«TODA ESPAÑA ERA UNA CÁRCEL» (fragmento). «La construcción del Régimen del 78 empezó en Carabanchel, con la prisión light de los hijos del franquismo, que transmutó a la Falange en la Izquierda del nuevo Régimen».

Toda España era una cárcel

 

JOSEANTONIANOS DEL MUNDO, UNÍOS

Anguita fue premio nacional José Antonio, pero su  discurso de las dos orillas es también del marxista Sartre

Por Carles Castro

La Vanguardia, julio 1997

 

La Izquierda Unida difícilmente se convertirá en la “casa común” de la izquierda, pero corre camino de transformase en una autentica “casa de los espectros”. El último de los fantasmas resucitados ha sido el del dubitativo Hamlet, a cuenta del “ser o no ser” ante HB. 

 

antes de que julio Anguita resucitara el espectro de las purgas estalinistas –aplicado, eso sí, en una versión de terciopelo sobre los disidentes de Nueva Izquierda-, otro fantasma recorría Izquierda Unida: el de Falange Española

 

Pero, incluso, antes de que julio Anguita resucitara el espectro de las purgas estalinistas –aplicado, eso sí, en una versión de terciopelo sobre los disidentes de Nueva Izquierda-, otro fantasma recorría Izquierda Unida: el de Falange Española. Santiago Carrillo, ex secretario general del PCE, fue el primero en desempolvar el espectro al definir a Anguita como “una secuela de la revolución pendiente y una mezcla de su juventud falangista y su conocimiento tardío del marxismo y del leninismo”.  Y más recientemente, Cristina Almeida calificó el discurso de “las dos orillas” -que permite a Julio Anguita situar en el margen izquierdo a la IU, y en el derecho a los restantes partidos– de “antiguo” y José Antonio. De hecho, hace más de diez años, el propio Anguita admitió en una entrevista a la revista “Época” que en su juventud  vistió la camisa azul, cantó el “Cara al sol” e incluso ganó “un  premio humano de este personaje”.

 

De hecho, hace más de diez años, el propio Anguita admitió en una entrevista a la revista “Época” que en su juventud  vistió la camisa azul, cantó el “Cara al sol” e incluso ganó “un  premio humano de este personaje”.

 

Ciertamente, la metáfora de “las dos orillas” aparece en un texto joseantoniano: “La labor verdadera que corresponde a España y a nuestra generación es pasar de eta ultima orilla de un orden económico social que se derrumba, a la orilla fresca y prometedora del orden que se adivina”. Sin embargo, el texto no acaba ahí, pues incluye un tramo en el que se advierte que ese salto “de una orilla a otra” debe hacerse “sin que nos arrastre el torrente de la invasión de los barbaros”, sinónimo joseantonio de la revolución comunista.

Por lo tanto, es conveniente no sacar las palabras de su contexto; entre otras razones porque la metáfora de “las dos orillas” también ha sido utilizada por el filósofo marxista Jean Paul Sartre y, precisamente, para comparar las dos órdenes sociales en pugna durante la guerra fría: el capitalismo y el comunismo. 

Dicho esto, ¿es correcto definir a Julio Anguita como joseantoniano o, por lo menos, encontrar en el líder comunista ecos joseantonianos? La respuesta a esa pregunta no es fácil, ya que exige previamente delimitar el significado de un término qué no pocas personas  asocian con un pasado tenebroso. Además, un discurso joseantoniano puede aludir a la “democracia apacible”, pero también a firmar que “el ser rotas es el más noble destino de las urnas”. Y es que el pensamiento del líder falangista es variable, por cuanto responde a la exclusión del propio personaje, que culmina en su apelación a la concordia entre los españoles, ya desde el “corredor de la muerte”, poco antes de ser ejecutado en 1936.

En cualquier caso, de los rasgos ideológicos más permanentes en Primo de Rivera se desprender que las concomitancias entre el discurso del actual líder comunista español y el del fundador de la Falange solo existen a través de una forzada metamorfosis. Así, José Antonio alude en todo momento a una minoría dirigente (laaristocracia abierta”), al frente de la “revolución nacional-sindicalista”, pero no parece que ese concepto se corresponda con el de la vanguardia revolucionaria del partido leninista.

Por otra parte, la idea joseantoniana de la clase obrera como sujeto histórico es ambivalente. Primo de Rivera defiende su dignidad, pero no duda en calificar a “la plebe urbana” de “rencorosa e insolente”, mientras que Anguita emplea un tono  didáctico, entre reprobatorio y conmiserativo, para dirigirse a un “pueblo llano” seducido por los cantos de sirena del capitalismo y sus cómplices. Eso sí, los dos personajes coinciden en una radicalidad que tiene bastante de utópica, pues el líder falangista defendía la reforma agraria y la nacionalización del crédito (elementos programáticos deIzquierdaUnida). Y coinciden también, aunque sin duda desde ópticas distintas, en sus renitencias hacia los nacionalismos periféricos y en su convicción de que el ciclo de la monarquía ha terminado.

Recelo hacia la Democracia Liberal

Por último, ambos políticos expresan un parecido recelo hacha la democracia liberal a partir de una denuncia común: la del divorcio frecuente entre las libertades formales y una realidad social marcada por la desigualdad y la opresión de los débiles. En definitiva, tanto Anguita como Primo de Rivera rechazan el capitalismo liberal y el culto al dinero, aunque, sin duda, en pro de soluciones espartanas de muy distinto carácter. Así, aunque a José Antonio le angustia la injusticia y la indiferencia ante la miseria, anhela el tipo de autoridad austera y el férreo orden militar que persiguen las clases medias en los momentos de crisis agudas, lo que supone una alternativa bien diferente al totalitarismo colectivista que normalmente precede a un levantamiento popular revolucionario. Es decir, por un lado, la elemental dialéctica joseantoniana de “los puños y las pistolas, la única admisible cuando se ofende a la justicia o a la patria”, y, por otro, la sofisticada dialéctica marxista de la lucha de clases, administrada por el KGB de turno.

Sin embargo, y paradójicamente, es en el plano parlamentario donde ambos personajes interpretan papeles aun mas contrapuestos. Las inversiones de Anguita, con su carga solemnidad apocalíptica y trascendencia mística, contrastan con el estilo ágil, irónico, conciliador e incluso constructivo-salvo cuando, al sentirse ofendido, la emprendía a puñetazos con algún otro diputado- del líder falangista, bien lejos del tono metafísico  de algunos de sus escritos y de su desprecio doctrinal hacia el parlamentarismo.

Por tanto, los ecos joseantonianos en Anguita son limitados o, cuando menos, responden a las coincidencias inevitables entre dos doctrinas (falangismo y comunismo) que se presentan como alternativas totalizantes a la democracia de partidos. 

La Revolución pendiente

A quienes tachan de “joseantoniano” a Julio Anguita tal vez les haya jugado una mala pasada la memoria histórica y hayan atribuido a quien no debían un discurso, imperativo y doctrinario, que proclamaba “nuestra irrevocable vocación revolucionaria frente a la instancia y los hachazos del capitalismo”, defendía las “promociones de obreros instruidos en la doctrina social de la revolución” y proponía “recorrer España llevando a los trabajadores la solidaridad de la patria, la palabra veraz de la revolución y las consignas más duras y más difíciles”. Un discurso que criticaba con ferocidad el ”socialismo domesticado en la parafernalia de la socialdemocracia”, ya que “la plutocracia siempre tuvo mucha fuerza en España, pero menos con Franco que la ha tenido en doce años de Gobierno del PSOE”. Y esto, según ese discurso, porque durante la etapa socialista, “el fantasma del hambre asoma trágicamente en muchos lugares de nuestro pueblo, y las ciudades se llenan de desheredados y ofrecen escenas patéticas, ya que el sistema socioeconómico vigente promueve millones de parados y no existe política social”.

Ese discurso defensiva, por último, la “vigencia de la revolución” frente a un “gobierno de tecnócratas exentos de emociones” y expresaba nítidas reservas a la actual monarquía constitucional: lo que “la voluntad de la nación ha decidido no es la restauración de la vieja institución monárquica gloriosamente fenecida”, sino “una monarquía limitada”.

Sin embargo, el autor de ese discurso no es Julio Anguita, sino José Antonio. Pero José Antonio Girón de Velasco, ministro de Trabajo con el general Franco.

