«FOUCHÉ, el genio tenebroso», por Stefan Zweig (PARTE 1- Introducción)

FOUCHÉ, El genio tenebroso – Prefacio

INDICE DE POST de «FOUCHÉ, El genio tenebroso», por Stefan Zweig

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«Es costumbre real robar, pero los Borbones exageran» (Talleirand)

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Fouché, por Stefan Zweig

elplacerdelalectura.com

No compone, ciertamente, Zweig una monografía sobre la Revolución Francesa, ni sobre Luis XVI. Sí nos da dado, en cambio, su obra más memorable en lo que a género biográfico se refiere: Maria Antonieta. Tampoco Zweig dedica de modo explícito un estudio a Isabel de Inglaterra, cabeza regia importante donde las haya, pero sí escribe, sin olvidarse de la «reina virgen», una portentosa pieza histórica y literaria acerca de la vida y muerte de María Estuardo. No busque nadie ningún título que responda al nombre de Martin Lutero, otra notoriedad decisiva en los destinos históricos, lo que no es óbice para que el máximo inspirador de la reforma protestante fuese retratado, como en un «negativo» fotográfico, en el libro dedicado a biografiar la persona de Erasmo de Rótterdam. Ecos del fraile agustino pueden escucharse, asimismo, y con graves resonancias, en el soberbio ensayo Castellio contra Calvino.

Zweig es un maestro del género biográfico, entre otras razones por la admirable capacidad que demuestra a la hora de cotejar y confrontar singularidades contrapuestas. En la biografía consagrada a Fouché, Zweig enfrenta al biografiado con Napoleón, pero asimismo con Robespierre y Talleyrand. En ella, sabemos de los personajes por sus rasgos propios, tanto físicos como psicológicos, y en esta labor la escritura de Zweig brilla en esplendor y precisión. Pero también sabemos de ellos por contraste con otros prohombres contemporáneos suyos. Todos ellos reflejados en el espejo de la Historia.

En el estudio sobre Fouché, Zweig no sólo realiza el «retrato de un político», sino del político par excellance. El político —el arquetipo político— vive de la acción y de la ocupación. Esto sostiene José Ortega y Gasset en su ensayo sobre Mirabeau. Su oficio no es pensar, sino actuar. Su temperamento es puro nervio, excitación extrema. La constitución que lo estructura, y hace de él un animal político, es básicamente fisiológica: «el político es —como Mirabeau, como César—, por lo pronto, un magnífico animal, una espléndida fisiología.» Tal descripción muy bien podría aplicarse a la tipología del hombre político que hace Zweig desarrolla en Fouché.

Pero hay todavía más. La biografía del plenipotenciario ministro francés ofrece un fresco soberbio de los tiempos modernos nacidos de la guillotina y la Enciclopedia, unos tiempos abiertos en canal que inician sus pasos de modo un tanto torcido, sin duda sangriento, a todas luces, conflictivo. Unos tiempos que se desbordan en el siglo XX, centuria particularmente tenebrosa, ensombrecida por dos guerras mundiales y la emergencia de los totalitarismos más destructivos jamás conocidos en la historia del hombre: el nazismo y el comunismo. «Genio tenebroso» es, justamente, el sobrenombre por el que suele reconocerse a Fouché, y subtítulo añadido al título de la biografía de Zweig en no pocas ediciones. No cabe duda de que el escritor vienés elegía con suma atención las personalidades a biografiar.

