LA JUSTICIA EN UN MUNDO DE MERA OPINIÓN
«Un sueño, contado por un loco. Lleno de ruido y pasión; y que nada significa»
Shakespeare, Macbeth
Tabla de contenidos
***
¿Reímos, o lloramos?
Por Gregorio Morán, 12 OCT 2024
Son dos opciones y para cada una hay motivos sobrados. El dilema inevitable consiste en tomárselo tan en serio que acabemos por no saber cuándo debemos parar de llorar de vergüenza o que de tanto reír caigamos en la peor de las misantropías, la de reírnos de nosotros mismos, y hacerlo solos y ante el espejo. La invención de un Plan para la Regeneración Democrática del que forman parte 7 ministros y un secretario de Estado me tiene sumido en la duda; no sé si echarme a llorar por lo que nos espera o soltar una carcajada ante un chiste espectacular.
Hay precedentes. En 1964 el más joven y más arrebatado de los ministros del Caudillo, Manuel Fraga Iribarne, con la ayuda de su cuñado, experimentado manipulador, Carlos Robles Piquer, pusieron en marcha una campaña que dio un vuelco a la retórica. Se conmemoraron como hito emblemático los XXV Años de Paz, en cesarianos números romanos. Ahí se cambió el relato, que diríamos hoy.
En una España zaragatera y triste, con una represión omnímoda y un temor sin límites, se utilizaron todos los medios para imponer un oxímoron: teníamos los dirigentes más virtuosos, más pacíficos y más comprensivos en una dictadura implacable. Quien no se lo creyera y osara manifestarlo, sobre él caería el peso aplastante del Poder. Franco se convertía en pacifista y la oposición en guerrera. Quienes lo vivieron no necesitan que se lo cuenten, ni echar mano de una supuesta Memoria Histórica, por más que en algún caso sea menester un psicoanalista que despeje las fantasías.
La ministra portavoz Pilar Alegría -hay apellidos que delatan- nos regaló una rueda de prensa esta semana que inevitablemente me retrotrajo a tiempos pasados que felizmente ella no vivió. Se puede ser más falaz pero no más descarado. Mintió con plena conciencia sobre las causas abiertas a Begoña Gómez, sobre los procedimientos del juez Peinado, sobre la amnistía, sobre la singularidad del cupo y alcanzó el sarcasmo al enfocar la drástica reducción de penas a 44 condenados por delitos de sangre, vulgo asesinatos, pactados por el presidente Sánchez y Bildu para sacar adelante los Presupuestos.
La ministra portavoz Pilar Alegría -hay apellidos que delatan- nos regaló una rueda de prensa esta semana que inevitablemente me retrotrajo a tiempos pasados que felizmente ella no vivió
Sin pretenderlo, porque la inteligencia no es valor que cuente en los nombramientos, Pilar Alegría ha puesto sobre la mesa de nuestras conciencias algo tan evidente como aquello de los XXV Años de Paz. O lo tragas o lo denuncias con grave riesgo de tu futuro, o de lo que quede de él. Me estoy refiriendo en concreto al arma letal pero nada secreta que administra el Gobierno: los medios de comunicación y su cohorte de columnistas, tertulianos, editorialistas, blogueros y demás soldados de la palabra.
No somos conscientes de que el silencio, cuando no la adhesión, exigirán un día otro proceso de Transición en el que se pedirá a la ciudadanía que sea benevolente y olvide, por el bien de la concordia. Un modo muy particular de disolver el servilismo que tantos beneficios les ha prodigado, en aras de no ser proclives al resentimiento. Y lo dirán con una sonrisa, como buscando la complicidad. Ahora que me entero que Juan Luis Cebrián, curtido hacendado político durante décadas, siempre fue -sospecho que en su fuero interno- un defensor a ultranza de la crítica al Gobierno, intuyo el advenimiento de un nuevo período de reconversiones que dejarán chicas las que hizo el ministro Solchaga en el campo de la industria.
