«LA DEMOCRACIA EN SALDO» y «LA SUPERSTICIÓN DEL ESTADO», por Henri-Frederic Amiel. «Como sólo dura lo que es justicia, la democracia, transformada en injusta, perecerá necesariamente».

LA DEMOCRACIA EN SALDO, heredera legítima de la monarquía y la aristocracia

Por Henri-Frederic Amiel

“El despotismo de la fuerza es una injusticia, pero el despotismo de la impotencia es casi un absurdo. La democracia en saldo es la heredera legítima de la monarquía y la aristocracia. Pero su mal latente y su vicio congénito es el abandono del deber, que va siendo reemplazado por la envidia, el orgullo y la independencia; en una palabra, es la desaparición de la obediencia producida por una falsa noción de la igualdad. Si la democracia no es más que el rebajamiento sistemático de las superioridades legítimas y adquiridas y que la decapitación envidiosa de los verdaderos méritos, se identifica entonces con la demagogia. Protección a todos los seres débiles, mantenimiento de todos los derechos, honor a todos los méritos y empleo de todas las capacidades: esas máximas del Estado justo respetan a la vez la igualdad de derecho y la desigualdad de hecho. Mejorad al hombre, hacedle más justo, más humilde, más puro, esa es la única reforma que no ofrece inconveniente alguno. Las instituciones no valen sino lo que vale el hombre que las aplica. El nombre, el partido, la opinión, el sistema son cosas casi insignificantes y frívolas al lado del valor intrínseco de los individuos”.

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He almorzado solo; claro que con Alí (el gato), que todavía hunde sus garras en mi levita para pedirme pan, algo así como los niños hacen con su madre, y los hombres con la Providencia. El beneficio parece obligar al bienhechor y no al favorecido. Aquel que ha dado 1 debe dar 2, y si la generosidad se detiene, el reclamante y ofendido es aquel que lo ha recibido todo y que siempre espera recibir más. Así somos todos, y bueno es que los animales nos lo recuerden con su insolente ingratitud.

EL DESPOTISMO DE LA FUERZA ES UNA INJUSTICIA, PERO EL DESPOTISMO DE LA DEBILIDAD ES CASI UN ABSURDO

Asimismo, en el Estado, aquellos que nada pagan encuentran natural que los campesinos paguen todavía el doble; los baqueteadores se indignan de que los baqueteados reclamen alguna vez, y de que sus iguales y hasta sus superiores hallen molesto el hacer eternamente el papel de borricos.

Después de la tiranía de la debilidad, observemos las pretensiones abusivas de la ignorancia y de la incapacidad. Los niños, los tontos y los sinvergüenzas convierten su inferioridad en un título para gobernar el mundo, como hace mi gato con su dependencia para arañar la mano que le alimenta. El despotismo de la fuerza es una injusticia, pero el despotismo de la impotencia es casi un absurdo.

La generosidad caballeresca, como todas las cosas bellas, se convierte, por falta de medida, en la causa de un mal hoy universal, el olvido de la justicia. ¿Es justo que el niño trate a su padre como a un camarada?, ¿que la sociedad trate al ladrón mejor que al pobre?, ¿que el canalla valga lo que el hombre honrado y que el incapaz tenga, no digo los mismos derechos, pero sí las mismas funciones que el capaz?

El igualitarismo, al matar el respeto y el sentimiento de la desigualdad de méritos adquiridos, tiende a hacer una sociedad grosera, en la que la edad, el sexo, la experiencia y la virtud no gocen ya de atenciones y consideraciones, en la que el crío de la casa, el chiquillo de la calle y el mocoso del colegio, adoptan un tono insolente con sus padres, sus maestros, y su pastor, y con todo el mundo, si es necesario hasta con el mismo Dios.

¡Con cuánta irreverencia habla de los dioses este rústico!

El respeto y la justicia se apoyan uno en el otro. Quien no respeta nada, se pone a sí mismo por encima de todo, como el rey absoluto que está sobre las leyes. Todos esos igualitaristas constituyen un hormiguero de pequeños tiranos. Y la democracia así entendida, no es sino el botín de los egoísmos vanidosos, que no tienen más medida que la aritmética y a menudo que la pólvora de cañón.

