EL CRIMEN PERFECTO: «Desinformación y organización del silencio», por Guy Debord (1975)

EL CRIMEN PERFECTO

 

“La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento importante en la sociedad democrática.”

Edward Bernays, Propaganda (1928)

 

 

 

Gabriele Krone-Schmalz, profesora alemana en la Universidad Europea de Ciencias Aplicadas, representa una de las escasísimas voces críticas en Alemania respecto a la guerra en Ucrania.

En septiembre de 2024 (01-09-2024), Krone-Schmalz protagonizó una conferencia magistral sobre el tema, en la cual desenmascaró las mentiras difundidas por los grandes medios de comunicación occidentales sobre las causas, el desarrollo y las consecuencias de la guerra en Ucrania.

Por gentileza de NachDenkSeiten y Neutrality Studies presentamos la conferencia magistral doblada al español sin cortes.

 

LA GUERRA DE LA DESINFORMACIÓN. New World Order: De la Sostenibilidad a la Guerra Atómica. «La Situación Militar en Ucrania», por Jacques Baud.

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EL CRIMEN PERFECTO

«Con lo virtual no solo entramos en la era de la liquidación de lo Real y de lo Referencial, sino también en la era del exterminio del Otro. Si la información es el lugar del crimen perfecto contra la realidad, la comunicación es el lugar del crimen perfecto contra la alteridad. Se acabó el destino. El crimen perfecto».

Por Jean Baudrillard

Filosofía Digital, septiembre 2024

Crimen virtual.

 

Con lo virtual no solo entramos en la era de la liquidación de lo Real y de lo Referencial, sino también en la era del exterminio del Otro.

 

Es el equivalente de una purificación étnica que no solo afectara a unas poblaciones concretas, sino que se encarnizara con todas las formas de alteridad.

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La de la muerte, que se conjura con la terapia de mantenimiento artificial.

La del rostro y el cuerpo, que es acosada por la cirugía estética.

La del mundo, que se borra con la Realidad Virtual.

La de cada uno de nosotros, que será abolida un día con la clonación de las células individuales.

Y pura y simplemente la del otro, en vías de diluirse en la comunicación perpetua.

 

Si la información es el lugar del crimen perfecto contra la realidad, la comunicación es el lugar del crimen perfecto contra la alteridad.

 

Se acabó el otro: la comunicación.

Se acabó el enemigo: la negociación.

Se acabó el predador: la buena convivencia.

Se acabó la negatividad: la positividad absoluta.

Se acabó la muerte: la inmortalidad del clon.

Se acabó la alteridad: identidad y diferencia.

Se acabó la seducción: la indiferencia sexual.

Se acabó la ilusión: la hiperrealidad, la Realidad Virtual.

Se acabó el secreto: la transparencia.

Se acabó el destino.

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El crimen perfecto.

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AUTOR: Jean Baudrillard (1929-2007), pensador francés. 

FUENTE: El crimen perfecto, Editorial Anagrama, 1996.

 

Jean Baudrillard (1929-2007)

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DESINFORMACIÓN Y ORGANIZACIÓN DEL SILENCIO

«Todo lo que contradiga alguna verdad oficial debe ser por fuerza una desinformación emanada de potencias hostiles o, cuando menos, de rivales, falsificada deliberadamente y con malevolencia.

La desinformación es, finalmente, el equivalente de lo que, en el discurso de la guerra social del siglo XIX, representaban «las malas pasiones»; eso es, todo lo oscuro que amenaza con oponerse a la extraordinaria felicidad de la que esta sociedad hace beneficiarios, como se sabe, a quienes confían en ella; felicidad que jamás se pagará demasiado caro con unos cuantos riesgos o sinsabores insignificantes.

Y todos aquellos que ven felicidad en el espectáculo, aceptan que ella vale cualquier precio, mientras que los demás desinforman.

Se supone, en resumidas cuentas, que la desinformación es el mal uso de la verdad.

Quien la difunde es culpable y quien la cree, imbécil.»

Por Guy Debord

Filosofía Digital, SEPTIEMBRE 2024

El concepto confusionista de desinformación se saca a relucir para rebatir al instante toda crítica que el Estado y las diversas agencias de la organización del silencio no hayan conseguido eliminar.

 

El concepto, aún nuevo, de desinformación ha sido recientemente importado de Rusia junto a otros inventos útiles para la gestión de los Estados modernos.

Siempre es empleado abiertamente por algún poder o, por derivación, por gente que ostenta algún fragmento de autoridad económica o política para defender lo establecido, y siempre atribuyendo a tal empleo una función de contraofensiva.

 

Todo lo que contradiga alguna verdad oficial debe ser por fuerza una desinformación emanada de potencias hostiles o, cuando menos, de rivales, falsificada deliberadamente y con malevolencia. La desinformación no es la simple negación de un hecho que conviene a las autoridades ni la simple afirmación de un hecho que no les conviene: eso se llama psicosis.

Al contrario de la pura mentira, la desinformación —y eso es lo interesante del concepto para los defensores de la sociedad dominante— debe contener fatalmente una cierta parte de verdad, si bien deliberadamente manipulada por un hábil enemigo.

