«TECNICA DEL GOLPE DE ESTADO», de Curzio Malaparte: Capítulo 2: «Historia de un golpe de estado fallido: Trotsky contra Stalin».

Stalin, el "NÚMERO UNO" de la novela de Koestler

Capítulo II: Historia de un golpe de estado fallido: Trotsky contra Stalin

CURZIO MALAPARTE: «TÉCNICA DEL GOLPE DE ESTADO» (1931): «Prólogo»

 

TECNICA DEL GOLPE DE ESTADO

CURZIO MALAPARTE

CAPÍTULO II

HISTORIA DE UN GOLPE DE ESTADO FALLIDO: TROTSKY CONTRA STALIN

TROTSKY CONTRA STALIN

 

Stalin es el único hombre de Estado europeo que ha sabido sacar provecho de la lección dé octubre de 1917. Si los comunistas de todos los países de Europa deben aprender de Trotsky el arte de apoderarse del Poder, de Stalin es de quien los gobiernos liberales y democráticos deben aprender arte de asegurar la defensa del Estado contra la táctica insurreccional comunista, es decir, contra la táctica de Trotsky.

La lucha entre Stalin y Trotsky es el episodio más rico en enseñanzas que ofrece la historia política. de Europa durante estos últimos diez años. Los precedentes oficiales de esa lucha se remontan a un período muy anterior a la revolución de octubre de 1917. De resultas del Congreso de Londres de 1903, en el que se produjo la escisión entre Lenin y Martoff, entre bolcheviques y mencheviques, Trotsky se apartó abiertamente de las ideas de Lenin; aunque na se declarara partidario de Martoff, se encontraba mucho más cerca de la tesis menchevique que de la bolchevique. Pero en realidad los precedentes personales y doctrinarios, la necesidad de combatir por la interpretación del pensamiento de Lenin el peligro del trotskysmo, es decir, el peligro de las desviaciones, de las deformaciones y de las herejías, no fueron más que los pretextos y justificaciones oficiales de una hostilidad que tenía sus raíces y sus razones profundas en la mentalidad de los jefes bolcheviques, en el sentimiento y en los intereses de las masas obreras y campesinas, en la situación política, económica y social de la Rusia soviética después de la muerte de Lenin.

La historia de la lucha entre Stalin y Trotsky es la historia de la tentativa hecha por Trotsky para apoderarse del poder, y de la defensa del Estado que asumen contra él Stalin y la vieja guardia bolchevique; es la historia de un golpe de Estado fallido.

A la teoría de la «revolución permanente» de Trotsky opone Stalin la tesis de Lenin sobre la dictadura del proletariado. Se ve pelear a las dos facciones; en nombre de Lenin, con todas las armas de Bizancio. Pero las intrigas, las discusiones y los sofismas ocultan acontecimientos mucho más graves que una diatriba sobre la interpretación del leninismo.

Lo que está en juego es el poder. El problema de la sucesión de Lenin, planteado mucho antes de su muerte; desde los primeros síntomas de su enfermedad, es otra cosa que un problema de ideas.  Las ambiciones personales se esconden tras los problemas doctrinales; no hay que dejarse engañar por los pretextos oficiales de las discusiones. La preocupación polémica de Trotsky es la de parecer el defensor desinteresado de la herencia moral e intelectual de Lenin, el guardián de los principios de la revolución de octubre, el comunista intransigente que lucha contra la degeneración burocrática del partido, el aburguesamiento del Estado Soviético. La preocupación polémica de Stalin es la de ocultar a los comunistas de los otros países, a la Europa capitalista, democrática y liberal, las verdaderas razones de la lucha, entablada en el seno del partido, entre los discípulos de Lenin, los más representativos de la Rusia soviética. En realidad, Trotsky pelea por apoderarse del Estado y Stalin por defenderle.

Stalin no tiene nada de la apatía de los rusos, de su resignación indolente ante el bien y el mal, de su vago, sedicioso y perverso altruismo; de su bondad ingenua y cruel. Stalin no es ruso, sino georgiano. Su astucia se compone de paciencia, de voluntad y de buen sentido. Es optimista y testarudo. Sus adversarios le acusan de ignorancia o de falta de inteligencia; están equivocados; No puede decirse que sea un hombre culto, un europeo enfermo de sofismas y de visiones psicológicas. Stalin es un bárbaro en el sentido leninista de la palabra, es decir, un enemigo la cultura, de la psicología, de la moral de Occidente.

Su inteligencia es toda instintiva y física; es una inteligencia en estado natural, sin prejuicios de cultura o de moralidad. Los hombres, según dicen, se traicionan por su modo de andar. En el Congreso Panruso de los Soviets, en mayo de 1929, en el Gran Teatro de Moscú, he visto andar a Stalin; le he visto subir al estrado. Me encontraba precisamente debajo de las candilejas, en las butacas de orquesta, cuando apareció él detrás de una doble fila de comisarios del pueblo, de diputados del Tzic y de miembros del Comité central del partido alineados en el escenario. Iba vestido con mucha sencillez, con un chaquet gris de corte militar y un pantalón de tela oscura, metido en unas gruesas botas altas. Cuadrado de hombros, pequeño, rechoncho, de cabeza maciza, con un pelo negro y rizoso; ojos agrandados por unas cejas negrísimas, cara embastecida por unos bigotes erizados, color pez; andaba lentamente, pesadamente, taconeando.