Expliquemos mejor. Cada régimen tiene su amenaza interior y su propio peligro. La democracia en saldo es la heredera legítima de la monarquía y la aristocracia. Pero su mal latente y su vicio congénito es el abandono del deber, que va siendo reemplazado por la envidia, el orgullo y la independencia; en una palabra, es la desaparición de la obediencia producida por una falsa noción de la igualdad.

LAS INSTITUCIONES NO VALEN SINO LO QUE VALE EL HOMBRE QUE LAS APLICA

Si la democracia no es más que el rebajamiento sistemático de las superioridades legítimas y adquiridas y que la decapitación envidiosa de los verdaderos méritos, se identifica entonces con la demagogia.

Pero como sólo dura lo que es justicia, la democracia, transformada en injusta, perecerá necesariamente.

Protección a todos los seres débiles, mantenimiento de todos los derechos, honor a todos los méritos y empleo de todas las capacidades: esas máximas del Estado justo respetan a la vez la igualdad de derecho y la desigualdad de hecho, porque es la actividad individual y la energía espontánea y libre del hombre real lo que ellas consideran, y no una forma abstracta.

 

Como sólo dura lo que es justicia, la democracia, transformada en injusta, perecerá necesariamente

 

Los principios abstractos (como el de la igualdad) dan un resultado inverso de aquel al que aspiran. Así, la fraternidad acaba en el terror y en la guillotina. El respeto del hombre por el hombre y la igualdad, conduce al desprecio del hombre por el hombre y a la irreverencia universal.

Mejorad al hombre, hacedle más justo, más humilde, más puro, esa es la única reforma que no ofrece inconveniente alguno correlativo. Las instituciones no valen sino lo que vale el hombre que las aplica. El nombre, el partido, el hábito, la opinión, el sistema son cosas casi insignificantes y frívolas al lado del valor intrínseco de los individuos. Ortodoxo o liberal, conservador o radical, blanco o negro, rico o pobre, realista o republicano, yo diría incluso católico o protestante, cristiano o judío, son distinciones superficiales en consideración a aquellos a que yo me refiero.

Dime lo que amas y te diré quien eres, y tú no vales sino por lo que eres.

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HENRI-FRÉDÉRIC AMIEL, escritor y filósofo suizo (1821-1881). Diario íntimo, 20 de septiembre de 1864. Editorial Losada, Buenos Aires, 1949. Edición completa según el manuscrito original. Traducción: Clara Campoamor. Filosofía Digital, 2013.

 

 

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LA SUPERSTICIÓN DEL ESTADO

Por H. F. Amiel

 

“La ley no crea los hechos, sino que da fe de ellos, expresa y sanciona una relación; es la secretaria de las costumbres, más que el pedagogo que las enseña. Sed morales, republicanos, libres, y podréis tener una república. ¿Puede votarse el paraíso sobre la tierra? Sí. ¿Se conseguirá por el hecho de votarlo? En este sentido, significará un gran avance el día que sea decretado que el triángulo tiene cuatro lados. Se me objetará que no se trata de hacer naturaleza, sino sociedad. Verdad incompleta; es decir, error. La sociedad no es nuestra obra, sino que somos nosotros mismos. Sin duda, nos modificamos, pero no nos hacemos. El fin ha de ser formar individuos libres, inteligentes, felices; en una palabra, hombres. Antaño había que hacer el Estado digno de sus miembros; ahora hay que hacer que los miembros sean dignos del Estado. Es natural tal tentativa; pero el egoísmo, ¡el egoísmo va creciendo! Es ahí adonde conduce la apoteosis del hombre. El hombre se cree Dios, y no reconoce ley alguna fuera de él. La ciencia debe ser nuestra antorcha; la ciencia del hombre y de la sociedad, de las leyes objetivas de la naturaleza y de nuestra especie. Guerra al egoísmo (la antigua sociedad), pero guerra también a la ignorancia (los socialistas).”

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La plaga de nuestro tiempo es el juzgar lo que no se comprende, la ignorancia de uno mismo. Nos lanzamos con furia sobre las formas vacías, sobre las condiciones exteriores de la verdadera humanidad, de la libertad, y olvidamos el fin, entretenidos con los medios.

