JUICIO CONTRA UNA PROSTITUTA (Parte 1), por Demóstenes: «Su delito era ser extranjera»
JUICIO CONTRA UNA PROSTITUTA (Parte 2), por Demóstenes
***
JUICIO CONTRA UNA PROSTITUTA (y Parte 3)
EL JURAMENTO DE LAS VENERABLES SACERDOTISAS
Cumplo con mis deberes religiosos, estoy limpia y purificada de cuanto contamina, del contacto con el varón. Voy a celebrar las fiestas del dios del vino y las iobaquías (fiestas rurales en honor de Dioniso) para Dioniso según las costumbres y en los periodos establecidos.
Acabáis de oír cuanto está permitido decir del juramento y los ritos heredados, y cómo la mujer que Estéfano le entregó a Teógenes como esposa cuando era rey, como si fuera hija suya, realizó estos sacramentos y tomó juramento a las venerables sacerdotisas, cuando ni siquiera a ellas les es lícito hablar de esto con nadie más. Permitidme ahora que os ofrezca un testimonio que surgió en secreto, cuya evidencia y verosimilitud os voy no obstante a demostrar a partir de los hechos.
Ciertamente, cuando tuvieron lugar las ceremonias y los nueve arcontes subieron al Areópago (situado en la ladera de la Acrópolis. Era el tribunal encargado de los delitos de sangre) los días establecidos, enseguida la asamblea del Areópago, que es de gran valor para la ciudad en lo relativo a la piedad, preguntó quién era la mujer de Teógenes, lo comprobó y tomó medidas en vista de las ceremonias. Y sancionó a Teógenes, aunque en secreto y guardando las apariencias, pues no son dictadores que puedan castigar a un ciudadano ateniense como se les antoje. Después de que se suscitaran controversias y la asamblea del Areópago, que llevaba muy mal el asunto, castigara a Teógenes porque se había casado con una mujer de esa calaña y había permitido que realizara los ritos secretos de la ciudad, éste les imploró, suplicando y alegando que no sabía que era hija de Neera, que había sido estafado por Estéfano, pues la tomó como hija legítima de éste y que, por culpa de su inexperiencia en tales asuntos y su falta de malicia, lo nombró su asesor, para que administrara el cargo, pensando que tenía buenas intenciones y que por eso mismo había establecido lazos de parentesco con él. Y dijo: «Os demostraré que no miento con una prueba grande y manifiesta: pienso expulsar de mi casa a esa mujer, porque no es hija de Estéfano, sino de Neera. Si lo hago, creed lo que dije, que me engañaron. Si no lo hago, entonces castigadme como un malvado e impío hacia los dioses».
Ante este juramento y las súplicas de Teógenes, la asamblea, que se compadeció de él tanto por la falta de malicia de su carácter como porque pensaban que había sido embaucado por Estéfano, rehusó sancionarlo. Por su parte, Teógenes, nada más bajar del Areópago, expulsó a esa mujer, la hija de Neera, y a Estéfano lo alejó del consejo por haberle mentido. Así fue como los aeropagitas detuvieron el proceso, dejaron de estar enfadados con Teógenes y perdonaron a un infeliz que había sido engañado.
Como testigo de la verdad de cuanto digo, llamo ante vosotros al mismo Teógenes y le exijo que testifique. Que llamen a Teógenes de Erquia.
TESTIMONIO
Teógenes de Erquia da fe de que, cuando era rey, se casó con Fano como si ésta fuera hija de Estéfano y que, cuando se supo engañado, expulsó a la mujer y ya no vivió con ella, y que a Estéfano lo apartó del cargo y no permitió que lo asesorara.
Tráeme ahora la ley pertinente y léemela, para que podáis ver que no sólo conviene que una mujer de su condición y con su pasado se mantenga alejada de las ceremonias, de ver y de sacrificar y de tomar parte alguna en los ritos patrios a favor de la ciudad, sino también de todas las otras celebraciones de Atenas. Porque si una mujer es cogida en adulterio, no le está permitido acudir ni a las ceremonias públicas, a las que la ley, por el contrario, ha dado permiso a la extranjera y la esclava para estar presentes, contemplarlas y rezar.
