«Las flores del mal» (selección de poemas), Charles Baudelaire (1857)

Las flores del mal, de Charles Baudelaire

 

Poemas de Las flores del mal, de Charles Baudelaire

Por Laura di Verso

Zenda

Las flores del mal

 

«A mi muy querido y muy venerado maestro y amigo Théophile Gautier”, escribió Charles Baudelaire (París, 1821-1867):

“Aunque te ruego que apadrines Las flores del mal, no creas que ande tan descarriado ni que sea tan indigno del título de poeta como para creer que estas flores malsanas merecen tu noble patrocinio. Ya sé que en las etéreas regiones de la verdadera poesía no existe el mal y tampoco el bien, como sé que no es imposible que este mísero diccionario de la melancolía y del crimen justifique las reacciones de la moral, del mismo modo que el blasfemo viene a reafirmar la religión. Pero en la medida de mis posibilidades, y a falta de algo mejor, he querido rendir un profundo homenaje al autor de AlbertusLa comedia de la muerte y Viaje a España, al poeta impecable, al perfecto mago de las letras francesas, de quien me declaro, con tanto orgullo como humildad, el más devoto, el más respetuoso y el más envidiado de sus discípulos”.

 

Charles Baudelaire, que empezó a traducir en 1848 los relatos de Poe, continuó haciéndolo hasta 1857, año en que vio la luz su principal obra, Las flores del mal, de la que Zenda adelanta unos poemas traducidos por Carmen Morales y Claude Dubois en una bella edición ilustrada por Louis Joos y publicada por la editorial Nórdica.

 

 

Elevación

Por encima de los estanques, por encima de los valles,
de las montañas, de los bosques, de las nubes, de los mares,
más allá del sol, más allá del éter,
más allá de los confines de las esferas estrelladas,

espíritu mío, te mueves con agilidad,
y, cual buen nadador que se emociona con las olas,
surcas alegremente la inmensidad profunda
con inefable y masculina voluptuosidad.

Echa a volar muy lejos de estos miasmas mórbidos;
ve a purificarte en el aire superior,
y bebe, como un puro y divino licor,
el claro fuego que llena los espacios límpidos.

Detrás de los tedios y las vastas penas
que con su peso entorpecen la brumosa existencia,
afortunado aquel que puede con un ala vigorosa
alzarse hacia los campos luminosos y apacibles;

él, cuyos pensamientos, como las alondras,
hacia los cielos alzan por la mañana un libre vuelo,
¡quien se eleva sobre la vida y entiende sin esfuerzo
el lenguaje de las flores y de las cosas mudas!

 

***

Los faros

Rubens, río de olvido, jardín de la pereza,
almohada de carne fresca donde no se puede amar
pero donde sin parar fluye y se agita la vida,
como el aire en el cielo y el mar en el mar;

Leonardo da Vinci, hondo y sombrío espejo,
donde ángeles encantadores, con suave sonrisa
cargada totalmente de misterio, aparecen a la sombra
de los glaciares y de los pinos que delimitan su tierra;

Rembrandt, triste hospital repleto de murmullos,
y con solo un gran crucifijo adornado,
donde la lacrimosa plegaria se desprende de la inmundicia,
y por un rayo de sol invernal bruscamente atravesado;

Miguel Ángel, vago lugar donde se ve a los Hércules
mezclarse con Cristos, y levantarse erguidos
potentes fantasmas que en los crepúsculos
desgarran su sudario al estirar los dedos;

iras de boxeador, impudencias de fauno,
tú que supiste recoger la hermosura de los patanes,
gran corazón henchido de orgullo, hombre endeble y amarillo,
Puget, melancólico emperador de los galeotes;

Wateau, ese carnaval donde muchos corazones ilustres,
como mariposas, vagan relumbrando,
decorados frescos y ligeros iluminados por arañas
que arrojan la locura en ese baile remolinante;

Goya, pesadilla llena de cosas desconocidas,
de fetos que cuecen en medio de los aquelarres,
de viejas ante el espejo y de niñas desnudas,
para tentar a los demonios ajustando bien sus medias;

Delacroix, lago de sangre atormentado por ángeles malos,
umbrío por un bosque de pinos siempre verde,
donde, bajo un cielo apenado, extrañas fanfarrias
pasan, como un suspiro ahogado de Weber;

esas maldiciones, esas blasfemias, esos quejidos,
esos éxtasis, esos gritos, esos llantos, esos tedeums,
son un eco repetido por mil laberintos;
¡es divino opio para los corazones de los mortales!