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Stefan Zweig (Viena, 1881 – Petrópolis, Brasil, 1942) fue, ya en su momento, un escritor enormemente popular, tanto en su faceta de ensayista y biógrafo como en la de novelista. Un autor que amó y padeció Europa en proporciones muy considerables. Su capacidad narrativa, la pericia y la delicadeza en la descripción de los sentimientos y la elegancia de su estilo hacen de él un escritor que cautiva al gran público sin dejar indiferentes a los lectores más exigentes y especializados. En lector en español, dispone de unas veteranas obras completas del autor austriaco editadas en cuatro volúmenes por la editorial Juventud. Desde hace unos años, la editorial Acantilado está realizando una meritoria labor de reedición de una buena parte de la inmensa obra del Zweig. Hasta la fecha han aparecido los siguientes volúmenes: La lucha contra el demonio (Hölderlin, Kleist, Nietzsche); Castellio contra Calvino (Conciencia contra violencia); Momentos estelares de la humanidad (Catorce miniaturas históricas); El mundo de ayer (Memorias de un europeo); La embriaguez de la metamorfosis; Veinticuatro horas en la vida de una mujer; Novela de ajedrez; Carta de una desconocida; Los ojos del hermano eterno; Ardiente secreto; El amor de Erika Ewald; Tres maestros (Balzak, Dickens, Dostoievski); Noche fantástica; La mujer y el paisaje; Correspondencia; Montaigne; La curación por el espíritu; El candelabro enterrado; La impaciencia del corazón; Noche fantástica; El legado de Europa; Amok; Viaje al pasado; Mendel el de los libros; ¿Fue él?; y, en fin, la biografía Fouché que ahora reseñamos.

Epítome del funcionario plenipotenciario, del político incombustible que enciende pasiones y no deja crecer la hierba allá por donde pasa, este Atila de los ministerios es, sin reservas, un personaje fascinante. «Uno de los hombres más extraordinarios de todos los tiempos» afirma decididamente Zweig en las primeras líneas de la Introducción que abre el libro. Pocos sujetos han acaparado tanto poder en la Historia como Fouché; pocos han sido más ricos; pocos, trabajando en la sombra, han tenido más influencia sobre los hombres públicos de mayor perspectiva y proyección. Todo en su personalidad resulta fuera de lo común.

«Cuesta cierto esfuerzo imaginar que el mismo hombre, con igual piel y los mismos cabellos, era en 1790 profesor en un seminario y en 1792 saqueador de iglesias, en 1793 comunista y cinco años después ya multimillonario, y otros diez años después duque de Otranto. Pero cuanto más audaces eran sus transformaciones, tanto más interesante me resultaba el carácter, o más bien no carácter, de este hombre, el más consumado maquiavélico de la Edad Contemporánea, tanto más incitante se me hacía su vida política, completamente envuelta en secretos y segundos planos, tanto más peculiar, hasta demoníaca, su figura.» (págs. 9 y 10).

Sucede que este hombre «de cara pálida» dedica su vida a la política, y sin pretenderlo, escribe un tratado superior de ciencia política. Vela sus armas públicas con los girondinos, se une a Robespierre, lo derriba, sobrevive, se arrima a Napoleón, quien lo teme más que a Wellington, compite con Talleyrand, quien (a pesar de todo) le sobrevive, ayuda a la restauración de la Monarquía en Francia. Allá por donde pasó, en todas partes, dejó memoria amarga de Fouché.

Ariodante

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«Nada existe de legítimo

en la espantosa ambición

de juzgarse un corazón
 
superior a los demás»

 

El sueño de la razón produce monstruos

 

Talleyrand y Fouché

 

“El arte de un Talleyrand, personaje histórico y uno de los protagonistas de LA CENA, de Jean Claude Brisville, de disimular los pensamientos con palabras, no es patrimonio sino de un pequeño número”.

Nacido en Bois-Colombes en 1922/??-,  Jean Claude Brisville fue galardonado con los premios más prestigiosos en literatura dramática en Francia.

“Fouché y Talleyrand, estos dos ministros de Napoleón, los más capaces, y capaces de todo, son las figuras psicológicamente más interesantes de esa época. Ambos son mentes claras, positivas, realistas. Ambos han pasado por la escuela de la Iglesia y por la fogosa escuela superior de la Revolución. Ambos tienen la misma sangre fría carente de toda conciencia en cuestiones de dinero y de honor. Ambos sirven con igual deslealtad, con igual falta de escrúpulos, a La República, al Directorio, al Consulado, al Imperio y a la Monarquía.” Stefan Zweig.

“[…] Sabiéndose hacerse indispensables a los sucesivos gobiernos que emplearon su talento, los dos, odiándose, dominan un cuarto de siglo de la historia francesa.” J.C.Brisville.

