Detalle de ‘Le Désespéré’, autorretrato en óleo sobre lienzo realizado por Gustave Courbet en 1845
Al final del drama de Sartre A puerta cerrada, cuando ya está a punto de caer el telón, el personaje canallesco apodado Garcinexclama: «Todas esas miradas que me devoran… ¡Cómo! ¿Sólo sois dos? Os creía muchas más… De modo que esto es el infierno. Nunca lo hubiera creído… Seguro que os acordáis: el azufre, la hoguera, las parrillas… Qué tontería todo eso… No hacen falta las parrillas. El infierno son los otros». Como es sabido, la frase «el infierno son los otros» se descontextualizó muy pronto y adquirió vida propia. En el párrafo citado, queda bastante claro que Sartre se está refiriendo a la mirada del otro, pero si despojamos al texto de lo dicho a ese respecto, y nos quedamos únicamente con la celebérrima aseveración miles de veces citada, podemos entender que el pensador quería decir que nuestras relaciones con los otros están emponzoñadas y que son siempre de naturaleza infernal.
Según Sartre, el otro no es el infierno porque exista y su existencia nos limite y nos violente, el otro es un infierno porque nos mira, y con su mirada nos juzga. Sartre cree, como lo creía Lacan que se apropió de muchas ideas del filósofo existencialista, que la identidad está fuera del cuerpo, y que se constituye a partir de los juicios de los demás. Nuestra identidad residiría, más que en nuestro ser, único e insustituible, en la dispersión esquizoide de nuestra imagen vista por los otros, y hasta creada por los otros. Desde esa perspectiva, nuestra identidad se hallaría fuera del yo, gravitando en la estratosfera de la otredad. El problema de dispersar nuestra personalidad en los otros y confundir nuestro rostro con el rostro de la multitud es abismal y está conduciendo a no pocos adolescentes al suicidio.
El gran problema derivado de una identidad concebida desde una dimensión ajena, o de una identidad enajenada, es que traiciona el concepto de identidad y estaríamos hablando, más que de una verdadera identidad, de una identidad delegada y diferida, de una identidad traicionada en su sentido primordial, que haría referencia a lo que es único y nos diferencia de los demás. La identidad no es el documento que nos identifica dentro de un Estado y donde figura nuestro nombre. Nuestro nombre es intercambiable y lo compartimos siempre con otros, igualmente son intercambiables nuestros apellidos, y hasta nuestra imagen, pero son sólo aspectos superficiales del ser, que planean por encima de su verdadero contenido y de su profundidad existencial, aspectos que atañen a la máscara social, que atañen a la nada, que es a lo que se dedica la filosofía después de Sartre.
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LA LIBERTAD SOSPECHOSA
«Está en la naturaleza de las cosas que la marcha de la razón sea lentamente progresiva.
El gobierno más vicioso encuentra un poderoso apoyo en los prejuicios, los hábitos y la educación de los pueblos. El propio despotismo pervierte el espíritu de los hombres hasta hacerse adorar, y hasta volver la libertad sospechosa y aterradora a primera vista.
La Declaración de los derechos no es la luz del sol que ilumina a todos los hombres simultáneamente; no es el rayo que golpea al mismo tiempo todos los tronos.
Es más fácil escribirla en el papel o grabarla en el bronce, que restablecer en el corazón de los hombres sus sagrados caracteres borrados por la ignorancia, por las pasiones y por el despotismo».
Las más grandes cuestiones que agitan a los hombres tienen habitualmente un malentendido como base; es suficiente hacerlo cesar, y todos los buenos ciudadanos se unirán a los principios y a la verdad.
¿A QUIÉN DEBE EL PUEBLO SU ADHESIÓN? ¿AL GOBIERNO, A UN HOMBRE? ¿O A LA PATRIA Y A LA LIBERTAD?
De las dos opiniones que han sido sopesadas en esta asamblea, una tiene en ella todas las ideas que fomentan la imaginación, todas las esperanzas brillantes que animan el entusiasmo, e incluso un sentimiento generoso sostenido por todos; los medios que el gobierno más activo y poderoso puede emplear para actuar sobre la opinión; la otra no está más que apoyada por la fría razón y sobre la triste verdad.
Para complacer, hay que defender la primera; para ser útil hay que sostener la segunda, con la certeza de disgustar a todos los que tienen el poder de perjudicar: es por esta última por la que me inclino.
¿Haremos la guerra o haremos la paz? ¿Atacaremos a nuestros enemigos o los esperaremos en nuestros hogares? ¿Qué partido deben tomar la nación y sus representantes en las circunstancias en que estamos, en relación con nuestros enemigos interiores y exteriores? […]
«La desconfianza, habéis dicho [Brissot] en vuestro primer discurso, la desconfianza es un estado horroroso: impide a los dos poderes actuar concertadamente; impide al pueblo creer en las demostraciones del poder ejecutivo, debilita su adhesión, relaja su sumisión».
