SER CUERDO EN UNA SOCIEDAD DEMENTE
Tabla de contenidos
Huir de la política
Estos que cíclicamente enarbolan el universal «deber ciudadano» de «participar» en lo que llaman política, mienten sólo en beneficio de su sueldo
«Necesario es liberarse a uno mismo de las rutinas cotidianas y de la política». No hay duda, para mí, de que, entre los grandes clásicos del pensar griego, Epicuro nos es el más íntimo. Quizá porque le tocó vivir el ocaso de la ciudad (en griego, polis) clásica. Quien pasea hoy por las ruinas del Ágora ateniense lo entiende de inmediato: en un espacio tan reducido, una aldea mediana apenas, la distinción entre virtudes públicas y privadas era inútil artificio.Aristóteles –su contemporáneo en esos años que ven al proyecto imperial de Alejandro demoler la mesura aldeana– se dejará aún llevar por la añoranza de aquella «ciudadanía» (eso significa «política») de los dorados tiempos en los cuales «el bien», «lo justo» y «la felicidad» eran tres sinónimos de ese modo de ser en el que a todos los ciudadanos de pleno derecho –que, por supuesto, eran sólo una parte de los habitantes locales– concernían las actividades públicas: las administrativas como las militares. De ahí la conclusión en su Ética para Nicómaco: el buen funcionamiento del dispositivo ciudadano (y, si se quiere seguir traduciendo mal, «político») es garantía, no ya del bien de todos y cada uno, sino de su «bien supremo». Y el Sócrates que, en el Critón platónico, antes prefiere ser ejecutado que violar las leyes, sabe eso: que ley y lenguaje son en la ciudad lo mismo. Que perderlas es perderse. Del modo más deshonroso.Las sociedades en las cuales nosotros habitamos trocaron en obsceno lo que fue un día noble. Y «política» que era, sin más «condición ciudadana», da hoy un vago eco respetable a lo que no es ahora otra cosa que específica artesanía de la dominación; del beneficio, por tanto, de los pocos sobre los muchos: una oligarquía que cabalga a lomos de inanes ciudadanos.Así, estos que cíclicamente enarbolan el universal «deber ciudadano» de «participar» en lo que llaman política, mienten sólo en beneficio de su sueldo. Con un descaro que les está permitido por su universal control de los grandes medios que dictan despóticamente lo que es irrisoriamente llamado opinión pública: «obedeced, acudid a las urnas cuando así se os diga, después abandonadlo todo en manos de los que cobramos por ello».Debería darnos risa que a ese despotismo primario llamen «política» nuestras sociedades: «democracia», incluso. Pero hemos sido descerebrados demasiado a fondo para ni siquiera darnos cuenta ya del envilecimiento del lenguaje que hoy nos convierte en esclavos. Todo es Estado: clanes, mafias, partidas, partidos… Nada, ciudadanía: nada política, pues. Epicuro fue el primero en entenderlo. Y el más inapelable: «¡Huye, hombre sabio, a toda vela, del prejuicio!» Huye de esta horrenda burla a la que llaman «política».
*******
DE LA DISIDENCIA A LA LOCURA: PROYECCIONES DE LOS PSICÓPATAS
En la Parte 1 de esta serie sobre La Disidencia Convertida en Locura, relaté los sórdidos detalles de«The Weaponization of Psychology,» («El armamento de la psicología»), señalando cómo la profesión psiquiátrica se ha convertido en un instrumento para reprimir y marginar a los disidentes políticos.
En la Parte 2 de esta serie, «Crazy Conspiracy Theorists» («Locos teóricos de la conspiración»), detallé cómo la teoría de la conspiración está siendo patologizada como un trastorno mental y cómo este falso diagnóstico se está utilizando para justificar la detención psiquiátrica forzosa y la medicación de los investigadores del 11-S y los disidentes del COVID.
Esta semana, examinaré la gran ironía de la situación en la que nos encontramos: que aquellos que están blandiendo el arma psicológica contra cualquier posible disidente están ellos mismos impulsados por un trastorno psicopatológico…
Por James Corbett
The Corbett Report, 26 mar 2023
Traducido por SOTT.NET
Ser cuerdo en una sociedad demente
Si está leyendo esta columna, lo más probable es que ya sea consciente de lo demente que puede llegar a ser nuestra sociedad.
Tal vez se dio cuenta por primera vez de que algo iba muy mal en nuestro mundo cuando observó la discrepancia entre lo que la mayoría de la gente cree realmente -que JFK fue asesinado como resultado de una conspiración, por ejemplo- y lo que se espera que se diga en la sociedad «educada», es decir, que la Comisión Warren llegó al fondo del asunto y que cualquiera que cuestione sus conclusiones es un loco teórico de la conspiración.
O tal vez usted se dio cuenta cuando escuchó a la ex Secretaria de Estado Madeleine Albright declarar despreocupadamente en 60 Minutes que la muerte de medio millón de niños iraquíes en la campaña del Departamento de Estado contra Saddam Hussein «valió la pena«.
O tal vez usted, como muchos millones de personas en todo el mundo, empezó a cuestionarse la cordura de nuestra sociedad cuando vio la locura de los últimos tres años, con gobiernos encerrando a la gente en sus casas y sometiendo a los más pobres de entre nosotros a la inanición y obligando a miles de millones de personas a someterse a intervenciones médicas nunca antes utilizadas en nombre de la «salud pública«.
