SI LA LIBERTAD SIGNIFICA ALGO, ES EL DERECHO A DECIRLES A LOS DEMÁS LO QUE NO QUIEREN OÍR, por George Orwell

EL DERECHO A DECIRLES A LOS DEMÁS LO QUE NO QUIEREN OÍR

 

Recuerda que eres mortal

Me opongo a cualquier ofensiva contra el periodismo libre, con la misma contundencia que lo hago frente al ataque a la Justicia.

Por Alberto Nuñez Feijóo, 3 MAYO 2024

 

En honor a la verdad, en este Dia Mundial de la Libertad de Prensa debo comenzar diciendo que no todo lo que publican los medios de comunicación me agrada. Hay informaciones que me incomodan y opiniones que no comparto. No obstante, entiendo que sin ellas la democracia sería más pobre y a mí me faltarían referentes para moverme en el complejo mundo de la política.

Quienes desde el periodismo sostienen posiciones diferentes a la mía son reflejo de una parte de la opinión pública que ni quiero ni puedo soslayar. La pluralidad sobre la que descansa nuestra convivencia estaría incompleta sin esas críticas que en ocasiones desagradan, pero que, si son fundadas, ayudan a reflexionar. Tal y como yo entiendo el compromiso público, mi deber no es trabajar exclusivamente para los que piensan como yo, sino servir a todos.

Por eso, no quiero formar parte de ese grupo de políticos que, ante cualquier discrepancia, procuran descalificarla o prohibirla como si así modificaran la realidad sobre la que tienen que actuar. Acallar al mensajero es la versión moderna de matarlo. Y ninguna de las dos fórmulas es admisible para un demócrata.

No me compete a mí, sino al lector, oyente o televidente, discernir qué periodismo es bueno, malo o regular. De la misma forma que cada elector, en uso de su soberanía, opta por unas opciones y descarta otras, sucede lo mismo en el mundo de la comunicación. Es el criterio profesional en primer orden y posteriormente la ciudadanía la que deber otorgar valor a las informaciones, sin necesidad de un Gran Hermano del gusto gubernamental que vigile la calidad y probidad del periodismo.

Reafirmar este principio tan elemental puede parecer una obviedad, pero a la vista de la última campaña orquestada por el actual Gobierno central, es imprescindible hacerlo. En estos días hemos oído hablar de la supuesta necesidad de que supuestas falsedades no vean la luz. Curiosamente, cualquiera de esas informaciones podría denunciarse porque ésa es la vía que marca la normativa vigente para castigar dicho proceder. Si ello no se hace y por lo que se opta es por estudiar mecanismos para silenciar a medios incómodos, es demasiado evidente que lo que se persigue no es la verdad, sino precisamente ocultarla.

Me opongo a cualquier ofensiva contra el periodismo libre, con la misma contundencia que lo hago frente al ataque a la Justicia. Y niego la mayor cuando se alega para ello la buena intención de salvaguardar la democracia. Es claro que lo que se busca es lograr la impunidad y minimizar las consecuencias de casos de presunta corrupción.

Por todo ello, en este Dia Mundial de la Libertad de Prensa no se trata tanto de adular a una profesión admirable, como de defender un derecho de los ciudadanos libresPeriodismo y democracia son consustanciales.

En la antigua Roma, cuando todavía faltaba mucho tiempo para que el periodismo apareciese, el jefe victorioso llevaba a su lado a alguien que le recordaba que era mortal. Era una forma de evitar que cayera en la soberbia del poderoso. Hoy en día, es el periodismo crítico quien hace esa función, esencial para que la democracia no se marchite. Le deseo una vida larga y saludable. También al que no me agrada. No aceptemos que lo acallen. No permitamos que recorten ninguna de nuestras libertades.

 

«Aprende, Xan«.
– «Eu son Xan, o que votou por vostede«. – «¡Ah! … ¡Si!… ¡Caramba!. Si desea algo vuelva mañana«. Caricatura del intelectual, político, escritor y artista gallego Alfonso Daniel Rodríguez Castelao, 1922

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“Me pagan 150 dólares semanales para que no publique mi honrada opinión en el periódico en el cual he trabajado tantos años.

El trabajo de periodista de Nueva York consiste en destruir la verdad, mentir claramente, pervertir, envilecer …

Vosotros lo sabéis, y yo lo sé; así pues ¿a qué viene esa locura de brindar a la salud de una prensa independiente?”.

