Capítulo I: El golpe de Estado Bolchevique y la táctica de Trotsky
CURZIO MALAPARTE: «TÉCNICA DEL GOLPE DE ESTADO» (1931): «Prólogo»
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TECNICA DEL GOLPE DE ESTADO
CURZIO MALAPARTE
PROLOGO DEL AUTOR
Aunque me proponga mostrar cómo se apodera uno de un Estado moderno y cómo se le defiende, y aunque éste sea, en cierto sentido, el mismo tema que trató Maquiavelo, este libro está lejos de ser una imitación·, por moderna que fuera, es por poco maquiavélica que fuera, de El Príncipe. Los tiempos a los que se refieren los argumentos, los ejemplos y la moral de El Príncipe, demostraron una decadencia tal de la libertad pública. y privada., de la dignidad del ciudadano ‘Y del respeto humano, que si me inspirase en ese libro famoso para algunos de los problemas más importantes que nos plantea la Europa moderna, creería ofender el carácter de mis lectores.
Puede parecer; al principio, que la historia política de los diez últimos años se confunde con la de la de las aplicaciones del Tratado de Versalles, de las consecuencias económicas de la guerra, del -esfuerzo de los Gobiernos para asegurar la paz europea. Y, sin embargo, su verdadera explicación es bien distinta: se encuentra en la lucha entablada entre los defensores del principio de la libertad y de la democracia, es decir, los defensores del Estado parlamentario y sus adversarios. Las actitudes de los partidos no son otra cosa más que aspectos políticos de esa lucha. Si se quiere comprender la significación de muchos acontecimientos de estos últimos años, si se desea prever la evolución de la situación interior de varios Estados europeos, desde ese punto de vista, y sólo desde él1 hay- que. considerar esas actitudes.
En casi todos los países, al lado de los partidos que manifiestan su decisión de defender el Estado parlamentario y de practicar una política de equilibrio interior, es decir, liberal y democrática (son éstos los conservadores de todos los matices, desde los liberales de la derecha hasta los socialistas de la izquierda), hay partidos que plantean el problema del Estado en el terreno revolucionario: son los partidos de extrema derecha y de extrema izquierda, los »catilinarias», es decir, los fascistas y los comunistas. Los «catilinarias» de la derecha temen el desorden.
Acusan al Gobierno de debilidad, de incapacidad, de irresponsabilidad. Defienden la necesidad de una sólida organización del Estado, de un control severo de toda la vida política, social, económica. Son los idólatras del Estado, los partidarios de un Estado absoluto. En un Estado centralizador, autoritario, antiliberal, antidemocrático es donde ven la única garantía de orden y de libertad, el único dique contra el peligro comunista. «Todo en el Estado; nada fuera del Estado, nada contra el Estado», afirma Mussolini. Los catilinarios de la izquierda apuntan a la conquista del Estado para instaurar la dictadura de los obreros y delos campesinos. «Allí donde hay libertad, no hay Estado», afirma Lenin.
El ejemplo de Mussolini y el de Lenin influyen considerablemente en los aspectos y en el desarrollo de la lucha entre los catalinarios de derecha y de izquierda y los defensores del Estado liberal y democrático.
Existen, sin duda, una táctica fascista y una táctica comunista. Conviene, sin embargo, hacer notar que, hasta ahora, ·ni los catilinarios ni los defensores del Estado parecen saber en qué consisten esas tácticas, que no se han mostrado nunca capaces de cateterizarlas, de precisar sus diferencias o sus analogías, si es que existen. La táctica de Bela Kun no tiene nada le común con la táctica bolchevique. Los golpes de Estado de Kapp, de Primo de Riverll y de Pilsudski parecen haber sido concebidos y ejecutados de acuerdo con las reglas de una táctica tradicional que no tiene nada de común con la táctica fascista. Bela Kun parecerá quizás un táctico más moderno, mejor técnico que los otros tres y, por consiguiente, más peligroso; no es menos cierto que al plantearse el problema de la conquista del Estado ha demostrado él que ignoraba la existencia, no sólo de una táctica insurreccional moderna, sino también de una táctica moderna del golpe de Estado.
Bela Kun cree imitar a Trotsky. No se da cuenta de que se ha quedado en las reglas establecidas por Carlos Marx, conforme a la Comuna de París. Kapp cree poder repetir el golpe del 18 brumario contra la Asamblea de Weimar. Primo de Rivera y Pilsudski creen que basta, para apoderarse de un Estado moderno, con derrocar por la violencia un Gobierno constitucional.
Es evidente que ni los Gobiernos ni los catilinarias se han planteado aún la cuestión de saber si hay una técnica moderna del golpe de Estado y cuáles pueden ser sus reglas fundamentales. A la táctica revolucionaria de los catilinarias, los Gobiernos, revelando con ello su ignorancia absoluta de los más elementales principios del arte de conquistar y de defender un Estado moderno, siguen oponiendo una táctica defensiva basada en medidas policíacas.
Una ignorancia semejante es peligrosa, y para demostrarlo bien voy a evocar, a título de ejemplo, los acontecimientos de que fui testigo y, en cierto modo, actor, en el curso de una temporada revolucionaria que, habiendo comenzado a partir de febrero de 1917 en Rusia, no parece estar, en Europa, próxima a terminar.
CURZIO MALAPARTE
Roma,1928.
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-I-
EL GOLPE DE ESTADO BOLCHEVIQUE Y LA TÁCTICA DE TROTSKY
Si el estratega de la revolución bolchevique es Lenin, el táctico del golpe de Estado de octubre de 1917 es Trotsky.
Como me encontraba en Rusia a comienzos del año 1929, tuve ocasión de hablar con mucha gente, perteneciente a los medios más distintos, del papel desempeñado por Trotsky en la revolución. Hay allí sobre esta cuestión, en la U. R. S. S., una tesis oficial que es la de Stalin. En todos sitios, sin embargo, y especialmente en Moscú y Leningrado, donde el partido trotskista era más poderoso que en cualquier otra parte, he oído emitir Juicios sobre Trotsky que no concuerdan en nada con los de Stalin. El único que no ha respondido a mis preguntas es Lunatcharski, y sólo la señora Kameneff me ha dado una justificación objetiva de la tesis de Stalin, cosa que no puede sorprender si se recuerda que la señora Kameneff es hermana de Trotsky.
No vamos a ocuparnos aquí de la polémica entre Stalin y Trotsky acerca de la «revolución permanente” ni del papel desempeñado por Trotsky en el golpe de Estado de octubre de 1917.
Stalin niega que Trotsky haya sido su organizador: reivindica ese mérito para la Comisión formada por Sverdloff, Stalin, Boubnoff, Ouritzki y Dzerjiuski. Esta Comisión, en la que no figuraba ni Lenin ni Trotsky, formaba parte integral del Comité revolucionario militar que presidía Trotsky. Pero la polémica entre Stalin y el teórico de la «revolución permanente» no podría variar la historia del levantamiento de octubre, que fue, según la afirmación de Lenin, organizado y dirigido por Trotsky. Lenin es el estratega, el ideólogo, el animador, el «deux ex machina» de la revolución; pero el creador de la técnica del golpe de Estado bolchevique es Trotsky.
el levantamiento de octubre, que fue, según la afirmación de Lenin, organizado y dirigido por Trotsky. Lenin es el estratega, el ideólogo, el animador, el «deux ex machina» de la revolución; pero el creador de la técnica del golpe de Estado bolchevique es Trotsky
En la Europa moderna, el peligro comunista, del que tienen que defenderse los Gobiernos, no es la estrategia de Lenin: es la táctica de Trotsky. No podría comprenderse la estrategia de Lenin independizada de la situación general de Rusia en 1917. La táctica de Trotsky, por el contrario, no está ligada a las condiciones generales del país; su aplicación no depende de las circunstancias, que son indispensables para la estrategia de Lenin. La táctica de Trotsky: he aquí la causa de que en todo país europeo un golpe de Estado comunista sea siempre un peligro. En otros términos: la estrategia de Lenin no puede ser aplicada, cualquiera que sea el país de la Europa occidental, sino en un terreno favorable y en iguales circunstancias que aquellas en que se encontraba Rusia en 1917. En «La enfermedad infantil del comunismo«, el mismo Lenin observa que la originalidad de la situación política rusa en 1917, consistía en cuatro circunstancias específicas; circunstancias, añade, que no existen actualmente en la Europa occidental y que indudablemente, no se producirán en ella jamás, ni iguales ni siquiera análogas. Es inútil exponer aquí esas cuatro circunstancias específicas, en las que consistía la originalidad de la situación política rusa en 1917. La, estrategia de Lenin no constituye, pues, un peligro inmediato para los Gobiernos de Europa. El peligro actual -y permanente- para ellos es la táctica de Trotsky.
