LA LÓGICA NIHILISTA EN ALBERT CAMUS
LA PUREZA NUNCA ES UN DESIERTO, por Albert Camus
«Sabemos con qué rapidez los medios son tomados como fines; nosotros no queremos una justicia cualquiera. Pues se trata, en efecto, de hacer posible la salvación del hombre. No colocándose fuera del mundo, sino a través de la historia misma. Se trata de servir a la dignidad del hombre con medios que sigan siendo dignos en medio de una historia que no lo es. Mídase la dificultad y la paradoja de semejante empresa. No hay cuestión que sea más urgente. Sí, ¿por qué volver sobre este debate? Para que el día en que el mundo haya vuelto a la prudencia realista, y por lo mismo haya vuelto a caer en la demencia y en la noche, hombres como Guéhenno se acuerden de que no están solos y que sepan entonces que la pureza, se piense lo que se piense, nunca es un desierto»
Hace dos días, Jean Guéhenno ha publicado en el Fígaro un hermoso artículo que no podemos pasar por alto sin hacer ver la simpatía y el respeto que debe inspirar a todos los que mantienen una preocupación por el porvenir de los hombres. Hablaba en ese artículo de la pureza, un tema difícil en verdad.
Ciertamente que Jean Guéhenno no hubiese hablado sin duda de ello, si en otro artículo inteligente aunque injusto, un joven periodista no le hubiese reprochado una pureza moral que éste temía se confundiese con el desprendimiento intelectual. Jean Guéhenno contesta muy justamente a ello al abogar por una pureza mantenida en la acción. Y, por supuesto, es el problema del realismo el que se plantea: se trata de saber si todos los medios son buenos.
Todos estamos de acuerdo sobre los fines, pero tenemos opiniones diferentes sobre los medios. Todos contribuimos, nadie duda de ello, con una pasión desinteresada a la felicidad imposible de los hombres. Pero sencillamente hay entre nosotros algunos que piensan que se puede emplear todo para realizar esta felicidad y hay otros que no piensan así. De estos últimos somos nosotros. Sabemos con qué rapidez los medios son tomados como fines; nosotros no queremos una justicia cualquiera.
Esto puede provocar la ironía de los realistas, y Jean Guéhenno acaba de demostrarlo. Pero es él quien tiene razón, y nuestra convicción es la de que su aparente locura es la única sabiduría deseable para hoy. Pues se trata, en efecto, de hacer posible la salvación del hombre. No colocándose fuera del mundo, sino a través de la historia misma. Se trata de servir a la dignidad del hombre con medios que sigan siendo dignos en medio de una historia que no lo es. Mídase la dificultad y la paradoja de semejante empresa.
Sabemos, en efecto, que la salvación de los hombres es quizá imposible; pero decimos que esa no es una razón para que dejemos de intentarla, y decimos, sobre todo, que no está permitido decir que es imposible antes de haber hecho, de una vez para siempre, todo lo que era preciso para demostrar que no lo era.
Hoy nos dan ocasión para ello. Este país es pobre y nosotros somos pobres con él. Europa es miserable, su miseria es la nuestra. Sin riquezas y sin herencia material hemos entrado quizá en una libertad en la que podemos entregarnos con toda el alma a esta locura que se llama la verdad.
Así nos ha sucedido que ya hemos expresado nuestra convicción de que se nos daba una última oportunidad. Y verdaderamente pensamos que es la última. Hace siglos que los medios de la astucia, la violencia y el sacrificio ciego de los hombres han dado ya sus pruebas irrefutables. Estas pruebas son amargas. Ya no queda más que una cosa por intentar, que es el camino intermedio y sencillo de una honradez sin ilusiones, de la prudente lealtad, y la obstinación por reforzar únicamente la dignidad humana.
Nosotros creemos que el idealismo es vano. Pero nuestra idea, para terminar, es la de que el día en que los hombres quieran poner al servicio del bien la misma constancia y la misma incansable energía que algunos ponen al servicio del mal, ese día las fuerzas del bien podrán triunfar -quizá durante un corto tiempo, pero, sin embargo, durante un cierto tiempo, y esta conquista no tendrá entonces límites.
Se nos dirá, finalmente: «¿Para qué volver otra vez sobre el mismo debate? Hay tantas cuestiones urgentes que son de orden práctico…» Pero nunca hemos retrocedido ante la necesidad de hablar de estas cuestiones de orden práctico. La prueba está en que, cuando hablamos de ello, no contentamos a todos.