Así, las leyes prohíben acudir a los sacrificios únicamente a aquellas mujeres que han sido cogidas en adulterio y, si acuden e infringen la ley, podrán sufrir cualquier cosa, excepto la muerte, a manos de cualquiera, con total impunidad, pues la ley permite que ejecute el castigo quien dé con ellas. Por eso la ley establece que, excepto en caso de muerte, no reciba ninguna compensación por cualquier otra cosa que haya padecido, para que no haya mácula ni profanación en los sacrificios. Y para que provoque suficiente miedo en las mujeres para que sean prudentes y no cometan faltas, sino que sean buenas amas de su casa, enseñándoles que, si una comete alguno de estos delitos, será expulsada de la casa de su marido y de los templos de la ciudad.
Y sabréis que esto es así, tras escucharla ley que se os va a leer. Dámela.
LEY DEL ADULTERIO
Después de haber cogido al adúltero, no estará permitido que éste siga viviendo con su mujer; si lo hace, será privado de sus derechos civiles. Tampoco a la mujer se le permitirá acudir a las ceremonias públicas, si es cogida en adulterio. Y si acude, impunemente sufrirá lo que sufra, excepto la muerte.
Quisiera ahora, atenienses, ofreceros también el testimonio del pueblo, para que veáis cuánto se preocupa de estas ceremonias y qué cuidado pone en ellas. Pues el pueblo de Atenas, que es el soberano absoluto de todo en la ciudad y tiene derecho a hacer lo que quiera, considera que ser ateniense es un regalo tan bueno y venerable que ha dispuesto leyes al respecto, según las cuales se debe proceder si se quiere conceder a alguien la ciudadanía. Estas leyes se encuentran ahora pisoteadas por Estéfano, aquí presente, y los que han contraído matrimonios como el suyo. No obstante, mejor haréis en oírlos a ellos y sabréis cómo han mancillado los más hermosos y honorables regalos que se otorgan a los benefactores de la ciudad.
En primer lugar, la ley establece para el pueblo que no sea posible conceder la ciudadanía a quien no merezca convertirse en ateniense por sus buenas acciones hacia la ciudad. Después, cuando el demos está convencido y hace el ofrecimiento, no permite que entre en vigor la adopción si no dan su voto a favor, en votación secreta en la asamblea, más de seis mil ciudadanos. A los presidentes, la ley les ordena que coloquen las urnas y se las ofrezcan a los ciudadanos a medida que se vayan acercando, antes de que entren los extranjeros y se quiten las barreras (empalizadas de mimbre que se colocaban para ordenar a los votantes), para que cada cual se sienta dueño de sí y pueda meditar en sus adentros quién va a convertirse en ciudadano y si es digno de la distinción que va a recibir. En adición a esto, la ley puso a disposición del ateniense que la quisiera una demanda de ilegalidad contra aquél. Mediante este procedimiento es posible que en comparecencia ante el tribunal se demuestre que no era merecedor del ofrecimiento y que ha obtenido la ciudadanía de manera ilegal. De hecho, ha sucedido que, después de haber hecho el demos el regalo a alguien, engañado por la argumentación de los que lo apoyaban, se ha interpuesto una demanda de ilegalidad y ha comparecido ante el tribunal, donde se ha comprobado que el beneficiario del obsequio no era digno del mismo y el tribunal se lo ha arrebatado.
Exponer los muchos antecedentes de casos similares sería un gran trabajo. Algunos los recordáis todos, como el del tesalio Pítolas y el olintio Apolónidas, que habían obtenido del pueblo la ciudadanía y a quienes el tribunal se la revocó. No sucedieron hace tanto estos casos como para que los podáis ignorar.
Ahora bien, a pesar de que las leyes relativas a la ciudadanía, que regulan los requisitos para convertirse en ateniense, están tan bien y tan firmemente establecidas, hay todavía una ley de mayor vigencia. ¡Tanto cuidado ha puesto el demos mirando por sí mismo y por los dioses a fin de que los sacrificios se ofrenden con piedad en beneficio de la ciudad! En efecto, el pueblo prohíbe expresamente a cuantos 92 101 convierte en atenienses que formen parte de los nueve arcontes o de algún sacerdocio. A sus descendientes, empero, el pueblo les dio ya derecho a participar de todo, y añadió: «Si son hijos de una mujer ateniense legalmente entregada en matrimonio».