 

El poder que habla de desinformación no se cree libre de todo defecto, pero sabe que puede atribuir a toda crítica precisa aquella excesiva insignificancia que es connatural a la desinformación, y que así no tendrá que admitir nunca ningún defecto propio.

Se supone, en resumidas cuentas, que la desinformación es el mal uso de la verdad. Quien la difunde es culpable y quien la cree, imbécil.

 

Pero ¿quién será entonces el hábil enemigo? Esta vez no puede ser el terrorismo, que no amenaza con «desinformar» a nadie, puesto que está encargado de representar ontológicamente el error más burdo y menos aceptable.

Gracias a su etimología y al recuerdo de los días de aquellos enfrentamientos limitados que, hacia mediados de siglo, opusieron por breve tiempo el Este al Oeste, lo espectacular concentrado a lo espectacular difuso,

el capitalismo de lo espectacular integrado finge creer todavía hoy que su enemigo esencial sigue siendo el capitalismo de burocracia totalitaria —a veces presentado incluso como la retaguardia o inspiración de los terroristas—, así como este dirá lo mismo de aquél, pese a las incontables pruebas de su alianza y solidaridad profundas.

 

De hecho, y a pesar de algunas rivalidades locales reales, todos los poderes establecidos piensan constantemente, aunque no lo digan nunca, lo que supo recordar un día, desde el bando de la subversión y sin mucho éxito en su momento, uno de los pocos internacionalistas alemanes que quedaban tras el estallido de la guerra de 1914: 

«El enemigo principal está en nuestro país.»

 

La desinformación es, finalmente, el equivalente de lo que, en el discurso de la guerra social del siglo XIX, representaban «las malas pasiones»; eso es, todo lo oscuro que amenaza con oponerse a la extraordinaria felicidad de la que esta sociedad hace beneficiarios, como se sabe, a quienes confían en ella; felicidad que jamás se pagará demasiado caro con unos cuantos riesgos o sinsabores insignificantes.

Y todos aquellos que ven felicidad en el espectáculo, aceptan que ella vale cualquier precio, mientras que los demás desinforman.

 

Denunciar con semejantes explicaciones alguna desinformación particular tiene la ventaja adicional de que

el discurso global del espectáculo se libra en consecuencia de toda sospecha de contener desinformación, ya que puede indicar, con la más científica certeza, el terreno en donde se reconoce la única desinformación que hay: esto es, en todo cuanto puede decirse y que no sea de su agrado.

 

Debe de ser sin duda un error – a menos que sea engaño deliberado-, que se haya ventilado recientemente en Francia el proyecto de asignar oficialmente una especie de certificado de calidad a aquellas informaciones de los medios que ofrezcan la “garantía de no contener desinformación”:

cosa que ofendió a algunos de los profesionales de los medios que todavía se empeñan en creer -o con más modestia, en hacerlo creer a los demás-, que efectivamente hasta ahora no se los está censurando.

 

Pero, sobre todo, es evidente que el concepto de desinformación no se debe emplear de modo defensivo, y menos aún, en una defensa estática, como guarnición de una gran muralla china o una línea Maginot que encerrase rigurosamente un espacio supuestamente vedado a la desinformación.

La desinformación es necesaria, y tiene que permanecer fluida y poder circular por todos lados.

 

Allí donde nadie ataca el discurso espectacular sería estúpido defenderlo; y el discurso se desgastaría muy pronto en caso de defenderlo, contra toda evidencia, en unos puntos sobre los cuales, por el contrario, se debe evitar que se llame la atención. Además, las autoridades no tienen ningún interés real en garantizar que una información concreta no contiene desinformación. Tampoco tiene de los medios para conseguirlo: no se las respeta tanto, y solo lograrían despertar sospechas acerca de la información en cuestión.

El concepto de desinformación no sirve más que para el contraataque. Es preciso mantenerlo en segunda línea y luego lanzarlo rápidamente al ataque para rechazar toda verdad que acaso surgiera.

 

Si alguna vez amenaza con aparecer una especie de, al servicio de intereses particulares en conflicto pasajero, y se le da crédito, de modo que se torna incontrolable hasta oponerse al trabajo mancomunado de una desinformación menos irresponsable, no hay que temer que ahí estén obrando otros manipuladores más expertos o más sutiles: se trata simplemente de que la desinformación se despliega ahora en un mundo en el que no queda sitio para verificación alguna.

El concepto confusionista de desinformación se saca a relucir para rebatir al instante, por el mero sonido de su nombre, toda crítica que las diversas agencias de la organización del silencio no hayan conseguido eliminar.

 

Acaso se llegue a decir un día, por ejemplo, si a alguien se le antoja conveniente, que este escrito es una empresa de desinformación sobre el espectáculo o -lo que viene a ser lo mismo- de desinformación en detrimento de la democracia.

Al contrario de lo que afirma su concepto espectacular invertido,

la práctica de la desinformación no puede servir aquí y ahora más que al Estado, sea bajo su dirección inmediata o por iniciativa de quienes defienden los mismos valores.