No inquietarse. Aunque todo pueda cambiar, seguirá igual de inseguro. Quizá se ha deteriorado hasta un extremo insólito el valor de la palabra, que no del discurso. Los tiempos que se marcaba el presidente Sánchez para expresar lo contrario de lo que ya había afirmado con vigor de converso, se han ido reduciendo. Hace seis años tardaban meses pero ahora pueden ser cuestión de un día. Hacer de la necesidad virtud obliga a un aparato fiel y engrasado que borre y reescriba. Desde el momento que asignas al adversario el monopolio de las mentiras y los bulos, debes incluir la pretensión de organizar un aparato adicto que las controle y diluya; a partir de ahí eres el Puto Amo.
Esa curiosa situación de provocar la crispación al tiempo que descargas la artillería sobre el enemigo es tan vieja como el arte de la guerra político. Hay dos referentes que deberían hacernos pensar, porque son letales. Uno es el sustantivo “innovación”. Cada vez que lo escuchen manténganse atentos; es una palabra señuelo y si pican comprobarán que esconde intenciones nada novedosas tras el trampantojo semántico.
La otra es “patrón europeo”, con sus derivadas “los países de nuestro entorno”, “ajustarse a las normas de la Comunidad”, “homologar la legislación”. Europa no es sólo una realidad sino una evidencia beneficiosa para todos. El antieuropeísmo, dicho en bruto, es una estupidez geopolítica y regresiva. Ahora bien, cabe leerse bien la letra pequeña. Sucede con los productos que llevan como un adhesivo el mantra “ecológico”, que en muchos casos es una treta de la mercadotecnia y no una marca de calidad.
Tarradellas decía que en política se puede hacer de todo menos el ridículo
El patético ridículo del Partido Popular, con su presidente a la cabeza, aceptando una enmienda, propuesta por Sumar en el papel de palanganeros, para rebajar las penas de 44 militantes de ETA convictos de asesinatos, con el marchamo de “ajustarse a la legislación europea”, es un ejemplo hispano, españolísimo, de incompetencia. Sin más, por decencia, deberían abandonar los tres expertos ¡juristas! que avalaron el pacto Otegui-Sánchez. En épocas taurinas se denominaba “vergüenza torera” y no necesitaban que los sacaran a la fuerza de la plaza, salían solos.
Como no va a suceder así, tendremos otra razón para confirmar que el patio está hecho un asco. Que una periodista, Itziar Reyero, descubriera la truca, la honra a ella y hasta al gremio, muy falto de incentivos últimamente. Tendremos ocasión de comprobarlo ante la emergencia del “caso Ábalos” que amenaza arrasar con los titulares adictos. Las hemerotecas cerrarán por decreto.
Tarradellas decía que en política se puede hacer de todo menos el ridículo. El relato aún se mantiene, aunque tartamudee, y la vergüenza ajena les importa un carajo. La mayoría que sostiene al Amo seguirá cosechando sin haber arado y a eso se llama vivir en el mejor de los mundos posibles, el sueño del agricultor autocomplaciente. Recibir frutos de un Gobierno exangüe. Lo que dure. Nosotros podremos llorar o descojonarnos de risa, pero hay muchos más de los que creemos que viven de esta situación anómala y letal. Siempre habrá otra Transición que les evoque lo astutos que han sido. Comprensivos y a esperar. ¡Vaya consuelo!
Siempre habrá otra Transición que les evoque lo astutos que han sido. Comprensivos y a esperar. ¡Vaya consuelo!
*******
El escándalo Plus Ultra
Vozpópuli, 22 jul 2021En plena crisis económica causada por la covid, el Consejo de Ministros anunció el 9 de marzo de 2021 el rescate a la aerolínea Plus Ultra por valor de 53 millones. Vozpópuli desveló al día siguiente las relaciones de esta aerolínea con el núcleo duro del chavismo, así como el historial de los fundadores.
*******
LA JUSTICIA EN UN MUNDO DE MERA OPINIÓN
«Pero a vosotros os hemos dado nosotros el ser, con objeto de que lo empleéis en vuestro provecho y en el de la ciudad, como jefes y reyes de la colmena, mejor y más celosamente educados, porque habréis visto ya la verdad en relación con lo bello, lo justo y lo bueno.
