LOS AÑOS SETENTA. ¿BAJO CONTROL?
ÍNDICE: «La otra historia de los Estados Unidos», de Howard Zinn
Capítulo 20
LOS AÑOS SETENTA. ¿BAJO CONTROL?
A People’s History of the United States
A principios de los setenta el sistema parecía estar fuera de control, no era capaz de mantener el apoyo de la gente. En 1970, según el Centro de Investigación y Encuestas de la Universidad de Michigan, la «confianza en el gobierno» era escasa en todos los segmentos de la población, aunque había diferencias significativas según de qué clases sociales se tratara. Mientras que el 40% de los profesionales tenía «poca» confianza política en el gobierno, entre los obreros no cualificados la cifra de personas que tenía «poca» confianza era del 66%.
Las encuestas de opinión pública de 1971 -después de siete años de intervención en Vietnam– reflejaban la escasa disposición que existía para prestar ayuda a otros países, incluso a aquellos que estaban en nuestro mismo hemisferio, si éstos fueran atacados por fuerzas respaldadas por los comunistas. En el caso de Tailandia, si fuese atacada por los comunistas, sólo el 12% de los blancos y el 4% de los no blancos estarían a favor de enviar tropas.
El Centro de Investigación y Encuestas de la Universidad de Michigan planteó la siguiente pregunta
«¿Está el gobierno dirigido por unos pocos grandes intereses que sólo actúan para su propio provecho?«.
En 1964 la respuesta había sido positiva en el 26% de los encuestados; en 1972 la respuesta positiva de los encuestados fue del 53%.
Nunca había habido tantos votantes que se negaran a identificarse como demócratas o como republicanos. En 1940, el 20% de los encuestados se habían definido como «independientes«. En 1974, se definieron como «independientes» el 34%.
Los tribunales, los jurados e incluso los jueces no actuaban como de costumbre. Los jurados estaban absolviendo a radicales. Angela Davis -una comunista «confesa«- fue absuelta por un jurado blanco en la costa oeste. Los Panteras Negras, a los que el gobierno había tratado de difamar y destruir en cada ocasión que se le presentaba, fueron puestos en libertad por los miembros del jurado de varios juicios. Un juez del oeste de Massachusetts desestimó las acusaciones que se querían presentar contra un joven activista, Sam Lovejoy, que había derribado una torre de más de 160 m. levantada por una empresa pública que quería construir una planta nuclear. En Washington D.C., un juez del Tribunal Supremo se negó -en agosto de 1973- a sentenciar a seis hombres acusados de haber entrado ilegalmente en la Casa Blanca, separándose del grupo de turistas que la estaban visitando, para protestar por el bombardeo de Camboya.
Sin duda, gran parte de este ambiente de hostilidad hacia el gobierno y el mundo de los negocios nacía de la guerra de Vietnam, con sus 55.000 víctimas, su vergüenza moral y la exposición de mentiras y atrocidades gubernamentales que había generado. Además de esto, también jugó un papel importante la deshonra política de la administración Nixon debido a los escándalos que se conocerían con la etiqueta de una sola palabra: Watergate, y que en agosto de 1974 causaron la dimisión histórica de Richard Nixon, la primera dimisión de un presidente que se producía en la historia americana.
El asunto de Watergate comenzó durante la campaña presidencial de junio de 1972, cuando arrestaron a cinco ladrones provistos de material para realizar escuchas ilegales y equipo fotográfico, tras ser sorprendidos en el momento de entrar en las oficinas del Comité Demócrata Nacional, en el complejo de apartamentos de Watergate, en Washington. Uno de los cinco, James McCord, Jr., trabajaba para la campaña de Nixon, era agente de «seguridad» al servicio del Comité de Reelección del Presidente (CREEP). Otro de los cinco ladrones llevaba una agenda en la que aparecía el nombre de E. Howard Hunt, cuya dirección era la Casa Blanca. Hunt era ayudante de Charles Colson, consejero especial del presidente Nixon.
Tanto McCord como Hunt habían trabajado durante muchos años al servicio de la CIA. Hunt era el agente de la CIA encargado de la invasión de Cuba en 1961, y tres de los ladrones de Watergate eran veteranos de dicha invasión. McCord, como agente de seguridad del CREED, trabajaba a las órdenes del jefe del CREED, John Mitchell, que era el ministro de Justicia de los Estados Unidos.
