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CORRUPTA ROMA
«Los que roban a un particular pasan la vida entre esposas y grilletes; los que roban al estado, entre oro y púrpura».
Marco Porcio Catón
SIGLO I A.C. CAMBALACHE: LA CORRUPCIÓN EN ROMA
Por Valentín Pennella y Juan Zaietz
URBE, 18 de febrero de 2023
“Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos” escribió Discépolo, y no hay que saber de tango para estar de acuerdo. La corrupción, lejos de ser un asunto moderno, existió durante toda la historia, “en el 506 y en el 2000 también”, desde la Antigüedad hasta el siglo XX que retrata la canción. En este sentido veremos los casos de Cayo Verres y Gneo Plancio, dos romanos que, cada uno a su forma, justifican los dichos de Discepolín. A través de estas historias, queremos explorar qué ha cambiado en la corrupción a lo largo de la historia y qué se ha mantenido igual.
Más viejo que la injusticia: Cayo Verres
Viajemos al 80 a.C. en Roma, tiempo antes del Coliseo, del Panteón, de Augusto, Calígula, Constantino y toda esa gente. Este año Cayo Verres, nuestro protagonista, fue electo cuestor de la República, un cargo que entre otras cosas se encargaba de cobrar los impuestos y dar cuenta de las salidas y entradas de dinero al erario público. Ejerció en la provincia de Asia (actual Turquía), de la cual Cneo Cornelio Dolabela, su futuro cómplice, era gobernador. Terreno perfecto para hacer negocios: un cargo administrativo en una provincia lejana. Juntos, saquearon la provincia durante dos años, hasta que en el 78 a.C. Dolabela fue llamado a Roma a declarar por malversación de fondos. Verres, que por supuesto era igual de culpable, fue absuelto por presentar pruebas en contra de su antiguo socio. Se había salido con la suya vendiendo a su colega.
Pasado este incidente, Verres siguió el cursus honorum, o la “carrera de honores”, que era el orden lógico de cargos que seguían los políticos romanos hasta alcanzar el consulado, la más alta magistratura. Así fue como nuestro protagonista fue electo pretor y luego propretor. En Roma, los cargos que empiezan con “pro” se les daban a los políticos una vez cumplido su mandato, para ejercer como gobernadores de una provincia durante el año siguiente. El objetivo era no elegir tantos magistrados por año. Así, los cónsules se convertían en procónsules, los cuestores en procuestores y los pretores, como Verres, en propretores. Dicho en criollo, es como si en la actualidad a los diputados y senadores más importantes se les ofreciera, una vez cumplidos los 4 años, extender su mandato como gobernadores de una provincia. Sicilia, la tierra de Vito Corleone, fue el escenario de los delitos de Verres.
Ya como gobernante de la isla del sur, Verres desplegó todos sus mecanismos para aumentar su patrimonio, algunos tan burdos como el saqueo de las propiedades de los terratenientes más ricos, robando sus obras de arte, por las cuales tenía predilección. A través de una política fiscal excesiva asfixió a los campesinos de una de las regiones más ricas de la República. Pero también implementó algunas estrategias más astutas. La Tercera Guerra Servil fue el último de los grandes levantamientos de esclavos en Roma. Se trataba de una banda de esclavos fugitivos y armados liderados por Espartaco, que deambulaban por Italia, asaltándola. En este contexto, Verres acusó infundadamente a los esclavos de los terratenientes ricos de unirse a la revuelta, condenándolos a muerte. De esta forma, cobró los sobornos que los terratenientes tuvieron que pagarle para no perder a sus esclavos. Inventar una causa para cobrar los sobornos. Hay algunas que no pasan de moda.
En el 70 a.C., Verres fue enjuiciado por sus delitos. Para su defensa, contrató a Hortensio, uno de los más prestigiosos abogados de Roma. Para mala suerte de ambos, el encargado de defender al pueblo siciliano fue nada más y nada menos que Cicerón, ampliamente reconocido como uno de los más grandes oradores de la historia. Cicerón había sido cuestor en Sicilia cinco años antes, y se encontraba en pleno ascenso político. Años después llegaría a ser cónsul y a convertirse en uno de los hombres más poderosos de la política romana. No muy lejos de Verres, su fortuna también fue adquirida en base a sus cargos públicos. Los discursos elaborados por Cicerón durante el juicio a Verres fueron compilados en unos textos conocidos como las Verrinas.
Desplegando sus dotes retóricos, Cicerón destruyó cualquier ilusión del acusado. “En verdad hemos traído ante vuestro tribunal, no a un ladrón, sino a un saqueador, no a un adúltero, sino a un salteador del pudor, no a un sacrílego, sino a un enemigo de lo sagrado y de todo lo que sea religión, no a un asesino profesional, sino al más cruel carnicero de ciudadanos y aliados; de forma que, a mi parecer, no ha habido, desde que los hombres pueden recordar, otro reo de tales características a quien hubiera que condenar” (p. 274).