De este modo nuestra ciudad y la vuestra será una plena realidad y no un sueño, como ocurre ahora a la mayoría de ellas, con las luchas fútiles y las disputas de unos ciudadanos con otros por el poder, al igual que si se tratase de algún gran bien.
La verdad, sencillamente, se reduce a esto: la ciudad en la que muestren menos deseos de gobernar los que deben hacerlo será, sin duda, la mejor y necesariamente la más tranquila; y ocurrirá lo contrario en aquella que presenten un cariz de gobierno distinto»
Filosofía Digital, 2010
La verdadera educación y la falta de ella
– Represéntate la naturaleza humana en la siguiente coyuntura, con relación a la educación y a la falta de ella. Imagínate una caverna subterránea, que dispone de una larga entrada para la luz a todo lo largo de ella, y figúrate unos hombres que se encuentran ahí ya desde la niñez, atados por los pies y el cuello, de tal modo que hayan de permanecer en la misma posición y mirando solo hacia adelante, imposibilitados como están por las cadenas de volver la vista hacia atrás. Pon a su espalda la llama de un fuego que arde sobre una altura a distancia de ellos, y entre el fuego y los cautivos un camino eminente flanqueado por un muro, semejante a los tabiques que se colocan entre los charlatanes y el público para que aquellos puedan mostrar, sobre este muro, las maravillas de que disponen.
– Ya me imagino eso -dijo.
– Pues bien: observa ahora a lo largo de ese muro unos hombres que llevan objetos de todas clases que sobresalen sobre él, y figuras de hombres o de animales, hechas de piedra, de madera y de otros materiales. Es natural que entre estos portadores unos vayan hablando y otros pasen en silencio.
– ¡Extrañas imágenes describes -dijo- y extraños son también esos prisioneros!
– Sin embargo, son semejantes en todo a nosotros -observé. Porque, ¿crees en primer lugar que esos hombres han visto de sí mismos o de otros algo que no sea las sombras proyectadas por el fuego en la caverna, exactamente enfrente de ellos?
– ¿Cómo -dijo- iban a poder verlo, si durante toda su vida se han visto obligados a mantener inmóviles sus cabezas?
– ¿Y no ocurrirá lo mismo con los objetos que pasan detrás de ellos?
– Desde luego.
– Si, pues, tuviesen que dialogar unos con otros, ¿no crees que convendrían en dar a las sombras que ven los nombres de las cosas?
– Por fuerza.
– Pero supón que la prisión dispusiese de un eco que repitiese las palabras de los que pasan. ¿No crees que cuando hablase alguno de estos pensarían que eran las sombras mismas las que hablaban?
– No, ¡por Zeus! -dijo.
– Ciertamente -indiqué-, esos hombres tendrían que pensar que lo único verdadero son las sombras.
– Con entera necesidad -dijo.
Es doloroso salir de la caverna de la ignorancia
– Considera, pues -añadí-, la situación de los prisioneros, una vez liberados de las cadenas y curados de su insensatez. ¿Qué les ocurriría si volviesen a su estado natural? Indudablemente, cuando alguno de ellos quedase desligado y se se le obligase a levantarse súbitamente, a torcer el cuello y a caminar y a dirigir la mirada hacia la luz, haría todo esto con dolor, y con el centelleo de la luz se vería imposibilitado de distinguir los objetos cuyas sombras percibía con anterioridad. ¿Qué crees que podría contestar ese hombre si alguien le dijese que entonces solo veía bagatelas y que ahora, en cambio, estaba más cerca del ser y de objetos más verdaderos? Supón además que al presentarle a cada uno de los transeúntes, le obligasen a decir lo que es cada uno de ellos. ¿No piensas que le alcanzaría gran dificultad y que juzgaría las cosas vistas anteriormente como más verdaderas que las que ahora se le muestran?
– Sin duda alguna contestó.