 

En realidad, la desinformación reside en toda la información existente; es su característica principal.

Se la nombra sólo allí donde, se trata de mantener la pasividad mediante la intimidación.

 

Allí donde se nombra la desinformación, no existe; allí donde existe, no se la nombra.

Cuando aún había ideologías enfrentadas que se manifestaban a favor o en contra de tal o cual aspecto conocido de la realidad, había fanáticos y mentirosos, pero no había “desinformadores”.

 

Cuando el respeto del consenso espectacular o, por lo menos, una voluntad de vanagloria espectacular, no permite ya decir verdaderamente a qué se opone uno ni tampoco qué aprueba con todas las consecuencias, de modo que uno se ve a menudo obligado a disimular algún aspecto de lo que supuestamente acepta, porque por alguna razón lo considera peligroso, entonces se practica la desinformación como por despiste o por olvido o por un supuesto error de razonamiento.

En el terreno de la contestación después de 1968, por ejemplo, los recuperadores ineptos a quienes se llamó pro-situs fueron los primeros desinformadores, porque ellos disimulaban lo más que pudieron las manifestaciones prácticas a través de las cuales se había afirmado la crítica que ellos se jactaban de hacer suya; y como no les importaba en absoluto debilitar la expresión de esa crítica, jamás citaban nada ni a nadie, para darse el aire de haber descubierto algo ellos mismos.

 

* * *

AUTOR: Guy Debord (1931-1994), filósofo, escritor y cineasta francés. 

FUENTE: Comentarios sobre la sociedad del espectáculo (1975), cap. XVI. Editorial Anagrama, cuarta edición ampliada, mayo de 2018.

 

Guy Debord

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El momento clave

En las negociaciones de Estambul Rusia había esencialmente admitido su fracaso
Por David Román

Ideas, 1 de marzo de 2025

 

 

Dentro de unos meses, quizás un año, la guerra de Ucrania habrá acabado (probablemente, dadas las declaraciones de la administración estadounidense, con un acuerdo de paz favorable al Kremlin) y será el momento de evaluar si los que pedían apaciguamiento con Rusia antes de empezar el conflicto llevaban razón o no.

De momento, parece claro que estamos cerca de llegar a lo que, hace tres años, parecía la peor de las opciones. En 1938, Winston Churchill atacó al entonces primer ministro británico, Neville Chamberlain, acusándole de haber entregado Checoslovaquia a Hitler a cuento de la crisis de los Sudetes. Las famosas palabras que pronunció Churchill (“se le dio a elegir entre la paz y el deshonor. Eligió el deshonor y tendrá guerra”) podrían aplicarse al momento actual y dedicarse a la OTAN, con mínimos ajustes:

“Se les dio a elegir entre la guerra y el deshonor. Eligieron la guerra y tendrán deshonor”.

 

No sabemos aún el contorno del acuerdo final sobre Ucrania, o siquiera si habrá un acuerdo final y no un armisticio. Lo que está claro es que Rusia ya se ha anexionado cinco provincias ucranianas (incluida Crimea) y que, de un modo u otro, por las buenas o por las malas, se quedará con todas o la mayoría de ellas. Ucrania también ha perdido entre el 20% y el 30% de su población en calidad de refugiados o nuevos ciudadanos rusos, con pocas probabilidades de regresar. El país está completamente destrozado, lleno de lápidas y veteranos de guerra mutilados, y en bancarrota para siempre. Y, por cierto, tan lejos de entrar en la OTAN como estaba en 2022, o posiblemente más.

En 2022, animados por el sistemático recuerdo de Munich 1938 y las presuntas concesiones humillantes a Hitler, las potencias occidentales decidieron no negociar nada con Rusia. Nadie estaba muy seguro de si Ucrania se vería en condiciones de aguantar los chantajes de Vladimir Putin, pero se prefirió escuchar a Churchill y no a Chamberlain. Podrá discutirse lo que se quiera sobre aquella decisión, pero resultó no ser la más perniciosa de la guerra. Las habría peores.

La invasión de Ucrania en febrero de 2022 fue un desastre casi completo para los rusos. Putin, como la mayoría, tenía un bajo concepto de la capacidad de resistencia de Ucrania, que ya entonces (después de 30 años de independencia que debería inspirar a la meditación a muchos separatistas vascos y catalanes) era el país más pobre de Europa por renta per cápita, así que el ejército ruso que penetró en el país, del tamaño de Francia, era de apenas 150.000 soldados.

Resultó que las fuerzas armadas y el gobierno ucranianos se habían endurecido tras siete años de preparativos desde los llamados “Acuerdos de Minsk” de 2015, por lo que el contraataque ucraniano inmediato detuvo a los rusos en seco, muy lejos de Kiev y de la segunda ciudad más grande del país, Járkov. En medio de una ola de sentimiento antirruso que se extendió por Occidente, los primeros meses de la guerra fueron terribles para Rusia. Estados Unidos y sus aliados congelaron cientos de miles de millones de dólares que el Banco Central de Rusia tenía en el extranjero, en un intento sin precedentes de desplomar la economía rusa.

