«SÓCRATES», película de Roberto Rossellini. «La nueva Normalidad», por Martín Caparrós (NYT). «Nueva Normalidad» como imposición de unos gobiernos empoderados por nuestro miedo»

La nueva normalidad

Cada vez que se producía algún cataclismo extraordinario, su víctima intentaba volver a la vida que había perdido. Ya no será posible.

Por Martín Caparrós

NYT

Una mujer en las calles de Granada el 2 de mayo – Credit: Jorge Guerrero/Agence France-Presse — Getty Images

 

Nunca pensé que escribiría estas palabras, pero aquí van: he aprendido a ser conservador. Todavía no digo que lo sea; digo que, tras huirle como a la peste toda mi vida, ahora entendí cómo podría serlo. Me ataca, lenta, arrolladora, la conciencia de que no vamos a vivir como vivíamos. Llevo días y días extrañando la vida que creo que perdí; días y días pensando en esas cosas que me gustaban de mi vida anterior al virus que seguramente no volverán —los viajes, la felicidad de mezclarse sin pegas con personas en mercados o estadios o manifestaciones, los encuentros y conversaciones impensados, el calor de un abrazo—. Días y días lamentando su desaparición tan probable; días y días imaginando cómo podría conservarlos.

 

Esa es, ahora entendí, la actitud entre melancólica y reactiva —reaccionaria— del conservador: sabe que algo se le escapa y se pregunta cómo podría conseguir que algo de ese algo no se fuera del todo o volviera de algún modo. Se suele pensar que los adultos se vuelven conservadores porque quieren vivir mejor. Creo que es un error: lo hacen, si lo hacen, porque creen que han vivido mejor: no, en mis tiempos… Eso es, creo, ser conserva, y me está dando. Porque ahora, parece, empieza la otra vida.

 

Ahora desescalamos: esa es la orden, al menos en España, donde estoy. Yo sabía que los escaladores escalaban y, una vez que habían llegado a la cumbre, bajaban o incluso descendían; nunca supe que desescalaran, pero nosotros sí lo haremos. No será fácil: no es lo mismo abrir que descerrar. Y si conseguimos desescalar lo suficiente llegaremos abajo de todo, muy abajo, al fondo, donde nos espera la nueva normalidad. Desescalar hacia la nueva normalidad es la consigna: el castellano sufre, las sociedades puede que también.

 

Era un clásico: cada vez que se producía algún cataclismo extraordinario, su víctima intentaba “volver a la normalidad”. Ya no; ahora vamos a ir, con suerte, hacia la “nueva normalidad”.

 

En Barcelona, el 4 de mayo – Credit…Nacho Doce/Reuters

 

“Nueva normalidad” es una contradicción en los términos. La normalidad se construye a través del tiempo, poco a poco, probando y descartando y adoptando formas y maneras que se van volviendo normales. Ahora es normal que las mujeres voten; hace cien años era anormal, y se fue “normalizando” a golpes durante todo el siglo XX, por ejemplo. La “nueva normalidad”, en cambio, no será el resultado de un largo proceso sino la imposición de unos gobiernos empoderados por nuestro miedo. 

Están inflados. Nunca gobiernos democráticos tuvieron tanta cancha para ejercer su poder: hace dos meses que les permitimos cualquier cosa porque estamos asustados por la enfermedad, por la muerte presente y prematura. Lo hacen, por supuesto, por nuestro bien; no hay razón más eficaz para hacerte obedecer que convencerte de que es “por tu bien”, y ahora estamos, con razón o sin ella, convencidos.

 

Así que todo lo que hicimos con nuestras vidas en estos meses no fue producto de un debate, de una decisión consultada y compartida: es lo que nuestros gobiernos, apoyados en el supuesto saber de ciertos científicos, nos dicen que hagamos. La democracia se suspende —por nuestro bien, faltaba más— y los poderes deciden sin más máscaras. No digo que esté bien o mal; digo que sería bueno tenerlo presente. Cuando se nos pase el susto, la inmovilidad del susto, habrá movidas, pedidos y pases de cuentas: terremotos políticos varios.

