“Lo que el hombre le ha hecho al hombre no tiene límites. Lo ha torturado, quemado, matado y explotado de todas las maneras posibles en los ámbitos religioso, político y económico.
Ésta ha sido la historia del conflicto entre los hombres: el listo explota al tonto, al ignorante“
“En una doctrina del Estado que conciba a éste como tendencialmente susceptible de agotamiento y de disolución en el seno de la sociedad regulada, la cuestión es fundamental.
El elemento Estado-coerción puede imaginarse agotándose a medida que se afirman elementos cada vez más sobresalientes de la sociedad regulada (o Estado ético o sociedad civil)”.
En la polémica (superficial, por lo demás) sobre las funciones del Estado (entiendo el Estado como organización político-jurídica en sentido estricto) la expresión de “Estado-vigilante nocturno” corresponde a la italiana de “Estado-carabinero” y quiere significar un Estado cuyas funciones se limitan a la tutela del orden público y del respeto a la ley.
No se insiste en el hecho de que en esta forma de régimen (que, en realidad, no ha existido nunca o sólo ha existido como hipótesis límite, sobre el papel) la dirección del desarrollo histórico pertenece a las fuerzas privadas, a la sociedad civil, que también es “Estado”, o, mejor, dicho, es el Estado.
ESTADO-POLICÍA, ESTADO INTERVENCIONISTA Y ESTADO ÉTICO
Parece que la expresión “vigilante nocturno”–que debería tener un valor más sarcástico que la de “Estado carabinero” o la de “Estado policía”– se debe a Lasalle.
Su contrario debería ser el “Estado ético” o “Estado intervencionista” en general, pero existen diferencias entre una y otra expresión: el concepto de Estado ético tiene un origen filosófico e intelectual (propio de los intelectuales: Hegel) y, en realidad, se podría ligar con la de “Estado vigilante nocturno”, porque se refiere más bien a la actividad autónoma, educativa y moral del Estado laico en contraposición al cosmopolitismo y a la injerencia de la organización religiosa eclesiástica como residuo medieval.
El concepto de Estado intervencionista es de origen económico y se relaciona, por un lado, con las corrientes proteccionistas o de nacionalismo económico, y por otro, con el intento de hacer asumir a un personal estatal determinado, de origen agrario y feudal, la “protección” de las clases trabajadoras contra los excesos del capitalismo (política de Bismarck y Disraeli).
Estas diversas tendencias pueden combinarse de muy distintas maneras y, de hecho, se han combinado.
Naturalmente, los liberales (“economistas”) están en favor del “Estado vigilante nocturno” y quisieran que la iniciativa histórica se dejase en manos de la sociedad civil y de las diversas formas que en ella pululan con el “Estado”, guardián de la “lealtad del juego” y de las leyes de éste; los intelectuales hacen distinciones muy importantes cuando son liberales e incluso cuando son intervencionistas (pueden ser liberales en el terreno económico e intervencionistas en el cultural, etc.).
Los católicos quisieran un Estado intervencionista totalmente a favor suyo, pero a falta de éste o cuando constituyen una minoría piden un Estado “indiferente”, para que no apoye a sus adversarios.
SOCIEDAD POLÍTICA Y SOCIEDAD CIVIL
Debe meditarse el tema de si la concepción del “Estado gendarme” o “vigilante nocturno” (dejando de lado la especificación de carácter polémico: gendarme, vigilante nocturno, etc.) no es la única concepción del Estado que supera las fases “corporativo-económicas” extremas.
Estamos siempre en el terreno de la identificación del Estado y del gobierno, identificación que constituye precisamente una reaparición de la forma corporativo-económica, es decir, de la confusión entre la sociedad civil y la sociedad política, porque debe señalarse que en la noción general del Estado entran elementos que deben referirse a la noción de sociedad civil (en este sentido se podría decir que el Estado es igual a la sociedad política más la sociedad civil, es decir, la hegemonía reforzada por la coerción).
SOCIEDAD REGULADA Y LIBERTAD ORGÁNICA
En una doctrina del Estado que conciba a éste como tendencialmente susceptible de agotamiento y de disolución en el seno de la sociedad regulada, la cuestión es fundamental. El elemento Estado-coerción puede imaginarse agotándose a medida que se afirman elementos cada vez más sobresalientes de la sociedad regulada (o Estado ético o sociedad civil).