John Swinton

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Los 10 mandamientos de Bertrand Russell

En 1951, Russell enunció las «10 reglas del comportamiento racional»

DERECHO A DECIRLES A LOS DEMÁS LO QUE NO QUIEREN OÍR

 

Quizá la esencia de la perspectiva liberal podría resumirse en un nuevo decálogo, que no pretende sustituir al antiguo sino sólo complementarlo. Los Diez Mandamientos que, como maestro, desearía promulgar, podrían enunciarse de la siguiente manera:

  1. No te sientas absolutamente seguro de nada.
  2. No creas que vale la pena proceder ocultando evidencia, porque la evidencia seguramente saldrá a la luz.
  3. Nunca trates de desalentar el pensamiento porque seguramente tendrás éxito.
  4. Cuando encuentres oposición, aunque sea de tu marido o de tus hijos, esfuérzate por vencerla con argumentos y no con la autoridad, porque una victoria que depende de la autoridad es irreal e ilusoria.
  5. No tengas respeto por la autoridad de los demás, porque siempre se encuentran autoridades contrarias.
  6. No uses el poder para reprimir opiniones que creas perniciosas, porque si lo haces, las opiniones te reprimirán.
  7. No teman ser excéntricos en sus opiniones, porque todas las opiniones ahora aceptadas alguna vez fueron excéntricas.
  8. Encuentra más placer en el disenso inteligente que en el acuerdo pasivo, porque, si valoras la inteligencia como debes, la primera implica un acuerdo más profundo que el segundo.
  9. Sé escrupulosamente veraz, aunque la verdad sea inconveniente, porque es más inconveniente cuando tratas de ocultarla.
  10. No sientas envidia de la felicidad de aquellos que viven en un paraíso de tontos, porque solo un tonto pensará que es felicidad.

BERTRAND RUSSELL

 

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SI LA LIBERTAD SIGNIFICA ALGO, ES EL DERECHO A DECIRLES A LOS DEMÁS LO QUE NO QUIEREN OÍR

Por George Orwell

SI LA LIBERTAD SIGNIFICA ALGO, ES EL DERECHO A DECIRLES A LOS DEMÁS LO QUE NO QUIEREN OÍR
Fotograma de la película «1984», homónima de la novela de Orwell

 

Estoy seguro de que la reacción que provocará mi libro en la mayoría de los intelectuales ingleses será muy simple: “No debió ser publicado”. Naturalmente, estos críticos, muy expertos en el arte de difamar, no lo atacarán en el terreno político, sino en el intelectual. Dirán que es un libro estúpido y tonto y que su edición no ha sido más que un despilfarro de papel. Y yo digo que esto puede ser verdad, pero no “toda la verdad” del asunto. No se puede afirmar que un libro no debe ser editado tan sólo porque sea malo. Después de todo, cada día se imprimen cientos de páginas de basura y nadie le da importancia.

 

EN ESTOS MOMENTOS NO SE PIDE AUTÉNTICA LIBERTAD, PUES ÉSTA ES, ANTE TODO, LIBERTAD PARA LOS DEMÁS

 

Lintelligentsia británica, al menos en su mayor parte, criticará este libro porque en él se calumnia a su líder y con ello se perjudica la causa del progreso. Si se tratara del caso inverso, nada tendrían que decir aunque sus defectos literarios fueran diez veces más patentes. Por ejemplo, el éxito de las ediciones del Left Book Club durante cinco años demuestra cuán tolerante se puede llegar a ser en cuanto a la chabacanería y a la mala literatura que se edita, siempre y cuando diga lo que ellos quieren oír.

El tema que se debate aquí es muy sencillo: ¿Merece ser escuchado todo tipo de opinión, por impopular que sea? Plantead esta pregunta en estos términos y casi todos los ingleses sentirán que su deber es responder: “”. Pero dadle una forma concreta y preguntad: ¿Qué os parece si atacamos a Stalin? ¿Tenemos derecho a ser oídos? Y la respuesta más natural será: “No”. En este caso, la pregunta representa un desafío a la opinión ortodoxa reinante y, en consecuencia, el principio de libertad de expresión entra en crisis.

De todo ello resulta que, cuando en estos momentos se pide libertad de expresión, de hecho no se pide auténtica libertad. Estoy de acuerdo en que siempre habrá o deberá haber un cierto grado de censura mientras perduren las sociedades organizadas. Pero “libertad”, como dice Rosa Luxemburg, es “libertad para los demás”. Idéntico principio contienen las palabras de Voltaire: “Detesto lo que dices, pero defendería hasta la muerte tu derecho a decirlo”.

Si la libertad intelectual ha sido sin duda alguna uno de los principios básicos de la civilización occidental, o no significa nada o significa que cada uno debe tener pleno derecho a decir y a imprimir lo que él cree que es la verdad, siempre que ello no impida que el resto de la comunidad tenga la posibilidad de expresarse por los mismos inequívocos caminos.