Sorprendidos por la inesperada resistencia ucraniana y el amplio apoyo occidental a Kiev, Rusia propuso casi de inmediato negociaciones para un acuerdo de paz. A mediados de marzo, ambas partes describieron los términos preliminares alcanzados durante reuniones en Bielorrusia y Estambul, y el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, anunció que Rusia cesaría las operaciones militares «en un momento», si Ucrania declaraba su neutralidad y simplemente otorgaba autonomía a las regiones orientales de Luhansk y Donetsk.

Las concesiones rusas eran apabullantes, y un total respaldo a las tesis de los que se habían negado a negociar antes con Putin: el acuerdo previsto proclamaría a Ucrania como un estado permanentemente neutral y no nuclear, con soberanía garantizada por varias potencias extranjeras, casi todas ellas aliadas de EEUU. Ucrania no permitiría tropas extranjeras en su territorio, pero reabriría las conversaciones con Rusia –con un plazo de 15 años– sobre el control de Crimea, que Rusia siempre había rechazado de antemano; no sólo eso: mientras que en 2013 Rusia se había opuesto a que Ucrania firmara un acuerdo de asociación con la UE, Rusia ahora aceptó “facilitar” la adhesión total de Ucrania al bloque.

Éste fue el momento clave del conflicto. Después de dos meses de combates, quizás habría 10.000 o 20.000 muertos, como mucho, en los dos bandos, un saldo sangriento pero manejable para países grandes: existe la posibilidad de firmar un acuerdo, y tanto Rusia como Ucrania están claramente interesadas por salir de algún modo airosa de una situación complicada. EEUU y sus aliados tienen la sartén por el mango.

Sabemos que esto fue así por varios reportes detallados sobre las negociaciones que aparecieron en la primera mitad de 2024, dos años después de los hechos, sin duda sobre la base de filtraciones occidentales, no rusas.

El primero fue “Las conversaciones que podrían haber terminado la guerra en Ucrania: una historia oculta de diplomacia que se quedó corta, pero que ofrece lecciones para futuras negociaciones”, escrito por Samuel Charap y Sergey Radchenko, y publicado en la revista Foreign Policy el 16 de Abril de 2024.

El hecho de que este texto, cuyos autores vieron el borrador del acuerdo de paz, fuera publicado por un medio propiedad del más prominente think-tank cuasi gubernamental de Washington dedicado a relaciones internacionales, el Council on Foreign Relations, indica que estos detalles fueron verificados por el Departamento de Estado de Estados Unidos. Además, mucho de lo que escribieron Charap y Radchenko fue luego corroborado por un reportaje separado del New York Times, “La paz entre Ucrania y Rusia es tan esquiva como siempre. Pero en 2022 estaban hablando” publicado el 15 de junio de 2024.

Este segundo artículo sobre las negociaciones en Estambul se centra más en los desacuerdos entre las partes negociadoras, y tiene un cierto aire de respuesta al anterior, que fue muy comentado sobre todo por los mayores opositores a la posición de la OTAN en la guerra.

El NYT argumentó que “las dos partes chocaron sobre cuestiones como los niveles de armamento, los términos de la posible membresía de Ucrania en la Unión Europea y leyes ucranianas específicas sobre el idioma y la cultura que Rusia quería derogar”. Es decir, que no había ningún tema relevante de peso donde no se pudieran alcanzar puntos de consenso (los separatistas catalanes no estaban ahí: todos sabremos que prefieren la Tercera Guerra Mundial a acabar con la inmersión lingüística).

Un punto fundamental en el que el NYT corrobora lo antes reportado por Foreign Policy es el estatus de Crimea: el 15 de abril de 2022, precisa el NYT, fue cuando Rusia acordó dejar la cuestión de Crimea en el limbo; como informa el NYT, los rusos estaban desesperados por detener los combates, aunque los negociadores rusos parecían más preocupados por una futura escalada de la guerra que por sus pérdidas militares en aquel momento.

El NYT identificó lo que llamó un “factor decisivo” para descarrilar las conversaciones, que Foreign Policy no consideró como tal: que Rusia insertó ese mismo 15 de abril una cláusula de modo que todos los estados que garantizarían la independencia de Ucrania, incluida Rusia (también Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y China), tendrían que aprobar la respuesta si Ucrania era atacada: como explica el NYT, esto querría decir que, “Moscú podría invadir Ucrania nuevamente y luego vetar cualquier intervención militar en nombre de Ucrania, una condición aparentemente absurda”.

La realidad de la cronología indica que este presunto factor decisivo no lo fue tanto. Las conversaciones continuaron en realidad hasta bien entrado mayo. La apelación a esa cláusula también parece sospechosa y parte de una tendencia a buscar excusas porque, durante los dos años anteriores, el gobierno ucraniano afirmó que abandonaron las conversaciones a la luz de las informaciones sobre atrocidades rusas en Bucha que salieron justo cuando avanzaban las conversaciones de Estambul. Lo que es absurdo.