Así que, dado que se trataba de un arresto imprevisto por parte de policías que no estaban al corriente de las altas conexiones de los ladrones, la información llegó a oídos del público antes de que nadie pudiera impedirlo. Se vinculaba a los ladrones con importantes cargos del comité de campaña de Nixon, con la CIA y con el ministro de Justicia de Nixon. Mitchell negó cualquier conexión con el robo, y Nixon, en una conferencia de prensa cinco días más tarde, dijo que «la Casa Blanca no ha tenido nada que ver con este incidente en particular«.
Lo que siguió al año siguiente, después de que en septiembre un jurado de acusación procesara a los ladrones de Watergate -junto a Howard Hunt y G. Gordon Liddy– fue que los oficiales de menor grado de la administración Nixon, temiendo ser procesados, empezaron, uno tras otro, a «cantar«. Dieron información, en procedimientos judiciales, a un comité de investigación del Senado y a la prensa. Implicaron no sólo a John Mitchell, sino también a Robert Haldeman y a John Erlichman, los ayudantes más próximos a Nixon en la Casa Blanca. Finalmente implicaron al propio Richard Nixon. No sólo tenía que ver con los robos de Watergate, sino con toda una serie de acciones ilegales contra oponentes políticos y activistas pacifistas. Nixon y sus ayudantes mintieron una y otra vez en el intento de ocultar su participación.
Varios testimonios sacaron a la luz los siguientes datos:
1. La Gulf Oil Corporation, la ITT (Compañía Internacional de Telégrafos y Teléfonos) y la American Airlines, demás de otras grandes corporaciones americanas, habían hecho contribuciones ilegales -de millones de dólares- a la campaña de Nixon.
2. En septiembre de 1971, poco después de que el New York Times publicara las copias de los informes clasificados suministradas por Daniel Ellsberg -los Pentagon Papers- la administración planeó y llevó a cabo con la participación personal de Howard Hunt y Gordon Liddy, un robo en la oficina del psiquiatra de Ellsberg, en busca de su historial.
3. Después del arresto de los ladrones de Watergate, Nixon les prometió en secreto que les otorgaría clemencia ejecutiva si aceptaban ir a la cárcel, y sugirió que se les daría hasta un millón de dólares si se mantenían en silencio. De hecho, se les entregaron 450.000 dólares por orden de Erlichman.
4. Se descubrió que había desaparecido cierto material de los archivos del FBI. Se trataba de material asociado con una serie de escuchas telefónicas ilegales ordenadas por Henry Kissinger y llevadas a cabo en las líneas de cuatro periodistas y trece altos cargos del gobierno. Este material se encontraba en la Casa Blanca, en la caja fuerte del consejero de Nixon John Erlichman.
5. Uno de los ladrones de Watergate -Bernard Barker- contó al comité del Senado que también había estado implicado en un plan para atacar físicamente a Daniel Ellsberg, cuando éste estuviera hablando en una reunión pacifista en Washington.
6. Un testigo contó al comité del Senado que el presidente Nixon tenía grabaciones de todas las conversaciones privadas y todas las llamadas telefónicas de la Casa Blanca. Nixon se negó en un principio a entregar las cintas, y cuando accedió, habían sido amañadas: habían sido borrados 18 minutos y medio en una cinta.
7. En medio de todo esto, el vicepresidente de Nixon -Spiros Agnew- fue procesado en Maryland por recabar sobornos de contratistas de Maryland a cambio de favores políticos. Esto le llevó a presentar su dimisión de la vicepresidencia en octubre de 1973. Nixon nombró al congresista Gerald Ford para ocupar el puesto de Agnew.
8. Nixon se había acogido ilegalmente valiéndose de falsificaciones a una deducción de impuestos por valor de 576.000 dólares.
9. Se reveló que durante más de un año (entre 1969 y 1970) Estados Unidos había realizado bombardeos secretos y masivos en Camboya, hecho que se había ocultado al público americano e incluso al Congreso.
Fue una caída rápida y repentina. En las elecciones presidenciales de noviembre de 1972, Nixon y Agnew habían obtenido el 60% del voto popular y el apoyo de todos los estados excepto el de Massachusetts, derrotando a un candidato posicionado contra la guerra, el senador George McGovern. Una encuesta popular de junio de 1973 mostraba que el 67% de los encuestador pensaba que Nixon estaba involucrado en el robo de Watergate o mentía para encubrirlo.