 

El ministro de Trabajo franquista José Antonio Girón de Velasco

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TODA ESPAÑA ERA UNA CÁRCEL

(Fragmento)

EN NOMBRE DEL REY, EN NOMBRE DE LA JUSTICIA

Toda España era una cárcel: ÍNDICE

Por Rodolfo Serrano y Daniel Serrano 

Toda España era una cárcel

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«EN NOMBRE DEL REY, EN NOMBRE DE LA JUSTICIA»

El 18 de noviembre de 1976, tras veinticinco horas de debate, en lo que es conocido como el último Pleno de las Cortes franquistas, se dio luz verde a la Ley para la Reforma Política, con el resultado de 425 votos a favor, 59 votos en contra y 13 abstenciones. Éste será el objeto central de debate en la próxima sesión sobre la actividad de la Transición, tras visionar el documental correspondiente de la serie de RTVE sobre este periodo histórico,el próximo viernes 5 de noviembre.
Torcuato Fernández Miranda, presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, la consideraba como una forma de avanzar hacia la democracia respetando las leyes vigentes: “de la ley a la ley a través de la ley”.
Miguel Primo de Rivera y Urquijo, que abrió el debate invocó “la irrepetible autoridad política de Francisco Franco”, proclamando su “lealtad y devoción personal por él”, así como su “condición joseantoniana”, para pasar a declarar que, con todo, ya era hora de dejar al pueblo español decidir qué autoridad política debía reemplazar al Caudillo.
Otro procurador de las Cortes, Ramiro Cercos, criticó este proyecto de ley como “tímido e insuficiente” para “regir en el nuevo orden democrático”, por cuanto hacía referencia explícita a las Leyes Fundamentales, que respondían a fines claramente diferentes de aquellos que presiden los sistemas democráticos.
Raimundo Fernández-Cuesta, un viejo líder falangista, señaló que el Estado español fue creado por “la voluntad soberana y la facultad constituyente que le confirió el resultado de la lucha [de la nación española]” y que estaba basado en los Principios Fundamentales que eran, por su propia naturaleza, “permanentes e inalterables”, por lo que aceptar la ley propuesta significaría la anulación de esos principios.

 

Llueve a cántaros en Madrid. Cae el agua con fuerza en el asfalto sucio. Llega Jaime Miralles cinco minutos antes de la hora fijada para el encuentro. Sacude, con cuidado, el paraguas. Una gabardina, casi blanca, tipo trinchera, no ha impedido que alguna gota le haya calado por el cuello, le haya mojado sus gafas. Mientras abre la puerta del despacho dice:

-No debe usted llegar antes de la hora de la cita. Fíjese que he llegado cinco minutos antes para preparar las cosas y no hacerle esperar, pero así me deja usted mal.

Hay un tono de regañina afectuosa en sus palabras. Un tono amable que mantendrá a lo largo de toda la conversación. Tal vez porque ya está libre de odios y rencores. Y nada puede hacerle daño. Tal vez porque, como él mismo dice, las cosas desagradables es mejor olvidarlas. «Hay nombres que no recuerdo. Que no quiero recordar». El, que tan buena memoria tiene -fechas, nombres, palabras, conversaciones completas- ha conseguido a sus 80 años una memoria selectiva. El olvido – dicen- es piadoso. Así que, a lo mejor, al final, lo que queda es una memoria capaz de convertir el recuerdo en nostalgia. Tal vez.

Pero no siempre. Ahora, cuarenta años después, cuando Jaime Miralles – San Sebastián, 1920-habla de Múnich, del contubernio de Múnich, de aquella conjura para acabar con el régimen, no hay nostalgia. Habla de aquellos años con la frialdad que da el tiempo. Todo -ay- es tan relativo.

-¿Que qué buscábamos? El bien de España. Aunque suene retórico. Pero es la verdad…

Aquel año aparecieron los rombos en TVE. Y la industria del cine lanzaba a una jovencita de fresca sonrisa para hacer la competencia a la niña de España, a Marisol. Se llama Rocío Dúrcal y al año siguiente iba a triunfar con la película La chica del trébol. Un joven de origen irlandés, católico y ex marine, John F. Kennedy, regía los destinos del pueblo americano. Y ese año, en 1962, Jaime Miralles acudía a Múnich. Era uno más de los españoles que asisten al IV Congreso del Movimiento Europeo que reúne a la oposición democrática al régimen de Franco. Los encuentros y contactos entre republicanos, socialistas y monárquicos sirvieron para dejar sentados los grandes principios sobre los que construir una sociedad democrática: libertad sindical, reconocimiento de derechos de la persona, posibilidad de crear partidos políticos. No se pronunciaron, sin embargo, sobre cómo habrían de llevarse a la práctica tales principios.

Santos Juliá([49]) al analizar este periodo, señala que el interés de los reunidos en Múnich era fundamentalmente dar a las naciones europeas las pruebas de que existía en España una oposición democrática organizada suficiente para bloquear la petición de ingreso en el Mercado Común presentada por el régimen de Franco. El texto, pues, recogía los principios que unían a unos y a otros: «La instauración de instituciones auténticamente representativas y democráticas que garanticen que el gobierno se basa en el consentimiento de los gobernados».

No es extraño que el franquismo tildara la reunión de «contubernio» y que calificara a los asistentes de «enemigos y traidores». El régimen había movido todas sus influencias diplomáticas para impedir que el congreso aprobara la resolución. Raúl Morodo([50]) cree que Múnich fue muy importante para el posterior asentamiento de la democracia. «La conexión democracia-España-Europa, hasta ahora débil, quedaba ya afianzada. Y, en efecto, este hecho se verificará: España entrará en Europa sólo con la democracia», escribe Morodo. En cualquier caso, la reacción fue tremenda. Se suspendió el artículo 14 del Fuero de los Españoles, referido a la libertad de residencia y los participantes hubieron de sufrir un auténtico calvario de descalificaciones, calumnias e insultos. Los participantes en el Congreso fueron detenidos a su vuelta a España. A Jaime Miralles en el mismo aeropuerto de Barajas. En la Dirección General de Seguridad estaban ya otros dos participantes: Joaquín Satrústegui y Fernando Álvarez de Miranda.

– Yo tengo una memoria extraordinaria, pero no le extrañe a usted que algunos nombres de jueces, civiles y militares, de policías o de los fiscales que me acusaron, no los recuerde. Nunca me he dejado dominar por el rencor. Cuando me ocurría alguna cosa desagradable, de este tipo, hacía un enorme esfuerzo por olvidar. No le extrañe que haya olvidado el nombre de aquel comisario que vino a interrogarme.

Aquel comisario le dio a escoger entre salir de España inmediatamente o la deportación a Fuerteventura. A Jaime Miralles le sale ahora una cierta dureza en la voz cuando cuenta la conversación con el funcionario de Policía.

-Yo le dije: «No escojo ninguna sanción porque no me creo merecedor de ninguna de ellas». El me contestó: «Mire usted, déjese de tonterías y elija una de las dos cosas, porque si no, yo me lo llevo deportado a Fuerteventura». «Usted sabrá lo que hace y el Gobierno del que usted depende también», le dije. Y se marchó sin decir nada.

Al caer la tarde condujeron a Miralles, Satrústegui y Álvarez de Miranda hacia el aeropuerto de Barajas para embarcarles a Fuerteventura. Fue un traslado casi clandestino. Cuenta Miralles que no le dejaban despedirse de su mujer.

-Protesté y debí de hacerlo con bastante energía, porque, finalmente, me permitieron ver a mi familia. Me llevaron a un despacho y dejaron que entraran mi mujer, mis hijos y una persona más. Un gran amigo mío, Enrique Tierno. No sé las causas de esa selección. Conque me despedí de ellos. Aproveché para hablar con mis hijos, les expliqué lo que pasaba. Les dije que no había hecho nada malo y que estaba orgulloso de ello. En fin, las cosas que se dicen en momentos así.

Los tres deportados iban en un solo coche. Apretados en el asiento de atrás. El Barajas de entonces no era el Barajas de hoy. No se parecía en nada, recuerda Miralles. En la entrada esperaban las familias y algunos amigos. Con las prisas y el aturdimiento, el coche que conducía a los tres detenidos estuvo a punto de atropellar a la esposa de Joaquín Satrústegui.

Antes de que subieran los pasajeros de aquel vuelo, hicieron subir a los deportados. Por la ventana del avión se veía el hormigón de las pistas. Y entonces ocurrió algo que todavía despierta la sonrisa del abogado. Era una escena surrealista. Absurda. Inconcebible en cualquier situación: por la pista un hombre venía corriendo hacia el aparato. Un hombre acompañado de un formidable doberman.

-Era un gran amigo nuestro, Antón Menchaca. Un hombre muy activo, destacado como oponente al régimen. Digo oponente, no opositor, en contra de lo que se dice hoy. Porque el que se opone a un régimen no es un opositor, es un oponente. Es una precisión semántica. Desgraciadamente del castellano ya va quedando poco.

Antón Menchaca había pisado las cárceles en 1957. De él y de su estancia en Carabanchel hace Morado un afectuoso retrato: «De conocida y rica familia vasca, marino de guerra, retirado por su antifranquismo, era un monárquico liberal y juanista: un gran caballero, muy británico. Aparentemente distante, siempre flemático y cortés, y de generosidad sólida. Simulaba estar despistado o ajeno, pero tenía una perspicacia penetrante: hombre bueno, culto y amigo de los amigos. Compartía unas excelentes comidas, que le traían de fuera, de un buen restaurante madrileño, con todos nosotros ».