Es un grito repetido por mil centinelas,
una orden propagada por mil portavoces;
es un faro encendido en mil ciudadelas,
¡una llamada de cazadores perdidos en los grandes bosques!

Porque verdaderamente, Señor, la mejor muestra
que podamos dar de nuestra dignidad
es este ardiente sollozo que a través de los tiempos rueda
¡y viene a morirse a ras de vuestra eternidad!

 

***

El enemigo

Mi juventud no fue sino una tenebrosa tormenta,
atravesada aquí y allá por brillantes soles;
el trueno y la lluvia causaron tal estrago
que pocas frutas bermejas quedan en mi jardín.

He aquí que alcancé el otoño de las ideas,
y que es preciso usar pala y rastrillos
para agrupar de nuevo las anegadas tierras
donde el agua cava agujeros tan grandes como tumbas.

¿Y quién sabe si las nuevas flores con las que sueño
encontrarán en ese suelo lavado como un arenal
el místico alimento que les daría vigor?

—¡Oh dolor!, ¡oh dolor! El Tiempo se come la vida,
y el oscuro Enemigo que nos roe el corazón
con la sangre que perdemos ¡crece y se fortalece!

 

***

El hombre y el mar

Hombre libre, ¡siempre amarás el mar!
El mar es tu espejo; contemplas tu alma
en el desarrollo infinito de su ola,
y tu espíritu no es un abismo menos amargo.

Te agrada zambullirte en el seno de tu imagen;
lo abrazas con los ojos y los brazos, y tu corazón
se distrae a veces de su propio rumor
con el ruido de ese indomable y salvaje quejido.

Ambos sois tenebrosos y discretos:
hombre, nadie sondeó el fondo de tus abismos;
¡oh, mar! nadie conoce tus íntimas riquezas,
¡tan celosos estáis por conservar vuestros secretos!

Y sin embargo hace innumerables siglos
que os combatís sin piedad ni remordimiento,
tanto os gusta la carnicería y la muerte,
¡oh eternos luchadores, oh implacables hermanos!

 

***

A una que pasa

La calle ensordecedora vociferaba a mi alrededor.
Alta, delgada, de luto riguroso, majestuoso dolor,
una mujer pasó, alzando, balanceando
con elegante mano el dobladillo y el festón;

ágil y noble, con sus piernas de estatua.
Yo bebía, crispado cual desequilibrado,
en sus ojos, cielo lívido donde germina el huracán,
la dulzura que fascina y el placer que mata.

¡Un relámpago… de nuevo la noche! —Fugitiva belleza
cuya mirada de repente me hizo renacer,
¿ya no te veré más que en la eternidad?

¡En otra parte, muy lejos de aquí!, ¡demasiado tarde!, ¡acaso nunca!
pues ignoro adónde huyes, no sabes adónde voy,
¡oh tú a quien yo hubiese amado, oh tú que lo sabías!

 

Autor: Charles Baudelaire. TítuloLas flores del malEditorial: Nórdica. 

Ilustraciones: Louis Joos 

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Baudelaire (detalle), en el cuadro ‘Homenaje a Delacroix’, de Henri Fantin-Latour, 1864

Baudelaire (1821-1867) nace en París y queda huérfano de padre en su niñez. Su madre se vuelve a casar con un influyente militar, quien trabaja como embajador en varias cortes. Tuvo una educación aristocrática y estudió leyes en el Lycée Louis-le-Grand.