La idea más extravagante que pueda nacer en la cabeza de un político es creer que sea suficiente que un pueblo entre a mano armada en un pueblo extranjero para hacerle adoptar sus leyes y su constitución. Nadie quiere a los misioneros armados.
¡La desconfianza es un estado horroroso! ¿Es este el lenguaje de un hombre libre que cree que la libertad no puede ser comprada a muy alto precio? ¡Impide a los dos poderes actuar concertadamente! ¿Sois vos quien sigue hablando? ¡Qué!
¿Es el pueblo quien debe creer ciegamente en las demostraciones del poder ejecutivo?; ¿no es el poder ejecutivo quien debe merecer la confianza del pueblo, no por las demostraciones, sino por los hechos?
¡La desconfianza debilita su adhesión! ¿Y a quién debe el pueblo su adhesión? ¿A un hombre? ¿A la obra de sus manos, o bien a la patria, a la libertad? ¡Relaja su sumisión! A la ley sin duda. ¿Ha faltado a la misma? ¿Quién debe hacerse más reproches a este respecto, el pueblo o sus opresores?
Si este texto ha excitado mi sorpresa, ella no ha disminuido, lo confieso, cuando he oído el comentario a través del cual lo habéis desarrollado en vuestro último discurso.
Nos habéis informado que era preciso eliminar la desconfianza porque ha habido un cambio en el ministerio. ¡Qué! ¡Sois vos, que tenéis filosofía y experiencia… quien pretende que el ministerio va a cambiar con un ministro! […]
Habéis expedido dos certificados de patriotismo a dos ministros, por la razón de que ellos provienen de la clase de los plebeyos; y yo lo digo francamente, la presunción más razonable, a mi modo de ver, es que en las circunstancias en que nosotros somos plebeyos no habrían sido llamados al ministerio, si ellos no hubieran sido juzgados dignos de ser nobles.
Me sorprende la confianza que un representante del pueblo tiene sobre un ministro que el pueblo de la capital teme ver llegar a un cargo municipal; me sorprende veros recomendar a la benevolencia pública al ministro de Justicia, que ha paralizado la corte provisional de Orleans, dispensándose de enviarle los principales procedimientos; al ministro que ha calumniado gravemente, ante la Asamblea Nacional, a las sociedades patrióticas del Estado, para provocar su destrucción;
el ministro que recientemente acaba de pedir a la Asamblea actual la suspensión de nuevos tribunales criminales, con el pretexto de que la nación no estaba madura para los jurados, con el pretexto (¡quién lo creería!) de que el invierno es una estación muy dura para realizar esta institución declarada parte esencial de nuestra constitución por el acta constitucional, reclamada por los principios eternos de la justicia, y por la tiranía insoportable del sistema bárbaro que pesa aún sobre el patriotismo y sobre la humanidad…
También habéis tomado bajo vuestra protección al actual ministro de la Guerra. ¡Ah! Por favor, ahorradnos la tarea de discutir la conducta, las relaciones y lo personal de tantos individuos, cuando únicamente debemos tratar sobre los principios y sobre la patria.
LA MARCHA DE LA RAZÓN ES LENTAMENTE PROGRESIVA Y NADIE QUIERE A LOS «MISIONEROS ARMADOS»
Los ministros, convenís, son enemigos de los patriotas; los moderados, a favor de los cuales se declaran, quieren transformar nuestra constitución en aristocrática. ¿Y queréis que adoptemos sus proyectos?
Los ministros sobornan, sois vos quien lo dice, papeles cuyo empleo consiste en apagar el espíritu público, borrar los principios de la libertad, alabar a sus más peligrosos enemigos, calumniar a todos los buenos ciudadanos, ¿y queréis que me confíe en las opiniones y en los principios de los ministros? […]
Admiro vuestra felicidad, pero no la envidio. Vos estáis destinado a defender la libertad sin desconfianza, sin disgustar a sus enemigos, sin encontraros en oposición a la Corte, ni con los ministros, ni con los moderados. ¡Qué fáciles y sonrientes se han transformado para vos los caminos del patriotismo!
Por el contrario, yo he encontrado que cuanto más se avanzaba en esta carrera, más obstáculos y enemigos se encontraba, y más abandonado se encontraba de aquellos con los que había empezado; y confieso que si yo me viera rodeado de cortesanos, de aristócratas y de moderados, estaría por lo menos, tentado de creerme en bastante mala compañía. […]
¿Qué nos importan las rápidas victorias que obtenéis desde la tribuna sobre el despotismo y sobre la aristocracia del universo? ¡Como si la naturaleza de las cosas se plegara tan fácilmente a la imaginación de un orador!
