«Algunos, como hemos dicho, no se limitan a hablar de «inquietud», sino que llegan incluso a hablar de «angustia», lo que es aún más grave, y expresa una actitud quizá más claramente antimetafísica si es posible. Por otro lado, ambos sentimientos están más o menos conectados entre sí, ya que ambos tienen a la ignorancia como común raíz. La angustia, en efecto, no es sino una forma extrema y por así decir «crónica» del miedo; ahora bien, el hombre es naturalmente llevado a sufrir miedo ante lo que no conoce o no comprende, y este miedo se convierte en un obstáculo que le impide vencer la ignorancia, pues le obliga a huir del objeto en presencia del cual la comprueba y al cual atribuye la causa, cuando en realidad esta causa no está sin embargo más que en sí mismo. Esta reacción negativa muy a menudo es seguida de un verdadero odio respecto de lo desconocido, sobre todo si se tiene la impresión más o menos confusa de que eso desconocido es algo que supera sus actuales posibilidades de comprensión. Si no obstante la ignorancia pudiera disiparse, el miedo se desvanecería por sí mismo, como se ve en el caso de la cuerda que se piensa que es una serpiente. El miedo, y en consecuencia la angustia que no es sino un caso particular suyo, es pues incompatible con el conocimiento, y si el miedo llegara a tal grado que fuera verdaderamente invencible, el conocimiento sería entonces imposible, incluso en ausencia de todo otro impedimento inherente a la naturaleza del individuo. En este sentido, se podría entonces hablar de una «angustia metafísica», que desempeñara en cierto modo el papel de un verdadero «guardián del umbral», según la expresión de los hermetistas, prohibiendo al hombre el acceso al dominio del conocimiento metafísico. Todavía sin embargo es necesario explicar más completamente cómo el miedo deriva de la ignorancia, tanto más cuanto que hemos tenido recientemente la ocasión de constatar un error bastante sorprendente: hemos visto atribuir el origen del miedo a un sentimiento de soledad, y ello en una exposición que se basaba en la doctrina vedántica, precisamente cuando ésta doctrina enseña expresamente que el miedo es debido al sentimiento de la dualidad; y en verdad, si un ser estuviera realmente solo, ¿de qué podría tener miedo? Se dirá quizás que podría tener miedo de algo que hubiera en sí mismo; pero esto implica la existencia en él, en su condición actual, de elementos que escapan a su propia comprensión, y en consecuencia de una multiplicidad no unificada. El hecho de que se encuentre o no aislado, no cambia por otra parte nada y no interviene en modo alguno en semejante caso. Por otro lado, no se puede invocar válidamente, en favor de esta explicación por la soledad, el miedo instintivo que sufre en la obscuridad mucha gente, y especialmente los niños; este miedo se debe en realidad a la idea de que puede haber en la obscuridad algo que no se ve, luego algo que no se conoce, y que es temible por esta misma razón; si por el contrario la obscuridad fuera considerada como vacía de toda presencia desconocida, el miedo no tendría objeto y no se produciría. Lo cierto es que el ser que padece miedo busca la soledad, pero precisamente para substraerse del miedo; adopta una actitud negativa y se «retracta» como para evitar todo contacto posible con lo que teme, y de allí proviene sin duda la sensación de frío y los demás síntomas fisiológicos que acompañan habitualmente al miedo. Sin embargo esta forma de defensa irreflexiva es ineficaz, pues no deja de ser evidente que, haga lo que haga una persona, no puede aislarse realmente del medio en el cual está situado por sus propias condiciones de existencia contingente, y en tanto se considere como rodeado por un «mundo exterior», le es imposible estar enteramente al abrigo de su alcance. La causa del miedo no es otra que la existencia de otros seres, que, en tanto que son otros, constituyen ese «mundo exterior», o de elementos que, aunque incorporados al propio ser, no son menos extraños y »exteriores» a su conciencia actual. Pero «el otro» como tal no existe sino por efecto de la ignorancia, puesto que todo conocimiento implica esencialmente una identificación. Se puede decir entonces que más un ser conoce, menos existe para él lo «otro» y lo «exterior», y en igual medida, la posibilidad del miedo, posibilidad por otra parte totalmente negativa, que queda abolida por el conocimiento. Finalmente, digamos que el estado de «soledad» absoluta (kaivalya), que está más allá de toda contingencia, es un estado de pura impasibilidad. Señalemos de pasada, a propósito de esto, que la «ataraxia» (impasibilidad) estoica es concepción deformada de tal estado, pues pretende aplicarse a un ser que en realidad está todavía sometido a las contingencias, lo cual es contradictorio; esforzarse en tratar las cosas exteriores como indiferentes, tanto como se pueda en la condición individual, puede constituir una especie de ejercicio preparatorio con miras a la «liberación», pero nada más, pues, para el ser que está verdaderamente «liberado», no hay nada exterior. Tal ejercicio podría en suma considerarse como equivalente de lo que, en las «pruebas» iniciáticas, expresa bajo una u otra forma la necesidad de superar en principio el miedo para alcanzar el conocimiento, el cual a su vez hará imposible el miedo, puesto que no habrá nada entonces por lo que el ser pueda verse afectado«. (Rene Guenon – La enfermedad de la angustia«)
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LÍDERES: CIEGOS GUIANDO A CIEGOS
Pregunta.- ¿No puede usted rodearse de seguidores y valerse de ellos convenientemente? ¿Tiene que seguir usted siendo una voz en el desierto?