Como explica Foreign Policy, las noticias sobre Bucha fueron públicas mucho antes hasta el punto de que, durante una visita a Bucha el 4 de abril (11 días antes de que Rusia cediera sobre Crimea), cuando se le preguntó si las conversaciones de paz continuarían, Volodymyr Zelenski respondió: «Sí, porque Ucrania debe tener paz». Zelenski reiteró ese mensaje al día siguiente: «Cada tragedia como esta, cada Bucha afectará las negociaciones. Pero tenemos que encontrar oportunidades para dar los pasos necesarios».

El factor principal en la toma de decisiones de Ucrania, por lo tanto, fue casi con certeza el mensaje que los ayudantes de Zelenski revelaron en mayo de 2022: en abril, poco antes de que Rusia cediera sobre Crimea, el primer ministro del Reino UnidoBoris Johnson, visitó Kiev para informar a Zelenski de que Occidente no apoyaba un acuerdo de paz con Rusia y que los ucranianos debían «seguir luchando». Zelenski continuó las negociaciones unas semanas más pero eventualmente se dejó persuadir.

La pregunta clave es por qué Occidente, es decir EEUU y sus principales aliados entonces (y ya no) con voz sobre el tema, como el Reino Unido, no apoyaron un final negociado que habría sido humillante para Rusia. Y la respuesta más factible es que, como luego defendieron durante más de un año, y como sigue defendiendo Kaja Kallas, responsable de la diplomacia de la UE, Occidente ha visto la posibilidad de desmantelar complemente el régimen de Putin usando a los ucranianos como ariete.

Al fin y al cabo, en las negociaciones de Estambul (en la fotografía, Erdogan con negociadores de los dos países) Rusia había esencialmente admitido su fracaso, e incluso un cierto nivel de desconcierto y desmoralización. Zelenski, quien había concurrido a las presidenciales ucranianas de 2019 como el candidato del acercamiento a Rusia, fue brevemente el adalid de un acuerdo con Rusia y en mayo de 2022 aceptó convertirse en el líder de una guerra que había tomado un cariz muy distinto del que tenía en un principio.

Tengamos en cuenta que aún hubo una última posibilidad de volver a los términos negociados en Estambul. En noviembre de 2022 llegó el pico del éxito ucraniano, cuando las fuerzas rusas evacuaron Jerson, renunciando efectivamente a cualquier posibilidad de tomar Odessa, y también de gran parte de la región de Járkov.

La escala e implicaciones de la retirada rusa provocaron un frenesí en la OTAN. Cuando el Jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, Mark Milley, sugirió a principios de mes que aquél era el momento apropiado para un alto el fuego con Rusia, y para negociar desde una posición de fuerza, la administración Biden lo obligó de inmediato a rectificar.

El cálculo de Biden fue que debilitar a Rusia al máximo era un beneficio neto para EEUU, algo bastante dudoso si uno asume que el único enemigo comparable de EEUU es China, y esa política llevaría (como ha llevado) a Rusia a los brazos de China. Con todo, es importante destacar que aquí no había un exceso de confianza en que Rusia pudiera ser derrotada, incluso en el mejor de los casos.

El presidente Biden sabía lo que había en el menú; ese mes de noviembre, según reportó el famoso Bob Woodward en su último libro sobre el expresidente estadounidense, el propio Biden le dijo al asesor Jake Sullivan que la amenaza nuclear creíble de Rusia suponía que EEUU nunca podría aspirar a ganar la guerra:

“Si no expulsamos a Rusia por completo de Ucrania, entonces, hasta cierto punto, permitiremos que Putin logre lo que quiere. Y si logramos expulsarlos, corremos el riesgo de una guerra nuclear. Putin no permitirá que lo expulsen de aquí sin el uso de armas nucleares. Así que estamos estancados. Si tenemos demasiado éxito nos vemos con una amenaza nuclear, si demasiado poco, consecuencias imprevisibles a largo plazo”.

 

Viendo la posición desde la cual están ahora negociando Occidente y Ucrania con Rusia, parece que Biden, por una vez en su aciaga carrera, llevaba razón en algo.

 

Burisma Holdings y la conexión ucraniana

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La gran colusión

El poder y de la riqueza crecen exponencialmente al tiempo que se reduce el número de manos en los que se acumulan
 
Por Javier Torrox

Ideas, 2 de marzo de 2025

 

El comercio es un precursor de la prosperidad y de la abundancia. Esto es una evidencia innegable. Pero de la fortaleza de esta certeza ha nacido el moderno error común de creer que sus numerosos y deseables beneficios sean tan salvíficos como para remediar todos los males del mundo y que tengan hasta la capacidad de imposibilitar la guerra. Es célebre el caso del inglés Norman Angell. En 1909 publicó La gran ilusión. En esta obra aseguraba que el estado de interdependencia comercial y económica alcanzado en aquel momento por las potencias europeas hacían imposible una nueva conflagración bélica en el viejo continente. El libro tuvo un gran éxito. Cinco años después, estalló la Primera Guerra Mundial.

Un ejemplo presente de que las relaciones comerciales —pese a sus muchas bondades— no son el bálsamo de Fierabrás contra las disputas es el de la UE, que ha levantado bandera de tiranía y excita colisiones civiles en su seno. Nació como una comunidad de comercio entre naciones transcurrida una década desde el fin de la II Guerra Mundial. Su objetivo era evitar eventuales nuevos enfrentamientos mediante la creación de lazos de amistad basados en las relaciones mercantiles.