Con su cabeza inclinada hacia adelante, sus brazos colgantes, parecía un aldeano, pero un aldeano de la montaña, recio, paciente, obstinado. A los aplausos atronadores que le saludaron, no se volvió siquiera; siguió andando despacio, se sentó detrás de Rykoff y de Kalinin; alzó la cabeza, contempló la enorme multitud que le aclamaba y permaneció inmóvil y encorvado, con sus ojos apagados fijos frente a él. Sólo una veintena de diputados tártaros, representantes de las Repúblicas soviéticas autónomas de los Bachkires, de los Bouriatas-Mongoles, del Daghestan y de los Yakutas, se quedaron quietos y callados en su palco platea. Vestidos con su “kaftán» de seda amarilla y verde, el casquete tártaro, bordado de plata, colocado sobre sus cabellos largos, negros y relucientes, miraban a Stalin con sus ojillos oblicuos; a Stalin, el dictador, el puño de hierro de la revolución, al enemigo mortal del Occidente, de la Europa burguesa, gordinflona y civilizada. En cuanto el frenesí de 1a multitud empezó a apaciguarse, Stalin volvió lentamente su cabeza hacia los diputados tártaros; las miradas de los mongoles y la del dictador chocaron. Un aullido inmenso brotó en el teatro: saludo de la Rusia proletaria al Asia roja, a los pueblos de las praderas, de los desiertos, de los grandes ríos asiáticos.

Stalin volvió de su rostro imposible hacia la multitud. Permaneció inmóvil y encorvado, con sus ojos apagados fijos frente a él.

 

* * *

La fuerza de Stalin es la impasibilidad y la paciencia. Vigila los gestos de Trotsky, estudia sus movimientos, sigue sus pasos rápidos, indecisos y nerviosos, con su paso pesado y lento de aldeano. Stalin es reservado, frío, testarudo; Trotsky es orgulloso, violento, egoísta, impaciente; está dominado por su ambición y por su imaginación. Es un temperamento ardiente, audaz, agresivo. “Un miserable judío«, dice Stalin, hablando de él. “Un infeliz cristiano«, dice Trotsky de Stalin.

Durante la insurrección de octubre, cuando Trotsky, sin advertir al Comité central ni a la Comisión, lanzó bruscamente sus guardias rojos a la conquista del Estado, Stalin se mantuvo apartado. Era el único que discernía los puntos débiles y los errores de Trotsky, que previese las consecuencias lejanas. A la muerte de Lenin, cuando Trotsky planteó brutalmente en el terreno político, económico y doctrinario, el problema de la sucesión, ya Stalin se había apoderado de la máquina del partido y tenía en sus manos las palancas de mando. Cuando Trotsky acusa a Stalin de haberse esforzado en resolver en provecho suyo el problema de la sucesión de Lenin, mucho antes de su muerte, formula una acusación que nadie sabría refutar.

Sin embargo, es el propio Lenin quien, durante su enfermedad, ha otorgado a Stalin un puesto privilegiado en el partido.

Y Stalin estaba en condiciones muy favorables ante las acusaciones de su adversario cuando afirmaba que era deber suyo precaverse a tiempo contra los peligros que la muerte de Lenin haría surgir inevitablemente.

Se ha aprovechado usted de su enfermedad –acusa Trotsky.

Para impedirle a usted aprovecharse de su muerte –responde Stalin.

Trotsky cuenta con mucha habilidad su lucha contra Stalin. En sus páginas no se trasluce nada de esa lucha. Su preocupación dominante, constante, es demostrar al proletariado internacional, y más aún al proletariado ruso, que no es el hombre que le acusan de ser, el hombre cuya fisonomía quieren atribuirle, un Catilina bolchevique dispuesto a todas las aventuras. Lo que han llamado su herejía no es, según él, más que una tentativa de interpretación leninista de doctrina de Lenin. Su teoría de la «revolución permanente» no puede significar un peligro ni para la unidad doctrinal del partido ni para la seguridad del Estado.

El no quiere ser ni un Lutero, ni un Bonaparte.

Su preocupación de historiador es de un orden puramente polémico. Como ligados por un acuerdo tácito, Trotsky y Stalin se esfuerzan en dar un aspecto de combate ideológico a lo que no es en realidad más que una lucha por el poder. Por otra parte, oficialmente, la acusación de bonapartismo no ha sido nunca formulada contra Trotsky. Semejante acusación hubiese demostrado demasiado a las claras al proletariado internacional que la revolución rusa, se hallaba en la pendiente de esa degeneración burguesa, de la cual es d bonapartismo uno de los signos más evidentes.

«La teoría de la revolución permanente -escribe Stalin en el prefacio a su folleto titulado «Hacia octubre«- es una variedad del menchevismo«. Tal es la acusación oficial: Trotsky es culpable de haber incurrido en la herejía menchevique. Pero si era fácil engañar al proletariado internacional sobre la verdadera naturaleza de la lucha entre Stalin y Trotsky, la situación real no podía permanecer oculta al pueblo ruso. Todo el mundo comprendía en Trosky una especie de menchevique doctrinario extraviado en el laberinto de las interpretaciones de Lenin, sino un Bonaparte rojo, el único hombre capaz de transformar la muerte de Lenin en un golpe de Estado y de plantear el problema. de su sucesión en el terreno insurreccional.

Desde comienzos de 1924 a fines de 1926, la lucha conservó el carácter de una polémica entre los partidarios de la teoría de la «revolución permanente» y los conservadores oficiales del leninismo; esos que Trotsky llama los conservadores de la momia de Lenin. Trotsky, comisario de guerra, tiene de su parte al ejército y a las organizaciones sindicales, al frente de las cuales está Tomski, hostil al programa de Stalin, que hace a los sindicatos esclavos del partido; Tomski defiende la autonomía de la acción sindical en sus relaciones con el Estado. La posibilidad de una alianza entre el ejército rojo y las organizaciones sindicales preocupaba a Lenin desde 1920. Después de su muerte, el acuerdo personal entre Trotsky y Tomsky produjo sus efectos, y se vi formarse un frente único de soldados y obreros contra la degeneración burguesa y campesina de la revolución, contra lo que Trotsky llamaba el Termidor de Stalin.  En este frente único, Stalin, que tenia de su parte a la “Guepéu” y a la doble burocracia del partido y del Estado, vio dibujarse el peligro de un 18 Brumario. La inmensa popularidad que rodea al nombre de Trotsky, la gloria que le han validado sus victoriosas campañas contra Yondeniteh, Koltehak, Denikin y Wrangel; su orgullo cínico y temerario hacían de él una especie de Bonaparte rojo, sostenido por el ejército, por las masas obreras y por el espíritu de rebelión de los jóvenes comunistas contra la vieja guardia del leninismo y el alto clero del partido.