Yo también he tenido mis propios momentos de toma de conciencia. Y, sintiendo la frustración que surge al darme cuenta de lo enfermo y retorcido que puede estar el mundo, a menudo recuerdo la famosa observación de Jiddu Krishnamurti: «No es un indicador de salud estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma«.
Pero también he descubierto que uno se acostumbra a la locura de esta sociedad enferma después de un tiempo. De hecho, uno llega a esperárselo.
Por supuesto que los políticos siempre están mintiendo al público.
Por supuesto que quienes ocupan puestos de poder no se lo pensarían dos veces antes de matar a miles de sus conciudadanos -por no hablar de incalculables millones en Oriente Próximo- para conseguir sus objetivos.
Por supuesto que inventarán una falsa pandemia para introducir su estado de bioseguridad y por supuesto que no tiene nada que ver con mantener a la gente sana.
De hecho, una vez que uno ha visto a través de las mentiras y se ha dado cuenta de lo profundamente enferma que se ha vuelto nuestra sociedad, resulta que ya no son las grandes cosas las que le escandalizan. Son las pequeñas cosas.
Como el cartel de arriba. Está pegado encima del urinario del lavabo de mi cafetería local y es una señal bastante común en los baños de hombres aquí en Japón. Exhorta al lector a dar «un paso adelante» porque, incluso aquí en Japón, a pesar de la reputación japonesa de limpieza obsesiva, los hombres a veces pueden ser descuidados y pasar por alto el urinario. Pero no fue eso lo que me llamó la atención.
No, lo que me llamó la atención de este cartel fue su invocación a los » SDGs: GOAL.6«. Es cierto que en Japón la mayoría de la gente no se pensaría dos veces esta petición. Pero para mí fue uno de esos pequeños pero increíblemente agudos recordatorios de la enfermedad de nuestra sociedad.
Para quienes no estén al tanto, «SDGs» son las siglas en inglés de «ODS» (Objetivos de Desarrollo Sostenible), los «objetivos y metas transformadores» que la ONU lanzó al mundo en 2015 como parte de su «Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible«.
El Objetivo 6, en particular, promete «Garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua y los servicios de saneamiento para todos«, que es una de esas declaraciones de apariencia inocua que esconde una agenda mucho más nefasta de monopolización de los recursos y control de la población, objetivos tiránicos característicos de muchos de los ODS.
Mientras tanto, he estado observando con consternación cómo los ODS han comenzado a inmiscuirse cada vez más en la vida cotidiana aquí en Japón. No es nada raro ver un anuncio de producto con los característicos recuadros de colores que indican qué ODS (o varios ODS) promueve supuestamente ese producto (aunque sea tenuemente), o ver pines de solapa con el círculo arco iris del logotipo de los ODS, ahora un adorno común en los trajes de los asalariados japoneses.
¿Pero ver un ODS aquí? ¿En un letrero sobre un urinario? ¿Realmente no hay ningún lugar al que podamos ir donde no estemos sujetos a esta propaganda de la Agenda 2030 para la Esclavitud Sostenible y toda la pesadilla Gran Reinicio/Cuarta Revolución Industrial/neo-feudal/transhumana que invoca?
Tal vez lo más extraño de todo es que si tuviera que señalar esta locura a la persona promedio aquí, me mirarían como si yo fuera el loco. Y si respaldara mi punto de vista con los volúmenes de información documentada sobre la naturaleza perversa de esta agenda globalista encabezada por la ONU -la información contenida en numerosos documentales y podcasts y entrevistas y artículos sobre el tema-, sin duda parecería aún más loco.
«¿Cuál es el problema? Es sólo una señal«.
Resulta que, en efecto, la señal es una señal. Una señal de que nuestra sociedad sufre, de hecho, los efectos de una enfermedad mental.
Nuestros (malos) líderes son psicópatas
Son «depredadores despiadados que utilizan el encanto, la intimidación y, si es necesario, la violencia impulsiva y a sangre fría para conseguir sus fines«.
Se «abren paso sin piedad por la vida, dejando un amplio reguero de corazones rotos, expectativas destrozadas y monederos vacíos«.
No tienen «ningún sentimiento de culpa o remordimiento, hagan lo que hagan, ni una preocupación limitante por el bienestar de extraños, amigos o incluso familiares«.
¿Estoy hablando de políticos? ¿Tecnócratas? ¿De multimillonarios «filantrocapitalistas«? ¿Realeza? ¿Capitanes de empresa?
Por supuesto que sí. Pero también estoy hablando de psicópatas.
Todos sabemos lo que es un psicópata, o al menos eso creemos. Son asesinos en serie enloquecidos que empuñan motosierras, como Leatherface de La Matanza de Texas. O son asesinos en serie enloquecidos que empuñan cuchillos, como Buffalo Bill de El Silencio de los Corderos. O son asesinos en serie enloquecidos que se rocían con ácido y llevan flores en la solapa, como el Joker de Batman.
Pero si eso es lo que pensamos cuando pensamos en un psicópata, descubrimos que, una vez más, somos víctimas de los programadores predictivos de Hollywood, construyendo nuestra comprensión de la realidad no a partir de experiencias reales vividas, sino a partir de personajes de ficción soñados por escritores y proyectados en una pantalla.
En el mundo real, los psicópatas son un subconjunto de la población que carece de conciencia. Las implicaciones de esta extraña condición mental no son evidentes para la gran mayoría de nosotros, que sí poseemos conciencia y suponemos que la vida interior de la mayoría de la gente es muy similar a la nuestra.
