Reflexión sobre el khaos como vacío que ocupa un hueco en la nada cósmica y su relación con el “escenario teleonómico” que imperará en las relaciones geopolíticas y socio-económicas de la próxima década
Por GERMÁN GORRAIZ LÓPEZ- Analista
Shakespeare, por boca de un asustado Enrique IV expresa el miedo y la impotencia del hombre debido a la ausencia de certezas ante el caos de la mudanza : “¡Dios mío, si tuviésemos la opción de leer en el libro del destino y ver del tiempo las revoluciones, ver cómo la ocasión se burla y cómo llena el cambio la copa de Mudanza con diversos colores”.Por caos entendemos algo impredecible y que se escapa a la miope visión que únicamente pueden esbozar nuestros ojos ante hechos que se escapan de los parámetros conocidos pues nuestra mente es capaz de secuenciar únicamente fragmentos de la secuencia total del inmenso genoma del caos, con lo que inevitablemente recurrimos al término “efecto mariposa” para intentar explicar la vertiginosa conjunción de fuerzas centrípetas y centrífugas que terminarán por configurar el puzzle inconexo del caos ordenado que se está gestando.
El citado” efecto mariposa” trasladado a sistemas complejos como la Demoscopia tendría como efecto colateral la imposibilidad de detectar con antelación un futuro mediato pues los modelos cuánticos que utilizan serían tan sólo simulaciones basadas en modelos precedentes, con lo que la inclusión de tan sólo una variable incorrecta o la repentina aparición de una variable imprevista provoca que el margen de error de dichos modelos se amplifique en cada unidad de tiempo simulada hasta exceder incluso el límite estratosférico del cien por cien, de lo que sería paradigma el inesperado triunfo de los partidarios de la salida del Reino Unido de la Unión Europea (Brexit) y la sorpresiva victoria de Donald Trump.
Instauración del “escenario teleonómico”
El biólogo francés Jacques L. Monod en su ensayo “El azar y la necesidad” (1.970) explica que las variables del logos y el azar de la evolución humana serían aspectos complementarios de la necesaria adaptación evolutiva de los seres vivos ante los cambios drásticos para asegurar su éxito reproductor (supervivencia) con lo que asistiríamos a la irrupción de un “escenario teleonómico” en contraposición al llamado “escenario teleológico” vigente en la actual sociedad occidental. El Brexit marcará pues el finiquito del “escenario teleológico” en el que la finalidad de los procesos creativos eran planeadas por modelos finitos que podían intermodelar o simular varios futuros alternativos y en los que primaba la intención, el propósito y la previsión y su sustitución por el “escenario teleonómico”, marcado por dosis extrema de volatilidad y que afectará de manera especial a sistemas complejos como la Meteorología, la Detección y Prevención de Epidemias, los Flujos Migratorios, la Bolsa de Valores y el Nuevo Orden Geopolítico Mundial.
En el plano económico, el fenómeno de la globalización económica ha conseguido que todos los elementos racionales de la economía estén interrelacionados entre sí debido a la consolidación de los oligopolios, la convergencia tecnológica y los acuerdos tácitos corporativos por lo que la tercera ola de la recesión económica que se avecina será global y vinculante y tendrá como efecto colateral el irreversible ocaso de la economía global.
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LA LIBRE ACCIÓN DEL PODER COLECTIVO, por Alexis de Tocqueville
“No hay nada que la voluntad humana desespere de lograr por medio de la libre acción del poder colectivo de los individuos. Una asociación consiste únicamente en la adhesión pública de un cierto número de individuos a tales o cuales doctrinas, y en el compromiso que contraen de contribuir en determinada forma a hacerlas prevalecer. Así, el derecho de asociación casi se confunde con la libertad de prensa; pero ya la asociación posee un poder mayor que la prensa. Cuando a una asociación política se le deja situar focos de acción en puntos importantes del país, su actividad y su influencia se amplifican y extienden. Allí los hombres se ven, se maquinan medios de ejecución, las opiniones se despliegan con esa fuerza y ese calor que jamás puede alcanzar el pensamiento escrito. Los partidarios de una misma opinión pueden reunirse en colegios electorales y nombrar mandatarios que les representen en una asamblea central. Constituye, hablando con propiedad, el sistema representativo aplicado a un partido. Cierto que no tienen el derecho de hacer la ley; pero tienen el poder de atacar la que existe y de formular de antemano la que debe existir. En los países donde no existen tales asociaciones, si los particulares no pueden crear algo semejante no veo ningún otro dique que oponer a la tiranía, y un gran pueblo puede ser oprimido impunemente por un puñado de facciones o por un hombre.”
América es el país del mundo que más partido ha sacado de la asociación y donde se ha aplicado este poderoso medio de acción a una mayor diversidad de objetos. Aparte de las asociaciones permanentes creadas por la ley bajo el nombre de municipios, ciudades y condados, hay otras muchas que únicamente deben su nacimiento y desarrollo al capricho individual.