Pues allí estaba Antón Menchaca. Él y su dóberman, acercándose, a paso rápido hacia el avión. Nadie supo reaccionar. Ninguno quería decir nada para no denunciarle y los tres deportados, asombrados, miraban la escena sin saber qué decir. Al poco, los policías salieron a su encuentro.

-Se lo llevaron. Pero él se volvió y dio un «¡viva el Rey!», muy fuerte, que nosotros le contestamos, naturalmente.

Dice Miralles «naturalmente» como algo obvio. ¿Es que podían decir otra cosa quienes iban a la deportación precisamente por sus ideas monárquicas? La pequeña comitiva -prisioneros y policías- hicieron noche en Las Palmas. Y, al día siguiente, les condujeron de nuevo al avión. En el aeropuerto, Jaime Miralles se encontró con un sobrino suyo, piloto de Iberia, Ignacio Taboada.

– Hombre, tío Jaime, ¿qué haces por aquí?

-Pues nada, que me llevan preso -respondió con sorna el detenido.

-Qué cosas dices.

-Que no. Mira: todos estos señores que ves por aquí son policías. Y los guardias, los grises que hay por los dos lados, están también por mí. Cuando llegues a Madrid ya te enterarás.

En Fuerteventura fueron alojados en un hotel de donde sacaron a todos los huéspedes. No eran tiempos en los que se preguntara demasiado por las decisiones que la autoridad tomara. Para la custodia de los tres se nombró al jefe de la Brigada Social de Las Palmas que tenía bajo sus órdenes a cuatro inspectores.

A partir del día siguiente se dedicaron a elaborar un documento exculpatorio. El día 6 de junio de 1962 llegaría, deportado también, Jesús Barros de Lis, democristiano, del grupo de Manuel Giménez Fernández. Manuel Giménez Fernández, catedrático de la Universidad de Sevilla, fue ministro en la República, con el Gobierno de Gil Robles y antifranquista convencido y convincente. Jesús Barros de Lis estaba integrado en el grupo de Giménez Fernández, a través de un colectivo denominado Izquierda Democrática Cristiana.

Un día de septiembre Jaime Miralles les dijo a sus compañeros que él sabía cuándo iban a ser liberados. Fue, cuenta, una simple deducción.

-Había llegado a la conclusión de que a Franco no le convenía tenernos más de un año en aquella situación, aunque sí quería hacernos el mayor daño posible. Por eso yo estaba seguro de que poco antes de cumplirse los doce meses nos dejarían en libertad. Y así fue. Nos soltaron a los once meses.

En abril de 1963 el papa Juan XXIII publicó la Paeem in terris. No era una encíclica que a Franco le gustara demasiado. El régimen empezaba a tener sus primeras contestaciones en el seno de la Iglesia. Para el general, la carta papal estaba, en cualquier caso, mal interpretada por quienes veían en ella recomendaciones de mayor libertad.

Cree Jaime Miralles que la encíclica tuvo mucho que ver con la orden de libertad de los confinados en Fuerteventura. Lo cierto es que el cardenal primado Pla y Deniel escribió una carta a Franco diciéndole que después de la Paeem in terris no podía hablarse de que España fuera un país cristiano mientras tuviera deportados. El texto de Juan XXlll se difundió en abril y Jaime Miralles y sus compañeros salieron de Fuerteventura el día 23 de mayo.

-Hay cosas que, recordadas ahora, no dejan de tener su gracia. Tras el Consejo de Ministros en el que se decidió nuestra puesta en libertad, varios miembros del Gobierno llamaron a nuestras casas para adelantar que se nos permitía volver a casa. Satrústegui y yo permanecimos hasta el final.

Dice Jaime Miralles, en esta tarde de lluvia, en la tranquilidad de su despacho, mientras la grabadora hace un susurro suave y lento, que las cosas allí no eran tan malas. Que la vida cotidiana, una vez organizados, transcurría tranquila. Es verdad que dolía la familia, lejos, y los amigos y una situación a todas luces injusta, ilegal. Los deportados encontraron allí a un matrimonio que regentaba la farmacia. Un día le pidieron prestado el Abc y, poco a poco, fueron congeniando. Se reunían por las tardes en la rebotica. Escuchaban la radio. Aquel año, precisamente, Mario Clavel estrenaba un programa de «Belleza y Melodía». Y el parte de Radio Nacional de España seguía informando, fielmente, a los españoles. Al fin y al cabo, noticias. Algo que comentar.

-Fue un gran alivio para nosotros, dice Jaime Miralles.

Era una vida tranquila. Aburrida, tal vez: la misa, la playa, la lectura del correo, el Abc, la charla en la rebotica … Estaban alojados en un hotel, el Fuerteventura. Su dueño se llamaba Alfonso.

-Tengo buena memoria, ¿eh?

-Excelente, sí señor.

Al principio les dijeron que se presentaran al cuartel de la Guardia Civil. Pero pronto se cansaron. Un día se plantaron ante el comandante y le comunicaron que habían decidido no volver más. Ellos -argumentaron- no estaban procesados e ignoraban las razones por las que se les mantenía allí. El comandante de puesto les pidió que le dieran por escrito las razones de su decisión.

Precisamente, informes y escritos le servían a Miralles de válvula de escape a tanta frustración. Decidió, por ejemplo, que no pagaría el hotel. Y le hizo una demanda de conciliación al hostelero para hacer constar que estaba allí contra su voluntad. Nada pasó. Y, a continuación, todos los demás se negaron también a pagar. Y decidieron trasladarse a vivir a la Delegación del Gobierno. Comunicaron al delegado que habían decidido no tomar nada hasta que el Gobierno o su delegado proveyeran la habitación y el sustento.

-No era una huelga de hambre. Nos instalamos en el porche, que era un sitio muy agradable. Nos llevaron unos colchones y algo de comer que no aceptamos. Estuvimos tres días sin probar bocado. Y nos detuvieron, llevándonos al Hospital.

No era una huelga de hambre, recuerda otra vez Jaime Miralles. Pero, desde el momento en que les llevaron al hospital, detenidos, habían pasado a depender del Gobierno.

-Entonces llamé y dije que nos llevaran algo de comer porque teníamos un hambre espantosa. Tengo todavía un oficio en el que se me declara pobre de solemnidad para que el Cabildo se ocupe de mi sustento. Y se me conceden 22 pesetas de manutención en la taberna de Manuel el Zapatero.

»Era todo -dice ahora- un «puro disparate ». Y cuenta, «como anécdota curiosa», que a los pocos días de llegar a Fuerteventura, le entregaron una carta de su mujer. La carta estaba abierta y vuelta a coser después.

-No la acepté, naturalmente, y requerí a los policías para que fueran testigos y acudieran conmigo al Cuartel de la Guardia Civil, donde iba a ir a poner la denuncia.

Un día llamó la mujer de Jaime Miralles. Era una mañana, temprano, muy temprano. Le dijo que había recibido noticias de que les iban a dejar en libertad. Salió corriendo de su cuarto para contárselo a Satrústegui. En el pasillo se cruzó con uno de los guardias:

-Nos vamos hoy.

El agente se quedó muy sorprendido. Pensó que los recluidos estaban pensando en llevar a cabo una fuga. Se fue a la Delegación del Gobierno a informar de sus sospechas. El delegado aún no sabía nada, pero, una vez que se puso en contacto con Madrid, le confirmaron que, efectivamente, habían sido liberados. Era el 23 de mayo de 1963.

-Esto puede dar una idea de cómo se hacían las cosas. Todo ello no tenía base jurídica alguna. Tanto el destierro, como la puesta en libertad, era una decisión del Consejo de Ministros. Hay una notificación en la que nos informan del traslado a residir en Fuerteventura por acuerdo del consejo. Hasta nueva orden.

La publicidad institucional hablaba aquel año de 1963 de que «España era diferente». Y se iban a celebrar al siguiente los fastos de los 25 Años de Paz, para conmemorar la victoria y convencer a los españoles de los logros del régimen. Iban cambiando las cosas. Algunas. El toledano Federico Martín Bahamontes ganaba el Tour de Francia y en los cines dos gemelas, Pili y Mili, presentaban una imagen idílica de una España que nunca más volvería a ser igual. Terminando el año, Kennedy, aquel joven presidente, moría asesinado de un tiro en la cabeza en la ciudad de Dallas.

En España, el movimiento de rebeldía contra el régimen se agudizaba. La década de los sesenta supuso la expansión de un clima de protesta que tenía características distintas en cada parte del país. En Cataluña se generó un renacer social y cultural que tuvo como eje la reivindicación de la lengua y la identidad catalanas. Son los años de la nova canço que resumió musical y literariamente el sentir antifranquista y catalanista de la población.