En The Sociopath Next Door (El sociópata de al lado), la Dra. Martha Stout, psicóloga clínica que ha dedicado gran parte de su carrera al tema, demuestra lo que significa realmente la ausencia de conciencia invitando a sus lectores a participar en este ejercicio:
Imagínese -si puede- que no tiene conciencia, ninguna en absoluto, ningún sentimiento de culpa o remordimiento haga lo que haga, ningún sentimiento limitante de preocupación por el bienestar de extraños, amigos o incluso familiares. Imagine que no lucha contra la vergüenza, ni una sola en toda su vida, sin importar qué tipo de acción egoísta, perezosa, dañina o inmoral haya realizado. Y haga como si el concepto de responsabilidad le fuera desconocido, excepto como una carga que los demás parecen aceptar sin rechistar, como tontos crédulos. Añada ahora a esta extraña fantasía la capacidad de ocultar a los demás que su constitución psicológica es radicalmente distinta de la de ellos. Dado que todo el mundo asume que la conciencia es universal entre los seres humanos, ocultar el hecho de que usted no tiene conciencia no le supone ningún esfuerzo. La culpa o la vergüenza no le impiden realizar ninguno de sus deseos, y nunca se encuentra en confrontación a los demás por su sangre fría. El agua helada que corre por sus venas es tan extraña, tan ajena a la experiencia personal de los demás, que rara vez adivinan su condición.
Las posibilidades de manipulación, engaño, violencia y destrucción que presenta esta condición deberían ser obvias a estas alturas. Y, de hecho, como han intentado advertir al público en repetidas ocasiones a lo largo de los años varios libros de psicólogos e investigadores que estudian la psicopatía, desde la obra seminal de Howard Cleckley de 1941, The Mask of Sanity (La Máscara de la Cordura), hasta el popular libro de Robert Hare, Without Conscience (Sin Conciencia), pasando por la obra de Andrew Lobaczewski rescatada del basurero de la historia por un editor independiente, Ponerología Política – han tratado repetidamente de advertir al público a lo largo de los años, los psicópatas existen, representan algo así como el 4% de la población, y son responsables de gran parte de los estragos en nuestra sociedad.
Entonces, ¿cómo sabemos quién es un psicópata? Como se puede imaginar, se trata de una cuestión muy controvertida. Aunque se han propuesto varias explicaciones biomédicas para este trastorno (disfunción de la amígdala y del córtex prefrontal ventromedial, por ejemplo) y se han realizado en el último medio siglo docenas de estudios para determinar la relación entre la fisiología del cerebro y la psicopatía, la psicopatía se diagnostica más comúnmente mediante la Psychopathy Checklist, Revised, conocida como PCL-R (Lista de comprobación de la psicopatía, revisada).
Ideada por Robert Hare -el investigador de la psicopatía más influyente del último medio siglo-, la PCL-R implica, entre otras cosas, una entrevista semiestructurada en la que se evalúan 20 rasgos de personalidad y conductas registradas, desde «egocentrismo/sentido grandioso de la autoestima» hasta «mentira y engaño patológicos«, pasando por «falta de remordimiento o culpa» y «problemas de conducta temprana«.
Aunque ninguno de estos rasgos de personalidad es indicativo de psicopatía por sí mismo, la presencia de un cierto número de ellos (correspondiente a una puntuación de 30 o más en el test PCL-R) se utiliza para diagnosticar la afección.
Entonces, ¿qué puntuación obtendría un político medio en esta prueba? Veamos.
¿Egocentrismo/sentido grandioso de la autoestima? Comprobado.
¿Mentira y engaño patológicos? Comprobado.
¿Engaño/falta de sinceridad? Comprobado.
¿Ausencia de remordimiento o culpabilidad? Comprobado.
¿Insensible/carente de empatía? Comprobado.
¿Estilo de vida parasitario? ¿No es esa la definición de un político de carrera?
¿Problemas precoces de conducta? Comprobado. (En realidad, este está sacado directamente del libro de Stout. . . pero su historia del niño que utiliza sus petardos «Star-Spangled Banner» en su caja blasonada con la calavera y los huesos cruzados para hacer explotar ranas es sólo un caso «compuesto» que no pretende representar a nadie en particular, por supuesto).
Podría seguir, pero ya se hace una idea.
Para ser justos, una lista selectiva de ejemplos aislados del comportamiento de políticos como este no es suficiente para diagnosticar a nadie como psicópata y, por sí misma, no debería convencerle de nada. Tampoco deberían convencerte los psicólogos que han ofrecido su opinión profesional sobre políticos a los que ellos mismos no han examinado – como el neuropsicólogo Paul Broks, que, en 2003, especuló sobre si Tony Blair era «¿Un Psicópata Plausible?«, o el profesor de psicología David T. Lykken, que, en el Manual de Psicopatía, argumenta no sólo que Stalin y Hitler eran psicópatas de alto funcionamiento, sino que Lyndon B. Johnson «ejemplificaba este síndrome«.
Entonces, ¿es justo sospechar que los psicópatas están sobrerrepresentados en la clase política? Según Martha Stout, sí:
Sí, los políticos tienen más probabilidades de ser sociópatas que las personas de la población general. Creo que no encontrará ningún experto en el campo de la sociopatía/psicopatía/trastorno antisocial de la personalidad que lo discuta. […] Que una pequeña minoría de seres humanos carezca literalmente de conciencia ha sido y es un trago amargo para nuestra sociedad, pero explica muchas cosas, entre ellas el comportamiento político descaradamente engañoso.