En la doctrina del Estado-sociedad regulada, deberá pasarse de una fase en la que “Estado” será igual a “gobierno” y “Estado” se identificará con “sociedad civil”, a una fase de “Estado vigilante nocturno”, es decir, de una organización coercitiva que tutelará el desarrollo de los elementos de sociedad regulada en continuo incremento y que, por tanto, reducen gradualmente sus intervenciones autoritarias y coactivas.
Esto no puede hacer pensar en un nuevo “liberalismo”, aunque sea el comienzo de una era de libertad orgánica.
«Es cuestión de vida, no el consenso pasivo e indirecto, sino el activo y directo; la participación, por consiguiente, de los individuos, incluso si esto provoca una apariencia de disgregación y de tumulto» (Gramsci 1981:35)
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ANTONIO GRAMSCI, Política y sociedad, selección y traducción de “Quaderni del carceri” (1926-1937), a cargo de Jordi Solé-Tura, Ediciones Península, 1977. FD, 01/09/2006.
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CONJURA DE PSICÓPATAS
Algunos asesinos no necesitan mancharse las manos de sangre, prefieren firmar decretos, recortar medios, negar recursos, silenciar advertencias. El resultado es igual de letal: cuerpos que caen, familias rotas, historias truncadas en estadísticas que nadie quiere mirar.
«Que sigan detentando poder a pesar de haber dado sobradas pruebas de su condición, viola toda lógica democrática»
Algunos asesinos no necesitan mancharse las manos de sangre, prefieren firmar decretos, recortar medios, negar recursos, silenciar advertencias. El resultado es igual de letal: cuerpos que caen, familias rotas, historias truncadas en estadísticas que nadie quiere mirar.
La frialdad calculada mide sus pasos.
Primero, la negación: minimizar riesgos, banalizar señales, presentar la caída como una anécdota.
Luego la instrumentalización: convertir datos en excusas, personas en cifras, demandas de ayuda en ruido de fondo.
Finalmente, la consolidación: quien ejerce el poder no solo evita la culpa; transforma los daños en ventaja política, en prueba de eficacia o en simple coste colateral.
Pero las víctimas no son cifras. Son madres que esperan con el teléfono pegado al oído, son trabajadores que murieron en su puesto, son ancianos cuyas vidas dependían de decisiones administrativas que llegaron tarde o no llegaron nunca, son jóvenes que perdieron la oportunidad de envejecer, son comunidades enteras que quedaron devastadas por la negligencia institucional.
Hay una violencia que opera por omisión y otra que lo hace por simulación.
La omisión oculta la verdad de los hechos y la simulación mata recurriendo a la mentira: informes maquillados, cifras minimizadas, historias de «casos aislados».
Hay una violencia que opera por omisión y otra que lo hace por simulación.
La omisión oculta la verdad de los hechos y la simulación mata recurriendo a la mentira: informes maquillados, cifras minimizadas, historias de «casos aislados».
Ambas formas requieren la misma coordinación fría: manuales, despachos, sellos.
Y detrás, alguien que calcula el efecto político por encima de la vida y de la muerte, por encima de toda dignidad y toda norma, convirtiendo el Estado en una estructura sorda y fantasmal.
Decir «no sabía» es un acto de retórica que a menudo encubre un cálculo despiadado. El que gobierna está obligado a escuchar. Ignorar alarmas bien fundadas, cortar canales de información, desacreditar a los científicos o a las voces independientes: todo eso es una estrategia que produce muertes.
No se trata de accidentes; se trata de elecciones políticas. Cuando la elección es errónea además de persistente, los resultados suelen ser trágicos: docenas, centenares, miles de vidas arrebatadas por decisiones que privilegiaron otra cosa: imagen, intereses, lucro, estabilidad política.
«Si puedes controlar la narrativa y dispersar la responsabilidad, puedes seguir moviendo piezas sin pagar por tus delitos»
La complicidad no siempre es visible. Hay operadores que ejecutan órdenes, tecnócratas que traducen la frialdad en protocolos, periodistas que relativizan los hechos, electorados que miran hacia otro lado porque la narrativa oficial les parece más atractiva que la verdad.
El entramado del daño es amplio: responsabilidades dispersas que, juntas, forman la maquinaria que aniquila tanto la seguridad como la esperanza.
Si puedes controlar la narrativa y dispersar la responsabilidad, puedes seguir moviendo piezas sin pagar por tus delitos. Este ajedrez no es una broma: se trata de aprender a jugar con las vidas de los demás, reduciéndolas a cifras. A veces los negocios salen mal. Entonces aparece la realidad, es decir: la muerte.