EL PODER COLECTIVO DE LOS INDIVIDUOS ASOCIADOS PUEDE LOGRAR CUANTO SE PROPONGA
El habitante de los Estados Unidos aprende al nacer que tiene que apoyarse en sí mismo para luchar contra los males y dificultades de la vida; no echa sobre la autoridad social más que una mirada desconfiada e inquieta, y no apela a su poder más que cuando no tiene otro remedio.
Esto empieza a percibirse en la escuela, donde los niños se someten, hasta en sus juegos, a reglas establecidas por ellos y castigan por sí solos los delitos asimismo por ellos definidos. El mismo espíritu se encuentra en todos los actos de la vida social. Surge un obstáculo en la vía pública, el paso se interrumpe, la circulación se para; inmediatamente los vecinos se constituyen en cuerpo deliberante; de esta improvisada asamblea saldrá un poder ejecutivo que aliviará el mal antes de que a ninguno de los interesados se le pase por la imaginación la idea de una autoridad preexistente. Si se trata de alguna fiesta, todos se asociarán para dar a ésta mayor esplendor y regularidad. La gente se une, en fin, para resistir a enemigos puramente intelectuales; se combate en común la intemperancia.
En los Estados Unidos los individuos se asocian con fines de seguridad pública, de comercio y de industria, de moral y de religión. No hay nada que la voluntad humana desespere de lograr por medio de la libre acción del poder colectivo de los individuos. Reconocido el derecho de asociación, los ciudadanos pueden hacer uso de él de modos diferentes.
Una asociación consiste únicamente en la adhesión pública de un cierto número de individuos a tales o cuales doctrinas, y en el compromiso que contraen de contribuir en determinada forma a hacerlas prevalecer. Así, el derecho de asociación casi se confunde con la libertad de prensa; pero ya la asociación posee un poder mayor que la prensa.
Cuando una opinión está representada por una asociación, tiene que adoptar una forma más neta y precisa. Cuenta con sus partidarios y los compromete a su causa. Estos aprenden a conocerse unos a otros, y su ardor se acrecienta con el número. La asociación reúne en un haz los esfuerzos de los espíritus divergentes, y los impulsa con vigor hacia un fin claramente indicado por ella.
El segundo grado en el ejercicio del derecho de asociación es el de poder reunirse. Cuando a una asociación política se le deja situar focos de acción en puntos importantes del país, su actividad y su influencia se amplifican y extienden. Allí los hombres se ven, se maquinan medios de ejecución, las opiniones se despliegan con esa fuerza y ese calor que jamás puede alcanzar el pensamiento escrito.
CÓMO SE CONSTITUYE UNA ASOCIACIÓN POLÍTICA
Existe finalmente en el ejercicio del derecho de asociación en materia política, un último grado: los partidarios de una misma opinión pueden reunirse en colegios electorales y nombrar mandatarios que les representen en una asamblea central. Constituye, hablando con propiedad, el sistema representativo aplicado a un partido.
Así pues, en el primer caso los hombres que profesan una misma opinión establecen entre ellos un lazo puramente intelectual; en el segundo se reúnen en pequeñas asambleas que no representan más que a una fracción del partido, y en el último forman como una nación aparte dentro de la nación, un gobierno dentro del gobierno. Sus mandatarios, semejantes a los mandatarios de la mayoría, representan por sí solos toda la fuerza colectiva de sus partidarios; como estos últimos, adquieren una máscara de nacionalidad y la fuerza moral consiguiente. Cierto que no tienen, como ellos, el derecho de hacer la ley; pero tienen el poder de atacar la que existe y de formular de antemano la que debe existir.
Imaginemos a un pueblo que no esté perfectamente habituado al uso de la libertad, o en el que fermenten profundas pasiones políticas. Al lado de la mayoría que hace las leyes, coloquemos a una minoría que no se encargue más que de los considerandos y se preocupe por el articulado; resultará evidente que el orden público quedaría expuesto a toda clase de eventualidades.
Entre probar que una ley es mejor en sí que otra, y probar que aquélla debe sustituir a ésta, hay mucha diferencia. Pero donde el espíritu de los hombres ilustrados sigue viendo aún una gran distancia, la imaginación de las masas ya no la percibe. Por otra parte, hay épocas en que una nación se divide casi por igual en dos partidos, cada uno de los cuales pretende representar a la mayoría. Si junto al poder que dirige viene a establecerse un poder cuya autoridad moral es casi tan grande como la suya, ¿es de creer que se limitará mucho tiempo a hablar, sin obrar?
¿Se detendrá siempre ante la consideración metafísica de que el fin de las asociaciones es el dirigir las opiniones y no el de constreñirlas, el de recomendar la ley, y no elaborarla?