Tras la caída de Napoleón (batalla de Waterloo, 18 de junio de 1815), los vencedores ocupan París. Francia es de quien la quiera. ¿Quién va a gobernar Francia? ¿La República de Fouché, la monarquía de Luis XVIII, o el Imperio de Napoleón II?  Luis XVIII regresa a Francia y Talleyrand está a su lado. El 5 de julio, Talleyrand y Fouchécelebran un encuentro en Neuilly, y el 7 de julio por la noche, en Saint-DenisJoseph Fouché presta juramento de fidelidad al rey, con la bendición de Talleyrand.

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Joseph Fouché

www.biografiasyvidas.com/biografia/f/fouche.htm

(Joseph Fouché, Duque de Otranto; La Martinière, Bretaña, 1759 – Trieste, 1820) Político francés de la Revolución y del Imperio napoleónico. Era religioso de la Orden de los Oratorianos. Al estallar la Revolución Francesa en 1789, la apoyó con ardor, integrándose en el Club de los Jacobinos.

Su participación política activa comenzó cuando la Revolución evolucionó hacia posiciones más radicales en 1792: fue diputado de la Convención (del partido radical de la Montaña), miembro del Comité de Instrucción Pública y votó por la ejecución de Luis XVI. Durante la dictadura del Comité de Salvación Pública fue uno de los representantes enviados a provincias para implantar el Terror, distinguiéndose por su celo en la campaña de descristianización y en la represión de Lyon (1793).

Robespierre empezó a sospechar de sus simpatías hebertistas (de los extremistas partidarios de Jacques René Hébert); sintiéndose en peligro, Fouché participó en el golpe de Estado de thermidor que puso fin a la dictadura de Robespierre y su Comité (1794). Una vez liquidado el régimen de la Convención e implantado el Directorio, los nuevos dirigentes también desconfiaron de este político hábil y calculador, al que encarcelaron en 1795 como partícipe de la política robespierrista (1795). Parece que fue Fouché uno de los delatores de la conspiración de François Babeuf en 1796, lo que le permitió ganarse la confianza de Paul Barras y, por su intercesión, ser amnistiado y empleado como agente diplomático del gobierno.

En 1799 fue nombrado ministro de la Policía y tejió por toda Francia una eficaz red de agentes, que puso al servicio del golpe de Estado que llevó al poder a Napoleón Bonaparte; éste formó inmediatamente un gobierno provisional con Fouché al frente de la policía, ministerio que ocupó en 1799-1802 y 1804-09. Dicho puesto significaba que Fouché controlaba el poder de hecho en Francia durante las largas ausencias del emperador, ocupado en misiones bélicas y diplomáticas.

Entre sus iniciativas destaca la implantación de una oficina de censura de prensa (el Gabinete negro). Su caída en desgracia tuvo que ver con la desconfianza del emperador ante las continuas intrigas entre Fouché y Charles Maurice de Talleyrand, exacerbada por la oposición del primero al matrimonio de Napoleón con María Luisa. En 1809 fue apartado de París, encargándole el gobierno de las Provincias Ilíricas (actual Croacia), anexionadas por Francia.

Desde 1810 conspiró para el retorno de los Borbones, aunque aceptó volver a ser ministro del Interior cuando Napoleón regresó de su destierro en Elba y recuperó el poder (Imperio de los Cien Días, 1815). Demostró gran capacidad de supervivencia política al encabezar el gobierno provisional que se formó tras la derrota definitiva de Napoleón en la batalla de Waterloo; negoció el traspaso de poderes con los aliados y contribuyó al retorno del rey Luis XVIII. Inicialmente se mantuvo como jefe de la Policía en el gobierno de la monarquía restaurada, esforzándose por suavizar la represión sobre sus antiguos correligionarios; pero fue alejado aquel mismo año a la embajada francesa en Sajonia, debido a las protestas de los ultrarrealistas. En 1816 se exilió huyendo de la ley de Luis XVIII contra los regicidas, estableciéndose en el Imperio Austriaco (en la ciudad de Trieste, antigua capital de su gobernación ilírica).

