RUSIA Y LA DOCTRINA DEL SHOCK
LA SITUACIÓN MILITAR EN UCRANIA
Por Jacques Baud
Centre Français de Recherche sur le Renseignement
PRIMERA PARTE: EN EL CAMINO A LA GUERRA
Durante años, desde Malí hasta Afganistán, trabajé por la paz y arriesgué mi vida por ella. No se trata, pues, de justificar la guerra, sino de comprender qué nos llevó a ella. Observo que los “expertos” que se turnan en los televisores analizan la situación basándose en información dudosa, la mayoría de las veces hipótesis convertidas en hechos, y por lo tanto ya no logramos entender lo que está sucediendo. Así es como creas el pánico.
El problema no es tanto quién tiene la razón en este conflicto, sino cómo toman sus decisiones nuestros líderes.
Tratemos de examinar las raíces del conflicto. Comienza con aquellos que durante los últimos ocho años nos han estado hablando de «separatistas» o «independencia» del Donbass. Es falso. Los referéndums realizados por las dos autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk en mayo de 2014 no fueron referéndums de «independencia« (независимость), como pretendían algunos periodistas sin escrúpulos, sino de «autodeterminación» o «autonomía» (самостоятельность). El término «pro-ruso» sugiere que Rusia fue parte del conflicto, lo cual no fue el caso, y el término «hablantes de ruso» habría sido más honesto. Además, estos referéndums se llevaron a cabo en contra del consejo de Vladimir Putin.
De hecho, estas repúblicas no buscaban separarse de Ucrania, sino tener un estatuto de autonomía que les garantizara el uso del idioma ruso como idioma oficial. Porque el primer acto legislativo del nuevo gobierno resultante del derrocamiento del presidente Yanukovych fue la abolición, el 23 de febrero de 2014, de la ley Kivalov-Kolesnichenko de 2012 que hizo del ruso un idioma oficial. Un poco como si los golpistas decidieran que el francés y el italiano dejarían de ser idiomas oficiales en Suiza.
Esta decisión provoca una tormenta en la población de habla rusa. Esto resultó en una feroz represión contra las regiones de habla rusa (Odessa, Dnepropetrovsk, Kharkov, Lugansk y Donetsk) que comenzó en febrero de 2014 y condujo a una militarización de la situación y algunas masacres (en Odessa y Mariupol, las más importantes). A finales del verano de 2014, solo quedaban las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk.
En esta etapa, demasiado rígidos y estancados en un enfoque doctrinario del arte operacional, los estados mayores ucranianos sufrieron al enemigo sin lograr imponerse. El examen del curso de los combates en 2014-2016 en Donbass muestra que el estado mayor ucraniano aplicó sistemática y mecánicamente los mismos planes operativos. Sin embargo, la guerra que libraban los autonomistas era entonces muy parecida a la que observamos en el Sahel: operaciones muy móviles realizadas con medios ligeros. Con un enfoque más flexible y menos doctrinario, los rebeldes pudieron explotar la inercia de las fuerzas ucranianas para “atraparlos” repetidamente.
En 2014, estoy en la OTAN, responsable de la lucha contra la proliferación de armas pequeñas, y estamos tratando de detectar las entregas de armas rusas a los rebeldes para ver si Moscú está involucrado. La información que recibimos entonces proviene prácticamente en su totalidad de los servicios de inteligencia polacos y no «coincide» con la información de la OSCE: a pesar de las acusaciones bastante crudas, no observamos ninguna entrega de armas y materiales militares rusos.
Los rebeldes están armados gracias a las deserciones de unidades ucranianas de habla rusa que se pasan al bando rebelde. A medida que avanzaban los fracasos ucranianos, los batallones completos de tanques, artillería o antiaéreos engrosaron las filas de los autonomistas. Esto es lo que impulsa a los ucranianos a comprometerse con los Acuerdos de Minsk.
Pero, justo después de firmar los Acuerdos de Minsk 1, el presidente ucraniano, Petro Poroshenko, lanzó una gran operación antiterrorista (ATO/Антитерористична операція) contra Donbass. Bis repetita placent: mal asesorados por los oficiales de la OTAN, los ucranianos sufrieron una aplastante derrota en Debaltsevo que los obligó a comprometerse con los Acuerdos de Minsk 2…
Es fundamental recordar aquí que los Acuerdos de Minsk 1 (septiembre de 2014) y Minsk 2 (febrero de 2015) no preveían ni la separación ni la independencia de las Repúblicas, sino su autonomía en el marco de Ucrania. Aquellos que hayan leído los Acuerdos (son muy, muy, muy pocos) encontrarán que está escrito completo que el estatus de las repúblicas debía ser negociado entre Kiev y los representantes de las repúblicas, para una solución interna en Ucrania.
Por eso, desde 2014, Rusia ha exigido sistemáticamente su aplicación negándose a ser parte de las negociaciones, porque se trataba de un asunto interno de Ucrania. Por otro lado, los occidentales -liderados por Francia- intentaron sistemáticamente sustituir los Acuerdos de Minsk por el “formato de Normandía”, que enfrentaba a rusos y ucranianos. Sin embargo, recordemos que nunca hubo tropas rusas en el Donbass antes del 23 y 24 de febrero de 2022. Además, los observadores de la OSCE nunca han observado el menor rastro de unidades rusas operando en el Donbass. Así, el mapa de inteligencia estadounidense publicado por el Washington Post el 3 de diciembre de 2021 no muestra tropas rusas en Donbass.
«…Sin embargo, recordemos que nunca hubo tropas rusas en el Donbass antes del 23 y 24 de febrero de 2022..»
En octubre de 2015, Vasyl Hrytsak, director del Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU), confesó que solo se habían observado 56 combatientes rusos en el Donbass. Era incluso comparable al de los suizos que van a pelear en Bosnia durante los fines de semana, en la década de 1990, o los franceses que van a pelear en Ucrania hoy.