Tanto la democracia capitalista como las versiones occidentales del socialismo han garantizado hasta hace poco aquellos principios. Nuestro gobierno hace grandes demostraciones de ello. La gente de la calle -en parte quizá porque no está suficientemente imbuida de estas ideas hasta el punto de hacerse intolerante en su defensa- sigue pensando vagamente aquello de: “Supongo que cada cual tiene derecho a exponer su propia opinión”. Por ello incumbe principalmente a la intelectualidad científica y literaria el papel de guardián de esa libertad que está empezando a ser menospreciada en la teoría y en la práctica.

Uno de los fenómenos más peculiares de nuestro tiempo es el que ofrece el liberal renegado. Los marxistas claman a los cuatro vientos que la “libertad burguesa” es una ilusión, mientras una creencia muy extendida actualmente argumenta diciendo que la única manera de defender la libertad es por medio de métodos totalitarios. Si uno ama la democracia, prosigue esta argumentación, hay que aplastar a los enemigos sin que importen los medios utilizados.

¿Y quiénes son estos enemigos? Parece que no sólo son quienes la atacan abierta y concienzudamente, sino también aquellos que “objetivamente” la perjudican propalando doctrinas erróneas. En otras palabras: defendiendo la democracia acarrean la destrucción de todo pensamiento independiente. Éste fue el caso de los que pretendieron justificar las purgas rusas. Hasta el más ardiente rusófilo tuvo dificultades para creer que todas las víctimas fueran culpables de los cargos que se les imputaban. Pero el hecho de haber sostenido opiniones heterodoxas representaba un perjuicio para el régimen y, por consiguiente, la masacre fue un hecho tan normal como las falsas acusaciones de que fueron víctimas.

 

TODOS LOS QUE APOYAN LOS MÉTODOS TOTALITARIOS NO SE DAN CUENTA DE QUE ALGÚN DÍA ESOS MÉTODOS SERÁN USADOS CONTRA ELLOS

 

Estos mismos argumentos se esgrimieron para justificar las falsedades lanzadas por la prensa de izquierdas acerca de los trotskistas y otros grupos republicanos durante la Guerra Civil española. Y la misma historia se repitió para criticar abiertamente al habeas corpus concedido a Mosley cuando fue puesto en libertad en 1943.  Todos los que sostienen esta postura no se dan cuenta de que, al apoyar los métodos totalitarios, llegará un momento en que estos métodos serán usados “contra” ellos y no “por” ellos. Haced una costumbre del encarcelamiento de fascistas sin juicio previo y tal vez este proceso no se limite sólo a los fascistas.

Poco después de que la Daily Worker le fuera levantada la suspensión, hablé en un College del sur de Londres. El auditorio estaba formado por trabajadores y profesionales de la baja clase media, poco más o menos el mismo tipo de público que frecuentaba las reuniones del Left Book Club.

Mi conferencia trataba de la libertad de prensa y, al término de la misma y ante mi asombro, se levantaron varios espectadores para preguntarme “si en mi opinión había sido un error levantar la prohibición que impedía la publicación del Daily Worker“. Hube de preguntarles el  porqué y todos dijeron que “era un periódico de dudosa lealtad y por tanto no debía tolerarse su publicación en tiempo de guerra”. El caso es que me encontré defendiendo al periódico que más de una vez se había salido de sus casillas para atacarme. ¿Dónde habían aprendido aquellas gentes puntos de vista tan totalitarios? Con toda seguridad debieron aprenderlos de los mismos comunistas.

La tolerancia y la honradez intelectual están muy arraigadas en Inglaterra, pero no son indestructibles y si siguen manteniéndose es, en buena parte, con gran esfuerzo. El resultado de predicar doctrinas totalitarias es que lleva a los pueblos libres a confundir lo que es peligroso y lo que no lo es.

El caso de Mosley es, a este efecto, muy ilustrativo. En 1940 era totalmente lógico internarlo, tanto si era culpable como si no lo era. Estábamos entonces luchando por nuestra propia existencia y no podíamos tolerar que un posible colaboracionista anduviera suelto. En cambio, mantenerlo encarcelado en 1943, sin que mediara proceso alguno, era un verdadero ultraje.

La aquiescencia general al aceptar este hecho fue un mal síntoma, aunque es cierto que la agitación contra la liberación de Mosley fue en gran parte ficticia y, en menor parte, manifestación de otros motivos de descontento. ¡Sin embargo, cuán evidente resulta, en el actual deslizamiento hacia los sistemas fascistas, la huella de los antifascismos de los últimos diez años y la falta de escrúpulos por ellos acuñada!