 

 

 

La fomsa “troika” (1) Stalin, Zinovieff y Kameneff pone en práctica los artificios más sutiles que pueden proporcionar la simulación, la intriga y la acechanza para comprometer a Trotsky ante los ojos de las masas, provocar la discordia entre sus aliados, sembrar la duda y el descontento en las filas de sus partidarios.

Lanzando el descredito y la sospecha sobre sus palabras, sobre sus gestos, sobre sus intenciones. El jefe del “Guepeú”, el fanatico Dzerjiuski, envuelve a Trotsky en una red de espias y de agentes provocadores. La misteriosa y terrible máquina del “Guepeú” es puesta en conmoción para cortar uno a uno todos los tendones del adversario.

Tzerjiuski trabaja en la oscuridad, en tanto que Trotsky actúa a plena luz. En efecto, mientras la “troika” mina su prestigio, mancha su popularidad, se esfuerza en presentarle como un ambicioso burlado, como un hombre que se aprovecha de la revolución, traidor a la memoria de Lenin, Trotsky arremete contra Stalin, Zinovieff y Kameneff, contra el Comité central, contra la vieja guardia del leninismo, contra la bucrocacia del partido; denuncia el peligro de un termidor burgués y campesino; pide ayuda a la juventud comunista contra la tiranía del alto clero de la revolución. La “troika” replica con una campaña de calumnias feroces.

Toda la prensa oficial obedece a la consigna de Stalin. Poco a poco se hace el vacío alrededor de Trotsky. Los débiles vacilan, se retiran a un lado, esconden la cabeza debajo del ala. Los más obstinados, los más violentos, los más valerosos pelea con la cabeza alta, pero cada cual por su cuenta y perdiendo todo contacto entre ellos. Se lanzan contra la coalición, con los ojos cerrados, dejándose coger en la red de intrigas de emboscadas, de traiciones y empiezan a desconfiar unos de otros. Los soldados y los obreros ven en Trotsky al creador del ejército rojo, al vencedor de Koltchak y de Wrangel, al defendor de la libertad sindical y de la dictadura obrera contra la reacción de la NEP y de los campesinos; siguen fieles al hombre de la insurrección de octubre y a sus ideas. Pedro su fidelidad es pasiva, se inmoviliza en la espera y se convierte en un peso muerto en el fuego agresivo y violento de Trosky.

Durante las primeras fases de la lucha, Trosky tuvo la ilusión de poder provocar una escisión en el partido. Con el apoyo del ejército y de los sindicatos, contaba con derribar la “troika”, prevenir el termidor de Stalin con el 18 Brumario de la “revolución permanente” del partido y del para realizar su programa de comunismo integral. Pero los discursos, los panfletos, las polémicas sobre la interpretación del pensamiento de Lenin no podían bastar para determinar una escisión en el partido. Había que obrar. Trotsky no tenía más que elegir su momento.

Las circunstancias favorecían sus designios. Empezaban ya a surgir desavenencias entre Stalin, Zinovieff y Kameneff. ¿Por qué entonces no obra Trotsky? En vez de obrar, de abandonar la polémica para descender al terreno de la acción insurreccional, Trotsky perdía su tiempo en estudiar la_ situación política y social de Inglaterra, en enseñar a los comunistas ingleses las reglas a seguir para apoderarse del Estado, en buscar analogías entre el ejército puritano de Cromwell y el ejército rojo, y en hacer comparaciones entre Lenin, Cromwell, Robespierre, Napoleón y Mussolini. «Lenin -escribía Trotskyno puede ser comparado ni con Bonaparte, ni con Mussolini, sino con Cromwell y con Robespierre. Lenin es el Cromwell proletario del siglo xx«. Esta definición es la más alta apología que pueda hacerse del Cromwell perteneciente a la pequeña burguesía del siglo XVII. En vez de aplicar, sin tardar, contra Stalin su táctica de octubre de 1917, Trotsky se ocupaba en dar consejos a las tripulaciones de la flota británica, a los marineros, fogoneros, mecánicos y electricistas sobre lo que debían hacer para ayudar a los obreros a apoderarse del Estado. Analizaba la psicología de los soldados y de los marinos ingleses, a fin de inferir de ella su conducta cuando recibiesen la orden de hacer fuego contra los obreros; descomponía el mecanismo de una sublevación para presentar al «ralentí» los gestos del soldado que se niega a disparar, del que vacila, del que está dispuesto a tirar contra el camarada que se niega a hacer fuego. Son esos los tres movimientos esenciales del mecanismo.

¿Cuál de los tres decidirá la sublevación? No pensaba él entonces más que en Inglaterra; se ocupaba más de Mac Donald que de Stalin. «Cromwell no formó un ejército, sino un partido: su ejército era un partido armado; eso es lo que constituía su fuerza

 

 

En los campos de batalla habían dado· a loa soldados de Cromwell el nombre de «costillas de hierro«. «Siempre es útil a una revolución, observa Trotsky, tener «costillas de hierro. Sobre eso,los obreros ingleses tienen mucho que aprender de Cromwell

Entonces, ¿por qué no se decidía a obrar? ¿Por qué no lanzaba sus «costillas de hierro«, los soldados del ejército rojo, contra los partidarios de Stalin?