Por si sirve de algo, algunos miembros del gobierno británico parecen estar de acuerdo. En 1982, un funcionario del Ministerio del Interior británico sugirió «reclutar psicópatas para ayudar a restablecer el orden en caso de que Inglaterra sufriera un ataque nuclear devastador«. ¿Y el razonamiento detrás de la sorprendente sugerencia de este funcionario? El hecho de que los psicópatas «no tienen sentimientos por los demás, ni código moral, y tienden a ser muy inteligentes y lógicos» significa que serían «muy buenos en las crisis«.
Sin duda, el argumento a priori a favor de la utilidad de los rasgos psicopáticos en los cargos políticos es bastante obvio, pero es difícil encontrar datos empíricos que respalden esta intuición. Después de todo, a los políticos, jefes de corporaciones, miembros de la realeza y banqueros no se les administra un test PCL-R antes de asumir su cargo o posición.
No obstante, varios investigadores han ofrecido algunos datos que apoyan la tesis de la psicopatía política y empresarial. Entre ellos se encuentran:
- Clive Boddy, profesor de la Universidad Anglia Ruskin, que sostiene que «[l]as pruebas de la existencia de psicópatas de cuello blanco provienen de múltiples estudios que han encontrado psicopatía entre las poblaciones de cuello blanco«;
- El Dr. Kevin Dutton, psicólogo de la Universidad de Oxford que utilizó una herramienta psicométrica estándar -el Inventario de Personalidad Psicopática (Revisado)– para puntuar a una serie de personajes políticos actuales e históricos, descubriendo que Donald Trump, Hillary Clinton y Ted Cruz obtuvieron puntuaciones relativamente altas en la prueba (junto con Winston Churchill, Adolf Hitler y Saddam Hussein);
- Scott O. Lilienfeld, profesor de psicología de la Universidad Emery, que dirigió un estudio de los 43 presidentes de EE. UU. hasta George W. Bush. demostrando que ciertos rasgos psicopáticos de la personalidad se correlacionan directamente con el éxito político; y
- Ryan Murphy, profesor asociado de investigación en la Universidad Metodista del Sur, cuyo estudio de 2018 concluyó que Washington, DC, tenía la mayor prevalencia de rasgos de personalidad correspondientes a la psicopatía en los Estados Unidos continentales (y también descubrió que la concentración de abogados está correlacionada con la prevalencia de la psicopatía en un área geográfica).
Incluso Robert Hare -coautor de uno de los pocos estudios empíricos que confirman una mayor prevalencia de rasgos psicopáticos entre los profesionales de empresas en programas de formación de directivos que en la población general- ha dicho que lamenta haber pasado la mayor parte de su carrera estudiando psicópatas en prisión en lugar de psicópatas en posiciones de poder político y económico. Cuando se le preguntó sobre este arrepentimiento, señaló que «los asesinos en serie arruinan a las familias«, mientras que «los psicópatas empresariales, políticos y religiosos arruinan las economías. Arruinan sociedades«.
El hecho de que los puestos clave del poder político, financiero y corporativo en nuestra sociedad estén dominados por psicópatas ciertamente ayuda a explicar por qué nuestra sociedad está tan profundamente enferma como los no psicópatas sabemos que está. Para quienes aún creen que nuestra sociedad enferma puede curarse recurriendo al proceso político, esta parece la peor noticia imaginable.
…Pero es incluso peor que eso. Estos psicópatas políticos no sólo arruinan sociedades. Remodelan las sociedades a su propia imagen.
Proyecciones de los psicópatas
En psicología, «proyección» se refiere al acto de desplazar los propios sentimientos hacia otra persona. Como explica Psychology Today:
El término se utiliza más comúnmente para describir la proyección defensiva: atribuir los propios impulsos inaceptables a otra persona. Por ejemplo, si alguien acosa y ridiculiza continuamente a un compañero por sus inseguridades, el acosador podría estar proyectando su propia lucha contra la autoestima en la otra persona.
Este concepto de proyección nos permite entender mejor por qué los psicópatas políticos patologizan a los conspiracionistas y a los disidentes políticos: están proyectando sus propios trastornos mentales en sus oponentes ideológicos..
Pero hay otro sentido en el que los psicópatas «proyectan» su patología en el escenario mundial. Los psicópatas no sólo se aprovechan de su falta de conciencia para obtener poder político o económico. Utilizan ese poder para convertir la organización que dirigen en una proyección de sus propias tendencias psicopáticas.
Los psicópatas no sólo se aprovechan de su falta de conciencia para obtener poder político o económico. Utilizan ese poder para convertir la organización que dirigen en una proyección de sus propias tendencias psicopáticas
En una escena memorable del documental de 2003, The Corporation, Robert Hare señala que una empresa dirigida por un psicópata podría ser diagnosticada como psicopática. Así, las tendencias egocéntricas y narcisistas del jefe psicópata se reflejan en el desarrollo de las relaciones públicas de la corporación. La capacidad del psicópata para engañar y manipular a los demás sin sentimiento de culpa se refleja en el material publicitario y de marketing de la empresa. La voluntad del psicópata de cometer crímenes sin vergüenza en pos de sus objetivos encuentra su análogo en la voluntad de la empresa de infringir flagrantemente la ley. Y la absoluta falta de remordimiento del psicópata por sus crímenes se refleja en el cálculo cínico de la empresa de que las multas y castigos por sus actos ilegales son simplemente el «coste de hacer negocios«.