En sus observaciones sobre «La revolución de octubre y la táctica de los comunistas rusos«, Stalin escribe que si se quieren juzgar los acontecimientos del otoño de 1923 en Alemania, no hay que olvidar la situación especial de Rusia en 1917. Añade que «el camarada Trotsky habrá de acordarse de ella; él que encuentra una analogía completa entre la revolución de octubre y la revolución alemana, y que fustiga al partido comunista alemán por sus errores reales o supuestos«. Para Stalin, el fracaso de la intentona revolucionaria alemana durante el otoño de 1923 se debió a la· ausencia de las circunstancias específicas indispensables para la aplicación de la estrategia de Lenin. Le extraña que Trotsky haga recaer la culpa sobre los comunistas alemanes.
Pero para Trotsky, el éxito de una intentona revolucionaria no depende de la existencia de condiciones análogas a aquellas en se encontraba Rusia en 1917. Lo que ha hecho fracasar la revolución alemana durante el otoño de 1923, no es la imposibilidad que se hallaban para aplicar la estrategia de Lenin. El error imperdonable de los comunistas alemanes ha sido no haber aplicado la táctica insurrecciona bolchevique. La ausencia de circunstancias favorables, la situación general del país, no influyen sobre la aplicación de la táctica de No podría nunca justificarse a los comunistas alemanes de haber fallado ese golpe.
Desde la muerte de Lenin, la gran herejía de Trotsky ha amenazado la unidad doctrinaria del leninismo. Trotsky es un protestante que no ha tenido suerte. Ese Lutero está en destierro, y aquellos partidarios suyos que no han cometido la imprudencia de arrepentirse demasiado tarde, se han apresurado a arrepentirse, oficialmente, demasiado pronto. Sin embargo, se encuentran todavía a veces en Rusia herejes que no han perdido la afición a la crítica, y que se dedican a sacar las consecuencias más imprevistas de la lógica de Stalin. Esta lógica lleva a la conclusión de que no puede haber Lenin sin Kerenski, puesto que Kerenski constituía uno de los principales elementos de la situación excepcional de Rusia en 1917. Trotsky, por su parte, no tiene ninguna necesidad de Kerenski. Lo mismo que la de Stresemann, la de Poincaré, la de Lloyd George, la de Giolitti o la de Mac Donald, la existencia de Kerenski no tiene influencia, ni favorable ni desfavorable, sobre la aplicación de la táctica de Trotsky. Pongan ustedes Poincaré en lugar de Kerenski, y el golpe de Estado bolchevique de octubre de 1917 hubiera tenido el mismo éxito. Me ha ocurrido encontrones, tanto en Moscú como en Leningrado, partidarios de la teoría herética de la «revolución permanente«, que llegaban a afirmar que Trotsky puede prescindir de Lenin, que Trotsky puede existir sin Lenin, lo cual equivale a decir que en octubre de 1917 Trotsky se habría adueñado lo mismo del poder, aunque Lenin hubiera permanecido en Suiza y no hubiese desempeñado papel alguno en la revolución rusa.
En la revolución comunista, la estrategia de Lenin no constituye una preparación indispensable para la aplicación de la táctica insurreccional. No puede conducir, por sí misma, a la conquista del Estado
Los comunistas, decía Trotsky, no saben sacar provecho de la lección de octubre de 1917, que no es una lección de estrategia revolucionaria, sino de táctica insurreccional
Los comunistas, decía Trotsky, no saben sacar provecho de la lección de octubre de 1917, que no es una lección de estrategia revolucionaria, sino de táctica insurreccional.
Afirmación arriesgada, aunque sólo la estimarán arbitraria los que exageran, en materia de revolución, la importancia de la estrategia. Lo que importa es la táctica insurreccional, es la técnica del golpe de Estado. En la revolución comunista, la estrategia de Lenin no constituye una preparación indispensable para la aplicación de la táctica insurreccional. No puede conducir, por sí misma, a la conquista del Estado. En Italia, durante los años 1919 y 1920, la estrategia de Lenin habrá sido plenamente aplicada, e Italia era realmente, en esa época, el país de Europa menos en sazón para la revolución comunista. Todo estaba preparado para el golpe de Estado. Pero los comunistas italianos creían que la situación revolucionaria del país, la fiebre sediciosa de las masas proletarias, la epidemia de las huelgas generales, la parálisis de la vida económica y política, la ocupación de las fábricas por los obreros y de las tierras por los campesinos, la desorganización del ejército, de la policía, de la burocracia, la falta de energía de la magistratura, la resignación de la burguesía y la impotencia del Gobierno, bastarían para entregar el poder a los trabajadores. El Parlamento pertenecía a los partidos de izquierda; su acción corroboraba la acción revolucionaria de las organizaciones sindicales. Lo que faltaba no era la voluntad de apoderarse del poder: era el conocimiento de la táctica insurreccional. La revolución se desgastaba en la estrategia. Esta estrategia era la preparación del ataque decisivo; pero nadie sabía cómo conducir el ataque. Habían acabado por ver en la monarquía (a la que se llamaba entonces una monarquía socialista) un grave obstáculo para el ataque insurreccional. A la mayoría parlamentaria de izquierda le preocupaba la acción sindical, que hacía tener una conquista del poder con independencia del Parlamento y hasta contra el Parlamento. Las organizaciones sindicales desconfiaban de la acción parlamentaria, porque tendía a transformar la revolución proletaria en un cambio de ministerio en beneficio de la pequeña burguesía. ¿Cómo organizar el golpe de Estado? Este era el problema durante los años 1919 y 1920; y no sólo en Italia, sino en casi todos los países de la Europa occidental. Los comunistas, decía Trotsky, no saben sacar provecho de la lección de octubre de 1917, que no es una lección de estrategia revolucionaria, sino de táctica insurreccional.
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Esta observación de Trotsky es muy importante para hacer comprender en qué consiste la táctica del golpe de Estado de octubre de 1917, es decir, la técnica del golpe de Estado comunista.
Se podría objetar que la táctica insurreccional forma parte de la estrategia revolucionaria, que constituye su resultado. Las ideas de Trotsky son clarísimas sobre este punto. Ya se ha visto que para él la táctica insurreccional no depende de las condiciones generales en las que se encuentre el país, ni de la existencia de una situación revolucionaria favorable a la insurrección. Para la realización de la táctica de octubre de 1917, la Rusia de Kerenski presenta iguales dificultades que Holanda o que Suiza. Las cuatro circunstancias específicas enunciadas por Lenin en «La enfermedad infantil del comunismo» (es decir, la posibilidad de unir la revolución bolchevique a la liquidación de una guerra imperialista; la ocasión de aprovecharse durante algún tiempo de la guerra entre dos grupos de potencias que, sin esa guerra, se hubieran unido para combatir la revolución bolchevique; la facultad de sostener una guerra civil relativamente larga en razón de la inmensidad de Rusia y del mal estado de las vías de comunicación’; la existencia de un movimiento revolucionario democrático-burgués en el seno de la masa campesina) caracterizaban la situación de Rusia en 1917, pero no son indispensables para el éxito de un golpe de Estado comunista. Si la táctica de la insurrección bolchevique dependiese de las mismas circunstancias que la estrategia de Lenin, no habría actualmente en todos los países de Europa un peligro comunista.
En su concepción comunista, Lenin no tenía el sentido de la realidad, carecía de precisión y de medida. Concebía la estrategia revolucionaria a la manera de Clausewitz, más bien como una filosofía que cómo un arte y como una ciencia. Después de la muerte de Lenin se han encontrado entre sus libros preferidos la obra fundamental de Clausewitz: «De la guerra«, anotada por su propia mano, y sus observaciones, escritas en las márgenes del libro de Marx sobre «La guerra civil en Francia«, permiten juzgar hasta qué punto la desconfianza de Trotsky por el talento estratégico de su émulo era fundada. No puede comprenderse por qué razón, como no sea por la necesidad de combatir a Trotsky, se atribuye oficialmente, en Rusia, una importancia tal a la estrategia revolucionaria de Lenin. Con el papel histórico que desempeñó en la revolución, Lenin no necesita ser considerado como un gran estratega.