¿Es el pueblo o el genio de la libertad quien dirigirá el plan que se nos propone? Es la Corte, son sus oficiales, son sus ministros. Olvidáis que este dato cambia todas las combinaciones.
Está en la naturaleza de las cosas que la marcha de la razón sea lentamente progresiva. El gobierno más vicioso encuentra un poderoso apoyo en los prejuicios, los hábitos y la educación de los pueblos.
El propio despotismo pervierte el espíritu de los hombres hasta hacerse adorar, y hasta volver la libertad sospechosa y aterradora a primera vista.
El propio despotismo pervierte el espíritu de los hombres hasta hacerse adorar, y hasta volver la libertad sospechosa y aterradora a primera vista.
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
La idea más extravagante que pueda nacer en la cabeza de un político es creer que sea suficiente que un pueblo entre a mano armada en un pueblo extranjero para hacerle adoptar sus leyes y su constitución.
Nadie quiere a los misioneros armados. Y el primer consejo que dan la naturaleza y la prudencia es rechazarlos como enemigos.
La idea más extravagante que pueda nacer en la cabeza de un político es creer que sea suficiente que un pueblo entre a mano armada en un pueblo extranjero para hacerle adoptar sus leyes y su constitución.
Nadie quiere a los misioneros armados. Y el primer consejo que dan la naturaleza y la prudencia es rechazarlos como enemigos.
Antes de que los efectos de nuestra revolución dejen sentir sus efectos entre las naciones extranjeras, es preciso que ella esté consolidada.
Querer darles la libertad antes de haberla conquistado nosotros mismos es asegurar al mismo tiempo nuestra servidumbre y la del mundo entero.
La Declaración de los derechos no es la luz del sol que ilumina a todos los hombres simultáneamente; no es el rayo que golpea al mismo tiempo todos los tronos. Es más fácil escribirla en el papel o grabarla en el bronce, que restablecer en el corazón de los hombres sus sagrados caracteres borrados por la ignorancia, por las pasiones y por el despotismo.
¿Qué digo? ¿No es ella desconocida, echada por tierra, incluso ignorada entre vosotros, que la habéis promulgado? […] Estoy lejos de pretender que nuestra revolución no influirá en la suerte del globo más pronto de lo que las apariencias parecen anunciar. ¡No quiera Dios que yo renuncie a una esperanza tan dulce! Pero afirmo que no será ahora.
LA DECLARACIÓN DE DERECHOS NO ES LA LUZ DEL SOL QUE ILUMINA A TODOS LOS HOMBRES SIMULTÁNEAMENTE
Reflexionad solamente sobre la marcha natural de las revoluciones. En unos Estados constituidos, como en casi todos los países de Europa, hay tres potencias: el monarca, los aristócratas y el pueblo; o más bien, el pueblo es nada.
Si llega una revolución a un país, no puede ser más que gradual; empieza por los nobles, por el clero, por los ricos, y el pueblo los sostiene porque su interés concuerda con el suyo para resistir a la potencia dominante, que es la del monarca.
Es así que, entre vosotros, son los parlamentos, los nobles, el clero, los ricos quienes han movido la revolución; a continuación ha aparecido el pueblo. Ellos se han arrepentido de ello o al menos han querido parar la revolución, cuando han visto que el pueblo podía recuperar su soberanía.
Pero son ellos quienes la han comenzado, y sin su resistencia y sus cálculos erróneos la nación estaría aún bajo el yugo del despotismo.
Poned orden en vuestro país antes de llevar la libertad a otros. Pero pretendéis que este cuidado no os debe ocupar, como si las reglas ordinarias del buen sentido no estuvieran hechas para los grandes políticos. […]
Sabed, pues, que a juicio de todos los franceses ilustrados, la verdadera Coblenza está en Francia, que la del obispo Tréveris no es más que uno de los resortes de una conspiración profunda contra la libertad, cuyo hogar, cuyo centro, cuyos jefes están entre nosotros.
Si ignoráis todo esto, sois extraños a todo lo que pasa en este país. Si lo sabéis, ¿por qué lo negáis? ¿Para qué distraer la opinión pública de nuestros más temibles enemigos, para fijarla en otros objetos, para conducirnos a la trampa en que nos esperan?
La palabra pérfida de republicano y faccioso, inventada por la secta de los enemigos hipócritas de la Constitución, puede armar la ignorancia engañada contra la causa del pueblo.
Pero la destrucción del partido patriótico es el gran objetivo de sus complots. Lo que temo no es una contrarrevolución, sino los progresos de los falsos príncipes de la idolatría, es la pérdida del espíritu público.