La estrategia de Cicerón en el discurso fue demostrar el carácter singular del acusado, haciendo hincapié en su falta completa de moral: “Su naturaleza monstruosa e inhumana reclama alguna pena excepcional” (p. 273). Se trata de un criminal fuera de lo común, que ha robado como nadie en la historia: “si se amontonaran en un solo lugar los crímenes, robos y hechos vergonzosos de todos los condenados hasta ahora, apenas podrían igualarse ni compararse con una pequeña parte de los de este” (p. 280).
Para concluir su discurso, Cicerón se dirigió a Hortensio, el abogado defensor de Verres. En una clase magistral de retórica, le preguntó a este por qué había tomado el caso, pues según él la sóla decisión de defender a semejante criminal deshonraba al abogado. Cicerón invoca a Craso y Antonio, a quienes consideraba los mejores oradores de su época (sí, Cicerón tenía oradores favoritos. Los ídolos también tienen ídolos, como Messi con Pablito Aimar). Así concluía el discurso: “¿Qué harían con tal hombre y con una causa así todos los Crasos y Antonios? Creo, Hortensio, que sólo esto: no se encargarían de la defensa para no perder su fama de honestidad, su vergüenza en la desvergüenza de otro. En efecto, acudían a las causas libres e independientes, y no dejaban, si no querían ser imprudentes encargándose de la defensa, que aparecieran como ingratos si la abandonaban” (p. 448).
Tras el contundente discurso, Hortensio, su abogado defensor, recomendó a Verres que se exiliara. Y así lo hizo.
Vienen por el panem y el vinum: Gneo Plancio
Al igual que cualquier mañana, Plancio se levantó, desayunó de forma apurada un poco de pan y, vistiendo sus mejores ropas, se dirigió hacia la plaza central de su ciudad, si es que a un par de manzanas se le puede decir ciudad. Allí encontró los vehículos que lo llevarían a la capital y la comida para la gente. En efecto, lo acompañarían prácticamente todos los habitantes de su pueblo y sus alrededores, que en un par de horas votarían por él en las elecciones, con sus panzas llenas.
Aunque no lo parezca, no estamos hablando de un puntero de una municipalidad cualquiera, encargado de movilizar en micros a la población de un pueblo perdido en la profundidad de un moderno país, sino de la República Romana. Gneo Plancio nació en Atinia, un pueblo itálico con poco más de 4000 habitantes actualmente. En el año 54 a.C. gastó su billetera y movió sus redes de contactos para llevar votantes a Roma, hasta transformar su región en una suerte de pueblo fantasma durante unos días. Repartiendo pan y vino, la versión retro del chori y la coca, consiguió un codiciado batallón de manitos de yeso que votaran por su persona en los comicios.
El método de elección dominante en la República Romana fueron los comicios centuriados. Estos, si bien tenían una fachada democrática, permitía a los sectores más pudientes imponer sus deseos sin siquiera consultar a la plebe. Básicamente, si los patricios y los equites (plebeyos ricos) llegaban a un acuerdo, podían controlar quienes ocuparían los cargos de mayor prestigio, dejando de lado a los plebeyos.
Ahora bien, los cargos menores se elegían mediante un plebiscito sucedido en los llamados Comitia Tributa o asambleas tribales. Allí los magnates no solían abundar ya que las funciones repartidas se encontraban fuera de su mirada codiciosa. Este vacío era la razón de por qué Plancio apuntó a una de sus magistraturas. Fue nombrado edil curul, uno de los encargados de controlar el orden público en la ciudad de Roma y administrar los pesos en los mercados de la urbe. Sin embargo ésta no fue la única responsabilidad que tuvo el itálico, sino que 4 años antes, en el 58 a.C., se había encargado de cuidar y administrar los bienes públicos de Macedonia, ocupando el puesto de cuestor. No obstante, más allá de todas las dudas que pudo generar nuestro protagonista con su administración de los fondos macedonios, sus problemas judiciales sucedieron producto de su victoria en las elecciones.
Juvencio Laterense, un competidor al mismo cargo nacido en una familia prestigiosa de Roma, le hizo un juicio a Plancio, alegando que éste había amañado la elección, ya que no tenía sentido que un italiano originario de un pueblo del interior pudiera vencer a un capitalino de pura cepa. Plancio pudo ganar el proceso ya que su defensa fue dirigida por su amigo personal, el ya mencionado Cicerón, que por esos años ya había disfrutado de la gloria del cursus honorum.
En la audaz defensa, Cicerón entendió que las elecciones populares, más que basarse en el mérito, están ligadas al amor del pueblo hacia los candidatos en cuestión. Dicho en el vocabulario antipopular que siempre lo caracterizó, “El pueblo es siempre juez injusto del mérito personal, porque lo envidia ó lo admira” y así es como entiende que “Plancio te ha vencido en la elección por el afecto, no solo de su municipio, sino de los colindantes”. Ahora bien, ¿quién es esta gente a la cual Cicerón hace referencia y por qué amaba tanto a Plancio?Por lo general cuando imaginamos a un romano del común pensamos en unos togados en finas telas que gozaban de los desarrollos técnicos latinos como los acueductos, baños públicos o la losa radiante. Sin embargo, dentro de los movilizados por Plancio no solo encontramos sujetos de la alta alcurnia itálica sino también individuos de bajos recursos. Estos últimos no estaban motorizados únicamente por el amor sino por una forma de vinculación un poquito menos amorosa y más extorsiva llamada patronazgo.