Pero el psicópata no se limita a convertir una organización en una proyección de su propia personalidad pervertida. Ya sea una empresa, un banco o, en el caso de un psicópata político, una nación entera, la organización bajo su control comienza finalmente a cambiar el carácter y el comportamiento de los empleados o ciudadanos que están bajo su pulgar.
La idea de que los sistemas psicopáticos pueden hacer que los no psicópatas actúen como psicópatas puede, a primera vista, ir en contra de nuestras intuiciones morales. Seguramente, razonamos, las personas son o «buenas personas» o «malas personas«. O son psicópatas o están cuerdos. O son el tipo de persona que comete un crimen terrible o no lo son.
Sin embargo, resulta que nuestro razonamiento ha demostrado ser erróneo gracias a la investigación sobre la «psicopatía secundaria«. Esta categoría de psicopatía, a veces denominada sociopatía, tiene por objeto diferenciar a los psicópatas primarios -aquellos que nacen con la «falta de conciencia» y sus deficiencias neurocognitivas asociadas, analizadas por Hare, Stout y otros– de los psicópatas secundarios, que desarrollan rasgos psicopáticos como resultado del entorno en el que se desenvuelven.
A lo largo de las décadas se han llevado a cabo muchos experimentos para investigar el fenómeno de la psicopatía secundaria y cómo se puede poner a «gente buena» en situaciones en las que harán «cosas malas«, desde el aparentemente mundano experimento de conformidad de Asch, que demostró que la gente a menudo está dispuesta a decir e incluso a creer mentiras demostrables para evitar romper el consenso de un grupo, hasta el experimento realmente impactante de Milgram, que demostró que se podía inducir a la gente corriente a administrar lo que creían que eran descargas potencialmente mortales a desconocidos por orden de una figura de autoridad.
Pero quizá el experimento más revelador para comprender la psicopatía secundaria sea el Experimento de la Prisión de Stanford.
Dirigido por el profesor de psicología de Stanford Philip Zimbardo, este experimento de 1971 consistió en reclutar participantes de la comunidad local con una oferta de 15 dólares diarios para participar en un «estudio psicológico de la vida en prisión.» A continuación, se examinó a los voluntarios para eliminar a los que presentaban anomalías psicológicas, y los candidatos restantes fueron asignados al azar como guardias o prisioneros y se les dijo que se prepararan para dos semanas de vida en el sótano del edificio de psicología de Stanford, que se había convertido en una prisión improvisada.
Los resultados de ese experimento son, a estas alturas, tristemente célebres. Al sumergir a los participantes en el juego de rol con «arrestos» sorpresa realistas de los presos por parte de agentes de policía reales de Palo Alto, el ejercicio se convirtió rápidamente en un estudio de la crueldad. Los «guardias» de la prisión no tardaron en idear formas cada vez más sádicas de imponer su autoridad sobre los «prisioneros«, y dos de los estudiantes tuvieron que ser «liberados» de la prisión en los primeros días de la prueba debido a la angustia mental que esta les había provocado. El experimento se suspendió al cabo de sólo seis días, ya que los investigadores descubrieron que tanto los presos como los guardias habían mostrado «reacciones patológicas» ante el simulacro de prisión.
¿Cómo ocurrió esto? ¿Cómo unos jóvenes sanos y normales cayeron en semejante barbarie en menos de una semana? En su libro The Lucifer Effect: How Good People Turn Evil (El Efecto Lucifer: cómo la gente buena se vuelve malvada), que documenta ese estudio así como décadas posteriores de investigación sobre la psicología del mal, Zimbardo reflexiona sobre cómo un sistema puede reflejar las patologías de quienes lo crearon y cómo puede, a su vez, influir en los individuos para que cometan actos malvados: «a menos que nos volvamos sensibles al real poder del Sistema, que invariablemente se oculta tras un velo de secretismo, y comprendamos plenamente su propio conjunto de normas y reglamentos, el cambio de comportamiento será transitorio y el cambio situacional, ilusorio«.
La verdadera importancia de esta lección se hizo sentir tres décadas más tarde, cuando Estados Unidos comenzó su detención de prisioneros en la prisión de Abu Ghraib, en Irak. Los malos tratos físicos, psicológicos y sexuales infligidos a los prisioneros de Abu Ghraib salieron a la luz en abril de 2004, cuando los medios de comunicación estadounidenses publicaron por primera vez imágenes gráficas de los abusos.
Una vez más, la opinión pública empezó a preguntarse cómo los jóvenes hombres y mujeres estadounidenses, por lo demás normales, que habían sido destinados a la prisión como guardias de la policía militar, podían haber cometido actos tan increíblemente sádicos.
El informe del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado sobre los abusos de Abu Ghraib respondió en parte a esa pregunta. El informe detalla la aprobación por parte del entonces Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, de una solicitud para utilizar «técnicas de interrogatorio agresivas» con los detenidos, incluidas las posiciones de estrés, la explotación de los temores de los detenidos (como el miedo a los perros) y el simulacro de ahogamiento. Relata cómo Rumsfeld añadió una nota manuscrita a la recomendación de la solicitud de limitar el uso de posiciones de estrés con los prisioneros: «Estoy de pie entre 8 y 10 horas al día. ¿Por qué se limita el estar de pie a 4 horas?«. Y condena a Rumsfeld por crear las condiciones para que su autorización pudiera interpretarse como una carta blanca para iniciar la tortura de los detenidos: «El Secretario Rumsfeld autorizó las técnicas sin proporcionar aparentemente ninguna orientación escrita sobre cómo debían administrarse«.