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FOUCHÉ*

EL GENIO TENEBROSO

STEFAN ZWEIG

-PARTE I-

 

PREFACIO

Joseph Fouché, uno de los hombres más poderosos de su época, uno de los más extraordinarios de todos los tiempos, encontró poco amor  entre sus contemporáneos y aún menos justicia en la posteridad. 

A Napoleón en Santa Elena, a Robespierre entre los jacobinos, a Carnot, Barras y Talleyrand en sus respectivas Memorias y a todos los historiadores franceses –realistas, republicanos o bonapartistas-, la pluma les rezuma hiel cuando escriben su nombre. Traidor de nacimiento, miserable, intrigante, de naturaleza escurridiza de reptil, tránsfuga profesional, alma baja de esbirro, abyecto, amoral… No se le escatiman las injurias. Y ni Lamartime, ni Michelet, ni Luis Blanc intentan seriamente estudiar su carácter, o, por mejor decir, su admirable y persistente falta de carácter. Por primera vez aparece su figura, con sus verdaderas proporciones, en la biografía monumental de Luis Madelins, al que este estudio, lo mismo que todos los anteriores, tiene que agradecerle la mayor parte de su información. Por lo demás, la Historia arrinconó silenciosamente en la última fila de las comparsas sin importancia a un hombre que, en un momento en que se transformaba el mundo, dirigió todos los partidos y fué el único en sobrevivirles, y que en la lucha psicológica venció a un Napoleón y a un Robespierre. De vez en cuando ronda aún su figura por algún drama u opereta napoleónicos; pero entonces, casi siempre reducido al papel gastado y esquemático de un astuto ministro de la Policía, de un precursor de Sherlock Holmes. La crítica superficial confunde siempre un papel del foro con un papel secundario.

Sólo uno acertó a ver esta figura única en su propia grandeza, y no el más insignificante precisamente: Balzac. Espíritu elevado y sagaz al mismo tiempo, no limitándose a observar lo aparente de la época, sino sabiendo mirar entre bastidores, descubrió con certero instinto en Fouché el carácter más interesante de su siglo. Habituado a considerar todas las pasiones  -las llamadas heroicas lo mismo que las calificadas de inferiores-, elementos completamente equivalentes en su química de los sentimientos; acostumbrado a mirar igualmente a un criminal perfecto -un Vautrin- que a un genio moral -un Luis Lambert-, buscando, más que la diferencia entre lo moral y lo inmoral, el valor de la voluntad y la intensidad de la pasión, sacó de su destierro intencionado al hombre más desdeñado, al más injuriado de la Revolución y de la época imperial. «El único ministro que tuvo Napoleón», le llama, «singulier génie» (genio singular),  luego una vez más «la más poderosa cabeza que he conocido nunca» y en otro lugar «una de esas figuras que tienen tanta profundidad bajo la superficie que permanecen impenetrables en el momento de su acción y solo después pueden ser comprendidas». ¡Esto ya suena de manera distinta a las depreciaciones moralistas!. Y en medio de su novela «Une ténébreuse affaire» dedica a este genio grave, hondo y singular, poco conocido, una página especial:

«Su genio peculiar -escribe-, que causaba a Napoleón una especie de miedo, no se manifestaba de golpe. Este miembro desconocido de la Convención, lino de los hombres más extraordinarios y al mismo tiempo más falsamente juzgados de su época, inició su personalidad futura en los momentos de crisis. Bajo el Directorio se elevo a la altura desde la cual saben los hombres de espíritu profundo prever el futuro, juzgando rectamente el pasado; luego, súbitamente -como ciertos cómicos mediocres que se convierten en excelentes actores por una inspiración instantánea-, dió pruebas de su habilidad durante el golpe de Estado del 18 de Brumario. Este hombre, de cara pálida, educado bajo una disciplina conventual, que conocía todos los secretos del partido de la Montaña, al que perteneció primero, lo mismo que los del partido realista, en el que ingresó finalmente; que había estudiado despacio y sigilosamente los hombres, las cosas y las prácticas de la escena política, adueñóse del espíritu e Bonaparte, dándole consejos útiles y proporcionándole valiosos informes… Ni sus colegas de entonces ni los de antes podían imaginar el volumen de su genio, que era, sobre todo, genio de hombre de Gobierno, que acertaba en todos sus vaticinios con increíble perspicacia».

