SUMARIO:
[1] Allí donde se queman los libros, se acaba quemando personas, por Universo Abierto
[2] Destruyen miles de libros de ‘Astérix’, ‘Tintín’ y ‘Lucky Luke’ en Canadá por racistas y discriminatorios, por ABC
[3] QUEMA DE LIBROS, por Enciclopedia del Holocausto
[4] Por qué ‘Fahrenheit 451’ representa nuestra era de redes sociales, por Ramin Bahrani
[5] Inquisición para niños: acerca de la quema de libros terroristas en Canadá, por Javier Olivera Ravasi
[6] EL BIBLIOCAUSTO EN LA ESPAÑA DE FRANCO (1936-1939), por Francesc Tur
[7] Quema de libros en Canadá, por Carlos Colón
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[1] Allí donde se queman los libros, se acaba quemando personas
“Allí donde se queman los libros, se acaba quemando personas”
Heinrich Heine, poeta y ensayista alemán del siglo XIX.
Christian Johann Heinrich Heine es considerado uno de los poetas románticos alemanes más importantes. Nacido en una familia de judíos alemanes asimilados en 1797, el padre de Heine era comerciante y la madre hija de un médico. Después de que el negocio de su padre fracasara, Heine fue enviado a Hamburgo para dedicarse a los negocios, pero pronto se dedicó al derecho. En ese momento, se prohibió a los judíos el acceso a ciertas profesiones, una de las cuales era la docencia universitaria, una profesión a la que Heine se sentía atraído. Se licenció en Derecho en 1825 y se convirtió del judaísmo al protestantismo el mismo año – más tarde describió su conversión como “el billete de admisión a la cultura europea”, y pasó gran parte de su vida luchando con los elementos incompatibles de sus identidades alemana y judía.
En 1835, las autoridades alemanas prohibieron su trabajo y el de otros asociados con el movimiento progresista de la joven Alemania; pero Heine continuó comentando sobre la política y la sociedad alemana por el resto de su vida desde su exilio en Francia, regresando a Alemania sólo una vez en secreto.
En 1933, los ejemplares de los libros de Heine estaban entre los muchos que se quemaban en la Opernplatz de Berlín. Para conmemorar el evento, una de las líneas más famosas de la obra de Heine de 1821 Almansor está ahora grabada en el sitio: “Dort, wo man Bücher verbrennt, verbrennt man am Ende auch Menschen.” (“Donde queman libros, al final también quemarán a los seres humanos”). En la obra, se hace referencia a la quema del Corán durante la Inquisición española en un esfuerzo por erradicar a los árabes de la Península Ibérica, que había sido un importante centro de la cultura islámica medieval.
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[2] Destruyen miles de libros de ‘Astérix’, ‘Tintín’ y ‘Lucky Luke’ en Canadá por racistas y discriminatorios
Entre las controvertidas razones esgrimidas por el comité escolar, ‘Astérix y los indios’ fomenta «el salvajismo sexual»
Casi 5.000 libros infantiles, entre los que se encuentran títulos de ‘Astérix y Obélix’, ‘Tintín’ y ‘Lucky Luke’, han sido destruidos, enterrados o retirados de las bibliotecas en Canadá por reflejar una imagen racista y estereotipada de los grupos indígenas.
La iniciativa partía de Suzy Kies, copresidenta hasta ayer de la Comisión de Pueblos Indígenas del Partido Liberal que gobierna el país con Trudeau como primer ministro. Radio Canadá desvelaba que Kies lideraba un proyecto de ceremonias para quemar o retirar libros considerados perjudiciales para los aborígenes a través de un comité de la Junta Escolar católica de Providence, que supervisa treinta escuelas primarias y secundarias de habla francesa en el suroeste de Ontario.
La noticia generó una gran polémica y el ministerio de Educación de Ontario se vio obligado a aclarar en un comunicado que la selección de las obras en las bibliotecas es responsabilidad de cada comisión escolar.
En mitad de la controversia, Radio Canadá ponía en entredicho las raíces autóctonas de Suzy Kies, por lo que se ha visto obligada a dimitir de su cargo. La Junta Escolar de Providence también ha anunciado que suspende el proyecto de quema de libros y la evaluación de otras 200 obras que todavía estaba pendiente.
Tabla de contenidos
El lenguaje inaceptable de Tintín
El comité analizó cientos de libros infantiles sobre los pueblos indígenas del país y elaboró un documento de 165 páginas, al que tuvo acceso Radio Canadá, en el que se detallaban todos los títulos eliminados, así como las razones aducidas.
El texto denuncia que los personajes aborígenes representados en los ejemplares son poco fiables, vagos, borrachos, estúpidos… «Cuando se perpetúa ese tipo de imagen en la mente de los jóvenes, es difícil deshacerse de ella», aducía.
Entre los títulos cancelados, el consejo escolar criticaba ‘Tintín en América’ por considerar que contenía un lenguaje inaceptable, desinformación, una representación negativa de los pueblos aborígenes e incluso su tergiversación. También fueron retirados tres títulos de Lucky Luke por el desequilibrio de poder, ya que los nativos son percibidos como los malos.
El ‘salvajismo sexual’ de Astérix
En el caso de Astérix, se trataba de la sexualización de las mujeres indígenas en ‘Astérix y los indios’, en el que se enamoran Obélix y una joven vestida con un escote pronunciado y una minifalda. «Desarrollamos lo que se llama salvajismo sexual, una imagen de las mujeres indígenas como mujeres fáciles», se lamentaba Kies.
El uso de la palabra ‘indio’ también fue motivo de retirada de muchos ejemplares, al igual que los volúmenes que presentaban artesanías que se consideraban apropiación cultural.
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[3] QUEMA DE LIBROS
“Quema de libros” es el ritual que consiste en quemar libros para destruirlos. Esta práctica es generalmente pública y está motivada por oposiciones culturales, religiosas o políticas al material publicado. En 1933, Joseph Goebbels, el Ministro nazi de Propaganda e Información, comenzó a alinear el arte y la cultura de Alemania con los objetivos nazis. El gobierno excluyó a las organizaciones culturales de judíos y a otros grupos supuestamente sospechosos para la política o creadores de obras de arte que los nazis consideraban “degenerado”. Los estudiantes universitarios alemanes formaban parte de la vanguardia del primer movimiento nazi. El ultranacionalismo y el antisemitismo de las organizaciones estudiantiles seculares de clase media habían sido intensos y explícitos durante décadas. Después de la Primera Guerra Mundial, muchos estudiantes alemanes se opusieron a la República de Weimar (1919-1933) y encontraron en el nacionalsocialismo una buena forma de canalizar su hostilidad y descontento político.