– Y si, por añadidura, se le forzase a mirar a la luz misma, ¿no sentiría sus ojos doloridos y trataría de huir, volviéndose hacia las sombras que contempla con facilidad y pensando que son ellas más reales y diáfanas que todo lo que se le muestra?
– Eso ocurriría -dijo.
– Y si ahora le llevasen a la fuerza por la áspera y escarpada subida y no le dejasen de la mano hasta enfrentarse con la luz del sol, ¿no sufriría dolor y se indignaría contra el que le arrastrase, y luego, cuando estuviese ante la luz, no tendría los ojos hartos de tanto resplandor, hasta el punto de no poder ver ninguno de los objetos que llamamos verdaderos?
– Es claro que, de momento, no podría hacerlo -dijo.
– Solo la fuerza de la costumbre, creo yo, le habituaría a ver las cosas de lo alto. Primero, distinguiría con más facilidad las sombras, y después de esto, las imágenes de los hombres y demás objetos, reflejados en las aguas; por último, percibiría los objetos mismos. En adelante, le resultaría más fácil contemplar por la noche las cosas del cielo y el mismo cielo, mirando para ello a la luz de las estrellas y a la luna, que durante el día el sol y todo lo que a él pertenece.
– ¿Cómo no?
– Y finalmente, según yo creo, podría ver y contemplar el sol, no en sus imágenes reflejadas en las aguas, ni en otro lugar extraño, sino en sí mismo y tal cual es.
– Necesariamente -dijo.
– Entonces, ya le sería posible deducir, respecto al sol, que es él quien produce las estaciones y los años y endereza a la vez todo lo que acontece en la región visible, siendo, por tanto, la causa de todas las cosas que se veían en la caverna.
– Está claro -dijo- que después de todo aquello vendría a parar en estas conclusiones.
La alegría de ver y la compasión hacia los ciegos
– Pues qué, ¿qué ocurriría cuando recordase su primera morada y la ciencia de que tanto él como sus compañeros de prisión disfutaban allí? ¿No crees que se regocijaría con el cambio y que compadecería la situación de aquellos?
– Desde luego.
– ¿Y te parece que llegaría a desear los honores, las alabanzas o las recompensas que se concedían en la caverna a los que demostraban más agudeza al contemplar las sombras que pasaban y y acordarse con más certidumbre del orden que ocupaban, circunstancia más propicia que ninguna otra para la profecía del futuro? ¿Podría sentir envidia de los que recibiesen esos honores o disfrutasen de ese poder, o experimentaría los mismo que Homero, esto es, que prefiriría más que nada «ser labriego al servicio de otro hombre sin bienes» o sufrir cualquier otra vicisitud que que sobrellevar la vida de aquellos en un mundo de mera opinión?
– A mi juicio -dijo-, aceptaría vivir así antes que amoldarse a una vida como la de aquellos.
– Pues ahora medita un poco en esto -añadí-. Si vuelto de nuevo a la caverna, disfrutase allí del mismo asiento, ¿no piensas que es mismo cambio, esto es, el abandono súbito de la luz del sol, deslumbraría sus ojos hasta cegarle?
– En efecto -dijo.
– Supón también que tenga que disputar otra vez con los que continúan en la prisión, dando a conocer su parecer sobre las sombras en el momento en que aún mantiene su cortedad de vista y no ha llegado a alcanzar la plenitud de la visión. Desde luego, será corto el tiempo de habituación a su nuevo estado, pero ¿no movería a risa y no obligaría a decir que, precisamente por haber salido fuera de la caverna había perdido la vista, y que, por tanto, no convenía intentar esa subida? ¿No procederían a dar muerte, si pudiesen cogerle en sus manos y matarle, al que intentase desatarles y obligarles a la ascensión?
– Sin duda -dijo.