 

Y eso mismo que hacen los Estados lo hacen, en estos días, tantos ciudadanos, cuando sermonean a los “infractores”, los atacan, les lanzan desde sus ventanas el peso de sus mejores intenciones. Es el peligro de las causas justas o, peor, las buenas causas. Cuando tenemos una —cuando creemos que tenemos una—, ella lo justifica todo. Entonces podemos permitirnos todas esas conductas que en general reprimimos, porque la causa lo requiere. Ahora tenemos la mejor —o una de las mejores—: la conservación de la salud de la comunidad, la vida de la comunidad. Y, gracias a eso, miles de ciudadanos antes ¿respetuosos? ¿temerosos? ¿reprimidos? se transformaron en verdaderas arpías policiales, llenos de razón y sacrosanta cólera, que se dedican a decirles a los otros lo que deben hacer —y todo por la causa—. Si no diera asco daría risa. Y, sobre todo, si no cupiera la sospecha de que esa conducta llegó para quedarse: que el control mutuo “por la buena causa” será una de las bases de la nueva normalidad.

Nueve semanas. Ya van dos meses que nos despertamos cada mañana con las cifras de los muertos, las historias de los muertos, los ecos de los muertos: la muerte en la cabeza. Para una cultura que se dedica a ocultar la muerte es un fracaso extraordinario y habrá que ver cómo nos cambia. Hemos hecho todo lo que hemos hecho todos estos días por el miedo a la muerte, por la muerte. Ahora la sabemos, de esa manera física en que se saben pocas cosas. No está claro que podamos deshacernos de ella y volver a ser empecinados ignorantes. No está claro, en general, cómo seremos, pero la nueva normalidad incluirá una presencia de la muerte que hasta ahora supimos evitar.

 

Mientras, la pregunta del millón es si los Estados mantendrán algo de la fuerza que consiguieron en estas semanas. Todos —las grandes empresas, las pequeñas empresas, ciertos ricos, los pobres de todas las formas y colores— los necesitamos para sobrevivir en estos tiempos difíciles. Muchos —sobre todo los grandes capitales— intentarán desasirse cuando los tiempos se apacigüen. Pero ha quedado claro que en ciertas situaciones el famoso mercado no alcanza o no sirve. Y que hay momentos en que el destino de las personas se hace común, cuando alcanza con que unos pocos estén mal para que todos lo estemos; que hay males —las epidemias, la destrucción de la Tierra— que todavía no aprendieron a discriminar según fortunas. Esa sería la gran enseñanza que los más poderosos querrán olvidar: contradice las bases de su conducta, de sus ideas del mundo.

Y llegarán los cambios en la vida cotidiana, los que me volvían conservador. Los que podamos viviremos, sin duda, en un mundo más plano. La pantalla —la computadora que suele estar detrás— es un campo de concentración, un territorio concentrado. Ya cumple las funciones que hasta hace poco cumplían muchas herramientas distintas: el tocadiscos, la calculadora, el libro, el diario, el mercado, la radio, la televisión, el cine, el teléfono, la libreta, el naipe, el mapa, el correo y siguen firmas. En estos días incluyó también relaciones sociales y espectáculos que le escapaban, y trabajo, mucho trabajo. La tendencia existía, pero se aceleró. Lo sabemos: el teletrabajo llegó para quedarse, y habrá que ver cómo nos cambia.

 

Puede producir, entre otras cosas, ciudades menos congestionadas por personas yendo a sus empleos, pero también acabar con los negocios de tantos —bares, restoranes, transportes, roperías— que vivían de sus necesidades. Puede producir un uso más razonable de nuestro tiempo pero ya produce —dicen estudios recientes— un aumento del tiempo de trabajo. Puede reducir el control de los jefes cocoritos pero también dificulta la posibilidad de armar respuestas comunes de los trabajadores.

 

Y será un mundo mucho menos físico. Entre el avance de las relaciones digitales y el miedo a los demás nos tocaremos mucho menos. Los abrazos y los besos quedarán limitados a los muy cercanos, y a ver cuántos son los valientes que se atreven a darle la mano a un desconocido cuando se lo presenten. Nos miraremos con esa desconfianza que ya se encuentra en cualquier góndola, y ni siquiera nos veremos: viviremos en un mundo con muchas menos caras, con las caras hundidas detrás de esas máscaras que, por disimular, llamamos mascarillas. La sonrisa se volverá algo privado: un privilegio de interiores, como el pelo de las mujeres musulmanas.