Se retrasa y sus adversarios se aprovechan de ello: le quitan su cargo de comisario de Guerra del pueblo; le quitan el control del ejército rojo. Poco después Tomski es separado de la dirección de las organizaciones sindicales. El gran hereje, la temible catilinario se encuentra desarmado; los dos instrumentos sobre los cuales basaba el plan de su 18 Brumario ese Bonaparte bolchevique, el ejército y los sindicatos, los vuelven en contra suya. La «Guepeú» va minando poco a poco su popularidad, y la multitud de partidarios suyos, desilusionada por su conducta ambigua y sus debilidades inexplicables, se dispersa prudentemente. Trotsky cae enfermo, abandona Moscú. En mayo de 1926 está en Berlín, en una clínica; la noticia de la huelga general en Inglaterra y del golpe de Estado de Pilsudski le ponen febril. Tiene que volver a Rusia; no debe renunciar a la lucha. «Mientras no está perdido todo, nada está perdido«. El creador de la «Guepeú«, el cruel y fanático Tzerjiuski, muere de un ataque de apoplejía en julio de 1926, durante una reunión del Comité central, pronunciando un violento discurso contra Trotsky. La alianza de Kameneff y Zinovieff contra Stalin revela bruscamente el desacuerdo que maduraba hacía largo tiempo ya entre los compañeros de tiro de la «troika«. He aquí entablada la lucha entre los tres conservadores oficiales de la momia de Lenin. Stalin llama en su ayuda a Menjiuski, el sucesor de Tzerjiuski en la dirección de la «Guepeú«. Kameneff y Zinovieff se ponen del lado de Trotsky.

Ha llegado el de obrar. La marea de la sedición sube alrededor del Kremlin.

Al comienzo de su lucha contra Stalin, Trostky hacía observar, a propósito de Inglaterra, que las revoluciones no se hacen arbitrariamente. «Si se pudiera, decía, fijarles un itinerario racional, serla posible, probablemente, evitarlas«. Ahora bien; ha sido precisamente Trotsky quien ha señalado un itinerario fijo a las intentonas revolucionarias, y quien ha fijado los principios y las reglas de la táctica irisurreccional moderna. Aprovechándose, en 1927, de la lección que así le dieron, ha sido Stalin quien ha enseñado a los gobiernos de Europa la posibilidad de asegurar la defensa del Estado burgués contra el peligro de una insurrección comunista. 

 

***

Suiza y Holanda, es decir, dos de los Estados más cultos y mejor organizados de Europa, en los cuales el orden no es sólo un producto del mecanismo político y burocrático del Estado, sino una característica natural del pueblo, no ofrecen, ante la aplicación de la táctica insurreccional comunista, mayores dificultades que la Rusia de Kerenski. ¿Qué consideración puede dictar una afirmación tan paradójica? Esta: que el problema del golpe de Estado moderno es un problema de orden técnico. La insurrección es una máquina, dice Trotsky; se necesitan técnicos para ponerla en movimiento, y únicamente unos 1écnicos pueden pararla.

La puesta en movimiento de esa máquina no depende de las condiciones políticas, sociales y económicas del país. La insurrección no se hace con las masas, sino con un puñado de hombres dispuestos a todo, adiestrados en la táctica insurreccional, acostumbrados a herir rápidamente, duramente los centros vitales de la organización técnica del Estado. Esta tropa de asalto debe estar formada por equipos de obreros especializados, mecánicos, electricistas, telegrafistas, radiotelegrafistas, a las órdenes de ingenieros, de «técnicos» que conozcan el funcionamiento «técnico» del Estado.

En 1923, durante una sesión del Comintern, Radeck propuso organizar en todos los países de Europa un cuerpo especial para la conquista del Estado. Su punto de vista era que mil hombres bien entrenados y bien acostumbrados podrían apoderarse del poder en cualquier país de Europa, lo mismo en Francia, que, en Inglaterra, que en Alemania, que en Suiza o que en España. Radek no tenía ninguna confianza en las’ cualidades revolucionarias de los comunistas de los otros países. Sus críticas de los hombres y de los métodos de la III Internacional no respetaban siquiera la memoria de Rosa Luxemburgo y de Liebknecht. En 1920, a raíz de la ofensiva de Trotsky contra Polonia, cuando el ejército rojo se acercaba al Vístula, y esperaban en el Kremlin, de un momento a otro, el anuncio de la caída de Varsovia, Radek se encontraba solo en su lucha contra el optimismo general. La victoria de Trotsky dependía en gran parte de la ayuda de los comunistas polacos. Lenin creía con una confianza ciega que la insurrección proletaria estallaría en Varsovia en cuanto los soldados rojos llegasen al Vístula. «No hay que contar con los comunistas polacos, afirmaba Radeck; son comunistas, pero no revolucionarios«. Algún tiempo después Lenin declaraba a Clara Zetkin:

Radek había previsto lo que iba a suceder. Nos lo había advertido. Me enfadé seriamente con él: le llamé derrotista. Pero es él quien tenía razón. Conoce mejor que nosotros la situación fuera de Rusia, especialmente en los países occidentales.

Pero la proposición de Radeck provocó la oposición de Lenin y de todos los miembros del Comintern.

– Si queremos ayudar a los de los otros países a apoderarse del poder -afirmaba Lenin-, debemos trabajar para crear en Europa condiciones análogas a aquellas en que se encontraba Rusia en 1917.