A principios de 1974, un comité de la Cámara preparó la documentación para presentar un voto de censura ante el pleno. Los consejeros de Nixon le avisaron que el voto de censura conseguiría la mayoría requerida en la Cámara y que luego el Senado votaría la mayoría de dos tercios necesaria para destituirle del cargo. Un financiero de relieve dijo «En este momento, el 90% de Wall Street se alegraría si Nixon dimitiera«. El 8 de agosto de 1974, Nixon dimitió.
Gerald Ford, que ocupó el cargo de Nixon, dijo «Nuestra larga pesadilla nacional ha terminado«. Los periódicos, tanto los que estaban a favor de Nixon como los contrarios, tanto los liberales como los conservadores, celebraron la acertada y tranquila culminación de la crisis de Watergate. «El sistema está funcionando«, dijo el columnista del New York Times Anthony Lewis.
Ningún periódico americano respetable dijo lo que había dicho Clau de Julien, director del Le Monde Diplomatique, en septiembre de 1974:
«La eliminación del señor Richard Nixon deja intactos todos los mecanismos y todos los falsos valores que permitieron el escándalo Watergate.
Julien señaló que el secretario de Estado de Nixon, Henry Kissinger, permanecería en su puesto y que, dicho de otra manera, la política exterior de Nixon continuaría.
Meses después de que Julien escribiera esto, se reveló que importantes líderes demócratas y republicanos de la Cámara de Representantes habían asegurado en secreto a Nixon que si dimitía ellos no entablarían ningún proceso criminal contra él.
Los artículos del New York Times que informaban de las esperanzas de Wall Street respecto a la dimisión de Nixon, citaron a un financiero de Wall Street que declaró que si Nixon dimitía «lo que tendremos es el mismo juego con jugadores diferentes«.
Entre las acusaciones del comité de la Cámara para el voto de censura a Nixon, no se mencionaban las relaciones de Nixon con poderosas corporaciones, no se mencionaba el bombardeo de Camboya. Los cargos se concentraban en los detalles relacionados con Nixon en particular, y no en la política fundamental que es común a los presidentes americanos, tanto en casa como en el extranjero.
Se había corrido la voz había que deshacerse de Nixon. Pero había que mantener el sistema. Theodore Sorensen, ex-consejero del presidente Kennedy, escribió lo siguiente durante la crisis de Watergate
«Las causas ocultas de la flagrante mala conducta en nuestro sistema de cumplimiento de la ley que ahora salen a la luz son en su mayoría de indole personal, no institucional. Algunos cambios estructurales son necesarios. Hay que tirar todas las manzanas podridas. Pero hay que salvar la cesta«.
Efectivamente, la cesta se salvó. La política exterior de Nixon continuó y las conexiones del gobierno con los intereses de las corporaciones siguieron en pie. Los amigos más íntimos de Ford en Washington eran los representantes de los intereses corporativos. Uno de los primeros actos de Ford fue perdonar a Nixon. Así evitaba cualquier posible proceso criminal y permitía su retiro en California con una enorme pensión.
Las vistas televisadas del comité del Senado fueron interrumpidas repentinamente antes de que se llegara al asunto de las conexiones corporativas. Este era el procedimiento típico en la televisión y su manera de dar información selectiva sobre los acontecimientos importantes: los casos extraños -como el robo de Watergate– recibían una extensa cobertura, mientras que ejemplos de las operaciones en curso -como la masacre de My Lai, el bombardeo secreto de Camboya, el trabajo del FBI y la CIA, etc.- recibían una escasa cobertura. El juego sucio empleado para perjudicar al Partido de los Trabajadores Socialistas, a los Panteras Negras y a otros grupos radicales, sólo aparecía en los periódicos. La nación entera escuchó los detalles del breve allanamiento ocurrido en el apartamento de Watergate pero no se televisó la vista sobre el largo allanamiento ocurrido en Vietnam.
La influencia de las corporaciones sobre la Casa Blanca es un hecho permanente en el sistema americano. Muchas de estas corporaciones donaban dinero a los dos partidos mayoritarios, de manera que, ganara quien ganara, siempre tenían amigos en la administración. La Chrysler Corporation alentaba a sus ejecutivos a «apoyar al partido y candidato que ellos eligieran«. Recogían los cheques que los ejecutivos les daban y los entregaban a los comités de campaña de los republicanos o de los demócratas.
