LA FRATERNIDAD ¿SÓLO ES UN HERMOSO SUEÑO?, por Étienne Cabet
“La doctrina, pues, de la Igualdad y de la Fraternidad o de la Democracia es, en nuestros días, la conquista intelectual de la Humanidad: la realización de esta doctrina es el fin a que se dirigen todos los esfuerzos, todas las luchas y todos los combates sobre la tierra. Mas al penetrar seria y ardientemente en la cuestión de saber cómo podría la sociedad organizarse en Democracia, es decir, sobre las bases de la Igualdad y de la Fraternidad, se llega a reconocer que esta organización exige y trae consigo necesariamente la Comunidad de bienes“.
Étienne Cabet
“Y los claros, los despiertos, los transparentes,
ésos son los que callan con más astucia,
porque es tan grande su profundidad que ni el agua pura la revela.
¿Habré de ocultarme como el que se traga el oro
para que no me abran el alma?.
¿Tendré que subirme en zancos
para que no echen de ver la longitud de mis piernas
todos esos míseros viciosos que me rodean?.
¿Cómo podría soportar la envidia de esas almas ahumadas,
confinadas, usadas, pochas y agriadas mi felicidad?.
Por eso solo les enseño el hielo y el invierno de mis cimas,
y no quiero que sepan que mi montaña se ciñe cinturones de luz”.
Así habló Zaratustra. F. Nietzsche.
Fragmento de En el monte de los olivos.
Si consideramos las riquezas de que ha colmado al género humano la Naturaleza bienhechora, y la inteligencia o la Razón con que le ha dotado para servirle de instrumento y de guía, es imposible admitir que el hombre está destinado a ser infeliz sobre la tierra; y si, por otra parte, vemos que es esencialmente sociable, y por consiguiente simpático y afectuoso, tampoco podremos admitir que sea naturalmente malo.
No obstante, la historia de todos los tiempos y países nos muestra solamente trastornos y desórdenes, vicios y crímenes, guerras y revoluciones, suplicios y mortandades, calamidades y catástrofes.
Empero si estos vicios y estas desdichas no provienen de la voluntad de la naturaleza, preciso es, pues, buscar su causa en otra parte.
LA CAUSA DE MUCHOS DE NUESTROS MALES
¿Y dónde hallaremos esa causa sino en la mala organización de la Sociedad, ni el vicio radical de esta organización sino en la desigualdad que le sirve de base?
Ninguna cuestión es evidentemente tan digna como ésta de excitar el interés universal; porque si estuviera demostrado que los padecimientos de la Humanidad dependen de un decreto inmutable del destino, sería preciso no buscar su remedio más que en la resignación y la paciencia, mientras que, por el contrario, si el mal no es otra cosa que la consecuencia de una mala organización social, y especialmente de la desigualdad, preciso es no perder un momento sin trabajar, a fin de conseguir la supresión del mal suprimiendo su causa, y sustituyendo la igualdad a la desigualdad.
Por lo que a nosotros toca, cuanto más penetramos en el estudio de la Historia, tanto más profundamente nos convencemos de que la desigualdad es la causa procreadora de la miseria y la opulencia, con todos los vicios que de una y otra dimanan, de la codicia y la ambición, de la envidia y el odio, de las discordias y las guerras de todos los géneros, y en una palabra, de cuantos males agobian a los individuos y a las naciones.
Tal es nuestra convicción, convicción que llega ser indestructible cuando vemos a casi todos los filósofos y sabios proclamar la igualdad; cuando vemos a Jesucristo, autor de una inmensa reforma, fundador de una nueva religión, adorado como Dios, proclamar la Fraternidad para redimir al género humano; cuando vemos que todos los Padres de la Iglesia, todos los cristianos de los primeros siglos, la Reforma, y sus innumerables partidarios, la filosofía del siglo XVIII, la Revolución americana, la Revolución francesa y el Progreso universal, en fin, proclaman a una voz la Igualdad y la Fraternidad de los hombres y de los pueblos.