Aquella asociación metamorfoseó su propio ser y creció hasta convertirse en el monstruo que hoy es la UE. Esta bestia burócrata se ha transformado en un heraldo de guerra. Ha azuzado —en beneficio useño y en su propio perjuicio— una confrontación en portales vecinos, en suelo europeo. Además, promueve conflictos intestinos en sus estados miembros con la importación ilegal de millones de inmigrantes cuya cultura es incompatible con el modo de vida de las sociedades a las que son enviados.

La normalización de esta anormalidad a través de los grandes medios de comunicación hace necesario insistir en qué significa esto último: los gobiernos violan las leyes a las que están sometidos —sin que nadie persiga esos delitos— para llenar las calles de delincuentes que crean inseguridad y contiendas sociales dentro de sus fronteras.

Esto sucede bajo la dirección y coerción de la UE. ¿Por qué? Porque su propia vida, su Poder y su crecimiento se alimentan del debilitamiento de las naciones que la integran. La UE es el Skynet de Terminator: tras tomar consciencia de sí misma ha identificado a los Estados miembros de los que nace como la mayor amenaza a su existencia. La UE es Saturno devorando a sus hijos para que no le disputen el Poder. Esto sucede a nivel geopolítico y también comercial. Volvamos sobre este último punto para completar una visión de conjunto del estado de cosas actual.

Las ventajas del comercio son tan incuestionables como innumerables. No obstante, es un artefacto humano y, como tal, del mismo modo que brilla con las virtudes de las que puede hacer gala el hombre, también adolece de sus vicios. El deseo de adquirir, mediante el trabajo, la riqueza que asegure el bienestar propio y el de los seres queridos es un bien que asimismo redunda en provecho de otros que cooperan de forma simultánea en pos del mismo objetivo para sí; esta cooperación a gran escala es lo que permite que haya agua al abrir el grifo, comida en las tiendas y supermercados y luz al accionar un interruptor —todo a un coste más o menos razonable, aunque el incremento de los precios en los últimos años es muy notable—. Por otro lado, el apetito del ejercicio de mando —de Poder— es fecundo en los raros casos en los que persigue el bien de la comunidad de la que forma parte.

Ahora bien, la deseable moderación en todos los ámbitos de la vida tiene a su contrario en la inmoderación. La acumulación desmesurada de dinero y de Poder puede llegar a constituir una amenaza para la libertad. Sin embargo, esto no parece ser motivo de preocupación en la sociedad civil ni en la sociedad política que debería existir, pero que ha sido usurpada por el Estado. La primera —la sociedad civil— es la de los ciudadanos tomados de forma individual y su colectividad reunida singularmente como comunidad política en una Nación; ellos son quienes sufrirán las consecuencias de la inmoderación que ya atropella a la libertad. La segunda —la sociedad política— es la que forman los gobiernos y los legisladores; ellos son quienes tienen la encomienda de proteger y salvaguardar la libertad y la seguridad de la primera ante cualquier amenaza, sea ésta interna o externa.

El crecimiento exponencial del Poder y de la riqueza al tiempo que se reduce el número de manos en los que ambos se acumulan hace aún más peligroso este proceso, que de por sí ya es explosivo. Estos dos ámbitos han generado en la actualidad la mayor colusión de la Historia de la humanidad. No es algo por venir, sino que sucede en el presente. De hecho, se da desde hace años.

Un grupo reducido de individuos ha acumulado tal opulencia que su sola voluntad de personas privadas tiene capacidad para retorcerle el brazo a prácticamente todos los estados del mundo. Benjamin Constant explicaba en 1814 cómo la deuda —pariente del comercio— carecía en la antigüedad de la capacidad de esclavizar a las naciones de la que sí disfrutaba en la modernidad coetánea al pensador francés —no digamos ya en la actualidad—:

«El crédito no tenía la misma influencia entre los antiguos: sus gobiernos eran más fuertes que los particulares. Los particulares son mucho más fuertes que los poderes públicos en nuestros días».

 

A lo largo de los dos siglos transcurridos desde esta sentencia de monsieurConstant, ese grupo de particulares ha crecido en capacidad y fortaleza como no había ocurrido antes en la Historia. Veamos dos ejemplos representativos. Uno tuvo lugar en los albores del Renacimiento y otro en la actualidad.

El poder de Cosme de Médici en Florencia se basó, en palabras de Gaetano Mosca, en «la conquista de la supremacía económica sobre la antigua oligarquía mercantil». Además de las fábricas de la época, controlaba los bancos y, con ellos, el crédito. Una familia rival consiguió su destierro. Esto provocó una crisis económica en Florencia a causa de la dependencia que Cosme había tejido a su alrededor. Volvió aclamado por toda la ciudad. Touchard concluye que «los Médicis imprimieron a la vida pública florentina un tono autocrático, y bajo la cobertura de la prosperidad, la demagogia sustituyó a la democracia». Siempre gobernante en la sombra, Cosme murió en 1464 sin haber ocupado un cargo político. Pero su poder estuvo siempre limitado a la República de Florencia.