En 1966 el PSUC, el Moviment Socialista de Catalunya, el Front Nacional de Catalunya, Unió Democrática de Catalunya y parte de Esquerra Republicana formaron la Coordinadora de Fuerzas Políticas de Cataluña. Y poco después, como consecuencia de los apoyos de solidaridad que generó el proceso de Burgos, nació la Asamblea de Catalunya.

Fueron años también de profundas luchas en el País Vasco que provocaron la persecución de numerosos dirigentes obreros. A mediados de los sesenta, Nicolás Redondo sufriría también el destierro. En 1966 se produjo la huelga de Laminaciones de Bandas Echevarri. La huelga de Bandas, silenciada por los medios de comunicación, tuvo una gran repercusión en los medios clandestinos del país. Aunque las instrucciones de la UGT, de la que Redondo formaba parte, eran las de organizarse y fortalecerse desde el exterior, muchos ugetistas participan de forma activa en el movimiento de solidaridad que se genera en torno al conflicto.

La policía detuvo a Ramón Rubial, Eduardo López Albizu, Redondo… Cuando llegó el secretario general de UGT a la comisaría, muchos de los detenidos habían salido ya hacia el destierro. Entre ellos, Rubial que hubo de salir en zapatillas, tal como le habían sacado de su casa. Redondo marchó en cuerda de presos, esposado, a Miranda, de Miranda a Burgos, de Burgos a Madrid, a Carabanchel. De allí salió para la prisión de Cáceres y de allí a las Hurdes, a las Mestas.

El 19 de junio de 1967, con motivo del aniversario de la liberación de Bilbao -terrible ironía- Nicolás Redondo fue indultado.

Por la Justicia

Jaime Miralles pasó también por Carabanchel. Pero, en esta ocasión, no por sus convicciones monárquicas.

– Mi ingreso en Carabanchel tuvo otras razones. Había una huelga en la construcción. Y un obrero, Pedro Patiño, fue muerto por disparos de un guardia civil. Era el año 1971. Aquello fue tremendo. Yo hice todo lo que legalmente podía hacer. Fracasé en todo. En todo. Fracasé con los magistrados, con los policías… con todo. Fracasé en todo. Y viendo la inutilidad de mi gestión profesional, hice una nota. Nueve folios. Es tremenda en cuanto a todos los hechos que allí se consignan. Pero yo no me meto con nadie.

Habla ahora Jaime Miralles más bajo. Casi en un susurro. Hay como un dolor cuajado allá, dentro de su voz. Dice la palabra «fracaso» casi con desesperación. Hace largas pausas. Y cuenta lo que ya es historia. Negra historia.

Era el 13 de septiembre de 1971. Huelga en la construcción. Pedro Patiño, casado, dos hijos, 33 años, formaba parte de un piquete informativo con otras tres personas: Ángel López Jiménez, Jesús González Garcedo y Julio García Madrid.

Habían estado repartiendo octavillas de una obra a otra. Al salir de una de ellas, junto a la carretera a Leganés, un coche de la Guardia Civil, una furgoneta Citroën, se paró junto a ellos. En su interior iban cuatro agentes: el conductor Faustino Moreno, el cabo Tomás Cabrera y los guardias Jesús Benito y Miguel Fernández.

Julio García Madrid intentó huir. Oyó los cerrojos de los máuser y se quedó quieto. Uno de los guardias se adelantó y le arrastró hasta la furgoneta, mientras sus compañeros permanecían paralizados. De pronto sonó un disparo que atravesó a Pedro Patiño que cae como un fardo al suelo. Todos -guardias y detenidos- se miran aterrados. Nadie se ha movido. El agente Jesús Benito, por accidente o voluntariamente, ha disparado su arma reglamentaria.

Jaime Miralles cree que fue un acto de mala suerte. Un tiro involuntario. Se pone de pie. Explica la trayectoria del disparo. Señala en su propio cuerpo por donde entró la bala.

-La verdad es que fue un disparo accidental. Una barbaridad, pero accidental.

El primero que acude a auxiliar al herido es Julio García Madrid, que grita al guardia: «¿Qué ha hecho usted, hombre?».([51])

Entre todos subieron a Pedro Patiño a la furgoneta. Y mientras dos guardias se llevaban, a pie, a los otros obreros hasta el cuartelillo de la Guardia Civil de Leganés, el automóvil trasladó el cuerpo, prácticamente sin vida, del obrero hasta la clínica San Nicasio, en la carretera de Leganés a Alcorcón.

Leguina y Ubiema cuentan cómo en la noche de ese mismo día se presentaron en casa del obrero muerto un capitán y guardias civiles de paisano para hacer un minucioso registro. La viuda pudo ver muy brevemente el cuerpo de su marido en el depósito del Hospital Militar Gómez Ulla. Pero no dejaron que nadie velase el cadáver. El día 15 de septiembre Pedro Patiño fue sacado del Hospital donde se le había realizado la autopsia, sin avisar a los familiares, para ser enterrado en el cementerio de Getafe.

-Lo enterraron sin que lo viera su mujer…

Jaime Miralles recuerda, casi fotográficamente, aquellos hechos, el dolor de la viuda, la impotencia, de no ser escuchado, de no poder hacer nada. El presentó en nombre de la viuda de Patiño, Dolores Sancho, y de sus dos hijos, una querella por homicidio en el juzgado de instrucción que se declaró incompetente.

Había sido Paca Sauquillo la que le había pedido que se hiciera cargo de investigar el homicidio. En su libro autobiográfico([52]) Sauquillo habla con admiración y afecto del veterano abogado y cuenta el terror con que se vivieron los incidentes del entierro de Pedro Patiño: «La Guardia Civil nos ordenó que nos apoyáramos en la pared del cementerio, dio las voces de rigor, y después dispararon al aire. Nosotros estábamos convencidos de que nos iban a fusilar. Despavoridos, salimos corriendo y aún recuerdo al letrado Guillermo Vázquez, afectado de una cierta parálisis, arrastrado por todos nosotros intentando alcanzar los coches para salir huyendo de allí».

Hay un dato que pocos conocen. Y que Jaime Miralles desvela ahora para explicar por qué la noticia de la muerte de Patiño corrió rápidamente por Madrid:

-El mundo es muy pequeño, ¿sabe usted? Y resulta que el médico, el primero al que consultan, era de Comisiones Obreras y rápidamente informó de lo sucedido. Casi al instante, se supo lo que había pasado.

Suspira. Todavía vibra en su voz un punto de indignación cuando recuerda que, como quiera que nadie le hacía caso, elaboró un informe de nueve páginas que envió a numerosas personalidades. El informe recogía toda la crudeza de esa muerte. Todo el sufrimiento de la viuda. Todo el horror, de un acto inexplicable.

-Ese era mi relato. Y eso era lo que el juez interpretaba como injurias. Desde luego, para un examen de penal, no sirve. Bueno, pues consejo de guerra. Y empezó la burla: los jueces me citaban a una hora y luego no estaban… para qué decirle. La situación que entonces vivíamos, ahora se nos olvida, pero…

Un día recibió una citación del juez militar. Jaime Miralles -ya está dicho- ha sido siempre un hombre puntual, educado. Entró a la hora en que había sido convocado en el despacho del juez:

– Buenos días -dijo.

El juez militar ni le contestó ni se dignó mirarle. Jaime Miralles esperó un tiempo prudencial y, transcurrido éste, se dirigió hacia la puerta. Cuando el magistrado vio que se marchaba, levantó la vista del escrito y le llamó:

-Oiga, oiga…

Pero ya se había marchado. El juez estuvo mandándole citaciones durante varios días. Y obteniendo siempre la misma respuesta: no está, no está. Al soldado que mandaban con la citación, le dijo un día:

– Dígale que yo no puedo acudir hasta el jueves, a las seis de la tarde, hora en que me haré presente en el juzgado. El juez, militar, estaba indignado. Me presenté con el decano accidental del Colegio de Abogados, que era García Gallo, Vicente Piniés, y Angel Gracia Oliveros, abogado de Zaragoza, que era y es para mí como un hermano y a quien designé en aquel momento mi defensor. Entré en el juzgado, no le tendí la mano al juez, como se puede imaginar.

– Oiga usted, señor Miralles, usted ¿se da cuenta de que ha desatendido siete citaciones judiciales mías?

– Sí señor, pero dígalo completo: siete primeras citaciones.

Se ríe Miralles con cierta picardía:

-Es que el delito se comete al desobedecer la tercera. Y el magistrado tenía tal ataquina que se había olvidado de poner el orden de las citaciones, con lo cual todas eran primeras citaciones. El no lo comprendió a la primera. Pero por eso no pudo procesarme. Me procesó por injurias a la Guardia Civil. Las injurias eran atribuirles la muerte de Pedro Patiño.

Fue un proceso de lo más accidentado. Tuvo tres defensores. El primero, Ángel Gracia. El juez le comunicó que iba a ser trasladado a la cárcel de Carabanchel y nombró a los policías que habían de acompañarle, primero, a la Dirección General de Seguridad.

