LOS DERECHOS DEL HOMBRE Y LA FELICIDAD GENERAL, por Thomas Paine. «La fuerza y los poderes del despotismo consisten únicamente en el temor a resistirse a él»

EL MATERIALISMO, UNA ENFERMEDAD PELIGROSA DEL ESPÍRITU HUMANO

Por Alexis de Tocqueville

 

“Es necesario que todos cuantos se interesan por el futuro de las sociedades democráticas se unan y que, de común acuerdo, hagan continuos esfuerzos para difundir en el seno de esas sociedades la aspiración de lo infinito, el sentimiento de lo grande y el amor por los placeres inmateriales. Hay muchas cosas en los materialistas que me ofenden. Sus doctrinas me parecen perniciosas y su orgullo me indigna. Su sistema, según mi parecer, sólo puede ser útil en algo para los hombres, al darles una idea modesta de sí mismos. Pero ellos no demuestran que sea así; y, cuando creen haber establecido suficientemente que no son sino simples brutos, se muestran tan orgullosos como si hubieran probado que eran dioses. El materialismo es en todas las naciones una enfermedad peligrosa del espíritu humano. La creencia en un principio inmaterial e inmortal unido temporalmente a la materia es tan necesaria a la grandeza del hombre, que produce maravillosos efectos incluso cuando no va unida a la idea de recompensas y castigos, cuando la gente se limita a creer que después de la muerte el principio divino encerrado en el hombre se absorbe en Dios o pasa a animar a otra criatura.”

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En los Estados Unidos, cuando llega el séptimo día de la semana, queda interrumpida la vida comercial e industrial de la nación y cesa toda agitación. Un profundo reposo, o más bien una especie de solemne recogimiento, la reemplaza; el alma entra en posesión de sí misma y se contempla.

Durante ese día, los lugares consagrados al comercio están desiertos; cada ciudadano acude al templo, rodeado de sus hijos; en él escucha extraños discursos que no parecen hechos para sus oídos. Se habla de los innumerables males causados por el orgullo y la codicia; de la necesidad de moderar los deseos, de los delicados goces que sólo la virtud proporciona y de la verdadera felicidad que la acompaña.

 

ME HE PREGUNTADO POR LAS CAUSAS QUE MANTIENEN LAS INSTITUCIONES DEMOCRÁTICAS AMERICANAS Y LA RELIGIÓN ME PARECE UNA DE LAS PRINCIPALES

 

Cuando regresa a su hogar no corre a revisar los libros de sus negocios; abre las Sagradas Escrituras, donde encuentra descripciones sublimes o conmovedoras de la grandeza y de la bondad del Creador, de la magnificencia infinita de las obras de Dios, de los altos destinos reservados al hombre, de sus deberes y de sus derechos a la inmortalidad.

Así es como, de vez en cuando, el americano se sustrae en cierto modo a sí mismo y, apartándose por un momento de los pequeños placeres que agitan su vida y de los intereses pasajeros que la llenan, penetra de golpe en un mundo ideal en el que todo es grande, puro, eterno.

Me he preguntado en otro lugar de este libro por las causas a las que debe atribuirse el mantenimiento de las instituciones políticas de los americanos, y la religión me ha parecido una de las principales. Hoy, al ocuparme de los individuos, la encuentro de nuevo y observo que no es menos útil para cada ciudadano que para todo el Estado.

Los americanos muestran, a través de la práctica, que sienten la necesidad de moralizar la democracia mediante la religión. Lo que piensan a este respecto sobre ellos mismos constituye una verdad que toda nación democrática debe conocer.

No dudo que la constitución social y política de un pueblo predispone a éste a determinadas creencias y aficiones que se propagan luego sin esfuerzo; a la vez que esas mismas causas le apartan de ciertas opiniones y tendencias sin su esfuerzo y, por así decirlo, sin darse cuenta.

Todo el arte del legislador consiste en distinguir claramente y de antemano esas inclinaciones naturales de las sociedades humanas a fin de determinar cuándo es preciso apoyar el esfuerzo de los ciudadanos y cuándo conviene más bien frenarlo, pues éstas necesidades difieren según las épocas. Lo único que permanece es el objetivo hacia el que siempre debe tender el género humano; los medios para conseguirlo varían sin cesar.

 

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LOS DERECHOS DEL HOMBRE Y LA FELICIDAD GENERAL

Por Thomas Paine

 

“Una pequeña chispa, atizada en América, ha sido el origen de una llama que no se puede apagar. El hombre se encuentra cambiado, sin apenas percibir cómo. Adquiere un conocimiento de sus derechos al consagrarse justamente a sus intereses y en el transcurso de ello descubre que la fuerza y los poderes del despotismo consisten únicamente en el temor a resistirse a él y que “si quiere ser libre basta con que lo desee”. Cualquiera sea la forma o la constitución del gobierno, no debería tener más objetivo que la felicidad general. El solo gobierno civil, o el gobierno de la ley, no da pretextos para muchos tributos; actúa dentro del país, de modo visible, y excluye la posibilidad de grandes engaños. Las revoluciones, pues, tienen como objetivo el cambio de condición moral de los gobiernos, y con este cambio se reducirá la carga de las contribuciones públicas y se permitirá a la civilización el goce de esa abundancia de la que actualmente se le priva”.

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«Cualquiera sea la forma o la constitución del gobierno, no debería tener más objetivo que la felicidad general»

 

Al contemplar un tema que abarca con magnitud ecuatorial toda la región de la humanidad resulta imposible limitar la investigación a un solo aspecto. Esa investigación se basa en todos los caracteres y todas las condiciones propios del hombre, y se refiere por igual al individuo, a la nación y al mundo.