Y, por lo demás, era preciso volver a tratar de esto, porque, en verdad, no hay cuestión que sea más urgente. Sí, ¿por qué volver sobre este debate? Para que el día en que el mundo haya vuelto a la prudencia realista, y por lo mismo haya vuelto a caer en la demencia y en la noche, hombres como Guéhenno se acuerden de que no están solos y que sepan entonces que la pureza, se piense lo que se piense, nunca es un desierto.
«Combat», 4 de noviembre de 1944.
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ALBERT CAMUS, Ensayos-Actualidades 1, cap. V. Obras completas, Aguilar, 1968. Filosofía Digital, 03/07/2008.
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LA LÓGICA NIHILISTA EN ALBERT CAMUS DESDE EL ESTADO DE SITIO Y SUS RÁICES ESPAÑOLAS
“Yo en efecto, no soy un filósofo y no sé hablar más de lo que he vivido. Yo he vivido el nihilismo, la contradicción, el vértigo y de la destrucción. Pero al mismo tiempo he saludado el poder de crear y el poder de vivir” (Albert Camus)
Por Luis González García
Si hay un testigo o narrador “privilegiado” de las vicisitudes de la condición humana, refrendada en un siglo frenético y convulsionado como lo fue el siglo XX, ése fue sin dudas Albert Camus. Y es que tal cómo afirmara Aranguren:
“este escritor francés no es ni pretende ser, en rigor un metafísico, sino fiel a una brillante tradición de su país, estrictamente un moralista” (1) .
Precisamente, el análisis que haremos en torno a la obra de Camus comprenderá aquella moralidad que el nihilismo arraigado en el frenetismo de sentido pone en cuestión y desestima.
Lo anterior lo enfocaremos desde la resignación silente del absurdo que tras-valorado en su lucidez termina perpetuándose en una “lógica nihilista”, que racionaliza e institucionaliza el absurdo y la muerte. Subyace un discurso del “todo o nada” como un “falso dilema” que seduce y resigna a toda una época.
Para tales efectos, será principalmente en la obra El Estado de Sitio donde apreciaremos como Camus nos describe las paradojas de la condición humana que implica que toda una sociedad, como la española franquista, se someta al automatismo de la costumbre al alero de una (sin)razón que “normaliza” la muerte y el miedo.
En efecto, cuando el filósofo Gabriel Marcel le cuestiona a Camus el porqué de traslucir la realidad española en tal obra teatral, nuestro autor no vacila en dar cuenta que
“el mal se define por sus efectos, no por sus causas, y se llama Estado policial o burocrático su proliferación en todos los países, bajo los más diversos pretextos ideológicos, hace que constituya un peligro moral, para lo mejor que hay en nosotros” (2).
Evidentemente se refuerza el intento de denuncia ética, nihilista en este caso, como tendencia espiritual común que yace tras la lógica totalitaria, independiente de su consigna.
No obstante, tozudamente junto con Marcel otra vez nos preguntamos, ¿por qué España? Evidentemente Camus que consideraba a España como su segunda patria, se sentía deudor de la obra y del “genio paradójico del español” ya contenida en la exaltación de la mediterraneidad que habitaba e inspiraba su obra (3). Ella era una fuente de contradictoria lucidez que se ofrecería a un espíritu que se forjó bajo la sensibilidad y la conciencia; nos dice en Bodas: “el mediterráneo exige almas clarividentes, es decir, sin consolación. Pide que se haga un acto de lucidez, lo mismo que se hace un acto de fe” (4).
Pero respecto a su influencia española, el explícitamente menciona en su discurso “España y el Don Quijotismo” (5) una tributación específica hacia una cultura que durante toda su vida no cesó de alabar y sentir viva admiración. Es decir, nos deja ver Camus:
“aquella «inactualidad» en suma, erigida en filosofía, ha hallado en Don Quijote un ridículo y regio portavoz” (6).
España ahogada por el franquismo y un Camus que, solidario a la causa y desgracias de los republicanos, apreciaba la misma paradoja de la resistencia republicana a la tenacidad incomprendida del Quijote. Sin embargo, Camus mediante Calígula ya nos ponía en alerta y constataba el frenesí que pendularmente se ofrecía tanto en el este como occidente: “(…) este mundo, tal como está hecho, no es soportable. Así que necesito la luna, la felicidad o la inmortalidad” (7). Conmoción espiritual que dejaría el intersticio para una fundación frenética del sentido extraviado.