El 6 de abril de 1933, la Asociación de Estudiantes Alemanes Nazis anunció públicamente una “acción en contra del espíritu no alemán” en todo el país que tendría como punto culminante una purga literaria o una “limpieza” mediante el fuego. El 10 de mayo de 1933, en un acto simbólico de ominosa trascendencia, los estudiantes universitarios quemaron más de 25 mil volúmenes de libros “no alemanes”, y así presagiaron un período de censura estatal y de control de la cultura. La tarde del 10 de mayo, en 34 ciudades universitarias, los estudiantes de derecha marcharon con antorchas “en contra del espíritu no alemán”. En los rituales programados se convocó a altos funcionarios nazis, profesores, rectores universitarios y dirigentes estudiantiles universitarios para que se dirigieran a los participantes y a los espectadores. En los lugares de reunión, los estudiantes arrojaron los libros “no deseados” al fuego con una gran ceremonia, bandas musicales y los llamados “juramentos de fuego”. En Berlín, unas 40 mil personas se reunieron para escuchar hablar a Joseph Goebbels.
Entre los autores cuyos libros los dirigentes estudiantiles quemaron esa tarde se encontraban reconocidos socialistas, como Bertolt Brecht; el creador del concepto “comunismo”, Karl Marx; escritores críticos “burgueses”, como el ensayista austríaco Arthur Schnitzler; y escritores que “viciaban las influencias extranjeras”, como el autor estadounidense Ernest Hemingway. También se quemaron los escritos del autor alemán ganador del Premio Nobel Thomas Mann, así como los trabajos del autor con gran éxito de ventas Erich Maria Remarque, cuya descripción estoica de la guerra, Sin novedad en el frente occidental, los ideólogos nazis despreciaban. Otros de los escritores incluidos en las listas negras fueron los autores estadounidenses Jack London, Theodore Dreiser y Helen Keller, cuya creencia en la justicia social la motivó a defender a los discapacitados y al pacifismo. El programa nacional del 10 de mayo fue un éxito, lo que le valió una amplia cobertura en los medios. Hubo radios que transmitieron los discursos, las canciones y los conjuros ceremoniales “en vivo” para innumerables oyentes alemanes. Naturalmente, también se quemaron los trabajos de autores judíos, como Franz Werfel, Max Brod y Stefan Zweig. Las multitudes también quemaron los escritos del querido poeta judío alemán del siglo XIX Heinrich Heine, que en 1820 había escrito “Donde quemen libros, terminarán quemando personas”.
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[4] Por qué ‘Fahrenheit 451’ representa nuestra era de redes sociales
Al final de mi nueva película no habrá una advertencia como esta: “No se dañó ningún libro en la realización de este filme”, porque, en realidad, quemamos muchos libros. Diseñamos potentes lanzallamas que escupen queroseno e incendiamos libros, de manera masiva.
Para mí no fue nada fácil porque desde muy pequeño me enseñaron que los libros se leen y se respetan. Hasta poner una taza de té sobre un libro se consideraba un pecado. En casa de mis padres, el clásico de la poesía persa llamado El diván, de Hafez Shirazí, era venerado como un texto religioso.
Sin embargo, acepté hacer la adaptación cinematográfica de la trascendental novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, que presenta a Estados Unidos en un futuro en el que los libros se prohíben y los bomberos los queman. El protagonista, un bombero que se llama Guy Montag, comienza a cuestionar sus acciones y se revela contra su mentor, el capitán Beatty. Cuando me propuse adaptar la novela a principios de 2016, me enfrenté a una gran interrogante: ¿a la gente todavía le interesan los libros físicos?
Le pedí consejo a un amigo de 82 años. “Anda, ve y quema libros”, me dijo. “Para mí no importan. Puedo leer cualquier cosa desde mi tableta, desde el Poema de Gilgamesh hasta algo de Jo Nesbo, y puedo leerlos desde la cama, en un avión o al lado del mar, porque todo está en la nube, a salvo de las antorchas de tus bomberos”.
Si él opinaba eso, ¿qué pensarían los adolescentes? La novela de Bradbury es un clásico que se enseña en las secundarias de Estados Unidos. No obstante, cuanto más lo pensaba, más importante me parecía la novela. Para Bradbury, los libros eran depósitos de conocimientos e ideas. Temía un futuro en el que ese objeto estuviera en peligro, y ahora ese futuro llegó: internet y las nuevas plataformas de las redes sociales —y su amenaza potencial para el pensamiento serio— serían la piedra angular de mi adaptación.
Nunca había adaptado un libro, mucho menos uno tan importante. Alterar una obra tan brillante y querida siempre molesta a algunos fanáticos. Supe que Bradbury había apoyado la adaptación cinematográfica de François Truffaut de 1966. Lo más importante, Bradbury mismo había reimaginado Fahrenheit 451, primero como una obra de teatro y después como un musical, cambiando varios elementos, entre ellos dejar con vida a la vecina de Montag, Clarisse McClellan (en la novela, ella muere al principio). Con Bradbury como mi guía, y la promesa de mantenerme fiel a sus ideas, comencé a trabajar en el guion.
Fahrenheit 451 se escribió a principios de la década de 1950, poco después de que los nazis habían quemado libros y, en última instancia, seres humanos. Estados Unidos vivía bajo una neblina de miedo creada por el Comité de Actividades Antiestadounidenses del congreso y el macartismo, que trajo consigo la represión política, las listas negras y la censura de la literatura y el arte. Estas ansiedades permearon la novela.
Sin embargo, la inspiración clave de Bradbury fue la invasión de varias televisiones en blanco y negro de siete pulgadas en los hogares de las personas. Bradbury no era partidario del ludismo, ese movimiento que se opuso a la revolución industrial y destruyó los telares que amenazaban con dejar sin trabajo a los trabajadores textiles.
