«AUTOAYUDA EN TIEMPOS DIFÍCILES»: HOWARD ZINN: LA OTRA HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS (Desde 1492 hasta el presente): Capítulo 15

AUTOAYUDA EN TIEMPOS DIFÍCILES

ÍNDICE: «La otra historia de los Estados Unidos», de Howard Zinn

 

Capítulo 15

LA OTRA GUERRA CIVIL

A People’s History of the United States

AUTOAYUDA EN TIEMPOS DIFÍCILES

AUTOAYUDA EN TIEMPOS DIFÍCILES

 

En febrero de 1919 -apenas finalizada la guerra- los dirigentes del IWW estaban en prisión. Pero la idea del IWW de realizar una huelga general por fin iba a convertirse en realidad, pues 100.000 trabajadores de Seattle (Washington) se pusieron en huelga y paralizaron la ciudad durante cinco días.

Comenzó con 35.000 trabajadores de los astilleros, que se declararon en huelga por un aumento salarial. Cuando pidieron ayuda al Consejo Central de los Trabajadores de Seattle éste recomendó una huelga en toda la ciudad y, en dos semanas, 110 personas del lugar -la mayoría de la American Federation of Labor y sólo unos pocos del IWW– votaron ir a la huelga. La gente de cada comité de huelga eligió a tres miembros para formar un comité de Huelga General y el 6 de febrero de 1919 a las 10 de la mañana pararon por completo.

Entonces la ciudad dejó de funcionar, a excepción de los servicios organizados por los huelguistas para garantizar las necesidades esenciales. Los bomberos acordaron permanecer en su trabajo. Los trabajadores de las lavanderías sólo limpiaban ropa de hospital. Los vehículos autorizados para circular llevaban carteles en los que se leía «dispensado por el Comité General de Huelga«. Montaron treinta y cinco lecherías vecinales.

Organizaron una Guardia Laborista de Veteranos de Guerra para mantener la paz. En la pizarra de una de sus sedes ponía: «El propósito de esta organización es preservar la ley y el orden sin el uso de la fuerza. Ningún voluntario tendrá poder policial ni se le permitirá llevar ningún tipo de armas. Sólo se le permitirá usar la persuasión«. Durante la huelga, decreció el número de delitos ocurridos en la ciudad.

El alcalde hizo que prestaran juramento 2.400 delegados especiales. Muchos de estos delegados eran estudiantes de la Universidad de Washington. El gobierno de los Estados Unidos ordenó trasladarse a la ciudad a casi mil marineros y marines. La huelga general finalizó al cabo de cinco días debido -según el comité de Huelga General- a las presiones de los mandatarios internacionales de los distintos sindicatos, así como por las dificultades de vivir en una ciudad cerrada.

La huelga había sido pacífica, pero cuando terminó hubo redadas y arrestos en la sede del Partido Socialista, en una imprenta. Encarcelaron a treinta y nueve miembros del IWW por ser «cabecillas de la anarquía«.

 

 

¿Por qué reaccionaron así ante la huelga general y ante la organización de los Wobblies? Una declaración del alcalde de Seattle parece indicar que el sistema no sólo temía la huelga en sí sino también lo que simbolizaba. Dijo: «La huelga general, tal y como se llevó a cabo en Seattle es en sí misma el arma de la revolución, tanto más peligrosa por ser pacífica. Para tener éxito, la huelga debe suspender todo y parar todo el flujo vital de una comunidad, es decir, poner al gobierno fuera de juego«.

Además la huelga general de Seattle tuvo lugar en medio de una oleada de rebeliones de posguerra que estaban agitando a todo el mundo. Ese año de 1919, un escritor de The Nation comentó:

El fenómeno más extraordinario de la época actual es la revuelta sin precedentes de la gente común. En Rusia, han destronado al zar, en Corea, la India, Egipto e Irlanda, mantienen una inquebrantable resistencia a la tiranía política.

En Inglaterra, aunque tuvieron que oponerse incluso a sus propios representantes, provocaron la huelga de ferrocarriles.

En Nueva York, dichas revueltas populares provocaron la huelga de estibadores y los hombres estuvieron en huelga, desafiando a los mandatarios de los sindicatos. También tuvo lugar el levantamiento de los impresores, que los sindicatos internacionales -aunque los empleados trabajaban perfectamente con ellos- fueron completamente incapaces de controlar.

El hombre de la calle ha perdido la confianza en el viejo liderazgo y ha experimentado un nuevo sentimiento de confianza en sí mismo.

 

En 1919 se declararon en huelga 350.000 trabajadores de la siderurgia. En Nueva Inglaterra y Nueva Jersey fueron a la huelga 120.000 trabajadores textiles y en Paterson (Nueva Jersey) se pusieron en huelga 30.000 trabajadores de la seda. La policía se declaró en huelga en Boston. Lo mismo hicieron en Nueva York los fabricantes de puros, los camiseros, los panaderos, los camioneros y los barberos. En Chicago, la prensa dijo: «Junto con el calor del verano, tenemos más huelgas y cierres patronales que nunca«.

 

 

Cinco mil trabajadores de International Harvester y otros cinco mil trabajadores urbanos se echaron a las calles.

Sin embargo, a principios de los años veinte la situación parecía estar bajo control. El IWW estaba destruido y el Partido Socialista se estaba desmoronando. Aplastaban las huelgas por la fuerza y para un buen número de personas la economía iba lo suficientemente bien como para impedir que se produjera una rebelión masiva.

En los años veinte, el Congreso cerró el peligroso y turbulento flujo de inmigrantes (14 millones entre 1900 y 1920) aprobando leyes que estipulaban cuotas de inmigración que favorecían a los anglosajones, cerraban el paso a negros y orientales y limitaban seriamente la llegada de latinos, eslavos y judíos. Ningún país africano podía enviar a más de cien personas. A China se le impuso esta misma limitación.

En los años veinte renació el Ku Klux Klan, y se extendió hacia el norte. En 1924, contaba ya con 4 millones de miembros. El NAACP parecía impotente ante la violencia callejera y el odio racista que había por todas partes. La imposibilidad de que la América blanca considerara alguna vez a una persona negra como a un igual era el tema del movimiento nacionalista que Marcus Garvey encabezaba en los años veinte. Garvey preconizaba el orgullo negro, la separación racial y una vuelta a Africa, que en su opinión era la única esperanza de unidad y supervivencia de los negros. Pero el movimiento de Garvey, por estimulante que resultara para algunos negros, no podía progresar mucho en contra de las poderosas corrientes de la supremacía blanca de la década de la posguerra.