La víspera de la insurrección de octubre, Lenin es optimista e impaciente. La elección de Trotsky para la presidencia del Soviet de Petrogrado y del Comité revolucionario militar, la quista de la mayoría en el Soviet de Moscú, le han tranquilizado; al fin, sobre la cuestión de la mayoría en ·los Soviets, que· no había dejado de preocuparle desde las jornadas de julio. Sin embargo, no deja él de sentirse inquieto por el segundo Congreso de los Soviets, cuya fecha está fijada en los últimos días de octubre. «No es necesario que tengamos allí mayoría -dice Trotsky–; no es esa mayoría la que tendrá que apoderarse del poder«; Y Trotsky no se equivoca. «Sería inocente -aprueba Lenin– que esperásemos a tener la mayoría formal«. Querría él levantar las masas contra el gobierno de Kerenski, anegar a Rusia bajo la marea proletaria, dar la señal de la insurrección a todo el pueblo ruso, presentarse en el Congreso de los Soviets, reducir a la obediencia a Dan y a Skobeleff, los dos jefes de la mayoría menchevique; proclamar la caída del gobierno de Kerenski y el advenimiento de la dictadura del proletariado. El no concibe una táctica insurreccional; no concibe más que una estrategia revolucionaria. “Muy bien -dice Trotsky-; pero ante todo hay que ocupar la ciudad, apoderarse de los puntos estratégicos, derribar al Gobierno. Es necesario para eso organizar la insurrección, formar e instruir una tropa de asalto. Poca gente; las masas no nos sirven de nada; una pequeña tropa basta«.
Pero Lenin no quiere que puedan acusar de «blanquismo» a la insurrección bolchevique. «La insurrección -dice- debe apoyarse, no en una conspiración, no en un partido, sino en la clase avanzada. Ese es el primer punto. La insurrección debe apoyarse en el empuje del pueblo entero. Este es el segundo punto. La insurrección debe estallar en el apogeo de la revolución ascendente. Este es el tercer punto. En tres condiciones se diferencia el marxismo del blanquismo«.
«Muy bien -dice Trotsky-; pero el pueblo entero es demasiado para la insurrección. Se necesita una pequeña tropa, fría y violenta, instruida en la táctica insurreccional«.
«Debemos -admite Lenin– lanzar toda nuestra fracción en las fábricas y en los cuarteles. Ahí donde está su sitio; ahí está el nudo vital, la salvación de la revolución. Ahí es donde, por medio de discursos fogosos, ardientes, debemos explicar y desarrollar nuestro programa, planteando así la cuestión: ¡la aceptación completa de este programa o la insurrección!»
«Muy bien -dice Trotsky-; pero cuando las masas hayan aceptado nuestro programa, no por eso habrá que dejar de organizar la insurrección. De las fábricas y de los cuarteles será preciso sacar elementos seguros y dispuestos a todo. Lo que necesitamos no es la masa de los obreros, de los desertores y fugitivos: es una tropa de choque«.
«Para practicar la insurrección como marxistas, es decir, como si fuera un arte -aprueba Lenin-, debemos, al mismo tiempo, y sin perder un minuto, organizar el Mayor de las tropas insurreccionales, repartir nuestras fuerzas, lanzar los regimientos adictos sobre los puntos más importantes, rodear el teatro Alejandra, ocupar la fortaleza Pedro y Pablo, detener al Estado Mayor central y al Gobierno; enviar contra los alumnos oficiales y contra los cosacos de la división Salvaje destacamentos dispuestos a sacrificarse hasta: el último hombre antes de dejar penetrar al enemigo en el centro de la ciudad. Debemos movilizar a los obreros armados, llamarles al combate supremo, ocupar simultáneamente las centrales telefónicas y telegráficas, instalar nuestro Estado Mayor insurreccional en la central telefónica, unirle telefónicamente con todas las fábricas, con todos los regimientos, con todos. los puntos donde se desarrolla la lucha armada«.
«Muy bien -dice Trotsky-, pero … «
«Todo eso -reconoce Lenin– no es más que aproximativo; pero tengo empeño en demostrar que en el momento en que estamos no se podría permanecer fiel al marxismo, a la revolución, sin tratar la insurrección como un arte. Ya conoce usted las reglas principales que dió Marx a ese arte. Aplicadas a la situación de Rusia, esas reglas quieren decir: ofensiva simultánea, tan repentina y tan rápida como sea posible, sobre Petrogrado, desde fuera y desde dentro, desde los barrios obreros y desde Finlandia, desde Reval y desde ofensiva de toda la flota, concentración de fuerzas que superen en mucho los 20.000 hombres (alumnos oficiales y cosacos) de que dispone el Gobierno. Combinar nuestras tres fuerzas principales: la flota, los obreros y las unidades militares, para ocupar en primer lugar y -conservar a todo precio el teléfono, el telégrafo, las estaciones, los puentes. Seleccionar los elementos más decididos de nuestros grupos de ataque, de los obreros y de la marinería, y formar con ellos destacamentos encargados de ocupar todos los puntos importantes y de tomar parte en todas las operaciones decisivas. Constituir, además, equipos de obreros armados de fusiles y granadas que avanzarán sobre las posiciones enemigas; escuelas de alumnos oficiales, centrales telefónicas y telegráficas, y las cercarán. El triunfo de la revoluci6n rusa y, al mismo tiempo, de la revolución mundial, depende de dos o tres días de lucha«.
«Todo eso es exacto -dice Trotsky-; pero resulta demasiado complicado. Es un plan demasiado vasto, es una estrategia que abarca demasiado territorio y demasiadas gentes. No es ya una insurrección: es una guerra. Para ocupar Petrogrado no hay necesidad ninguna de tomar el tren en Finlandia. Cuando se parte de demasiado lejos, se detiene uno a veces a mitad de camino. Desatar una ofensiva de 20.000 hombres desde Reval desde Cronstadt para apoderarse del teatro Alejandra, es un poco más de lo necesario, es más que un golpe de mano. El propio Marx sería vencido en el terreno de la estrategia por Korniloff.
Hay que atenerse a la táctica, operar con poca gente en un terreno limitado, concentrar sus esfuerzos sobre los objetivos principales, dar directa y duramente. No creo que eso sea tan complicado. Las cosas peligrosas son siempre extraordinariamente sencillas. Para triunfar no hay que desconfiar de las circunstancias desfavorables ni fiarse de las que son favorables. Hay que herir en el vientre: eso no hace ruido. La insurrección es una máquina que no hace ruido. La estrategia de usted requiere demasiadas circunstancias favorables: la insurrección no necesita nada. Se basta a sí propia«.
«Su táctica es extremadamente sencilla -dice Lenin–; no tiene más que una regla: triunfar. ¿No es usted quien prefiere Napoleón a Kerenski?«
* * *
Las palabras que pongo en boca de Lenin no son inventadas: se encuentran íntegramente en las cartas que él dirigía al Comité central del partido bolchevique en el mes de octubre de 1917.
Los que conocen todos los escritos de Lenin, y especialmente sus observaciones sobre la técnica insurreccional de las jornadas de diciembre en Moscú, durante la revolución de 1905, deben quedarse bastante sorprendidos de la ·candidez de sus ideas sobre la táctica y sobre la técnica de la insurrección en vísperas de octubre de 1917. Hay que reconocer, sin embargo, que él fué el único, en unión de Trotsky, después del fracaso de la intentona de julio, que no había perdido de vista el objetivo principal de la estrategia revolucionario: el golpe de Estado. Después de algunas vacilaciones (en julio, el partido bolchevique tenía un solo objetivo y de carácter parlamentario: la conquista de la mayoría de los Soviets) , la idea de .la insurrección se había convertido para Lenin, como dice Lunatchaski, en el motor de toda su actividad. Pero durante su estancia en Finlandia, donde se había él refugiado después de las jornadas de julio para no caer en manos de Kerenski, toda su actividad consistía únicamente en preparar teóricamente la insurrección. No podría explicarse de otro modo la ingenuidad de su proyecto relativo a una ofensiva militar sobre Petrogrado, apoyada en la acción de los guardias rojos en el interior· de la ciudad. La ofensiva hubiera terminado en un desastre: el fracaso de la estrategia de Lenin habría traído el de la táctica insurreccional, con la matanza de los guardias rojos en las calles de Petrogrado.