Escribió obras de teatro, incluyendo una adaptación de Moby Dick. También escribió 65 episodios de una serie de televisión: The Ray Bradbury Theater. No obstante, en Fahrenheit 451, Bradbury nos advertía sobre la amenaza que suponían los medios masivos de comunicación para la lectura, sobre el bombardeo de las sensaciones digitales que podían sustituir al pensamiento crítico.
En la novela, imaginó un mundo donde la gente se entretenía día y noche mirando los muros digitales de sus hogares. Interactuaban con sus amigos a través de esas pantallas, escuchándolos a través de “radios auriculares” —la versión de Bradbury de los AirPods inalámbricos de Apple— insertados en sus oídos.
En ese mundo, a la gente se le atiborraba de “datos no combustibles”: palabras de canciones populares, los nombres de las capitales de los estados, la cantidad de “maíz que Iowa cultivó el año pasado”. “Tendrán la sensación de que piensan” escribió Bradbury, “y serán felices, porque los hechos de esa naturaleza no cambian”.
A Bradbury le preocupaba el advenimiento de Reader’s Digest. Hoy, tenemos a Wikipedia y los tuits; le preocupaba que la gente solo leyera encabezados. Hoy parece que la mitad de las palabras en línea han sido sustituidas por emojis. Cuanto más erosionamos la lengua, más erosionamos nuestro pensamiento complejo y somos más fáciles de controlar. Bradbury temía la pérdida de la memoria. Hoy hemos decidido que Google y nuestras cuentas en redes sociales sean los guardianes de nuestros recuerdos, emociones, sueños y hechos.
A medida que las empresas tecnológicas consoliden su poder, imaginen lo fácil que será rescribir la entrada de Wikipedia de Benjamin Franklin para que concuerde con lo que los bomberos de la novela de Bradbury aprendieron sobre la historia del departamento de bomberos: “Establecidos en 1790 para quemar los libros de influencia inglesa de las colonias. Primer bombero: Benjamin Franklin”. De esta forma, Bradbury predijo el ascenso de los “hechos alternativos” y la era de la “posverdad”.
A medida que el mundo virtual se vuelve más dominante, tener libros se vuelve un acto de rebelión. Cuando estamos en posesión de un libro impreso, nadie puede rastrearlo, alterarlo ni hackearlo. Los personajes en mi película nunca han visto un libro. Cuando se encuentran con una biblioteca por primera vez, los libros son como el agua en un vasto desierto digital. Ver, tocar y oler un libro es tan ajeno para el bombero, como para cualquiera de nosotros sería ordeñar una vaca.
Los bomberos están encantados con los libros, pero a pesar de ello deben quemarlos. Quemar libros en la película constituyó un desafío jurídico. Las portadas de la mayoría de los libros están protegidas por derechos de autor y en muchos casos no pudimos obtener permisos para mostrarlas, ya no digamos para quemarlas frente a la cámara. Así que los directores de arte de mi película diseñaron innumerables portadas de libros que podíamos quemar.
La pregunta fue: ¿qué libros? Siempre quise quemar más de los que había tiempo de filmar. Sabía que quería incluir algunos de mis favoritos, como Crimen y castigo, La canción de Salomón y las obras de Franz Kafka. Sin embargo, no debíamos quemar únicamente obras de ficción. Las historias de Heródoto —la historia misma— se incineró. Páginas de poemas de Emily Dickinson, Tagore y Ferdowsi se convirtieron en cenizas negras. Le prendimos fuego a la filosofía de Hegel, Platón y Grace Lee Boggs.
Los bomberos no discriminaron: incendiaron textos en chino, hindú, persa y español por igual. Una partitura de Mozart, una pintura de Edvard Munch, revistas, periódicos, fotografías del jefe Toro Sentado, Frederick Douglass y el alunizaje de 1969 ardieron formando una columna de humo. Hasta los bomberos más fanáticos tuvieron problemas para quemar todas las copias de éxitos editoriales como Los siete hábitos de la gente altamente efectiva.
Después de que J. K. Rowling habló en contra de Donald Trump en Twitter, la gente tuiteó que estaba planeando quemar sus libros de Harry Potter. Así que eso hicimos. Los libros prohibidos a lo largo de la historia también tenían que irse: La autobiografía de Malcolm X contada por Alex Haley, Lolita, Hojas de hierba y el Manifiesto comunista. Durante la filmación de la película, Matar a un ruiseñor, blanco frecuente de censura, nuevamente fue prohibido en algunas escuelas, así que acabó entre las llamas.
Para algunos autores, que uno de sus libros se quemara en una película era una medalla de honor. Werner Herzog y Hamid Dabashi donaron su obra generosamente para que se quemara junto con lo mejor y lo peor de la literatura. Si salvábamos Sangre sabia, entonces también debíamos preservar Mi lucha.
Ver los libros arder fue una experiencia sobrenatural. El sonido de las páginas al quemarse parecía el último aliento de cientos de almas que mueren. Cuantos más quemábamos, más hipnótico se volvía: un espectáculo cautivador de páginas que se retorcían y brasas que bailaban en el vacío.
Bradbury creía que queríamos que el mundo se volviera así. Que pedíamos que los bomberos quemaran los libros; que queríamos que el entretenimiento remplazara la lectura y el pensamiento. Que votábamos por sistemas políticos y económicos que nos mantuvieran contentos en lugar de informados de una forma considerada.
Diría que elegimos darles nuestra privacidad y libertad a las empresas tecnológicas; que decidimos confiar nuestro patrimonio cultural y conocimientos a los archivos digitales. El ejército más grandioso de bomberos será irrelevante en el mundo digital. Serán tan impotentes como bebés con reflujo al lado de quienquiera que controle un internet consolidado.
¿Cómo podrían evitar que una persona que se esconde en el sótano de sus padres con una computadora portátil hackee miles de millones de años de la historia, la literatura y la cultura colectiva de la humanidad, y luego la rescriba en su totalidad… o solo haga clic en borrar? ¿Quién se daría cuenta?
Ramin Bahrani es escritor, director y becario del Guggenheim; entre sus películas destacan “Chop Shop” y “99 Homes”. Su adaptación de “Fahrenheit 451” será transmitida por HBO.
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[5] Inquisición para niños: acerca de la quema de libros terroristas en Canadá
Por Javier Olivera Ravasi
Es que la idiotez no tiene límites….