 

 

El cliché de los años veinte como una época de prosperidad y diversión -conocida como la Era del Jazz o los locos años 20– tenía algo de cierto. El desempleo había descendido de 4.270.000 parados en 1921 a un poco más de 2 millones en 1927. En general, el nivel salarial de los trabajadores aumentó. Algunos granjeros hicieron mucho dinero. El 40% de todas las familias que ganaban más de 2.000 dólares anuales podía comprar nuevos aparatos: coches, radios, frigoríficos… Millones de personas, a quienes no les iba mal, eclipsaban a los demás: a los granjeros arrendatarios (blancos y negros), a las familias de inmigrantes de las grandes ciudades que o no tenían trabajo o no ganaban lo bastante como para cubrir las necesidades básicas…

Pero la prosperidad se concentraba en la alta sociedad. Una décima parte del 1% de las familias ricas obtenían los mismos ingresos que el 42% de las familias pobres. Durante los años 20, unos 25.000 trabajadores morían cada año en accidentes laborales y 100.000 quedaron permanentemente discapacitados. En Nueva York, 2 millones de personas vivían en pisos que en caso de incendio eran una ratonera.

En su novela Babbitt, Sinclair Lewis captó bien la falsa sensación de prosperidad y el placer superficial de los nuevos objetos de consumo para las clases medias.

Finalmente, y tras muchas convulsiones, las mujeres consiguieron el derecho al voto en 1920, tras la aprobación de la Decimonovena Enmienda, pero el votar era todavía una actividad de la clase media y alta y las mujeres de dichas clases se dividían, como hacían otros votantes, entre los partidos ortodoxos. En los años 20, pocas figuras políticas hablaron claro en favor de los pobres.

Una de ellas fue Fiorello La Guardia, un congresista de un distrito de inmigrantes pobres en East Harlem (quien, curiosamente, se presentaba tanto para la candidatura socialista como para la republicana). La Guardia, que estaba recibiendo cartas desesperadas de sus votantes, escribió al ministro de agricultura acerca del elevado precio de la carne. A cambio recibió un panfleto sobre cómo usar la carne con economía. La Guardia le contestó:

Le he pedido ayuda y me envía un boletín. Sus boletines no les sirven de nada a los que viven en pisos en esta gran ciudad. Lo que necesitamos es la ayuda de su ministerio con respecto a los que se aprovechan con el precio de la carne, que están impidiendo que las personas que trabajan duro en esta ciudad obtengan una alimentación adecuada.

 

Durante las presidencias de Harding y Coolidge en los años 20, el ministro de Hacienda era Andrew Mellon, uno de los hombres más ricos de América. En 1923, presentaron al Congreso el «Plan Mellon» pidiendo lo que parecía una reducción general de los impuestos sobre la renta, si bien a los contribuyentes con más ingresos les bajaba sus impuestos del 50 al 25% mientras que al grupo con menos ingresos les reducía los impuestos del 4 al 3%.

Unos pocos congresistas de los distritos obreros se pronunciaron contra el proyecto de ley, como William P. Connery de Massachusetts:

Cuando veo una disposición en este proyecto de ley de Mellon sobre los impuestos que le va a ahorrar al propio Sr. Mellon 800.000 dólares en su declaración de la renta, y a su hermano 600.000 en la suya, no puedo apoyarla.

 

El Plan Mellon fue aprobado. En 1928, La Guardia visitó los distritos más pobres de Nueva York y dijo «Confieso que no estaba preparado para lo que realmente vi. Parecía casi increíble que pudieran existir realmente tales condiciones de pobreza«. En los años 20, eclipsados por las noticias generales de prosperidad, hubo, de vez en cuando, duros episodios de luchas laborales. En 1922, los trabajadores del carbón y los ferroviarios hicieron huelga. Ese mismo año fracasó una huelga textil de trabajadores italianos y portugueses en Rhode Island, pero se despertaron los sentimientos de clase y algunos huelguistas se unieron a movimientos radicales.

 

Fiorello La Guardia en su programa Talk to the People en la radio WNYC. Fiorello La Guardia fue un político estadounidense, alcalde de la ciudad de Nueva York entre 1934 y 1945.

 

Tras la guerra, y con el Partido Socialista debilitado, se organizó un Partido Comunista. Los comunistas estuvieron involucrados en numerosas luchas laborales. Tuvieron un papel predominante en la gran huelga textil que se extendió por Tennessee y Carolina del Norte y del Sur durante la primavera de 1929. Los empresarios se habían trasladado al sur para escapar de los sindicatos y para encontrar trabajadores más sumisos entre los blancos pobres. Pero estos trabajadores se rebelaron contra la larga jornada laboral y los bajos salarios. En particular, se resintieron del llamado «estiramiento» -una intensificación del trabajo.

En Gastonia (Carolina del Norte), los trabajadores se afiliaron a un nuevo sindicato que llevaban los comunistas, el Sindicato Nacional de Trabajadores Textiles, que admitía como miembros tanto a negros como a blancos. Cuando despidieron a algunos de ellos, la mitad de los dos mil trabajadores se puso en huelga. Se creó un ambiente anticomunista y racista y empezó la violencia. Las huelgas textiles comenzaron a extenderse también por Carolina del Sur.

Una por una, las diferentes huelgas se fueron resolviendo con algunos logros, pero no fue así en Gastonia. Allí, los trabajadores textiles, que vivían en una colonia de tiendas de campaña, se negaban a renunciar a sus dirigentes comunistas. La huelga continuó. Pero llevaron esquiroles y las fábricas continuaron funcionando. La desesperación era cada vez mayor. Hubo choques violentos con la policía. Una oscura noche mataron al jefe de policía en un tiroteo y acusaron del asesinato a 16 huelguistas y simpatizantes, incluyendo a Fred Beal, un organizador del Partido Comunista.

Finalmente, procesaron a siete y les condenaron a penas desde 5 a 20 años de cárcel. Consiguieron la libertad bajo fianza y salieron del estado. Los comunistas escaparon a la Rusia soviética. Sin embargo, a pesar de todas las derrotas, palizas y asesinatos, era el comienzo del sindicalismo textil en el sur.

La quiebra de la Bolsa de 1929 -que marcó el comienzo de la gran depresión americana- fue provocada directamente por una especulación descontrolada que se colapsó y hundió con ella a toda la economía. Pero -como señala John Galbraith en su estudio sobre ese suceso (The Great Crash)– detrás de dicha especulación estaba el hecho de que «la economía estaba esencialmente enferma«. Señalaba las estructuras corporativas y bancarias enfermas, el frágil comercio exterior, mucha información económica errónea y la «mala distribución de los ingresos» (el 5% de la población que constituía la clase alta recibía alrededor de un tercio de todos los ingresos personales).

Un crítico socialista iría más lejos, afirmando que el sistema capitalista era defectuoso por naturaleza, un sistema impulsado por el único motivo principal del beneficio corporativo, y por tanto inestable, imprevisible y ciego a las necesidades humanas. El resultado de todo ello era una depresión permanente para muchas personas y crisis periódicas para casi todo el mundo. El capitalismo, a pesar de sus intentos de reformarse y organizarse para una mejor gestión, en 1929 todavía era un sistema enfermo y poco seguro.