Para Camus, en lo que nos concierne, en tiempos de la dictadura franquista se llegó al tope de la paradoja española, en “momentos que don Quijote es encarcelado y su España es arrojada fuera de España” (8). El sentimiento trágico de la existencia, la concesión a una lucidez contradictoriamente “trágica” e “hidalga”, cae en la incomprensión del espíritu cesáreo; se dejaba la puerta abierta a la eficacia y resoluciones nihilistas.
De esta forma se consuma el olvido del hombre absurdo que bajo su conciencia, libertad y pasión nos la representaría la seducción insaciable de un español “Don Juan” (9). Este mide lo fecundo de su acción por la entrega sin reserva al presente. Se trata de agotar todo lo dado, de calibrar en el acto mismo el valor que ese momento ostenta.
Mide lo fecundo de su acción por la entrega sin reserva al presente. Se trata de agotar todo lo dado, de calibrar en el acto mismo el valor que ese momento ostenta
No obstante, epocalmente se estaba optando más bien como si estuviera ad portas de aquel ideal ascético que Nietzsche comprendía amenazante por su concordancia con la propensión de la voluntad humana al vacío:
“(…) esa voluntad necesita una meta – y prefiere la nada a no querer” (10).
Surge el El Estado de Sitio, y aparece La Peste que, como representación del escarnio moral y dictatorial, seduce:
“Yo os otorgo el silencio, el orden y la absoluta justicia. No os pido agradecimiento, pues lo que hago por vosotros es muy natural. Pero exijo vuestra colaboración activa. Mi ministerio ha comenzado” (11).
El Estado de Sitio, situada en Cádiz, nos refleja la consecuencias e imperio del nihilismo y muerte bajo las directrices de la razón, de la eficacia y las costumbres. La “provocación nihilista” de la Nada, personaje de la obra, asfixia la rebeldía cuando se perpetúa la normalización de la costumbre, de lo inane: “(…) el cambio de las costumbres es inadmisible para la gente” (12). En Cádiz, la desidia, la costumbre, daba pie para la propagación de la Peste. El grito a lo imposible, propio del carácter español, trastoca en mutismo.
El Estado de Sitio, situada en Cádiz, nos refleja la consecuencias e imperio del nihilismo y muerte bajo las directrices de la razón, de la eficacia y las costumbres
Llegada La Peste, símbolo del dictador, el intento es elaborar e instaurar tal lógica que perpetúe tal estado de sitio. La lógica nihilista, que son las razones de la muerte, se esconden en la burocracia del aparato estatal; a su vez representada por la secretaria, se sirve de los nihilistas:
“puedo significarle que éste pertenece al género de los que no creen en nada y qué tal estirpe me es muy útil” (13).
El silencio y el crimen razonado encontraron su fundamento en la actitud absurda, que acentuada por la ambigua estimación moral que ella suponía (¿para qué vivir?).
Se establece de esta manera el lenguaje burocrático donde la opresión y la muerte se solapan en discursos contables, en números, en protocolos. El lenguaje nihilista es eficaz y normativo. La tibieza moral de las autoridades al ser rápidamente cómplices de la peste, refleja aquella crítica de Camus a los colaboracionistas no sólo españoles en este caso. La idea de la Peste es justificar su reinado so pretexto de la culpabilidad que les cabe a todos.
“Es preciso que ustedes mismos se sientan culpables” (14).
Reina la confusión y la resignación al propiciar la autoculpabilidad del propio destino. Perpetuar el silencio y la incomprensión mutua es la lógica del nihilismo que arrecia. La peste lo afirma: “se trata aquí de conseguir que nadie se comprenda, aunque todos hablen la misma lengua” (15). Se encuentra la justificación necesaria para “parapetarse” tras el silogismo que invoca la destrucción total. En sustento de tal perspectiva:
“(…) la negación total no se agota pues con el suicidio. Sólo puede agotarla la destrucción absoluta de sí mismo y de los demás” (16).
Se justificarían el asesinato por medio de razonadores, pero no- razonables argumentos. Se llegaría a un razonamiento que en pleno siglo XX desproporcionadamente legitimaría el “asesinato razonado”
Se justificarían el asesinato por medio de razonadores, pero no- razonables argumentos. Se llegaría a un razonamiento que en pleno siglo XX desproporcionadamente legitimaría el “asesinato razonado”. La ley entra en la inercia de la formas impuestas y la justificación; el juez, personaje de El Estado de Sitio, nos dice
“si el crimen se convierte en ley, cesa de ser crimen” (17).