Sí; como se lee. Un consejo escolar de la provincia de Ontario ha destruido un total de 5.000 libros y cómics, algunos de ellos quemados y enterrados, por considerar que propagan estereotipos negativos sobre los aborígenes.
Entre estos libros figuran álbumes de Astérix, Tintín, y novelas.
“Purga literaria” le han llamado algunos genios de lo políticamente correcto; y, lo peor, es que se dio en las bibliotecas del Consejo Escolar Católico Providence, que incluye 30 escuelas de lengua francesa en el suroeste de Ontario. Es decir: “colegios católicos sociedad anónima», que de católicos tienen apenas el nombre, claro…
El objetivo era tener “un gesto de reconciliación con las Primeras Naciones (sic), y un gesto de apertura hacia las otras comunidades presentes en la escuela y en nuestra sociedad», comentó la señora, señorita o señorete Lyne Cossette, portavoz del “Consejo Escolar Católico Providence».
Una purificación con llamas
El tema no comenzó ahora; no. Sino en 2019, al celebrarse una “ceremonia de purificación con llamas” con cuyas cenizas se plantaron árboles para “convertir lo negativo en positivo” (sic).
Enterramos las cenizas del racismo, la discriminación y los estereotipos con la esperanza de crecer en un país inclusivo en el que todos puedan vivir con prosperidad y seguridad“, explicó el Consejo Escolar en un video destinado a los alumnos realizado por Suzy Kies, copresidenta de la Comisión de Pueblos Aborígenes del Partido Liberal de Canadá, “guardiana del conocimiento aborigen», a pesar de haber sido denunciada por no tener siguiera un antepasado aborigen al menos hasta 1780…
Entre los libros inquisitoriados están Tintín, Lucky Luke y Astérix.
Las razones aducidas han sido “dibujar a los aborígenes sin camiseta», el acoso a las mujeres, discriminaciones varias y un largo etcétera de razones propias de gente amente.
El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, paradigma de carencia testosterónica, al ser consultado sobre el tema dijo simplemente que no le corresponde a él ni a “las personas no aborígenes decir a los aborígenes cómo deben sentirse o cómo deben actuar para avanzar en la reconciliación».
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[6] EL BIBLIOCAUSTO EN LA ESPAÑA DE FRANCO (1936-1939)
Por Francesc Tur
En los primeras días del conflicto no se habían dictado todavía órdenes por parte de los nuevos gobernadores civiles sobre la prohibición de la literatura disolvente, pero el modus operandi de los sublevados incluía siempre la destrucción del “material peligroso” que constituían determinadas obras. Así, a la entrada de las fuerzas requetés en varias localidades de La Rioja, lo primero que hicieron fue depurar las bibliotecas y quemar los archivos de las distintas sedes sindicales, donde se suponía que existía “literatura perniciosa.”
En Córdoba, ya el 19 de julio una de las prioridades de los sublevados era también la limpieza de librerías y kioscos como lo señalaba el Jefe de Orden Público y teniente general de la Guardia Civil Bruno Ibánez Gálvez en una nota publicada por el ABC de Sevilla el 26 de septiembre:
“En nuestra querida capital, al día siguiente de iniciarse el movimiento del Ejército salvador de España, por bravos muchachos de Falange Española fueron recogidos de kioscos y librerías centenares de ejemplares de esa escoria de la literatura que fueron quemados como merecían. Asimismo, muy recientemente, los valientes y abnegados Requetés realizaron análoga labor, recogiendo también otro gran número de ejemplares de esas malditas lecturas que deben desaparecer para siempre del pueblo español“.
En Palma, el primer dia del golpe, el 19 de julio de 1936, según testimonio del cenetista Manuel Pérez (Osuna, Sevilla, 1887-Río de Janeiro, 1964), atrapado en la isla con motivo del congreso constituyente de la regional de la CNT en Baleares, los sublevados actuaron de forma similar:
“Ocupados los centros oficiales donde los rebeldes no hallaron la menor resistencia, se inició el asalto a las organizaciones obreras y a los locales donde tenían su residencia las agrupaciones de izquierdas. Nada escapó a la furia vandálica de las hordas fascistas. Después de destrozarlo todo: muebles, cuadros, instrumentos de trabajo,etc , recordando los autos de fe de la Santa Inquisición, hicieron hogueras con los libros que encontraron en las bibliotecas.“
La aversión a los libros llegó hasta extremos delirantes como recoge Josep Massot i Muntaner en Cultura i vida a Mallorca entre la guerra i la postguerra (1930-1950), (Abadia de Montserrat, 1978):
“L’odi contra els llibres m’ha estat confirmat per un testimoni de primer ordre: a Inca, per exemple, foren cremades totes les obres en català d’una biblioteca pública- entre les quals el primer volum del Diccionari Català-Valencià-Balear- i la biblioteca pública circulant de Sencelles-prou considerable- fou assaltada i, després de fer un caramull amb els llibres hom hi defecà al damunt.“
Por esas mismas fechas, en la localidad abulense de Barco, los libros de la Agrupación Socialista, los de la Sociedad de Oficios Varios y los de la Agrupación de Trabajadores de la Tierra “fueron destruidos por las Milicias a su llegada a esta localidad en los preliminares del Glorioso Movimiento Nacional.”
En Soria, el jefe de la Biblioteca Pública de la ciudad castellana, refiere, según José Andrés de Blas y Fernando Larraz en la primera entrega de “La Guerra Civil española y el mundo del libro. Censura y represión cultural (1936-1937)” que “en los primeros días del Movimiento Nacional, se dispuso la recogida inmediata de los pocos ejemplares que, sin destruir, quedaban en esta plaza, ya que, al pasar por Soria, la columna de requetés del general Mola, prendió fuego a los libros que había en un kiosco dedicado a dicho comercio y los que fueron recogidos después sufrieron la misma suerte en una dependencia de este Gobierno Civil.”
En la localidad cacereña de Herrera de Alcántara tuvo lugar una “expurga” de obras en la Biblioteca Municipal “verificada en los primeros días del Movimiento Glorioso” en la que se quemaron los libros considerados como literatura disolvente, según informó el consistorio del pueblo al Ministerio de Educación Nacional cuando este asumió las competencias en materia de bibliotecas.