Cuanto más observo la independencia de la prensa en sus principales efectos, más que convenzo de que en los tiempos modernos la independencia de la prensa es el elemento capital y, por así decirlo, constitutivo de la libertad. Todo pueblo que quiera conservar su libertad tiene, pues, derecho a exigir que se la respete a toda costa. Pero la libertad ilimitada de asociación en materia política no debe confundirse con la libertad de prensa. La una es a la vez menos necesaria y más peligrosa que la otra. Una nación puede ponerse límites sin dejar de ser dueña de sí misma; a veces tiene incluso que hacerlo para seguir siéndolo. En América la libertad de asociación con fines políticos es ilimitada.
LA LIBERTAD DE ASOCIACIÓN, UNA GARANTÍA CONTRA LA TIRANÍA DE LA MAYORÍA
En nuestra época, la libertad de asociación se ha convertido en una garantía necesaria contra la tiranía de la mayoría. En los Estados Unidos, cuando el partido predomina, todo el poder público pasa a sus manos; sus gentes particulares ocupan todos los puestos y disponen de todas las fuerzas organizadas. Los hombres más distinguidos del partido contrario, como no pueden franquear la barrera que les separa del poder, tienen que establecerse fuera de él; es necesario que la minoría oponga toda su fuerza moral a la potencia material que la oprime. Es, pues, un peligro que se opone a otro peligro más de temer.
La omnipotencia de la mayoría me parece un peligro tan grande para las repúblicas americanas, que el arriesgado medio de que se valen para limitarlo constituye, en mi opinión, un bien.
Expresaré aquí un pensamiento que recordará lo que he dicho en otro lugar al hablar de las libertades municipales: no hay país donde las asociaciones sean más necesarias para impedir el despotismo de los partidos o la arbitrariedad del príncipe, que aquél cuyo estado social es democrático. En las naciones aristocráticas, los cuerpos sociales secundarios forman asociaciones naturales que frenan los abusos de poder. En los países donde no existen tales asociaciones, si los particulares no pueden crear artificial y momentáneamente algo semejante no veo ningún otro dique que oponer a la tiranía, y un gran pueblo puede ser oprimido impunemente por un puñado de facciones o por un hombre.
Hay que admitir que la libertad ilimitada de asociación en materia política es, de todas las libertades, la máxima que un país puede soportar. Si no le hace caer en la anarquía, hace al menos que la roce a cada instante. Esta libertad tan peligrosa ofrece, sin embargo, garantías respecto a un punto: en los países donde las asociaciones son libres, no se conocen las sociedades secretas. En América hay facciones, pero no conspiradores.
Después de la libertad de obrar solo, la más natural al hombre es la de combinar su esfuerzo con los de sus semejantes para obrar en común. El derecho de asociación me parece, pues, casi tan inalienable por naturaleza como la libertad individual. El legislador no podría tratar de destruirlo sin atacar a la sociedad misma. No obstante, hay pueblos en los cuales la libertad de asociación es sólo bienhechora y fecunda, mientras que en otros los excesos la desnaturalizan, y de un elemento de vida hacen una causa de destrucción.
Creo que la comparación de las diversas vías que siguen las asociaciones en los países donde la libertad se comprende, y en esos otros donde esa libertad es transformada en libertinaje, puede ser tan útil a la vez a los gobiernos como a los partidos.
EN EUROPA, UNA ASOCIACIÓN ES UN EJÉRCITO QUE NO USA SIEMPRE MEDIOS LEGALES PARA LLEGAR AL PODER
La mayoría de los europeos ven aún en la asociación un arma de guerra que se forma apresuradamente para ir a probarla de inmediato en el campo de batalla.
Los individuos se asocian, ciertamente, con el fin de hablar, pero la idea inmediata de obrar preocupa a todos los espíritus. Una asociación es un ejército; en ella se habla para comprometerse y animarse; luego se marcha hacia el enemigo. A los ojos de quienes la componen, los recursos legales pueden parecer medios, pero nunca son el único medio para lograr el fin.
No es ésta la manera de entender el derecho de asociación en los Estados Unidos. En América, los ciudadanos que forman la minoría se asocian, en primer lugar, para constatar su número y debilitar así el imperio moral de la mayoría; el segundo objeto de los asociados es el de poner en cuestión y descubrir los argumentos más adecuados para hacer impresión sobre la mayoría, puesto que siempre tienen la esperanza de atraerse a esta última y, en su nombre, disponer del poder.
Las asociaciones políticas en los Estados Unidos son pacíficas en su objetivo y legales por sus medios, y cuando aseguran no querer triunfar más que por la ley, en general dicen la verdad.