El ejército ucraniano se encontraba entonces en un estado deplorable. En octubre de 2018, después de cuatro años de guerra, el fiscal militar jefe de Ucrania, Anatoly Matios, dijo que Ucrania había perdido 2.700 hombres en el Donbass: 891 por enfermedades, 318 por accidentes de tráfico, 177 por otros accidentes, 175 por envenenamiento (alcohol, drogas), 172 por manejo descuidado de armas, 101 por incumplimiento de las normas de seguridad, 228 por asesinato y 615 por suicidio.
De hecho, el ejército está socavado por la corrupción de sus cuadros y ya no cuenta con el apoyo de la población. Según un informe del Ministerio del Interior del Reino Unido, cuando se convocó a los reservistas en marzo-abril de 2014, el 70 % no se presentó a la primera sesión, el 80 % a la segunda, el 90 % a la tercera y el 95 % a la cuarta. En octubre/noviembre de 2017, el 70 % de las personas que llamaron no se presentaron durante la campaña de devolución de llamadas «Otoño de 2017″. Esto no incluye suicidios y deserciones (muchas veces en beneficio de los autonomistas) que alcanzan hasta el 30% de la plantilla en la zona ATO. Los jóvenes ucranianos se niegan a ir a luchar al Donbass y prefieren la emigración, lo que también explica, al menos en parte, el déficit demográfico del país.
El Ministerio de Defensa de Ucrania recurrió entonces a la OTAN para que la ayudara a hacer que sus fuerzas armadas fueran más “atractivas”. Habiendo trabajado ya en proyectos similares en el marco de las Naciones Unidas, la OTAN me pidió que participara en un programa destinado a restaurar la imagen de las fuerzas armadas ucranianas. Pero es un proceso largo y los ucranianos quieren ir rápido.
Así, para compensar la falta de soldados, el gobierno ucraniano recurrió entonces a las milicias paramilitares. Se componen esencialmente de mercenarios extranjeros, a menudo activistas de extrema derecha. A partir de 2020, constituyen alrededor del 40% de las fuerzas de Ucrania y suman alrededor de 102.000 hombres según Reuters . Están armados, financiados y entrenados por Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá y Francia. Hay más de 19 nacionalidades, incluida la suiza.
Por lo tanto, los países occidentales han creado y apoyado claramente las milicias de extrema derecha ucranianas. En octubre de 2021, el Jerusalem Post dio la alarma al denunciar el proyecto Centuria. Estas milicias han estado operando en el Donbass desde 2014, con apoyo occidental. Incluso si podemos discutir el término «nazi», el hecho es que estas milicias son violentas, transmiten una ideología nauseabunda y son virulentamente antisemitas. Su antisemitismo es más cultural que político, por lo que el adjetivo «nazi» no es realmente apropiado. Su odio al judío proviene de las grandes hambrunas de los años 1920-1930 en Ucrania, como resultado de la confiscación de cultivos por parte de Stalin para financiar la modernización del Ejército Rojo. Sin embargo, este genocidio, conocido en Ucrania como el Holodomor, fue perpetrado por la NKVD (antecesora de la KGB) cuyos niveles superiores de liderazgo estaban compuestos principalmente por judíos. Por eso, hoy, los extremistas ucranianos piden a Israel que se disculpe por los crímenes del comunismo, como informa el Jerusalem Post. Por lo tanto, estamos muy lejos de una “reescritura de la historia” por parte de Vladimir Putin.
Estas milicias, derivadas de los grupos de extrema derecha que lideraron la revolución Euromaidan en 2014, están formadas por individuos fanáticos y brutales. El más conocido de ellos es el regimiento Azov, cuyo emblema recuerda al de la 2ª División Panzer SS Das Reich , que es objeto de verdadera veneración en Ucrania, por haber liberado Jarkov de los soviéticos en 1943, antes de perpetrar la matanza de Oradour-sur-Glane en 1944, en Francia.
Entre las figuras célebres del regimiento Azov se encontraba el opositor Roman Protassevich, detenido en 2021 por las autoridades bielorrusas tras el caso del vuelo FR4978 de RyanAir. El 23 de mayo de 2021 se habla del secuestro deliberado de un avión de pasajeros por parte de un MiG-29 -con el acuerdo de Putin, por supuesto- para arrestar a Protassevich, aunque la información entonces disponible no confirma en modo alguno este escenario.
Pero entonces hay que demostrar que el presidente Lukashenko es un matón y Protassevich un «periodista» enamorado de la democracia. Sin embargo, una investigación bastante edificante realizada por una ONG estadounidense en 2020 destacó las actividades militantes de extrema derecha de Protassevich. La conspiración occidental pone entonces en marcha y los medios sin escrúpulos «preparan» su biografía. Finalmente, en enero de 2022, se publica el informe de la OACI y muestra que, a pesar de algunos errores de procedimiento, Bielorrusia actuó de acuerdo con las normas vigentes y que el MiG-29 despegó 15 minutos después de que el piloto de RyanAir decidiera aterrizar en Minsk. Así que nada de complot con Bielorrusia y menos con Putin. ¡Ah!… Un detalle más: Protassevich, cruelmente torturado por la policía bielorrusa, ahora está libre. Quienes deseen mantener correspondencia con él, pueden acudir a su cuenta de Twitter .
La etiqueta de «nazi» o «neonazi» dada a los paramilitares ucranianos se considera propaganda rusa. Puede ser; pero esa no es la opinión de The Times of Israel, el Centro Simon Wiesenthal o el Centro de Contraterrorismo de la Academia West Point. Pero esto sigue siendo discutible, porque, en 2014, la revista Newsweek pareció asociarlos con… el Estado Islámico. Elección !