Tras la quiebra, la economía estaba aturdida e inactiva. Cerraron más de cinco mil bancos y un enorme número de negocios, incapaces de ganar dinero. Los negocios que continuaron despidieron empleados, y bajaban continuamente los sueldos de los que se quedaban. La producción industrial cayó al 50% y para 1933, unos quince millones de personas -un cuarto o un tercio de la mano de obra- estaban en el paro.

 

Fred Erwin Beal (1896-1954) fue un organizador sindical estadounidense cuyas reflexiones críticas sobre su trabajo y sus viajes por la Unión Soviética dividieron a la opinión liberal y de izquierda

 

Estaba claro que los responsables de la organización de la economía no sabían lo que había sucedido, estaban desconcertados y se negaban a reconocer el fracaso del sistema. Poco antes del crack, Herbert Hoover había dicho «Nosotros en la América de hoy estamos más cerca del triunfo final sobre la pobreza de lo que ninguna tierra lo ha estado nunca en la historia«. En marzo de 1931, Henry Ford dijo que había crisis porque «el hombre medio no trabaja realmente una jornada a menos que se vea atrapado y no pueda escapar. Hay infinidad de trabajo que hacer si la gente quisiera«. Unas semanas después, despidió a 75.000 trabajadores.

Había millones de toneladas de alimentos por ahí pero no resultaba rentable transportarlos y venderlos. Los almacenes estaban repletos de ropa pero la gente no podía permitirse el comprarla. Había montones de casas pero permanecían vacías porque la gente no podía pagar el alquiler, les habían desahuciado y ahora vivían en chabolas, en improvisados hoovervilles (poblados Hoover) construidos en vertederos de basura.

Los breves retazos de la realidad publicados en la prensa podían multiplicarse por millones de casos similares. Un artículo del New York Times de comienzos de 1932 decía:

Tras tratar en vano de conseguir un aplazamiento de desahucio hasta el 15 de enero de su apartamento en el número 46 de la calle Hancock en Brooklyn, Peter J. Cornell, de 48 años de edad, ex-contratista de material para hacer techos, parado y sin un penique, murió ayer en brazos de su esposa.

Un medico dijo que la causa de su muerte era por una enfermedad del corazón y la policía dijo que la había causado -en parte al menos- la amarga decepción al ver que eran en vano sus intentos de todo un día para impedir que les echaran a la calle a él y a su familia.

Cornell debía 5 dólares de los atrasos de su alquiler y los 39 dólares de enero que su casero le exigía con antelación. Al no conseguir el dinero, entregaron el día anterior a su familia una orden de desahucio que entraría en vigor al final de la semana.

Tras buscar ayuda en vano en otros sitios, la Oficina de Ayuda al Hogar le dijo ese día que no dispondría de fondos para ayudarle hasta el 15 de enero.

 

Un inquilino de la calle 113 en East Harlem escribió al congresista de Washington Fiorello La Guardia:

Mi situation es mala ¿sabe? El Gobierno me solía dar una pensión pero ha dejado de hacerlo. Hace casi siete meses que estoy en el paro. Espero que intentará hacer algo por mí. Tengo cuatro hijos que necesitan ropa y alimentos. Mi hija de ocho años está gravemente enferma y no se recupera. Debo dos meses de alquiler y tengo miedo de que nos echen.

 

En Oklahoma, los granjeros vieron cómo vendían sus granjas a golpe de subasta, cómo éstas se convertían en polvo, cómo llegaban los tractores y se apoderaban de ellas. En su novela de la depresión Las uvas de la ira, John Steinbeck describe lo que sucedía:

Los desahuciados y los trabajadores itinerantes llegaban a raudales a California, doscientos cincuenta mil y trescientos mil respectivamente. Detrás, nuevos tractores aplastaban la tierra y obligaban a salir a los arrendatarios y ya estaban en camino nuevas oleadas, nuevas oleadas de desahuciados y de personas sin hogar, endurecidos, peligrosos y con determinación.

 

«En sus almas las uvas de la ira van desarrollándose y creciendo, listas para la cosecha» (John Steinbeck, «Las uvas de la ira»)

 

Como dice Steinbeck, estas personas se estaban volviendo «peligrosas«. Estaba creciendo un espíritu de rebeldía. Los artículos periodísticos de la época describen lo que estaba sucediendo:

England (Arkansas), 3 de enero de 1931. Unos quinientos granjeros -la mayoría blancos y muchos de ellos armados- se manifestaron por el barrio comercial de esta ciudad gritando que debían conseguir comida para ellos y sus familias. Los invasores anunciaron su intención de cogerla de las tiendas a menos que se la dieran gratis en algún otro sitio.

-Detroit, 9 de julio de 1931. La policía reprimió esta noche en la Plaza Cadillac un disturbio incipiente de 500 parados, a quienes habían expulsado del albergue de beneficencia local por falta de fondos.

-Indiana Harbor (Indiana), 5 de agosto de 1931. Mil quinientos parados asaltaron la planta de la Fruit Growers Express Company local, exigiendo que se les diera empleo para no morirse de hambre. La compañía respondió llamando a la policía municipal, que hizo salir a los parados amenazándoles con las porras.

-Chicago, 1 de abril de 1932. Quinientos escolares -la mayoría con caras ojerosas y con harapos- se manifestaron por el centro de Chicago hacia las oficinas del Comité de Educación para pedir que el sistema escolar les de comida.

Boston, 3 de junio de 1932. En el transcurso de una manifestación en Boston, 25 niños hambrientos asaltaron un buffet abierto para los veteranos de la guerra contra España. Llamaron a dos coches de policía para alear a los niños de ahí.

Nueva York, 21 de enero de 1933. Hoy varios cientos de parados han rodeado un restaurante contiguo a Union Square exigiendo que les dieran de comer gratis.

-Seattle, 16 de febrero de 1933. Esta noche temprano, ha terminado un asedio de dos días al edificio County-City ocupado por unos cinco mil parados. Tras casi dos horas de tentativas, los comisarios y la policía desalojaron a los manifestantes.

 

El cantautor Yip Harburg tenía que componer una canción para el espectáculo Americana, y escribió Brother, Can You Spare a Dime? (¿Puedes darme diez centavos?):

Once to khaki suits,

Gee, we looked swell,

Full of that Yankee Doodle-de-dim

Half a million boots went sloggin’ through Hell,

I was the kid with the drum

Say, don’t you remember, they called me AI

It was Al all the time

Say, don’t you remember I’m your pal

Brother, can you spare a dime?

(Una vez en uniformes caqui / Dios, estábamos fenomenal / llenos de canciones patrióticas / Medio millón de botas se arrastraban por el infierno / yo era el chico del tambor / Di, ¿no recuerdas? me llamaban Al / todo el rato Al / Di, ¿no recuerdas que soy tu camarada? / Hermano, ¿puedes darme diez centavos?)