En Europa existen partidos que difieren de tal modo de la mayoría, que no pueden esperar hallar en ella un apoyo, y estos mismos partidos se creen lo bastante fuertes para luchar contra dicha mayoría. Cuando un partido de esta especie forma una asociación no pretende convencer, sino combatir. En América, los hombres distantes de la mayoría por sus opiniones no pueden nada contra su poder: todos los demás esperan conquistarla.
El ejercicio del derecho de asociación se hace, pues, más peligroso en proporción a la imposibilidad en que se hallen los grandes partidos para convertirse en mayoría. En un país como los Estados Unidos, donde las opiniones sólo difieren en matices, el derecho de asociación puede mantenerse, por así decirlo, sin límites.
LA INEXPERIENCIA EN LA LIBERTAD NOS LLEVA A USAR LAS ASOCIACIONES PARA HACER LA GUERRA AL GOBIERNO
Otra cosa que nos lleva a no ver en la libertad de asociación más que el derecho de hacer la guerra a nuestros gobernantes es nuestra inexperiencia en materia de libertad. La primera idea que se presenta tanto al espíritu de un partido como a la del hombre cuando se siente con fuerzas, es la de la violencia; la idea de la persuasión llega más tarde; nace de la experiencia.
Los ingleses, que tan profundamente divididos están entre ellos, rara vez abusan del derecho de asociación debido al largo uso que han hecho de él. Existe además, entre nosotros, un gusto tan desmedido por la guerra que no hay empresa, por insensata que sea -aunque tuviese por causa derribar al Estado-, en cuya defensa no nos parezca glorioso morir con las armas en la mano.
Pero de todas las causas que concurren en los Estados Unidos a moderar las violencias de la asociación política, la más poderosa es quizá el sufragio universal. En los países donde el sufragio está admitido la mayoría nunca es dudosa, ya que ningún partido podría arrogarse la representación de aquellos que no le han votado.
Las asociaciones saben, pues, como todo el mundo, que no representan a la mayoría. Ello resulta del hecho mismo de su existencia; pues si la representaran, ellas mismas cambiarían la ley en lugar de pedir su reforma. La fuerza moral del gobierno que atacan se ve así muy aumentada; la suya, debilitada.
En Europa casi no hay asociaciones que no pretendan o no crean representar a la mayoría. Esta pretensión o esta creencia aumenta prodigiosamente su fuerza y sirve maravillosamente para legitimar sus actos. Pues ¿qué hay más excusable que la violencia si se hace triunfar la causa oprimida del derecho?
Así es cómo, en la inmensa complejidad de las leyes humanas, sucede a veces que la extrema libertad corrige los abusos de la libertad, y la extrema democracia previene los peligros de la democracia.
¿CÓMO PUEDE QUERER SER LIBRE EL QUE SOMETE SU PENSAMIENTO A OTRO?
En Europa las asociaciones se consideran en cierto modo como el consejo legislativo y ejecutivo de la nación, que por sí mismo no puede elevar la voz. Partiendo de esta idea obran y mandan. En América, donde las asociaciones no representan, a los ojos de todos, más que a una minoría de la nación, hablan y elevan peticiones.
Los medios de que se sirven las asociaciones en Europa concuerdan con el fin que se proponen. Siendo el objeto principal de estas asociaciones el de obrar y no el de hablar, el de combatir y no el de convencer, las lleva de un modo natural a darse una organización que nada tiene de civil y a introducir en su seno hábitos y máximas militares; así, las vemos centralizar todo lo posible la dirección de sus fuerzas y depositar el poder de todos en manos de unos pocos.
Los miembros de estas asociaciones responden a un santo y seña como soldados en campaña; profesan el dogma de la obediencia pasiva; mejor dicho, al unirse hacen de un solo golpe el sacrificio total de su juicio y de su libre albedrío; así reina a menudo en el seno de estas asociaciones una tiranía más insoportable que aquélla que ejerce en la sociedad el gobierno al que se ataca.
Esto disminuye mucho su fuerza moral. Pierden de este modo el carácter sagrado inherente a la lucha de los oprimidos contra los opresores, ya que quien consiente en obedecer servilmente en ciertos casos a unos cuantos de sus semejantes, quien entrega a éstos la voluntad y les somete hasta su propio pensamiento, ¿como puede decir que quiere ser libre?
Los americanos también han establecido un gobierno en el seno de las asociaciones; pero se trata, como si dijéramos, de un gobierno civil. La independencia individual encuentra en él su parte; como en la sociedad, todos los hombres marchan a la vez hacia el mismo fin, pero sin la obligación de hacerlo cada uno exactamente por las mismas vías. Allí no se hace el sacrificio de la voluntad y de la razón, sino que ambas se aplican para lograr el triunfo de una causa común.
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ALEXIS DE TOCQUEVILLE, La democracia en América I, segunda parte, capítulo IV. Sarpe, 1984. Filosofía Digital, 2007.
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