráficas, los Bancos. Las masas no toman parte en el ataque a los puntos estratégicos de Varsovia, defendidos por las tropas fieles al Gobierno de Witos, lo mismo que a la residencia de Belvedere, donde el presidente de la República y los ministros se han refugiado. Los soldados constituyen esta vez también el elemento clásico de la táctica bonapartista. Pero la huelga general proclamada por el partido socialista para ayudar a Pilsudski en su lucha contra la coalición de derechas, sobre la cual se apoya Witos, es el elemento moderno de la insurrección, el que da una justificación social a ese golpe de fuerza, a esa brutal sedición militar. La complicidad de los obreros presta a los soldados de Pilsudski el aspecto de defensores de la libertad proletaria.
Pero la huelga general proclamada por el partido socialista para ayudar a Pilsudski en su lucha contra la coalición de derechas, sobre la cual se apoya Witos, es el elemento moderno de la insurrección, el que da una justificación social a ese golpe de fuerza, a esa brutal sedición militar. La complicidad de los obreros presta a los soldados de Pilsudski el aspecto de defensores de la libertad proletaria
En el terreno de la huelga general, y gracias a la participación de las masas de trabajadores en la táctica revolucionaria, es donde se comprueba la transformación de ese levantamiento militar en una insurrección popular, apoyada por una parte del ejército. Pilsudski, simple general rebelde al comienzo del golpe de Estado, se convierte así en una especie de capitán del pueblo, de héroe proletario, de Bonaparte socialista, según la de Lloyd George.
Pero la huelga general no basta para. hacer entrar de nuevo a Pilsudski en la legalidad; Tiene miedo, él también, de ser colocado «fuera de la ley«. En el fondo, ese general socialista no es más que un catilinario burgués preocupado de concebir y de realizar los deseos más audaces en los límites de la moral cívico e histórica de su tiempo y de su pueblo. Es un faccioso que pretende trastornar el Estado sin ser declarado «fuera de la ley«. En su odio hacia Witos, no le reconoce ni siquiera el derecho de defender el Estado. La resistencia de las tropas que han permanecido fieles al Gobierno despierta en él al polaco de Lituania, «loco y testarudo«. A las ametralladoras él ametralladoras. Es el polaco de Lituania quien impide al general socialista reintegrarse a la legalidad, aprovechar las circunstancias para reparar el error cometido al principio. Porque no se comienza un golpe de Estado parlamentario con una brutal expedición militar. «Eso no es correcto«, diría Montron.
Pilsudski encuentra un cómplice en el partido socialista, una fuerza táctica en la huelga general; pero necesita asegurarse un aliado en la persona del mariscal de la Dieta. Por mediación de la Constitución, Pilsudski se apoderará del Estado. Mientras prosigue la lucha en los barrios de Varsovia, mientras el general Haller se dispone a venir desde Postnania en socorro del Gobierno, en el Belvedere sitiado, el presidente de la República, Woitciekowski, y el presidente del Consejo, Witos, deciden entregar el Poder, conforme a la Constitución, en manos del mariscal de la Dieta. A partir de ese momento, quien garantiza la Constitución no es ya el presidente de la República: es el mariscal de la Dieta.
El golpe de Estado parlamentario no hace más que empezar; hasta entonces no era todavía más que una sublevación militar ayudada por una huelga general. Pilsúdski dirá más adelante que si Woitciekowski y Witos hubieran esperado la llegada de las tropas que siguieron fieles al Gobierno, su tentativa revolucionaria habría fracasado probablemente. La decisión apresurada del presidente de la República y de Witos son las que transforman la insurrección en golpe de Estado parlamentario. Ahora le corresponde al mariscal de la Dieta hacer que entre de nuevo Pilsudski en la legalidad.
–No quiero establecer la dictadura -declara Pilsudski en cuanto siente bajo sus pies el terreno parlamentario-; me propongo solamente obrar conforme a la Constituci6n para aumentar el prestigio, la fuerza y la autoridad del Estado.
El también, como todos los catilinarios de la derecha que se adueñan del Poder por la violencia, no tiene más ambición que la de parecer un fiel servidor del Estado.
Y, como buen servidor del Estado, entra Pilsudski en Varsovia, en un coche de cuatro caballos, escoltado por un escuadrón de ulanos sonrientes. La multitud agolpada en las aceras del Krakowskie Przedmiescie, le acoge a los gritos de «¡Viva Pilsudki!”, «¡Viva la República!«. El mariscal de la Dieta no tropezará con muchas dificultades para entenderse con él respecto a la Constitución.
–Ahora que la revolución ha terminado -piensa este personaje-, vamos a poder entendernos.
Pero el golpe de Estado parlamentario no hacía más que empezar. Actualmente todavía, después de todos los acontecimientos que ha hecho de la Constitución el instrumento de la dictadura y de la Polonia democrática y proletaria, cómplice generosa de la insurrección, la enemiga del general socialista, después de tantas complicidades y de tantas ilusiones perdidas, Pilsudski no ha encontrado medio aún de conciliar la violencia con la legalidad.
En 1926 el golpe de Estado parlamentario de Pilsudski no estaba más que en sus comienzos. Hoy día es un golpe de Estado que no ha triunfado aún.
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TECNICA DEL GOLPE DE ESTADO: CONTENIDO
CURZIO MALAPARTE: «TÉCNICA DEL GOLPE DE ESTADO» (1931): «Prólogo».
Capítulo I: El golpe de Estado Bolchevique y la táctica de Trotsky
Se aborda la toma del poder en Rusia por parte de León Trotski en la Revolución rusa de octubre de 1917.
Capítulo II: Historia de un golpe de Estado fallido
Trata sobre la defensa de Iósif Stalin frente al intento de Trotski de tomar el poder en 1927.
Capítulo III: 1920: La experiencia polaca. El orden reina en Varsovia
Sobre las luchas internas por el poder en la Polonia de Józef Pilsudski.
Capítulo IV: Kapp, o Marte contra Marx
Sobre el Golpe de Estado de Kapp, golpe militar fracasado que se tuvo lugar en Alemania en 1920, dirigido por Wolfgang Kapp.
Capítulo V: Bonaparte, o el primer golpe de Estado moderno
Acerca del golpe de Estado del 18 de Brumario, dado por Napoleón el 9 de noviembre de 1799.
Compara las actuaciones de Primo de Rivera y Pilsudski con las de Napoleón, que se refugiaron en la legalidad del estado vigente en lugar de rechazarla.
Capítulo VII: Mussolini y el golpe de Estado fascista
Trata sobre la Marcha sobre Roma y la toma del poder del Partido Nacional Fascista, de la que el propio autor fue partícipe.
Capítulo VIII: Un dictador fracasado: Hitler
Trata de las acciones fracasadas de Hitler con intención de tomar el poder, como fue el caso del Putsch de Munich.
Hay que tener en cuenta que Técnica del Golpe de Estado se publicó en 1931, antes de que Adolf Hitler tomara el poder en Alemania.
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