En Córdoba se quemaron los libros de segunda mano de los puestos de la plaza de la Corredera como cuenta el escritor y abogado Carmelo Casaño Salido en su libro Nuestra ciudad (apuntes del recuerdo y las cosas) (Delegación de Cultura, Ayuntamiento de Córdoba, 1984):
“Un día desaparecieron los libros. Los compraron al peso y se los llevaron a Las Tendillas, para quemarlos, porque estaban celebrando las Misiones. La tarde de aquel domingo, después del sermón de un jesuita con bonete, ardieron, crepitando, los viejos libros que dormían en la Corredera. Definitivamente murieron todos: el Ars Amandi y La vida de San Esperanto. Él echó en la pira dos novelas de Hugo Wast, y todavía le duele la mano cuando lo recuerda.“
La censura de libros quedó bajo control militar en las primeras semanas de la guerra. De hecho muchos títulos incautados, que no fueron quemados, también fueron custodiados por las autoridades militares. El bando del 28 de julio de 1936, que declaraba el estado de guerra, imponía la censura previa de todo impreso o documento destinado a la publicidad o difusión. Posteriormente, la censura se estableció por orden del 29 de mayo de 1937 aunque se tendría que esperar hasta el 23 de abril de 1938 para su regulación con la Ley de Prensa, impulsada por Ramón Serrano Suñer y que tenía como objetivo que los españoles leyesen “noticias basadas exclusivamente en la verdad y en la responsabilidad.” Esta era la “noble idea” de la que debía impregnarse toda la prensa.
El periódico Arriba España de Pamplona en su primer número del 1 de agosto incitaba a la destrucción de libros en estos términos: “¡Camarada! Tienes obligación de perseguir al judaísmo, a la masonería, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas, ¡Camaradas! ¡ Por Dios y por la patria! “ Su director era el clérigo falangista Fermín Yzurdiaga, que acabaría siendo Jefe Nacional de prensa y Propaganda.“
La diatriba del órgano oficial de Falange Española en Navarra fue seguida al pie de la letra por los soldados requetés que ocuparon Tolosa, el 11 de agosto. Los franquistas apilaron en la plaza Zaharra de la localidad guipuzcoana los libros de la imprenta de Ixaka López Mendizábal, los volúmenes en euskera de la biblioteca municipal, los de las escuelas y los quemaron.
“Pocos días después de conquistada esta capital por las tropas nacionales, se realizó, por elementos heterogéneos afectos al movimiento, una visita de inspección y requisa por todas las librerías y kioscos en los que se recogieron cuantos libros de carácter extremista y pornográfico fueron hallados y se reunieron en la Oficina de Censura Militar donde una vez comprobada la tendencia perniciosa fueron condenados al fuego.”
La primera gran quema pública se produjo, sin embargo, en La Coruña el 19 de agosto de 1936. Más de 1.000 libros ardieron en varias hogueras en la dársena del puerto de la ciudad gallega, frente al Club Náutico. Se trataba de obras de autores como Blasco Ibáñez, Ortega y Gasset, Pío Baroja o Miguel de Unamuno junto a la biblioteca personal del diputado de Izquierda Republicana y presidente del Consejo entre mayo y junio de aquel año, Santiago Casares Quiroga (La Coruña, 1884-París, 1950) y la del centro de estudios sociales “Germinal” de la urbe coruñesa.
El acto presidido por un sacerdote apellidado Maseda (que hizo la selección de volúmenes a incendiar) fue recogido en el periódico El Ideal Gallego el 19 de agosto.
“A orillas del mar, para que el mar se lleve los restos de tanta podredumbre y de tanta miseria, la Falange está quemando montones de libros y folletos de criminal propaganda comunista y antiespañola y de repugnante literatura pornográfica”.
En Galicia también se incautaron los bienes de la sociedad “Alianza Republicana” de Carballo, en La Coruña, cuya documentación se conserva. Se decomisaron en los locales el Reglamento de la Sociedad y el Libro de Actas. El gobernador civil dispuso la destrucción del material confiscado con estas palabras: ”debo manifestarle que procede sean quemados los libros y demás documentos incautados y los fondos que existan deberán remitirlos a esta Delegación.”
La inquina en contra de las lenguas no castellanas provocó el asalto y la quema de los libros de la editorial gallega Nós y su director, Anxel Gasol, fue fusilado.
En Oviedo, tras la entrada el dia 8 de agosto de una Columna Gallega, de inmediato se clausura la B.P.C. (Biblioteca Popular Circulante) y parte de la directiva sufre la represión política o el exilio. La biblioteca es expurgada y las obras de Felipe Trigo, Blasco Ibáñez o José María Carretero arden en la Pedrera, seleccionadas por el poeta Casimiro Cienfuegos, entre otros.
En estos primeros meses de la guerra no solamente las bibliotecas y librerías fueron blanco de la ira de los sublevados sino que también la padecieron los propietarios en sus personas.
La primera disposición de la Junta de Defensa Nacional, organismo de gobierno de la España sublevada hasta el 30 de septiembre, sobre depuración de bibliotecas y el control de las lecturas fue la Orden del 4 de septiembre en la que acusaba al Ministerio de Instrucción republicano de haber difundido obras marxistas entre la infancia. Por ello era necesario hacer desaparecer esas publicaciones de escuelas y bibliotecas y obligaba a la destrucción de las mismas, autorizando solo aquellas “aquellas cuyo contenido responda a los sanos principios de la Religión y de la Moral, y que exalten con su ejemplo el patriotismo de la niñez.”
Ese mismo día Queipo de Llano hacía público su bando número 25 en cuyo segundo punto se obligaba a todos los establecimientos editoriales, a las librerías y a los kioscos radicados en la Segunda División Orgánica a entregar todas las publicaciones prohibidas a las autoridades militares en un plazo improrrogable de 48 horas. Y en el tercer punto se hacía extensiva esta obligación a todos los particulares, a entidades públicas y a corporaciones privadas.
Atendiendo a esta bando, los falangistas de Sevilla, según el testimonio del delegado de Propaganda, Antonio Bahamonde, recorrieron las editoriales y librerías. Las obras de autores que, según su criterio, eran de tendencia marxista, eran requisadas y destruidas allí mismo.