En la actualidad, según ha informado recientemente el periodista Lorenzo Ramírez en el programa Despegamos junto a César Vidal, el fondo de inversión BlackRocktiene bajo su control activos en todo el mundo por un valor superior a los 11,5 billones de dólares —esto es, 11,5 millones de millones de dólares: 11,5 trillones, según la nomenclatura anglosajona—. Sólo los EEUU y China tienen un PIB superior a esta cantidad. «Esto no ha hecho más que empezar», ha declarado el consejero delegado de BlackRock, Larry Fink, sobre las cuentas de la compañía.

La situación presente, sin embargo, no se explica tan sólo con este crecimiento, aunque sea enorme, de ciertos particulares. Faltan dos factores para completar una visión panorámica de la realidad.

Por un lado, la degradación moral de las élites políticas e intelectuales de todos los países desarrollados; ésta ha dado lugar a una generación de gobernantes que han llegado a sus cargos corrompidos de casa o dispuestos a corromperse tanto como les sea posible; sumado a lo anterior, la cooperación de académicos venales —¡la ciencia!— con el Poder es lo que sienta las bases para la Gran Colusión existente.

Por otro lado, el agente que posibilita este amancebamiento de corrupción en el tamaño e intensidad en el que se da es la tecnología y la velocidad a la que ésta permite el intercambio de información entre dos puntos cualesquiera del mundo: la inmediatez.

Con estos dos factores, los gobernantes de distintas potencias actúan de forma coordinada en el tiempo con los pretextos a medida aportados por oráculos con apariencia académica —la ciencia subvencionada—. Esto hace posible la extracción del capital económico de los individuos mediante impuestos presentes y futuros —la deuda que pagarán los niños de hoy y todos sus descendientes durante generaciones—.

El siguiente paso es el traspaso del dinero de los trabajadores a ese grupo de opulentos particulares —más corporaciones que personas individuales—. Esto no lo llevan a cabo con la entrega de camiones cargados de maletines ni con transferencias secretas de sofisticados ladrones. Lo realizan públicamente mediante la concesión de contratos para la realización de servicios que son presentados como salvíficos —hay que salvar el planeta, la tabla de multiplicar o lo que se tercie y cuele—.

 

El siguiente paso es el traspaso del dinero de los trabajadores a ese grupo de opulentos particulares —más corporaciones que personas individuales—. Esto no lo llevan a cabo con la entrega de camiones cargados de maletines ni con transferencias secretas de sofisticados ladrones. Lo realizan públicamente mediante la concesión de contratos para la realización de servicios que son presentados como salvíficos —hay que salvar el planeta, la tabla de multiplicar o lo que se tercie y cuele.

 

Esto sucede porque esos particulares se han hecho amos de los gobernantes, que reciben sus migajas como pago por expoliar a los gobernados y naciones de cuya libertad y seguridad son responsables. Todo esta urdimbre de corrupción funciona por una única razón: la disposición del gobernante a corromperse —ahí ya sí hay transferencias secretas a paraísos fiscales—.

Pero, ¿por qué soportan esto los gobernados de todas las potencias afectadas? Porque el hombre del siglo XXI ha sacrificado el sentido común a la tecnología. Apabullado ante la inmediatez, es incapaz de esperar a la evolución de los hechos y desarrollar su propia reacción ante los acontecimientos. Rechaza lo que perciben sus sentidos. Se limita a imitar la reacción sincronizada que la tecnología le hace llegar de forma instantánea. Constituir parte de la masa elude la soledad y adormece la conciencia en los almohadones del conformismo compartido con carné de activista.

Si este es el desolador resultado social de la tecnología disponible hoy, ¿qué efectos terribles no tendrá en el futuro la inteligencia artificial en el entumecimiento de la conciencia —de la relación moral personal con los hechos— y hasta en el de la consciencia del ser? Difícil respuesta si ni siquiera somos capaces de contestar todavía cuáles serán las consecuencias a largo plazo para las relaciones humanas y para los individuos de la omnipresente inmediatez. Ésta nació con internet hace tan sólo treinta años y se desarrolló mediante su portabilización individual a través de los teléfonos inteligentes hace apenas 15 años. Caemos por una pendiente en aceleración exponencial mientras creemos dar un tranquilo paseo en llano.

La tecnología, hija de la inteligencia, es una facilitadora de vida en tanto que lo es del trabajo. Pero del mismo modo que el arma que defiende la vida puede ser utilizada para cometer un crimen, la tecnología también adelanta el trabajo de los criminales. De hecho, el global–socialismo nace de las capacidades de la tecnología existente. La muerte y el robo ya no están a la distancia de un disparo, sino de un clic.