No debería sorprender, pues, que, como demostrará incluso un somero repaso de la carrera de Donald Rumsfeld, este presentara varios de los rasgos de personalidad de la lista de comprobación PCL-R, incluyendo la mentira y el engaño patológicos, el comportamiento insensible y la incapacidad de aceptar la responsabilidad de sus propios actos.
La conexión entre el Experimento de la Prisión de Stanford y lo ocurrido en Abu Ghraib no escapó a la atención de los investigadores. El llamado «Informe Schlesinger» sobre los abusos a detenidos incluía todo un apéndice en el que se relataba el experimento de Stanford y lo que enseñaba sobre cómo se puede inducir la psicopatía secundaria en quienes trabajan en un sistema o institución.
La conexión entre Stanford y Abu Ghraib tampoco escapó a la atención del público. Tras la revelación de los abusos de Abu Ghraib en 2004, el tráfico del sitio web del Experimento de la Prisión de Stanford se disparó hasta alcanzar las 250.000 páginas vistas al día.
Sin embargo, lo que la mayoría del público no sabe es que la financiación del Experimento de la Prisión de Stanford provino de la Oficina de Investigación Naval, que concedió una subvención «para estudiar el comportamiento antisocial.» Parece que los psicópatas militares ciertamente aprendieron las lecciones de ese experimento – y luego las convirtieron rápidamente en armas.
Sea como fuere, aunque nada de estos experimentos o investigaciones exonera a ningún individuo de las malas acciones que ha cometido, estos hallazgos arrojan luz sobre el problema de la psicopatía secundaria.
¿Hasta qué punto la locura de nuestra sociedad es una proyección de los psicópatas que la dirigen?
Gobernados por lunáticos
Llegados a este punto de nuestro estudio, hemos llegado a una conclusión tan sorprendente como innegable: Estamos gobernados por locos y, viviendo y trabajando bajo sus demenciales sistemas de control, corremos el riesgo de volvernos locos nosotros mismos.
Peor aún, los últimos años de locura COVID nos han demostrado que los psicópatas políticos están perfeccionando sus armas de control psicológico y que un gran porcentaje del público está más que feliz de ser los ejecutores del estado de prisión de bioseguridad.
En la conclusión de esta serie, examinaremos la patocracia que estos psicópatas políticos han construido y discutiremos cómo podemos liberarnos del manicomio que están creando.
Permanezcan sintonizados…
*******
RELACIONADOS:
SOCIOPATÍA y PSICOPATÍA EN POLÍTICA; «Los políticos suelen aferrarse al poder como psicópatas»
PSICOPATÍA, IDEOLOGÍA y SOCIEDAD, por Inmaculada Jáuregui Balenciaga
La Universidad, bajo el yugo 2030
Una excesiva exposición de los jóvenes al alarmismo climático o a la prohibición de los principios de la biología humana, mediante las normativas de género, puede derivar en graves peligros para su sa
Por VÍCTOR LOPE
Slavoj Zizek tiene el mérito, hoy tan poco común, de provocar preguntas y de hacernos pensar y repensar ciertos asuntos importantes en estos momentos de acelerada destrucción de la Cultura Occidental y de la propia concepción de lo humano. Uno de los temas en los que el filósofo esloveno se implica es el de la ideología en la vida contemporánea, cuestión inseparable de nuestra relación con lo real y con la realidad.
Hay gente que se muestra preocupada sinceramente por la destrucción de la Civilización Occidental y porque la supervivencia de la especie humana tenga unos mínimos niveles de libertad, justicia y dignidad. Semejante desasosiego está bastante extendido en las conversaciones entre personas de diferentes tendencias. Hubo un tiempo en que la Universidad estudiaba, con el exigible rigor metodológico, los temas que también interesaban fuera de las aulas.
Al echar un vistazo a la LOSU, enseguida se ve que el diarreico legislador prefiere ir en dirección contraria. Ha decidido continuar e intensificar las dinámicas del empobrecimiento del pensamiento que se han apoderado de las enseñanzas en las últimas décadas. Los estudiosos de Marx definen la ideología como “consenso manufacturado” o “conciencia enajenada” o como “una interpretación falsificadora de la realidad que favorece los intereses de la clase dominante y sirve para justificar su dominio”. No es suficiente con entender la definición. Es necesario reconocerla en la propia experiencia de la realidad; darse cuenta de cómo la ideología limita el pensamiento y la vida. A eso se refiere Zizek con la broma de las gafas.
Hoy, la implantación ideológica recurre al diseño de nuevos conflictos, no importa lo disparatados y carentes de fundamento que sean. A partir de ellos, se crean identidades, muchas identidades, para distinguir los buenos de los malos y poder atacar la libertad de expresión mediante la invención del delito de odio.