 

La ira de los veteranos de la Primera Guerra Mundial -ahora sin trabajo y con sus familias hambrientas- provocó la marcha a Washington del Bonus Army durante la primavera y verano de 1932. Los veteranos de guerra -portando gratificaciones del gobierno pagaderas en un futuro- exigían que el Congreso les pagase en esos momentos en que el dinero les hacía tanta falta. Así que desde todo el país se dirigieron hacia Washington, solos o con sus esposas e hijos. Iban en viejos automóviles destartalados, colándose en los trenes de carga o haciendo autostop.

Fueron más de veinte mil. La mayoría acamparon en Anacostia Flats, cruzando el río Potomac desde el Capitolio, donde, como escribió John Dos Passos, «los hombres están durmiendo en pequeñas cabañas hechas con periódicos viejos, cajas de cartón, embalajes y trozos de hojalata o de techumbres«.

 

 

El presidente Hoover ordenó al ejército que los expulsara de allí. Cerca de la Casa Blanca se juntaron cuatro tropas de caballería, cuatro compañías de infantería, un escuadrón de ametralladoras y seis tanques. El general Douglas MacArthur estaba al mando de la operación y el mayor Dwight Eisenhower era su ayuda de campo. Uno de los oficiales era George S. Patton. MacArthur condujo sus tropas por la Avenida Pennsylvania abajo, usó gas lacrimógeno para echar a los veteranos de los viejos edificios y prendió fuego a los mismos.

Entonces el ejército cruzó el puente hacia Anacostia. Miles de veteranos con sus esposas e hijos echaron a correr mientras se extendía el gas lacrimógeno. Los soldados dieron fuego a algunas cabañas y pronto todo el campamento ardió en llamas. Cuando acabó todo, habían matado a tiros a dos veteranos, había muerto un bebé de once semanas, un niño de ocho años tenía ceguera parcial por el gas, dos policías tenían fracturas craneales y mil veteranos resultaron afectados por el gas.

Los tiempos tan difíciles que se estaban viviendo, la pasividad del gobierno para ayudar y la acción gubernamental para dispersar a los veteranos de guerra, tuvieron su efecto en las elecciones de noviembre de 1932. El candidato del partido Demócrata, Franklin D. Roosevelt derrotó a Herbert Hoover de forma abrumadora. En la primavera de 1933, Roosevelt tomó posesión de su cargo y emprendió un programa de reforma legislativa que se hizo famoso como el New Deal. Cuando, al comienzo de su administración, tuvo lugar una pequeña manifestación de veteranos en Washington, Roosevelt les saludó y les ofreció café. Uno de sus ayudantes se reunió con los veteranos, que después se marcharon a sus casas. Era un signo de la política de acercamiento de Roosevelt.

 

 

Las reformas de Roosevelt fueron mucho más allá que las de la legislación anterior. Hacían frente a dos necesidades acuciantes: reorganizar el capitalismo de tal modo que superara la crisis y estabilizara el sistema, y atajar el alarmante crecimiento de rebeliones espontáneas y huelgas generales llevadas a cabo en distintas ciudades durante los primeros años de la administración Roosevelt por organizaciones de arrendatarios, parados y movimientos de autoayuda.

Ese primer objetivo -estabilizar el sistema para la propia protección de dicho sistema– destacaba en la ley más importante aprobada en los primeros meses del mandato de Roosevelt: la NRA o Ley de Recuperación Nacional. Fue diseñada para hacerse con el control de la economía mediante una serie de códigos acordados por la dirección, el laborismo y el gobierno, fijando los precios y los salarios y limitando la competencia. Desde el principio, la NRA estuvo dominada por las grandes corporaciones y servía a sus intereses. Pero en los sitios donde el laborismo organizado tenía fuerza, la NRA hizo algunas concesiones a los trabajadores.

Después de que la NRA hubiera estado en vigor durante dos años, el Tribunal Supremo la declaró inconstitucional, alegando que otorgaba demasiado poder al presidente.

Aprobada también en los primeros meses de la nueva administración, la Agricultural Adjustment Administration (AAA, Administración de Ajuste Agrario) fue un intento de organizar la agricultura. Favorecía a los grandes terratenientes, del mismo modo que la NRA había favorecido a las grandes corporaciones.

La TVA (Autoridad del Valle del Tennessee) fue una entrada inusual del gobierno en los negocios: era una red gubernamental de presas y plantas hidroeléctricas para controlar las inundaciones y producir energía eléctrica en el valle del Tennessee. Dio trabajo a los parados, ayudó al consumidor con tarifas eléctricas más baratas y, en algún aspecto, merecía la acusación de que era «socialista«.

Pero la organización de la economía que el New Deal estaba llevando a cabo, tenía como objetivo principal estabilizar la economía y después, dar la suficiente ayuda a las clases bajas para impedir que convirtieran una rebelión en una auténtica revolución. Cuando Roosevelt tomó posesión de su cargo, esa rebelión era real. La gente desesperada no estaba esperando a que el gobierno les ayudase; se estaban ayudando a sí mismos actuando directamente.

La gente se organizaba espontáneamente para frenar los desahucios. Cuando en Nueva York, Chicago y otras ciudades se corría la voz de que estaban desahuciando a alguien, se reunía una muchedumbre. Cuando la policía sacaba los muebles de la casa y los dejaban en la calle, el gentío volvía a meterlos en la casa.

El Partido Comunista mostraba su actividad organizando grupos de Alianzas de Trabajadores en las ciudades. Una negra, la Sra. Willye Jeffnes le habló sobre los desahucios a Studs Terkel:

Desahuciaron a muchos. Hacían venir a los alguaciles, que les ponían en la calle, pero en cuanto se iban los alguaciles, hacíamos que la gente volviera a su piso, de modo que no parecía que les habían echado a la calle.

 

Por todo el país se estaban formando asambleas de parados. Un periodista las describió:

Ya sé que no es ningún secreto que los comunistas organizan asambleas de parados en la mayoría de las ciudades y normalmente las lideran, pero las asambleas están organizadas democráticamente y manda la mayoría. El arma de la asamblea es la fuerza democrática de sus miembros y su función consiste en impedir que desahucien al indigente o, si ya le han desahuciado, presionar a la Comisión de Ayuda para que le encuentre un nuevo hogar; si a un parado le quitan el agua o el gas porque no puede pagarlo, recurrir a las autoridades pertinentes, comprobar que el parado que no tiene calzado ni ropa consiga ambas cosas, eliminar, mediante la publicidad y la presión, las discriminaciones entre blancos y negros o contra los extranjeros. En situaciones urgentes, hacer que la gente vaya al centro de ayuda y exija que se le dé ropa y alimentos. Finalmente, dar una defensa legal a todos los parados arrestados por ir a manifestaciones, huelgas de hambre o a asambleas sindicales.