DEMOCRACIA Y COMUNIDAD DE BIENES
La doctrina, pues, de la Igualdad y de la Fraternidad o de la Democracia es, en nuestros días, la conquista intelectual de la Humanidad: la realización de esta doctrina es el fin a que se dirigen todos los esfuerzos, todas las luchas y todos los combates sobre la tierra. Mas al penetrar seria y ardientemente en la cuestión de saber cómo podría la sociedad organizarse en Democracia, es decir, sobre las bases de la Igualdad y de la Fraternidad, se llega a reconocer que esta organización exige y trae consigo necesariamente la Comunidad de bienes.
No omitiremos añadir que esta Comunidad ha sido igualmente proclamada por Jesucristo, por todos sus apóstoles y discípulos, por todos los Padres de la Iglesia, por los cristianos de los primeros siglos, por la Reforma y sus partidarios, y por los filósofos que son la luz y el honor de la especie humana.
Todos, y Jesucristo a la cabeza, reconocen y proclaman que la Comunidad, basada en la educación y en el interés público o común, constituyendo una seguridad general y mutua contra todos los accidentes y las desgracias; garantizando a cada cual el alimento, el vestido, la habitación, la facultad de casarse y de crear una familia, sin someterse a más condición que a la de un trabajo moderado, es el único sistema de organización social que puede realizar la Igualdad y la Fraternidad, precaver la codicia y la ambición, suprimir las rivalidades y el antagonismo, destruir la envidia y los rencores, hacer casi imposible los vicios y los crímenes, afianzar la concordia y la paz, colmar, en fin, de dicha a la humanidad regenerada.
¿UNA MAGNÍFICA QUIMERA?
Esto, no obstante, hace que los interesados y ciegos adversarios de la Comunidad, sin dejar de reconocer los prodigios que su establecimiento procrearía, han llegado a sentar la errónea conclusión de que es imposible, que sólo es un hermoso sueño, una magnífica quimera.
El estudio profundo de esta cuestión nos ha convencido íntimamente de que la Comunidad puede fácilmente realizarse tan luego como la adopten un pueblo y su gobierno. Tenemos además la convicción de que los progresos de la industria facilitan, hoy más que nunca, la realización de la Comunidad; de que el desarrollo actual e ilimitado de la potencia productora por medio del vapor y de las máquinas puede asegurar la igualdad de abundancia, y de que ningún sistema social es más favorable a la perfección de las bellas artes y a la satisfacción de todos los goces razonables de la civilización.
A fin de hacer palpable esta verdad hemos redactado el Viaje por Icaria.
* * *
ÉTIENNE CABET, teórico socialista francés (1.788-1.856), primera parte del prólogo a su Viaje por Icaria, 1.840. Ediciones Orbis, 1.984. Filosofía Digital, 2006.
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LUCHAMOS MALOS CONTRA MALOS, por Erasmo de Rotterdam
“¿Quieres traer a los turcos a Cristo? No hagamos ostentación de riquezas, ni de fuerza militar, ni de poder. Que no vean únicamente en nosotros un título, sino las cualidades propias de un cristiano: pureza de vida, afán por hacer el bien incluso a los enemigos, el sufrimiento impertérrito de todas las ofensas, el desprecio del dinero, el rechazo de la gloria, la humildad. Estas son las mejores armas para someter a los turcos. Escupimos contra los turcos y nos creemos con ello buenos cristianos cuando somos quizá ante Dios más abominables que los mismos turcos. Y si nuestro afán consiste en ampliar nuestros dominios, si ansiamos sus riquezas, ¿por qué encubrimos una empresa tan profana con el nombre de Cristo? Además, mientras nos enfrentamos a ellos con medios puramente humanos, ¿por qué exponemos a un peligro evidente toda aquella parte que nos queda del orbe? ¡Qué pequeño es el rincón del orbe que ha quedado en nuestro poder! ¡Qué enorme multitud de bárbaros provocamos, tan pocos como somos!”