Este ajedrez no es una broma: se trata de aprender a jugar con las vidas de los demás, reduciéndolas a cifras.
A veces los negocios salen mal. Entonces aparece la realidad, es decir: la muerte.
No es mera metáfora decir que la indiferencia puede ser genocida en sus efectos cuando es sistemática y deliberada. La violencia administrativa y la negligencia institucional son formas de hostilidad que dejan rastros de muerte.
Llamarlo por su nombre exige valentía política y claridad moral: no basta con denunciar la retórica; hay que desmontar las prácticas que la convierten en arma. Y hay que escuchar a las víctimas, darles voz, reparar los daños y evitar la repetición.
«Cuando esa frialdad gobierna, el resultado no es sólo una estrategia fallida; es también una tragedia»
Si hay algo que debe preocuparnos es saber que la imagen y la sonrisa pueden ser máscaras, lo son casi siempre, pero que funcionan como verdades.
La historia nos enseña que la seducción pública y la frialdad privada pueden convivir en un mismo individuo. Y cuando esa frialdad gobierna, el resultado no es sólo una estrategia fallida; es también una tragedia.
Todo lo que acabo de decir es apenas una evocación de la figura del psicópata, que no es un monstruo de novela sino algo más sutil y, por eso mismo, más letal.
El psicópata sonríe, habla, persuade; cada movimiento es cálculo, una interioridad hermética donde la bondad ni siquiera es un rumor. Cleckley lo llamó vacío emocional; Hare, un cóctel de encanto superficial, manipulación sin culpa, egocentrismo desbocado y una frialdad tan honda que cada gesto se vuelve arma, cada sonrisa trampa, cada palabra un significante hueco diseñado para emocionar desde la absoluta incapacidad de sentir.
Y a buen entendedor, pocas palabras, sobre todo en esta era de lenguajes corrompidos, donde ya casi nada significa lo que dice. Esa putrefacción semántica, anticipada por Heidegger, Wittgenstein, Barthes y Arendt, es el caldo perfecto para que una caterva de sujetos infames chapotee a sus anchas.
Son psicópatas de manual, unidos en santa conjura desde el lugar de lo inconfesable. Que sigan detentando poder a pesar de haber dado sobradas pruebas de su condición, viola toda lógica democrática y deja ver un agujero negro palpitando en el corazón mismo del sistema.
Un agujero que siempre estuvo ahí, sorbiendo la luz, devorando el sentido y vomitándolo en forma de discurso vacío y chatarra ideológica.
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Naturaleza, deseo y fracaso de las ideologías
«El deseo y la naturaleza no se vencen; se escuchan, se encauzan y se respetan»
Detalle de ‘El jardín de las delicias’ (1500-1505), óleo sobre tabla de Jheronimus Bosch, ‘El Bosco’.
Todas las ideologías fracasan porque quieren ponerle camisas de fuerza al deseo y a la naturaleza, pero no porque sean malvadas en origen (muchas nacen de una legítima aspiración emancipadora), sino porque desconocen, o fingen desconocer, la potencia casi ilimitada de estos dos colosos.
El deseo humano y la naturaleza no aceptan fácilmente ser corregidos, reeducados o moralizados. Lo han demostrado a lo largo de la historia con una contundencia aterradora.
El problema es antiguo y persistente: el deseo no tiene límites, o al menos no los reconoce como propios. Tampoco la naturaleza.
En una clase a la que asistí, Gilles Deleuze lo formuló con una precisión casi poética cuando habló de la naturaleza como producción sin medida, como un flujo que no pide permiso ni se detiene ante las fronteras conceptuales que trazamos para sentirnos seguros.
Allí donde se retira el control humano, la naturaleza no se detiene: produce. Produce sin descanso, sin nostalgia y sin piedad.
Basta dejar a su suerte una ciudad como Detroit para comprobarlo. Enseguida brotan árboles donde hubo bibliotecas, plantas donde resonaron aplausos, maleza en balcones y estaciones ferroviarias.
Y de Chernóbil ya no digamos: los lobos campean a sus anchas sin amenazas humanas a la vista. No es una metáfora: es una lección.
La naturaleza no es un jardín ilustrado, es una fuerza expansiva, indiferente a nuestras categorías de progreso o decadencia. No pregunta si debe crecer; simplemente crece.
Por eso resulta tan ingenuo, y tan peligroso, creer que ese poder puede ser reducido a un manual de buenas costumbres o a un programa político de redención total.
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