 

En 1931 y 1932 la gente se organizaba para ayudarse a sí misma, ya que ni las corporaciones ni el gobierno lo estaban haciendo. En Seattle, los del sindicato de pescadores cogían pescado y lo cambiaban con gente que cogía fruta y verduras; y los que cortaban leña, hacían trueques con ella. A finales de 1932, había ya 330 organizaciones de autoayuda en 37 estados, con más de 300.000 miembros. A comienzos de 1933 parecían haber fracasado, estaban intentando realizar una tarea demasiado grande en el contexto de una economía cada vez más arruinada.

Quizá el ejemplo más extraordinario de autoayuda tuvo lugar en el distrito carbonero de Pennsylvania, donde equipos de mineros en paro excavaron pequeñas minas en la propiedad de una compañía, extrajeron carbón, lo transportaron en camiones a las ciudades y lo vendieron a un precio más bajo que la tarifa comercial. Para 1934, veinte mil hombres con cuatro mil vehículos estaban produciendo carbón «de contrabando«. Cuando intentaban procesarles, los juzgados locales no les condenaban y los carceleros de la localidad no les metían en prisión.

 

Franklin Delano Roosevelt con el General Dwight D Eisenhower (Sicilia, 1943)

 

Eran acciones simples, que se hacían por una necesidad práctica, pero tenían posibilidades revolucionarias. Llevando a cabo acciones directas para hacer frente a sus necesidades, los trabajadores estaban mostrando -sin llamarla así- una fuerte conciencia de clase. Pero los artífices del New DealRoosevelt y sus consejeros, y los empresarios que les apoyaban- ¿tenían también conciencia de clase? ¿Acaso entendían que en 1933 y 1934 debían tomar medidas rápidamente -ofrecer empleo, cestas de alimentos y ayudapara evitar que los trabajadores llegaran a la conclusión de que sólo ellos mismos podían resolver sus problemas?

Quizás, al igual que la conciencia de clase de los trabajadores, fueran una serie de acciones originadas no por una teoría establecida sino por una instintiva necesidad práctica.

Pudo haber sido una conciencia así la que llevó a introducir en el Congreso, a comienzos de 1934, una legislación para regular las disputas laborales. El proyecto de ley estipulaba elecciones para la representación laboral, un comité para solventar problemas y tratar agravios. ¿No era éste precisamente el tipo de legislación para acabar con la idea de que sólo los propios trabajadores podían solucionar sus problemas? Las grandes corporaciones pensaron que era demasiado beneficiosa para el trabajador y se opusieron a ella. A Roosevelt le era indiferente.

Pero en el año 1934, una serie de oleadas laboristas señalaron la necesidad de una acción legislativa.

En 1934, fueron a la huelga un millón y medio de trabajadores de diferentes industrias. En primavera y verano, los estibadores de la costa oeste -en una insurrección de la base contra sus propios dirigentes laboristas y contra los cargadores- celebraron una convención, exigieron la abolición del shape-up (una especie de mercado de esclavos donde, por la mañana temprano, se elegían grupos de trabajadores para el día) y se declararon en huelga. Rápidamente bloquearon dos mil millas del litoral del Pacífico. Los camioneros cooperaron, negándose a transportar cargamento a los muelles, y los trabajadores marítimos se unieron a la huelga. Cuando llegó la policía para abrir los muelles, los huelguistas resistieron en masa y dos de ellos resultaron muertos por disparos de la policía. Una procesión masiva de luto por los huelguistas muertos congregó a decenas de miles de simpatizantes y más tarde se realizó en San Francisco una huelga general, con 130.000 trabajadores en huelga, que paralizó la ciudad.

 

Dos personas fallecieron en los disturbios del Bloody Thursday (San Francisco, 1934)

 

Quinientos policías de élite prestaron juramento y se reunieron 4.500 guardias nacionales, con unidades de infantería, de ametralladoras, de tanques y de artillería. El Los Angeles Times publicaba:

La expresión «huelga general» no describe correctamente la situación en San Francisco. Lo que de hecho está teniendo lugar allí es una insurrección, una revuelta inspirada y liderada por comunistas contra el gobierno organizado. Sólo cabe hacer una cosa: sofocar la rebelión mediante la fuerza que haga falta.

 

La presión se había hecho demasiado fuerte. Por un lado, estaban las tropas. Por otro, la AFL presionaba para poner fin a la huelga. Los estibadores aceptaron un acuerdo, pero habían mostrado el potencial de una huelga general.

 

 

Ese mismo verano de 1934, una huelga de camioneros en Minneapolis fue apoyada por otros trabajadores y pronto la ciudad estuvo paralizada, salvo los camiones de leche, hielo y carbón, que tenían permiso de los huelguistas. Los granjeros llevaron sus productos a la ciudad y allí los vendieron directamente a la gente. La policía atacó y mató a dos huelguistas. Cincuenta mil personas asistieron a un funeral masivo. Se congregó un enorme mitin en protesta y una marcha al ayuntamiento. Un mes después, los patrones cedieron a las peticiones de los camioneros.

En otoño de ese mismo año de 1934, tuvo lugar la mayor huelga de todas: 325.000 trabajadores textiles del sur abandonaron las fábricas y establecieron escuadras ligeras en camiones y coches para trasladarse por las áreas en huelga, organizando piquetes, luchando contra los guardias, entrando en las fábricas y soltando las cintas transportadoras de las maquinas. También aquí, como en los otros casos, el ímpetu de la huelga vino de la base, contra el reticente liderazgo sindical de la cúpula. El New York Times dijo «La situación entraña un grave peligro porque a los dirigentes se les irá de las manos»

En Carolina del Sur, se puso de nuevo en movimiento la maquinaria del Estado. Comisarios y rompehuelgas armados dispararon a los piquetes, matando a siete e hiriendo a otros siete. Pero la huelga se estaba extendiendo a Nueva Inglaterra. En Lowell (Massachusetts), se amotinaron 2.500 trabajadores textiles; en Saylesville (Rhode Island), una multitud de cinco mil personas desafió a las tropas estatales que estaban armadas con ametralladoras, y cerraron la fábrica textil. En Woonsocket (Rhode Island), dos mil personas se rebelaron porque la Guardia Nacional había disparado y matado a alguien. La multitud tomó la ciudad por asalto y cerraron la fábrica.

 

Huelguistas cuelgan una efigie de GM en las ventanas de la planta [Photo: Walter P. Reuther Library, Archives of Labor and Urban Affairs, Wayne State University]

 

Para el 18 de septiembre, 421.000 trabajadores textiles estaban en huelga por todo el país. Hubo arrestos masivos, los organizadores recibieron palizas y el número de muertos ascendió a trece.

Entonces Roosevelt tomó cartas en el asunto, estableció un comité de mediación y el sindicato suspendió la huelga.

También en el sur rural surgieron organizaciones, estimuladas a menudo por los comunistas pero fomentadas por los agravios que sufrían los granjeros arrendatarios y los labriegos -tanto negros como blancos pobres-, siempre con dificultades económicas pero golpeados aún más duramente por la depresión.