* * * * * *
La verdad es que a mí ni siquiera me parecen aceptables los frecuentes preparativos de guerra contra los turcos. Mal ciertamente van las cosas en la religión cristiana si su seguridad depende de tales ayudas. Tampoco es lógico que de estas iniciativas nazcan buenos cristianos. Lo que se gana con la espada se pierde a su vez por la espada.
SI PRESCINDIMOS DEL NOMBRE Y DE LA SEÑAL DE LA CRUZ, PELEAMOS TURCOS CONTRA TURCOS
¿Quieres traer a los turcos a Cristo? No hagamos ostentación de riquezas, ni de fuerza militar, ni de poder. Que no vean únicamente en nosotros un título, sino las cualidades propias de un cristiano: pureza de vida, afán por hacer el bien incluso a los enemigos, el sufrimiento impertérrito de todas las ofensas, el desprecio del dinero, el rechazo de la gloria, la humildad; que escuchen esa doctrina celeste congruente con este tipo de vida. Estas son las mejores armas para someter a los turcos.
Ahora luchamos muchas veces malos contra malos. Voy a decirlo de otra manera y ojalá sea con más atrevimiento que verdad: si prescindimos del nombre y de la señal de la cruz, peleamos turcos contra turcos. Si la religión se ha establecido con la fuerza de las armas, si se ha confirmado con la espada, si ha crecido a fuerza de guerras, defendámosla con las mismas ayudas. Pero si todo eso se ha llevado a cabo por otras vías, ¿por qué echamos mano a recursos paganos como si desconfiáramos de la ayuda de Cristo?
“Pero ¿por qué no voy a poder degollar -dicen- a quienes nos degüellan?” ¿Estimas indigno entonces que alguien sea peor que tú? ¿Por qué no robas al que te roba?, ¿por qué no insultas al que te insulta?, ¿por qué no odias al que te odia? ¿Te parece propio de cristianos despedazar a impíos ciertamente, según pensamos nosotros, pero en cualquier caso a hombres por cuya salvación murió Cristo; inmolar una víctima gratísima al diablo y deleitar por partida doble al enemigo, puesto que se mata a un hombre y quien mata es un cristiano? Muchos quieren parecer muy cristianos y mientras tanto se esfuerzan por hacer todo el daño que pueden a los turcos y aquel daño que no pueden hacer se lo desean a fuerza de maldiciones, a pesar de que por esa misma razón se puede descubrir a un cristiano insuficiente.
Así, algunos en su afán de parecer furiosamente ortodoxos denuestan con siniestras maldiciones a quienes llaman herejes, cuando ellos mismos son quizá más dignos de ese vocablo. Quien quiera parecer ortodoxo, debe esforzarse mediante sobrias razones porque quien yerra recupere el buen sentido. Escupimos contra los turcos y nos creemos con ello buenos cristianos cuando somos quizá ante Dios más abominables que los mismos turcos.
Si los antiguos predicadores del Evangelio hubieran tenido con nosotros la misma actitud que nosotros tenemos respecto a los turcos, ¿dónde estaríamos ahora nosotros, que somos cristianos gracias a su tolerancia? Acude en socorro de los turcos y si puedes hazlos, de impíos, buenos cristianos; si no puedes, ruega por ello. Entonces te reconoceré por cristiano.
Erasmo de Rotterdam
En el mundo hay muchas órdenes mendicantes que quieren presentarse como pilares de la Iglesia. Entre sus miles de miembros ¿cuántos hay que estén dispuestos a dar su vida por la propagación de la religión de Cristo? “Esa es una empresa sin esperanza”, dicen. Por el contrario, habría muchas esperanzas si sus costumbres fueran las de sus fundadores, Domingo y Francisco, cuyo desprecio de este mundo creo que fue máximo, por no hablar ya de las costumbres de los apóstoles. Ni siquiera nos faltarían los milagros, si la gloria de Cristo lo requiriera.