A muy temprana edad, adquiere un estilo de vida de dandi. Frecuenta los burdeles, se dedica a los vicios y desperdicia su fortuna. Se hace amante de Jeanne Duval, una mulata de ascendencia francesa y haitiana, quien fue su musa y compañera durante veinte años.

Fue poeta, ensayista y crítico, y además de ser uno de los más grandes poetas del siglo XIX, es uno de los mejores traductores de Edgar Allan Poe. Sus obras más conocidas fueron Las flores del mal (1856) y El spleen de París (1869).

 

Manet. El Café de Folies-Bergère

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Al lector

La necedad, el yerro, la culpa, la codicia,

ocupan nuestro espíritu, trabajan nuestro cuerpo,

y como los mendigos se nutren de miseria,

nosotros nos nutrimos de los remordimientos.

 

Nuestro pecado es terco, la contrición, cobarde;

nos hacemos pagar muy bien lo confesado,

y creyendo lavar con vil llanto las culpas,

nos volvemos alegres al camino de fango.

En la almohada del mal es Satán Trimegisto

el que sabe mecer y embrujar nuestra alma,

y el precioso metal de nuestra voluntad

evaporar su mano químicamente sabia.

 

El diablo es quien maneja los hilos que nos mueven.

Atractivo encontramos en lo más repugnante;

cada día al infierno descendemos un paso

por tinieblas hediondas y espantosos lugares.

Igual que un libertino que besara y mordiese

el seno maltratado de una vieja ramera,

robamos al pasar un placer clandestino

que exprimimos lo mismo que una naranja seca.

 

Espeso, hormigueante, como un millón de helmintos,

un pueblo de demonios hierve en nuestro cerebro

y cuando respiramos baja a nuestros pulmones,

como un río invisible, la muerte, el paso quedo.

 

Si el estupro, el veneno, el incendio, el puñal,

no han bordado hasta ahora dibujos a capricho

en este cañamazo que destino llamamos

es, ¡ay!, porque no somos lo bastante atrevidos.

 

Pero entre los chacales, las panteras, los linces,

los monos y escorpiones, los buitres, las serpientes,

los monstruos aulladores, rampantes, gruñidores,

en esa fauna horrible del vicio, ¡uno aparece

más feo todavía, más malo, más inmundo!

Sin gesticulaciones, sin lanzar grandes gritos,

hiciera, por su gusto, de la tierra un despojo,

se tragaría el mundo de un bostezo infinito:

¡es el tedio! Él nos llena de llanto sin motivo,

y fumando su pipa, imagina cadalsos.

Tú conoces, lector, al delicado monstruo

-hipócrita lector-, -igual a mí-, ¡mi hermano!

 

***

Una carroña

Recuerda aquella cosa que vimos, alma mía,
Un día soleado:
Al lado de un sendero una carroña había,
Un cuerpo espatarrado. 

 

Con las piernas al aire, como una mujer lúbrica

Emanando veneno,

Era allí, abandonada, de la muerte la rúbrica,

Con el vientre de cieno.

 

El sol resplandecía sobre esa podredumbre

Como para cocerla,

Y a la naturaleza -¡oh milagrosa lumbre!-,

Dando ciento por uno devolverla.

 

El cielo la soberbia osamenta miraba,

Que era un cráneo o una flor.

Y tu cuerpo en la hierba casi se desmayaba,

¡tan fuerte era el hedor!

 

Las moscas sobre el vientre daban su bordoneo,

mientras iban saliendo en negros batallones

las larvas que corrían como un liquido feo

sobre aquellos jirones.

 

Todo ello descendía, subía cadencioso,

latía, destellaba;

dijérase que el cuerpo, a un soplo misterioso,

viviendo se agitaba.

 

El mundo daba entonces una música extraña

como el agua y el viento,

o el grano que el harnero sobre la parva apaña

con suave movimiento.

 

Las formas se borraban y no eran más que un sueño,

un esbozo confuso en la tela olvidado

al que el pintor un día da el último pergeño

con el pincel que pinta sólo lo recordado.

 

Y detrás de las rocas estaba un perro inquieto

que nos miraba airado,

esperando el momento de husmear el esqueleto

en busca del bocado.

