Estado de naturaleza y estado civil
«Muchos han intentado dar leyes controlando el gasto, pero en vano.
Siempre nos empeñamos en lo prohibido y deseamos lo que se nos niega. Y nunca falta a los hombres ociosos talento para eludir las leyes que se dictan sobre cosas que de ningún modo se pueden prohibir, como son los banquetes, los juegos, los adornos y otras cosas similares, ya que sólo su exceso es malo y hay que medirlo por la fortuna de cada uno, sin que se lo pueda determinar por ninguna ley universal.
Concluyo, pues, que aquellos vicios ordinarios de la paz, a que aquí nos referimos, nunca deben ser directa, sino indirectamente prohibidos. Es decir, que hay que poner tales fundamentos al Estado, que de ahí se siga, no que la mayoría procuren vivir sabiamente (pues esto es imposible), sino que se guíen por aquellos sentimientos que llevan consigo la mayor utilidad del Estado.
Si algún Estado puede ser eterno, necesariamente será aquel cuyos derechos, una vez correctamente establecidos, se mantienen incólumes. Porque el alma del Estado son los derechos. Y, por tanto, si éstos se conservan, se conserva necesariamente el Estado.
Pero los derechos no pueden mantenerse incólumes, a menos que sean defendidos por la razón y por el común afecto de los hombres; de lo contrario, es decir, si sólo se apoyan en la ayuda de la razón, resultan ineficaces y fácilmente son vencidos.
Finalmente, dejando aparte otras cosas, es cierto que la igualdad, cuya pérdida lleva automática y necesariamente consigo la pérdida de la común libertad, no puede, en modo alguno, ser conservada desde el momento que el derecho público otorga a un hombre, eminente por su virtud, honores especiales.»
Baruch Spinoza
Tratado político, capítulo X: De la aristocracia.
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La Política: Estado de naturaleza y estado civil
Como expone en la Ética, los seres humanos se esfuerzan por perseverar en su ser, para ello pueden, o bien guiarse por la razón, o bien por sus pasiones.
Si los seres humanos fuesen capaces de guiarse sólo por la razón, podrían vivir sin ninguna autoridad exterior en colaboración y paz los unos con los otros, pero dado el carácter limitado de la naturaleza humana, los hombres se guían antes por las pasiones que por la razón, y por consiguiente, en estado de naturaleza, es decir, en ausencia de autoridad política, tienden a ser enemigos los unos de los otros y por tanto tienden a su destrucción.
Los seres humanos, de forma tácita o expresa, deben ceder su poder a una autoridad política, para que ésta, guiada por la razón, dirija la sociedad.
Esta cesión de poder, para ser efectiva, debe ser absoluta, dado que o es absoluta, o no sería tal, de modo que toda insubordinación al poder político debe estar prohibida y considerarse un crimen. De ahí que Spinoza llame a la autoridad política «suprema potestad«
Por José Romero
Spinoza expone su filosofía política en dos obras: El «Tratado teológico-político» y el «Tratado político«, que son una extensión a la realidad social de su metafísica y su filosofía ética.
Spinoza continúa la tradición moderna de filosofía política inaugurada por Maquiavelo en el s. XV y XVI y Hobbes en el s. XVII. Dicha tradición se caracteriza por huir del utopismo moral tanto antiguo como medieval (como en Platón, Tomás Moro, e incluso Tomasso Campanella), es decir de la prescripción de las leyes morales y políticas que deben regir una sociedad ideal exenta de conflictos, para, en cambio, plantear la resolución de los conflictos que se dan en las sociedades reales, a partir de su estudio objetivo.
Se trata por tanto de pasar de un estudio «moral» a un estudio «científico» de la sociedad humana.
En efecto, la filosofía política de Spinoza, al igual que la de Hobbes, parte de la distinción de un «estado de naturaleza» y un «estado civil«.
Como expone en la Ética, los seres humanos se esfuerzan por perseverar en su ser, para ello pueden, o bien guiarse por la razón, o bien por sus pasiones. Si los seres humanos fuesen capaces de guiarse sólo por la razón, podrían vivir sin ninguna autoridad exterior en colaboración y paz los unos con los otros, pero dado el carácter limitado de la naturaleza humana, los hombres se guían antes por las pasiones que por la razón, y por consiguiente, en estado de naturaleza, es decir, en ausencia de autoridad política, tienden a ser enemigos los unos de los otros y por tanto tienden a su destrucción.
Los seres humanos, de forma tácita o expresa, deben ceder su poder a una autoridad política, para que ésta, guiada por la razón, dirija la sociedad.
Esta cesión de poder, para ser efectiva, debe ser absoluta, dado que o es absoluta, o no sería tal, de modo que toda insubordinación al poder político debe estar prohibida y considerarse un crimen
Es por ello, que los seres humanos, de forma tácita o expresa, deben ceder su poder a una autoridad política, para que ésta, guiada por la razón, dirija la sociedad. Esta cesión de poder, para ser efectiva, debe ser absoluta, dado que o es absoluta, o no sería tal, de modo que toda insubordinación al poder político debe estar prohibida y considerarse un crimen. De ahí que Spinoza llame a la autoridad política «suprema potestad«.