El carácter indiscriminado de la purga lo puso de manifiesto incluso un historiador poco sospechoso de afinidad con el bando republicano como Rafael Abella en La vida cotidiana durante la guerra civil. La España nacional (Planeta, 1973):
“En cuanto a la censura de libros, su implantación tuvo características inicialmente draconianas en expurgo de bibliotecas públicas y privadas y retirada de la venta de toda la literatura conceptuada de pornográfica, de marxista, de ácrata o de disolvente, término en el que incluía lo que era de matiz contrario a la línea del Movimiento. Desde Nakens a a Martín de Lucenay, desde Belda a Kropotkin se quemaron en grandes piras que, a modo de autos de fe, convirtieron en humo un montón de letra impresa considerada nefasta- ,y en ciertos casos con razón-, para los españoles. Y digo en ciertos casos porque al socaire de esta depuración se destruyeron muchos libros de editoriales tachadas de peligrosas- Cenit, Oriente, Ulises, España- y otros tantos editados por Biblioteca Nueva, por Pueyo y por Espasa-Calpe. Entidades significadas en lo literario más que en lo social.“
El 23 de diciembre de 1936, la Junta Técnica del Estado– creada por Franco en octubre del mismo año y sucesora de la Junta de Defensa Nacional de España- promulgó un Decreto que declaraba ilícitas todo tipo de publicaciones socialistas, comunistas, libertarias, pornográficas y disolventes.
Esta disposición legal contemplaba sanciones contra aquellos que incumplieran su aplicación. Las infracciones implicaban una multa de 5.000 pesetas y si se reincidía aquella aumentaba un quíntuplo y además llevaba aparejada la pérdida de empleo público, o bien la inhabilitación del sancionado para el ejercicio de la industria editorial o de librería, así como el cierre del respectivo establecimiento.
En estos primeros meses de la guerra algunos libreros y bibliotecarios pagaron con la vida su compromiso con la cultura. Es el caso del librero Miguel d’Iom de Ceuta, asesinado en una de las sacas por los sublevados junto a otros militantes anarquistas de la ciudad. No fue un caso aislado.
En agosto la prensa cordobesa informaba de la detención del librero, editor e impresor Rogelio Luque (Priego, Córdoba, 1897- Córdoba, 1936), liprepensador, naturista y esperantista. Editó y colaboró en numerosas revistas culturales como Popular, La Pluma, Biblis y Quijote y fundó, con su hermano la librería Luque que, con diferentes emplazamientos, pervivió hasta los años noventa. Los rebeldes lo fusilaron el 16 de agosto.
Pilar Salvo, maestra de Zaragoza, responsable de una biblioteca infantil fue asesinada en aquel mismo mes.
Juana María Capdeviele Sanmartín (Madrid, 1905-Rábade, Lugo, 1936), pedagoga y bibliotecaria, fue la primera mujer jefa de una biblioteca de facultad (la de Filosofía y Letras) de la Universidad Central de Madrid, puesto al que accedió en 1933. Además desarrolló una importante labor como jefa técnica de la biblioteca del Ateneo de la capital española. En 1936 se casó con Francisco Pérez Carballo, el cual sería designado, tras la victoria del Frente Popular, gobernador civil de La Coruña.
En el ejercicio de su cargo fue apresado y asesinado el 25 de julio. Al llamar al Gobierno Civil para tener noticias de su esposo, se le comunicó que sería recogida – estaba embarazada-, y conducida junto a él. Sin embargo, fue detenida y encarcelada y se la puso al tanto de la trágica suerte de su cónyuge. En la noche del 18 de agosto fue asesinada y se encontró su cuerpo con dos tiros en las proximidades de Rábade, en Lugo.
La primera biblioteca universitaria purgada fue la de Valladolid en 1937 de la que se quemaron miles de libros en varias hogueras y algo parecido sucedió en la de Santiago de Compostela donde los libros de Castelao sufrieron un destino incierto. Tales acciones contaron con el apoyo de rectores como el de la Universidad de Zaragoza, Gonzalo Calamita Álvarez.
El 16 de septiembre de 1937 se promulgó otra normativa sobre la formación de comisiones depuradoras de las bibliotecas públicas y centros de lectura en cada distrito universitario. En todos los distritos universitarios debían formarse comisiones depuradoras presididas por el rector o un delegado suyo y formada por un catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras, un representante de la autoridad eclesiástica, un funcionario del Cuerpo de Facultativos de Archiveros y Bibliotecarios, un representante de la autoridad militar, otro de la Delegación de Cultura de FET de las JONS y otro de la Asociación Católica de Padres de Familia. Las comisiones debían retirar aquellos “libros, revistas, publicaciones, grabados e impresos que contengan en su texto láminas o estampados con exposición de ideas disolventes, conceptos inmorales, propaganda de de doctrinas marxistas y todo cuanto signifique falta de respeto a la dignidad de nuestro glorioso Ejército, atentados a la unidad de la Patria, menosprecio de la Religión Católica y de cuanto se oponga al significado y fines de nuestra Cruzada Nacional”.
Estas comisiones, una vez analizados los fondos, debían enviar a la Comisión de Cultura y Enseñanza las listas con los títulos de las publicaciones que considerasen un peligro para los lectores. En la Comisión de El Ferrol participó el escritor Gonzalo Torrente Ballester. Después la Comisión de Cultura examinarían los listados haciendo la siguiente clasificación: por un lado las obras pornográficas de carácter vulgar sin ningún mérito literario. Por otro las publicaciones destinadas a propaganda revolucionaria o a la difusión de ideas subversivas sin contenido ideológico de valor esencial. Y finalmente, aquellos libros y folletos con mérito literario o científico, que por su contenido ideológico pudieran ser nocivos para los lectores “ingenuos o no suficientemente preparados para la lectura”. Los dos primeros grupos serían destruidos, mientras que el último permanecería guardado en los respectivos establecimientos en espacios restringidos. Estas obras sólo podrían ser consultadas con un permiso especial. La sala con libros prohibidos empezaron a proliferar a partir de entonces, los llamados infiernos. El infierno de la Biblioteca Pública de Oviedo no fue abierto al público hasta 1975.