La Compañía Internacional de Telégrafos y Teléfonos era perro viejo en la práctica de donar dinero a ambos bandos. Según uno de los ayudantes de uno de los principales vicepresidentes de ITT, éste último había dicho que el consejo de administración «tiene pensado “hacer la pelota” a ambos bandos para así estar en una buena posición, ganara quien ganara«. En 1970, un director de la ITT, John McCone -que también había sido director de la CIA– dijo a Henry Kissinger, secretario de Estado, y a Richard Helms, director de la CIA, que la ITT estaba dispuesta a dar un millón de dólares para ayudar al gobierno estadounidense en sus planes para derrocar al gobierno de Allende en Chile.
En 1971 la ITT planeó hacerse con la Compañía de Seguros Antiincendios Hartford, valorada en mil millones de dólares, la mayor fusión en la historia de las corporaciones. La sección de antimonopolios del departamento de Justicia se dispuso a procesar a la ITT por violar las leyes antimonopolistas. Sin embargo, el proceso nunca tuvo lugar y se permitió que la ITT se fusionase con Hartford. Se había llegado a un acuerdo secreto fuera de los tribunales según el cual la ITT accedía a donar 400.000 $ al partido Republicano.
Daba igual que el presidente fuera Nixon o Ford, o cualquier republicano o demócrata: el sistema seguiría funcionando más o menos de la misma manera. Incluso en las investigaciones más diligentes del asunto Watergate – la de Archibald Cox (un fiscal especial que después fue despedido por Nixon)- las corporaciones salieron bien paradas. Se multó con 5.000 $ a American Airlines, compañía que admitió haber hecho contribuciones ilegales a la campaña de Nixon. Se multó con 5.000 $ a Goodyear; se multó con 3.000 $ a la corporación 3M. Un oficial de Goodyear fue multado con 1.000 $, un oficial de 3M fue multado con 500 $. El 20 de octubre de 1973 el New York Times informó de que:
El Sr. Cox sólo les acusó de un delito menor, por hacer contribuciones ilegales. Este delito menor, según la ley, se refería a contribuciones «no intencionadas«. El cargo de delito grave, referido a las contribuciones intencionadas, se castiga con una multa de 10.000 $ y/o 2 años de cárcel, el delito menor se castiga con una multa de 1.000 y/o un año de cárcel.
Cuando en el tribunal se le preguntó al Sr. McBride (de la plantilla de Cox) cómo se podía acusar a los dos ejecutivos que habían admitido haber hecho los pagos de hacer contribuciones «no intencionadas«, éste respondió «Esa es una cuestión legal que, con toda franqueza, también me desconcierta a mí«.
Con Gerald Ford en la presidencia, la política americana siguió siendo continuista. Continuó con la política de Nixon de ayudar al régimen de Saigón, aparentemente con la esperanza de que el gobierno de Thieu se mantuviera estable. Pero en la primavera de 1975, todo lo que los críticos radicales de la política americana en Vietnam llevaban tiempo afirmando -que sin las tropas americanas, quedaría al descubierto la falta de apoyo popular al régimen de Saigón– se hizo realidad. Una ofensiva efectuada por tropas norvietnamitas que habían quedado en el Sur -como se había estipulado en la tregua de 1973- conquistó poblado tras poblado. El 29 de abril de 1975, los norvietnamitas entraron en Saigón, y la guerra se acabó.
En el tema de Vietnam, la mayoría de la clase dirigente -a pesar de Ford y de unos pocos incondicionales- ya se había rendido. Lo que ahora les preocupaba era la buena disposición del público americano para apoyar otras acciones militares en el extranjero. En los meses anteriores a la derrota en Vietnam ya habían aparecido indicios que señalaban la existencia de problemas. A principios de 1975 el senador John C. Culver de lowa estaba descontento porque los americanos no querían luchar en Corea: «Dijo que Vietnam había perjudicado notablemente la voluntad del pueblo americano«.
En marzo de 1975, una organización católica que estaba llevando a cabo una encuesta sobre la actitud de los americanos ante el aborto, descubrió otras cosas. Más del 83% de los encuestados estaban de acuerdo con la idea de que «las personas que dirigen este país (los líderes gubernamentales, políticos, religiosos y caviles) no nos dicen la verdad«.
El corresponsal internacional del New York Times, C. L. Sulzberger – un firme partidario de la política internacional de la guerra fría del gobierno- escribió que «debe de haber alguna equivocación en el modo en que nos presentamos«. Según Sulzberger, el problema no era el comportamiento de los Estados Unidos, sino la forma en que era presentado al mundo este comportamiento.