En consecuencia, en toda sociedad, para que sea libre, la obediencia a la suprema potestad debe ser absoluta, por lo que sólo puede haber una autoridad a la que todos los demás poderes deben someterse. De ahí que no sólo los individuos, sino también las iglesias deben someterse al poder del Estado.
En toda sociedad, para que sea libre, la obediencia a la suprema potestad debe ser absoluta, por lo que sólo puede haber una autoridad a la que todos los demás poderes deben someterse
Aparece así una contradicción: por una parte, los individuos para escapar a sus pasiones y poder vivir en libertad (o sea, conforme a la razón) deben ceder su poder, y por tanto su libertad a una potestad suprema, y obedecerla absolutamente, confiando en que esta «potestad suprema» se guíe por la razón para que la sociedad pueda vivir en libertad. Por otra parte, la “potestad suprema” puede dejarse guiar por las pasiones, esclavizando a sus súbditos.
Se establece una tensión entre la autoridad política y los súbditos, dado que del mismo modo que si los súbditos no obedecen a la autoridad la sociedad se destruirá, si la autoridad política no gobierna racionalmente en favor de sus súbditos, éstos, enfurecidos la acabarán desobedeciendo, y, o bien destruirán la sociedad, o bien alzarán al poder a otra autoridad (dado que las masas, comprenden que sólo obedeciendo a una autoridad pueden vivir en sociedad), que, a su vez podría convertirse en tiránica.
¿Cómo alcanzar el equilibrio entre una obediencia absoluta y un gobierno racional? Mediante la garantía de la libertad de conciencia y expresión. Así, para que un estado dure en el tiempo, debe, por una parte asegurar la obediencia de sus súbditos, y, al mismo tiempo, permitir que éstos piensen por sí mismos y se expresen con libertad.
«Los hombres son, por lo general, de tal índole, que nada soportan con menos paciencia, que el que se tenga por un crimen opiniones que ellos creen verdaderas, y que se atribuya como maldad lo que a ellos les mueve a la piedad con Dios y con los hombres.
De ahí que detesten las leyes y se atrevan a todo contra los magistrados, y que no les parezca vergonzoso, sino muy digno, incitar a la sedición y planear cualquier fechoría.
Dado, pues, que la naturaleza humana está así constituida, se sigue que las leyes que se dictan no para reprimir a los malintencionados, sino más bien para irritar a los hombres de bien, no pueden ser defendidas sin gran peligro para el Estado» (Tratado teológico-político)
Es decir, que para que se preserve la paz, debe haber una reciprocidad de intereses entre los ciudadanos y la autoridad política. Los hombres sólo pueden ser libres, es decir guiados por la razón en el seno de un estado, es decir, sometidos a una autoridad política.
Por otra parte, la autoridad política sólo puede persistir si se guía por la razón y no contradice los intereses de la mayoría, para lo cual, debe garantizarles la libertad de expresión de su propio pensamiento. Es así que del mismo modo que los seres humanos solo pueden ser libres como ciudadanos en el seno de un estado, la autoridad de éste sólo puede persistir si asegura la libertad de sus súbditos.
Esa es para Spinoza, la esencia del pacto social: los seres humanos se convierten en súbditos de una autoridad al cederle su poder, pero ésta, a cambio, les trata como ciudadanos al concederles libertad de expresión.
Por tanto, todas las formas de gobierno tenderán, en la medida que se estabilicen, hacia la democracia, es decir, a que la suprema potestad sea una asamblea cuyos integrantes hayan sido elegidos, dado que la asamblea, al ser un órgano colectivo responsable ante sus electores, es, en cuanto suprema potestad, menos proclive a dejarse guiar por sus pasiones.
«tales absurdos son menos de temer en un Estado democrático, es casi imposible, en efecto, que la mayor parte de la asamblea, si ésta es numerosa, se ponga de acuerdo en un absurdo.
Lo impide, además, su mismo fundamento y su fin, el cual no es otro que evitar los absurdos del apetito y mantener a los hombres, en la medida de lo posible, dentro de los límites de la razón, a fin de que vivan en paz y concordia» (Tratado teológico-político).
La diferencia esencial entre la teoría política de Hobbes y la de Spinoza reside en que en el primero existe una “ruptura” entre el estado de naturaleza y el estado civil, mientras que en el segundo, existe una continuidad, puesto que el estado civil sería una consecuencia de un estado de naturaleza más perfeccionado.
Si la esencia de todo ser humano es perseverar en su ser, y para ello necesita de la colaboración consciente de otros seres humanos, el estado civil y su institución en el Estado, no sería más que un estado de naturaleza llevado a una mayor perfección, tanto mayor cuanto mejor se configure el Estado para preservar la paz y la seguridad de sus ciudadanos.
Si la esencia de todo ser humano es perseverar en su ser, y para ello necesita de la colaboración consciente de otros seres humanos, el estado civil y su institución en el Estado, no sería más que un estado de naturaleza llevado a una mayor perfección, tanto mayor cuanto mejor se configure el Estado para preservar la paz y la seguridad de sus ciudadanos.