Fiel a su concepción estratégica, Lenin olvidaba la lección de los sucesos de Polonia. Sólo Trostky se pronunció en favor de la proposición de Radeck. Llegó incluso hasta sostener la necesidad de instituir en Moscú una escuela para la instrucción técnica de los comunistas destinados a formar en cada país un cuerpo especial organizado para la conquista del poder. Esta idea ha sido aprovechada recientemente por Hitler, que está organizando una escuela de ese generó en Munich para la instrucción de sus tropas de asalto. «Con un cuerpo especial de un millar de hombres, reclutados entre los obreros berlineses y reforzados por comunistas rusos, afirmaba Trotsky, me comprometo a apoderarme de Berlín en veinticuatro horas». No se fiaba del ímpetu popular, de la participación de las masas proletarias en la acción insurreccional.

«La intervención de las masas armadas puede ser útil, pero en segundo plano, para rechazar una reacción ofensiva de los contrarrevolucionarios«.

Añadía también que los comunistas alemanes serían siempre derrotados por los schupos y por la Reichswehr, mientrás no se decidieran a aplicar la táctica de octubre de 1917. Trotsky y Radek habían determinado incluso el plan de un golpe de Estado sobre Berlín. En el mes de mayo de 1926, cuando se encontraba en la capital de Alemania para someterse allí a una operación en la garganta, Trotsky fue acusado de haber ido a Berlín para organizar una insurrección comunistas. Pero en 1926 no se ocupaba él ya de la revolución en los demás países europeos. El nuncio de la huelga general en Inglaterra y del golpe de Estado de Pilsudski en Polonia le conmovieron febrilmente, haciéndole apresurar su regreso a Moscú. Era la fiebre de las grandes jornadas de octubre a que transformaba a Trotsky en una botella de Leyde, como decía Lounatcharski. Pálido y calenturiento, Trotsky volvía a Moscú a organizar la tropa de asalto destinada a derribar a Stalin y a apoderarse del Estado.

Pero Stalin supo sacar provecho de la lección de octubre de 1917. Ayudado por Menjiuski, el nuevo jefe del «Guepeú«, Stalin organiza un cuerpo especial para la, defensa del Estado. La dirección de este cuerpo especial se instala en el palacio de la Loubianka, domicilio del «Guepeú«. Menjiuski vigila personalmente la selección de los comunistas destinados a formar parte de él, y que son reclutados entre los obreros de los servicios técnicos del Estado: ferroviarios, mecánicos, electricistas, telegrafistas. Su armamento personal consiste únicamente en granadas y revólveres; para no estar embarazados en sus movimientos. Ese cuerpo especial está formado por cien equipos de diez hombres, apoyados por veinte autos blindados. Cada escuadra dispone de una sección de ametralladoras ligeras. Unos motociclistas aseguran el enlace entre los diferentes equipos y la Loubianka. Menjiuski, que ha tomado el mando directo la  nueva organización, divide Moscú en diez sectores: una red de líneas telefónicas secretas que van aparar a la Loubianka une cada sector con el otro. Fuera de Menjiuski, sólo los obreros que han trabajado en la instalación de las líneas telefónicas conocen la existencia de esa red y los recorridos.

De este modo todos los centros vitales de la organización técnica de Moscú están unidos telefónicamente a la Loubianka. Numerosas células están repartidas en las casas situadas en los estratégicos de cada sector; constituyen núcleos de observación, de control y de resistencia; son los eslabones de la cadena que forma el sistema nervioso de la organización. 

La unidad de combate de ese cuerpo especial es el equipo.

Cada equipo debe adiestrarse para el caso de tener que actuar en el terreno que le han asignado, independientemente de los otros.

Cada hombre debe conocer exactamente el trabajo de su equipo y el de los otros nueve equipos de su sector. La organización, según la fórmula de Menjiuski, es “secreta e invisible«. Sus miembros no llevan uniforme; ningún signo exterior permite reconocerlos; su misma adhesión a la organización es secreta. Además de una instrucción técnica y militar, reciben una instrucción política: excitan su odio contra los adversarios, conocidos o secretos, de la revolución, contra los judíos, contra los partidarios de Trotsky.

Los judíos no son admitidos en la organización Es una verdadera escuela de antisemitismo, ésta donde los miembros del cuerpo especial aprenden el arte de defender al Estado contra la táctica insurreccional de Trotsky. Se ha discutido mucho, tanto en Rusia como en Europa, sobre la naturaleza y el origen del antisemitismo de Stalin. Algunos lo explican como una concesión, dictada por razones de oportunismo político, a los prejuicios de las masas campesinas. Otros lo consideran como un episodio de 1a lucha de Stalin contra Trotsky, Zinovieff y Kameneff, los tres judíos. Los que acusan a Stalin de haber violado la ley (el antisemitismo es declarado crimen contrarrevolucionario y está severamente castigado por la ley) no tienen en cuenta el hecho de que el antisemitismo de Stalin debe ser juzgado en relación con las necesidades de la defensa del Estado, y hay que considerarle como uno de los elementos de la táctica empleada por Stalin contra la intentona insurreccional de Trotsky.

El odio de Stalin contra los tres Trotsky, Zinovieff y Kameneff, no basta a justificar, diez años después de la revolución de octubre de 1917, una regresión al «antisemitismo de Estado» de tiempos de Stolypine. No es, evidentemente, en el fanatismo religioso y en los prejuicios tradicionales donde hay que buscar las causas de la lucha entablada por Stalin contra los judíos; es en la necesidad de combatir a los elementos más peligrosos de los partidarios de Trotsky. Menjiuski ha notado que los más destacados de los partidarios de Trotsky, de Zinovieff y de Kameneff eran casi todos israelitas. En el ejército rojo, en los sindicatos, en las fábricas, los judíos están de parte de Trotsky; en el Soviet de Moscú, donde Kameneff tiene mayoría, en el Soviet de Leningrado, que es íntegramente de Zinovieff, el sistema nervioso de la oposición a Stalin está constituido por los judíos.