 

CUALQUIERA QUE SEA LA FORMA O CONSTITUCIÓN DEL GOBIERNO, NO DEBERÍA TENER MÁS OBJETIVO QUE LA FELICIDAD GENERAL

 

Una pequeña chispa, atizada en América, ha sido el origen de una llama que no se puede apagar. Sin consumirse, como la Ultima Ratio Regum “argumento último de los reyes”, lema que Luis XIV ordenó grabar en todos sus cañones], va abriéndose camino de nación en nación y va conquistando en actuación silenciosa. El hombre se encuentra cambiado, sin apenas percibir cómo. Adquiere un conocimiento de sus derechos al consagrarse justamente a sus intereses y en el transcurso de ello descubre que la fuerza y los poderes del despotismo consisten únicamente en el temor a resistirse a él y que “si quiere ser libre basta con que lo desee”.

Tras haber tratado de establecer un sistema de principios como la base sobre la que se deberían erigir gobiernos, pasaré ahora a los medios de llevarlos a la práctica.

Cualquiera sea la forma o la constitución del gobierno, no debería tener más objetivo que la felicidad general. Cuando, por el contrario, actúa de modo tal que lo que crea es el mal, o lo agrava, en cualquiera de las partes de la sociedad, entonces se basa en un sistema erróneo y es necesaria la reforma.

El habla cotidiana ha consagrado la condición humana en dos descripciones: vida civilizada e incivilizada. A la una ha asignado la felicidad y la abundancia; a la otra los problemas y las necesidades. Pero, por mucho que impresionen a nuestra imaginación la pintura y las comparaciones, sin embargo, sigue siendo verdad que gran parte de la humanidad en los que se llaman países civilizados se halla en un estado de pobreza y miseria muy por debajo de las circunstancias de los indios. No hablo de ningún país determinado, sino de todos. Así ocurre en Inglaterra, así ocurre en toda Europa. Investiguemos la causa.

Esta no reside en ningún defecto natural de los principios de la civilización, sino en que se ha impedido que esos principios tengan un funcionamiento universal, la consecuencia de lo cual es un sistema perpetuo de guerra y gastos, que esquilman al país e impiden la felicidad general de la que es capaz la civilización.

Ningún gobierno europeo (con la excepción actual de Francia) está construido sobre los principios de la civilización universal, sino sobre todo lo contrario. En la medida en que esos gobiernos guardan relación entre sí, se hallan en la misma condición que concebimos como vida salvaje e incivilizada, se ponen fuera de la ley tanto divina como humana, y son, con respecto al principio y a la conducta recíproca, igual que otros tantos individuos en estado natural.

 

LAS REVOLUCIONES TIENEN COMO OBJETIVO EL CAMBIO DE LA CONDICIÓN MORAL DE LOS GOBIERNOS Y LA REDUCCIÓN DE LOS IMPUESTOS

 

Los habitantes de cualquier país, bajo la civilización de las leyes, se civilizan juntos con facilidad, pero como los gobiernos se hallan todavía en un estado incivilizado, y están casi constantemente en guerra, pervierten la abundancia que produce la vida civilizada a fin de perpetuar todavía más la parte incivilizada. Al injertar así la barbarie del gobierno en la civilización interna de un país, extraen de éste, y en particular de sus pobres, una gran parte de los ingresos que deberían aplicarse a su propia subsistencia y comodidad. Aparte de todas las reflexiones de la moral y la filosofía, es un hecho lamentable que más de una cuarta parte del trabajo de la humanidad se ve consumida anualmente por este bárbaro sistema.

Lo que ha servido para perpetuar este mal han sido las ventajas pecuniarias que todos los gobiernos de Europa han hallado en el mantenimiento de ese estado de incivilización. Les da pretextos para obtener poder e ingresos, cosas ambas para las que no habría ocasión ni excusa si se hubiera cerrado el círculo de la civilización. El solo gobierno civil, o el gobierno de la ley, no da pretextos para muchos tributos; actúa dentro del país, de modo visible, y excluye la posibilidad de grandes engaños. Pero cuando el escenario se establece conforme a los argumentos incivilizados de los gobiernos, se amplía el campo de los pretextos, y como el país ya no puede juzgar, cae víctima de cualquier engaño que le plazca al gobierno hacerle.

Ni una trigésima, apenas si una cuadragésima, parte de los impuestos que se recaudan en Inglaterra tienen que ver con los fines de la gobernación civil ni se aplican a ella. No resulta difícil ver que lo único que hace el gobierno en sí, a este respecto, es promulgar leyes, y que el país las administra y las ejecuta a sus propias expensas, por conducto de jueces, jurados, tribunales de primera y segunda instancia, además de los impuestos que paga y por añadidura a ellos.

Cuando se considera así el caso, tenemos dos tipos de gobierno: uno es la gobernación civil, o gobierno de la ley, que actúa internamente; el otro, el gobierno de corte o de gabinete, que actúa en el extranjero, conforme al plan brutal de la vida incivilizada; el uno se atiende con pocos gastos, al otro con un derroche ilimitado, y tan distintos son entre sí que, si el último de ellos se hundiera, por así decirlo, porque de pronto se abriera la tierra, y desapareciera en su totalidad, el otro no se vería perturbado, y seguiría adelante, porque es del interés común de la nación que así lo hiciera, y ya existen todos los medios para ello.

Las revoluciones, pues, tienen como objetivo el cambio de condición moral de los gobiernos, y con este cambio se reducirá la carga de las contribuciones públicas y se permitirá a la civilización el goce de esa abundancia de la que actualmente se le priva.

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THOMAS PAINEDerechos del Hombre. Parte segunda, capítulo 5: Medios de mejorar la condición de Europa. Londres, 9 de febrero de 1792. Alianza Editorial, 1984. Traducción de Fernando Santos Fontenla. Filosofía Digital.

 


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