El Sindicato de Granjeros Arrendatarios del Sur empezó en Arkansas con aparceros blancos y negros y se extendió a otras áreas. El AAA (Agricultural Adjustment Administration) de Roosevelt no estaba ayudando a los granjeros más pobres. De hecho, como aconsejaba a los granjeros que cultivasen menos, obligaba a los arrendatarios y aparceros a abandonar la tierra. En 1935, de los 6.800.000 granjeros, 2.800.000 eran arrendatarios. Los ingresos medios de un aparcero eran de 312 dólares anuales. Los labriegos -que, al no tener tierra propia, se trasladaban de granja en granja, de una zona a otra- en 1933 ganaban unos 300 dólares al año.

Los granjeros negros eran los más desfavorecidos y algunos de ellos eran atraídos por los forasteros que empezaban a aparecer en su área durante la depresión aconsejándoles que se organizaran. Como rememora Nate Shaw en la extraordinaria entrevista que le hizo Theodore Rosengarten (All God’s Dangers, Todos los peligros de Dios):

Durante los años de la depresión, un sindicato comenzó a funcionar por esa zona, llamado el Sindicato de Aparceros, ¡qué bonito nombre! pensé. Y sabía que lo que estaba sucediendo era un cambio completo para el hombre del sur, ya fuera blanco o de color, era algo fuera de lo común y oí que se trataba de una organización para las clases pobres, eso era justo en lo que yo quería meterme. Quería saber sus secretos lo suficiente como para poder conocer bien la organización.

 

 

Nate Shaw relató lo que sucedió cuando estaban a punto de desahuciar a un granjero negro que no había pagado sus deudas. El comisario dijo:

«Esta mañana voy a despachar al viejo Virgil Jones. Le supliqué que no lo hiciera, se lo supliqué «Le impedirás que pueda alimentar a su familia».

 

Dispararon e hirieron a Nate Shaw cuando trataba de impedir que un comisario desahuciara a otro granjero que no había pagado sus deudas. Entonces, Shaw cogió su arma y disparó a su vez. Le arrestaron a finales de 1932 y cumplió doce años en una cárcel de Alabama. Su historia no es más que un pequeño ejemplo del gran drama anónimo de los pobres del sur durante los años del Sindicato de Aparceros. Años después de que saliera de prisión, Nate Shaw dijo lo que pensaba sobre la raza y la clase social:

Está claro como el agua. Hoy el blanco pobre y el negro pobre están en el mismo barco, los grandes petimetres los lanzaron así. El control sobre el hombre, el poder que controla está en manos del hombre rico. Esa clase se mantiene unida y dejan al blanco pobre junto con el negro. He aprendido que las acciones hablan mucho más alto que las palabras.

 

 

Hosea Hudson -un negro de la Georgia rural que a los diez años fue mozo de labranza y más tarde, un trabajador siderúrgico en Birmingham- se concienció con el caso de los muchachos de Scottsboro de 1931 (nueve jóvenes negros acusados de violar a dos chicas blancas y condenados -sin pruebas determinantes- por un jurado compuesto por blancos).

Ese año, Hudson se afilió al Partido Comunista. En 1932 y 1933, organizó a los parados negros en Birmingham. Recuerda Hudson:

Todas las semanas se reunían los comités de negros, tenían su mitin de costumbre. Hablábamos del asunto de la asistencia social, sobre lo que estaba sucediendo Leíamos el Daily Worker y el Southern Worker para saber qué estaba pasando con la ayuda a los parados, qué estaba haciendo la gente en Cleveland, las luchas en Chicago, o hablábamos de los últimos acontecimientos del caso Scottsboro. Estábamos al día, estábamos encima, de modo que la gente siempre quería venir, porque cada vez teníamos algo distinto que decirles.

 

En 1934 y 1935, cientos de miles de trabajadores excluidos de los sindicatos -tan estrechamente controlados y exclusivistas- de la American Federation of Labor (AFL) comenzaron a organizarse en las nuevas industrias de producción masiva la industria del automóvil, del caucho y del empaquetado. La AFL no podía ignorarles, de modo que estableció un Comité para la Organización Industrial que organizara a estos trabajadores al margen de los gremios, por industrias, de modo que todos los trabajadores de una fábrica formaban parte de un sólo sindicato. Después, este Comité presidido por John Lewis se desintegró y se convirtió en el Congress of Industrial Organizations (CIO, Congreso de las Organizaciones Industriales).

Pero fueron las huelgas e insurrecciones de las bases las que impulsaron a los dirigentes sindicales, al AFL y al CIO a la acción. A comienzos de los años treinta, los trabajadores del caucho en Akron (Ohio) comenzaron un nuevo tipo de táctica: la huelga de brazos caídos. Los trabajadores permanecían en la fábrica en vez de abandonarla. Esto tenía claras ventajas: imposibilitaban directamente la utilización de esquiroles; no tenían que actuar a través de dirigentes sindicales sino que ellos mismos controlaban directamente la situación, no tenían que andar a la intemperie con frío y bajo la lluvia sino que tenían un refugio; no estaban aislados, como en su trabajo o en la línea de piquetes sino que estaban miles bajo el mismo techo, con libertad para hablar entre ellos y formar una comunidad de lucha.

Esta idea se difundió a lo largo de 1936. En diciembre de ese año, comenzó la huelga de brazos caídos más larga, en la fábrica de Fisher Body, en Flint (Michigan). Comenzó cuando despidieron a dos hermanos y se prolongó hasta febrero de 1937. Durante cuarenta días, hubo una comunidad de dos mil huelguistas.

 

Una de las ametralladoras de la Guardia Nacional puesta alrededor de las plantas de la GM

 

«Era como en la guerra» dijo un huelguista, «los tíos que estaban conmigo llegaron a ser mis camaradas«. Los comités organizaron entretenimientos, puntos de información, clases, un servicio postal y un servicio de higiene. Establecieron tribunales para tratar con los que no querían lavar platos cuando les llegaba su turno, o los que tiraban basura, o los que fumaban donde estaba prohibido, o los que metían licores. El «castigo» consistía en obligaciones extras y el castigo final era la expulsión de la fábrica. El dueño del restaurante de enfrente preparaba tres comidas diarias para dos mil huelguistas. Había lecciones de procedimientos parlamentarios, de oratoria o de historia del movimiento laborista. Los licenciados de la Universidad de Michigan daban cursos de periodismo y escritura creativa.

Les dieron órdenes de desalojar pero un cerco de cinco mil trabajadores armados rodearon la fábrica y no hubo ningún intento de hacer cumplir el mandato. La policía atacó con gas lacrimógeno y los trabajadores respondieron con las mangueras de incendios. Dispararon e hirieron a trece huelguistas pero hicieron retroceder a la policía. El gobernador hizo salir a la Guardia Nacional. Para entonces, la huelga se había extendido a otras fábricas de la General Motors. Finalmente se llegó a un acuerdo: un contrato de seis meses que dejaba muchas cuestiones pendientes pero establecía que a partir de ese momento, la compañía tendría que negociar no con individuos sino con un sindicato.