 

Acapulco, en el estado mexicano de Guerrero, el 6 de mayo – Credit…Francisco Robles/Agence France-Presse — Getty Images

 

(Es curioso. Una de las características más destacadas del avance chino en el mundo era que tenía rasgos occidentales: lo llevaban adelante con costumbres y cosas y maneras y máquinas diseñadas de este lado, para vivir vidas parecidas a las “nuestras”, hechas de coches, rascacielos, vinos, teléfonos, bluyines. Lo que había triunfado no era Oriente sino un Occidente desplazado, con mano de obra más barata. Las mascarillas, que ellos usan desde hace mucho y ahora todos usaremos, serán, quizá, el primer gran rasgo oriental que se va a imponer en nuestro espacio: una marca de su poder en nuestras caras).

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Un mundo empieza en estos días, y siempre es fácil encontrar belleza en el que se termina. En eso consiste esa tontería de ser conservador. Pero es cierto que, si todo sigue como parece, viviremos en un mundo con más miedos y controles. Un mundo con menos gestos, menos intercambio. Un mundo donde los extraños serán tanto más extraños.

 

Son solo algunas previsiones para los que todavía creemos que podemos prever algo. Hay millones —muchos millones— cuya previsión más insistente consiste en querer prever —y proveer— la comida de mañana. Mientras algunos teletrabajamos y nos dolemos por los viajes y los besos perdidos, millones clamarán, reclamarán, exigirán a gritos. Con ellos —y con la respuesta que reciban— se jugará la suerte de nuestros países. Entonces sí sabremos cómo será esa normalidad que anuncian nueva y que puede ser, en lo esencial, siempre la misma. O no, cómo saberlo. Hace tres meses no imaginábamos nada de lo que nos sucede: si esta lección no nos enseña la modestia, nunca nada podrá.

Martín Caparrós (@martin_caparros) es periodista y escritor.

Sus libros más recientes son el ensayo Ahorita y la novela Sinfín, que transcurre en 2070.

 

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SÓLO SÉ QUE NO SÉ NADA

 

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Sócrates (1971)

Dirigida por Roberto Rossellini 

 

 

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Sócrates. Roberto Rossellini. 1971.

LECTURAS DE UN FILOSOFO

Busto de Sócrates. Museo Nacional de Nápoles. Fuente (Wikipedia)
 
 
La segunda entrada que dedicamos a la figura de Sócrates en este blog quiere analizar la película que en 1971 el director italiano Roberto Rosellini le dedica al filósofo griego. Rosellini llevó a cabo al final de su carrera cinematográfica una serie de telefilms con fines pedagógicos que resultan muy interesantes para nosotros porque se acercan a algunas de las figuras del pensamiento filosófico más importantes de la historia. Esta es quizás la película de esta serie que, desde un tiempo, se encuentra con más facilidad en la red, yo la he encontrado en Youtube, os dejo el enlace (por si no la habéis visto) y después comentaremos algunos de sus detalles y los contrapondremos a la visión del filósofo griego que habíamos visto en el libro de Stone.
 
 
Breve sinopsis de la película.
 
La película se sitúa en una Atenas en plena convulsión política: tras la guerra del Peloponeso la democracia ateniense se ve sustituida por un gobierno oligárquico, el llamado gobierno de los Treinta Tiranos por estar compuesto por treinta magistrados que concentran en sus manos todo el poder. En esta situación convulsa Sócrates (interpretado por Jean Sylvère) se encuentra en una difícil tesitura: en la primera escena que lo vemos está siendo empujado y golpeado por dos atenienses en el mercado de la ciudad. No en vano es protagonista indirecto de los hechos políticos que han tenido lugar recientemente ya que uno de sus más importantes discípulos, Critias, es miembro destacado de los Treinta por su crueldad y, su discípulo favorito, Alcibíades, fue desterrado y había servido durante un tiempo como consejero a los espartanos. Pero por paradójico que pueda parecer la tiranía que entonces vive Atenas tampoco beneficia a nuestro protagonista, todo lo contrario: Calicles le prohíbe la enseñanza a los jóvenes y, para demostrar su lealtad al nuevo gobierno de Atenas es obligado junto con otros a ir en busca y captura de Cleón de Salamina (mandato que Sócrates no cumplirá, pues se vuelve a casa).
 