En abril de 1975, cuando el secretario de Estado Kissinger fue invitado a la ceremonia de entrega de diplomas en la Universidad de Michigan, se encontró con las protestas y los rechazos de invitaciones motivados por su papel en la guerra de Vietnam.
También se había montado una ceremonia paralela. Kissinger se retiró. Era una época de vacas flacas para la administración. Se había «perdido» Vietnam (se suponía que Vietnam era «nuestro» para poderlo perder), y el columnista del Washington Post, Tom Braden, citó las palabras de Kissinger: «Estados Unidos debe llevar a cabo algún acto en algún lugar del mundo que demuestre su voluntad de seguir siendo una potencia mundial«.
Al mes siguiente tuvo lugar el incidente del Mayagüez.
El Mayagüez era un carguero americano que navegaba entre Vietnam del Sur y Tailandia a mediados de mayo de 1975, justo tres semanas después de la victoria de las fuerzas revolucionarias de Vietnam. Cuando se acercó a una isla de Camboya -donde acababa de tomar el poder un grupo revolucionario- los camboyanos detuvieron al barco, lo llevaron a un puerto de una isla cercana e hicieron desembarcar a la tripulación. Más tarde, la tripulación describió como cortés el trato recibido.
El presidente Ford envió un mensaje al gobierno camboyano para que pusiera en libertad el barco y su tripulación; tras 36 horas sin obtener respuesta, Ford empezó con las operaciones militares y los aviones estadounidenses bombardearon a los barcos camboyanos, entre ellos al barco que estaba transportando a tierra a los marineros americanos.
Los hombres habían sido detenidos un lunes por la mañana. El miércoles por la tarde los camboyanos los dejaron en libertad, embarcándolos en un barco pesquero que se dirigía hacia la flota americana. A primera hora de esa misma tarde -aún sabiendo que los marineros habían salido de Tang Island– Ford ordenó a los marines que asaltaran Tang Island.
Los marines se encontraron con una resistencia más fuerte de lo esperado y pronto sufrieron 200 bajas, entre muertos y heridos, lo cual excedía el número de víctimas que tuvieron en la invasión de Iwo Jima en la Segunda Guerra Mundial. Cinco de los once aviones de la fuerza invasora fueron derribados o inutilizados. Además, 23 americanos perdieron la vida en un accidente de helicóptero sobre Tailandia cuando iban a tomar parte en la acción, un hecho que el gobierno intentó ocultar.
En las acciones militares ordenadas por Ford habían muerto un total de 41 americanos. En el Mayagüez había 31 marineros ¿A qué se debía esa precipitación a la hora de bombardear, ametrallar y agredir? ¿Por qué ordenó Ford a los aviones americanos que bombardearan la nación de Camboya -causando un número incalculable de víctimas camboyanas– aún habiendo recuperado ya el barco y la tripulación?
La respuesta no tardó en llegar: era necesario demostrar al mundo que el gigante americano, derrotado por el diminuto Vietnam, todavía era poderoso y firme. El New York Times informó el 16 de mayo de 1975:
Se decía que los altos cargos de la administración, incluyendo al secretario de Estado, Henry Kissinger, y el secretario de Defensa, James Schlesinger, estaban ansiosos por encontrar alguna forma espectacular de subrayar la intención expresada por el presidente Ford en su frase «mantener nuestro liderazgo en todo el mundo«. La ocasión se presentó con la captura de la nave… Los altos cargos… dejaron claro que recibían semejante oportunidad con los brazos abiertos.
Pero ¿por qué el prestigioso columnista del Times, James Reston – severo crítico de Nixon y Watergate– describió el caso Mayagüez como «melodramático y acertado«? ¿Por qué habló el New York Times -que había criticado la guerra de Vietnam– de la «admirable eficacia» de la operación?
Lo que parecía estar pasando es que la clase dirigente -los republicanos, los demócratas, la prensa, la televisión- estaba cerrando las filas en torno a Ford y a Kissinger para apoyar la idea de que había que mantener la autoridad americana en todo el mundo.
El Congreso se estaba comportando, como en los primeros años de la guerra en Vietnam, como un rebaño de ovejas. En 1973, cuando existía un ambiente de fatiga y repugnancia ante la guerra de Vietnam, el Congreso había aprobado una Ley de Poderes de Guerra -que obligaba al presidente a consultar con el Congreso antes de iniciar cualquier acción militar. En el asunto Mayagüez, Ford había ignorado esta ley. Se había limitado a ordenar a varios de sus ayudantes que telefonearan a 18 congresistas para informarles que se estaban llevando a cabo acciones militares. De entre los congresistas tan sólo protestaron unos pocos.