En el día de hoy, quienes se glorian de ser vicarios y sucesores de Pedro, príncipe de la Iglesia, y de los demás apóstoles, ponen prácticamente toda su confianza en los recursos meramente humanos. Por su parte, esos rígidos expositores de la verdadera religión se mueven en ciudades opulentas y corrompidas por el lujo, en las cuales antes se echan a perder ellos mismos que consiguen enmendar a los demás; y donde hay ya una abundante cantidad de pastores que enseñan al pueblo y de sacerdotes que cantan alabanzas al Señor. Se mueven por las cortes de los príncipes, donde no voy a entrar ahora a describir lo que hacen. ¡Ojalá no fuera algo peor que un perro en una bañera!
LOS QUE LLAMAMOS TURCOS QUIZÁ ESTÁN MÁS CERCA DEL VERDADERO CRISTIANISMO QUE MUCHOS CRISTIANOS
Van detrás de las legaciones testamentarias, andan a la caza del lucro, secundan la tiranía de los príncipes; y para que no parezca que están ociosos, toman nota de los artículos erróneos, sospechosos, escandalosos, irreverentes, heréticos, cismáticos. Prefieren reinar a costa de la desgracia del pueblo cristiano en vez de propagar el reino de Cristo a riesgo de su propia vida.
Ahora bien, los que nosotros llamamos turcos son en gran parte medio cristianos y ¿quizá están más cerca del verdadero cristianismo que muchos de nosotros que no creen en la resurrección de los cuerpos ni creen que el alma sobreviva al cuerpo? Y, sin embargo, arremeten contra los herejillos que dudan de que el romano pontífice tenga alguna jurisdicción sobre las almas atormentadas en el purgatorio. Apartamos primero “la viga de nuestro ojo” y luego apartaremos “la paja del ojo de nuestro hermano”.
El ápice de la fe evangélica no es otra cosa que una vida digna de Cristo. ¿Por qué insistimos tanto en cosas que nada tienen que ver con la forma de vida y descuidamos aquellas otras que son los verdaderos pilares y cuya eliminación implica el hundimiento definitivo de toda nuestra fe? Finalmente, ¿quién nos va a creer cuando aducimos el pretexto de la cruz y del Evangelio, si toda nuestra vida no pregona a fin de cuentas otra cosa que el mundo?
Además, Cristo, en quien no había ninguna imperfección, “no apagó la mecha humeante ni quebró la caña cascada”, de acuerdo con la profecía, sino que acepta y tolera lo imperfecto hasta que se vuelva mejor. Nosotros nos aprestamos a pasar a cuchillo toda Asia y toda África, cuando hay allí muchos cristianos o semicristianos. ¿Por qué no preferimos reconocerlos, admitirlos y enmendarlos con clemencia?
Y si nuestro afán consiste en ampliar nuestros dominios, si ansiamos sus riquezas, ¿por qué encubrimos una empresa tan profana con el nombre de Cristo? Además, mientras nos enfrentamos a ellos con medios puramente humanos, ¿por qué exponemos a un peligro evidente toda aquella parte que nos queda del orbe? ¡Qué pequeño es el rincón del orbe que ha quedado en nuestro poder! ¡Qué enorme multitud de bárbaros provocamos, tan pocos como somos!
Pero dirá alguno: “Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?” Esto podrá decirlo con razón quien confíe únicamente en la ayuda de Dios. Pero ¿qué dice nuestro emperador Jesucristo a aquellos que se apoyan en otro tipo de ayudas?: “Quien mate con la espada, con la espada morirá”. Si queremos vencer con Cristo, ciñámonos la espada de la palabra del Evangelio, cojamos el yelmo de la salvación y el escudo de la fe y el resto de la armadura verdaderamente evangélica. Ocurrirá entonces que nuestra victoria será máxima cuando seamos vencidos.