La democracia es restaurada por Trasículo y un grupo de atenienses que habían escapado al exilio en ciudades como Tebas o Megara (temerosas de la posible hegemonía total de Esparta), en una lucha en la que Critias pierde la vida. Pero con el nuevo gobierno los problemas de Sócrates no hacen sino comenzar: Rossellini nos muestra como se burlan de él trayendo a colación la imagen que los cómicos como Aristófanes han difundido (difamaciones que tendrán mucha importancia a la hora de acusarlo). También problemáticas resultan sus opiniones políticas: un poco más adelante mostrará ante los que serán sus futuros acusadores su desprecio por el modo democrático de elección de los magistrados (considera de suma importancia esta elección como para dejarla al capricho de la suerte). Melito le avisa de que esas palabras pueden traerle problemas, del mismo modo que se lo trajeron a otros filósofos extranjeros (le habla de Protágoras cuando, paradójicamente, el sofista defendía todo lo contrario a lo expuesto por Sócrates en la escena anterior). 
 
Las consecuencias no se hacen esperar y pronto Sócrates es acusado ante el tribunal de Atenas de no creer en la divinidades de la ciudad, de tratar de introducir otras nuevas y de corromper a la juventud. La pena exigida es nada menos que la pena de muerte. Pero esto no consigue amedrentar a nuestro protagonista:el director italiano nos lo muestra continuando con la labor que su daimon (su divinidad particular) le había encomendado, esto es, hacer ver a los otros hombres que no saben en realidad lo que creen saber. En orden a esto lo vemos discutir con Hipias acerca de la belleza, con Eutifrón sobre el significado de la piedad, atreviéndose incluso a contraponer a Lisias (el que en principio estaba encargado de su defensa) en lo referente a la verdad y a la elocuencia.
 
Durante el proceso vemos a Sócrates defendiéndose a sí mismo frente a las acusaciones de Melito, Anito y Licón. En primer lugar tratará de defenderse de las acusaciones de los cómicos, que siempre lo han presentando como un filósofo de la naturaleza y un introductor de nuevos dioses, tras esa caricatura había una acusación mucho más peligrosa: la de ateísmo. El personajes que éstos quieren pretender ver en Sócrates no existe en la realidad. La acusación no puede provenir de estos cargos sino del hecho de haber sido proclamado, a partir de la pregunta que Clerefonte hizo al oráculo de Delfos, el hombre más sabio de toda Grecia: es decir, por saber que nada sabe, al contrario de los demás hombres, que sin saber nada ni siquiera conocen su propia ignorancia. Posteriormente, a través de sus argumentos, Sócrates muestra como todas las acusaciones de Melito son infundadas, puras calumnias. Desde mi punto de vista aquí Rossellini cae en un error al presentar el juicio tal y como lo hace ya que para cualquier espectador no queda otra salida que pensar en dos posibilidades: o que el jurado de Atenas está corrupto en su mayoría, o que simplemente son imbéciles. Está claro que su intención está más cercana a la primera opción (más socrática) que a la segunda, pero esto podemos comentarlo más tarde, ahora sigamos con la sinopsis película.
 
Cuando Sócrates es efectivamente condenado a muerte le dan la oportunidad de conmutar la pena ofreciendo algo a cambio. Entonces el filósofo, en uno de los pocos momentos de esa ironía que tanto lo ha caracterizado en la historia del pensamiento y que en la visión que nos da Rossellini apenas se deja notar, pide como conmutación de la pena el derecho a ocupar un lugar en el Pritaneo (el lugar reservado a los benefactores de la ciudad), algo que hace arder en cólera a todos los presentes. Tras esto, nadie puede evitar que el filósofo sea condenado a muerte por una mayoría de 140 votos.
 
Los discípulos de Sócrates, preocupados por la suerte de su maestro, tratan de convencerlo para que emprenda la huida. Critón es el encargado de convencer a nuestro protagonista, por lo que de mañana lo visita en su celda. Sócrates se niega en redondo a aceptar la solución que le presentan, imagina que las Leyes de la ciudad se le presentan en persona y, tras ver su intención, le echan en cara el hecho de pretender ser infiel cuando las cosas se ponen feas, después de haberse servido de ellas durante toda su vida.
 