 

Tú serás algún día igual que esta basura,

que esta horrible infección,

estrella de mis ojos, calor de mi ternura,

¡ángel de mi pasión!

 

¡Sí! Tal habrás de ser, ¡oh mi dulce querida!,

después del postrer sacramento,

cuando tus huesos bajo la tierra florecida

escuchen su memento.

 

Entonces, ¡oh mi bella!, dile tú a los gusanos,

pululando en tus huesos,

que aún guardará el recuerdo de tus besos malsanos

la esencia de mis besos.

 


***

Spleen

Cuando el cielo caído pesa como una losa

sobre el gimiente espíritu sumido en su letargo,

y el horizonte es una terrible cosa

que hace eterna la noche y el día más amargo;

 

cuando el mundo es igual que un calabozo frío

donde, como un murciélago a ciegas, bate el ala

la esperanza en el muro, y se cuelga el hastío

de los techos podridos, y la llovizna cala

 

las paredes, dejando esos largos regueros

que semejan las rejas de una vasta prisión,

y cuando las arañas de alfileres arteros

van tejiendo su tela en nuestro corazón,

 

hay campanas que empiezan a sonar de repente,

lanzando hacia los cielos sus fúnebres clamores,

como gentes sin patria que van eternamente

gritando su desdicha, su angustia, sus dolores.

 

Carrozas funerales, en marcha silenciosa,

desfilan por mi alma en lenta procesión;

la esperanza vencida, la angustia victoriosa

clavan sobre mi cráneo su negro pabellón.

 


***
La destrucción

El demonio a mi lado acecha en tentaciones;

como un aire impalpable lo siento en torno mío;

lo respiro, lo siento quemando mis pulmones

de un culpable deseo con que, en vano, porfío.

 

Toma a veces la forma, sabiendo que amo el arte,

de la más seductora de todas las mujeres;

con pretextos y antojos que no hecho a mala parte

acostumbra mis labios a nefandos placeres.

 

Cada vez más, me aleja de la dulce mirada

de Dios, dejando mi alma jadeante, fatigada

en medio de las negras llanuras del hastío.

 

Y pone ante mis ojos llenos de confesiones,

heridas entreabiertas, espantosas visiones…

la destrucción preside este corazón mío. 

 


***

Himno a la belleza

¿Vienes del hondo cielo o surges del precipicio,
oh, Belleza? Tu mirar, infernal y divino,
vierte confusamente crimen y beneficio
y por ello es que podemos compararte al vino.

Contienes en tus ojos el poniente y la aurora;
esparces los perfumes cual ocaso inclemente;
son un filtro tus besos y tu boca un ánfora
que al héroe hacen cobarde y al niño valiente.

¿Sales de negra sima o bajas de las estrellas?
Te siguen como a un perro las Moiras hechizadas;
desastre al azar siembras y alegría destellas,
y aunque gobiernas todo no respondes de nada.

Tú te burlas, Belleza, de los muertos que aplastas;
de tus joyas no es la menos seductora el Horror,
y el Homicidio, el dije que más caro subastas,
en tu vientre orgulloso danza ofreciendo amor.

La libélula, atónita, vuela hacia ti, centella,
crepita, arde y dice: ¡Bendita sea esta luz!
El galán palpitante postrado ante su bella
parece un moribundo que abraza su ataúd.

¿Qué importa si es el cielo o infierno que te envía,
oh Belleza, monstruo enorme, cándido y temido
si tu ojo, tu sonrisa, tu pie me abren la vía
de un Infinito que amo y jamás he conocido?

De Satanás o Dios, seas Ángel o Sirena,
¿qué importa, si me haces —¡oh, hada de ojos tersos,
ritmo, fulgor, perfume, tú mi única reina!—
menos arduo el instante y horrible el universo?

 


***

Las joyas

Desnuda, y de mi corazón conocedora,
mi amada vestía solo abalorios sonoros;
su rico ajuar le daba el aire de vencedora
que en días ufanos toman las siervas de los Moros.