Krishnamurti.- Bien, ¿qué entienden por seguidores y qué entienden por líder? ¿Por qué siguen a alguien y por qué crean un líder? ¿Cuándo siguen a alguien? Sólo siguen a alguien cuando están confusos. Cuando son desdichados, cuando se sienten abatidos, desean que alguien -un político, un líder religioso o militar- les ayude, les saque de su desdicha.
Cuando tienen claridad, cuando comprenden, no desean que se les conduzca. Solo desean ser conducidos cuando se hallan en estado de confusión, con todo lo que eso implica. ¿Qué sucede, pues? ¿Cómo pueden ver claramente cuando están confusos? No pudiendo ver claramente, escogerán un líder que también estará confuso. [Risas.]
No se rían. Eso es lo que está sucediendo en el mundo, y es algo desastroso. Podrá parecer una agudeza, pero no lo es. ¿Cómo puede un hombre ciego escoger un líder? Sólo puede escoger entre los que le rodean. De igual manera, un hombre confuso puede elegir tan solo un líder que está tan confuso como él. Y ¿qué sucede? Al estar confuso, es natural que su líder les conduzca a una mayor confusión, a un mayor desastre, a una mayor aflicción. Eso es lo que hoy sucede en el mundo entero.
EL LÍDER ES UN ELEMENTO DESTRUCTIVO EN LA SOCIEDAD
¡Por el amor de Dios, señores!, consideren el hecho: se trata de su desgracia. Les conduce al matadero porque rehúsan ver y eliminar la causa de su propia confusión. Y como no quieren verla, crean con su confusión los hábiles y astutos líderes que les explotan; porque el líder, al igual que ustedes mismos, busca su propia satisfacción. Por eso se convierten en una necesidad para el líder y este se convierte en una necesidad para ustedes: es una explotación mutua.
¿Para qué, pues, necesitan un líder? Y ¿puede acaso haber un liderazgo que sea bueno, correcto? Ustedes y yo podemos ayudarnos mutuamente a disipar nuestra propia confusión, lo cual no significa que yo me convierta en su líder y ustedes en mis seguidores, o que yo sea su maestro y ustedes mis discípulos. Simplemente nos ayudamos unos a otros a comprender la confusión que existe en nuestra propia mente y corazón.
Sólo cuando no quieren comprender la confusión escapan de ella, y entonces acuden a alguien, a un líder o a un gurú. Pero si quieren comprenderla, deben prestar atención a la desdicha común, a los dolores, a las aflicciones, a la soledad; y únicamente pueden hacerlo cuando no tratan de encontrar una respuesta, una salida a la confusión.
Consideren la confusión porque ella conduce de por sí a la desdicha; por eso es necesario que comprendan la confusión. Y cuando la comprenden, cuando la disipan, serán libres como el aire, amarán, no seguirán a nadie, no tendrán líderes; y sólo entonces surgirá la sociedad de la igualdad verdadera, sin clases ni castas.
BUSCAR UN LÍDER DEMUESTRA FALTA DE MADUREZ
Señores, ustedes no buscan la verdad. Tratan de hallar solución a alguna dificultad y esa es su desdicha. Quieren líderes que les dirijan, que les remolquen, que les presionen, que les hagan adaptarse, y eso, inevitablemente, conduce a la destrucción, a mayores sufrimientos.
El sufrimiento es lo que tenemos a la vista y, sin embargo, nos negamos a verlo y queremos “verdaderos” líderes, lo cual significa gran falta de madurez. Para mí, todo liderazgo es indicio de deterioro social. El líder es un elemento destructivo en la sociedad. [Risas.]
No lo tomen a risa, no pasen por alto este hecho; considérenlo. Es algo muy serio, sobre todo ahora. El mundo se halla al borde de una catástrofe y se desintegra rápidamente; y conformarse con encontrar otro líder, un nuevo Churchill, un Stalin más grande, un Dios diferente, es absolutamente inútil, porque el hombre que está confuso no puede escoger sino de acuerdo con los dictados de su propia mente, o sea, de la confusión.
Por lo tanto, de nada sirve buscar un líder, bueno o malo. No existe el “buen” líder; todos los líderes son “malos”. Lo que tiene que hacer es disipar su propia confusión; y la confusión sólo se elimina cuando ustedes mismos se comprenden.
Con el comienzo del conocimiento propio viene la claridad. Sin conocimiento propio es imposible liberarse de la confusión; esta es como las olas que una y otra vez llegan a sus pies.
Resulta, pues, muy importante para aquellos que son realmente serios y de buena fe, el empezar por sí mismos y no buscar liberación ni escape de la confusión. En el momento en que comprendan la confusión, estarán libres de ella.
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JIDDU KRISHNAMURTI, Vivir de instante en instante, charla pronunciada en Bangalore (India), en 1948. Edaf, 2006. Filosofía Digital 2006]