En 1975 el sistema emprendía un proceso de consolidación complejo. Este proceso incluía acciones militares a la antigua usanza -como el asunto Mayagüez– que servían para afirmar la autoridad americana tanto en el mundo como en casa, pero también necesitaba satisfacer a un público desilusionado haciéndole creer que el sistema estaba ejerciendo la autocrítica y que todo se iba a corregir. La manera más corriente era llevar a cabo investigaciones públicas que descubrían a culpables concretos pero que dejaban intacto al sistema. El caso Watergate había dejado en mal lugar tanto al FBI como a la CIA, ya que las dos organizaciones habían quebrantado las leyes que prometían hacer cumplir, cooperando con Nixon en sus robos y en las escuchas ilegales. En 1975, los comités de la Cámara y del Senado abrieron sendas investigaciones sobre el FBI y la CIA.
La investigación sobre la CIA reveló que (…) en los años cincuenta había administrado LSD a americanos -sin su consentimiento previo- para estudiar sus efectos. (…). Había introducido el virus de la peste porcina africana en Cuba en 1971
La investigación sobre la CIA reveló que ésta había extralimitado sus competencias a la hora de recoger información y que estaba llevando a cabo operaciones secretas de todo tipo. Por ejemplo, en los años cincuenta había administrado LSD a americanos -sin su consentimiento previo- para estudiar sus efectos. En los años cincuenta, un científico americano, al que un agente había suministrado una dosis, se mató al saltar desde la ventana de un hotel de Nueva York.
La CIA también había estado implicada en conspiraciones para asesinar a Castro en Cuba y a otros jefes de estado. Había introducido el virus de la peste porcina africana en Cuba en 1971, provocando la enfermedad y muerte de 500.000 cerdos. Un agente de la CIA contó a un periodista que había traído el virus desde una base militar del Canal Zone panameño para entregárselo a cubanos anticastristas.
Las investigaciones revelaron investigaciones muy valiosas, pero eran justo las suficientes, y todo se hizo de forma tan exquisita – discreta cobertura en la prensa, poca información en TV y gruesos informes que pocos leerían- que parecía tratarse de una sociedad honesta y autocrítica.
Las mismas investigaciones revelaban los límites de la disposición del gobierno para adentrarse en tales asuntos. El Comité Church, creado por el Senado, presentó su informe sobre la CIA a la misma CIA para ver si contenía material que la Agencia quisiera omitir.
El Comité Pike, creado en la Cámara de representantes, no hizo ningún trato de este tipo con la CIA o el FBI, y cuando publicó su informe final, la misma Cámara que había autorizado la investigación votó por mantener el informe en secreto. Cuando el informe se filtró al periódico Village Voice de Nueva York -por medio de un presentador de la CBS, Daniel Schorr-, nunca fue reproducido en los periódicos importantes del país como el Times, el Washington Post y otros. La CBS suspendió temporalmente a Schorr. Era otro ejemplo más de la cooperación entre los medios de comunicación y el gobierno por imperativos de «seguridad nacional«.
La investigación también reveló que la CIA -en connivencia con un secreto Committee of Forty (Comité de los Cuarenta) encabezado por Henry Kissinger– había trabajado para «desestabilizar» el gobierno chileno de Salvador Allende, un marxista elegido presidente en una de las raras elecciones libres de Latinoamérica. La compañía ITT -que tenía grandes intereses en Cuba- jugó un papel importante en esta operación.
La investigación sobre el FBI dejó al descubierto muchos años de acciones ilegales encaminadas a desbaratar y destruir grupos radicales e izquierdistas de todo tipo. El FBI había enviado cartas falsas, estaba implicado en robos (admitió haber cometido 92 entre 1960 y 1966), había abierto correo de forma ilegal y -en el caso del líder de los Panteras Negras, Fred Hampton– parecía haber conspirado en su asesinato.
El Comité Church puso al descubierto operaciones de la CIA que tenían como propósito influenciar las mentes de los americanos de forma secreta «La CIA está en estos momentos utilizando a varios cientos de académicos americanos (administradores, facultativos, estudiantes graduados que se dedican a la enseñanza, etc.) quienes, además de proporcionar accesos y, en ocasiones, hacer presentaciones que benefician a los servicios de inteligencia, escriben libros y otros materiales que se utilizan para hacer propaganda en el extranjero… Estos académicos se encuentran localizados en más de 100 colegios y universidades de América, así como en instituciones relacionadas con ellas«. El Comité descubrió que la CIA había publicado, subvencionado o patrocinado más de mil libros antes de finales de 1967.