Os voy a demostrar que digo la verdad con una prueba grande y evidente. Quiero exponeros antesla ley desde el principio, cómo se promulgó y a quién se destinó, a hombres que eran buenos y se habían convertido en fieles amigos del pueblo de Atenas. Gracias a todo esto sabréis que el obsequio del demos, reservado a sus benefactores, ha sido mancillado, y sabréis cuántos son los derechos de cuya posesión os privan los que se han casado y tienen hijos a su manera.
Hombres de Atenas, los plateos fueron los únicos griegos que os ayudaron en Maratón, cuando Datis, general del rey Darío, a su regreso de Eretría, tras haber puesto bajo su control Eubea, desembarcó en nuestro territorio con un gran contingente y lo estuvo saqueando. E incluso hoy se puede ver el monumento a su valentía, la pintura en la estela coloreada (se refiere al pórtico -stoa- del pintor Polignoto, un lugar decorado con sus pinturas donde se reunían los estoicos). Están pintados corriendo a ayudaros cada uno con la mayor celeridad, los que llevan los cascos beocios.
De nuevo, cuando Jerjes marchaba contra Grecia y los tebanos se ponían de parte de los medos, no osaron renunciar a vuestra amistad, sino que fueron los únicos entre los demás beocios que os ayudaron: la mitad, formados en orden de batalla contra el bárbaro invasor, pereció con los lacedemonios y Leónidas en las Termópilas; el resto, tras embarcar en vuestras trirremes, porque no tenían embarcaciones propias, combatió a vuestro lado en Artemisia y Salamina. Y después de la última batalla en Platea contra Mardonio, el general del rey, con vosotros y los que ayudaban a la liberación, pusieron la libertad en común para los demás griegos. Cuando Pausanias, el rey de Lacedemonia, emprendió un insultante ataque contra vosotros y no se contentó con que los lacedemonios hubieran sido considerados por los griegos dignos del mando ni con que la ciudad liderara realmente la libertad de los griegos, no se enfrentaron a los lacedemonios por orgullo para no despertar los celos de los aliados. Pausanias, el rey de los lacedemonios, embebecido por esto, inscribió en el trípode de Delfos, fabricado por los griegos que habían luchado juntos en la batalla de Platea y que habían combatido en la naumaquia en Salamina, a partir del botín común arrebatado a los bárbaros y erigido como homenaje al valor a Apolo :«General de los griegos, Pausanias, tras aniquilar al ejército de los medos, erigió este monumento a Febo».
¡Como si hubiera sido suya la obra del pueblo y el monumento que lo conmemoraba y no comunes a todos los aliados! Ante esto los demás griegos se encolerizaron, pero los plateos demandaron a los lacedemonios ante los anfictiones (Los anfictiones eran los custodios de la religión y de las inmensas riquezas pertenecientes al templo de Delfos), donde tenían el derecho de juzgar sobre las controversias entre los habitantes de la ciudad y los que acudían a consultar el oráculo, mil dracmas a favor de los aliados, y los obligaron a que picaran la inscripción para que aparecieran en ella las ciudades que habían compartido la hazaña. Por esta razón el odio de los lacedemonios y la familia real no ha dejado de acompañarlos.
En aquel momento los lacedemonios carecían de medios para castigarlos, pero unos cincuenta años más tarde Arquidamo, hijo de Zeusidamo, el rey de Lacedemonia, intentó en tiempo de paz tomar su ciudad. Y lo hizo desde Tebas, cuando era beotarca (La Liga Beocia, nacida tras la Guerra del Peloponeso para hacer frente a la debilitada Atenas, estaba organizada en once distritos). Cada uno contaba con un beotarca (máximo cargo militar dentro de la Liga), Eurímaco, hijo de Leóntidas, cuando Nauclides, y con él otros que habían sucumbido a los sobornos, abrió las puertas. Al percatarse los plateos de que los tebanos habían entrado de noche y que su ciudad había sido tomada repentinamente en época de paz, acudieron en auxilio y se prepararon para la batalla. Cuando se hizo de día, vieron que los tebanos no eran muchos y que únicamente su vanguardia había entrado —pues la mucha lluvia caída durante la noche disuadió a la mayoría. En efecto, el río Esopo corría crecido y no era fácil cruzarlo, más aún durante la noche—. Así pues, cuando los plateos vieron a los tebanos en la ciudad y supieron que no se encontraban todos allí, atacaron y, lanzándose al combate, los dominaron y se apresuraron a acabar con ellos antes de que el resto acudiera en su auxilio. Inmediatamente os enviaron un mensajero para deciros lo que había sucedido y anunciaros la victoria, al tiempo que solicitaban vuestra ayuda si los tebanos llegaban a saquear la región.