Directrices racionales que “provisionalmente” ha de combinar la política con la moral. Por eso “(…) en virtud de un efecto inverso es el llamado desesperado de la regla, el orden y la moral lo que resuena en este universo demente” (18). La virtud y la honorabilidad exiliada, dada su arrogancia de discutir la ley, deambula en la soledad cuan Quijote y Sancho.
La virtud y la honorabilidad exiliada, dada su arrogancia de discutir la ley, deambula en la soledad cuan Quijote y Sancho
En El estado de Sitio se perpetúa la eximición moral en base a la legalidad impuesta de la muerte. Suerte de banalidad del mal. Prima en ello la coartada perfecta para que el ciudadano común encuentre sus razones para dar cabida a resentimientos reprimidos;
“que buena ocasión para liquidar a esos hijos de perra que se han atiborrado mientras nosotros reventábamos de hambre” (19).
El odio de La Peste se extiende, se masifica y hace consciente. Subyace en tal predicación ese nihilismo moral y una voluntad de dominio. Es como si sí el desbaratamiento de la moralidad o eticismo, replicara el “Todo está permitido” de Karamazov. En consecuencia,
“todo está permitido y los siglos del crimen se ha preparado para este minuto de trastorno” (20).
Camus nos dará cuenta alegóricamente de la persuasión de la lógica nihilista que asoma y se nutre de la sensación de escozor y desesperanza de los habitantes en su obra. La muerte y el mal amparados bajo el marco racional que fundamenta la costumbre y la ley, será trasfondo de personajes que se resignan frente a un absurdo de la inacción, que se nutre de dicha misma ambigüedad de las conductas erráticas y amorales.
La muerte y el mal amparados bajo el marco racional que fundamenta la costumbre y la ley, será trasfondo de personajes que se resignan frente a un absurdo de la inacción, que se nutre de dicha misma ambigüedad de las conductas erráticas y amorales
El diálogo fecundo y ético entre los hombres yacen en la nostalgia de una rebelión extraviada; más aún cuando:
“El diálogo a la altura del hombre cuesta menos caro que el evangelio de las religiones totalitarias, monologado y dictado desde lo alto de una montaña solitaria” (21).
Pero existe la figura del rebelde que supera; más bien integra la actitud y lucidez del hombre absurdo. Este reivindica un orden moral que logre atenuar tal absurdo y la lógica de muerte. Es Diego, pero es también el doctor Rieux de novela La Peste. Actúan, quieren restablecer una unidad humana bajo la el valor intransable de la fraternidad.
Fraternidad humana que nace con la rebelión ante el absurdo, y que liga a hombres de un mismo destino entrelazado en esa promesa de vida y la posibilidad siempre latente de la muerte
Fraternidad humana que nace con la rebelión ante el absurdo, y que liga a hombres de un mismo destino entrelazado en esa promesa de vida y la posibilidad siempre latente de la muerte. La fraternidad en efecto, es el móvil oculto, pero indispensable de la acción eficaz del rebelde que convoca a la acción concreta de solidaridad con los hombres enfrentados a los caprichos del destino (22).
Su lucidez implica resarcirse del nihilismo y refrendar en la paradoja de lo trágico y su asimilación la plataforma de rebelión, encarando la muerte como tragedia natural que rechaza la lógica y el odio
Diego, el rebelde de Cádiz, deseoso de comunicar y dialogar da cuenta que son las razones de su vida las que cuentan. Su lucidez implica resarcirse del nihilismo y refrendar en la paradoja de lo trágico y su asimilación la plataforma de rebelión. Encarando la muerte como tragedia natural que rechaza la lógica y el odio como su lev motiv, Diego comprende que la rebeldía puede cobrar sentido en los extremos del desprecio de la muerte impuesta.
Mirando a los ojos a La Peste, consciente que su triunfo es la lucidez de la muerte escogida y no bajo esa lógica artificiosa de muerte del “todo o nada”. El “saber morir” es parte de la rebeldía que descompone el frenesí de lo absoluto, pues se le escapa. Sísifo otra vez triunfa frente a la orgullosa auto-complacencia de una fuerza que aplasta y supera, pero que vive del sometimiento y resignación.