Así que Occidente apoya y sigue armando milicias que han sido culpables de numerosos crímenes contra la población civil desde 2014 : violaciones, torturas y masacres. Pero si bien el gobierno suizo ha sido muy rápido en imponer sanciones contra Rusia, no ha adoptado ninguna contra Ucrania, que ha estado masacrando a su propia población desde 2014. De hecho, quienes defienden los derechos de los hombres en Ucrania han condenado durante mucho tiempo la acciones de estos grupos, pero no han sido seguidas por nuestros gobiernos. Porque, en realidad, no estamos tratando de ayudar a Ucrania, sino de luchar contra Rusia.
La integración de estos paramilitares a la Guardia Nacional no estuvo en absoluto acompañada de una “desnazificación”, como pretenden algunos. Entre los muchos ejemplos, el de la insignia del Regimiento Azov es edificante:
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Noam Chomsky, sobre la guerra en Ucrania: «EEUU no quiere una salida diplomática en el país»
El destacado filósofo y politólogo estadounidense señala que la superpotencia ‘por excelencia’ no descarta la posibilidad de iniciar una guerra nuclear a través de la guerra en Ucrania con Rusia.
Pagina 12, 18 MAYO 2022
Por C.J. Polychroniou
Noam Chomsky es un filósofo, politólogo, activista estadounidense de origen judío y una de las figuras más reconocidas de la lingüística del siglo XX. En esta entrevista concedida a Página 12 comenta la necesidad de negociar de forma urgente una salida a la guerra. Por otro lado, analiza cómo Occidente «juega con la vida de los ucranianos y el hambre en todo el mundo» para tratar de acorralar a la Rusia de Putin.
La guerra en Ucrania está causando sufrimientos humanos inimaginables, pero también tiene consecuencias económicas globales y es una noticia terrible para la lucha contra el calentamiento global. De hecho, como resultado de la creciente subida de precios de la energía y las preocupaciones por la seguridad energética, los esfuerzos de descarbonización han pasado a un segundo plano.
En Estados Unidos el Gobierno de Biden ha adoptado el lema republicano: ‘Perfora, nene, perfora’ y Europa está empeñada en construir nuevos gasoductos e instalaciones de importación. Por su parte, China planea elevar la capacidad de producción del carbón.
¿Puede usted comentar sobre las implicaciones de estos desafortunados sucesos y explicar por qué el pensamiento cortoplacista sigue prevaleciendo entre los líderes mundiales, aun en un momento en que la humanidad podría estar al borde de una amenaza a nuestra existencia?
La última pregunta no es nueva. En una forma u otra, ha surgido a lo largo de la historia. Recordemos un caso que se ha estudiado a fondo: ¿por qué los líderes políticos fueron a la guerra en 1914, con absoluta confianza en su propia rectitud? ¿Y por qué los más prominentes intelectuales en todos los países en guerra se alinearon con apasionado entusiasmo en apoyo de su propio Estado? Quitando a un puñado de disidentes, varios de los más destacados fueron encarcelados (Bertrand Russell, Eugene Debs, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht). No era una crisis terminal, pero era grave.
Este modelo se remonta en el tiempo. Y continúa con poco cambio después del 6 de agosto de 1945, cuando nos enteramos de que la inteligencia humana se había elevado al nivel en el que pronto sería capaz de exterminarlo todo.
«Lo que impulsa la política no es la seguridad, al menos no la de la población»
Si observamos de cerca el modelo, en el curso de los años, una conclusión parece surgir con claridad: lo que impulsa la política no es la seguridad, al menos no la seguridad de la población, la cual es, cuando mucho, una preocupación marginal. Lo mismo puede decirse de las amenazas a la existencia. Tenemos que buscar en otro lado.
Un buen punto de partida, creo, es lo que parece el principio mejor establecido de la teoría de las relaciones internacionales: la observación de Adam Smith de que los ‘Amos de la Humanidad’ –en su tiempo los comerciantes y fabricantes de Inglaterra– son «los principales arquitectos de la política del Estado». Utilizan su poder para asegurar que sus intereses ‘sean atendidos de la manera más peculiar, por ‘dolorosos’ que fueran sus efectos sobre otros, entre ellos el pueblo de Inglaterra, pero con más brutalidad las víctimas de la «salvaje injusticia de los europeos». El objetivo particular de Smith era el salvajismo británico en India, entonces en sus primeras etapas, pero ya bastante terrible.
«Quienes no participan en el juego son excluidos con rapidez»
Nada cambia mucho cuando la crisis se vuelve existencial. Los intereses de corto plazo prevalecen. La lógica es clara en los sistemas competitivos, como en los mercados no regulados. Quienes no participan en el juego son excluidos con rapidez. La competencia entre los ‘principales arquitectos de la política’ en el sistema estatal tiene propiedades un tanto similares, pero debemos tener en mente que la seguridad de la población está lejos de ser un principio rector, como la historia muestra con claridad.
Usted tiene razón en cuanto al horrible impacto de la criminal invasión rusa de Ucrania. La discusión en Estados Unidos y Europa se centra en el sufrimiento de Ucrania, lo cual es razonable, mientras aplaude también nuestra política de acelerar la miseria, lo cual no es tan razonable. Volveré sobre ello.
Veamos sólo un ejemplo, la peor crisis humana, de acuerdo con Naciones Unidas: Yemen. Más de 2 millones de niños enfrentan una hambruna inminente, según informa el Programa Mundial de Alimentos. Casi el 100% de sus cereales son importados, de los cuales Rusia y Ucrania aportan la mayor cantidad de trigo y derivados (42%), además de harina reexportada y trigo procesado para la misma región.
La crisis va mucho más allá. Intentemos ser honestos al respecto: la perpetuación de la guerra es, en términos simples, un programa de asesinato en masa sobre buena parte del Sur global.
