“¡Caute quia spinosa!”
(“¡con cautela, tiene espinas!”)
Una rosa con sus iniciales y la frase “caute quia spinosa”, conforman el sello que Spinoza utilizaba en sus cartas y otros documentos. Este juego no es nada inocente y no se reduce a una sonoridad con su apellido. Es una verdadera advertencia para quien portara y leyera las misivas. En realidad la obra de Spinoza requiere entender bien su divisa, que ha resultado con el tiempo bien conocida.
Spizona es naturalista, no considera lo que el hombre debe ser sino lo que es. Así, dice Spinoza: «He cuidado atentamente de no burlarme de las acciones humanas, no deplorarlas, ni detestarlas, sino entenderlas«. Esta es una posición sostenida en la cautela, la actitud principal que debería caracterizar al filósofo según Spinoza. La cautela no es exactamente la prudencia aristotélica pero se sirve de ella especialmente si lo que interesa es el lazo social. Es que allí la cautela es prudencia especialmente referida a la relación del filósofo con los no filósofos. La cautela también se demuestra como prudencia teórica: es imposible concluir nada si esa conclusión no es consecuencia de premisas evidentes. La cautela es también lo que Spinoza antepone a la ignorancia, a la impotencia, a la superstición, a la servidumbre, a la soberbia.
Pero ya sea con respecto al lazo social, en la construcción de un concepto o en cualquier circunstancia, la cautela lo es fundamentalmente de las palabras.
Es por ello que a veces se manifiesta como silencio, allí donde Spinoza se sustraía a la polémica en cualquiera de sus formas ya que para él: «la virtud del hombre libre se muestra tan grande cuando evita los peligros como cuando los vence». Una huída a tiempo revela igual firmeza que la lucha. Es cautela saber callar no en cualquier momento sino cuando nuestra opinión puede mas perjudicar que favorecer una situación que nos interesa fluya. Aún en el silencio, en el secreto, la posición es activa, no pasiva y el semejante está en el horizonte de esa posición.
Por ello a los destinatarios de sus cartas Spinoza advertía con el blasón que reproducimos como imagen de este post. La cautela implica una dirección a los otros, hacia algunos, no todos.
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Que Spinoza pertenece a los grandes maestros de la humanidad lo han comprendido todos aquellos que han aceptado su doctrina: Lessing, Lichtenberg, Herder, Goethe y Schleiermacher. Y entre sus discípulos justamente los teólogos tenían conciencia de que esta vida consagrada a Dios encarnaba las categorías que caracterizan al santo. “Spinoza y Cristo, sólo ellos muestran un puro conocimiento de Dios”, ha reconocido un príncipe de la Iglesia católica. En la filosofía ha alcanzado una posición que se agranda con los siglos y que sólo comparten con él Platón y Kant.
SPINOZA DESTACA POR ENCIMA DE TODOS LOS FILÓSOFOS PORQUE NO SÓLO HA ENSEÑADO SU FILOSOFÍA SINO QUE LA HA VIVIDO: SU VIDA ES LA DEMOSTRACIÓN DE SU FILOSOFÍA
Lo que lo destaca por encima de todos es que no sólo ha enseñado su filosofía, sino también que la ha vivido. Su vida es la demostración de su filosofía. Casi todas sus biografías fueron escritas por adversarios suyos; pero todos se inclinan ante su humanidad grande y pura. La vida de Spinoza, escrita por el pastor Juan Koehler (Colerus), donde éste defiende contra él la resurrección de Cristo, la leemos con la misma veneración y edificación que si se tratara de la vida de un santo.
Spinoza creía en la verdad absoluta que es una misma cosa con la razón infinita de Dios y a la cual le es indiferente actualizarse o no en la mente humana. Porque la verdad es anónima prohibió que su obra capital, la Ética, apareciera con su nombre. Dio a su doctrina la forma demostrativa de la matemática, porque ésta es la que expresa con más perfección el carácter impersonal de la verdad. Que Spinoza era un gran escritor, que podía expresar su pensamiento con todo el poder del lenguaje, lo demuestran las notas y los apéndices de su Ética, lo mismo que muchas de sus cartas y, sobre todo, su Tratado teológico-político. Pero él no quería actuar por la forma, sino solamente por la verdad.
La objetividad que caracteriza toda su vida se muestra en su incondicional amor por la verdad. En los principios fundamentales no admite ningún compromiso y si es necesario defiende su punto de vista con toda decisión. Sin embargo, es uno de sus principios: “Hablar según la capacidad de comprensión de la gente y hacer todo aquello que no se opone al logro de nuestro fin”. Aunque debía tener plena conciencia de la fuerza revolucionaria de su obras, rechaza toda forma de demagogia y sólo se dirige a la capa de los intelectuales, de la que debe salir la revolución. “La lucha me es odiosa por naturaleza”, reconoce, fundado en un positivismo que aconseja apreciar sólo “lo que cada cosa tiene de bueno”.
Por otro lado, la objetividad de su vida se muestra en su ilimitado desinterés. Le es extraño todo afán de posesión y de goces. Es una de sus reglas de vida: “De los placeres hacer uso sólo lo necesario para conservar la salud. Adquirir dinero u otros bienes sólo en la medida necesaria para subsistir y conservar nuestra salud y para adaptarse a una vida social que no sea contraria a nuestros fines”. Cuando busca la soledad lo hace por su obra; pero siempre se halla a disposición de quien acuda a él, y nadie es tan insignificante que no merezca señalársele el camino de la razón en una correspondencia que le roba tiempo. “También me hace feliz que muchos comprendan lo que yo comprendo, que su entendimiento y sus deseos coincidan, por completo, con mi entendimiento y mis deseos”.