Obligado a seguir los acontecimientos desde lejos, Lenin no podía percibir la situación en todos sus detalles; no por eso dejaba de ver las grandes líneas de la revolución con mucha más claridad que ciertos miembros del Comité central del partido, opuestos a la insurrección inmediata. «Esperar es un crimen«, escribía él a los Comités bolcheviques de Petrogrado y de Moscú. Aun cuando en el curso de la reunión del 10 de octubre, en la cual tomó parte Lenin, que había regresado de Finlandia: el Comité central hubiese aprobado la insurrección por unanimidad, menos dos votos, los de Kameneff y Zinovieff, una sorda oposición persistía en ciertos miembros del Comité. Kameneff y Zinovieff eran los únicos que se habían declarado abiertamente contrarios a la insurrección inmediata; pero sus objeciones eran las mismas que formulaban, secretamente, muchos otros. La hostilidad de los que desaprobaban en secreto la decisión de Lenin, se volvía sobre todo contra Trotsky, «el antipático Trotsky«, nuevo recluta del partido bolchevique, cuyo carácter orgulloso empezaba a despertar alguna preocupación y alguna envidia en el seno de la vieja guardia leninista.
Por aquellos días, Lenin permanecía escondido en un barrio de Petrogrado. Sin perder de vista el conjunto de la situación, vigilaba atentamente las maniobras de los adversarios de Trotsky.
En· aquel momento, cualquier vacilación hubiera sido fatal para la revolución. En una carta, dirigida el 17 de octubre al Comité central, Lenin se alzaba con la mayor energía contra las críticas de Kameneff y de Zinovieff, cuyos argumentos tendían sobre todo a poner en evidencia los errores de Trotsky: «Sin el concurso de las masas -afirmaban- y sin el apoyo de la huelga general, la insurrección no será más que un alarde de fuerza destinado a fracasar. La táctica de Trotsky no es más que blanquismo. Un partido marxista no puede reducir la cuestión de la insurrección a la de una conspiración militar».
En su carta del 17 de octubre, Lenin defiende la táctica de Trotsky: «No es blanquismo -dice-; en efecto, una conspiración militar es puro blanquismo si no está organizada por el partido de una clase determinada, si los organizadores no tienen en cuenta el movimiento político en general y la situación internacional en particular. Entre una conspiración militar, condenable desde todos los puntos de vista, y el arte de la insurrección armada, hay una gran diferencia«. Kameneff y Zinovieff podrían aprovechar la ocasión para responder: «¿No ha afirmado Trotsky constantemente que la insurrección no debe tener en cuenta la situación política y económica del país? ¿No ha declarado sin cesar que la huelga general es uno de los principales elementos de la-técnica del golpe de Estado comunista? ¿Cómo contar con el apoyo de los sindicatos y con la declaración de la huelga general si no tiene uno a los sindicatos de su parte, si los sindicatos están con el adversario? Harán la huelga en contra nuestra. No tenemos siquiera relación con las organizaciones de ferroviarios.
En el Comité ejecutivo de los ferroviarios no hay más que dos bolcheviques entre cuarenta miembros. ¿Cómo vencer sin la ayuda de los sindicatos, sin el apoyo de la huelga general?»
La objeción es grave: Lenin no puede oponerle más que su resolución inquebrantable. Pero Trotsky sonríe, está tranquilo.
«La insurrección -dice- no es un arte: es una máquina. Para ponerla en movimiento hacen falta técnicos, y sólo unos técnicos podría detenerla”.
***
La tropa de asalto de Trotsky se compone de un millar de obreros, de soldados y de marineros. Lo más escogido de ese cuerpo ha sido reclutado entre los obreros de las fábricas Pontiloff y Wiborg, los marineros de la flota del Báltico y los soldados de los regimientos letones. Durante diez días, bajo el mando de Antonoff Ovsienko, esos hombres, los guardias rojos, se entregaron a toda una serie de «maniobras invisibles» en el centro mismo de la ciudad. Entre la multitud de desertores que se agolpan en las calles, en medio del desorden que reina en los palacios del Gobierno, en los ministerios, en las oficinas del Estado Mayor General, en Correos, en las centrales telefónicas y telegráficas, en las estaciones, en los cuarteles, en la dirección de los servicios técnicos de la capital, se adiestran, en pleno día, sin armas, en la táctica insurreccional, y sus grupos, poco numerosos (tres o cuatro hombres) pasan inadvertidos. ·
La táctica de las «maniobras invisibles«, del adiestramiento en la acción insurreccional, de la que Trotsky ha dado el primero el ejemplo durante el golpe de Estado de octubre de 1917, forma ahora parte de la estrategia revolucionaria-de la III Internacional.
En los manuales de Comintern se encuentra el enunciado y el desarrollo de los principios aplicados por Trotsky. En la dad china de Moscú, entre las materias de enseñanza, se halla la táctica de las «maniobras invisibles«, que Karaban, basándose en la experiencia de Trotsky; ha aplicado también en Shanghai.
En la Universidad Sun-Yat-Sen1 en Moscú, calle Wolkonka, los estudiantes chinos aprenden los principios mismos que las organizaciones comunistas de Alemania- ponen en práctica todos los domingos, en pleno día, para ejercitarse en la táctica insurreccional, ante los ojos de la policía y de los honrados burgueses de Berlín, de Dresde y de Hamburgo.
* * *
En octubre de 1917, en el curso de las jornadas que preceden al golpe de Estado, la prensa reaccionaria, liberal, menchevique y socialistarrevolucionaria, no cesa de denunciar a la opinión pública la actividad del partido bolchevique, que prepara abierta mente la insurrección. Acusa a Lenin y a Trotsky de querer derrocar la República democrática para instaurar la dictadura del proletariado. No ocultan sus criminales proyectos, escriben los periódicos burgueses; la organización de la revolución proletaria hace a la luz del día. En sus discursos a las masas de obreros y de soldados amontonados en las fábricas y en los cuarteles, los jefes bolcheviques anuncian muy alto que todo está preparado y que el día del levantamiento está próximo. ¿Qué hace el Gobierno? ¿Por qué no ha detenido a Lenin, a Trotsky y a los otrosmiembros del Comité central? ¿Qué medidas ha tomado paraproteger a Rusia contra el peligro bolchevique?
Es inexacto que el gobierno de Kerensi no tomara las medidas necesarias para la defensa del Estado. Kerenski, hay que hacerle esta justicia, hizo todo cuanto podia por afrontar un golpe de Estado. Si hubiese estado en su lugar
Poincaré, Lloyd George, Mac Donald, Giolitti o Stresemann no habrían procedido de otra manera. El método defensivo de Kerenski consistía en aplicar los sistemas policíacos, en los que se confía en cualquier momento, en los que confían aún hoy día lo mismo los gobiernos absolutistas que los gobiernos liberales. Es injusto acusar a Kerenski de imprevisión y de incapacidad. Son los sistemas policíacos los que no bastan ya para defender el Estado contra la técnica insurreccional moderna. El error de Kerenski es el de todos los gobiernos, que consideran el problema de la defensa del Estado como un problema de policía.
Los que acusan a Kerenski de imprevisión y de incapacidad, olvidan la habilidad y el valor que demostró, en el transcurso de las jornadas de julio, contra el levantamiento de los obreros y de los desertores, y en el mes de agosto contra la aventura reaccionaria de Korniloff. No vaciló él, en agosto, en apelar a las fuerzas bolcheviques mismas para impedir a los cosacos de Korniloff que barriesen las conquistas democráticas de la revolución de febrero. En esa ocasión asombró al propio Lenin. «Hay que desconfiar de Kerenski -dice éste-; no es un imbécil«. Seamos justos con Kerenski: no podía él, en octubre, obrar de otra manera de lo que lo hizo. Trotsky afirmaba que la defensa del Estado es cuestión de método. Ahora bien; en octubre de 1917, sólo se conocía un método, sólo un método podía aplicarse, ya lo hiciese Kerenski, o Lloyd George, o Poincaré, o Noske: el método clásico de las medidas policíacas.