El secreto de una vida sensata, pública y privada
– Pues bien, mi querido Glaucón -dije-: toda esta imagen debe ponerse en relación con lo dicho anteriormente; por ejemplo, la realidad que la vista nos proporciona con la morada de los prisioneros, y esa luz del fuego de que se habla con el poder del sol. No te equivocarás si comparas esa subida al mundo de arriba y la contemplación de las cosas que en él hay, con la ascensión del alma hasta la región de lo inteligible. Este es mi pensamiento que tanto deseabas escuchar. Sólo Dios sabe si está conforme con la realidad. Pero seguiré dándotelo a conocer: lo último que se percibe, aunque ya difícilmente, en el mundo inteligible es la idea del bien, idea que, una vez percibida, da pie para afirmar que es la causa de todo lo recto y hermoso que existe en todas las cosas. En el mundo visible ha producido la luz y el astro señor de esta, y en el inteligible, la verdad y el puro conocimiento. Conviene, pues, que tenga los ojos fijos en ella quien quiera proceder sensatamente tanto en su vida pública como privada.
– Convengo contigo -afirmó- en la medida en que ello me es posible.
– Tendrás que convenir también -dije yo- que no hay razón para extrañarse de que los que han llegado a esa contemplación no deseen ocuparse ya de las cosas humanas y anhelen más que sus almas asciendan a lo alto. Parece lógico que ocurra así, si lo que digo se muestra de acuerdo con la imagen ya referida.
– Lógico de todo punto -dijo.
– Pues qué, ¿juzgas extraño -pregunté- que al pasar un hombre de la contemplación de la cosas divinas a las miserias humanas, obre torpemente y caiga en el más deplorable de los ridículos cuando, con toda su cortedad de vista y no suficientemente habituado a las tinieblas, se vea obligado a discutir sobre las sombras de lo justo o las imágenes de que son reflejo esas mismas sombras, e incluso a luchas por esa causa, precisamente con quienes no han tenido nunca ocasión de admirar la justicia en sí?
– Nada extraño me parece -dijo.
– Conviene, pues -dije yo, si esto que se dice es verdad, formular la siguiente conclusión: que la educación no hemos de entenderla como nos la prescriben algunos. Dicen estos que podrían proporcionar la ciencia al alma que carece de ella, igual que si se tratase de dar luz a unos ojos ciegos.
– Sí, eso dicen -afirmó. Habrá, pues, que precisar cuál será el arte que más convenga, por su utilidad y eficacia, para la rotación de que hablamos. Es claro que este arte no producirá la visión, sino que tratará de enderezar el órgano que, teniendo vista, no se ordena ni mira hacia donde debe.
– Corresponde, pues a nosotros -añadí- obligar a los hombres de mejor condición a que se apliquen al conocimiento que antes considerábamos como el más importante, con objeto de que contemplen el bien y practiquen la ascensión aquella. Luego, después de haber realizado la subida y contemplado de manera suficiente el bien, no podrá permitírseles lo que ahora se les permite.
El Gobierno de la Bondad, la Justicia y la Belleza
– ¿Y qué es eso?
– El que permanezcan en la situación referida, sin querer bajar de nuevo hasta la caverna de los prisioneros ni participar en los trabajos y en los honores de estos, sean de poco o de mucho valor.
– Si es así -dijo-, ¿no cometeremos una injusticia con ellos y haremos que vivan peor cuando les es posible vivir mejor?
– Creo que echas en olvido, querido amigo -objeté-, que es indiferente para la ciudad que exista en ella una clase de hombres priviligiados, pues el objetivo importante es que alcance este honor a todos los ciudadanos. Lo que interesa a la ley es llevar el orden a los que viven en la ciudad, bien sea por el convencimiento o por la fuerza, haciendo a la vez que unos ciudadanos presten a los otros el apoyo que necesiten para el bien de la comunidad y formando ciudadanos de esa clase en la ciudad, no para dejarles cumplir su capricho, sino para servirse de ellos con miras a la unificación de aquella.
– Ciertamente -repuso- ya lo echaba en olvido.