Como se ha comentado anteriormente, uno de los motivos de la purga de libros era la destrucción de las publicaciones que “menospreciaban” la religión católica. En tal empeño, los rebeldes contaron con la colaboración, salvo en contadas excepciones, de las autoridades eclesiásticas. Un ejemplo de ello es la pastoral del obispo de Palencia, Manuel González y García (Sevilla,1877-Madrid,1940) “Lecciones de la tragedia presente. Preparando soluciones para la posguerra”, de noviembre de 1937 donde abogaba por la desinfección cultural y por la reconstrucción del pensamiento sobre las ruinas del liberalismo secularizador. El prelado acusaba al gobierno republicano de haber promovido la difusión de una literatura extranjerizante, anticatólica y pornográfica.
Libros sobre cuestiones sexuales se vendían donde quiera rápidamente, y era una gran cantidad de prosa tóxica y pornográfica se ofrecía abiertamente en los quioscos. Ganapanes, aprendices, muchachas de servir, mozuelas de taller, elementos generalmente jóvenes y poco preparados, rodeaban los tenderetes de aquella baja mercancía, que le gobierno republicano ofrecía al pueblo para que… se ilustrase. La campaña pornográfica iba junto con la propaganda comunista. Había interés en debilitar el sentimiento y la dignidad de la institución familiar y de todas aquellas fuerzas morales que fuesen obstáculo a la demagogia moscovita.
Manuel González García fue canonizado por el Papa Francisco en marzo del 2016 en Roma. A la ceremonia asistió una delegación española presidida por el entonces ministro del Interior Jorge Fernández Díaz, el alcalde de Palencia, Alfonso Polanco Rebolleda y la presidenta de la Diputación, Ángeles Armisén Pedrejón. Las campanas de la ciudad castellana repicaron ese día para celebrarlo.
El jesuita Constancio Eguía Ruiz (Santander, 1871-?) se distinguió, igualmente, por su ataque al libro porque consideraba que las publicaciones difundidas durante la República eran una de las mayores responsables de la tragedia de la guerra civil. Arremetió contra los sellos más innovadores que se hicieron eco de la literatura antibelicista y social de entreguerras y de la teoría política y social como Zeus, Cenit, CIAP, Hoy, Caro Raggio e incluso contra firmas convencionales como Espasa-Calpe, Revista de Occidente y Dossat que se habían dejado arrastrar al incluir colecciones y títulos “malignos” para hacer negocio y estar en boga.
En mayo de 1938, el obispo de Salamanca Enrique Pla y Daniel (Barcelona, 1876- Toledo, 1968) publicó otra pastoral titulada Los delitos del Pensamiento y los falsos ídolos intelectuales, menos conocida que la de Las dos ciudades, un duro alegato contra el liberalismo, origen de todos los males y contra la libertades de prensa, creación y lectura
“(La Iglesia) Adora la Verdad, pero no es fetichista del libro, porque sabe que hay libros buenos y libros malos, libros benéficos y libros venenosos y corruptores. ¡El fetichismo del libro, de los intelectuales! ¿Podrán medirse los estragos que ha causado, sobre todo desde fines del siglo décimo octavo, el no querer distinguir entre libros buenos y malos y dar beligerancia a cuanto se presente en tipos de imprenta en tipos de imprenta? Esta ha sido la tesis del liberalismo.»
El papel de FET de las JONS fue también decisivo. Así, en 1938 el falangista Fernando García Montoto, furibundo partidario de la quema de libros, folletos, periódicos y de la eliminación física de sus autores en En el amanecer de España (Tetuán, Imprenta Hispana, 1938) denunciaba en estos términos las perversidades de ciertas obras:
“Significa que el libro y la prensa mal inspirados –verdaderamente estupefacientes del alma- habían intoxicado ya la conciencia colectiva, aletargándola. Significa, en fin, que el Enemigo estaba a punto de conseguir su objeto, de corromper la médula de un gran pueblo. Guerra, por tanto, al libro malo. Imitemos el ejemplo que nos brinda Cervantes en el capítulo sexto de su Obra inmortal.
E incitaba a encender hogueras en todos los pueblos para destruir los libros envenenadores del alma popular
Y que un día próximo se alcen en las plazas públicas de todos los pueblos de la nueva España las llamas justicieras de fogatas, que al destruir definitivamente los tóxicos del espíritu almacenados en librerías y bibliotecas, purifiquen el ambiente, librándolo de sus mismas contaminadores. ¡Arriba España! ¡Viva Franco! ¡Viva España! “
La exhortación de García Montoto a hacer piras con los libros malignos fue seguida al pie de la letra por los falangistas que habían ocupado Madrid el 28 de marzo de 1939. Un mes después, el 30 de abril, tuvo lugar lo que el periódico Ya calificaba en su edición del 2 de mayo como “Auto de Fe en la Universidad Central”. Era la manera que tenía el Sindicato Español Universitario (SEU) de celebrar la Fiesta del Libro. El periódico nacionalcatólico reproducía el discurso que pronunció para la ocasión Antonio de Luna, catedrático de Derecho, que había permanecido en la ciudad durante la guerra formando parte de la Quinta columna. En 1940 fue apartado de su cátedra.
Don Antonio Luna comenzó su discurso con la lectura de un pasaje del Quijote y, finalmente, se leyó el acta del auto de fe, redactada en rudos y rotundos términos:
“Para edificar a España Una, Grande y Libre, condenamos al fuego los libros separatistas, los liberales, los marxistas, los de la leyenda negra, los anticatólicos, los del romanticismo enfermizo, los pesimistas, los pornográficos, los de un modernismo extravagante, los cursis, los cobardes, los seudocientíficos, los textos malos y los periódicos chabacanos, E incluimos en nuestro índice a Sabino Arana, Juan Jacobo Rousseau, Carlos Marx, Voltaire, Lamartine, Máximo Gorki, Remarque, Freud y al Heraldo de Madrid”. Prendido fuego al sucio montón de papeles, con alegre y purificador chiporroteo, la juventud universitaria, brazo en alto, cantó con ardimiento y valentía el Cara al sol«.