Cuando echa a bailar su son vivo y camelador,
ese radiante fárrago de metal y de piedras
me rapta y sume en éxtasis, y yo amo con furor
las cosas en que la luz y el sonido se integran.

Así ella estaba acostada y se dejaba amar
y de lo alto del diván sonreía con soltura
a mi profundo amor, dulce como la mar,
que hacia ella subía para alcanzar su altura.

En mí fijos los ojos, como un tigre domado,
ensoñadora y vaga ensayaba unas poses,
y la lubricidad y el candor hermanados
daban un nuevo encanto a sus metamorfosis;

y su brazo y su pierna, su muslo y su costado
desfilaban ante mi ojo vidente y sereno
como el lomo de un cisne, undosos y aceitados;
y esas uvas de mi viña, su vientre y sus senos,

pendían, más mimosos que Ángeles del mal,
para asaltar a mi alma, que entonces reposaba,
y para arrebatarla del peñón de cristal
donde, solitaria y quieta, sentada se hallaba.

Creí yo ver unidos en novísimo esbozo
las caderas de Antíope y de un imberbe el busto,
tan alta era su pelvis erguida sobre el torso.
¡Esa tez fiera y bruna lucía un carmín robusto!

—Resignado, el velón decaía agonizante;
y como solo el fuego ardía en la recámara,
cada vez que lanzaba un suspiro llameante
¡inundaba de sangre esa piel color de ámbar!

 

***

Perfume exótico

Cuando en tibia tarde otoñal, con los ojos cerrados,
yo respiro el perfume de tu cálido seno,
veo desfilar la costa de perfiles amenos
al rayo de un monótono sol encandilados;

una isla ociosa que la naturaleza alfombra
de árboles singulares y de sabrosos frutos;
hombres de cuerpo recio y músculos enjutos,
mujeres de mirada cuya franqueza asombra.

Guiado por tu olor hacia encantados climas,
veo un puerto en que velas y mástiles se arriman
todavía extenuados por la ola marinera,

en tanto que el perfume de verdes tamarindos,
que circula en el aire y al que mi olfato rindo,
con cantos de marinos en mi alma se entrevera.

 

***

El balcón

Madre de los recuerdos, querida de queridas,
¡tú, todos mis placeres, tú, todos mis cuidados!
Recordarás las bellas caricias compartidas,
qué dulce era el hogar, qué ocasos encantados,
¡madre de los recuerdos, querida de queridas!

Las tardes alumbradas al ardor del carbón
y aquellas junto al balcón, nimbadas de humo rosa.
¡Qué suave era tu seno, qué amable el corazón!
A menudo hemos dicho imperecederas cosas
las tardes alumbradas al ardor del carbón.

¡Qué bellos son los soles en las tibias veladas!
¡Qué hondo es el espacio y el corazón potente!
Al volcarme hacia ti, reina de las adoradas,
creía oler el perfume de tu sangre bullente.
¡Qué bellos son los soles en las tibias veladas!

La noche se espesaba como una celosía
y en lo oscuro mis ojos presentían tu mirada
y yo bebía tu aliento ¡veneno y ambrosía!
y en mis manos fraternas tus pies se adormilaban.
La noche se espesaba como una celosía.

Yo sé el arte de evocar las horas de ventura
y atisbé mi pasado sumido en tu regazo.
¿Pues adónde buscar tu lánguida hermosura
sino en tu amado cuerpo, rendido entre tus brazos?
¡Yo sé el arte de evocar las horas de ventura!

Esos votos, perfumes y besos infinitos
¿renacerán de un foso vedado a nuestro mundo,
como asciende hasta el cielo el sol rejuvenecido
tras lavarse en el fondo de los mares profundos?
¡Oh votos, oh perfumes, oh besos infinitos!

