MAFIA Y POLÍTICA: «Constitución y Gobierno de Partido», por Thomas Paine

CONSTITUCIÓN Y GOBIERNO DE PARTIDO

 

LOS QUE JUEGAN A BANDIDOS LOS DOMINGOS, por Hermann Hesse

LA COSA ES MUY SENCILLA: DEBEMOS DEJARNOS DE COMPONENDAS CHAPUCERAS CON EL FALAZ SISTEMA Y BOICOTEAR TRANQUILAMENTE LA POLÍTICA

 

Sólo le contestaré en pocas palabras, tanto más cuanto que en varias de mis obras he escrito a menudo sobre el mismo tema. Me es imposible repetirlo a cada lector individualmente. Así pues, veo la cuestión de este modo:

Si va a votar hoy en Alemania, me tiene sin cuidado; y, si yo tuviera que votar, renunciaría a ese derecho. Ni los hombres ni los partidos se merecen que la nación se desangre por ellos. Alemania ha omitido reconocer su enorme complicidad en la guerra mundial y en la situación actual de Europa. No lo ha confesado (sin negar por ello que también “los enemigos” tienen bastante culpa), ha omitido emprender en sí misma una depuración moral y una renovación de la conciencia (como aconteció en Francia durante el proceso Dreyfus).

Alemania utilizó el duro e injusto tratado de paz para excusarse ante el mundo y ante sí misma de toda culpa. En lugar de admitir dónde estuvieron sus yerros y pecados, y enmendarlos, fanfarronea como lo hizo en 1914 acerca de la inmerecida posición de paria que debió adoptar, y echa a otros la culpa de todos los males, ya sea a los franceses, a los comunistas, a los judíos…

En mi opinión, aquellos que creen compartir la responsabilidad por el espíritu de Alemania tienen que señalar una y otra vez a su pueblo el daño causado por ese cáncer y alejarse por completo de la política actual. Por su parte, los otros alemanes podrían ayudar a su pueblo si aspirasen en su trabajo y en su ideología a una mayor corrección y responsabilidad en lugar de matarse a golpes entre sí y jugar a los bandidos los domingos.

Ya es suficiente, la cosa es muy sencilla. No es menester que sigamos chapuceando a cualquier precio y tratando de componer la falaz república. Nosotros, los pocos individuos pensantes, tenemos una misión harto clara: la de no participar en el engaño y combatirlo, abogar por la sinceridad y la verdad, y por lo pronto boicotear tranquilamente la política. Todo el aparato político actual del Reich debe ser desbaratado

[Carta a la señora E. L., Stuttgart, 1932]

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HERMANN HESSECartas escogidas, 1951. Edhasa, 1982. Traducción de María A. Gregor. Filosofía Digital, 2008

 

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CONSTITUCIÓN Y GOBIERNO DE PARTIDO

Por Thomas Paine

CONSTITUCIÓN Y GOBIERNO DE PARTIDO

 

“Todavía no ha habido una verdad o principio tan irresistiblemente obvio que todos los hombres lo creyeran a la par. El tiempo y la razón deben cooperar entre sí para el establecimiento final de cualquier principio, y, por consiguiente, aquellos a quienes les pueda ocurrir ser los primeros en convencerse no tienen el derecho de perseguir a otros en quienes la convicción opera más lentamente. El principio moral de las revoluciones es instruir, no destruir”.

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Concluiré este discurso con el ofrecimiento de algunas observaciones sobre los medios de preservar la libertad; porque no es solamente necesario que la establezcamos, sino que la preservemos.

 

HAY QUE DISTINGUIR ENTRE EL CAMINO QUE LLEVA AL ESTABLECIMIENTO DE LA LIBERTAD Y LOS MEDIOS PARA PRESERVARLA, UNA VEZ ESTABLECIDA

 

En primer lugar, es necesario que distingamos entre los medios utilizados para derrocar el despotismo, a fin de preparar el camino para el establecimiento de la libertad, y los medios que emplear después que el despotismo haya sido derrocado.

Los medios utilizados en el primer caso se justifican por la necesidad. Esos medios son, en general, las insurrecciones; pues, mientras el establecido gobierno del despotismo permanezca en algún país, es muy poco probable que cualquier otro medio se pueda utilizar. También es cierto que, al comienzo de una revolución, el partido revolucionario se permite un ejercicio discrecional del poder, regulado más por las circunstancias que por el principio; que, de continuar en la práctica, la libertad nunca sería instaurada o, si fuera establecida, pronto sería derrocada. Nunca se ha de esperar en una revolución que todos los hombres vayan a cambiar su opinión al mismo tiempo.

 

UNA CONSTITUCIÓN, VÍNCULO DE UNIÓN ENTRE LOS CIUDADANOS

 

Todavía no ha habido una verdad o principio tan irresistiblemente obvio que todos los hombres lo creyeran a la par. El tiempo y la razón deben cooperar entre sí para el establecimiento final de cualquier principio, y, por consiguiente, aquellos a quienes les pueda ocurrir ser los primeros en convencerse no tienen el derecho de perseguir a otros en quienes la convicción opera más lentamente. El principio moral de las revoluciones es intruir, no destruir.

De haberse establecido una Constitución hace dos años (como debería haberse hecho) las violencias que desde entonces han asolado Francia y ofendido el carácter de la revolución habrían sido, en mi opinión, prevenidas.

La nación habría tenido entonces un vínculo de unión, y todo individuo habría sabido la línea de conducta que había de seguir. Pero, en lugar de esto, un gobierno revolucionario, algo sin principio ni autoridad, fue puesto en su lugar; la virtud y el crimen dependieron de la casualidad, y lo que fue patriotismo un día se convirtió en traición al siguiente.

