LA VOLUNTAD NACIONAL Y LA SOBERANÍA DEL PUEBLO, por Alexis de Tocqueville

La voluntad nacional es una de las palabras de las que los intrigantes de todos los tiempos y los déspotas de todas las épocas han abusado más. Unos han visto su expresión en los sufragios comprados por algunos agentes del poder; otros, en los votos de una minoría interesada o temerosa; y los hay, incluso, que la han percibido plenamente formulada en el silencio de los pueblos y han deducido que del “hecho” de la obediencia nacía para ellos el “derecho” del mando. En América, el principio de la soberanía del pueblo no es cosa oculta o estéril, como en ciertas naciones, sino que se le reconoce en las costumbres y se le proclama en las leyes, se extiende con libertad y llega sin obstáculos a sus últimas consecuencias. Tan pronto, como en Atenas, es el pueblo en corporación el que hace las leyes, como son unos diputados elegidos por voto universal, los que lo representan y actúan en su nombre bajo vigilancia casi inmediata. El pueblo participa en la elaboración de las leyes designando a los legisladores, y en su aplicación, eligiendo a los agentes del poder ejecutivo. Puede decirse que es él mismo quien gobierna, tan débil y restringida es la parte dejada a la administración. El pueblo reina sobre el mundo político americano como Dios sobre el Universo. El es la causa y el fin de todas las cosas; todo sale de él y todo se incorpora de nuevo a él

 

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Cuando se quiere hablar de las leyes políticas de los Estados Unidos siempre hay que comenzar por el dogma de la soberanía del pueblo.

La voluntad nacional es una de las palabras de las que los intrigantes de todos los tiempos y los déspotas de todas las épocas han abusado más. Unos han visto su expresión en los sufragios comprados por algunos agentes del poder; otros, en los votos de una minoría interesada o temerosa; y los hay, incluso, que la han percibido plenamente formulada en el silencio de los pueblos y han deducido que del “hecho” de la obediencia nacía para ellos el “derecho” del mando.

LA SOBERANÍA SE RECONOCE EN LAS COSTUMBRES Y EN LAS LEYES

EAmérica, el principio de la soberanía del pueblo no es cosa oculta o estéril, como en ciertas naciones, sino que se le reconoce en las costumbres y se le proclama en las leyes, se extiende con libertad y llega sin obstáculos a sus últimas consecuencias.

Si hay algún país en el mundo en el que se pueda comprender en su justo valor el dogma de la soberanía del pueblo, estudiar su aplicación a los asuntos de la sociedad y juzgar sus ventajas y sus peligros, este país es indudablemente América.

Dos obstáculos, exterior el uno e interior el otro, retrasaron su marcha invasora. No podía salir a la luz ostensiblemente en el seno de las leyes, puesto que aun las colonias estaban constreñidas a obedecer a la metrópoli. Tenía, pues, que ocultarse en las asambleas provinciales y sobre todo en el municipio, donde se propagaba en secreto.

La sociedad americana de entonces todavía no estaba preparada para adoptarlo con todas sus consecuencias. La cultura en Nueva Inglaterra y las riquezas en el sur de Hudson, durante largo tiempo ejercieron una especie de influencia aristocrática que tendía a concentrar en pocas manos el ejercicio de los poderes sociales. Aún faltaba mucho para que todos los funcionarios públicos fuesen elegidos y todos los ciudadanos electores.

 

ESTALLÓ LA REVOLUCIÓN AMERICANA

 

Estalló la revolución americana. El dogma de la soberanía del pueblo salió del municipio y se adueñó del gobierno; todas las clases se unieron a su causa. Se combatió y se triunfó en su nombre, y acabó siendo la ley de las leyes.

Un cambio casi tan rápido se efectuó en el interior de la sociedad. En el momento en que ese efecto de las leyes y de la revolución comenzó a revelarse ante los ojos de todos, la victoria se pronunció irrevocablemente a favor de la democracia. El poder estaba ya, de hecho, entre sus manos. Ni siquiera estaba permitido luchar contra ella. Las clases altas se sometieron, pues, sin murmurar ni combatir… Dado que ya no se podía arrancar la fuerza de las manos del pueblo y que no se detestaba lo bastante a la multitud para sentir el deseo de provocarla, no se pensó más que en ganarse su benevolencia a toda costa.