– Pero a vosotros os hemos dado nosotros el ser, con objeto de que lo empleéis en vuestro provecho y en el de la ciudad, como jefes y reyes de la colmena, mejor y más celosamente educados. Os convendrá descender a la morada de los demás para acostumbrar vuestros ojos a las tinieblas. Y una vez que hayáis adquirido ese hábito, veréis mucho mejor que los de allí… porque habréis visto ya la verdad en relación con lo bello, lo justo y lo bueno. De este modo nuestra ciudad y la vuestra será una plena realidad y no un sueño, como ocurre ahora a la mayoría de ellas, con las luchas fútiles y las disputas de unos ciudadanos con otros por el poder, al igual que si se tratase de algún gran bien. La verdad, sencillamente, se reduce a esto: la ciudad en la que muestren menos deseos de gobernar los que deben hacerlo será, sin duda, la mejor y necesariamente la más tranquila; y ocurrirá lo contrario en aquella que presenten un cariz de gobierno distinto.
* * *
PLATÓN, extracto de La República o De la justicia, libro VII. Obras completas, Aguilar, 1990. [FD, 22/10/2006]
*******
Por José Javier Esparza, 12 OCT 2024
Cuenta Nietzsche que paseaba Zaratustra por el campo cuando halló a un labrador en serio apuro: una negra serpiente se le había deslizado dentro de la boca y clavaba sus colmillos en la garganta del desdichado, que apenas podía hacer otra cosa que implorar auxilio con ojos de espanto. Zaratustra se dirigió al campesino y –cito de memoria– le increpó con palabras parecidas a estas: “¿Por qué gimes? ¡Muérdela! ¡Muérdele la cabeza y escúpela lejos!”. La truculenta escena vale como figura de esas situaciones en las que nuestra razón o nuestra acción quedan paralizadas por la superstición, el prejuicio, el dogma, la culpa o cualquier otro “relato” que sofoque la voluntad. Y este 12 de octubre, como todos los años, veremos un montón de serpientes negras colgando de la boca de miles de desdichados españoles.
El problema, en efecto, no son Maduro o Sheinbaum (esos son otros problemas). El problema es cuántos compatriotas han comprado el discurso del indigenismo impostado, del genocidio que nunca existió, de la condena sumaria de España y del descubrimiento y conquista de América. Hoy ese discurso está solemnemente sentado en el Ministerio de Cultura de España, lo cual da fe de la gravedad del asunto. “Si América es pobre –vienen a decirnos– es porque España todo se lo robó”.
Al margen del pequeño detalle de que América no es pobre, multitud de estudios –yo mismo he trabajado el tema en La cruzada del océano— demuestran que allí se quedó, por lo menos, dos tercios de lo que se extrajo, pero da igual, porque la característica fundamental del discurso condenatorio es que no ha estudiado nada. “Si los indios sufren –añaden– es por el genocidio que España perpetró”. Si España hubiera perpetrado un genocidio, hoy no habría millones de indígenas en Hispanoamérica, pero la evidencia lógica tampoco amilana a los vindicadores. “¿Y los muertos que denuncia Las Casas?”, rubrican con el aire de quien ha encontrado el argumento definitivo. Innumerables estudios han demostrado que la causa mayor de la mortandad indígena no fue la guerra ni la esclavitud, sino los virus, bichitos cuya existencia se ignoraba en el siglo XVI (véase la compilación de Cook y Lovell Juicios secretos de Dios, ed. Abya Yala, 2000), pero, una vez más, de poco sirven los estudios para quien ha decidido su verdad de antemano: la serpiente que se le aferra a la garganta.
En la conquista de América, que sin duda fue tan truculenta como todas las conquistas que en la Historia han sido, corrió sangre, claro que sí. Mucha. No hay más que leer a los cronistas. Pero, en primer lugar, no fue una guerra de españoles contra indios: ni Colón en La Española, ni Núñez de Balboa en Panamá, ni Cortés en México ni Pizarro en el Perú habrían obtenido otra cosa que una miserable tumba de no haber contado con el apoyo masivo de centenares de miles de indios –desde taínos en la Española hasta huancas y tallanes en Perú o tlaxcaltecas en México– que se unieron a sus filas para liberarse de la brutal opresión a las que les sometían caribes, mexicas o incas. Después, España creó allí su propio mundo y no lo hizo peor que los romanos o los árabes que antes habían conquistado la península ibérica. Incluso lo hizo bastante mejor.