Esa es la menor parte. En periódicos supuestamente serios se analiza cómo Estados Unidos podría ganar una guerra nuclear con Rusia. Tales análisis lindan en una locura criminal. Y, por desgracia, las políticas de Estados Unidos y la OTAN proporcionan muchos posibles escenarios para una rápida terminación de la sociedad humana. Por mencionar solo una, Putin hasta ahora se ha abstenido de atacar las líneas de suministro de armas pesadas a Ucrania. No sería gran sorpresa si eso terminara sucediendo, lo cual desencadenaría en un conflicto frontal entre Rusia y la OTAN, con un camino fácil hacia una intensificación que bien podría conducir a un rápido adiós.
«Para que haya alguna esperanza de un mundo habitable, debemos dejar de usar combustibles fósiles ahora mismo»
Más probable, de hecho muy probable, es una muerte más lenta por medio del envenenamiento del planeta. El informe más reciente del Panel Intergubernamental del Cambio Climático puso de manifiesto que para que haya alguna esperanza de un mundo habitable, debemos dejar de usar combustibles fósiles ahora mismo, y avanzar con firmeza hasta su pronta eliminación. Como usted señala, el efecto de la guerra actual es poner fin a las de por sí limitadas iniciativas existentes, y de hecho revertirlas y acelerar la carrera hacia el suicidio.
Naturalmente, reina un gran jolgorio en las oficinas ejecutivas de los consorcios dedicados a destruir la vida humana en la Tierra. Ahora no solo están libres de restricciones y de las quejas de molestos activistas ambientales, sino que se les elogia por «salvar a la civilización» y reciben estímulos para destruir aún más rápidamente. Ahora se les anima a desperdiciar recursos escasos que se necesitan con desesperación para propósitos humanos y constructivos. Y, al igual que sus socios en la destrucción masiva, las corporaciones de combustibles fósiles absorben recursos de los contribuyentes.
¿Qué podría ser mejor o, desde una perspectiva diferente, más insensato? Haríamos bien en recordar las palabras del ex presidente Dwight D. Eisenhower en su discurso de la Cruz de hierro de 1953:
«El coste de un misil moderno es el de una escuela moderna en más de 30 ciudades»
«Cada arma que se fabrica, cada guerra que se emprende, cada cohete que se dispara significa, en último sentido, un robo a quienes padecen hambre y no son alimentados, quienes padecen frío y no son vestidos. Este mundo en armas no sólo gasta dinero: gasta el sudor de sus trabajadores, el genio de sus científicos, las esperanzas de sus niños. El coste de un bombardero pesado moderno es éste: una moderna escuela de ladrillos en más de 30 ciudades. Es dos plantas eléctricas, cada una capaz de atender a una población de 60 mil personas. Es dos hospitales excelentes, plenamente equipados. Es unos 80 kilómetros de pavimento. Pagamos por un solo avión caza con medio millón de bushels de trigo. Pagamos por un solo destructor con nuevas casas que podrían albergar a más de 8.000 personas… Esta no es una forma de vida, en ningún sentido verdadero. Bajo la nube de la amenaza de guerra, la humanidad pende de una cruz de hierro».
Estas palabras no podrían ser más apropiadas hoy. Volviendo a la razón por la que los ‘líderes mundiales’ persisten en este curso insensato, en primer lugar habría que detallar si alguno de estos merece ese apelativo, excepto por ironía.
«A poner fin al conflicto en la única forma posible: mediante la diplomacia y la capacidad política»
Si los hubiera, estarían dedicados a poner fin al conflicto en la única forma posible: mediante la diplomacia y la capacidad política. Las líneas generales de un acuerdo político se han entendido desde hace mucho tiempo. Las hemos examinado antes y también hemos documentado la dedicación de Estados Unidos (con la OTAN a remolque) para socavar la posibilidad de un acuerdo diplomático, de manera bastante abierta y con orgullo. No debería haber necesidad de revisar de nuevo ese registro funesto.
Un dicho común es que el «loco Vlad» está tan demente, y tan inmerso en sueños guajiros de reconstruir un imperio y tal vez conquistar el mundo, que no tiene sentido siquiera escuchar lo que dicen los rusos… y sin duda no hay necesidad de considerar un involucramiento diplomático con semejante criatura. Por tanto, no exploremos la única posibilidad de poner fin al horror y continuemos aumentándolo, sean cuales fueren las consecuencias para Ucrania y para el mundo.
Los líderes occidentales, y gran parte de la clase política, están ahora consumidos por dos ideas principales: la primera es que la fuerza militar rusa es tan abrumadora que pronto podría tratar de conquistar Europa Occidental, o incluso más allá. Por tanto, tenemos que ‘combatir a Rusia allí’ (con cuerpos ucranianos), de modo que ‘no tengamos que combatir a Rusia aquí’, (en Washington), según nos advierte Adam Schmitt, del Partido Demócrata y presidente del Comité Permanente sobre Inteligencia de la Cámara de Representantes.
La segunda es que la fuerza militar rusa ha sido exhibida como un tigre de papel, tan incompetente y frágil, y tan mal conducida, que no puede conquistar ciudades ubicadas a unos kilómetros de su frontera, defendida en gran parte por un ejército de ciudadanos.
Esta última idea es objeto de mucho alarde. La primera inspira terror en nuestros corazones. Orwell definió el «pensardoble» como la capacidad de tener en mente dos ideas contradictorias y creer en ambas, locura solo imaginable en estados ultratotalitarios.
«El gasto militar ruso es una fracción del de la OTAN, incluso sin contar a EEUU»
Si adoptamos la primera idea, debemos armarnos hasta los dientes para protegernos de los planes demoniacos del tigre de papel, aun cuando el gasto militar ruso es una fracción del de la OTAN, incluso sin contar a Estados Unidos. Quienes sufren pérdida de memoria estarían felices de saber que Alemania por fin ha recibido el mensaje, y pronto podría superar a Rusia en gasto militar. Ahora Putin tiene que pensarlo dos veces antes de conquistar Europa occidental.