 

***

A una madona

Exvoto según el gusto español

Quiero construir para ti, Madona, amante mía,
un altar subterráneo al fondo de mi acedía,
y cavar en lo más negro de mi corazón,
lejos del deseo mundano y del ojo burlón,
una hornacina toda de azul y oro esmaltada
donde tú te alzarás, Estatua maravillada.
Con mis finos Versos, trenzados de un puro metal
sabiamente constelado de rimas de cristal,
haré para tu cabeza una enorme Corona;
y guiado por mis Celos, oh mortal Madona,
te diseñaré un Abrigo rígido y pesado,
de corte bárbaro y de sospecha forrado,
que, como una garita, guardará tus encantos;
¡no de Perlas bordado, mas de todos mis Llantos!
Tu Vestido será mi Deseo, trepidante,
ondulado, mi Deseo creciente y menguante,
que en lo alto se equilibra, en los valles se reposa,
y cubre con un beso tu cuerpo blanco y rosa.
Con mi Respeto te crearé un bello Calzado
de satín, por tus pies divinos humillado,
que, al aprisionarlos en un delicado abrazo,
al igual que un molde fiel conservará su trazo.
Si no puedo, a pesar de todo mi arte aplicado,
cincelarte una Luna de plata como Estrado,
echaré a la Sierpe que me muerde las entrañas
bajo tus talones para que pises con saña,
Reina victoriosa y en redenciones fecunda,
a este monstruo con su odio y su saliva iracunda.
Verás mis Pensamientos, como Cirios erguidos
a la Reina de las Vírgenes en su altar florido,
sobre el cielorraso azul cual reflejos de estrella,
contemplándote siempre con ojos de centella;
y como todo en mí te venera y te admira,
todo se hará Benjuí, Incienso, Olíbano y Mirra,
y sin tregua hacia ti, monte blanco y nevado,
subirá en Vapores mi Espíritu huracanado.

Y para hacer tu rol de María a cabalidad
¡y aliar el amor a esa negra voluptuosidad,
la barbarie!, cual verdugo de culpas plagado,
haré siete Cuchillos con los siete Pecados
capitales y, como un insensible juglar,
a lo más hondo de tu amor los haré apuntar
¡y te los clavaré en tu Corazón sollozante,
tu Corazón jadeante, tu Corazón chorreante!

 

***

Los gatos

Los férvidos amantes y los sabios austeros
en sus años maduros suelen ambos amar
a los potentes gatos, orgullo del hogar,
como ellos sedentarios y también frioleros.

Amigos de la ciencia y la voluptuosidad,
en silencio y horror tenebrosos se placen;
por fúnebres corceles Érebo los tomase
si, serviles, pudiesen domar su vanidad.

Con pose pensativa adoptan los nobles aires
de esfinges solitarias tumbadas al desgaire
que parecen sumidas en un sueño sin prisa;

chispas mágicas llenan sus entrañas fecundas
y láminas de oro y fina arena irisan
de un místico fulgor sus pupilas profundas.

 

***

Remordimiento póstumo

Cuando te hayas dormido, mi bella tenebrosa,
al fondo de un sepulcro hecho de mármol negro,
y cuando solo tengas por alcoba y morada
un panteón húmedo y una cóncava fosa;
cuando la piedra, hundiendo tu pecho asustadizo
y tu torso relajado por una deliciosa displicencia,
impida que palpite tu corazón y ansíe,
y que tus pies recorran tu carrera azarosa,
la tumba, confidente de mi sueño infinito
(porque la tumba siempre comprenderá al poeta),
en esas largas noches donde el sueño es proscrito,
te dirá: «¿De qué te sirve, cortesana incompleta,
nunca haber conocido lo que lloran los muertos?».
—Y el gusano roerá tu piel como un remordimiento.

 

***

Obsesión

Vosotros, altos bosques, me amedrentáis como catedrales;
aulláis igual que el órgano; y en nuestros corazones malditos,
cámaras de duelo eterno donde resuenan antiguos estertores,
se repiten los ecos de vuestros De profundis.
¡Océano, te odio! Tus brincos y tumultos
los encuentra mi espíritu en sí; la risa amarga
del hombre derrotado, llena de sollozos y de insultos,
yo la escucho en la risa tremenda de la mar.
¡Cómo me gustarías, oh noche, sin esas estrellas
cuya luz habla un lenguaje consabido!
¡Pues yo busco el vacío, y lo negro, y lo desnudo!
Pero las tinieblas son también ellas lienzos
donde viven, brotando de mis ojos a miles,
seres desaparecidos de miradas familiares.