Nunca nadie antes había prohibido esclavizar a los vencidos, y España lo prohibió en 1504. Nunca nadie antes había dictado leyes de protección laboral para los siervos –en este caso, indígenas–, y España lo hizo desde 1512. Nunca nadie antes había reconocido la dignidad humana de las poblaciones dominadas, y España lo hizo en las sucesivas Leyes de Indias. Nunca nadie antes había sometido a juicio moral la legitimidad de sus conquistas, y España lo hizo en la Controversia de Valladolid de 1550-1551. Podemos seguir flagelándonos las espaldas, pero el hecho objetivo es que la conquista de América –que sí, que fue una conquista armada–, lejos de ser una monstruosa empresa depredadora, significó un trascendental paso adelante en la conciencia de la humanidad. Sería magnífico que la izquierda española leyera un poquito más.
El hipócrita sátrapa
Algo que hay que decir también, necesariamente, sobre esa costumbre, cada vez más extendida al otro lado del mar, de conmemorar la “resistencia indígena” contra el “opresor español”, viaje en el tiempo del que tuvimos un espectacular testimonio en la ceremonia de “inmersión azteca” de la señora Sheinbaum. Porque ocurre que la verdadera represión contra los amerindios, la más cruenta y letal, no fue la de los conquistadores españoles –ni la que los propios amerindios habían ejecutado antes sobre sí mismos, cosa que frecuentemente se olvida–, sino la que acometieron las nuevas naciones hispanoamericanas después de la independencia.
Los españoles vencieron a los charrúas, pero no los exterminaron. Quienes los aniquilaron fueron los uruguayos después de la independencia. Las guerras más feroces contra los mapuches no fueron las libradas por los españoles y sus aliados indios del norte, sino las planificadas por Chile y Argentina entre 1878 y 1885. Después –mucho después– de la independencia.
Fue igualmente después de la independencia cuando se ejecutaron las campañas de “eugenesia” en Bolivia, que consistían no sólo en la esterilización de los indígenas, sino también en su muerte física. Todo eso se hizo en nombre del progreso y la modernidad. Lo mismo en Colombia, Venezuela, Perú o México. En este último país, la desamortización de la ley Lerdo (1856) condenó literalmente a morir por inanición a millares de indígenas que conservaban sus tierras desde la época colonial.
¿Y todo eso por maldad? No necesariamente. Para las naciones liberales emancipadas, los indígenas eran un obstáculo indeseable. La mayor parte de ellos había combatido para la corona en las guerras de la independencia, como los propios mapuches, y ahí estuvieron los caciques Huenchukir, Lincopi y Cheuquemilla, entre otros. Cuando la corona española abandonó América, sólo un 30% de la población hablaba español. La construcción de naciones modernas exigía arrasar el campo, y a ello se emplearon las elites criollas.
En 1894 el historiador mejicano Joaquín García Icazbalceta escribe sobre los indios: “Y ahí están todavía, causando mil estragos, los restos de sus descendientes, que en tantos años no han tomado de la civilización sino el uso de las nuevas armas, y que al fin será preciso exterminar por completo”. En 1931, Alejandro O. Deustua lamentaba la existencia de indígenas en el Perú y elogiaba a Argentina por haberlos exterminado. Todo ello mientras esas mismas elites criollas inventaban un hipócrita discurso legitimador reivindicando para sí la herencia indígena. Esa herencia que ellos estaban exterminando. ¿Quién habla hoy de “genocidio”?
Las elites criollas usurparon literalmente la identidad indígena: para legitimar su poder frente a la vieja metrópoli, se calzaron el gorro de plumas mientras machacaban a los indios de verdad. Y bien, ¿qué han hecho con ese poder? Han pasado doscientos años. ¡Doscientos! Hace doscientos años, España estaba devastada por la guerra con Francia, Alemania e Italia no existían, los Estados Unidos eran una inconexa aglomeración de territorios en la costa atlántica norteamericana, Australia no era más que la colonia penal de Nueva Gales del Sur y el salario de un campesino europeo, según Humboldt, era inferior al de un labrador mejicano. ¿Qué es hoy, doscientos años después, la América emancipada bajo la dirección de aquellas elites criollas? Que contesten ellos. Pero la culpa no es de España.