PREFIERO UN TURCO SINCERO A UN FALSO CRISTIANO
Pero aunque en el supuesto de que la suerte de la guerra caiga por fortuna de nuestro lado, ¿quién ha visto alguna vez que la espada, el asesinato, los incendios, los saqueos produzcan verdaderos cristianos? Hay menos mal en un turco o judío sincero que un cristiano hipócrita. “Pero hay que alejar su amenaza de nuestras cabezas”. ¿Por qué entonces provocamos su amenaza sobre nuestras cabezas con nuestras discordias intestinas? Si nos mantenemos concordes no nos atacarán fácilmente y con nuestros favores antes se convertirán a la fe si los salvamos que si los aniquilamos.
Prefiero un turco sincero a un falso cristiano. Nuestra obligación es sembrar la semilla del Evangelio y Cristo dará el fruto. La cosecha será abundante si no faltan los obreros. Y, sin embargo, ¿a cuántos buenos cristianos no volvemos malos y de malos los hacemos peores para hacer de unos pocos turcos malos y fingidos cristianos? Efectivamente: éste y no otro es el resultado de tanto fragor bélico.
Y no quiero sospechar lo que, sin embargo, se ha confirmado en muchas ocasiones para desgracia nuestra: que todo el rumor de guerra contra el turco no es más que un pretexto para despojar al pueblo cristiano, para que oprimido y abatido por todos los medios posibles se pliegue más dócilmente a la tiranía de los príncipes de uno y otro orden.
No digo estas cosas porque pretenda condenar totalmente la guerra contra los turcos, si son ellos los que nos atacan por propia iniciativa, sino para que hagamos con ánimo cristiano y con la ayuda de Cristo la guerra que ponemos bajo el nombre de Cristo. Que sientan que se les invita a la salvación, no que se les reclama un botín. Presentémonos a ellos con una forma de vida digna del Evangelio, si nos falta la lengua, y así podremos discutir con ellos.
La misma forma de vida será muy elocuente. Presentémonos a ellos con una profesión de fe sencilla y verdaderamente apostólica, no abrumada con tantos artículos añadidos por obra humana. Exijamos de ellos preferentemente lo que nos enseñan abiertamente la Escritura y las epístolas apostólicas. El consenso será más fácil y la concordia será más duradera sobre unos pocos artículos, con la única condición de que en la mayor parte cada uno sea libre de abundar en su sentido, siempre que se eviten los altercados.
Pero de todas esas cosas se oirá más extensamente cuando publiquemos el libro titulado Antipolemo, que escribimos años atrás, cuando vivíamos en Roma, y dedicamos al pontífice romano Julio II en aquel tiempo en que se deliberaba sobre la declaración de guerra a Venecia, una guerra que cabía más deplorar que rechazar.
* * *
ERASMO DE ROTTERDAM, La guerra es dulce para quienes no la han vivido. Escritos de crítica religiosa y política, Editorial Tecnos, 2008. Traducción de Miguel Ángel Granada Martínez.
1 Comment
Una persona en cuanto es alineada-cruel-interesada (servicial a una sinrazón), lo primero que hace es quitarle todos los recursos a la verdad y dárselos a lo contrario haciendo famoso a lo irrelevante, al confundidor de cualquier bien, al entretenimiento o a todo lo que realmente quite espacios a la verdad o al que bien la da a únicamente razón.
Porque el ser humano es muy difícil no se contagie de una sinrazón, de un fanatismo a algo que cree, a una costumbre o miles de prejuicios (negacionismos de la realidad) que tiene ya preestablecidos la sociedad.
Por eso, casi todos EN MASA, en alineación (en donde están casi todos los intelectuales o los que se consideran más sabios), machacan y silencian y torturan psicológicamente a ése Galileo o a ése atrevido demostrador de la verdad a razón hasta los últimos límites del sufrimiento, ¡por seguro! José Repiso Moyano
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