Para apartar de Trotsky, de Kameneff y de Zinovieff el ejército, los sindicatos y las masas obreras de Moscú y de basta con despertar los viejos prejuicios antisemitas, el odio instintivo del pueblo ruso hacia los judíos. Stalin, en su lucha contra la «revolución permanente«, se apoya en el egoísmo de pequeño burgués de los «kullak» y en la ignorancia de las masas campesinas, que no se han de su odio· atávico a los judíos.

 

Gente de Vinnytsia en busca de parientes entre las víctimas exhumadas de la masacre de Vinnytsia, 1937

 

Se propone formar, por medio del antisemitismo, un frente único de soldados, obreros y campesinos contra el peligro del trotskysmo. Menjiuski tiene grandes probabilidades de éxito en su lucha contra el partido de Trotsky, en su caza a los miembros de la organización secreta que Trotsky está formado para del todo judío, Menjiuski recela y persigue a un catilinario. La lucha contra el partido de Trotsky adquiere así el carácter de un verdadero antisemitismo de Estado. Los judíos son metódicamente separados del ejército, de loa sindicatos, de la burocracia del Estado y del partido, de la administración de los «trusts» industriales y comerciales. Poco a poco el partido de Trotsky, que había lanzado sus tentáculos sobre todos los órganos de la máquina politica, económica y administrativa del Estado, se disgrega. Entre los judíos perseguidos por la «Guepeú«, privados de sus empleos, de sus funciones, de sus salarios, encarcelados, desterrados, dispersados, o bien reducido a vivir al margen de la sociedad soviética, hay muchos que son ajenos a la conjura de Trotsky. «Pagan por los otros; los otros pagan por todos«, dice Menjiuski.

Contra la táctica de Stalin, Trotsky no puede nada; es impotente para defenderse del odio instintivo del pueblo. Todos los prejuicios de la antigua Rusia se vuelven contra este Catilina «valiente como un tártaro y cobarde como un judío«. ¿Qué puede hacer Trotsky contra esa resurrección inesperada de los instintos y de los prejuicios del pueblo ruso? Sus partidarios más humildes, más fieles, los obreros que le han seguido en octubre de 1917, los soldados que ha conducido él a la victoria contra los cosacos de Koltchak. y de Wrangel, se alejan de él. A los ojos de las masas, Trotsky no es más que un judío.

Zinovieff y Kameneff empiezan a temer el valor violento de Trotsky; su voluntad, su orgullo, su odio a quien le traiciona; su desprecio hacia quien le combate. Kameneff, más débil, más indeciso, más cobarde que Zinovieff, no traiciona a Trotsky: le abandona. La víspera del alzamiento contra Stalin, obra con Trotsky como había obrado con Lenin la víspera del alzamiento de octubre de 1917. «No me fiaba yo de la acción insurreccionlal«, dirá más adelante para justificarse. «No se fiaba siquiera de la traición«, dirá Trotsky, que no le perdonará nunca no haber tenido el valor de traicionarle abiertamente. Pero Zinovieff no abandona a Trotsky; no le traicionará hasta el último momento, después del fracaso del golpe de fuerza contra Stalin: «Zinovieff no es un cobarde; sólo huye ante el peligro«. Para no tenerle a su lado en el momento del peligro, Trotsky le encarga de organizar en Leningrado equipos de obreros destinados a apoderarse de la ciudad al anunciar el triunfo de la insurrección de Moscú. Pero Zinovieff no es ya el ídolo de las masas obreras de Leningrado. En el mes de octubre de 1927, mientras el Comité central del partido se encuentra reunido en la antigua capital, la manifestación organizada en honor del Comité toma bruscamente el carácter de una manifestación en favor de Trotsky; Si Zinovieff hubiera tenido todavía influencia entre los obreros de Leningrado, este episodio hubiera sido el comienzo de un alzamiento. Más adelante se atribuyó él el mérito de esa manifestación sediciosa. En realidad, ni Zinovieff ni Menjiuski la habían previsto. Al mismo Trotsky le sorprendió; tuvo el buen acuerdo de no intentar sacar partido de ello. Las masas obreras de Leningrado no eran ya lo que habían sido diez años antes. ¿Qué se había hecho de los guardias rojos de octubre de 1917? Ese cortejo de obreros y de soldados que desfilan silbando por delante del palacio de Tauride, bajo las tribunas de los miembros del Comité central, y que se apretujan alrededor de la tribuna de Trotsky para aclamar al héroe de la insurrección de octubre, al creador del ejército rojo, al defensor de la libertad sindical, revela a Stalin la endeblez de la organización secreta de Trotsky. Un puñado de hombres resueltos hubiera podido, aquel día, apoderarse de la ciudad sin disparar un tiro.

Pero ya no es Antonoff Ovseienko el que manda los equipos de obreros, las tropas de asalto de la insurrección: los guardias rojos de Zinovieff temen ser traicionados por su jefe. Si la Acción de Trotsky, piensa Menjiuski, es tan poderosa en Moscú como en Leningrado, la partida está ganada. Pero el terreno se hunde bajo los pies de Trotsky; asiste desde hace demasiado tiempo, reducido a la impotencia, a las persecuciones, a las detenciones, al destierro de sus partidarios; desde hace demasiado tiempo se ve, a diario, abandonado, traicionado por aquellos mismos que habían siempre demostrado valor y firmeza. Se lanza a la lucha a cuerpo descubierto, vuelve a hallar en su sangre ese indomable orgullo de judío perseguido, esa energía cruel y vengativa que da a su voz acentos bíblicos de desesperación y de rebeldía.