Las naciones hispanoamericanas, en general, son un mundo de enormes promesas. No sólo hay riquezas naturales. Hay además una cultura social pujante. Y personalidades de relieve impresionante en todos los ámbitos. Y una vitalidad sin par, que ya quisiéramos en Europa. Y además, para un español, es necesariamente nuestro mundo, porque habla nuestra lengua, lleva nuestros nombres y reza a nuestro mismo Dios. Por eso duele. ¿Cómo no amar a nuestra América?
Pero ese discurso neo indigenista, tan hipócrita, tan falsario, la está matando. El nuevo indigenismo está actuando, en la práctica, como un típico recurso de “falsa conciencia”, por emplear la terminología marxista (falsche Bewutseins): se hace creer a la gente una realidad que no es para ocultarle la verdad sobre sus condiciones materiales de existencia. Es la serpiente cuya cabeza hay que morder.
Alienación de la identidad: poniendo en escena una supuesta ceremonia religiosa mexica, el poder trata de conducir a los mejicanos a asumir como propia una identidad que no es realmente la suya, sino otra reconstruida artificialmente y con la que no cabe identificación alguna, porque nadie guarda memoria veraz de ese mundo tan remoto y ajeno. ¿Quién mantiene en su casa, en sus antepasados directos o en su comunidad el tlahuizmatlaxopilli de Matlatzincatzin del que Cortés se apoderó en Otumba? La operación tiene algo de criminal: el poder provee al pueblo de una identidad que sólo el poder puede conceder.
En consecuencia, el pueblo, para entenderse a sí mismo, necesita del poder, queda irremediablemente subordinado a la voz del poderoso, convertido en el único ente capaz de decirle al pueblo quién es. Segunda derivada: como esta resignificación de la identidad popular necesariamente disuelve las identidades populares reales, construidas desde hace siglos en torno a la pertenencia nacional, las naciones dejan de ser instancia de soberanía y, en el mismo movimiento, la democracia pasa a subordinarse a la nueva definición del Estado. El poder se inventa un pueblo nuevo. Para manipularlo mejor.
Hay algo grotesco, obsceno, indecente, en la estampa de esos sátrapas que claman contra la vieja España, disfrazados de indígenas, desde sus suntuosos palacios. La fortuna de Cristina Fernández de Kirchner, presidenta de Argentina, se multiplicó por 32 desde que llegó al poder: de dos millones de pesos a 64 en doce años. La fortuna de Evo Morales, según la Contraloría General del Estado de Bolivia, se multiplicó por tres en apenas seis años de mandato. Maduro y las hijas de Chávez gastan 2,6 millones de euros diarios, según denunció la oposición con asiento en las propias cifras oficiales.
La investigación sobre la Banca Privada de Andorra puso al descubierto el sucio tráfico de dinero negro de la nueva oligarquía venezolana
La investigación sobre la Banca Privada de Andorra puso al descubierto el sucio tráfico de dinero negro de la nueva oligarquía venezolana. Esas nuevas oligarquías, aupadas en la cima de una montaña de oro, reciben al pueblo que les grita “¿Dónde está nuestro dinero?” y contestan: “¡Se lo llevaron los españoles!”. Y en España no faltan almas simples dispuestas a decir, que sí, que la culpa es nuestra. Hay que ser imbécil.
¿Culpa? ¿Genocidio? ¿Explotación? Basta ya. Muérdela. Muérdele la cabeza y escúpela lejos. Como la serpiente del desdichado campesino de Zaratustra. No sólo los españoles. También los hispanoamericanos. Quizás ellos necesitan más que nadie morder.
*******
RELACIONADOS:
«Breve historia de las privatizaciones en España (1985-1995)», por Carlos Martín Urriza