En 1936 hubo 48 huelgas de brazos caídos. En 1937 hubo 477 – electricistas en San Luis, camiseros en Pulaski (Tennessee), barrenderos en Pueblo (Colorado); basureros en Bridgeport (Connecticut); enterradores en Nueva Jersey; 17 trabajadores ciegos del Gremio Neoyorquino de judíos invidentes, prisioneros de una penitenciaría de Illinois e incluso 30 miembros de la Guardia Nacional, que habían intervenido en la huelga de brazos caídos de Fisher Body y que ahora ellos mismos hacían huelga de brazos caídos porque no les habían pagado.

Estas huelgas de brazos caídos eran especialmente peligrosas para el sistema porque no eran controladas por la dirección sindical de costumbre.

La Ley Wagner de 1935, que establecía un Comité Nacional de Relaciones Laborales, se había aprobado para estabilizar el sistema frente a la agitación laboral, una necesidad aún más acuciante por la oleada de huelgas de 1936, 1937 y 1938. En Chicago, el día de la Conmemoración de los caídos de 1937, una huelga en la empresa de aceros Republic Steel hizo salir a la policía, que disparó a una multitudinaria línea de piquetes, matando a diez de ellos. Las autopsias mostraron que a los trabajadores les habían disparado por la espalda mientras huían. A este episodio se le llamó la Masacre del día de la Conmemoración de los caídos. Pero tanto Republic Steel como Ford Motor Company estaban organizadas, al igual que las otras grandes fábricas del acero, del automóvil, del caucho, de empaquetado y de la industria eléctrica.

 

Simpatizantes de la huelga fuera de la planta de la Chevrolet

 

Una corporación siderúrgica retó en los tribunales a la Ley Wagner pero el Tribunal Supremo dijo que era constitucional, que el gobierno podía regular el comercio interestatal y que las huelgas dañaban dicho comercio.

Desde el punto de vista de los sindicatos, la nueva ley ayudaba a organizar los sindicatos. Desde el punto de vista del gobierno, ayudaba a estabilizar el comercio.

A los patrones no les gustaban los sindicatos pero los podían controlar mejor. Para la estabilidad del sistema, eran mejor que las huelgas salvajes y que los obreros ocupasen las fábricas. En la primavera de 1937, un artículo del New York Times tenía el titular: «Los sindicatos del CIO combaten las huelgas de brazos caídos no autorizadas«.

De esta forma, a mediados de los años treinta, se desarrollaron dos formas sofisticadas de controlar las acciones laborales directas. Por un lado, el NLRB (Comité Nacional de Relaciones Laborales) daba categoría legal a los sindicatos, les escuchaba y resolvía algunos de sus agravios.

De esta forma, podía moderar las rebeliones laborales canalizando la energía en las elecciones -igual que el sistema constitucional canalizaba en las elecciones la posible energía conflictiva. El NLRB limitaba los conflictos económicos de la misma forma que las votaciones limitaban los conflictos políticos.

Por otro lado, la propia organización de los trabajadores -el sindicato; incluso un sindicato militante y agresivo como el CIO canalizaba la energía revolucionaria de los trabajadores en contratos, negociaciones y asambleas sindicales e intentaba minimizar las huelgas para establecer organizaciones grandes, influyentes e incluso respetables.

 

 

Parece que la historia de esos años apoya la argumentación del libro Poor People’s Movements de Richard Cloward y Frances Piven, que afirma que el laborismo consiguió más durante sus rebeliones espontáneas, antes de que los sindicatos ganasen reconocimiento o estuviesen bien organizados: «Los obreros de las fábricas ejercieron su mayor influencia y pudieron exigirle al gobierno las concesiones más importantes durante la Gran Depresión, en los años anteriores a su organización en sindicatos. Su fuerza durante la Depresión no se basaba en la organización sino en la desorganización«.

En los años cuarenta -durante la Segunda Guerra Mundial– la afiliación a los sindicatos aumentó enormemente, y en 1945, el CIO y el AFL ya tenían cada uno más de 6 millones de afiliados. Pero su poder era menor que antes y los logros mediante las huelgas fueron menguando paulatinamente. Los miembros designados al NLRB eran menos solidarios con el laborismo, el Tribunal Supremo declaró que las huelgas de brazos caídos eran ilegales y los gobiernos de los estados aprobaban leyes para obstaculizar las huelgas, los piquetes y los boicots.

La llegada de la Segunda Guerra Mundial debilitó la vieja militancia laborista de los años treinta porque la economía de guerra creó millones de nuevos empleos con mayores salarios. El New Deal sólo había logrado reducir el desempleo de 13 a 9 millones. Fue la guerra la que dio trabajo a casi todo el mundo, pero la guerra logró algo más: el patriotismo y la llamada a la unión de todas las clases contra enemigos extranjeros, dificultó aún más la movilización de la ira contra las corporaciones. Durante la guerra, tanto el CIO como el AFL prometieron no convocar ninguna huelga.

 

Poor People’s Movements

 

Sin embargo, los trabajadores tenían tales agravios -los «controles» en tiempo de guerra significaba que controlaban más sus salarios que los precios- que se vieron obligados a comprometerse con muchas huelgas salvajes; en 1944 hubo más huelgas que en cualquier año anterior de la historia americana.

Los años treinta y cuarenta mostraron más claramente que antes el dilema de los trabajadores norteamericanos. El sistema respondió a las rebeliones obreras haciéndose con nuevas formas de control -un control interno asegurado por sus propias organizaciones, así como un control externo asegurado por la ley y la fuerza. Pero junto con los nuevos controles llegaron nuevas concesiones. Dichas concesiones no resolvían los problemas básicos; para mucha gente, no resolvían nada. Pero ayudaron a la gente lo suficiente como para que se creara una atmósfera de progreso y mejora que restableciera algo de fe en el sistema.

El salario mínimo de 1938 -que estableció 40 horas laborales a la semana y prohibió el trabajo infantil- dejó a mucha gente fuera de sus disposiciones y fijó salarios mínimos muy bajos (el primer año, 25 centavos a la hora). Pero era suficiente para aplacar el resentimiento. Sólo se construían viviendas para un pequeño porcentaje de la gente que las necesitaba, pero aliviaba saber que había proyectos de viviendas de protección oficial, parques para los niños, apartamentos sin bichos, y que construían nuevas viviendas donde antes había casas desvencijadas. La IVA (Autoridad del Valle de Tennessee) propuso interesantes planes para crear empleo, mejorar las zonas y proveer energía barata con control local en vez de nacional. La Ley de Seguridad Social daba subsidios por jubilación y por desempleo y destinaba fondos estatales para madres con niños a su cargo, pero excluía a los granjeros, a los empleados domésticos y a las personas mayores y no ofrecía seguro sanitario. Las ventajas de la seguridad social eran insignificantes en comparación con la seguridad que obtenían las corporaciones.