* * *
Para hacer frente al peligro, Kerenski cuida de guarnecer de alumnos oficiales y de cosacos fieles el palacio de invierno, el de Tauride, los ministerios, las centrales telefónicas y telegráficas y la residencia del Estado Mayor general. Los veinte mil hombres con los cuales puede contar en la capital se encuentran así movilizados para proteger los puntos estratégicos de la organización política burocrática del Estado. (Este fue el error, del que iba a aprovecharse Trotsky.) Otros regimientos seguros están concentrados en los alrededores, en Tsarkoie-Selo, en Kolpino, enGatchina, en Oboukhowo, en Poulkowo: cerco de hierro que la insurrecci6n deberá romper para no morir ahogada.
Todas. las disposiciones que pueden garantizar la seguridad del Gobierno han sido tomadas, y unos destacamentos de «junkers» recorren la ciudad noche y día. Hay nidos de ametralladoras en las encrucijadas, al final de las grandes arterias, para defender el acceso de las plazas, y en los tejados, a lo largo de la perspectiva Newski. Patrullas de soldados circulan entre la multitud; autos blindados pasan lentamente y se abren paso con un largo aullido de sirena. El desorden es espantoso. «He aquí mi huelga general«, dice Trotsky a Antonoff Ovseiensko, mostrando la multitud que remolinea por la perspectiva Newski.
Pero Kerenski no se ha limitado a las medidas de policía; ha puesto en conmoción toda la máquina política. No piensa solamente en atraerse los elementos de la derecha: quiere asegurarse a todo precio el apoyo de las izquierdas. Lo que le preocupa son los sindicatos. Sabe que sus jefes no están de acuerdo con los bolcheviques. En este punto, la crítica de Kameneff y Zinovieff a la tesis insurreccional de Trotsky, es fundada. La huelga general es un elemento indispensable de la insurrección. Sin ella, los bolcheviques no podrán sentirse a cubierto y fallarán el golpe.
Trotsky ha definido así la insurrección: «Un puñetazo a un paralítico«. Para que la insurrección triunfe es preciso que la vida de Petrogrado se paralice por la huelga general. Los jefes de los sindicatos no marchan de acuerdo con los bolcheviques, pero las masas organizadas se inclinan hacia Lenin. A falta de las masas, Kerenski quiere tener a los jefes de los sindicatos; negocia con ellos; logra, al fin, no sin dificultad, su neutralidad. Cuando se lo avisan a Lenin, declara a Trotsky: «Kameneff tenía razón«.
«Sin el apoyo de la huelga general, la táctica de usted no puede más que fracasar«. «Tengo el desorden de mi parte –responde Trotsky-; es mejor que una huelga general«.
Para comprender el plan de Trotsky hay que darse cuenta· de lo que era entonces Petrogrado: masas enormes de desertores, que, al comienzo de la revolución de febrero, habían abandonado las trincheras, afluyendo, lanzándose sobre la capital como para entrar a saco en el reino de la libertad; acampaban desde hacía seis meses en medio de las calles y de las plazas, desharrapados, sucios, miserables, borrachos, pero hambrientos; tímidos, pero feroces, dispuestos a la rebelión lo mismo que a la fuga y con el corazón devorado por una sed de venganza y de paz. Sentados en la acera de la perspectiva Newski, al borde del río que corre con lentitud y tumultuosamente, interminables filas de desertores venden armas, folletos de propaganda, granos de girasol.
En la plaza Znamenskaia, delante de la estación de Moscú, reina un desorden indescriptible: la multitud choca contra los muros, refluye, recobra fuerzas, rueda hacia adelante, se disgrega como una ola espumeante contra un montón de carros, de camiones, de tranvías reunidos alrededor de la estatua de Alejandro III, con un clamor ensordecedor que parece, desde lejos,· el clamor de una matanza.
Al otro lado del puente de la Fontanka, en el cruce de la perspectiva Newski con la perspectiva Liteyni, los vendedores vocean los periódicos; gritan p. voz en cuello las noticias, las medidas adoptadas por Kerenski, las proclamas del Comité militar revolucionario, del Soviet, de la Duma municipal; las órdenes del coronel Polkownikoff, gobernador de· la plaza, que amenaza con la cárcel a los desertores, prohíbe las manifestaciones, los mítines y las riñas. En las esquinas hay grupos de obreros, de soldados, de estudiantes, de empleados, de marineros discutiendo en voz alta y haciendo grandes aspavientos. Por todas partes, en los cafés y en los «stalovaie«, se burlan de las proclamas del coronel Polkownikoff, que pretende detener a los 200.000 desertores de Petrogrado y que quiere prohibir las tiñas. Ante el palacio de invierno han emplazado dos baterías de 75, y unos «junkers«, con sus largos capotes, se pasean nerviosamente detrás de las piezas. Dos filas de automóviles militares están alineadas delante del palacio del Estado Mayor General. Por el lado del Almirantazgo, el jardín Alejandro está ocupado por un batallón de mujeres, sentadas en el suelo, alrededor de los fusiles, formando pabellones.
La plaza Mariuskaia está rebosante de obreros, de marinos, de desertores harapientos y flacos. A la entrada del palacio María, donde reside el Consejo de la República, un destacamento de cosacos está de guardia, con sus altas «chapkas» de pelo negro sobre la oreja. Fuman, hablan en voz alta· y ríen. Si se subiese a lo más alto de la cúpula de la catedral Isaac, podrían verse: al oeste, elevarse espesas nubes de las fábricas de Pontiloff, donde los obreros trabajan con el fusil cargado a la espalda; más lejos, el golfo de Finlandia; detrás de la isla de Rothive, el fuerte de Cronstadt, Cronstadt la Roja, donde los marineros de ojos claros de niños esperan la señal de Dybenko para marchar en auxilio de Trotsky y aplastar a los «junkers«. Del otro lado de la ciudad, una nube rojiza pesa sobre las innumerables chimeneas del de Wiborg, donde se agazapa Lenín, pálido y febril bajo su peluca, que le da el aspecto de un cómico de la legua. En aquel hombre sin barba, de pelo postizo muy pegado a la frente, nadie podría reconocer a ese terrible Lenin qu ehace temblar a Rusia.
Allí, en las fábricas de Wiborg, es donde los guardias rojos de Trotsky esperan las órdenes de Antonoff Ovseienko. Las mujeres de los barrios tienen unas miradas duras, unas caras tristes. Al anochecer, en cuanto la oscuridad parece ensanchar las calles, bandas de mujeres armadas se encaminan hacia el centro de la ciudad. Jornadas de migraciones proletarias: masas enormes se trasladan de una punta a otra de Petrogrado, vuelven a sus cuarteles, a sus calles, después de horas y horas de marcha a través de los mítines, las manifestaciones, los motines. En los cuarteles, en las fábricas y en las plazas, los mítines se suceden. «El poder íntegro para los Soviets«. La voz ronca de los oradores se apaga entre los pliegues de las banderas rojas. En los tejados de las casas, apoyados sobre sus ametralladoras, los soldados de Kerenski oyen subir esas voces roncas, mientras mascan granos de girasol, cuyas cáscaras tiran sobre la multitud que se amontona en las calles.
La noche cae sobre la ciudad como una nube muerta. En la inmensa perspectiva Newski, la marea de los desertores sube hacia el Almirantizgo. Delante de la catedral de Kazan, centenares de soldados, de mujeres y de obreros vivaquean, tumbados el suelo. Toda la ciudad está sumida en la inquietud, el desorden y el frenesí. Y de repente se verá surgir de esa multitud unos hombres armados de ·cuchillos, borrachos. de insomnio, que se arrojarán sobre las patrullas de «junkers«, sobre el batallón de mujeres que defiende el palacio de Invierno. Otros, forzando las puertas, irán a buscar a los burgueses hasta en sus casas y los sorprenderán en el lecho, con los ojos abiertos. La fiebre de la insurrección ha acabado con el sueño de la ciudad. Como lady Macbeth, Petrogrado no puede ya dormir. Sus noches están alucinadas por el olor de la sangre.
* * *
Desde hace diez días, metódicamente, en el centro mismo de la ciudad, los guardias rojos de Trotsky se han estado ejercitando.