Ese hombre público, de ojos miopes, dilatados por la fiebre y por el insomnio, que se yergue en los mítines, en los patios de las fábricas y de los cuarteles, ante multitudes de obreros y de soldados recelosos, no es ya el Trotsky de 1922, de 1923, de 1924, elegante, irónico y sonriente. Es el Trotsky de 1917, de 1918, de1919, de 1920 y de 1921, el de la insurrección de octubre y el de la guerra civil, el Catilina bolchevique, el Trotsky del Smolny y de los campos de batalla, el gran sedicioso. Las masas obreras de Moscú han reconocido en ese hombre pálido y violento al Trotsky de las rojas temporadas de Lenin. Ya el viento de la rebelión sopla en las fábricas y en los cuarteles. Pero Trotsky sigue fiel a su táctica; no es la multitud la que él quiere lanzar a la conquista del Estado: es esa tropa organizada en secreto. No pretende adueñarse del Poder por medio de una insurrección, por un levantamiento de las masas obreras, sino por la organización científica de un golpe de Estado. Se va a celebrar dentro de unas semanas el décimo aniversario de la revolución de octubre. Acudirán a Moscú, de todos los países de Europa, los representantes de las diferentes secciones de la III Internacional. Trotsky se dispone a celebrar con una victoria sobre Stalin el décimo aniversario de su victoria sobre Kerenski. Las delegaciones obreras de todos los países de Europa asistirán a una violenta repetición de la revolución, proletaria contra el servidor de los pequeños burgueses del Kremlin. «Trotsky hace trampas en el juego«, dice Stalin, sonriendo.

Sigue de cerca todos los movimientos del adversario.

Un millar de obreros y de soldados, antiguos partidarios de Trotsky que han permanecido fieles al concepto revolucionario del bolchevismo, están preparados para el gran día: hace mucho tiempo que los equipos de técnicos y de obreros especializados se adiestran en las «maniobras invisibles«. Los hombres del cuerpo especial, organizado por Menjiuski para defender el Estado, sienten agitarse a su alrededor la máquina insurreccional de Trotsky: mil pequeños signos les advierten de la proximidad del peligro. Menjiuski se esfuerza, por todos los medios, en obstaculizar los movimientos del adversario; pero los sabotajes en los ferrocarriles, en las centrales eléctricas, en teléfonos y telégrafos, aumentan a diario. Los agentes de Trotsky se infiltran por todas partes, tantean los engranajes de la organización técnica, provocan de vez en cuando la parálisis parcial de los órganos más delicados. Son las escaramuzas preliminares de la insurrección. Los técnicos del cuerpo especial de Menjiuski, movilizados permanentemente, vigilan el funcionamiento del sistema nervioso del Estado, prueban la sensibilidad de su máquina, miden su grado de resistencia y sus reacciones. Menjiuski quería detener sin más tardar a Trotsky y a los más peligrosos de sus partidarios; Stalin se opone a ello. En vísperas de la celebración del décimo aniversario de la revolución de octubre, la detención de Trotsky produciría una impresión desfavorable en las masas y en las delegaciones obreras de todos los países· de Europa que acuden a Moscú para asistir a las ceremonias oficiales. La ocasión escogida por Trotsky para intentar apoderarse del Estado no puede ser mejor. Para no parecer un tirano, Stalin no se atreverá nunca a detenerle. Cuando se pueda atrever, será demasiado tarde, piensa Trotsky; las hogueras del décimo aniversario de la revolución estarán apagadas y Stalin no tendrá ya el Poder en sus manos.

 

* * *

La acción insurreccional comenzar por la ocupación de los órganos técnicos de la máquina del Estado y por la detención de los comisarios del pueblo, de los miembros del Comité central y de la Comisión para la depuración del partido. Pero Menjiuski ha parado el golpe; los guardias rojos de Trotsky encuentran las casas vacías. Todos los jefes del partido de Stalin se han refugiado en el Kremlin, donde Stalin espera, frío y paciente, el resultado de la lucha entablada entre las tropas de asalto de la insurrección y el cuerpo especial de Menjiuski. Es el 7 de noviembre de 1927.

Moscú está todo empavesado de rojo; los cortejos de los representantes de las Repúblicas federadas de la U. R. S. S., llegados de todos lados de Rusia y del fondo de Asia, desfilan ante el hotel Savoy y ante el hotel Metropole, donde se alojan las delegaciones obreras de los diferentes países de Europa. En la plaza Roja, delante de las murallas del Kremlin, miles y miles de banderas púrpuras rodean el mausoleo de Lenin. En el fondo de la plaza, hacia la iglesia Basilio Blajenni, se ven alineados los jinetes de Budyonni, la infantería de Toukatchewski, de los veteranos de 1918, de 1919, de 1920 y de 1921, esos soldados a los que Trotsky condujo a la victoria en todos los frentes de la guerra civil. Mientras el comisario del pueblo en Guerra, Worochiloff, pasa revista a las fuerzas militares de la U. R. S. S., Trotsky, el creador del ejército rojo, pretende conquistar el Estado con mil hombres.

Menjiuski ha tomado sus medidas. Su táctica defensiva no consiste en defender desde el exterior, por medio de un gran despliegue de fuerzas, los edificios amenazados, sino en defenderlos desde el interior con un puñado de hombres. Al ataque invisible de Trotsky opone una defensa invisible. No cae en la equivocación de dispersar sus fuerzas para proteger el Kremlin, los comisariados del pueblo, los domicilios de los «trust» industriales y comerciales, de los sindicatos y de las oficinas públicas. Mientras los destacamentos de policía del «Guepeú» proveen a la seguridad de la organización política y administrativa del Estado, él concentra las fuerzas del Cuerpo especial en la defensa de la organización técnica. Trotsky no había previsto la táctica de Menjiuski; se da cuenta demasiado tarde de que sus adversarios han sabido sacar provecho de la lección de octubre de 1917. Cuando le anuncian que sus golpes de mano contra las centrales telefónicas y telegráficas y contra las estaciones de ferrocarril han fracasado, y que los sucesos se desarrollan de una manera inesperada, inexplicable, Trostky comprende en seguida que la acción insurreccional ha chocado con una organización defensiva, que no es lo que se llama una organización policíaca; pero no logra darse cuenta de la verdadera situación. Finalmente, cuando se entera del fracaso del golpe de mano intentado contra la central eléctrica, subvierte bruscamente su plan y quiere apoderarse de la organización política y administrativa del Estado. No pudiendo ya contar con sus tropas de asalto, derrotadas y dispersadas por la acción imprevista y violenta del adversario, abandona su táctica y concentra todos sus esfuerzos en la suprema intentona de una insurrección general.