La pregunta marxista que debería hacerse es cuál es la clase dominante y cuáles son los intereses que alientan esta monumental implantación de hipótesis no demostradas
La agenda 2030 es uno de esos diseños que ya no oculta su carácter totalitario. Es una creencia ideológica que se ha ido asentando desde hace décadas en instancias internacionales, como la ONU. Se alimenta de cierto fondo religioso ancestral que es el de la Gran Diosa Madre. En ese proceso de afianzamiento de la climática opinión resulta decisivo el empleo de las imágenes como equivalentes de la noción de evidencia científica. A tal punto, que las primeras sustituyen a la segunda en un curioso fenómeno de ceguera inducida por medio de visiones. Algo de eso investigué Algo de eso investigué hace ya un tiempo en un artículo académico. En las universidades se adopta semejante supuesto ideológico de forma acrítica. La pregunta marxista que debería hacerse es cuál es la clase dominante y cuáles son los intereses que alientan esta monumental implantación de hipótesis no demostradas. Sospechosamente, quienes se dicen herederos de la izquierda marxista no se hacen estas preguntas. Tampoco se la hacen muchos que se proclaman liberales.
En un congreso académico, hace una década aproximadamente, un prestigiado catedrático de Periodismo comentaba con desparpajo que lo verdaderamente preocupante era que la gente no se creía el Calentamiento Global. Entonces tocaba esa ideílla; luego la han cambiado por la del Cambio Climático. Lo urgente para él era que en la Universidad y en los medios de comunicación se intensificara la propaganda para la difusión del credo sobre la culpa humana. La verdadera preocupación de un profesor de periodistas no era si las hipótesis antropogénicas de las modificaciones del clima son validadas o no.
Se insiste con mucho dinero y por todos los medios en que los humanos son responsables, por calentarse en invierno, refrescarse en verano, viajar, fabricar cosas, comer carne, etc., de modificar el clima
El dogmatismo sobre la procedencia antropogénica del Cambio Climático tiene consecuencias perniciosas tanto en lo científico como en lo político, lo cultural o lo económico, incluso en la salud mental de la gente. Por eso es causa de una realidad empobrecida y esencialmente injusta para la mayoría de la población.
Hacer tanto el Greta puede instaurar el negacionismo sobre la verdadera historia de los cambios climáticos. Estos se han producido muchas veces y, por lo que se va sabiendo, no han afectado siempre del mismo modo a las mismas zonas del planeta. Muy recomendable al respecto, la disertación del profesor Javier del Valle. Es preciso estudiar cómo esos cambios han alterado la vida en general y la vida humana en particular. Sin embargo, se insiste con mucho dinero y por todos los medios en que los humanos son responsables, por calentarse en invierno, refrescarse en verano, viajar, fabricar cosas, comer carne, etc., de modificar el clima.
A los estudiantes que se matriculan se les debería advertir sobre las asignaturas que contienen sesgos ideológicos. Una excesiva exposición de los jóvenes al alarmismo climático o a la prohibición de los principios de la biología humana, mediante las normativas de género, puede derivar en graves peligros para su salud.
Recuérdese que no hemos sido convocados a las urnas para decidir sobre la agenda 2030. Simplemente se impone. Así, la degradación de la Universidad es coherente con el proceso de desmantelamiento del estado de derecho
En muchas guías docentes que informan sobre contenidos y evaluación de las asignaturas, se han introducido los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Algunos no quieren ver la gravedad de esta operación alegando que, en realidad, los ODS son sólo buenas intenciones que no van a ningún sitio. Craso error. La implantación de normas anticientíficas, como los ODS, introduce la idea de que se puede legislar al margen de la democracia representativa, al margen de la Constitución. Constituye una derogación de facto de la democracia y de la Constitución. Recuérdese que no hemos sido convocados a las urnas para decidir sobre la agenda 2030. Simplemente se impone. Así, la degradación de la Universidad es coherente con el proceso de desmantelamiento del estado de derecho.
El pasado 26 de abril, la secretaria de Estado para la Agenda 2030, Lilith Vestrynge y la CRUE firmaron “un convenio de colaboración en el ámbito de la transferencia de capacidades de las universidades españolas para el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030”. En el comunicado oficial del convenio se añade con tanta elocuencia como lamentable redacción: “CRUE cumple con su función de colaborar con la Administración del Estado en un proyecto de interés estratégico para España, introduciendo a la Universidad como agente clave en la Estrategia de Desarrollo Sostenible 2030”.
https://www.vozpopuli.com/opinion/universidad-bajo-yugo-2030.html
Contra el narcisismo interconectado
Los espejismos de la tecnología producen individuos encantados de haberse conocido y, por tanto, ausentes cuando hay un ‘marrón’ que exigiría una postura rotunda, de carne y hueso
Por IGNACIO CASTRO REY
Se dice que hoy cualquier empresa se encuentra con dificultades para encontrar personal competente en trabajos duros. Un joven puede decidirse a ser camarero, cajero o teleoperador. Aunque el sueldo fuera razonable, no se atreverá fácilmente a trabajar en un barco de pesca o a cortar madera en el monte. Salvo entre los inmigrantes, no es fácil que la ciudadanía occidental soporte algo que suponga un gran esfuerzo físico, que implique mancharse en la presencia real o un riesgo analógico. Por la vía del laicismo, parece que hemos llegado otra vez al cuerpo glorioso. Debemos vivir en un limbo donde nada elemental nos toque, nada que sea irregular e imprevisible. Tampoco una situación física que nos exponga, sea descolgar el teléfono ante la llamada inesperada de un amigo, que hoy es casi de mala educación, o un virus desconocido que pueda hacernos daño.