Para repetir una obviedad, la guerra en Ucrania puede terminar con un acuerdo diplomático, ya sea con rapidez o en una agonía prolongada. La diplomacia, por definición, es un asunto de toma y daca. Cada lado debe aceptarla. De ahí se sigue que, en un acuerdo diplomático, a Putin se le debe ofrecer alguna vía de escape.
O aceptamos la primera opción o la rechazamos: al menos en eso no hay discusión. Si la rechazamos, elegimos la segunda opción. Puesto que esta es la preferencia casi universal en el discurso occidental, y sigue siendo la política estadounidense, consideremos lo que implica.
La respuesta es directa: la decisión de rechazar la diplomacia significa que nos involucraremos en un experimento para ver si el perro rabioso irracional se escabullirá silenciosamente, en derrota total, o si empleará los medios con los que sin duda cuenta para destruir a Ucrania y poner el escenario para una guerra terminal.
Y, mientras realizamos este grotesco experimento con las vidas de los ucranianos, nos aseguraremos de que millones mueran de hambre por la crisis alimentaria, jugaremos con la posibilidad de la guerra nuclear, y correremos con entusiasmo hacia la destrucción del ambiente que sostiene la vida.
Por supuesto, es una posibilidad que Putin sencillamente se rinda, y que se abstenga de usar las fuerzas bajo su mando. Y tal vez podamos reírnos simplemente de las perspectivas de recurrir a las armas nucleares. Es concebible, pero ¿qué clase de persona estaría dispuesta a jugarse esa apuesta?
La respuesta es: los líderes occidentales, de modo bastante explícito, junto con la clase política. Eso ha sido obvio durante años, incluso se ha expresado de manera oficial. Y para asegurarse de que todos entendamos, la posición fue reiterada con fuerza en abril pasado, en la primera reunión mensual del «grupo de contacto», que incluye a la OTAN y a los países asociados. La reunión no se realizó en la sede de la OTAN en Bruselas, Bélgica; más bien, se derribaron todas las simulaciones y se llevó a cabo en la Base Ramstein de la fuerza aérea estadounidense en Alemania, técnicamente territorio alemán, pero que en el mundo real pertenece a Estados Unidos.
El secretario de la Defensa Lloyd Austin abrió la reunión declarando: «Ucrania cree sin duda que puede ganar, y así lo creemos todos los aquí presentes». Por tanto, los dignatarios reunidos no deberían titubear en enviar armamento avanzado a Ucrania y persistir en los otros programas que, anunció con orgullo, llevarán de hecho a Ucrania al sistema de la OTAN. En su sabiduría, los dignatarios asistentes y su líder garantizan que Putin no reaccionará en las formas en que todos sabemos que puede hacerlo.
La historia de la planificación militar durante muchos años, de hecho siglos, indica que «todos los aquí presentes» tienen en efecto esas notables creencias. Las tengan quienes las tengan, sin duda están dispuestos a llevar a cabo el experimento con la vida de los ucranianos y el futuro de la vida en la Tierra.
Puesto que se nos asegura con tanta autoridad que Rusia observará de manera pasiva todo esto sin reaccionar, podemos dar otros pasos para «integrar de facto a Ucrania a la OTAN», de acuerdo con los objetivos del ministerio ucraniano de defensa, estableciendo «plena compatibilidad del ejército ucraniano con los de los países de la OTAN», y garantizando que no pueda alcanzarse un acuerdo diplomático con ningún gobierno ruso, a menos que de algún modo se convierta a Rusia en satélite estadounidense.
La actual política estadounidense prevé una guerra prolongada para «debilitar a Rusia» y asegurar su derrota total. Esta política es muy similar al modelo afgano de la década de 1980, que, de hecho, ahora es postulado explícitamente en los altos círculos, por ejemplo por la ex secretaria Hillary Clinton.
Puesto que es cercana a la política actual del país, incluso un modelo funcional, vale la pena observar lo que en realidad ocurrió en Afganistán en la década de 1980, cuando Rusia lo invadió. Por fortuna, hoy tenemos un recuento detallado y autorizado hecho por Diego Cordovez, quien dirigió los exitosos programas de las Naciones Unidas (ONU) que pusieron fin a la guerra, y por el distinguido periodista y académico Selig Harrison, quien tenía extensa experiencia en la región. Ambos autores ya fallecieron.
«La guerra en Afganistán terminó por una cuidadosa diplomacia dirigida por la ONU, no por la fuerza militar»
El análisis Cordovez-Harrison derriba por completo la versión recibida. Los autores demuestran que la guerra fue concluida por una cuidadosa diplomacia dirigida por la ONU, no por la fuerza militar. La política estadounidense de movilizar y financiar a los islamitas más radicales para combatir a los rusos significó, concluye el análisis, «combatir hasta el último afgano», en una guerra subrogada para debilitar a la Unión Soviética. ‘Estados Unidos hizo todo lo posible por evitar que la ONU participara’, es decir, para evitar los cuidadosos esfuerzos diplomáticos que acabaron con la guerra.
La política estadounidense retrasó la retirada rusa que se había considerado desde poco después de la invasión, la cual, mostraron los autores, tenía objetivos limitados, sin parecido alguno con los espantosos objetivos de conquista mundial que conjuraba la propaganda estadounidense. «Claramente la invasión soviética no era el primer paso en un plan maestro expansionista de un liderazgo unido», escribió Harrison, confirmando las conclusiones del historiador David Gibbs, basado en archivos soviéticos revelados.
«La idea era dar a Rusia su Vietnam»
El principal directivo de la CIA en Islamabad, quien encabezó en persona las operaciones, expresó con sencillez el objetivo principal: la idea era matar soldados rusos; dar a Rusia su Vietnam, como proclamaron altos funcionarios estadounidenses, revelando la colosal incapacidad de entender nada sobre Indochina que fue la marca de la política estadounidense a lo largo de décadas de matanzas y destrucción.