El llamamiento que lanza aquel día a las masas proletarias de Moscú sólo es oído por unos cuantos miles de estudiantes y de obreros. Mientras que en la plaza Roja, ante el mausoleo de Lenin, una multitud enorme se apretuja alrededor de Stalin, de los jefes del Gobierno y del partido y de los representantes extranjeros de la III Internacional, los partidarios de Trotsky invaden el anfiteatro de la Universidad, rechazan el ataque de un destacamento de policía y se dirigen hacia la plaza Roja, a la cabeza de un cortejo de estudiantes y de obreros. Se ha criticado mucho la conducta de Trotsky. Este llamamiento al pueblo, esa salida a la calle, esa especie de tumulto inerme, no eran más que una loca aventura. Después del fracaso de la insurrección, Trotsky no se deja ya guiar por esa fría inteligencia que siempre, en las horas decisivas de su vida, había dominado con el cálculo el ardor de su imaginación y con el cinismo la violencia de sus pasiones; ebrio de desesperación pierde el control de la situación y se entrega a su temperamento apasionado, que le arrastra a esa tentativa absurda de derribar a Stalin por medio de un alzamiento. Siente acaso la partida perdida, las masas que no tienen ya confianza en él, los pocos amigos que le signen siendo fieles; siente que no puede ya contar más consigo mismo, pero que «no hay nada perdido cuando todo no está perdido«. Han llegado hasta a atribuirle el temerario deseo de apoderarse de la momia de Lenin, tendida en el ataúd de cristal del triste mausoleo, al pie de las murallas del Kremlin; de hacer un llamamiento al pueblo en torno al fetiche de la revolución; de transformar la momia del dictador rojo en un ariete para abatir la tiranía de Stalin. Sombría leyenda que no carece de grandeza. Quizá, en efecto, la idea de apoderarse de la momia de Lenin cruzó durante un instante por la imaginación exaltada de Trotsky, mientras se elevaban a su alrededor los clamores de la multitud y mientras que, acompañado por el canto de la «Internacional«; su pequeño ejército de estudiantes y obreros marchaba hacia la plaza Roja, atestada de soldados y de gente del pueblo, erizada de bayonetas y llameante de banderas.

Al primer choque, el cortejo de sus partidarios retrocede y se dispersa. Trotsky mira a su alrededor. ¿Dónde están sus fieles, los jefes de su facción, los generales de ese pequeño ejército que debe conquistar el Estado? Los judíos no están hechos para la lucha armada, para él cuerpo a cuerpo, para la acción insurreccional.

El único judío que permanece en su puesto durante la contienda es Trotsky, el gran sedicioso; el Catilina de la revolución bolchevique. «Un soldado -Trotsky- disparó contra mi auto a guisa de advertencia. Alguien guiaba su mano. Los que tenían ojos para ver, vieron ese 7 de noviembre, en las calles de Moscú, un ensayo de Termidor«.

En la tristeza de su destierro, Trosky piensa que la Europa proletaria sabrá aprovechar la lección de estos acontecimientos.

Olvida que es la Europa burguesa la que podía aprovecharla.

 

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NOTAS

(1) Gran trineo tirado por tres caballos, de frente. 

 

 

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TECNICA DEL GOLPE DE ESTADO: CONTENIDO

 

CURZIO MALAPARTE: «TÉCNICA DEL GOLPE DE ESTADO» (1931): «Prólogo».

Capítulo I: El golpe de Estado Bolchevique y la táctica de Trotsky

Se aborda la toma del poder en Rusia por parte de León Trotski en la Revolución rusa de octubre de 1917.​

Capítulo II: Historia de un golpe de Estado fallido

Trata sobre la defensa de Iósif Stalin frente al intento de Trotski de tomar el poder en 1927.​

Capítulo III: 1920: La experiencia polaca. El orden reina en Varsovia

Sobre las luchas internas por el poder en la Polonia de Józef Pilsudski.​

Capítulo IV: Kapp, o Marte contra Marx

Sobre el Golpe de Estado de Kapp, golpe militar fracasado que se tuvo lugar en Alemania en 1920, dirigido por Wolfgang Kapp.​

Capítulo V: Bonaparte, o el primer golpe de Estado moderno

Acerca del golpe de Estado del 18 de Brumario, dado por Napoleón el 9 de noviembre de 1799.​

Capítulo VI: Primo de Rivera y Pilsudski: Un cortesano y un general socialista

Compara las actuaciones de Primo de Rivera y Pilsudski con las de Napoleón, que se refugiaron en la legalidad del estado vigente en lugar de rechazarla.​

Capítulo VII: Mussolini y el golpe de Estado fascista

Trata sobre la Marcha sobre Roma y la toma del poder del Partido Nacional Fascista, de la que el propio autor fue partícipe.​

Capítulo VIII: Un dictador fracasado: Hitler

Trata de las acciones fracasadas de Hitler con intención de tomar el poder, como fue el caso del Putsch de Munich.

Hay que tener en cuenta que Técnica del Golpe de Estado se publicó en 1931, antes de que Adolf Hitler tomara el poder en Alemania.

 

 

 

 

 


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