Los atenienses, cuando conocieron los hechos, se apresuraron a ayudar a los plateos. Los tebanos, al ver que los atenienses estaban allí para ayudar a los plateos, regresaron a casa. Al fallar los tebanos en su tentativa y al ser muertos los hombres que cogieron vivos en la batalla, los lacedemonios marcharon coléricos contra Platea ya sin dudarlo, no sin antes ordenar que todos los peloponesios, a excepción de los argivos, enviaran dos partes de su ejército desde cada una de sus ciudades, y llamar a filas a todos los beocios, locrios, focios, malieos, eteos y enianes al completo.
Sitiaron sus muros con un gran contingente y anunciaron que, si accedían a entregarles la ciudad, conservarían sus tierras y tendrían su usufructo, pero deberían romper su alianza con los atenienses. Como los plateos no quisieron, sino que respondieron que no harían nada sin los atenienses, los sitiaron durante dos años, construyendo un muro doble y lanzando muchos y muy variados ataques. Cuando los plateos sucumbieron y se vieron faltos de todo y carentes de salvación, se dividieron porsorteo. Unos, los que se quedaron, soportaron el asedio, los otros, que habían estado aguardando una noche de mucha lluvia y viento, salieron de la ciudad y superaron el muro de los enemigos, burlaron a la tropa y degollaron a los centinelas, para encaminarse hacia nuestra ciudad a la desesperada y sin previo aviso. Todos los adultos que se habían quedado fueron asesinados cuando la ciudad fue tomada por la fuerza, y las mujeres y niños, que no habían huido a Atenas al comprender que se les echaban encima los lacedemonios, esclavizados.
A quienes tan notoriamente demostraron su buena disposición con la ciudad, renunciaron a todos sus bienes, sus mujeres e hijos, ved de nuevo cómo les concedisteis la ciudadanía. A partir de vuestros decretos, la ley quedará plenamente aclarada para todos y sabréis que digo la verdad.
Que me traigan el decreto concerniente a los plateos y lo lean.
DECRETO CONCERNIENTE A LOS PLATEOS
Hipócrates propone que los plateos sean atenienses a partir de este día, considerados exactamente iguales que el resto de ciudadanos, y participen de todos los derechos de los que éstos participan, tanto sagrados como profanos, excepto si un sacerdocio o ceremonial pertenece a alguna familia o en el caso de los nueve arcontes, aunque sí sus 104 108 descendientes. Que se distribuyan en demos y tribus y, una vez distribuidos, ningún plateo podrá ya obtener la ciudadanía, a no ser por deseo de los atenienses.
Ya veis, atenienses, qué bien y justamente escribió el orador a favor del pueblo de Atenas, y consideró que los plateos que recibieron el obsequio deberían primero ser puestos a prueba uno a uno en el tribunal, para determinar si eran plateos y amigos de la ciudad, con el objeto de que no muchos obtuvieran la ciudadanía bajo este pretexto. Superada la prueba debían ser inscritos en una estela de piedra, que se colocaría en la Acrópolis junto al templo de la diosa, para que el regalo se perpetuara entre sus descendientes, y pudiera comprobarse si uno era familiar y de quién. Después de eso, la ley no permite que obtenga la ciudadanía quien no la haya adquirido ya y no se haya puesto a prueba en el tribunal, no sea que muchos diciéndose plateos se hagan con la ciudadanía. Inmediatamente a continuación, en el decreto que les concierne, la ley estipuló, a favor tanto de la ciudad como de los dioses, que ninguno de ellos pudiese ser candidato a los nueve arcontes ni a ningún sacerdocio, pero sus descendientes, si son nacidos de mujer ateniense y desposada legalmente, sí.