Cordovez y Harrison escribieron que el gobierno estadounidense «estuvo dividido desde el principio entre los ‘desangradores’, que querían que las fuerzas soviéticas permanecieran atascadas en Afganistán y de ese modo vengarse por Vietnam, y los ‘negociadores’, que querían forzar su retirada mediante una combinación de diplomacia y presión militar». Es una distinción que aparece muy a menudo. Los ‘desangradores’ por lo regular ganan y causan inmenso daño. Para ‘el que decide’, para tomar la definición que George W. Bush hacía de sí mismo, es más seguro verse rudo que blando.
Afganistán es un buen ejemplo. En el gobierno de James Carter, el secretario de Estado Cyrus Vance era un negociador, quien sugería acuerdos de largo plazo que casi sin duda habría evitado, o por lo menos reducido en gran medida, lo que tenía el propósito de ser una intervención limitada. El consejero de Seguridad Nacional Zbigniew Brzezinski era el desangrador, empeñado en la venganza por Vietnam, cualquier cosa que eso significara en esa visión confusa del mundo, y matar rusos, algo que entendía muy bien y disfrutaba.
Brzezinski prevaleció. Convenció a Carter de enviar armas a la oposición que buscaba derrocar al gobierno pro ruso, anticipando que los rusos serían arrastrados a un lodazal semejante a Vietnam. Cuando eso ocurrió, apenas podía ocultar su regocijo.
Cuando tiempo después se le preguntó si sentía remordimientos, la pregunta le pareció ridícula. Su éxito en atraer a Rusia a la trampa afgana, afirmó, fue la causa del colapso del imperio soviético y del fin de la guerra fría, lo cual, en gran medida, es un absurdo. Y a quién le importa si dañó a ‘algunos musulmanes agitados’, como el millón de cadáveres, haciendo a un lado incidentes como la devastación de Afganistán y el surgimiento del islam radical.
«Hoy se maneja públicamente la analogía afgana y, lo que es más importante, se lleva a la práctica en la política»
La distinción entre ‘desangradores’ y ‘negociadores ‘no es nueva en los círculos de la política exterior. Un ejemplo famoso de los primeros días de la guerra fría es el conflicto entre George Kennan (negociador) y Paul Nitze (desangrador), ganado por este último, lo cual sentó las bases para muchos años de brutalidad y casi destrucción. Cordovez y Harrison respaldaron explícitamente el enfoque de Kennan, con abundante evidencia.
Un ejemplo cercano a Vance-Brzezinski es el conflicto entre el secretario de Estado William Rogers (negociador) y el consejero de Seguridad Nacional Henry Kissinger (desangrador) sobre la política hacia Medio Oriente en los años de Richard Nixon. Rogers propuso soluciones diplomáticas razonables al conflicto entre Israel y los árabes. Kissinger, cuya ignorancia sobre la región era monumental, insistió en la confrontación, y ello llevó a la guerra de 1973, que Israel ganó por escaso margen con una seria amenaza de guerra nuclear.
Estos conflictos son permanentes, casi. Hoy sólo quedan desangradores en los puestos altos. Han llegado al extremo de promulgar una Ley de Préstamos y Arrendamientos para Ucrania, aprobada casi por unanimidad. La terminología evoca la memoria del enorme programa de préstamos y arrendamientos que metió a Estados Unidos en la guerra europea (como se pretendía) y vinculó los conflictos en Europa y Asia en una Guerra Mundial (lo que no se pretendía). ‘El programa de Préstamos y Arrendamientos unió las luchas separadas en Europa y Asia para crear, hacia finales de 1941, lo que con propiedad llamamos la Segunda Guerra Mundial’, escribe el historiador Adam Tooze. ¿Es esto lo que queremos en las actuales circunstancias, muy diferentes?
Si lo es, como parece, por lo menos reflexionemos en lo que implica. Es lo bastante importante para repetirlo.
Implica que rechazamos de entrada las iniciativas diplomáticas que en realidad pusieron fin a la invasión rusa de Afganistán, pese a los esfuerzos estadunidenses por impedirlo. Por tanto, nos embarcamos en un experimento para ver si la integración de Ucrania en la OTAN, la derrota total de Rusia en Ucrania y otros movimientos posteriores para «debilitar a Rusia» serán observados de manera pasiva por los líderes rusos, o si recurrirán a medios de violencia que sin duda poseen para devastar a Ucrania y poner el escenario para una posible guerra general. Entre tanto, al extender el conflicto en vez de tratar de ponerle fin, imponemos severos costos a los ucranianos, empujamos a millones de personas a morir de hambre, lanzamos al planeta ardiente aún con más rapidez hacia la sexta extinción en masa, y –si tenemos suerte– escapamos a la guerra terminal.
No hay problema, nos dicen el gobierno y la clase política. El experimento no conlleva riesgo porque sin duda los líderes rusos aceptarán todo esto con ecuanimidad, y pasarán sin chistar al cenicero de la historia. En cuanto al ‘daño colateral’, pueden unirse a las filas de los ‘musulmanes agitados’ de Brzezinski. Para tomar prestada la frase que Madeleine Albright hizo famosa: «Es una elección difícil, pero el precio… pensamos que el precio vale la pena». Por lo menos, tengamos la honestidad de reconocer lo que hacemos, con ojos abiertos.
Las emisiones globales se elevaron a un nivel sin precedente en 2021, de modo que el mundo regresó a un enfoque de normalidad una vez que lo peor de la pandemia de la covid-19 se aquietó… por ahora. ¿Qué tan arraigada está la conducta humana? ¿Somos capaces de tener deberes morales hacia la gente del futuro?
Es una pregunta profunda, la más importante que podemos contemplar. La respuesta es desconocida. Podría ser útil reflexionar en ella en un contexto más amplio.