NO FUE IDEALISTA EN NINGÚN SENTIDO; CONTRARIO A TODA FUGA DE LA REALIDAD QUIERE, COMO MORALISTA Y POLÍTICO, PARTIR DE LAS CONDICIONES REALES
Para nosotros Spinoza ya no es como para los románticos, el santo alejado del mundo -espejo amable en que se contempla a sí mismo el universo-; santo quizá, pero de esos que están armados para todas las luchas del mundo y que descansan apoyados en su espada. En su sello había grabado la palabra “Caute” (¡Cuidado!). Es la divisa que corresponde a la flor en su escudo, la rosa con espinas: “Caute quia spinosa” (¡Cuidado que tengo espinas!). Valor y hombría son los rasgos esenciales de su carácter y no en vano virtud significa para él poder de obrar.
Está lejos de todo ascetismo. Compasión, arrepentimiento y humildad no son para él virtudes cardinales, sino signos de espíritu servil. Acepta la alegría como un bien en sí y rechaza la tristeza porque nos deprime. Ama las plantas y las flores, le agradan los adornos, la música, el deporte, el teatro, los placeres de la mesa. “Cuanto mayor es la alegría que nos embarga, tanto mayor es la perfección que alcanzamos”.
El poder de atracción de su personalidad es alabado por todos aquellos que lo trataron. La distancia que guardaba, nadie la sintió como una pretensión de superioridad. Era sencillo con los simples y amaba a los niños. En el ambiente cortesano del cuartel general francés se admiraron de la natural distinción de su porte. Siempre se cuidó de ir bien vestido cuando salía. “Una apariencia sucia y descuidada no nos transforma en sabios.”
Su objetividad también se muestra en su sentido de la realidad. Extensión y pensamiento son para él los dos aspectos equivalentes de la realidad. No fue idealista en ningún sentido. Contrario a toda fuga de la realidad quiere, como moralista y político, partir de las condiciones reales. La virtud no es para él ningún ideal etéreo, sino el estilo de vida adecuado a nuestra naturaleza. El hombre libre está por encima de la ley, porque lleva la ley en sí mismo.
La resignación que Goethe aprendió de Spinoza es la resignación que nace del conocimiento de la limitación de la naturaleza humana. “Aceptaremos todo con serenidad, sabedores de que sólo somos una parte de la totalidad de la Naturaleza, a cuyas leyes estamos sometidos.”
CONOCIDO COMO HOMBRE SENCILLO Y LLENO DE BONDAD, SU META DESDE EL INICIO DE SU MEDITACIÓN FILOSÓFICA CONSISTIÓ EN CONOCER LA UNIDAD DEL ESPÍRITU CON TODA LA NATURALEZA
Nunca nadie le oyó quejarse de enfermedad, ni tampoco de los amigos que los abandonaban, incapaces de seguirlo en su camino escarpado y peligroso. En la lucha de las moscas y las arañas vio el símbolo de las cosas humanas.
Su meta estaba fijada desde el comienzo de su pensar filosófico: “El conocimiento de la unidad del espíritu con el conjunto de la naturaleza”. No expuso su doctrina con un desborde de sentimientos místicos, sino con todo el rigor de la ciencia. Con una facilidad asombrosa asimila el pensamiento de su época, aprende los idiomas que se lo descubren y se apropia las ciencias especiales en que aquél estaba incorporado. El hombre de quien se creía que había pensado mucho, pero leído poco, es no sólo el pensador más profundo, sino también uno de los sabios más completos de su tiempo.
Era, en verdad, inteligente como la serpiente y puro como la paloma. Al fanatismo y la superstición opuso el ideal de una humanidad auténtica y de una tolerancia creadora. Él, que había eliminado todo lo humano y lo demasiado humano, de la concepción de Dios y de la naturaleza, pudo parecer inhumano a su época. En los rasgos de su retrato pintado por Van der Spyck se buscaba el “carácter de la depravación”. Sus caseros lo conocieron como hombre sencillo y lleno de bondad.
Él que venera la vida en lo más grande, la ama en lo más pequeño. En la Ética, código inmutable de las cosas fijas y eternas en que reside el ser, no desdeña hablar del perfume y de la gracia de las plantas en flor. El que mide el curso de las estrellas con telescopio pulido por él mismo, graba en su sello la imagen de la rosa.
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CARL GEBHARDT, Spinoza. Editorial Losada, Buenos Aires, 2007. Traducido por Oscar Cohan. Filosofía Digital, 2009.
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Carl Gebhardt (1881 – 1934). Fue un estudioso de la figura de Spinoza. No debemos confundir a este filosofo y filólogo alemán, con Karl Gebhardt ( 1897 -1948), quien fue un doctor en Medicina, cirujano consultor de las SS y promotor de los experimentos humanos terminales con prisioneros en los campos de concentración de Ravensbrück y Auschwitz. Nuestro Gebhardt consagró su vida a Spinoza. Junto con Willem Meijer, fundó la Societas Spinozana Internacional en 1920 que incluyen la Haya Spinoza Casa, Domus Spinozana, y ambos ayudaron a retener la revista Chronicon Spinozanum. Su mayor logro fue su edición y publicación de la Spinoza Opera.
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