¿No es terrible? Mientras que en el caso de unos vecinos, que han sido unánimemente reconocidos como los mejores entre los griegos, decretasteis tan bien y con tanto detalle en quiénes debía recaer el regalo, a una mujer que se ha prostituido abiertamente en todaGrecia, le habéis permitido de manera vergonzosa y negligente que insulte a la ciudad y ultraje a los dioses impunemente, una mujer que ni por sus antepasados ni por voluntad del pueblo había obtenido la ciudadanía.
¿Dónde no ha vendido su cuerpo? ¿A dónde no ha acudido en busca de su jornal? ¿Acaso no ha estado en el Peloponeso, en Tesalia y Magnesia con Simos de Larisa y Euridamante de Medeo, en Quíos y en la mayor parte de Jonia detrás de Soótades el cretense, alquilada por Nicareta, cuando todavía le pertenecía? ¿Qué pensáis que 107 108 110 hace una mujer que pertenece a otros y que va con el que le da algo a cambio? ¿Acaso no satisface todos los placeres de quienes la utilizan? Entonces, ¿una que es de esta condición y abiertamente conocida por haberse prostituido en el mundo entero, votaríais que obtuviera la ciudadanía? ¿Qué buena acción os enorgulleceréis de haber hecho cuando os pregunten, y de qué vergüenza e impiedad no seréis culpables? Pues antes de ser denunciada y llevada a juicio y de que todos os enterarais de quién era y qué delitos había cometido, su crimen era suyo, y de la ciudad la negligencia. Es más, algunos de vosotros no sabíais, pero otros, al enteraros, os indignasteis de cara a la galería, pero de hecho no podíais hacer nada contra ella, si nadie la llevaba a juicio ni proponía una votación en su contra. Pero ahora que todos lo sabéis y la tenéis a vuestra disposición, sois dueños de castigarla, con lo que la impiedad para con los dioses se volverá vuestra, si no lo hacéis.
Qué le ibais a decir al volver a casa cada uno de vosotros a vuestra mujer, madre o hija, después de haberla absuelto, cuando ésta os preguntara: «¿Dónde has estado?» y dijerais: «En un juicio» e inmediatamente ella preguntara: «¿Contra quién?». «Neera», diríais sin duda, ¿no?, «porque siendo extranjera convivía ilegalmente con un ciudadano como su esposa y porque dio a su hija, que se había prostituido, a Teógenes cuando era rey, la cual llevó a cabo los ritos inefables a favor de la ciudad y se entregó como mujer a Dioniso». Después les contaréis el resto de la acusación contra Neera, qué bien y memorablemente y con qué cuidado fue acusada de cada delito. Ellas al escucharos dirán: «Y, bien, ¿qué hicisteis?». Y vosotros diréis: «La hemos absuelto». En ese momento, ¿acaso las más prudentes de vuestras mujeres no se enfadarán con vosotros, porque habéis considerado justo que Neera tome parte en igualdad de condiciones con ellas en los asuntos de la ciudad y sus rituales? Al mismo tiempo, a las insensatas les mostraréis un claro ejemplo de que pueden hacer lo que quieran, en la idea de que tienen vuestro permiso y el de las leyes. Si os comportáis con negligencia e indiferencia parecerá que estáis de acuerdo con su comportamiento.
Mucho mejor sería que no hubiera tenido lugar este juicio a que teniendo lugar votéis su absolución. Pues ciertamente a partir de ahora, las prostitutas podrán convivir con quien quieran y decir que sus hijos son de quien le toque. Así que, mientras que vuestras leyes carecerán de validez, la actitud de las heteras será legítima y podrán actuar como quieran. De modo que pensad también en vuestras conciudadanas, en que no queden solteras las hijas de los pobres. Hasta ahora, aunque una no tenga recursos, la ley aporta una dote suficiente, si la naturaleza le ha dado una figura medianamente normal. Pero si la ley es insultada por vosotros al librarse esa mujer y se vuelve ineficaz, entonces el trabajo de prostituta se extenderá entre las hijas de los ciudadanos, entre cuantas a causa de su pobreza no pueden ser dadas en matrimonio. Al mismo tiempo, la dignidad de las mujeres libres se extenderá entre las heteras, si obtienen permiso para tener hijos como quieran y participar en las ceremonias, ritos y honores de la ciudad.