 

***

El abismo

Pascal tenía su abismo, que se movía con él.
—¡Todo es pozo sin fondo, ay, acción, deseo, sueño,
palabra! y a menudo, rozando mis pelos erizados,
he sentido pasar el viento del Miedo.
Arriba, abajo, en todas partes, lo profundo, lo inhóspito,
el silencio, el espacio horroroso y cautivador…
Sobre el fondo de mis noches, Dios, con su dedo sabio,
dibuja una pesadilla multiforme y sin tregua.
Tengo miedo del sueño como se teme un gran túnel,
repleto de vago terror, camino hacia quién sabe dónde;
no veo más que infinito por todas las ventanas,
y mi espíritu, siempre acosado por el vértigo,
envidia la insensibilidad de la nada.
—¡Ah, no poder nunca evadirse de los Números y los Seres!

 

***

El sol

Por la vieja barriada, donde, de las casuchas
las persianas ocultan las lujurias secretas
cuando el astro cruel furiosamente hiere
la ciudad y los campos, los techos y sembrados,
quisiera ejercitarme en mi esgrima fantástica
husmeando en los rincones azares de la rima,
tropezando en las sílabas, como en el empedrado,
acaso hallando versos que hace tiempo soñé.

Ese padre nutricio, que huye de las clorosis,
en los campos despierta los versos y las rosas;
logra que se evaporen hacia el éter las penas
saturando de miel cerebros y colmenas.
Es el quien borra años al que lleva muletas
y le torna festivo como las bellas mozas,
y a las mieses ordena madurar y crecer
en la inmortal entraña que desea florecer.

Cuando, como un poeta, desciende a las ciudades,
ennoblece la suerte de las cosas más viles,
y penetra cual rey, sin séquito ni pompa,
tanto en las casas regias como en los hospitales.

 

***

A una que pasa

La calle ensordecedora aullaba alrededor de mí.
Esbelta, delgada, de luto riguroso, toda dolor solemne,
una mujer pasó, haciendo que con su mano fastuosa
se alzaran, oscilaran el dobladillo y el festón;
ágil y noble, con piernas de estatua.
Yo, crispado como un excéntrico, bebía
en sus ojos, cielo lívido donde germina el huracán,
la dulzura que fascina y el placer que mata.
¡Un relámpago… y en seguida, la noche! Fugitiva belleza
cuya mirada me ha hecho de pronto renacer,
¿no volveré ya a verte hasta la eternidad?
¡En otra parte, muy lejos de aquí!, ¡muy tarde!, ¡quizá nunca!,
pues ignoro adónde huyes, y no sabes adónde voy,
¡oh tú, a quien yo hubiera amado, oh tú, que lo sabías!

 

***

Mujeres malditas

Echadas en la arena como un rebaño pensativo,
vuelven sus ojos hacia el horizonte de los mares,
y sus pies que se buscan y sus manos rozándose
tienen suaves desmayos y amargos estremecimientos.
Unas, corazones embelesados en largas confidencias,
al fondo de la arboleda donde murmuran los arroyos,
van deletreando el amor de la infancia medrosa
y marcan el tronco verde de los árboles jóvenes;
otras, igual que monjas, andan lentas y serias
entre las peñas llenas de apariciones, donde
vio brotar San Antonio, como lenguas de lava,
los pechos desnudos y purpúreos de sus tentaciones;
Hay algunas que, al resplandor de las resinas desbordantes,
en la muda oquedad de los antiguos antros paganos,
te piden que socorras sus fiebres vociferantes,
¡oh Baco, tú que aplacas los remordimientos ancestrales!,
y otras, cuyo pecho prefiere los escapularios,
que, ocultando bajo sus largos hábitos un látigo,
mezclan en el bosque sombrío y en las noches solitarias
la espuma del placer con las lágrimas de las torturas.
¡Oh vírgenes, oh demonios, oh monstruos, oh mártires,
generosos espíritus que reprobáis la realidad,
ansiosas de infinito, devotas y satiresas,
tan pronto rebosantes de gritos como henchidas de llantos,
vosotras que mi alma ha seguido hasta vuestro infierno,
pobres hermanas mías, os amo tanto como os compadezco
por vuestros lúgubres dolores, vuestra sed no saciada
y los cálices de amor que llenan vuestro gran corazón!