Es Aritonoff Ovseienko quien dirige, en pleno día, esos ejercicios tácticos, esa especie de ensayo general del golpe de Estado, en medio del tumulto de las calles, en los alrededores de los edificios que constituye los puntos de la máquina y
política. La policía y las autoridades militares están de tal modo obsesionadas con la idea de un brusco levantamiento de las, masas proletarias; de tal modo ocupados en hacer frente al peligro, que no ven los destacamentos Antonoff Ovseienko. En ese desorden ¿quién se fija en esos grupitos de obreros sin armas, de soldados, de marineros, que se deslizan por los pasillos de las centrales telefónicas y de Correos, de los ministerios, del Estado Mayor general, para observar la distribución de los despachos, la instalación de la luz eléctrica y del teléfono; conservar en los ojos y en la memoria el plano de los edificios, estudiar la manera de introducirse en ellos por sorpresa en un momento dado, calcular las probabilidades, medir los obstáculos, buscar en la organización defensiva de la máquina técnica, burocrática y militar del Estado los sitios de menor resistencia, los puntos débiles y vulnerables? ¿Quién podría reparar, en la confusión general, en esos tres o cuatro marineros, en esa pareja de soldados, en ese obrero perdido, que rondan alrededor de los edificios, suben las escaleras y que, al cruzarse, no se miran?
Nadie puede sospechar que esos individuos obedecen a precisas y detalladas, que ejecutan un plan y se adiestran en ejercicios que tienen por objetivo los puntos estratégicos de la defensa del Estado. Los guardias rojos actuarán seguramente, pues han maniobrado, invisibles, en el terreno mismo de la lucha inminente.
Trotsky ha logrado proporcionarse el plano de los servicios técnicos de la ciudad. Los marineros de Dybenko, ayudados por dos ingenieros y por obreros especializados, estudian sobre el terreno la disposición de las conducciones subterráneas de agua y de gas, de los cables de energía eléctrica, del teléfono y del telégrafo. Dos de ellos han explorado las alcantarillas que pasan por debajo de la residencia del Estado Mayor General. Hay que estar en disposición de aislar un barrio o incluso un simple grupo de casas en unos minutos; Trotsky divide, pues, la ciudad en sectores, determina los puntos estratégicos, distribuye los trabajos, sector por sector, a equipos formados por soldados y por obreros especializados. Se necesitan técnicos además de soldados; la toma de la estación de Moscú queda confiada a dos escuadras compuestas de veinticinco soldados letones, dos marineros y diez ferroviarios. Tres equipos de marineros, de obreros y de empleados de ferrocarriles, en total sesenta hombres, quedan encargados de ocupar la estación de Varsovia. Para las otras estaciones, Dybenko dispone de escuadras compuestas de veinte hombres cada una.
Para controlar el movimiento en las líneas de ferrocarril, agregan. un telegrafista a cada escuadra. El 21 de octubre, bajo las órdenes directas de Antonoff Ovseienko, que sigue de cerca las maniobras, todos los equipos se ejercitan en la toma de posesión de las estaciones, y este ensayo general se hace con una precisión y una regularidad perfectas. El mismo día, tres marineros se trasladan a la central eléctrica, junto a la entrada del puerto. La central, que depende de dirección de los servicios técnicos municipales, no está custodiada. El director se dirige a los tres marineros: «¿Son ustedes realmente -les dice- los hombres que he pedido al gobernador de la plaza? Hace ya cinco días que me está prometiendo darme un servicio de protección«. Los tres marineros bolcheviques se instalan en la central eléctrica para defenderla, según declaran, contra los guardias rojos en caso de insurrección. Unas cuantas escuadras de marinos se apoderan igualmente de tres otras centrales eléctricas municipales.
La policía de Kerenski y las autoridades militares se preocupan ante todo de defender la organización burocrática y política del Consejo de la República, el palacio de Tauride, residencia de la Duma; el palacio de Invierno, el Estado Mayor General.
Trotsky, al descubrir este error, dirigirá sus ataques contra los únicos órganos técnicos de la máquina gubernamental y municipal. El problema de la insurrección no es para él más que un problema de orden técnico.
–Para apoderarse del Estado moderno -dice- hacen falta una tropa de asalto y técnicos: equipos de hombres armados mandados por ingenieros.
***
Mientras Trotsky organiza racionalmente el golpe de Estado, el Comité central del partido bolchevique organiza la revolución proletaria. Es una Comisión compuesta de Stalin, Sverdloff, Boubnoff, Ouritzki y Dzerjiuski, casi todos enemigos declarados de Trotsky, la que elabora el plan de levantamiento general. Estos hombres, a los que Stalin se esforzara en 1927 en atribuir todo el mérito del golpe de Estado de octubre, no tienen ninguna confianza en la insurrección organizada por Trotsky. ¿Qué hará éste con sus mil hombres? A los «junkers» no les costará mucho trabajo desembarazarse de ellos. Son las masas proletarias, son los millares y millares de obreros de Pontiloff y de Wiborg; es la enorme multitud de desertores; son las unidades bolcheviques de la guarnición de Petrogrado los que hay que levantar contra las fuerzas del Gobierno. Lo que hay que desencadenar es una insurrección general. Con sus golpes de mano, Trotsky no es más que un aliado tan peligroso como inútil.
Para la Comisión, lo mismo que pára Kerensky, la revolución es un problema de policía. Es curioso comprobar que el futuro creador de la policía bolchevique, de esa «Tcheka» que tomará más adelante el nombre de «Guepeú«, forma parte de la Comisión. Porque es el pálido, el inquietante Tzerjiuski quien estudia el sistema defensivo del Gobierno de Kerenski y el que fija el plan de ataque. De todos los adversarios de Trotsky, él es el más pérfido, el más temible. Su fanatismo tiene pudores femeninos. Es un asceta que no mira nunca sus manos. Morirá de pie en la tribuna, en 1926, pronunciando una requisitoria contra Trotsky. La víspera del golpe de Estado, cuando Trotsky declara a Tzerjiuski que los guardias rojos deben ignorar la existencia del Gobierno de Kerenski; que no se trata de combatir al Gobierno con las ametralladoras, sino de apoderarse del Estado; que el Consejo de la República, los ministerios, la Duma, no tienen importancia desde el punto de vista de la táctica insurreccional, y no deben constituir los objetivos de la insurrección armada; que la llave del Estado no es h organización burocrática y política, ni tampoco el palacio de Tauride, o el palacio María, o el palacio de Invierno, sino la organización técnica, es decir, las centrales eléctricas, los ferrocarriles, los teléfonos, los telégrafos, el puerto, los gasómetros, los acueductos, Tzerjiuski le contesta que la insurrección debe ir al encuentro del enemigo y atacarle en ·sus posiciones. «Es al Gobierno al que debemos atacar. Hay que vencer al enemigo en el terreno mismo en que defiende al Estado».
Si el adversario se atrinchera en los ministerios, en el palacio María, en el palacio Tauride, en el palacio de Invierno, habrá que irle a buscar allí. «Para apoderarse del Estado -dice en conclusión Tzerjiuski – tenemos que lanzar las masas contra el Gobierno«.
La táctica insurreccional de la Comisión está dominada por la preocupación de la neutralidad de los sindicatos. ¿Es posible apoderarse del Estado sin el apoyo de la huelga general? «No -responden el Comité central y la Comisión-: hay que provocar la huelga arrastrando con ella a las masas a la acción insurreccional. Pero es la táctica de la insurrección general, y no la táctica de los golpes de mano, la que nos permitirá arrastrar las masas contra el Gobierno y provocar la huelga.»
«No es necesario provocar la huelga -responde Trotsky-: el espantoso desorden que reina en Petrogrado es más eficaz que una huelga general. Es el desorden el que paraliza al Estado y el que impide al Gobierno prevenir la insurrección. No pudiendo apoyarnos en la huelga, nos apoyaremos en el desorden.» Se ha dicho que la Comisión era opuesta a la táctica de Trotsky porque la creía basada en una visión demasiado optimista de la situación.
En realidad, Trotsky era más bien pesimista; juzgaba la situación mucho más grave de lo que se creía. Desconfiaba de las masas, sabía muy bien que la insurrección no podía contar más que con una minoría. La idea de provocar la huelga general, arrastrando a las masas a la lucha armada contra el Gobierno, era una ilusión: sólo una minoría tomaría parte en la acción insurreccional.