Estos elogios de Balzac atrajeron por primera vez la atención sobre Fouché, y desde hace años he considerado  ocasionalmente la personalidad a la que Balzac atribuye el «haber tenido mas poder sobre los hombres que el mismo Napoleón».

Pero Fouché parecía haberse propuesto, lo mismo en vida que en la Historia, ser una figura de segundo término, un personaje a quien no agrada que le observen cara a cara, que le vean el juego. Casi siempre está sumergido en los acontecimientos, dentro de los partidos, entre la envoltura impersonal de su cargo, tan invisible y activo como el mecanismo de un reloj. Y rara vez se consigue captar, en el tumulto de los sucesos, su perfil fugaz en las curvas más pronunciadas de su ruta. ¡Y más extraño aún! Ninguno de esos perfiles de Fouché, cogidos al vuelo, coinciden entre sí a primera vista. Cuesta trabajo imaginarse que el mismo hombre que fue sacerdote y profesor en. 1790, saquease iglesias en 1792, fuese comunista en 1793, multimillonario cinco años después y Duque de Otranto algo más tarde. Pero cuanto más audaz le observaba en sus transformaciones, tanto más interesante se me revelaba el carácter, o mejor, la carencia de carácter de este tipo maquiavélico, el más perfecto de la época moderna. Cada vez me parecía más atractiva su vida política, envuelta toda en lejanía y misterio, cada vez más extraía, más demoníaca su figura. Así me decidí a escribir, casi sin proponérmelo, por pura complacencia psicológica, la historia de José Fouché, como aportación a una biografía que estaba sin hacer y qué era necesaria: la biografía del diplomático, la más peligrosa casta espiritual de nuestro contorno vital, cuya exploración no ha sido realizada plenamente.

Una biografía así, de una naturaleza perfectamente amoral, aún siendo, como la de José Fouché, tan singular y significativa, me doy cuenta de que no va con el gusto de la época. Nuestra época quiere biografías heroicas, pues la propia pobreza de cabezas políticamente productivas hace que se busquen más altos ejemplos en los tiempos pasados, No desconozco de ninguna manera el poder de las biografías heroicas, que amplifican el alma, aumentan la fuerza y elevan espiritualmente. Son necesarias, desde los días dé Plutarco, para todas las generaciones en fase de crecimiento, para toda juventud nueva. Pero precisamente en lo político albergan el peligro de una falsificación de la Historia, es decir: es como si siempre hubiesen decidido el destino del mundo las naturalezas verdaderamente dirigentes. Sin duda domina una naturaleza heroica por su sola existencia, aún durante decenios y siglos, la vida espiritual, pero únicamente la espiritual. En la vida real, verdadera, en el radio de acción de la política, determinan rara vez -y esto hay que decirlo como advertencia ante toda fe política- las figuras superiores, los hombres de puras ideas; la verdadera eficacia está en manos de otros hombres inferiores, aunque mas hábiles: en las figuras de segundo término. De 1914 a 1918 hemos visto como las decisiones históricas sobre la guerra y la paz no emanaron de la razón y de la responsabilidad, sino del poder oculto de hombres anónimos del mas equívoco carácter y de la inteligencia mas precaria. Y diariamente vemos de nuevo que en el juego inseguro y a veces insolente de la política, a la que las naciones confían aún crédulamente sus hijos y su porvenir, no vencen los hombres de clarividencia moral, de convicciones inquebrantables, sino que siempre son derrotados por esos jugadores profesionales que llamamos diplomáticos, esos artistas de manos ligeras, de palabras vanas y nervios fríos. Si verdaderamente es la política, como dijo Napoleón hace ya cien años, la fatalite moderne, la nueva fatalidad, vamos a intentar conocer los hombres que alientan tras esas potencias, y con ello, el secreto de su poder peligroso. Sea la historia de la vida de José Fouché una aportación a la tipología del hombre político.

Salzburgo, otoño 1929.

 

 

 

 

 


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