Piense por tanto cada uno que vota a favor de su mujer, su hija, su madre, su ciudad, las leyes y los ritos, para que no parezca que se las tiene en la misma estima que a una furcia, ni parezca que las que han sido criadas con mucha sensatez y buen cuidado por sus familiares, y entregadas legalmente en matrimonio, participan en condiciones de igualdad con una que ha tenido comercio de muchas y muy vergonzosas maneras, muchas veces y con muchos hombres cada día, del modo que cada uno lo quiso.
Pensad que no es Apolodoro quien habla, ni son quienes van a defenderla y a aprobar lo que diga ciudadanos, sino que son las leyes y Neera quienes contienden las unas con la otra por las acciones de ésta. Y cuando llegue el momento de la acusación, prestad atención únicamente a las propias leyes en las que se fundamenta la ciudad y sobre las cuales habéis jurado juzgar, qué ordenan y en qué medida han sido transgredidas. Cuando llegue el momento de la defensa, acordándoos de la acusación de las leyes y de los argumentos pronunciados, y viendo su aspecto, pensad sólo en esto: si es Neera quien ha cometido estos delitos.
También merece la pena que tengáis en cuenta, atenienses, que a Arquias, que había sido hierofante (0 Sacerdocio hereditario de la familia de los Eumólpidas), declarado en el tribunal convicto de impiedad y de ofrecer los sacrificios contraviniendo las costumbres patrias, lo castigasteis, y que entre otras acusaciones estuvo la de que en las fiestas de la cosecha había sacrificado en el fuego del altar, en el patio de Eleusis, una víctima llevada por la hetera Sinope, sin que fuera lícito ofrecer sacrificios aquel día y sin que le correspondiera a él el sacrificio, sino a la sacerdotisa. ¿No es terrible que quien pertenece a la familia de los Eumólpidas, de antepasados honrados y admirables, amén de ciudadano ateniense, como parecía que había transgredido en algo la legalidad, recibiera un castigo y que ni las súplicas de su familia ni las de sus amigos le sirvieran de nada, ni tampoco los oficios religiosos que ofició en la ciudad él mismo y sus antepasados, ni el ser hierofante, sino que lo juzgasteis culpable de un crimen? En cambio a Neera, la aquí presente, que ha cometido impiedad contra el mismo dios y las mismas leyes, tanto ella como su hija, ¿no la vais a castigar?
Por mi parte, me pregunto qué os dirán en su defensa. ¿Acaso que Neera es ciudadana y que vive legalmente con él? Sin embargo, se ha demostrado que es una prostituta y que ha sido esclava de Nicareta. ¿O que no es su mujer, sino que la tiene en su casa como concubina? Pero los hijos, que son de ella, introducidos en las fratrías por Estéfano, y la hija, entregada a un ateniense, sin ningún género de dudas prueban que la tiene como esposa.