De esta licencia propia de dioses paganos de disponer de la vida y hacienda de los demás ha nacido el global–socialismo, una secuela a escala global en el siglo XXI del nacional–socialismo alemán del siglo XX. El crecimiento de los particulares para los que trabaja este global–socialismo ha sido vertiginoso en los últimos años —por alguna razón, en especial a partir de la epidemia de coronavirus—. La tecnología impulsa la acreción de su Poder mediante un proceso de concentración corporativa. Ocurre en todos los sectores económicos: la energía, la banca, las cadenas de distribución de alimentos, el complejo industrial-militar, etc. Todo discurre hacia una única omnicorporación —o unas pocas a lo más— proveedora de todo a una población que —mientras llena universidades— va camino de perder todo el conocimiento acumulado durante miles de años por sus ancestros. El saber será privativo de los operadores del global–socialismo mientras la masa bizantina estudia el género de los números primos.

Los muchos beneficios materiales y morales del comercio desaparecen cuando las corporaciones alcanzan un cierto umbral de tamaño. Entonces las grandes comienzan a alimentarse de las más pequeñas hasta que sólo quedan unas pocas. En ese momento, a ese reducido número de particulares que son esas megaempresas les resulta más rentable dejar de competir entre sí y constituirse en cártel de su negociado. El resultado es un monopolio —un consenso—, que es el fin de la competencia y sin ella, el aumento de los precios acompañado de la reducción de la calidad. Las grandes firmas se transforman en gigantes que apenas son capaces de moverse. Carentes de agilidad, pierden la creatividad. Se convierten en monstruos siempre hambrientos, minotauros corporativos. Ahítos de empresas, comienzan a devorar estados.Su apetito es insaciable. Los beneficios económicos de la cuenta de resultados deben crecer cada ejercicio a cualquier coste, a cualquier precio.

Los cambios de gobiernos y legisladores no detendrán la Gran Colusión, aunque unos sean preferibles a otros y ésos consigan dar pasos contra la tiranía que crece a nuestro alrededor. Es una buena noticia para la libertad que diversos países anuncien su intención de abandonar la OMS, el Acuerdo de París o cualquier otro chiringuito supranacional. Resulta muy satisfactorio para el ciudadano común que los global–socialistas reciban alguna bofetada —y entre ellos sus financiadores a través de entidades como la USAID del Gobierno de los EEUU y la Fundación Open Society de George Soros, así como sus mercachifles publicistas del Foro Económico Mundial—. Sin embargo, la inercia existente es de tal magnitud que no es posible detenerla de forma súbita. La ciénaga global–socialista es la suma de las ciénagas nacionales. Cada Nación tiene la suya y tendrá que drenar su podredumbre por sí misma porque nadie acudirá en su ayuda. Todas las potencias están solas ante las demás potencias del orbe. En geopolítica —de la que el comercio no es una pieza menor— no hay aliados ni reglas, sólo intereses y fuerza para imponerlos.

La condición humana no cambia, por eso resulta tan útil recurrir al pasado para extraer de él enseñanzas que puedan tener cierto grado de aplicación a los problemas del presente. Ya hubo una compañía que creció tanto en su mercado que fue capaz de comprar gobiernos. Fue la estadounidense United Fruit Company, cuyo negocio principal era la banana. La corrupción que promovió esta firma ha quedado impresa en el acervo mundial con la expresión «república bananera», en referencia a la que se vende a una corporación y se pone a sí misma al albur de sus intereses. Evitar convertirse en una es tan fácil como que los gobernantes elijan no vender su patria y opten por hacer honor a su palabra y defender los intereses de sus gobernados a su mejor entender con todos los medios a su alcance.

También es useña la solución a la amenaza que supone la concentración de empresas o el crecimiento desmesurado de una compañía —como es el caso de fondos de inversión como BlackRocky Vanguardy de gigantes tecnológicos como Google, Amazony Meta—. El Tribunal Supremo de los EEUU declaró en 1911 a la Standard Oil Company de John D. Rockefeller culpable de monopolio en el mercado del petróleo y la condenó a ser descuartizada en 39 empresas distintas. Este es el camino. Especialmente en cuatro ámbitos: el militar–industrial, el bancario, el de las nuevas tecnologías y el energético. Pero Occidente lo recorre en sentido opuesto. Y quien lo señala, es calificado como peligroso ultraderechista por los gobiernos y los legisladores con los que la banca bate récords de ganancias un año tras otro. La izquierda está con mister Rockefeller y con la señora Botín.

 

Especialmente en cuatro ámbitos: el militar–industrial, el bancario, el de las nuevas tecnologías y el energético. Pero Occidente lo recorre en sentido opuesto. Y quien lo señala, es calificado como peligroso ultraderechista por los gobiernos y los legisladores con los que la banca bate récords de ganancias un año tras otro

 

Así marcha el mundo real mientras la población paga por ver partidos de fútbol de alta competición que sabe que están amañados desde hace décadas. El avestruz que esconde la cabeza no ve venir la espada que le rebanará el cuello. Salvo que haga lo que más teme el Poder: que tome consciencia de su ser político y de la realidad que le rodea. Y que, como consecuencia de este acto, ponga en marcha un Reinicio Moral que acabe con la Gran Colusión existente.

 

 

SOLVE ET COAGULA: «DERECHA / IZQUIERDA: ¿FIN O TRANSFORMACIÓN DE LA DIVISIÓN?», por Arnaud Imatz.