 

DICTADURA DE PARTIDO Y AVIDEZ POR CASTIGAR

 

Todas estas cosas han sucedido por la falta de una Constitución; porque la naturaleza y el propósito de una Constitución es prevenir el gobierno de partido, estableciendo un principio común que limite y controle el poder y el impulso del partido; y que diga a los partidos: hasta aquí habrás de llegar y no más allá. Sin embargo, en ausencia de una Constitución, los hombres dependen enteramente del partido; y, en lugar de gobernar el principio al partido, el partido gobierna al principio.

Una avidez por castigar es siempre peligrosa para la libertad. Ello conduce a los hombres a violentar, malinterpretar y abusar incluso de la mejor de las leyes. Aquel que asegura su propia libertad, debe proteger incluso a su enemigo de la opresión, porque, si viola este deber, establece un precedente que a él mismo le llegará.

 

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THOMAS PAINE, Disertación sobre los primeros principios del gobierno. París, julio de 1795. Tecnos, 1990. Filosofía Digital, 24/09/2006.

 

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El poder público tiende siempre y dondequiera a no reconocer límite alguno. Es indiferente que se halle en una sola mano  o en la de todos. Sería, pues, el más inocente error creer que a fuerza de democracia esquivamos al absolutismo. Precisamente lo que ocurre es todo lo contrario, ya que no hay autocracia más feroz que la difusa e irresponsable mayoría del demos. Por eso, el que es verdaderamente liberal mira con recelo y cautela sus propios fervores democráticos y, por decirlo así, se limita a sí mismo”

“El hombre que analizamos se habitúa a no apelar de sí mismo a ninguna instancia fuera de él. Está satisfecho tal y como es. Nunca el hombre-masa hubiera apelado a nada fuera de él si la circunstancia no le hubiera forzado violentamente a ello. Recuérdese que al comienzo distinguíamos al hombre excelente del hombre vulgar diciendo que aquél es el que se exige mucho así mismo, y este, el que no se exige nada, sino que se contenta con lo que es, y está encantado consigo”

Ortega y Gasset (La rebelión de las masas)

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«Mediadores», partidos, mafias

Ese blindaje ha trocado a los partidos en monstruos herméticos, endógamos, impermeables a las tormentas exteriores: sempiternos parásitos impunes, que rinden sólo cuentas a sí mismos

 

El caso «Mediador» nos devuelve, en estos días, al pecado original de los partidos políticos españoles. Y al destrozo sin arreglo con que su venalidad selló las cuatro décadas ya de democracia, infectando de roña sus intersticios.
 
En el esquema de los que han jugado esta partida canaria entre empresarios, políticos y pícaros de diversa envergadura, no ha habido grandes innovaciones. El procedimiento es tan viejo como el PSOE de Felipe González. Un diputado socialista, Juan Bernardo Fuentes –Tito Berni, para la familia– operaba como recaudador de impuestos. La banda, que de esas gabelas se beneficiaba, incluía en su vértice a familiares y camaradas. También –y no es la menor vergüenza– a un general de la guardia civil. Los empresarios pagaban por obtener trato privilegiado de las autoridades políticas, que reparten a su arbitrio contratos y subvenciones. De juerga en juerga, los acuerdos iban cayendo y las cuentas corrientes engrosándose. ¿Sólo las cuentas personales o también las cuentas del partido, en cuyo nombre el Tito Berni, su sobrino y sus capataces operaban, al abrigo de una impunidad que esta vez falló?
 
No, no es nuevo. En los inicios de la democracia, allá por la segunda mitad de los años setenta, la financiación partidista venía de más allá de las fronteras: a cargo de partidos, o incluso de Estados, amigos o fraternos. Enseguida, se fue asentando la rutina de autofinanciarse recalificando terrenos a cambio de un porcentaje en los multimillonarios beneficios que la recalificación aportaba a los constructores. El procedimiento acabó por extenderse a todas las actividades económicas en las cuales la administración –la central como la local– jugaba un papel protagonista. Hasta llegar a esto en lo cual nos hemos habituado a vivir: la inercia de una corrupción política que todos juzgamos tan natural como las lluvias de abril. Y que ha ido envolviendo a este país en una peste incurable.
 
La corrupción política es, en España, una corrupción constituyente: esto es, una corrupción sin la cual ningún partido –ninguno– lograría eludir la bancarrota. Eso la diferencia de ser un simple cúmulo de delitos. No, no es delictiva, en sí misma, la política. Aun cuando tantas veces llegue a serlo. El delito puede perseguirse. Castigarse, incluso. A veces. Puede que lo sea ésta, particularmente torpe, de los canarios «mediadores» socialistas. Pero la corrupción constituyente crea la norma. Y prolifera en ella. No existe modo legal de perseguirla, salvo en sus excesos; porque ella es ley. Más aún, ahora, tras la benévola reforma del delito de malversación por Sánchez. Y ese blindaje ha trocado a los partidos en monstruos herméticos, endógamos, impermeables a las tormentas exteriores: sempiternos parásitos impunes, que rinden sólo cuentas a sí mismos. Frente a sus arrogantes privilegios, nada puede el ciudadano. Decir que eso pudre la democracia, es decir poco. Nos pudre a todos.
 
La política vive envuelta en sombras. Saber cómo se financia un partido, es abordar misterios más ominosos que los del atanor del alquimista. Entender la súbita opulencia de tantísimo alto cargo, es asomarse a una alcantarilla. Lo mejor del tiempo de los representantes transcurre en blindar sus vidas y fortunas al ojo del despreciable representado. Del supremo mandatario al cacique local más ridículo. Y nos saben tan imbéciles que ni siquiera temen que un día vayamos a cabrearnos.

 

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IDEAL Y PARTIDO: LOS JEFES DE LOS JUECES

 

 

 


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