El abogado de Miralles pidió leer el oficio y dijo:

-¿No sabe su señoría que uno de estos policías ha sido acusado de malos tratos por mi defendido hace unos días?

-Eso no tiene nada que ver -replicó el juez. Ángel Gracia hizo un alegato que, ahora, el entonces acusado califica de «impresionante». Pidió que su defendido fuera trasladado a Carabanchel, sin pasar por la DGS. Y para justificarlo, cerró su discurso de una forma que a Jaime Miralles aún no se le ha olvidado, ni siquiera ha olvidado la literalidad de las palabras empleadas. Alza la voz. La engola un poco y recita:

-Dijo: «Así debe hacerse, salvo que su señoría quiera tener otro Calvo Sotelo». ¿Qué le parece?

Así que Jaime Miralles fue directamente a Carabanchel. Describe el trayecto, calle por calle desde el Paseo de la Infanta Cristina, donde está el Gobierno militar, hasta la prisión. Iban en un turismo. Y durante el trayecto nadie pronunció ni una sola palabra. Ni los policías ni él.

-La llegada a la cárcel es muy aleccionadora y me levantó la moral. Yo iba seguido de los dos agentes. Y me encontré con que venía a recibirme el jefe de servicios. Les dijo: «Ustedes no pueden pasar. A partir de esta puerta depende del Cuerpo de Prisiones». Es bonito, ¿eh?

Luego, los trámites habituales: tomar los datos, las huellas… Miralles conocía todo aquello. Calma los nervios del funcionario. Le dice que no se preocupe. Que lleva mucho tiempo visitando las prisiones, acompañando a sus clientes… Que nunca ha tenido ningún incidente y que, ahora, que es un interno, no va a dedicarse a crear conflictos. Él es un detenido y como tal ha de ser tratado.

Desde el juzgado había realizado dos llamadas. Una, a su mujer. Otra, al director de la cárcel para anunciarle su llegada. Se llamaba Emilio Tavera.

-Si de algunos nombres quiero olvidarme, de éste, no. Se portó conmigo como un caballero.

Sonó el teléfono en el despacho del director de la Prisión de Carabanchel:

-Señor director. Soy Jaime Miralles.

-Dígame.

-Pues mire usted: le llamo para decirle que voy para allá.

-Señor Miralles, usted no tiene que anunciarse. Usted sabe que siempre es bien recibido.

-No me ha comprendido. Le llamo porque voy interno.

-¿Cómo?

-Que sí, que sí. Que voy interno.

-Bueno, bueno. No me hace falta saber más. Hasta ahora.

Le dieron instrucciones de que no podía hablar con nadie, con ninguno de los internos. Que eran «Órdenes de arriba». En aquellos momentos en Carabanchel estaban, entre otros, Marcelino Camacho y Julián Ariza, del que habla con cariño.

-Es muy amigo mío y excelente persona. Se acordará todavía de cuando nos cruzábamos por los pasillos y nos saludábamos.

Estuvo muy poco en prisión. Pero le dio tiempo a conocer parcelas del ser humano que no se ven en otras partes. De manera muy especial recuerda a sus compañeros de comedor. Comían en mesas de cuatro. Con él se sentaba un viejo socialista que llevaba largos años encerrado. Un hombre de convicciones firmes, de una gran dignidad. Los otros dos eran dos muchachos, dos críos.

-Eran delincuentes ya acreditados. Me impresionó el grado de encanallamiento al que pueden llegar las personas. Fue lo que más me impresionó. Eran tan jóvenes…

Sonríe. Hace un gesto como si ahuyentara algunos recuerdos.

-Pero no le engaño a usted. Me pasé más tiempo en el locutorio que haciendo vida de prisión. Pasaron por allí… bueno, pues medio Colegio de Abogados. Pero le contaré algunas visitas que no dejan de ser curiosas. Un día me anuncian: «Tiene usted visita».

Jaime Miralles se dirigió al locutorio y de allí le enviaron al despacho del director donde le estaba esperando Ramón Serrano Suñer. El director intentó marcharse:

-Les dejo que hablen solos.

Y Serrano Suñer replicó:

-No, si lo que hable con Miralles se lo puede contar al General.

Explica Miralles, muy serio:

– Serrano llamaba siempre General a Franco. El caso es que estuvimos hablando largo rato. Y lo puso verde. Puso verde al General. Políticamente, claro. Fue una visita muy agradable.

Otro día volvieron a anunciarle visita en el despacho del director. Allí le esperaba en esta ocasión Eleuterio González Zapatero, viejo amigo de Miralles y entonces Fiscal General del Estado. Le dijo:

-Como amigo tuyo, hubiera venido a verte en cualquier caso. Pero es que, además, como Fiscal General del Estado, yo he sido una de las personas que ha recibido la nota que has enviado a distintas personalidades sobre la muerte de Pedro Patiño. Mi obligación, si hubiera encontrado motivos, hubiera sido la de presentar querella contra ti. Pero vengo a proponerte que me presentes como testigo para declarar que no he encontrado nada en ella que sea objeto de querella.

Le pusieron en libertad antes de que se celebrara el consejo de guerra. Y cuando se celebró no le admitieron ni un solo testigo. Ni una sola prueba. Y le absolvieron con todos los pronunciamientos.

-Todo se sabe en la vida. La nota de Patiño produjo inicialmente una repulsa imponente de varios generales. Y provocaron la detención y el consejo de guerra. Pero una vez que me metieron en prisión, se produjo una nueva reacción de otros generales a favor mío. Y esa segunda reacción fue la que prevaleció hasta la absolución.

De todo ha sacado Jaime Miralles enseñanza.

De todo. Mientras otros maldicen de la política, él, ahora, a los 81 años, cree que la actividad política forma mucho. Estando en la cárcel, escribió una carta al ministro Cavestany. En ella le decía que era un preso. En ella le decía que no se quejaba de su situación, pero que allí dentro había aprendido que la cárcel en sí misma era una ignominia.

Él, que cuando estalló la guerra se presentó voluntario, con 16 años, en el bando nacional, llegó un momento en que renunció a todo. En esta tarde, en la que la lluvia cae con fuerza, rebota en los cristales de este despacho, Jaime Miralles busca entre sus papeles. Con voz firme lee una carta que mandó el 13 de julio de 1961 a Tomás García Rebul, Delegado Nacional de Ex Combatientes. Son las últimas palabras con las que quiere cerrar sus recuerdos:

Mi estimado y querido amigo:

He recibido tu afectuosa carta de fecha 11 de este mes y te agradezco muy sinceramente la atención que conmigo tienes al pedirme que acceda a formar en la presidencia de la representación de los ex combatientes en el desfile del próximo día 17, pero estoy convencido de que no debo acceder a tu petición. Por el contrario, mi lealtad me impide expresar una adhesión mentira a una política que no comparto.

Creo que al cabo de estos 25 años que ahora terminan no puede invocarse como título de legitimación el 18 de julio, porque a lo largo del tiempo se ha diluido su virtualidad. El Movimiento Nacional no se inició para el ulterior establecimiento de un sistema político. Ni la explosión vital del Alzamiento puede encerrarse en los límites angustiosos de un partido único. Mi condición de ex combatiente y cuanto me vincula con el Alzamiento Nacional constituye para mí un acervo cultural y afectivo demasiado entrañable para vincularlo a posteriores políticas más o menos contingentes.

Tratar de perpetuar entre los españoles un estado de ánimo de guerra civil pugna esencialmente con mis convicciones y considero que sólo conduce a entorpecer el normal desenvolvimiento de la paz en el futuro. Creo que con la preocupación activa por el porvenir se sirve mejor el interés de España que refugiándose, más o menos sinceramente, en el pretérito.

Siento muy de veras no poder complacerte y te agradezco de corazón que te hayas acordado de mí y recibe un abrazo de tu buen amigo Jaime Miralles Álvarez

En la calle ha dejado de llover. Huele a limpio en un Madrid recién lavado. Por la parte de la Moncloa un rayo de sol, perezoso y último, ilumina unas nubes todavía casi negras. Pronto vendrán los primeros calores.

 

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Notas

[49] Santos Juliá. Obra citada.

[50] Raúl Morodo: Atando cabos. Tauros. Madrid. 2001.

[51] De que casi con toda seguridad se trataba de un disparo involuntario da idea el hecho de que el propio guardia sólo pudo balbucear unas palabras ininteligibles, asustado y perplejo, lo que, en cualquier caso, no quita gravedad al hecho. Joaquín Leguina y Antonio Ubierna, en Años de hierro y esperanza (Espasa Cal pe. Madrid, 2000), sostienen en su relato – muy completo- que fue Julio García Madrid quien se dirigió al guardia. Otras versiones dicen que fue uno de sus compañeros el que recriminó al agente el disparo con parecidas palabras. La verdad es que, en el fondo, nada cambia los hechos.