No creo que ni Estéfano, aquí presente, ni ningún otro logre demostrar que no son ciertas las acusaciones, ni creo que ofrezcan testimonios a favor de esto otro, que Neera es ciudadana. Pero me llegan rumores de que va a defender el caso con un discurso del tipo de que no la tiene por esposa, sino como concubina, y que los hijos no son de ella, sino de otra mujer suya, ateniense, con la que había estado casado antes, pariente suya. Ante el descaro de esta su afirmación y lo preparada que tenía su defensa, así como a las personas a las que había sobornado para que testificaran, le hice una propuesta justa y precisa, gracias a la cual podréis saber toda la verdad: que entregara para someterlas a un interrogatorio (es decir, a tortura) a las sirvientas que en tiempos eran fieles a Neera —cuando vino de Mégara a casa de Estéfano—, a Trata y Cocálina, y a las que después adquirió en su casa, Jénida y Drósida, que saben perfectamente que el fallecido Próxeno, Aristón, que aún vive, el corredor Antinórides y Fano, antes llamada Estribela, que estuvo casada con el rey Teógenes, son hijos de Neera. Y si del interrogatorio resultara que Estéfano se había casado con una ciudadana, y que estos hijos los tuvo con esa otra mujer ateniense y no con Neera, yo estaría dispuesto a abandonar la causa y no llevar el caso a juicio. Pues estar casado consiste en eso, en que uno tiene hijos, introduce en sus fratrías y demos a los varones y a las hijas las entrega legítimamente a sus maridos. A las heteras las tenemos para el placer, a las concubinas para el cuidado diario de nuestro cuerpo, a las esposas para tener hijos legítimos y contar con una fiel guardiana en el hogar. Así pues, si se había casado antes con una ateniense y estos hijos eran de ella y no de Neera, podía haberlo demostrado mediante la prueba más concluyente, entregando a las esclavas para que fueran sometidas a un interrogatorio.
De que lo hice se os va a leer el testimonio y la propuesta. Que se lea el testimonio, después la propuesta.
TESTIMONIO
Hipócrates, hijo de Hipócrates de Probalinto, Demóstenes, hijo de Demóstenes de Peania, Diófanes, hijo de Diófanes de Alopece, Dinómenes, hijo de Arquelao de Cidateneo, Dinias, hijo de Formo de Cidántidas y Lisímaco, hijo de Lisipo de Egilia, testifican que se encontraban en el ágora cuando Apolodoro hizo a Estéfano la propuesta, exigiendo que entregara a las sirvientas para interrogarlas en relación a la acusación a Neera, y que Estéfano no la aceptó. La propuesta es la que presenta Apolodoro.
Léase ahora la propuesta que yo hice a Estéfano.
PROPUESTA
Esto fue lo que propuso Apolodoro a Estéfano en relación a las acusaciones que había hecho contra Neera, que siendo extranjera convivía como esposa con un ateniense: que estaba dispuesto a aceptar la declaración de las sirvientas con las que Neera vino de Mégara, Trata y Cocálina, y la de las que adquirió más tarde con Estéfano, Jénida y Drósida, las cuales sabían perfectamente que los hijos de Neera no son de Estéfano (ni el fallecido Próxeno, ni Aristón, que aún vive, ni el corredor Antinórides ni Fano), asunto sobre el cual serían interrogadas. Y si confesaban que estos hijos son de Neera, que ésta fuera vendida según la ley y sus hijos declarados extranjeros. Si no confesaban que son suyos, sino de otra mujer ateniense, estaba dispuesto a abandonar la causa contra Neera y, si estas mujeres habían sufrido durante el interrogatorio, a indemnizarlas por los daños causados (contra Panténeto).
Cuando le hice esta propuesta, miembros del jurado, Estéfano, ese mismo de ahí, no quiso aceptarla. Así pues, ¿no os parece, jueces, que el caso lo ha dejado visto para sentencia el propio Estéfano, que Neera es culpable de la acusación que yo he presentado y que os he dicho la verdad ofreciéndoos testimonios verdaderos, mientras que cualquier cosa que él diga será siempre una mentira y que él mismo demostrará que no tiene nada razonable que decir, cuando no quiso someter a interrogatorio a las sirvientas que yo le exigía?
Yo, por mi parte, los he traído a juicio, miembros del jurado, para vengarme en nombre de los dioses a los que ellos han faltado y en el mío propio, y los someto a vuestro veredicto. A vosotros os corresponde ahora, conscientes de que no escapará a esos dioses, contra cuya voluntad ellos han violado la ley, votar lo que es justo, y vengar primero a los dioses y después a vosotros mismos. Al hacerlo, todos sabrán que habéis juzgado bien en este caso, en el que yo he acusado a Neera de vivir como mujer de un ciudadano siendo extranjera.
FIN DE «JUICIO CONTRA UNA PROSTITUTA»
*******
JUICIO CONTRA UNA PROSTITUTA (Parte 1), por Demóstenes: «Su delito era ser extranjera»
JUICIO CONTRA UNA PROSTITUTA (Parte 2), por Demóstenes