Esta forma de relación de poder desigual y explotativa consistía en un vínculo asimétrico entre patrón y cliente, el cual solía ser hereditario. Este cliente (el plebeyo pobre) escoltaba a su patrón, votaba por él en los comicios y le daba apoyo político y prestigio social. Por su parte, el patrono era un sujeto enriquecido, la mayoría de las veces patricio, que se encargaba de dar apoyo legal a sus clientes, préstamos, alimentos y herramientas de trabajo.
En general, la gente del común no se involucraba por motus propio en estas relaciones desiguales sino como producto del propio funcionamiento de la sociedad. Los sectores populares rurales dependían en su mayoría de la producción de sus muy escasas tierras, que rondaban entre las 5 a 10 iugeras (1,25 a 2,5 ha respectivamente). Para tener un punto de referencia, el campesino promedio ateniense, que solía tener un aceptable nivel de vida para los parámetros antiguos, poseía una propiedad de entre 3,6 y 5,4 ha y a veces también un esclavo.
Saliendo de esta comparación, el maltrecho campesinado de la península itálica enfrentaba dificultades severas, ya que estamos hablando de una época donde Monsanto y las semillas transgénicas todavía no habían comenzado a realizar sus primeros pasos. El más mínimo inconveniente, ya sea climático, de plagas o la enfermedad de un miembro de la familia (que dejaba de aportar como mano de obra al hogar) podía ser catastrófico. Ante estas adversidades los sectores subalternos podían endeudarse, no con vistas a realizar inversiones financieras o productivas, sino con el simple objetivo de llegar vivos a la próxima primavera.
Y acá es donde se comienza a enturbiar la situación de los más desfavorecidos. Si estos no lograban saldar sus deudas a tiempo, podían ser sometidos al nexum (esclavitud por deudas). Hasta el 326 a.C., con la Ley Poetelia, esta práctica fue legal según la propia legislación romana, siempre tan amable con los que menos tenían. Sin embargo dicha práctica continuó replicándose de forma ilícita hasta los años de Plancio y posteriores. La amenaza de muerte o perder la libertad explican por qué los campesinos, que solo buscaban subsistir de la mejor manera posible, se sumergían en una relación desigual con un patrón que pudiera solventar problemas financieros a cambio de una lealtad y apoyo incondicional. Se puede decir entonces que Plancio no movilizó exclusivamente a individuos que lo seguían por convicción y amor sino porque este había aprovechado sus condiciones paupérrimas de vida para beneficiarse políticamente. Probablemente Lateranense, a pesar de su denuncia, de haber podido acceder a la misma masa de gente mediante mecanismos similares lo habría hecho sin lugar a dudas, si no es que lo hizo posteriormente, ya que su carrera política continuó bastantes años más.
Como si pareciera acto de la mufa, los dos rivales electorales tuvieron un pésimo final. A Plancio le fallaron sus habilidades de estadista y durante la Guerra Civil terminó en el bando de Pompeyo, quién sería decapitado en Egipto. Nuestro protagonista correría la misma suerte en manos de César. Lateranense midió mal el piletazo y tampoco tuvo un buen desenlace ya que se quitó la vida luego de intentar enfrentar a Emilio Lepido y Marco Antonio en Hispania en el año 43 a.C.
Al fin y al cabo, las prácticas políticas romanas no cayeron con el Imperio Romano de Occidente en el 476 ni con su par de Oriente en 1453, sino que siguen vigentes al día de hoy. Ya conocemos al mundo actual, con sus trampas y sus virtudes, pero que el siglo I a.C. es un despliegue de maldad insolente, ya no hay quien lo niegue.
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15-12-2015. Ángeles Castellano (MAN), Pedro Ángel Férnandez-Vega (Gobierno de Cantabria), José Manual Roldán Hervás (Universidad Complutense de Madrid), Carmen Fernández Ochoa (Universidad Autónoma de Madrid). Con motivo de la publicación del libro Corrupta Roma, del Dr. Pedro Ángel Fernández-Vega el Museo organiza una Mesa redonda que ofrecerá una semblanza acerca de la corrupción en la antigua Roma y los mecanismos que le hicieron frente. Tejida en redes de clientelismo que vinculaban a los grupos empresariales con la clase política, la corrupción emergió en forma de escándalos, mientras se instalaba de manera endémica en el sistema.
12/07/2019- Javier Cabrero Piquero. Director del Departamento de Historia Antigua. Profesor Titular. UNED Curso de Verano UNED 11-13/07/2019. Roma vivet: Herencia y pervivencia de la Roma antigua
«Roma y nosotros. Cómo entender la herencia romana en nuestro tiempo», conferencia de la Dra. Mary Beard (University of Cambridge), presentada por la Prof. Carmen Fernández Ochoa (Universidad Autónoma de Madrid) y Dr. Javier Salido Domínguez (Universidad Complutense de Madrid), primera del ciclo «Diálogos con el mundo clásico»
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