[52] Paca Sauquillo: Mirada de mujer. Ediciones B. Barcelona, 2000

 

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PSOE Y BIEN ATADO

Por Cristina Fallarás

Público

 

UNO: Los miles de socialistas asesinados por los franquistas siguen en las innumerables fosas comunes que mantienen España como un hediondo gruyere. DOS: En las últimas cuatro décadas de democracia, el PSOE ha gobernado durante 22 años. Y TRES: Los criminales del franquismo y de la Transición siguen en la calle, condecorados, y en puestos de relevancia en la Administración pública colocados ahí, entre otros, por los distintos gobiernos socialistas.

Aquí podría terminar este artículo, más allá de fallos del Supremo. A estas alturas…

En esas tres frases están retratados la España actual como hija y heredera de una larga y sangrienta dictadura, y el PSOE actual como garante de que así siga siendo.

Atado y bien atado.

Cuarenta años después.

Socialistas en las fosas. Y las fosas sin abrir.

Y una pregunta que no puedo quitarme de la cabeza cada vez que hablo con alguna persona perteneciente al PSOE o simpatizante: ¿Por qué sigues permitiendo, seguís permitiendo, que vuestros asesinados y asesinadas, hombres y mujeres que se jugaron la vida por la libertad y la democracia, sigan sin sepultura, en cunetas como perros reventados de un mal tiro, mientras continuáis pagando, y obligándonos a pagar, las honras del asesino? Siempre quedo a la espera de una triste respuesta que no llega, solo pido una única razón, una, aunque sea dura y pequeña como el hueso chupado de una oliva.

Si no tienen razones ni memoria para los suyos, qué decir del resto. 140 años de Partido Socialista, responden. Oh.

Todo lo que puede manar de ahí no es más que el retrato de una infamia, la perpetrada por el Partido Socialista Obrero Español durante los 40 años que llevamos de democracia.

La infamia del PSOE que ha permitido que los criminales franquistas queden sin juzgar; y no sólo eso, sino que hayan sido premiados con condecoraciones, plazas en la Administración pública y sus alrededores, y remuneraciones a cargo del erario. Pienso en Antonio González Pacheco, Billy El Niño, brutal torturador a quien ni el reciente ministro de Interior socialista Fernando Grande-Marlaska ha sido capaz de retirar las medallas que lo ensalzan y multiplican su pensión. O en Martín Villa, que ha recorrido cargo en todas las instancias de la Administración e incluso del Grupo Prisa. Pienso también en cómo encontramos normal que Manuel Fraga, preboste de la dictadura, cómplice del crimen, fundara y presidiera un partido de gobierno, el PP, nido de franquistas, y encabezara durante década y media el Gobierno gallego. O, sin ir más lejos, con qué soltura admitimos como “gran estratega de la Transición” y gran presidente, aeropuerto incluido, a uno de los delfines más afilados de la dictadura franquista, Adolfo Suárez.

La infamia del PSOE que ha negado cualquier ayuda a los familiares de los cientos de miles de represaliados y asesinados del franquismo; que ha rechazado de plano aplicar el principio de Verdad, Justicia y Reparación a aquellos que se jugaron la vida por cimentar la izquierda y la lucha por la democracia de la que ahora, sin sonrojo, se declara heredero el PSOE. Pienso en la recién fallecida Asunción Mendieta. En cómo no cejó hasta dar con los huesos de su padre en una fosa común de Guadalajara, en lo que nada quiso tener que ver ningún Gobierno español. Fue posible gracias al trabajo de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, a los fondos del Sindicato de Electricistas Noruego, al trabajo voluntario de antropólogos forenses españoles, argentinos y británicos… Recuerdo cómo el jefe del grupo británico me dijo “En España ustedes andan sobre cadáveres”. Pienso en cómo Patrimonio Nacional, en este gobiernito de Pedro Sánchez, acaba de volver a retrasar la exhumación de los hermanos Lapeña en el Valle de los Caídos sin razones creíbles que esgrimir, pese a la sentencia judicial favorable.

La infamia del PSOE que ha rechazado las peticiones internacionales para que asesinatos, torturas, juicios sumarísimos y demás crímenes de lesa humanidad sean juzgados, amparándose de forma torticera en la Ley de Amnistía del 77, una ley de punto final encubierta para dejar libres a los criminales de la dictadura. Todavía recuerdo con dolor en el martes 20 de marzo de 2018, ¡hace solo año y medio!. Izquierda Unida acababa de plantear la derogación de dicha Ley. El PSOE se opuso, alegando, en palabras de Adriana Lastra, que crearía “inseguridad política”. El socialista Gregorio Cámara fue a más afirmando que se trataba de “uno de los pilares del pacto de la Transición”. Nada nuevo. Ya el 20 de diciembre de 2016 Podemos había presentado una proposición no de Ley para modificar la Ley de Amnistía y que pudieran juzgarse, como dicta el derecho internacional, los casos de torturas, desapariciones forzosas y crímenes de genocidio o lesa humanidad. De hecho, la ONU ya había instado al Gobierno español a hacerlo. Pues bien, tres partidos se opusieron a dicha modificación que habría permitido juzgar por fin los crímenes franquistas: PP, Ciudadanos y, oh, sorpresa, el PSOE.

La infamia de pactar, negociar y participar en todas las grandes empresas procedentes del franquismo, dinero de sangre, tales como Gas Natural, OHL, ACS, Acciona o Iberdrola, e incluso participar en sus consejos de Administración. Así como permitir que funcionen como corruptoras de todas las basuras que llevan años pudriendo a los partidos políticos, sin recibir condena alguna. Ver a los capitostes del PSOE, ex presidente, ex ministros y ministras, chupando de esa teta de la que manan el sudor y la tierra que quedaron entre las uñas de los esclavos republicanos.

La infamia, en fin, de fingir que una democracia puede crecer y considerarse como tal sin haber castigado a la dictadura de la que proceden sus instituciones, incluida la Corona, su jefatura de Estado, impuesta directamente por el dictador, y por lo tanto, aunque solo fuera por eso, sima de corrupción. De seguir engordando a la Iglesia católica y mantener intacto el tratado con la Santa Sede, que desvía más de 11.000 millones de euros de dinero público cada año a sus arcas; de no revertir el regalo a sus buitres de catedrales, iglesias, ermitas, conventos, joyas culturales de incalculable valors que eran públicos.

Se podría hablar de los desahucios, de la Ley Mordaza, de la Reforma Laboral, la incompleta Ley de Violencia de Género, las concertinas en la frontera, de los 12 millones de pobres que habitan en España según la OCDE, de los cuales más de dos millones y medio son niños. Se podría hablar de muchas cosas, pero todas nacen de un mismo tubérculo agusanado: un país en el que el partido llamado “socialista” pactó con la dictadura, pactó con los criminales, pactó con el capital de sangre esclava, pactó no tocar nada de eso. Ese partido “socialista”, el único que podía hacerlo, decidió no optar por la decencia, por la justicia y por la verdad. Y con esa opción nos condenó al lugar en el que nos encontramos, donde todo es mentira. Mentira sembrada de fosas cuajadas de huesos que permiten y perpetúan escudándose tras la exhumación del dictador.

Todo lo anterior habría resultado imposible sin el papel activo de los medios de comunicación.

Este domingo 22 de septiembre, la vicepresidenta del Gobierno en funciones, Carmen Calvo, declaraba en una entrevista al diario El País: “Yo confío mucho en la madurez y en el olfato que tiene la inmensa mayoría de este país. Salimos de una manera tan brillante de una dictadura a la democracia sin un solo roce de violencia, salvo ETA”. Inmediatamente, muchas personas con memoria le recordaron en las redes sociales los más de 600 muertos de la “modélica” Transición, no pocos de ellos asesinados por lo que podríamos llamar “poderes del Estado”. Lo primero que una se pregunta al leer dicha afirmación es: ¿Cómo se atreve? ¿Cómo se atreve a decir que salimos “de manera tan brillante de una dictadura” cuando aún pagamos el sueldo del jefe de Estado, rey para más inri, que colocó el dictador? ¿Cómo se atreve a olvidar las matanzas y las torturas llevadas a cabo desde estamentos institucionales y policiales? ¿Cómo se atreve sencillamente a decir “salimos”?

Se atreve por todo lo anteriormente expuesto.

No sé si da más miedo la frialdad de todos ellos o la evidencia de que los suyos decidieron hace tiempo no abrir los ojos.

 

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“Si nos tuviésemos que ir todos los que un día gritamos ¡Viva Franco!, aquí quedábamos cuatro” (José Bono)

 

-José Luis Rodríguez Zapatero: hijo de Juan Rodríguez García-Lozano, abogado y asesor jurídico del Ayuntamiento de León durante el régimen de Franco. Su abuelo, Juan Rodríguez, fue capitán e hijo del teniente de infantería Sebastián Rodríguez. En 1934 a consecuencia de la huelga convocada por el PSOE y la UGT, participó en la represión de los mineros asturianos levantados en armas el 5 de octubre.