 

Así pues, las leyes más democráticas fueron votadas a porfía por los hombres cuyos intereses resultaban más lesionados. De esta manera, las clases altas no excitaron en su contra las pasiones populares, pero ellas mismas apresuraron el triunfo del nuevo orden. Así, ¡cosa singular!, se observó un impulso democrático mucho más irresistible en los Estados en que la aristocracia tenía mayor arraigo.

El Estado de Maryland, que había sido fundado por grandes señores, fue el primero en proclamar el voto universal y en introducir en el conjunto de su gobierno las formas más democráticas.

 

EN DEMOCRACIA NO HAY PODER FUERA DE LA SOCIEDAD

 

En nuestros días el principio de la soberanía del pueblo ha adquirido en los Estados Unidos todos los desarrollos prácticos imaginables. Se ha desligado de las ficciones con las que ha sido cuidadosamente rodeado en otras partes, y se le ve revestir sucesivamente todas las formas, según la necesidad del caso. Tan pronto, como en Atenas, es el pueblo en corporación el que hace las leyes, como son unos diputados elegidos por voto universal, los que lo representan y actúan en su nombre bajo vigilancia casi inmediata.

Hay países en los que un poder, en cierto modo exterior al cuerpo social, obra sobre él y le obliga a marchar por una determinada vía. Hay otros donde la fuerza está dividida, hallándose situada a la vez dentro de la sociedad y fuera de ella. Nada semejante ocurre en los Estados Unidos. Allí la sociedad actúa por sí misma y sobre ella misma, no hay poder fuera de su seno; no se encuentra incluso, casi nadie que atreva a concebir, y sobre todo, a expresar, la idea de buscarlo fuera de ella.

 

El pueblo participa en la elaboración de las leyes designando a los legisladores, y en su aplicación, eligiendo a los agentes del poder ejecutivo. Puede decirse que es él mismo quien gobierna, tan débil y restringida es la parte dejada a la administración, y tanto acusa ésta su origen popular y obedece al poder de donde emana. El pueblo reina sobre el mundo político americano como Dios sobre el Universo. El es la causa y el fin de todas las cosas; todo sale de él y todo se incorpora de nuevo a él.

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ALEXIS DE TOCQUEVILLELa democracia en América, 1835. FD, 23/06/2006.

Alexis Henri Charles de Clérel, vizconde de Tocqueville (Verneuil-sur-Seine, Isla de Francia, 29 de julio de 1805-Cannes, 16 de abril de 1859), fue un pensador, jurista, político e historiador francés, precursor de la sociología clásica y uno de los más importantes ideólogos del liberalismo; bisnieto del también político y ministro de Luis XVI, Guillaume-Chrétien de Lamoignon de Malesherbes.

Nacido el 29 de julio de 1805 en una familia de ultramonárquicos que perdió a varios de sus miembros durante el período conocido como "el Terror" de la Revolución francesa, la caída de Robespierre en el año II (1794) libró in extremis a sus padres de la guillotina. Probablemente por esta razón, desconfió toda su vida de los revolucionarios, sin que ello lo llevara a planteamientos ultraconservadores.

Estudió Derecho y obtuvo una plaza de magistrado en Versalles en 1827. Sin embargo, su inquietud intelectual le llevó a aceptar una misión gubernamental para viajar a los Estados Unidos a estudiar su sistema penitenciario (1831). Su estancia allí duró dos años. Fruto de este viaje fue su primera obra: Del sistema penitenciario en los Estados Unidos y de su aplicación en Francia (1833). Sin embargo, su estancia en Estados Unidos le sirvió para profundizar en el análisis de los sistemas político y social estadounidenses, que describió en su obra La democracia en América (1835-1840).

De regreso de sus viajes a Estados Unidos, Tocqueville abandonó definitivamente la magistratura para dedicarse a la política y a la producción intelectual. En 1838 ingresó en la Academia de Ciencias Morales y Políticas. En 1839 fue elegido diputado por el pueblo de Normandía que lleva su mismo nombre, Tocqueville (del que habla en su obra Souvenirs), y en 1841 llegó a la Academia Francesa. Se opuso tanto a la Revolución de 1848 (que acabó con la monarquía de Luis Felipe de Orleans) como al golpe de estado de Luis Napoleón en 1851-1852 (que acabó con la Segunda República Francesa y dio paso al Segundo Imperio, con Luis Napoleón como Napoleón III); fue uno de los diputados arrestados durante el golpe. En el intervalo, fue brevemente ministro de Asuntos Exteriores (1848) de la Segunda República, y vicepresidente de la Asamblea Nacional (1849). Tras el advenimiento del Segundo Imperio, Tocqueville se retiró de la vida pública y se dedicó a la que sería su obra cumbre (junto con De la democracia en América), inacabada: El Antiguo Régimen y la Revolución (1856). En 1858, su salud se resintió y fue enviado al sur de Francia, donde murió (Cannes, 1859). Sus obras completas fueron publicadas en nueve volúmenes por H. G. de Beaumont (1860-1865).