Execution of French Revolutionist Maximilien Robespierre and his fellow conspirators. Undated engraving.
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MAXIMILIEN ROBESPIERRE, en la Sociedad de los Amigos de la Constitución, 2 de enero de 1792. Discursos, El Viejo Topo.
Según todas las encuestas, el Partido Popular se está estancando en intención de voto mientras que Vox sigue creciendo. Y hay que tomarlo como una gran noticia. Yo prefiero a la derecha nazi, racista, negacionista, machista, inhumana, codiciosa y parasitaria que a la otra.
La otra derecha, la derechita cobarde que decía Santiago Abascal, es todo disimulo. Tiene las mismas ideas, la misma lógica, el mismo ardor guerrero aunque con menos gimnasio, idéntico lenguaje arrabalero e insultante, semejante afán por divulgar deshistoria e ignorancia, pero menos clase.
Dicen los todólogos, esta vez creo que con mucha razón, que este auge del fascismo sobre el conservadurismo tradicional tiene una explicación: el ciudadano prefiere al original que a la copia. O sea, nos vienen a explicar que estos nuevos partidos ultras que florecen por España y allende nuestras fronteras son el original.
Por decirlo claro: Vox no es una escisión del PP, Vox es su célula madre. Y, como tantas madres, a cierta edad está deseosa de independizarse de sus hijos, que son unos gorrones.
Cuando los todólogos nos explican esto con más elegantes palabras, siempre esquivan la misma cuestión, como si les pagaran poco: ¿cómo es posible que Vox (lo nuevo) sea el original y el PP (lo antiguo) la copia? Aquí yo también me hago un lío.
Esto me recuerda al relato de Francis Scott Fitzgerald, el más perdido y brillante miembro de la generación perdida, en el que el personaje Benjamin Button rejuvenecía en lugar de envejecer. Es lo que le está pasando a nuestro fascismo.
Pocas personas con dos dedos de frente pudieron pensar en sus tiempos que un partido político fundado por el fascista don Manuel Fraga Iribarne iba a convertirse en un edén de nenúfares democráticos. Pero nos fuimos acostumbrando y en 1996 votamos mayoritariamente a su heredero, José María Aznar, que alcanzó el poder reivindicando la «derecha sin complejos» (lo entrecomillo porque fueron sus palabras).
Nunca antes nadie había reparado en que nuestra guapa gente de derechas pudiera sufrir complejos. Aznar lo tenía claro. Tarde o temprano, el fascista español tenía que volver a reivindicarse fascista. Va en sus genes. Y ha llegado el momento.
El fascismo sin complejos ya está aquí. Y está devorando al fascio-conservadurismo del disimulo que tantos éxitos ha proporcionado a la derecha española y europea.
Los liderazgos lo refrendan. Vox tiene a Santiago Abascal, un vividor sin oficio ni beneficio pero con pistola: o sea, un señorito de los de toda la vida.
El PP ondea a Alberto Núñez Feijóo, un meme incansable que se iba a pescar rayas (leucorajas lentiginosas, según su nombre científico) en el barco del narcotraficante Marcial Dorado por los océanos, siendo entonces el número dos de la sanidad gallega.
Si eres fascista, un par de leucorajas lentiginosas te las esnifas en una fiesta. Pero, a la hora de votar, prefieres al señorito de la pistola.
Quedan un par de años para las elecciones y no es descartable una mayoría de PP y Vox, pero no como la habíamos imaginado, sino con otra correlación de fuerzas. Ya os digo que a mí incluso me gustaría que Vox sorpassara por fin al PP, aunque sea solo por afán suicida.
En todo caso, como ya está ocurriendo en autonomías y ayuntamientos, porte quien porte el cetro se va a legislar lo que Vox mande. En estos tiempos tóxicos, por lo menos que nos den puros los venenos.
En estos tiempos tóxicos, por lo menos que nos den puros los venenos
CONSTITUCIÓN Y GOBIERNO DE PARTIDO Por Thomas Paine “Todavía no ha habido una verdad o principio tan irresistiblemente obvio que todos los hombres lo creyeran a la par. El tiempo y la razón […]
Tabla de contenidos1 HACER BUENOS A LOS HOMBRES, RIDÍCULA OCUPACIÓN2 Por Oscar Wilde3 4 ECONOMÍA POLÍTICA: PREJUICIOS CONTRA PRINCIPIOS5 Por M. Robespierre HACER BUENOS A LOS HOMBRES, RIDÍCULA OCUPACIÓN Por Oscar Wilde Un eminente […]
PEQUEÑOS Y GRANDES PARTIDOS “Cuando el despotismo lleva siglos enteros establecido en un país, sienta sus reales en todas partes. Todo cargo y todo departamento tiene su despotismo, fundado en la costumbre y el uso. Todo […]
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