-Sonsoles Espinosa Díaz: esposa del ex presidente Rodríguez Zapatero. Su padre fue oficial de Intendencia y profesor en la Academia de Intendencia de Avila durante el régimen de Franco.

-Alfredo Pérez Rubalcaba: su padre fue un suboficial del Ejército del Aire durante el régimen franquista.

-María Teresa Fernández de la Vega Sanz: Hija de Wenceslao Fernández de la Vega y Lombán, delegado Provincial de Trabajo en Zaragoza con Franco. Fue condecorado con la Medalla al Mérito en el Trabajo en el 32º aniversario del “Alzamiento Nacional” el 18 de julio de 1971.

-Manuel Chaves: hijo de Antonio Chaves Pla: coronel de Artillería con Franco. Fue condecorado por el Caudillo y cuando era comandante, fue Jefe de las tropas nacionales en el norte de África. Su madre fue la jefa de la Sección Femenina de Falange y de las JONS en Ceuta.

-José Antonio Griñán: Su padre, Octaviano Griñán Gutiérrez, fue miembro del Regimiento de la Guardia de Su Excelencia el Jefe del Estado, acuartelado en El Pardo.

-José Bono Martínez: su padre fue un alcalde falangista de El Salobre (Albacete), su número de carnet de la Falange era el 230.096.

 

El Jueves

 

-Leire Pajín: sus abuelos paternos eran los jefes del Movimiento falangista en Sabero (León). Aurelia Echevarría, era la jefa de la Sección Femenina de la Falange leonesa. Teófilo Pascual Pajín Tejerina, llegó incluso a recibir un premio de los Sindicatos Verticales franquistas en reconocimiento a su labor como administrativo de una mina.

-Mariano Fernández Bermejo: ex ministro socialista de Justicia, hijo de un alcalde franquista, que además era jefe local de falange en Arenas de San Pedro (Ávila).

-Felipe González Márquez: secretario general del Partido Socialista Obrero Español desde 1974 a 1997 y tercer presidente del Gobierno de la democracia en España, desde 1982 a 1996. Del ex presidente se conoce muy poco de su infancia, aunque sí, hay algunas fotos suyas de la Agencia EFE en las que se le presume un pasado falangista.

-Carmen Romero: hija del que fuera coronel médico del Ejército del Aire y concejal de Sevilla, Vicente Romero y Pérez de León, que luchó en el bando Nacional durante la guerra civil.

 

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BONO DICE QUE EN ESPAÑA ‘SE QUEDAN CUATRO’ SI SE EXCLUYE A QUIENES ALGUNA VEZ VITOREARON A FRANCO

La presencia de un veterano de la División Azul en los actos del Día de la Fiesta Nacional abre el debate

El Mundo, 12 OCT 2004

“Si nos tuviésemos que ir todos los que un día gritamos ¡Viva Franco!, aquí quedábamos cuatro” (José Bono)

 

El ministro de Defensa, José Bono, ha advertido de que en España «se quedan cuatro» como haya que excluir a quienes tengan familiares de pasado franquista o simplemente a quienes alguna vez dieron un viva a Franco.

En sendas declaraciones a la Cadena Ser y a TVE, Bono insistió en que su decisión de incluir a un veterano de la División Azul en los actos del Día de la Fiesta Nacional responde al deseo de escenificar un acto de reconciliación nacional por encima de las diferencias políticas del pasado.

Bono recordó que en la División Azul participaron, por ejemplo, el difunto general Sáenz de Santamaría, que jugó un papel esencial en la consolidación de la democracia en España, o el cineasta Luis García Berlanga (que se alistó para conseguir un trato benevolente hacia su padre, encarcelado por haber pertenecido al Frente Popular).

«Si empezamos a echar fuera de España a los que estuvieron en la División Azul, a los que un día dijeron ‘viva Franco’, a los que tuvieron camisa azul, a los que sus padres fueron esto o lo otro… que se quedan cuatro«, avisó el ministro.

Bono concluyó que «España es un país que, el día de la Fiesta Nacional, puede permitirse, tiene fuerza para permitirse, generosidad, concordia y aguantar también a los de la discordia«.

Aseguró que, en su opinión, «no ha nacido un español que valga más que otro«, y que eso es lo que garantiza la Constitución y la unidad de España.

Componente antiespañol

Para el ministro, quienes no quieran celebrar esta festividad porque crean en «mitos» que les hacen creerse únicos o distintos al resto de españoles «allá ellos con su Santo Grial«.

El ministro aseguró que le sorprende «mucho» que «algunos que están dispuestos a hablar con asesinos de esta hora, sin embargo, se sorprendan de que hablen los que hacen 60 años lucharon en bandos diferentes«.

A su juicio, «hay gentes a quienes les molesta la Fiesta Nacional y hay nacionalistas cuyo principal componente es ser antiespañoles«, si bien admitió que «no se puede obligar a nadie a que quiera a este país, eso es un problema sentimental«.

Asimismo, Bonorespondió al ex secretario general del Partido Comunista de España Santiago Carrillo, que se preguntó si habrían invitado a Hitler al Desfile de la Fiesta Nacional en caso de estar vivo. «Ni a Hitler, ni a Stalin, ni a ninguno de los asesinos y genocidas que en el mundo han sido«, contestó el ministro.

 

No están, ni mucho menos, todos los que son; pero si son todos los que están

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PASATIEMPO: ACTORES FAMILIARES DEL RÉGIMEN DE 78: LOS CARCELLER. Encuentre las diferencias

PADRE: Demetrio Carceller Segura, ministro de Industria y de Comercio en el segundo gabinete de Franco y asesoró al dictador sobre la necesidad de una aproximación a los Estados Unidos. Fundador de CAMPSA.

 

HIJO: Demetrio Carceller Coll, que heredó dos empresas de su padre, el ministro franquista Demetrio Carceller Segura, la cadena de gasolineras DISA Corp (con una clara dependencia de CAMPSA), y la cervecería española Damm. A través de Corporación Económica Damm, S.A., filial de Damm, S.A. es accionista de la empresa alimentaria española Ebro Foods y la constructora Sacyr.

 

NIETO: Demetrio Carceller Arce, presidente de la petrolera DISA y presidente ejecutivo de la empresa de alimentación Damm.1​2​ También es vicepresidente de la multinacional alimentaria Ebro Foods y de la constructora Sacyr. Carceller Arce es también consejero de Gas Natural y consejero en la empresa productora de cava Freixenet.

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La dinastía de los Carceller

Una familia ligada a la Falange franquista que en menos de un siglo ha forjado uno de los mayores imperios empresariales de España

EULIXE, 4 JUNIO 2019

 

Naturgy, Estrella Damm, Cacaolat, Rodilla, Disa, Ebro o Construcciones Sacyr son grandes empresas de diferentes sectores y muy conocidas en el Estado español, pero todas ellas tienen algo en común; forman parte del gran imperio empresarial que ha forjado la dinastía Carceller en menos de 100 años.

Sus inicios hay que buscarlos durante la época de la II República, siempre muy ligados a los de la Falange española. Aunque esta familia de empresarios siempre ha intentado pasar por la historia económica del país sin llamar la atención, parece que en los últimos años los escándalos en los que se ha visto envuelta están haciendo más ruido del que les gustaría. Acusados en 2010 de 13 delitos contra la Hacienda Pública y uno de blanqueo de capitales y con una causa abierta el año pasado por supuesta estafa, parece que la «estrella» de los Carceller ya no brilla tanto como en sus inicios.

Forjando un Imperio

Demetrio Carceller Segura

 

Los orígenes de la dinastía vienen de la mano del patriarca Demetrio Carceller Segura, que nació en el pueblo turolense de Las Parras de Castellote en 1894, pero que desde bien joven se fue a vivir a Tarrasa con sus padres. Poco a poco se hizo un hueco en la floreciente sociedad catalana del siglo XX, primero como ingeniero textil y después como político. Las primeras empresas importantes a las que estuvo vinculado fueron las petroleras Campsa y Cepsa. El empresario participó en la creación de ambas y a partir de ese momento el suministro de carburantes se convirtió en una de sus mayores fuentes de ingresos.

Una vida ligada al franquismo

Durante los años de la II República se unió a las filas de la extrema derecha y colaboró junto a Miguel Primo de Rivera para fundar la Falange Española en 1933. Su papel a partir de ahí fue encargarse de los temas económicos de la formación hasta que, con el estallido de la Guerra Civil, se convirtió también en el principal suministrador de carburantes para las tropas de Franco en los primeros años del conflicto. Tras la victoria franquista se le reconoció su labor ofreciéndole la Comisión de Industria y Comercio y fue uno de los encargados de la negociación de la entrada de España en la II Guerra Mundial apoyando a la Alemania nazi. El 17 de octubre de 1940 fue nombrado Ministro de Industria y Comercio y mientras estuvo en el cargo impulsó la creación del Instituto Nacional de la Industria (INI) que le sirvió de herramienta para intentar sanear la dañada economía española.