La afirmación sin fisuras de lo que se considera un hecho fundamental y trascendente: la tendencia de las sociedades modernas hacia la igualdad de condiciones entre las personas. Es una tendencia claramente anclada en el pasado, que permite encontrar unidad en todo el complejo y plural devenir histórico. Esta idea central nos permite seguir su obra según la oposición entre aristocrático y democrático (o entre aristocrático e igualitario).

Insistió en que esta tendencia se podía realizar de las más variadas formas y coexistir con muy diferentes tipos de organización. Los progresistas estarán en contra en este punto ya que piensan que hay una vía única (periodización de las edades del hombre que no se pueden saltar). Aquí introduce la idea sobre que la tendencia a la igualdad se produce de forma inconsciente (idea que luego veremos en Marx).

Tocqueville propone una filosofía de la historia, algo muy propio de los siglos XVIII y XIX; una visión que otorga sentido general a toda la evolución histórica. La diferencia de Tocqueville con otras filosofías de la historia es que considera que el despliegue de esa razón de ese proceso histórico es del todo impredecible.

En la obra de Tocqueville también hay que destacar importantes aportaciones metodológicas; asume una metodología que en muchos casos es novedosa y que tiene muchos puntos en común con Max Weber.

Partiendo de fenómenos o datos empíricos muy precisos, pasaba a la construcción de modelos que aspiran a hacer comprensible la realidad general. La novedad es que estos modelos no reflejaban al pie de la letra la realidad, sino que se dedicaban a privilegiar rasgos de esta realidad (más tarde lo hará Max Weber, y se llamará categoría o «tipo ideal»). No era una media: se trataba de exagerar unos rasgos para entender una realidad, llegando a veces, a caricaturizarla. Este era el objeto de trabajo de Tocqueville y su tendencia era buscar datos para hacer construcciones generales.

Para Tocqueville, el cambio social es el resultado de la aspiración a la igualdad de los hombres.

Para él, si la humanidad debe elegir entre la libertad y la igualdad, siempre decidirá en favor de la segunda, incluso a costa de alguna coacción, siempre y cuando el poder público proporcione el mínimo nivel necesario de vida y seguridad.

Sin embargo, al examinar la obra de Tocqueville La democracia en América la libertad en las sociedades democráticas es un bien superior que debe sobreponerse a la igualdad, ya que a pesar de que la igualdad sea un rasgo común en la historia de la humanidad no significa que sea buena, pues la igualdad tiene connotaciones morales que inciden en la relación entre los ciudadanos y el Estado.

Al situarse las personas en condiciones sociales iguales, los lazos de unión que tenían en otras épocas desaparecen generando en el ciudadano una idea de desprendimiento de cualquier clase de relación con sus semejantes. En cuanto a la relación con el Estado, se toman estas ideas para perpetuarse, al presentar como moralmente bueno el ciudadano que vive aislado del otro y del Estado, es decir el tipo de estado déspota al cual Tocqueville referencia en su obra respecto a las debilidades en las que podría caer un Estado democrático.

La libertad política, en contraste, es un bien que se debe seguir a todo momento en las sociedades democráticas, aunque sus efectos sean a largo plazo y no beneficien a toda la gente son necesarios para mostrarle al ciudadano que vive con otras personas, que necesita de ellas para vivir y que requiere del Estado para desarrollarse como ciudadano y como miembro de la sociedad. De este modo, la libertad política acaba con alguna posibilidad de engendrar despotismo en la sociedad democrática.

La cuestión sigue siendo de actualidad, es la adecuación entre esta doble reivindicación de libertad e igualdad: «las naciones hoy en día no saben hacer que en su seno las condiciones no sean iguales, pero depende de ellos que la igualdad lleve a la servidumbre o a la libertad, a las luces o a la barbarie, a la prosperidad o a la miseria».

 

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Descarga: Sobre la democracia en América por Alexis Tocqueville (1835-1840)

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