La película finaliza cuando Sócrates toma la cicuta, uno de los momentos más bellos del film (no en vano muchos pintores han tratado de plasmar en el lienzo este momento debido a su gran belleza y emotividad). La escena que Rossellini nos presenta no está exenta de dicha belleza. Sócrates nos habla de la muerte en términos muy cercanos a Platón, en ese sentido nos dirá cosas como: «Los hombres calumnian a los cisnes. En la hora de la muerte los cisnes no cantan de desesperación, sino porque son felices de ir junto a los dioses, a servirles». En efecto, Sócrates nos presenta la teoría platónica de la inmortalidad del alma, de que la muerte no tiene que ser un trance doloroso ni ser considerado como algo negativo porque es el puente a una vida mejor en la que se alcanza el verdadero conocimiento.
 

Finalmente, y antes de hacer un comentario crítico, destacar el importante papel que Rossellini hace jugar a Jantipa, la mujer de Sócrates (aquí interpretada por Anne Caprile como una clásica mamma italiana). Me sorprendió muchísimo la importancia que el director italiano le da a un personaje que en los diálogos de Platón no es ni siquiera secundario (anecdótico más bien se podría decir). En esta película Jantipa en cambio se presenta como alguien rebosante de sentido común, conocedora del mensaje filosófico de su marido (del que se confiesa bastante harta) e incluso capaz de predecir los futuros problemas de su esposo.

Comentario Crítico personal.

Como podéis observar la visión que Rosellini presenta de Sócrates difiere mucho de la que habíamos vistoen I. F. Stone. Me atrevo a decir que su punto de vista sobre el filósofo griego puede haber caído en el error contrario: el Sócrates de Rossellini queda muy lejos del partidario de Esparta que nos presenta Stone, sus alusiones a la política son  muy escasas (por no decir casi nulas), se trata de un maestro venerado y amado por sus discípulos y, de un modo inexplicable, brutalmente acusado por sus conciudadanos. Cuando se ve la película uno puede llegar a tener la sensación de que la sociedad ateniense estaba enferma, de que era capaz de acusar a un hombre bueno y justo a la muerte sin motivos racionales, simplemente por envidia o rencor. Ahora sí puedo entender en cierta medida a Stone y su intento de demostrar la culpabilidad de Sócrates, el periodista americano trataba con ello de romper con la imagen tradicional de extrema veneración que se sentía por el maestro y que conducía a considerar la sociedad ateniense del momento (una sociedad famosa por su tolerancia y fecundidad política, artística, filosófica, etc.) como una sociedad corrupta o completamente fuera de sus cabales. El problema es que ambos autores están dando una imagen difuminada de Sócrates, no real, no humana sino excesivamente contagiada por la mitificación (Rossellini en cuanto la comparte, Stone en cuanto pretende derruirla). Se trata de un Sócrates escindido que, o bien solo contiene elementos positivos (Rossellini nos lo presenta con muchos rasgos que sospechosamente lo acercan al Mesías, con el que comparte muchos elementos en común) o bien es el precedente de los dictadores totalitarios que conocerá el siglo XX (desde el punto de vista de Stone). Considero que ambas visiones son erróneas, que contienen elementos de verdad pero que en su mensaje último caen en el error, por ello creo necesario complementarlas, en el término medio se encuentra la virtud.
 
 
 
 
 

FICHA TECNICA: 
 

Título original. Socrate (Socrates) (TV)

Año. 1971

Duración. 120 min.

País.  Italia

Dirección. Roberto Rossellini

Guion. Roberto Rossellini, Renzo Rossellini, Jean-Dominique de la Rochefoucauld, Marcella Mariani

Música. Mario Nascimbene

Fotografía. Jorge H. Martín

Reparto. Jean Sylvère, Anne Caprile, Giuseppe Mannajuolo, Ricardo Palacios, Antonio Medina, Julio Morales

Productora. Coproducción Italia-España-Francia

Género. Drama | Biográfico. Antigua Grecia. Telefilm

Sinopsis. Biopic que narra con detalle los últimos días de Sócrates, incluyendo el juicio y su ejecución. Roberto Rossellini nos muestra al filósofo griego discutiendo en el ágora y muestra también los acontecimientos políticos que lo llevaron a su histórico juicio. (FILMAFFINITY)

 

 

 

 

 

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