Es importante constatar que la corriente rusófila es sólo un síntoma del debilitamiento general de la tradición liberal. Si el Ministerio de Información hubiera vetado definitivamente la publicación de este libro, la mayoría de los intelectuales no hubiera visto nada inquietante en todo ello. La lealtad exenta de toda crítica hacia la URSS pasa a convertirse en ortodoxia, y, donde quiera que estén en juego los intereses soviéticos, están no sólo dispuestos a tolerar la censura sino a falsificar deliberadamente la Historia.

 

LOS LIBERALES LE TIENEN MIEDO A LA LIBERTAD Y LOS INTELECTUALES MANCILLAN LA INTELIGENCIA

 

Por citar sólo un caso. A la muerte de John Reed, el autor de Diez días que conmovieron al mundo -un relato de primera mano de las jornadas claves de la Revolución rusa-, los derechos del libro pasaron a poder del Partido Comunista británico, a quien el autor, según creo, los había legado. Algunos años más tarde, los comunistas ingleses destruyeron en gran parte la edición original, lanzando después una versión amañada en la que omitieron las menciones a Trotsky así como la introducción escrita por el propio Lenin.

Si hubiera existido una auténtica intelectualidad liberal en Gran Bretaña, este acto de piratería hubiera sido expuesto y denunciado en todos los periódicos del país. La realidad es que las protestas fueron escasas o nulas. A muchos, aquello les pareció la cosa más natural. Esta tolerancia que llega a lo indecoroso es más significativa aún que la corriente de admiración hacia Rusia que se ha impuesto en estos días. Pero probablemente esta moda no durará.

Preveo que, cuando este libro se publique, mi visión del régimen soviético será la más comúnmente aceptada. ¿Qué puede esto significar? Cambiar una ortodoxia por otra no supone necesariamente un progreso, porque el verdadero enemigo está en la creación de una mentalidad “gramofónica” repetitiva, tanto si se está como si no de acuerdo con el disco que suena en aquel momento.

Conozco todos los argumentos que se esgrimen contra la libertad de expresión y de pensamiento, argumentos que sostienen que no “debe” o que no “puede” existir. Yo, sencillamente, respondo a todos ellos diciéndoles que no me convencen y que nuestra civilización está basada en la coexistencia de criterios opuestos desde hace 400 años. Durante una década he creído que el régimen existente en Rusia era una cosa perversa y he reivindicado mi derecho a decirlo, a pesar de que seamos aliados de los rusos en una guerra que deseo ver ganada. Si yo tuviera que escoger un texto para justificarme a mí mismo escogería una frase de Milton que dice así: “Por las conocidas normas de la vieja libertad”.

La palabra vieja subraya el hecho de que la libertad intelectual es una tradición profundamente arraigada sin la cual nuestra cultura occidental dudosamente podría existir. Muchos intelectuales han dado la espalda a esta tradición, aceptando el principio de que una obra deberá ser publicada o prohibida, loada o condenada, no por sus méritos sino según su oportunidad ideológica o política. Y otros, que no comparten este punto de vista, lo aceptan, sin embargo, por cobardía.

Un buen ejemplo de esto lo constituye el fracaso de muchos pacifistas incapaces de elevar sus voces contra el militarismo ruso. De acuerdo con estos pacifistas, toda violencia debe ser condenada, y ellos mismos no han vacilado en pedir una paz negociada en los más duros momentos de la guerra. Pero, ¿cuándo han declarado que la guerra también es censurable aunque la haga el Ejército Rojo? Aparentemente, los rusos tienen todo su derecho a defenderse, mientras nosotros, si lo hacemos, caemos en pecado mortal Esta contradicción sólo puede explicarse por la cobardía de una gran parte de los intelectuales ingleses cuyo patriotismo, al parecer, está más orientado hacia la URSS que hacia la Gran Bretaña.

Conozco muy bien las razones por la que los intelectuales de nuestro país demuestran su pusilanimidad y su deshonestidad; conozco por experiencia los argumentos con los que pretenden justificarse a sí  mismos. Pero, por eso mismo, sería mejor que cesaran en sus desatinos intentando defender la libertad contra el fascismo. Si la libertad significa algo, es el derecho a decirles a los demás lo que no quieren oír. La gente sigue vagamente adscrita a esta doctrina y actúa según ella le dicta.

En la actualidad, en nuestro país -y no ha sido así en otros, como en la republicana Francia o en los Estados Unidos de hoy- los liberales le tienen miedo a la libertad y los intelectuales no vacilan en mancillar la inteligencia: es para llamar la atención sobre estos hechos por lo que he escrito este prólogo.

 

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GEORGE ORWELLLa libertad de prensa. Rebelión en la granja, Ediciones Destino, 2007. Traducción de Rafael Abella. Filosofía Digital, 2008.

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PORTADA: George Orwell, 1945. Foto: Vernon Richards / UCL Orwell Archive.

 

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