 

Demetrio fue Ministro de Industria y Comercio desde el año 1940 hasta 1945

 

En 1945 Franco le cesó de su cargo, pero él se centró en su empeño de seguir forjando la dinastía de los Carceller. Sus años como ministro en las filas franquistas le sirvieron también para beneficiar a sus propias empresas, ya que durante mucho tiempo todos los permisos comerciales, bancarios o industriales que se concedían en el país, se realizaban solo si el daba su visto bueno. Así lo cuenta el historiador Josep Fontana, en su libro «La economía del primer franquismo», quién recoge lo que aparecía en un documento de la época franquista sobre las tareas del empresario en el gobierno:

«Ninguno de los negocios, empresas, industrias, comercios, permisos de importación, de exportación, negocios bancarios, establecimientos de industrias o su ampliación, o de comercios, ni una sola actividad industrial, comercial o de la banca españolas puede realizarse sin contar con el beneplácito de don Demetrio Carceller», Josep Fontana.

 

Una dinastía poco ruidosa

Demetrio Carceller Coll, recientemente fallecido, a los 93 años de edad) y su hijo Demetrio Carceller Arce

 

El desligarse oficialmente del gobierno de Franco le vino de perlas al patriarca, ya que pudo continuar ampliando su imperio lejos de los focos de los medios de comunicación. Así, a los negocios petrolíferos (Campsa y Cepsa), se le fueron uniendo los financieros (Banco Herrero) y también las nuevas generaciones. Durante la segunda mitad del franquismo, su hijo Demetrio Carceller Coll se convirtió en el heredero de la fortuna que la siguió ampliando con la adquisición de la cervecera Damm, la presidencia del Banco Comercial Transatlántico (Bancotrans) y la participación en la compañía Sevillana de Electricidad (Endesa).

La tercera generación también tomó el relevo de sus antecesores sin hacer a penas ruido. El nieto del patriarca, Demetrio Carceller Arce, consiguió la expansión de la dinastía que a día de hoy es una de las más potentes de España, incluso de Europa.

Los negocios ocultos de la dinastía

El sector energético, el de los carburantes, la agroalimentación o la construcción llevan el sello Carceller, pero ser una de la familias más potentes a nivel nacional no la ha dejado libre de polémica. La discreción con la que siempre han intentado llevar sus negocios, pasó a un segundo plano cuando en el año 2010 varios medios de comunicación se hicieron hueco de la noticia de que la Audiencia Nacional estaba a punto de cerrar una investigación contra Demetrio Carceller Arce por presunto delito fiscal. Los acusados eran el propio Arce, su padre y dos colaboradores de la familia, a los que se les impuso fianzas de 1.437 millones de euros, se les bloqueó las cuentas y se les solicitó condenas de hasta 48 años de prisión. Según la causa se les acusaba de “ocultar sus rentas y patrimonio a la Hacienda Pública española, simulando residir fuera de España, en concreto en Portugal y Reino Unido, con la finalidad de poder ser considerado como no residente y, de esta manera, eludir el cumplimiento de sus obligaciones tributarias en España».

Por cierto, si tenéis curiosidad por conocer el desenlace de esta historia, os diré que los Carceller siguen siendo una de las familias más poderosas de España y que incluso la semana pasada conocíamos la noticia de que una de sus empresas, Estrella Damm, había conseguido un margen de beneficios del 9%. El presidente del grupo sigue siendo Demetrio Carceller Arce, que como habréis podido comprobar a estas alturas, ni fue condenado, ni entro en prisión por los supuestos delitos de fraude y blanqueo de capitales después de pagar una importante fianza. En el año 2014, casualmente cuando la derecha volvía a estar al frente del gobierno, la Audiencia Nacional archivaba la causa después de estimar parcialmente el recurso de la defensa de los Carceller y el presidente del grupo quedaba así libre de toda imputación para poder seguir realizando su trabajo de manera libre en algunas de las empresas más importantes del país como Sacyr o Gas Natural.

 

 

En la actualidad la fortuna de los Carceller engloba el 36% de Damm, varios millones del patrimonio de Disa, es socia de Ebro Foods (11,6%), Cacaolat y propietaria de la enseña Rodilla. Demetrio Carceller Arce es vicepresidente de Sacyr y desde 2018 se sienta también en el consejo de administración de Freixenet. Además, la familia invierte en concesionarios y talleres en Sevilla (Tecsa), venta de vino, ropa y productos deportivos, convirtiéndola así en una de las más poderosas del Estado español.

Otras grandes fortunas de España

La familia de los Carceller es tan solo una de las muchas que existen en España con fortunas millonarias y que forjaron sus imperios hace más de medio siglo. Rafael Del Pino, ocupa el segundo puesto en el ranking de los españoles más ricos del Estado español por detrás de Amancio Ortega. En la actualidad, forma junto a sus hermanos, el consejo de administración de la empresa Ferrovial, pero en un tiempo pasado, su actividad privada no le impidió trabajar en el ámbito público del franquismo. Juan Roig Alfonso, dueño de Mercadona y que posee la tercera mayor fortuna de España, Sol Daurella Comadran y su familia, Francisco y Jon Riberas Mera, o la familia March Delgado son también otras de las fortunas que generación tras generación han conseguido mantener a sus imperios en lo más alto del ranking de los más poderosos.

La conexión de algunas de estas empresas es tal, que muchas comparten capitales y e incluso querellas. El año pasado la justificada sentaba en el banquillo a Sol Daurella, la presidenta de Coca Cola European Partners, y al nieto de la dinastía de los Carceller. Junto a otros cuatro directivos se les acusaba de posibles delitos de estafa, administración desleal y delitos contra los derechos de los trabajadores por la adquisición de la empresa Cacaolat y el cierre de la planta lechera de Utebo para centrar toda la producción en la de Barcelona. Los trabajadores fueron los que presentaron la denuncia acusándolos de aparentar que reflotarían la planta, cuando su intención era cerrarla para llevar todo el trabajo a la ciudad condal. Algunos de los argumentos de la acusación fueron que los participantes en la compra sabían de la imposibilidad de reflotar la empresa, porque cuándo hicieron la oferta de compra ya sabían que perderían a algunos clientes importantes como Mercadona. Mientras, por su parte, los acusados se respaldaban en el hecho de que la planta de Utebo había ido a quiebra tras la marcha de la empresa valenciana, argumento que fue desestimado por la Audiencia. A todos los acusados se les condenaba a penas de 13 meses y 15 días de prisión pero más tarde fueron sustituidas por multas tras pactar con la Fiscalía.

Coca Cola, Damm y Mercadona, son los nombres de tres empresas que aparecen en una misma causa judicial, que casualmente son también los nombres relacionados con tres de las grandes fortunas españolas. Pero esto es solo un ejemplo, porque muchas de las dinastías más importantes del país también comparten otras características. Muchas de ellas se forjaron en la época franquista, muchas intentan ser las más poderosas sin llamar demasiado la atención y seguramente que también muchas de ellas tengan un lado oculto que no quieren que se conozca, pero no os preocupéis que aunque ellos intenten ocultarlo, ya nos encargaremos nosotros de sacarlo a la luz.

 

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LA CONTINUIDAD DEL FRANQUISMO EN LAS INSTITUCIONES «DEMOCRÁTICAS»: «DICTADURA Y APERTURISMO, la persecución de un imposible: El Diario YA durante el Régimen de Franco».

ANTECEDENTES FRANQUISTAS DE LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA DE 1978: «La división de la clase política en el tardofranquismo», por José L. Rodríguez Jiménez.

“El franquismo sigue presente en el poder judicial»; «El Comité de Derechos Humanos del Consejo de Europa pide la excarcelación de los presos del 1-O».

«JUECES Y FRANQUISMO; el  pensamiento político del Tribunal Supremo durante los años 1964 y 1974», por Francisco J. Bastida (Parte 1)

«JUECES Y FRANQUISMO; el  pensamiento político del Tribunal Supremo durante los años 1964 y 1974», por Francisco J. Bastida (y Parte 2)

“LA CULTURA DE LA JURISDICCIÓN” (Parte II) – ASOCIACIONISMO JUDICIAL: De Justicia Democrática a JpD: Entrevista a Perfecto Andrés Ibáñez

NACIONALISMO Y FRANQUISMO: EL RÉGIMEN DEL 78, LA MEGAMÁQUINA DE ROBAR HEREDADA DEL FRANQUISMO. Desde el Franquismo a la Posdemocracia. Oprimidos por los mismos perros; sujetos por los mismos collares.

EN MEMORIA DE ALFREDO GRIMALDOS. El control del PSOE por la CIA. Libro «La CIA en España», de Alfredo Grimaldos

EL PSOE Y EL TERRORISMO DE ESTADO: EL PLAN «ZEN» (Zona Especial Norte) y su «confluencia» con el GAL

 

 


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