Consideremos la famosa paradoja de Enrico Fermi: en palabras simples, ¿dónde están? Fermi, distinguido astrofísico, sabía que había un enorme número de planetas a distancia de un contacto potencial que reúnen las condiciones para sostener la vida y una inteligencia superior. Pero ni con la búsqueda más asidua podemos encontrar rastros de su existencia. Entonces, ¿dónde están?
«La inteligencia superior se ha desarrollado en innumerables ocasiones, pero ha resultado ser letal»
Una respuesta que se ha propuesto con seriedad, y que no puede desecharse, es que la inteligencia superior se ha desarrollado en innumerables ocasiones, pero ha resultado ser letal: descubrió los medios para la auto aniquilación, pero no desarrolló la capacidad moral para evitarla. Tal vez ése es incluso un rasgo inherente a lo que llamamos ‘inteligencia superior’.
Ahora estamos comprometidos en un experimento para determinar si este sombrío principio se sostiene con respecto a los humanos modernos, llegados a la Tierra en fecha bastante reciente, hace unos 2.000 o 3.000 años, un parpadeo en el tiempo evolutivo. No queda mucho tiempo para encontrar la respuesta o, con más precisión, para decidir la respuesta, como lo haremos, de una forma u otra. Eso es inevitable. O actuaremos para mostrar que nuestra capacidad moral llega al punto de controlar nuestra capacidad técnica de destruir, o no.
Un observador extraterrestre, si lo hubiera, habría concluido por desgracia que la franja es demasiado inmensa para evitar el suicidio de la especie, y con él, la sexta extinción en masa. Pero podría estar equivocado. Esa decisión está en nuestras manos.
Existe una forma aproximada de medir la franja entre la capacidad de destruir y la capacidad de contener el deseo de morir: el Reloj del Día del Juicio del Boletín de Científicos Atómicos. La distancia de las manecillas a la medianoche se puede considerar una indicación de esa franja. En 1953, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética hicieron estallar armas termodinámicas, el minutero se fijó en dos minutos para la medianoche, que es donde el reloj está ahora. No volvió a llegar a ese punto hasta el periodo de Donald Trump en la presidencia. En su último año, los analistas abandonaron los minutos y pasaron a los segundos: 100 segundos para la medianoche, donde el reloj está ahora. El próximo enero volverán a fijar la hora. No es difícil argumentar que el segundero se adelantará más hacia la medianoche.
«La inteligencia humana se acercaba a la capacidad de destruirlo todo»
La sombría pregunta surgió con brillante claridad el 6 de agosto de 1945. Ese día aportó dos lecciones: la primera fue que la inteligencia humana, en su gloria, se acercaba a la capacidad de destruirlo todo, logro que se alcanzó en 1953; y dos, la capacidad moral humana iba muy rezagada. A pocos les importaba eso, como las personas de mi edad recordarán muy bien. Al observar el pavoroso experimento en el que con tanto entusiasmo estamos metidos ahora, y lo que implica, es difícil ver alguna mejoría, por decirlo en términos escuetos.
Eso no responde la pregunta. Conocemos muy poco para responderla. Sólo podemos observar de cerca el único caso de inteligencia superior que conocemos, e inquirir lo que sugiere con respecto a la respuesta.
«Podemos actuar para decidir la respuesta»
Lo que es más importante: podemos actuar para decidir la respuesta. Está en nuestro poder lograr la respuesta que queremos, pero no hay tiempo que perder.
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De la terapia del ‘shock’ a la guerra financiera
Las privatizaciones mafiosas de los noventa en Rusia, diseñadas por los gurús de la Universidad de Harvard, explican por qué una parte importante de la población rusa aún apoya a Vladímir Putin
Por Andy Robinson
CTXT, 19/04/2022
La Vanguardia publicó el 18 de abril una comparación breve de dos suspensiones de pagos sobre la deuda rusa. La primera en 1998, que se produjo tras un periodo desastroso de desregulación, endeudamiento y privatizaciones corruptas durante los Gobiernos de Boris Yeltsin, provocó pánico en los mercados financieros globales. La otra, que está a punto de producirse, lejos de preocupar a los inversores occidentales, cuenta con su beneplácito al ser provocada expresamente por Washington como parte de la guerra financiera contra Vladímir Putin.
Si Chicago había proporcionado las teorías para justificar las privatizaciones corruptas de Pinochet en Chile, Harvard era la elegida para diseñar la privatización de la economía soviética
Entonces, los bancos y fondos de inversión occidentales estaban altamente expuestos al riesgo de default. Como explica con brillante humor negro Matt Taibbi en este articulo, los titanes de Wall Street habían realizado billonarias apuestas por la privatización y la desregulación financiera diseñadas por los gurús económicos del entonces presidente Boris Yeltsin. Los más importantes de estos eran Anatoly Chubáis –ahora consejero de JP Morgan– y Yegor Gaidar, ambos ultraliberales formados en Occidente. Rusia se convirtió en el laboratorio del neoliberalismo del shock.
“Las privatizaciones de la industria soviética fueron gestionadas con el asesoramiento de economistas estadounidenses (…) a gángsters mafiosos y a asesinos como Boris Berezovsky se les regalaron participaciones mayoritarias en empresas como Aeroflot”, recuerda Taibbi.
Si Chicago había proporcionado las teorías para justificar las privatizaciones corruptas de Pinochet en Chile, Harvard, la universidad de asesores de Clinton, como Larry Summers, era la elegida para diseñar la privatización de la economía soviética
Pocos años después, estos dos últimos fueron acusados de utilizar información privilegiada durante las privatizaciones para facilitar una serie de pelotazos del fondo de cobertura de la mujer de Schleifer, Nancy Zimmerman. Pagaron 256 millones de dólares para frenar la investigación.