La dimisión de Nixon, la sucesión de Ford, la denuncia de malas acciones cometidas por el FBI y la CIA… Todo estaba dirigido a recobrar la gravemente dañada confianza del pueblo americano. Sin embargo, a pesar de estos enérgicos esfuerzos, el pueblo americano todavía mostraba signos de desconfianza -e incluso hostilidad- hacia los jefes del gobierno, del ejército y de las grandes compañías.
En julio de ese mismo año, la encuesta Lou Harris, que recababa datos acerca de la confianza del público en el gobierno entre 1966 y 1975, informó que durante ese período, el porcentaje de los que confiaban en el ejército había descendido de un 62% a un 29%, el de los que confiaban en las grandes compañías de un 55% a un 18% y el de los que confiaban en el presidente y el Congreso de un 42% a un 13%.
Una gran parte del descontento general probablemente se debía a la situación económica de la mayoría de los americanos. La inflación y el desempleo estaban en aumento desde 1973. En otoño de 1975, una encuesta del New York Times realizada entre 1.559 personas, junto con las entrevistas realizadas a sesenta familias en doce ciudades, mostraban «una disminución substancial del optimismo respecto al futuro«. La encuesta descubría que incluso la gente con ingresos altos «no es tan optimista ahora como en los años anteriores, lo cual indica que el descontento se está desplazando de los niveles de ingresos bajos o medios a los niveles de ingresos altos«.
Las estadísticas del gobierno indicaban las razones. El índice de desempleo -5,6% en 1974- se había elevado a 8,3% en 1975. Paralelamente, el número de personas que había agotado la ayuda para el desempleo había aumentado de 2 millones en 1974, a 4,3 millones en 1975.
Sin embargo, los cálculos del gobierno generalmente infravaloraban la extensión de la pobreza, establecían por debajo de su nivel real la pobreza «oficial» y subestimaban la cantidad de desempleo. Por ejemplo, si en 1975 el 16,6% de la población estuvo en el desempleo durante un promedio de seis meses, o el 33,2% estuvo un promedio de tres meses en el paro, la cifra media anual dada por el gobierno era del 8,3%, una cifra que sonaba mucho mejor.
En 1976, con unas elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina, las clases gobernantes se preocupaban por la fe del público en el sistema. William Simon, secretario del Tesoro durante los mandatos de Nixon y Ford (con anterioridad había sido banquero del sector inversionista con un sueldo de más de 2 millones de dólares al año), dijo en la reunión de un consejo empresarial en Hot Springs, Virginia: «Vietnam, Watergate, los disturbios estudiantiles, los códigos morales cambiantes, la peor recesión de esta última generación y varias conmociones culturales traumáticas, se han combinado para crear un nuevo clima de preguntas y dudas… Todo se suma a un malestar general, a una crisis de confianza institucional que alcanza a toda la sociedad..«.
Con mucha frecuencia, dijo Simon, los americanos «han aprendido a desconfiar hasta de la mismísima palabra beneficio y del motivo del beneficio que hace posible nuestra prosperidad; de alguna manera se les ha enseñado a creer que este sistema -que ha hecho más que ningún otro para aliviar el sufrimiento y la miseria humanas- es cínico, egoísta y amoral«. Simon dijo que «debemos ofrecer una imagen humana del capitalismo«.
En 1976, mientras Estados Unidos se preparaba para celebrar el bicentenario de la declaración de Independencia, un grupo de intelectuales y líderes políticos de Japón, Estados Unidos y Europa occidental, constituidos en «La Comisión Trilateral«, publicaron un informe. Se titulaba «La gobernabilidad de las democracias«.
Samuel Huntington, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Harvard y antiguo asesor de la Casa Blanca en el conflicto de la guerra de Vietnam, escribió la sección del informe que trataba de los Estados Unidos. Huntington escribió que, en los sesenta, hubo un gran aumento de participación ciudadana «en forma de marchas, manifestaciones, movimientos de protesta y organizaciones con “causa”… También existía «un nivel mucho más alto de autoconciencia por parte de los negros, los indios, los chicanos, los grupos étnicos blancos, los estudiantes y las mujeres… todos estos sectores se movilizaron y organizaron de manera diferente…» Hubo «un acusado incremento del sindicalismo entre los trabajadores de cuello blanco«. Todos estos procesos tuvieron como resultado «la reafirmación del igualitarismo como objetivo en la vida social, económica y política«.