El “saber morir” es parte de la rebeldía que descompone el frenesí de lo absoluto
La solidaridad con los hombres en la muerte, y también por el principio del amor resaltan las antinomias inherentes de la naturaleza humana. Desafiante Diego afirma:
“Sólo desprecio a los verdugos; si alguna vez mata lo hacen en estado de locura” (23).
No se ha de temer lo que es fiel a la condición humana, lo que indigna más bien es la lógica que la sostiene. Saber vivir es saber morir; pero morir como remembranza quijotesca en base a la inactualidad y su paradoja: “Tenía sed de honores ¿Y no los encontraré hoy sino entre los muertos?» (24) nos afirma Diego. La valentía y el sacrificio amedrentan a La Peste, pero también cuestionan a La secretaria ante su naturaleza de muerte:
“(…) Era libre, antes que usted estaba asociada al azar. Entonces nadie me detestaba” (25).
Diego triunfa en la tragedia y el honor que trae consigo el sacrificio en base a la propia justificación de la muerte. La Peste tambalea. El orgullo del rebelde basta para desbaratar el nihilismo y la destrucción pero no obstante advierte:
“(…) la crueldad subleva, pero la tontería descorazona ¡ Honor a los estúpidos, pues ellos preparan mis caminos!” (26).
La voluntad de negación nihilista en su vivencia extrema mostraría sus fisuras descubiertas por la futilidad de su misma empresa:
“Mi odio exige víctimas frescas. Despáchame ésta. Y volveremos a empezar en otra parte” (27).
Y es que la mejor señal llegaría en el momento que tal espíritu que se apreciaba inexpugnable se interrogue por el sentido real y profundo que le motiva. La Peste en la obra se resiente desde el momento que Diego le mira a los ojos, le enfrenta con orgullo. Piensa los fundamentos de su mal.
La muerte y el odio racionalmente administrados asimilan lo fútil de su empresa cuando la lucidez del rebelde quiebre la auto-complacencia del verdugo de saberse amo y destino a la vez
La muerte y el odio racionalmente administrados asimilan lo fútil de su empresa cuando la lucidez del rebelde quiebre la auto-complacencia del verdugo de saberse amo y destino a la vez. Diego logró des-fundamentar la maquinaria de muerte y con ello, de nihilismo que le sostenía. La lógica de muerte desvelada en su razones profundas terminan de ser campo fecundo para el nihilismo. La Nada termina arrojándose al mar; enfriado el odio y sus razones, queda sin sostén para su empresa de fundir “unidad y totalidad”.
Diego logró des-fundamentar la maquinaria de muerte y con ello, de nihilismo que le sostenía. La lógica de muerte desvelada en su razones profundas terminan de ser campo fecundo para el nihilismo
En conformidad con lo anterior, ¿acaso Camus nos señala mediante la acción de Diego un intento de “superación del nihilismo”? Pareciera que por el reconocimiento de Diego y su sacrificio, tal “renacimiento” será tal si comprende la reconsideración de los límites humanos generalmente ignorados y omitidos. En relación a ello, en su Carnets II Camus afirma:
“(…) si todos nosotros, que precedemos del nietzscheísmo, del nihilismo o del realismo histórico, confesáramos públicamente que nos hemos equivocado, que existen valores morales y en lo sucesivo haremos lo que sea necesario para fundarlos o ilustrarlos, ¿esto podría ser el comienzo de una esperanza?” (28).
En el extremo más desgarrador para la condición humana que infringe la voluntad nihilista, sería posible apreciar, según lo deja ver nuestro escritor; una fulgurante afirmación positiva que permanece incluso en esta embriaguez de aniquilación. No obstante ello, el nihilismo niega a extinguirse y sigue latente al ignorar la tensión entre dicha y muerte que implica la condición humana. La Peste se aplaca, pero no extingue. El coro al final del estado de sitio nos pone en ciernes:
“No, no hay justicia, pero hay límites, Y quienes pretenden no reglamentar nada, los traspasan igual que aquellos que quieren dar reglar para todo...” (29).
La Nada, personificación del nihilismo, advierte “ (…) Adiós buena gente; un día sabréis que no se puede vivir bien sabiendo que el hombre no es nada y que la cara de Dios es espantosa” (30).