Trotsky estaba convencido de que si la huelga estallaba, sería contra los bolcheviques, y de que si se quería prevenir la huelga general, había que apoderarse del Poder sin dilación. La sucesión de los acontecimientos ha demostrado que él vio con exactitud.
Cuando los ferroviarios, los empleados de correos, de teléfonos y de telégrafos, los burócratas de los ministerios y el personal de los servicios públicos abandonaron el trabajo, era demasiado tarde. Lenin estaba ya en el Poder: Trotsky había partido el espinazo a la huelga.
La oposición del Comité central y de la Comisión a la táctica de Trotsky había creado una situación paradójica que hubiese podido comprometer el éxito de la insurrección. En vísperas del golpe de Estado, había dos Estados Mayores, dos planes y dos objetivos. La Comisión, que se apoyaba en la masa de obreros y desertores, quería derrotar al Gobierno para apoderarse del Estado. Trotsky, que se apoyaba en un millar de hombres, quería apoderarse del Estado, a fin de derrotar al Gobierno. El propio Marx hubiese juzgado las circunstancias más favorables al plan de la Comisión que al de Trotsky. Pero la «insurrección no necesita circunstancias favorables«, afirmaba Trotsky. El 24 de octubre, en pleno día, Trotsky desencadena el ataque.
El plan de las operaciones había sido decidido en todos sus detalles por el antiguo oficial del ejército imperial, Antonoff Ovseienko, tan conocido como matemático y como jugador de ajedrez que como revolucionario y desterrado. Aludiendo a la táctica de Trotski, Lenin ha dicho, refiriéndose a Antonoff Ovseienko, que sólo un jugador de ajedrez podía organizar la insurrección. Antonoff Ovseienko tiene un aspecto melancólico y enfermizo: los largos cabellos que caen sobre sus hombros le hacen parecerse a ciertos retratos de Bonaparte, antes del 18 Brumario. Pero su mirada está muerta, y su pálido y enflaquecido rostro irradia una tristeza a flor de piel, tan malsana como un sudor frío.
En un cuartito del último piso del Instituto Smolny, cuartel general del partido bolchevique, Antónoff Ovseienko juega al ajedrez sobre un mapa topográfico de Petrogrado. Bajo sus pies, en el piso inferior, la Comisión está reunida para fijar definitivamente el día de la insurreccional general. Ignora que Trotsky ha desencadenado ya el ataque. Sólo a Lenin le ha sido comunicada, en el último momento, la brusca decisión de Trotsky. La Comisión se atiene a lo que ha dicho Lenin: «¿No ha declarado él, el 21; que el 24 sería demasiado pronto y el 26 demasiado tarde?«. Apenas la Comisión acaba de reunirse para la resolución definitiva, cuando aparece Podwoisky, portador de, una noticia inesperada: los guardias rojos de Trotsky se han apoderado ya de la central telegráfica y de los puentes sobre el Neva; para asegurar las entre el centro de la ciudad y el barrio obrero de Wiborg, hay que tener el control de los puentes.
Las centrales eléctricas municipales, los gasómetros, las estaciones de ferrocarril, están ya ocupados por los marineros de Dybenko.
Las operaciones se han desarrollado con una rapidez y una regularidad sorprendentes. La central telegráfica estaba defendida por medio centenar de gendarmes y de soldados, formados delante del edificio. La insuficiencia de las medidas de policía se manifiesta en esta táctica defensiva que se llama servicio de orden y de protección. Es una táctica que puede dar buenos resultados contra una multitud sublevada, no contra un puñado de hombres decididos. Las medidas de policía no sirven de nada contra los golpes de mano: tres marineros de Dybenko, que han tomado parte en las “maniobras invisibles” y conocen el terreno se deslizan entre las filas de los defensores se introducen en los despachos y algunas granadas, lazadas desde las ventanas a la calle, siembran el desdén entre los guardias y los soldados. Dos escuadras de marinos se instalada en la central telegráfica y emplazan allí ametralladoras. Una tercera escuadra ocupa una casa situada enfrente, preparada para detener un contraataque eventual, fusilando por la espalda a los asaltantes. Unos autos blindados aseguran el enlace entre los equipos que están operando en los diferentes barrios de la ciudad y el Instituto Smolny. En los cruces de las calles más importantes hay ametralladoras disimuladas en las casas de esquina; patrullas móviles vigilan los cuarteles de los regimientos fieles aun a Kerenski.
A eso de las seis de la tarde, en el Instituto Smolny, Antonoff Ovseienko entra en la habitación de Trosky, más pálido que de costumbre, pero sonriente. “Ya está hecho”, dice. Sorprendidos por los acontecimientos, los miembros de Gobierno se han refugiado en el Palacio de Invierno, defendido por unas cuantas compañías de “junkers” y un batallón de mujeres, Kerenski ha huido; dicen que ha marchado al frente para reunir tropas y dirigirse hacia Petrogrado. Toda la población está en las calles,a vida de noticias. Las tiendas, los cafes, los restaurantes, los cines y los teatros están abiertos; los tranvías llenos de soldados y de obreros armados; una multitud enorme afluye como un rio a lo largo de la Perspectiva Newski. Los rumores más inverosímiles se propagan de boca en boca, de grupo en grupo: Kerenski, muerto; los jefes de la fracción menchevique fusilados delante del Palacio de Taurine; Lenin, instalado en el Palacio de Invierno, en la habitación del zar. De la Perspectiva de Newski, de la calle Gorokowskaia, de la calle Vosnessenki, las tres grandes arterias que: concluyen en el Almirantazgo, un vasto rio refluye continuadamente en el jardín de Alejandro, para ver si la bandera roja ondea ya sobre el Palacio de Invierno. A la vista de los «junkers«que le defienden, la multitud se detiene. Intimada por las ametralladóras y las baterías, contempla desde un poco lejos las ventabas iluminadas, la plaza desierta, los automóviles alineados ante el Estado Mayor General, y no comprende. ¿Y Lenin? ¿Dónde está Lenin? ¿Dónde están los bolcheviques?
Reaccionarios; liberales; mencheviques, socialistas revolucionarios no consiguen darse cuenta de la situación; se niegan a creer que los bolcheviques se hayan apoderado del Estado: hay que guardarse de prestar crédito a los rumores difundidos a intención por los agentes provocadores del Instituto Smolny; es por simple medida de prudencia por lo que los Ministerios se han trasladado al Palacio de Invierno; si las noticias que dan son exactas, no es un golpe de Estado el que ha tenido lugar, sino una serie de atentados de más o menos éxito (no se sabe todavía nada con precisión) contra la organización de los servicios tenicos del Estado y de la ciudad. Los órganos legislativos, políticos y administrativos están todavía en manos de Kerenski. El palacio de Tauride, el palacio de María, los Ministerios, ni siquiera han sido atacados. Realmente la situación es paradójica: no se había visto nunca todavía ninguna insurrecion proclamar que ha conquistado el Estado y dejar las manos libres al Gobierno. Diriase que los bolcheviques se desinteresan del gobierno. ¿Por qué no ocupan los Ministerios? ¿Se puede ser dueño del Estado y gobernar a Rusia sin tener en la mano a los órganos administrativos? Verdad es que los bolcheviques se han apoderado de toda la organización técnica, pero Kerenski no ha caído, y él es quien tiene el poder, aunque haya perdido por el momento el control de los ferrocarriles de las centrales eléctricas, de los servicios públicos, del teléfono, el telégrafo de Correos, del Banco del Estado, de los depósitos de carbón, de petróleo y de trigo. Podríase objetar que, prácticamente, prácticamente los ministros reunidos en el Palacio de Invierno no pueden gobernar, que los Ministerios no pueden funcionar, que el Gobierno está aislado del resto de Rusia, que todos los medios de comunicación están en manos de loa bolcheviques. En los barrios, todas las calles están interceptadas; nadie puede salir de la ciudad; el Estado Mayor mismo está también aislado; la estación radiotelegráfica está en poder de los bolcheviques; la fortaleza Pedro y Pablo, ocupada por los guardias rojos; muchos regimientos de la: guarnición de Petrogrado han pasado a estar bajo las órdenes del Comité Militar Revolucionarlo.