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[7] Quema de libros en Canadá
88 años después de la quema nazi de libros, en Canadá se han quemado 5.000 libros y cómics políticamente incorrectos
Por Carlos Colón, 3 Sept 2021
El 10 de mayo de 1933 la Unión Alemana de Estudiantes quemó miles de libros en plazas -la de la Ópera de Berlín, presidida por Goebbels, fue retransmitida por radio-, estadios y patios de universidades en la llamada Acción contra el espíritu no alemán. Ardieron libros de Benjamin, Einstein, Freud, Heine, Kafka, Lessing, Mann, Musil, Remarque, Roth, Zweig, Gide, London, Hemingway o Bábel. Ni los infantiles se salvaron: entre otros fueron quemados los del popular Erich Kästner, autor del éxito internacional Emilio y los detectives, que presenció la quema y dejó constancia escrita: «En el año 1933 quemaron mis libros en la gran plaza al lado de la Ópera del Estado en presencia de un tal señor Goebbels… Triunfante, llamó por su nombre a veinticuatro escritores alemanes que debían ser simbólicamente borrados para siempre. Yo fui el único de ellos que se presentó en persona para asistir a esta farsa. Delante de la universidad, empotrado entre estudiantes con uniformes de las SA, la élite de la nación, vi como nuestros libros volaban hacia las temblorosas llamas… Un clima de funeral caía sobre la ciudad… Era repugnante».
88 años después en Canadá, por iniciativa del Consejo Escolar Católico Providence, se han quemado o destruido 5.000 libros y cómics -entre ellos de Lucky Lucke, Tintín o Asterix- para reconciliarse con las comunidades indígenas en lo que se ha llamado «ceremonia de purificación con llamas». Estas ceremonias se iniciaron en 2019 por iniciativa de Suzy Kies, copresidenta de la Comisión de Pueblos Aborígenes del Partido Liberal de Canadá y autoproclamada «guardiana del conocimiento aborigen» pese a que, como se ha demostrado, no tiene ningún antepasado autóctono: conocida la impostura acaba de dimitir «para no dañar a Justin Trudeau y su partido». Pero el daño está hecho. Auto de fe de Tintín y Asterix en Canadá, titulaba Le Monde anteayer.
Da igual que los libros los quemen inquisidores, nazis o indigenistas (no pocos, como la propia Kies, descendientes de colonos con mala conciencia), se trata de algo bárbaro e intolerable. Es conocida la frase de Heine que tan dramáticamente se cumplió en Alemania: «Se empieza quemando libros y se acaba quemando personas». A veces incluso se queman juntos, como hizo Calvino con Servet y sus libros. El Gobierno canadiense debería vacunar a sus ciudadanos con el Castellio contra Calvino de Zweig.
RELACIONADOS:
Para ser sincero el artículo me pareció un poco demagógico. Nos dice Pio Moa “Los incendios cundieron los días siguientes por Andalucía y Levante, dejando un balance final de unos cien edificios destruidos, incluyendo iglesias, varias de gran valor histórico y artístico, centros de enseñanza como la escuela de Artes y Oficios de la calle Areneros, donde se habían formado profesionalmente miles de trabajadores, o el colegio de la Doctrina Cristiana de Cuatro Caminos, donde recibían enseñanza cientos de hijos de obreros; escuelas salesianas, laboratorios, etc. Ardieron bibliotecas como la de la calle de la Flor, una de las más importantes de España, con 80.000 volúmenes, entre ellos incunables, ediciones príncipe de Lope de Vega, Quevedo o Calderón, colecciones únicas de revistas, etcétera; o la del Instituto Católico de Artes e Industrias, con 20.000 volúmenes y obras únicas en España, más el irrecuperable archivo del paleógrafo García Villada, producto de una vida de investigación. Quedaron reducidas a cenizas cuadros y esculturas de Zurbarán, Valdés Leal, Pacheco, Van Dyck, Coello, Mena, Montañés, Alonso Cano, etcétera, así como artesonados, sillerías de coro, portadas y fachadas de gran antigüedad y belleza…”
¿Quiénes son los verdaderos oscurantistas? UNA VISIÓN CRÍTICA SOBRE LA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL 2006-02-02 (Libertad Digital).
Quema de conventos… y de bibliotecas y aulas
Estimado Alfonso, gracias por comentar.
Partiendo del adagio de Heine, “Allí donde se queman los libros, se acaba quemando personas”, es posible, desgraciadamente, obtener una imagen reflejada; allí dónde se queman personas, ¿qué importan ya los libros?
Como si de la precesión de los equinoccios se tratase, observo una curiosa «precesión» de las ideologías, conforme a la cual, al variar la ubicación del centro político, los polos se están resituando.
Parecería que a los Milmilonarios les gusta el socialismo, y a los Monopolios les gusta el liberalismo.
El oscurantismo existe allí dónde no alcanza la luz. En el ejercicio del poder.
Para ello en la Constitución y en las Leyes, establecimos controles (checks and balances). Y el primero es la «Prensa». Desactivados los controles, se desactivarán nuestros derechos y garantías.
Puede ser también que la razón no este de parte de nadie, que es como darle la razón a León Felipe:
«¿Por qué habéis dicho todos
que en España hay dos bandos,
si aquí no hay más que polvo?
En España no hay bandos,
en esta tierra no hay bandos,
en esta tierra maldita no hay bandos.
No hay más que un hacha amarilla
que ha afilado el rencor.
Un hacha que cae siempre,
siempre,
siempre,
implacable y sin descanso
sobre cualquier humilde ligazón:
sobre dos plegarias que se funden,
sobre dos herramientas que se enlazan,
sobre dos manos que se estrechan.
La consigna es el corte,
el corte,
el corte,
el corte hasta llegar al polvo,
hasta llegar al átomo.
[…]
Aquí no hay más que átomos,
átomos que se muerden.
[…]
Vuelan sobre tus torres y tus campos
todos los gavilanes enemigos
y tu hijo blande el hacha
sobre su propio hermano.
Tu enemigo es tu sangre
y el barro de tu choza.
[…]
Y el hacha cae ciega,
incansable y vengativa
sobre todo lo que se congrega
y se prolonga:
sobre la gavilla
y el manojo,
sobre la espiga
y el racimo,
sobre la flor
y la raíz, sobre el grano
y la simiente,
y sobre el polvo mismo
del grano y la simiente.
Aquí el hacha es la ley
y la unidad el átomo,
el átomo amarillo y rencoroso.
Y el hacha es la que triunfa.
Saludos cordiales.