El New Deal dio dinero federal para poner a trabajar a miles de escritores, artistas, actores y músicos en Proyectos Federales para el Teatro, Proyectos Federales para Escritores y Proyectos Federales para Artistas. Se pintaban murales en los edificios públicos, se representaban obras teatrales para audiencias de clase obrera que nunca habían visto una, se escribían y publicaban cientos de libros y panfletos. La gente escuchaba sinfonías por primera vez. Fue un estimulante resurgimiento de las artes para la gente, un auge que no se había dado antes en la historia americana y que no se volvería a dar después. Pero en 1939, con el país más estable y el impulso reformador del New Deal debilitado, se eliminaron los programas para subvencionar las artes.

Cuando concluyó el New Deal, el capitalismo permanecía intacto. Los ricos aún controlaban la riqueza de la nación, así como las leyes, los tribunales, la policía, los periódicos, las iglesias y las universidades. Se había dado la ayuda suficiente a las personas suficientes como para hacer de Roosevelt un héroe para millones de personas, pero permanecía el mismo sistema que había traído la depresión y la crisis, el sistema del despilfarro, de la desigualdad y del interés por el beneficio más que por las necesidades humanas. Para los negros, el New Deal fue psicológicamente alentador (la Sra. Roosevelt era solidaria, algunos negros consiguieron puestos en la administración) pero los programas del New Deal ignoraron a la mayoría de los negros. Los negros que eran arrendatarios, labriegos, trabajadores itinerantes o trabajadores domésticos, no tenían derecho al subsidio por desempleo, al salario mínimo, a la seguridad social ni a los subsidios agrarios.

 

Asa Philip Randolph (15 de abril de 1889 – 16 de mayo de 1979), fue un sindicalista del Movimiento obrero y del Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos. En 1911, Randolph se mudó a Nueva York, concretamente al Harlem, buscando convertirse en actor.

 

Roosevelt, por no ofender a los políticos sureños blancos, cuyo apoyo político necesitaba, no presionó para sacar adelante un proyecto de ley contra los linchamientos. En las fuerzas armadas, los blancos y los negros estaban separados. A la hora de conseguir empleo, los trabajadores negros estaban discriminados. Eran los últimos en ser contratados y los primeros en ser despedidos. Sólo cuando A. Philip Randolph, presidente del Sindicato de Mozos de Coches-cama amenazó con una marcha masiva sobre Washington, acordó firmar Roosevelt un mandato ejecutivo para establecer un Comité para la Práctica del Empleo Justo (FEPC). Pero el FEPC carecía de poder para entrar en vigor y cambió poco las cosas.

El barrio negro de Harlem, a pesar de todas las reformas del New Deal, continuó como estaba. Allí vivían 350.000 personas, 233 personas por acre, en comparación con las 133 personas por acre del resto de Manhattan. En veinticinco años, la población de Harlem se había multiplicado por seis. Diez mil familias vivían en bodegas y sótanos. La tuberculosis era moneda corriente. Aproximadamente la mitad de las mujeres casadas trabajaban como empleadas de hogar Iban al Bronx y se reunían en las esquinas -que la gente llamaba «mercados de esclavos«- para ofrecer sus servicios. Poco a poco apareció la prostitución.

En 1932, en el hospital de Harlem moría, en proporción, el doble de personas que en el hospital Bellevue, situado en el centro del área de los blancos.

El 19 de marzo de 1935, aunque se estaban aprobando las reformas del New Deal, Harlem explotó. Diez mil negros arrasaron las calles, destruyendo propiedades de comerciantes blancos. Dos negros resultaron muertos.

A mediados de los años treinta, un joven poeta negro llamado Langston Hughes escribió un poema titulado Let America Be America Again (Dejad que América sea otra vez América):

I am the poor white, fooled and pushed apart,

I am the Negro bearing slavery’s scars

I am the red man driven from the land,

I am the immigrant clutching the hope I seek

And finding only the same old stupid plan.

Of dog eat dog, of mighty crush the weak…

O, let America be America again

The land that never has been yet

(Soy el blanco pobre de quien se burlan, a quien empujan / soy el negro con las cicatrices de la esclavitud / Soy el indio a quien expulsan de su tierra / soy el inmigrante que se aferra a la esperanza que busco / y que solo encuentra el mismo plan estúpido de siempre / donde el hombre es un lobo para el hombre y donde el fuerte pisa al débil / O, dejad que América sea otra vez América / La tierra que nunca ha sido aun)

 

Langston Hughes fotografiado en 1936 por Carl Van Vechten.

 

Sin embargo, en los años treinta, para los blancos del norte y del sur, los negros eran invisibles. Sólo los radicales intentaron romper las barreras raciales: los socialistas, trotskistas y sobre todo los comunistas. Influido por los comunistas, el CIO estaba organizando a los negros de las industrias de producción masiva. Aún usaban a los negros como esquiroles, pero ahora hubo también intentos de unir a blancos y negros contra su enemigo común.

En los años treinta, no hubo un gran movimiento feminista, pero muchas mujeres de la época se involucraron en movimientos laboristas. Una poetisa de Minnesota, Meridel LeSeuer, tenía 34 años cuando la gran huelga de camioneros paralizó Minneapolis en 1934. LeSeuer se involucró en la huelga y más tarde describió sus experiencias:

Nunca había estado en una huelga. Lo cierto es que tenía miedo. «¿Necesatáis ayuda?» pregunté con ansiedad. Servíamos miles de tazas de café a males de hombres. Vi cómo sacaban hombres de los coches y los ponían en las camas del hospital, en el suelo. Un martes, el día del funeral, se concentraron mil soldados más en el centro de la ciudad. Había más de cuarenta grados a la sombra. Fui a las funerarias y miles de hombres y mujeres estaban allí congregados, esperando bajo un sol terrible. Me acerqué y me puse junto a ellos. Ignoraba si podía desfilar. No me gustaba desfilar en manifestaciones. Tres mujeres me llevaron con ellas. «Queremos que desfilen todos -dijeron amablemente-, ven con nosotras«

 

Años después, Sylvia Woods contó a Alice y Staughton Lynd sus experiencias en los años 30, cuando trabajaba en una lavandería y como organizadora sindical:

Tienes que decir a la gente cosas que puedan ver. Entonces dirán: «Ah, nunca había pensado en eso» o «nunca lo había visto de esa forma» …como Tennessee. Odiaba a los negros. El pobre aparcero un día bailó con una negra. Así que he visto cambiar a la gente. Esta es la fe que has de tener en las personas.

 

En esos días de crisis y rebelión muchos americanos empezaron a cambiar de forma de pensar. En Europa, Hitler estaba en marcha. Al otro lado del Pacífico, Japón estaba invadiendo China. Nuevos imperios estaban amenazando a los imperios occidentales, y para Estados Unidos, la guerra no estaba lejos.