El nihilismo desbaratado del odio sigue latente en el olvido de ser hombres
El nihilismo desbaratado del odio sigue latente en el olvido de ser hombres. Y es que tal como dijo Camus, quizá Diego representa esa talante español bajo la religión de don Quijote, donde
“(…) la certidumbre se cobija en la férrea obstinación de concebir que en cierto grado la derrota se trasmuta en victoria y la misma inactualidad atenida y llevada a término, acaba por volverse actualidad” (31).
Las paradojas de un pueblo como el español, lecciones de vida bajo el drama y la pasión por vivir, la nobleza e hidalguía del sacrificio, la afirmación de valores humanos intransables; parecieran ser las recetas para renacer frente al nihilismo de cariz totalitario.
Camus, testigo de su tiempo supo describir aquellas ambivalencias que, incomprendidas por la falta de lucidez y mesura de los hombres de su época, terminaron en un vehemente nihilismo fecundado en el afán intransigente de conciliar la vida y la felicidad, descuidando con ello la tensión y los límites rebeldes que no desconoce el absurdo inherente a la condición humana. Camus y la exhortación a la lucidez son sin dudas preceptos a trasmitir en tiempos de inconsistencia y ceguera moral como las nuestra.
En ello y su contante re-significación debemos esmerarnos, más aún como admiradores de éste gran intelectual francés.
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Notas
1 Aranguren José Luis, El Protestantismo y la Moral; en Obras Completas Vol. II, Ed.Trotta S.A, Madrid, 1994, p. 150.
2 Camus, Albert, ¿Por qué España? Contestación a Gabriel Marcel; Albert Camus, Obras Completas Tomo II, trad. Julio Lago Alonso, Ed. Aguilar, Segunda Edición, México, 1959, p. 442.
3 Ya en sus obras tempranas se sentía “parte del pensamiento mediterráneo” que evocaba a pensadores y literatos clásicos que convergían en cierta descripción o narración basada en cierta introspección sensitiva , lúcida y desgarrada de lo realidad y la vida.
4 Camus, Albert, Bodas; en Albert Camus, Obras Completas Tomo II, trad. Julio Lago Alonso, Ed. Aguilar, Segunda Edición, México, 1959, p. 116.
5 Camus, Albert, España y el Don Quijotismo ,trad. De Inés de Cassagne, descargado http://camuslatinoamerica.org/trabajos
6 Camus, Albert, España y el Don Quijotismo.
7 Camus, Albert, Calígula; Obras Completas Tomo II, trad. Julio Lago Alonso, Ed. Aguilar, Segunda Edición, México, 1959, p. 718.
8 Camus, Albert, España y el Don Quijotismo. trad. De Inés de Cassagne, descargado http://camuslatinoamerica.org/trabajos
9 Precisamente, Don Juan representaría para Camus al hombre absurdo en su adherencia a la cantidad, al rechazo del sentido profundo el mundo, y la concesión al momento presente y sensitivo.
10 Nietzsche, Friedrich, La Genealogía de la Moral; traducción Andrés Sánchez Pascual, Alianza editorial, quinta reimpresión , Madrid,2004, p.128.
11 Camus, Albert, El Estado de Sitio ; Obras Completas Tomo II, trad. Julio Lago Alonso, Ed. Aguilar, Segunda Edición, México, 1959, p. 977
12 Camus, Albert: El Estado de Sitio. p. 937
13 Op.cit. p. 936.
14 Id., p. 990
15 Id., p. 999
16 Camus, Albert: El Hombre Rebelde, p. 13
17 Camus, Albert: El Estado de Sitio. p. 1005
18 Camus, Albert: El Hombre Rebelde. p. 96
19 Camus, Albert: El Estado de Sitio. p.1044
20 Camus, Albert, El Hombre Rebelde . p. 61.
21 Op. cit,, p.262.
22 Gallardo Vidal, Blas, “Camus o la exigencia de los límites”; Ed. Fundación Teresa de Jesús, Salamanca, 1998. p. 16.
23 Camus, Albert. El Estado de Sitio, p.1055
24 Op. cit. p.1056
25 Id. p. 1057.
26 Id. p.1060
27 Id. p. 1057
28 Camus, Albert. Carnets II (Enero de 1942- Marzo de 1951); trad. Mariano Lencera, Ed. Losada, Buenos Aires 1966, p. 143
29 Camus, Albert, El Estado de Sitio. p. 1064
30 Op. cit. p 1065
31 Camus; Albert, España y el Don Quijotismo. descargado http://camuslatinoamerica.org/trabajos