EN POLÍTICA, LA IGNORANCIA Y LA ILUSIÓN PRODUCEN EL VÉRTIGO; SED MORALES, REPUBLICANOS, LIBRES, Y PODRÉIS TENER UNA REPÚBLICA

Presunción: si cada uno supiese de lo que es capaz… Ilusión: cuántos males evitaríamos no tomando los medios por el fin… En política, la ignorancia y la ilusión producen el vértigo. La ciencia y la purificación de la voluntad deben ser nuestras anclas de salvación.

 

 

La falta capital de los revolucionarios socialistas y otros es el tomar, en el hombre, el sollen  [deber] por el sein [ser]: confundir el concepto con la vida, hipostasiar el desiderátum (el deseo convertido en realidad absoluta). De esta manera, todos los hombres son iguales en el concepto, y deben llegar a idéntica bondad, a una misma felicidad, al mismo grado de cultura. Pero, de hecho, no basta decretar la igualdad para que ésta quede implantada, decretar el trabajo, la virtud, la riqueza, para que existan. Se toma la libertad de ser libre por la libertad misma.

La ley no crea los hechos, sino que da fe de ellos, expresa y sanciona una relación; es la secretaria de las costumbres, más que el pedagogo que las enseña. Sed morales, republicanos, libres, y podréis tener una república. Se quiere creer en von aussen herein [de fuera a dentro] en lugar de von innen heraus [de dentro a fuera].

Ocurre a la inversa que con el cristianismo. ¿Acaso es éste necesario? El antiguo cristianismo no pudo reformar nuestra sociedad egoísta. Ahora la reformamos con el derecho y los derechos. No es asunto de fraternidad, sino de justicia, habría que gritar. La fraternidad no se impone, pero la justicia sí, y bien (Proudhon).

El problema está en encontrar la justicia social, el equilibrio económico. Y se renuncia a la persuasión: el egoísmo es declarado incurable por el amor, y únicamente por necesidad.

El fin ha de ser formar individuos libres, inteligentes, felices; en una palabra, hombres. La sociedad, el Estado, se cambiaban después del individuo; ahora el orden es inverso; el Estado se cambia antes. Cuando todas las garantías, las libertades y las posibilidades estén constituidas, entonces habrá que ocuparse de la libertad del individuo. Antaño había que hacer el Estado digno de sus miembros; ahora hay que hacer que los miembros sean dignos del Estado. Es natural tal tentativa; pero el egoísmo, ¡el egoísmo va creciendo!

CONOCER EL MAL, LA LIBERTAD, LA NATURALEZA HUMANA, EL FIN DE LA VIDA; TENER UNA MORAL SERIA Y VERDADERA EN LA BASE DE TODA POLÍTICA Y TODA ECONOMÍA ES LA MÁS RECIENTE DE LAS PREOCUPACIONES DE LOS REFORMADORES

Conocer el mal, la libertad, la naturaleza humana, el fin de la vida; tener una moral seria y verdadera en la base de toda política y toda economía es la más reciente de las preocupaciones de los reformadores. Es la revancha contra el cristianismo; y no puedo quitarle toda la razón.

Elocuencia popular; inconveniencia de la libertad absoluta de palabra y de prensa para las masas; ¿cómo refutar los sofismas y los errores que abundan en estos discursos? Encuentro dos errores: 1) Mala crítica: por falsa clasificación, enumeración insuficiente (así, en la lucha de París del 23-26 de junio, solamente vieron proletarios contra burgueses, y olvidan que la guardia móvil y la mitad de los obreros estaban con los del orden). Falsa apreciación de los hechos, por mala fe o por prejuicio. 2) Falsa creencia: tienen la superstición del Estado, lo convierten en un ser todopoderoso, omnisapiente; creen en la magia gubernamental; piensan que el poder lo puede todo, pero que no quiere nada.