Durante la desestatización de los 90, la pobreza en Rusia subió del 2% al 40% de la población
Para Rusia, que abrió su economía de par en par para que la banca internacional tuviera acceso a la gran subasta de activos públicos, facilitó créditos por 16.000 millones de dólares entre 1991 y 1998, un apoyo clave a la venta a precio de saldo de las grandes empresas estatales a un puñado de oligarcas. Durante este periodo de desestatización, la pobreza en Rusia subió del 2% al 40% de la población.
Cuando Yeltsin pidió una nueva línea de crédito en 1998 para asegurar acreedores asustados por la crisis en Asia, el FMI se negó. Tras la suspensión de pagos, Yeltsin fue sustituido en la presidencia por Putin, que ganó las elecciones presidenciales de 1999. Los gobiernos occidentales aplaudieron la llegada al poder de un “líder fuerte” en comparación con el etílico Yeltsin. Tanto Bill Clinton como Tony Blair elogiaron al exlíder de la KGB.
Un artículo en la revista dominical del New York Times en 1999 retrató al nuevo presidente como “una versión humanitaria de Pedro el Grande, el gobernante que abrirá el país a la influencia del mundo, una Rusia más dulce y más dinámica que nunca”. Chrystia Freeland, la actual ministra canadiense de Economía, escribió entonces en sus crónicas periodísticas que “estamos a punto de enamorarnos de Rusia (con Putin) otra vez”.
Taibbi resume parafraseando la consigna de la política exterior a la hora de apoyar a dictadores.“Pensamos que Putin era nuestro bastardo; pero se ha convertido en su propio bastardo”.
Veintitrés años después, ante otra inminente suspensión rusa de pagos, los grandes bancos occidentales se sienten protegidos. Han ido retirando sus créditos de Rusia en los últimos años. El FMI –que comienza su asamblea semestral esta semana en Washington– ya no tiene programas de créditos en Moscú. Por eso, Biden puede permitirse dar instrucciones a los bancos en Wall Street para que estos no procesen los próximos reembolsos de la deuda rusa. Y Moody’s puede rechazar categóricamente que Rusia pague su deuda en rublos.
Merece la pena reflexionar sobre estos dos defaults. Porque es lógico pensar que la terapia del shock y las privatizaciones mafiosas de los noventa en Rusia, diseñadas por los gurús de la Universidad de Harvard, explican por qué una parte importante de la población rusa aún apoya a Vladímir Putin. Tal vez explica también por qué gran parte del Sur global –no solo los 31 países que no han condenado la invasión y que albergan más de la mitad de la población del mundo– no se suma a los nobles y apasionados llamamientos de los líderes occidentales a que se construya un frente unido mundial contra Putin.
Tras el colapso de 1998, gran parte del electorado ruso ya identificaba la democracia liberal con un saqueo de bienes públicos sin precedentes
Tras el colapso de 1998, el daño a la credibilidad de la democracia rusa ya era un hecho consumado. Gran parte del electorado ya identificaba la democracia liberal con un saqueo de bienes públicos sin precedentes en la historia. Desde las crisis en Asia y Rusia de 1997-98 se ha ido generando una unidad antioccidental en el Sur global, centrada en sustituir al dólar como divisa reserva.
China que, como Isabelle Weber destaca en su nuevo libro How China avoided shock therapy, eligió un camino diferente al capitalismo de shock; es un referente mucho más relevante ya para los grandes países en desarrollo que Estados Unidos. Muchos países del Sur global contemplan con preocupación la weaponization –conversión en arma militar– del dólar hegemónico tras verse forzados a invertir sus reservas de divisas –necesarias como blindaje para evitar una crisis como la de 1997-98– en dólares.
poco ha cambiado en el ámbito económico de Occidente desde aquellos años en los que llegaron a Moscú los JP Morgan y los Goldman Sachs, los Citigroup y los Long Term Capital Management, para diseñar el gran saqueo del Estado soviético
Es comprensible. A fin de cuentas, poco ha cambiado en el ámbito económico de Occidente desde aquellos años en los que llegaron a Moscú los JP Morgan y los Goldman Sachs, los Citigroup y los Long Term Capital Management, para diseñar el gran saqueo del Estado soviético.
Plus ça change plus c’est la même chose en los tiempos de Biden y de la guerra de 2022. El diseñador de las sanciones financieras contra Rusia es Wally Ademeyer, vicesecretario del Tesoro y exgestor del fondo BlackRock.
El diseñador de las sanciones financieras contra Rusia es Wally Ademeyer, vicesecretario del Tesoro y exgestor del fondo BlackRock
¿Cuáles serán las consecuencias de las sanciones y del default ruso? Tal vez no habrá daños colaterales en Wall Street. Pero la economía rusa puede caer por un precipicio, una caída del PIB del 15% este año, según el Instituto Internacional de Finanzas en Washington. Putin aguantará seguramente, como suele ocurrir con las sanciones. Pero habrá un impacto catastrófico sobre el bienestar de millones de rusos. Tal vez la pobreza volverá al 40% de la población rusa otra vez.
Andrew Cockburn hace la pregunta indicada en London Review of Books: cuando llegue el hambre y los cortes de luz a los pobres: “¿A quién echarán la culpa estas poblaciones? ¿A Rusia o a Occidente?”
Y en decenas de otras economías en desarrollo del Sur global –la mayoría contrarias a la política de sanciones contra Rusia–, las subidas de precios de alimentos y combustibles desatarán más pobreza y otra ola de hambre. Pero, tal vez, más que Putin, será el bloque occidental de EE.UU. y Europa –tan seguro de su superioridad moral en un sinfín de editoriales– el que se aísle más del resto. Andrew Cockburn hace la pregunta indicada en London Review of Books: cuando llegue el hambre y los cortes de luz a los pobres: “¿A quién echarán la culpa estas poblaciones? ¿A Rusia o a Occidente?”.
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