Huntington señaló que las grandes demandas igualitaristas de los sesenta habían transformado el presupuesto federal. En 1960 el gasto en el área de asuntos exteriores equivalía al 53,7% del presupuesto y el gasto social al 22,3%. En 1974 este último capítulo ya subía al 31%. Esto parecía reflejar un cambio en la actitud del público: en 1960, sólo el 18% del público opinaba que el gobierno gastaba demasiado en defensa, pero en 1969 esta cifra había aumentado al 52%.
A Huntington le preocupaba lo que veía:
La esencia de la ola demócrata de los sesenta era un reto general al sistema de autoridad existente, tanto el público como el privado. De una forma u otra, este reto se manifestaba en la familia, la universidad, los negocios, en las asociaciones -tanto públicas como privadas-, en la política, la burocracia gubernamental y las fuerzas armadas. La gente ya no sentía la misma obligación de obedecer a aquellos que antes había considerado superiores en edad, rango, posición social, pericia, carácter o talento.
Huntington decía que todo esto «producía problemas para la gobernabilidad de las democracias de los años setenta...» Huntington añadió que el presidente necesitaba el apoyo de una gran coalición popular para ganar las elecciones. Sin embargo, «el día después de su elección… lo que cuenta es su habilidad para movilizar el apoyo de los líderes de las instituciones clave de una sociedad y un gobierno… Esta coalición debe incluir a la gente clave del Congreso, al sector ejecutivo y a la casta dirigente encuadrada en el sector privado«. Y dio ejemplos:
Truman se esforzó por incluir en su administración a un número sustancial de soldados no partidistas, banqueros republicanos y abogados de Wall Street. Se acercó a las fuentes de poder existentes para obtener la ayuda que necesitaba para dirigir el país. Eisenhower heredó en parte esta coalición y en parte fue su creador… Kennedy intentó recrear una estructura de alianzas similar.
Lo que preocupaba a Huntington era la pérdida de autoridad gubernamental. Su conclusión fue que se había producido «un exceso de democracia«, y recomendó la adopción de «límites convenientes para la extensión de una democracia política«.
Huntington estaba informando de todo esto a una organización que era vital para el futuro de los Estados Unidos, la Comisión Trilateral, organizada por David Rockefeller y Zbigniew Brzezinski a principios de 1973. Rockefeller era dirigente del Chase Manhattan Bank y una influyente figura financiera en los Estados Unidos y en el mundo entero, Brzezinski era profesor de relaciones internacionales en la Universidad de Columbia y asesor del Departamento de Estado.
La Comisión Trilateral fue creada para favorecer la unión entre Japón, Europa occidental y Estados Unidos y poder así hacer frente a una amenaza mucho más complicada para el capitalismo tricontinental que el comunismo monolítico: los movimientos revolucionarios del Tercer Mundo. Estos movimientos tenían sus propias directrices.
La Comisión Trilateral también quería resolver otra situación: la causada por el hecho de que los negocios ya no reconocían las fronteras nacionales. Si en 1960 había 8 bancos estadounidenses con sucursales en el extranjero, en 1974 ya había 129. Los bienes de estas sucursales extranjeras sumaban 3,5 mil millones de dólares en 1960, y 155 mil millones en 1974. La Comisión Trilateral vio que su labor sería la de ayudar a crear las relaciones internacionales necesarias para la nueva economía multinacional.
1976 no fue sólo un año de elecciones presidenciales. Era el año de la esperada celebración bicentenaria, ya que habían pasado doscientos años desde la declaración de Independencia. El gran esfuerzo que se dedicó a la celebración sugiere que se veía como una manera de restablecer el patriotismo americano. Con la invocación de los símbolos históricos, se pretendía unir al pueblo con el gobierno, dejando a un lado el ambiente de protesta del pasado reciente.
Pero no parece que hubiera demasiado entusiasmo por parte de la gente. Cuando se celebró el bicentenario del Tea Party de Boston, en cambio, sí se presentó una gran multitud, pero no para la celebración oficial, sino para la celebración paralela del «Bicentenario Popular«, en el que fueron lanzados unos paquetes con las etiquetas Gulf Oil y Exxon al puerto de Boston como símbolo de la oposición al poder corporativo en América.