 

 

El fondo común de estos errores está en la ignorancia de la necesidad objetiva, de las leyes de la posibilidad, sin preocuparse por las contradicciones. Creen que basta decretar con la mayoría de los votos la construcción de un edificio empezando por el tejado, o la felicidad universal, para que sean así. Creen en el triunfo del mal todo a lo largo de la historia, y no ven el mal en ellos mismos. Es el error de Louis Blanc: si vuestra sociedad está mal hecha, rehacedla. Lo mismo que si os dijeran: tienes los ojos grises, la nariz algo corta, pues rehazlos.

El radicalismo cree en la omnipotencia subjetiva. Es el fitcheísmo práctico. Creo que la refutación de los discursos de Held anoche está en una frase del mismo dicha de pasada. La sala estaba llena, los pasillos llenos de voces; alguien gritaba: “No oímos, dejadnos sitio”, cosa que resultaba materialmente imposible. Entonces el presidente, reclamando silencio, gritó: “No ganaréis nada con impedirnos continuar: la sala estaba llena, y no podemos conseguir otra. Someteos a lo inevitable”. Un oyente consecuente hubiera podido gritar: “Tanto peor. Vamos a destrozar la casa, y luego nos arreglaremos como podamos.”

LA SOCIEDAD NO ES NUESTRA OBRA, SINO QUE SOMOS NOSOTROS MISMOS; NOS MODIFICAMOS, PERO NO NOS HACEMOS. GUERRA AL EGOÍSMO DE LA ANTIGUA SOCIEDAD, PERO GUERRA TAMBIÉN A LA IGNORANCIA DE LOS SOCIALISTAS

El radicalismo decreta ministros de genio, la abolición de la pobreza, la omnisciencia de las masas, y monta en cólera si todo esto no resulta al final del decreto, clama al cielo y a la tierra, grita traición, y no ve que en primer lugar hubiera debido votar lo posible. Es el mismo delirio insensato de los déspotas antiguos, que no querían reconocer nada fuera de sí mismos, furiosos porque la primavera traía las flores sin previa orden por su parte, o de que la montaña no obedeciese su orden de allanarse. ¿Puede votarse el paraíso sobre la tierra? Sí. ¿Se conseguirá por el hecho de votarlo? En este sentido, significará un gran avance el día que sea decretado que el triángulo tiene cuatro lados.

Se me objetará que no se trata de hacer naturaleza, sino sociedad. Verdad incompleta; es decir, error. La sociedad no es nuestra obra, sino que somos nosotros mismos. Sin duda, nos modificamos, pero no nos hacemos. Tenemos que aceptar nuestro cuerpo, nuestro clima, nuestro país, etc., todas las condiciones dadas, y trabajar sobre esta base. Hay leyes objetivas, a las cuales nuestro orgullo revoltoso puede negar obediencia voluntaria, pero que nos aplastan bajo su peso. Proudhon lo reconocía así, y es ésta la razón por la que está cien leguas por encima de los socialistas, que piensan que la historia es estúpida y su estupidez digna de ser histórica.

Es ahí adonde conduce la apoteosis del hombre (Feuerbach), y dónde se mide. El hombre se cree Dios, y no reconoce ley alguna fuera de él. La prueba es poco satisfactoria.

Conclusión: estoy perfectamente de acuerdo en que el fin de la sociedad es hacer a todos los hombres libres y felices; de acuerdo acerca del fin (que yo llevo más arriba, pues me gustaría que la vida artística, científica, religiosa estuviese abierta a todos), pero no sobre los medios. La ciencia debe ser nuestra antorcha; la ciencia del hombre y de la sociedad, de las leyes objetivas de la naturaleza y de nuestra especie. Guerra al egoísmo (la antigua sociedad), pero guerra también a la ignorancia (los socialistas).

Ya veo que llego a la postura de Proudhon, que desea también la historia, el arte, la virtud, la filosofía, la libertad, todos los nobles intereses humanos, aunque él rechaza la religión. La consigna: justicia, y el guía: ciencia. Ya veo los errores de Proudhon; tendré que hacer una crítica; pero es el mejor libro que he leído desde hace mucho tiempo, y el autor va a ser puesto a prueba.

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HENRI-FREDERIC AMIEL, escritor y filósofo suizo (1821-1881). Diario íntimo, 1839-1850. Edaf, 1974. Traducción: Gonzalo Torrente Malvido. Filosofía Digital, 2009.

 

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