Hay que obrar sin dilación. ¿Por qué esa inercia del Estado Mayor? Espera, según dicen, la llegada de las tropas del general Krasnoff, que marcha sobre la capital. Todas las medidas necesarias para la defensa del Gobierno han sido tomadas.
Si los bolcheviques no se han decidido todavía a atacar al Gobierno, es señal de que no se sienten aún lo suficientemente fuertes. Nada, pues, ha acabado.
Pero al día siguiente, 25 de octubre, mientras en el gran salón del Instituto Smolny se celebra la apertura del segundo Congreso Panruso de los Soviets, Trotsky da a Antonoff Ovseienko la orden de atacar el Palacio de Invierno, donde se han refugiado los ministros de Kerenski. ¿Van a tener los bolcheviques mayoría en el Congreso? Para hacer comprender a los representantes de los Soviets de toda Rusia que la insurrección ha triunfado, no basta anunciar que los bolcheviques se han apoderado del Estado; es necesario poder anunciar que los miembros del Gobierno están en manos de los guardias rojos.
–Es la única manera -declara Trotsky a Lenin– de convencer al Comité Central y a la Comisión de que el golpe de estado ha fracasado.
–Se decide usted un poco tarde – dice Lenin.
–No podía yo atacar al Gobierno antes de tener la certeza de que las tropas de la guarnición no le defenderían –responde Trosty-; había que dar tiempo a los soldados para que se pasasen a nuestro bando. Solo los «junkers”, han permanecido fieles.
***
Disfrazado de obrero, cubierta la cabeza con una peluca y afeitado, Lenin abandona su escondite y va al Instituto Smolny, a fin de tomar parte en el Congreso de los Es el momento más triste de su vida; no cree todavía en el éxito de la insurrección. El también, como el Comité Central, como la Comisión, como la mayor parte de los delegados en el Congreso, necesita saber que el Gobierno ha caído y que los ministros de Kerenski están en poder de los guardias rojos. Desconfía de Trotsky, de su orgullo, de su seguridad, de su astucia temeraria. Trotsky no pertenece a la vieja guardia, no es un bolchevique sobre el que se pueda contar con los ojos cerrados: es un recluta reciente, que no ha ingresado en el partido hasta las jornadas de julio. «No soy uno de los doce apóstoles -dice Trotsky–; soy más bien San Pablo, que fué el primero que predicó a los gentiles.”
Lenin no ha tenido nunca mucha simpatía por Trotsky.
Trotsky les hace sombra a todos. Su elocuencia es sospechosa. Posee el peligroso poder de remover las masas, de desencadenar los tumultos. Es un creador de cismas, un inventor de herejías, un hombre temible y necesario. Lenin ha observado desde hace largo tiempo que Trotsky es aficionado a las comparaciones históricas. Cuando habla en los mítines o en las asambleas, cuando discute en las reuniones del partido, no cesa de remontarse a los tiempos de la revolución puritana de Cromwell o a los de la Revolución francesa. Hay que desconfiar de un marxista que juzga y mide los hombres y los hechos de la revolución bolchevique, según los hombres y los hechos de la revolución francesa. Lenin no puede olvidar que Trotsky, en cuanto salió de la cárcel de Kresty, donde le habían recluido después de las jornadas de julio, fue al Soviet de Petrogrado; en un violento discurso ha proclamado la necesidad de instaurar el terror jacobino.
–La guillotina lleva a Napoleón– le gritan los mencheviques.
–Prefiero Napoleón a Kerenski– responde Trotsky.
Lenin no olvidará nunca esta respuesta. «Prefiere Napoleón a Lenin«, dirá más adelante Tzerjiuski.
En una habitación continua al gran salón de Instituto Smolny, donde se celebra el Segundo Congreso Panruso de los Soviets, Lenin está sentado al lado de Trotsky, ante una mesa llena de papeles y de periódicos; un rizo de su peluca le cuelga sobre la frente. Trotsky no puede contener una sonrisa viendo aquel ridículo disfraz. Le parece que ha llegado el momento de que Lenin se quite la peluca. No hay ya peligro; la insurrección ha triunfado; Lenin es el dueño de Rusia. Es el momento de dejarse otra vez la barba, de quitarse el pelo postizo, de dejar que le reconozcan. Al pasar por delante de Lenin para ir al salón del Congreso, Dan y Skobeleff, los dos jefes de la mayoría menchevique, cambian una mirada y palidecen; han reconocido en aquel hombre de la peluca, en aquel comiquillo de la legua, al destructor terrible de la santa Rusia.
–Se acabó – murmura Dan a Skobeleff.
– ¿Por qué sigue usted disfrazado? —dice Trosky a Lenin-. Los vencedores no se esconden.
Lenin le mira con los ojos entornados; una sonrisa irónica desflora apenas sus labios. ¿Quién es el vencedor? He aquí el problema. De vez en cuando un estampido de cañón; un tableteo de ametralladora se oyen a lo lejos. El crucero »Aurora”, anclado en el Neva, acaba de abrir fuego contra el Palacio de Invierno, para apoyar el ataque de los guardias rojos. He allí al marinero Dybenko; al Dybenko, de ojos azules; de rostro enmarcado por una sedosa barba rubia; los marineros de Cronstadt y la señora Kollontai le quieren por sus ojos de niño y por su crueldad. Dybenko anuncia la noticia: los guardias rojos de Antonoff Ovseienko han asaltado el Palacio de Invierno; los ministros de Kerenski son prisioneros de los bolcheviques; el Gobierno ha caído.
– ¡Al fin! exclama Lenin.
-Lleva usted veinticuatro horas de retraso – responde Trotsky.
Lenin se quita la peluca y se pasa la mano por la frente. Su cráneo tiene la misma· conformación, afirma Wells- que el de Balfour.
-Vamos – dice, dirigiéndose al salón del Congreso.
Trotsky le sigue en silencio. Tiene aspecto de cansancio; una especie de sueño apaga su mirada acerada. «Durante la insurrección, escribe Lounatcharski, Trotsky era una botella de Leyde.» Pero ahora ha caído el Gobierno; Lenin se ha quitado la peluca, como quien se quita una careta. El golpe de Estado era Trotsky. Pero el Estado es Lenin. El jefe, el dictador, el triunfador es él, Lenin.
Trotsky le sigue en silencio, con una sonrisa ambigua que no se suavizará hasta la muerte de Lenin.
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TECNICA DEL GOLPE DE ESTADO: CONTENIDO
CURZIO MALAPARTE: «TÉCNICA DEL GOLPE DE ESTADO» (1931): «Prólogo».
Capítulo I: El golpe de Estado Bolchevique y la táctica de Trotsky
Se aborda la toma del poder en Rusia por parte de León Trotski en la Revolución rusa de octubre de 1917.
Capítulo II: Historia de un golpe de Estado fallido
Trata sobre la defensa de Iósif Stalin frente al intento de Trotski de tomar el poder en 1927.
Capítulo III: 1920: La experiencia polaca. El orden reina en Varsovia
Sobre las luchas internas por el poder en la Polonia de Józef Pilsudski.
Capítulo IV: Kapp, o Marte contra Marx
Sobre el Golpe de Estado de Kapp, golpe militar fracasado que se tuvo lugar en Alemania en 1920, dirigido por Wolfgang Kapp.
Capítulo V: Bonaparte, o el primer golpe de Estado moderno
Acerca del golpe de Estado del 18 de Brumario, dado por Napoleón el 9 de noviembre de 1799.
Compara las actuaciones de Primo de Rivera y Pilsudski con las de Napoleón, que se refugiaron en la legalidad del estado vigente en lugar de rechazarla.
Capítulo VII: Mussolini y el golpe de Estado fascista
Trata sobre la Marcha sobre Roma y la toma del poder del Partido Nacional Fascista, de la que el propio autor fue partícipe.
Capítulo VIII: Un dictador fracasado: Hitler
Trata de las acciones fracasadas de Hitler con intención de tomar el poder, como fue el caso del Putsch de Munich.
Hay que tener en cuenta que Técnica del Golpe de Estado se publicó en 1931, antes de que Adolf Hitler tomara el poder en Alemania.
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CURZIO MALAPARTE: «TÉCNICA DEL GOLPE DE ESTADO» (1931): «Prólogo».
EL SÍNDROME DE SHERWOOD: El final de un Modelo de Estado. Hacia el Estado de Excepción Permanente.
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