Como decía hace poco una amiga, hay que hacer «lo que pide el cuerpo». O sea, fluir, vibrar en una órbita donde no haya obstáculos que hieran el narcisismo de la identidad elegida. ¿Qué es la cobertura tecnológica, la imagen de cada uno y el empoderamiento de la visibilidad, más que una garantía de seguridad ante la vieja existencia, ante el peligro de chocar en la gravedad común? Cierta corrección selectiva, en el lenguaje y la conducta, parece librarnos del esfuerzo personal de estar presente en cuerpo y alma.
La antigua desvergüenza grosera y el egoísmo bruto han pasado a mejor vida en virtud de una informalidad de marca blanca que posee conexiones múltiples. Inválidos personalmente, vivimos armados tecnológicamente. De manera que, suponiendo que uno se atreviera, nunca tendría a quién cantarle las cuarenta, pues el otro se ha limitado a hacer lo que hace todo el mundo. Los demás son como tú. Están encantados de haberse conocido y, por tanto, ausentes cuando hay un marrón que exigiría una postura rotunda, de carne y hueso. De ahí que en tales momentos incómodos se mire para otro lado. Este es el primer modo del ghosting, un esfumarse de cualquier sentimentalidad. Y no pasa nada. Hoy por ti, mañana por mí. Es como en las redes, donde pones continuamente «Me gusta» a chorradas de otros que, a su vez, aplauden las tonterías que pones tú. La interactividad de los narcisismos apretados, donde cada uno emite para ser visible en la galaxia de la indiferencia, componen el cemento del actual transhumanismo. La desaparición personal es el reverso inmediato de la visibilidad. En este sentido, un enfriamiento local es la base del calentamiento virtual.
El narcisismo al alcance de todos
Al margen incluso del poder adquisitivo, es posible que la ansiada visibilidad de clase media esté formada por la aspiración al automatismo difuso de las tecnologías. Aislados realmente y comunicados virtualmente, seamos altos ejecutivos o humildes empleados de almacén, no nos sentimos obligados a hacer como personas casi nada en directo, sin los artificios de la imagen y de las mediaciones tecnológicas. Un diferido perpetuo es la oculta cara analógica del real time ocasional. Hemos vendido el alma a la nube, a un cielo espectacular que debe envolver cualquier presencia física. El bienestar posmoderno prolonga así la ilusión religiosa de que nuestro cuerpo jamás volverá a arriesgarse. El propio culto a lo minoritario es el culto al elitismo en el que creemos salvarnos, justificando nuestra frustración primordial con el consumo de diversidad. Redoblando también la fe en el papel de la tecnocracia occidental en el mundo.
La libertad de expresión es el sucedáneo de una nula libertad de acción, pero la libertad no es nada sin musculatura para ejercerla
Ahora bien, las facilidades vienen envenenadas. Nos han convertido en sociodependientes, una adicción que no tendría más cura que volver a existir. Nada importante se arregla con un simple clic, sin poner en juego el cuerpo entero. Hasta un decisión elemental, tomar la palabra en público en vez de callarse, exige algo más que mover un dedo. Igual que exponerse a una espontaneidad para la que ya no parecemos preparados. Hoy no aguantamos nada. Tenemos la piel muy fina, y esto le ha dado a lo digital, manejado en el diseño suave de lo táctil, una relevancia ilusoria.
No solo los espacios están gentrificados en un simulacro del carácter y la profundidad de antaño. Las personas también lo están, pues han expulsado de su interior casi cualquier resto de humilde inocencia. Ocultas bajo varias capas de maquillaje y de certezas, nunca sabes con quién estás hasta que es un poco tarde. Somos prisioneros de un cuerpo que a su vez es prisionero de la empresa del Yo, de una secta elegida, secreta en la transparencia, con la que hay que ser interdependientes. Al menos entre las élites urbanas, nadie está a solas. Como premio a tal mutilación anímica, la sociedad global mima nuestro narcisismo secundario. El cuidado de nuestras pequeñas diferencias, hasta extremos ridículos, es el premio que recibimos por vender nuestra alma a la sociedad y tolerar el ninguneo existencial del que todos somos objeto. De vez en cuando, este mismo sistema nos permite un destello. Las redes están ahí para regalarnos un margen de narcisismo virtual dentro de la anulación. La libertad de expresión es el sucedáneo de una nula libertad de acción. Pero la libertad no es nada sin una musculatura para ejercerla. Cuando hasta cambiar la rueda de un coche se ha vuelto una tarea técnicamente imposible, por no decir ilegal, la pregunta es si esta incompetencia física no nos desarma también para atender a los otros, a nuestra más íntima otredad, a la mera percepción.
La carrera espacial ha bajado su perfil porque se ha fijado en la circulación orbital de cada ciudadano. Ya no hace falta ir a Marte, ni a la Luna, pues todos creemos vivir en un planeta ingrávido. Este panorama de conductismo masivo, aun adornado de orgullo minoritario, nos hace perfectamente previsibles. Lo cual es obvio que facilita una nueva impunidad de la fuerza, sea esta mediática, estatal o directamente delictiva. Debido a esta mutilación íntima, el ciudadano del bienestar se pasa medio día presintiendo catástrofes. Sabe que, por mucho que vaya al gimnasio, es un paria en el mundo de los sentidos, en el terreno de una decisión que siempre es muscular. Nunca le perdonaremos a los rusos que nos hayan recordado que la gravedad todavía sigue existiendo. Y que algún día hemos de volver a una existencia desnuda cuya humildad exige un Dios, que lo inhumano se convierta en regazo.
https://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/tecnologia-narcisismo-interconectado.html