 

***

La fuente de sangre

A veces me parece que mi sangre sale de mí a borbotones,
lo mismo que una fuente de rítmicos sollozos.
Claramente la oigo fluir con un largo murmullo,
pero me palpo en vano para encontrar la herida.
Por toda la ciudad, como en su propia finca,
ella se extiende, transformando los adoquines en islotes,
apagando la sed de todas las criaturas,
tiñendo de rojo la naturaleza entera.
He rogado muchas veces a los vinos capciosos
que al menos por un día adormezcan el terror que me consume;
¡el vino aclara la vista y agudiza el oído!
He buscado en el amor un sueño que me haga olvidar;
¡pero el amor es para mí solo un colchón de agujas
hecho para dar de beber a esas crueles mujerzuelas!

 

***

Alegoría

Es una mujer hermosa y de nuca opulenta,
que deja caer la cabellera en su vino.
Las garras del amor, los venenos del garito,
todo resbala y todo se embota ante su piel granítica.
Se ríe de la Muerte y ridiculiza a la Lujuria,
esos monstruos cuya mano, que siempre rasga y siega,
ha respetado sin embargo, en sus juegos destructores,
la majestad severa de este cuerpo firme y enhiesto.
Camina como una diosa y se recuesta como una sultana;
tiene fe mahometana en el placer,
y a sus brazos abiertos, donde rebosan sus pechos,
convoca con los ojos al género humano.
Ella cree, ella sabe, esta virgen estéril
y aun así necesaria para que el mundo avance,
que la belleza física es un sublime don
que consigue el perdón de todas las infamias.
Le son indiferentes tanto el Infierno como el Purgatorio,
y cuando llegue la hora de entrar en la Noche negra,
mirará el rostro de la Muerte
como mira un recién nacido —sin odio y sin remordimiento.

 

***

La muerte de los artistas

¿Cuánto mis cascabeles tendré que sacudir
y besarte la frente, triste caricatura?
Para dar en el blanco, de mística virtud,
mi carcaj, ¿cuántas flechas habrá de malgastar?

En fintas sutilísimas nuestra alma gastaremos,
y más de un bastidor hemos de destruir,
antes de contemplar la acabada Criatura
cuyo infernal deseo nos colma de sollozos.

Hay algunos que nunca conocieron a su ídolo,
escultores malditos que el oprobio marcó,
que se golpean con saña en el pecho y la frente,

sin más que una esperanza, !Capitolio sombrío!
Que la Muerte, cerniéndose como sol renovado,
logrará, al fin, que estallen las flores de su mente.

 

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Puesta de sol romántica

¡Qué hermoso es el Sol cuando se eleva completamente nuevo,
lanzándonos como una explosión su «buenos días»!
—¡Bienaventurado aquel que amorosamente puede
saludar el ocaso más glorioso que un sueño!
¡Yo recuerdo!… He visto todo, flor, manantial, surco,
extasiarse bajo su mirada como un corazón palpitante…
—¡Corramos hacia el horizonte, que es tarde, corramos aprisa
para atrapar al menos un oblicuo rayo!
Pero persigo en vano al Dios que se retira;
la irresistible Noche establece su imperio,
negra, húmeda, funesta y llena de escalofríos;
un olor de tumba flota en las tinieblas,
y mi pie temeroso, al borde de la ciénaga, aplasta
sapos inadvertidos y babosas frías.

 

 

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EL ENVILECIMIENTO DE LOS CORAZONES, por Baudelaire