INSTINTO DE LIBERTAD Y ANHELO DE FELICIDAD, por Spinoza y Jefferson

Reforma de la constitución de Virginia: rotación de cargos, mandatos breves, revocabilidad de electos,  elección y revocación  popular de jueces, necesidad de reforma permanente de las instituciones políticas,  reforma periódica de la Constitución cada 20  años, contraposición pueblo/ricos.

 
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A Samuel Kercheval
Monticello, a 12 de julio de 1816

 

Señor,

He recibido su honrosa del 13 de junio con copia de los escritos de convocatoria para una convención, sobre la cual os place pedirme mi opinión. No tengo la costumbre de guardar ninguna misteriosa reserva sobre ningún asunto, ni de encerrar mis opiniones en la cartera. Al contrario, especialmente cuando yo estaba en funciones públicas, pensaba que el público tiene derecho a la franqueza y a saber de forma íntima a quien empleaban. Pero actualmente estoy retirado; me entrego confiadamente, como un pasajero, a los que están actualmente en el oficio y lo único que pido es tranquilidad, paz y buena voluntad. La cuestión que me plantea sobre la igualdad de la representación ha llegado a ser una cuestión de partidarios en la que no quiero tomar públicamente partido. Sin embargo, si Vd. me la plantea únicamente para su propia satisfacción y no para citarme en público, no tengo razones para abstenerme y aún menos con Vd. pues mi opinión coincide con la suya. 

Al inicio de nuestra república he expuesto esta opinión al mundo entero, en el proyecto de una Constitución que se adjunta a “Notas sobre Virginia” , donde  se insertaba una disposición proponiendo una representación igual y permanente.  La novedad del tema en aquel momento, y nuestra inexperiencia de gobierno entonces, han llevado al proyecto a  carencias notables y flagrantes con respeto a los verdaderos cánones republicanos. En verdad, los abusos de la monarquía habían  hasta tal punto absorbido tanto  el espacio de la reflexión  política que imaginábamos que todo lo que no era monarquía era republicano. Es por ello que nuestras primeras constituciones no contenían en realidad principios directivos. Peor; la experiencia y la reflexión me han llevado a confirmarme la importancia particular que tiene la representación igualitaria que se proponía entonces. Sobre este punto por lo tanto, estoy completamente de acuerdo con su carta; y deploro únicamente que los derechos de autor de su prospecto impidan su publicación en los periódicos, único sitio donde podrían ser leídos de manera general para producir efectos generales. La ausencia actual de otro asunto además, le daría un buen lugar en todos los periódicos y presentarían  la cuestión a la conciencia de todos. 

Pero la desigualdad de representación en ambas cámaras de nuestros legisladores no es la única herejía republicana en esta primera tentativa de nuestros patriotas revolucionarios de redactar una Constitución. Pues debe admitirse que un gobierno es republicano en la medida en que cada miembro  que compone la república tiene la misma voz en la gestión de los asuntos (en realidad no personalmente, lo que seria impracticable mas allá de los limites de una ciudad, o de un municipio pequeño) por medio de representantes elegidos por él  y responsables ante él en breves intervalos de tiempo. Sometamos al test de esta regla cada rama de nuestra Constitución.

En el cuerpo legislativo, la Cámara de representantes se elige por menos de la mitad del pueblo y de ninguna manera en proporción a los que la eligen. El Senado está todavía más desproporcionado y durante largos mandatos de irresponsabilidad. En el ejecutivo, el gobernador es completamente  independiente de la voluntad del pueblo y de su control; su consejo también lo es  y en el mejor de los casos no es más que la quinta rueda de una carroza. En el poder judicial, los jueces superiores no dependen de nadie más que de sí mismos. En Inglaterra, donde los jueces eran numerosos y revocables a voluntad de un ejecutivo hereditario, por  lo que se temía el peor gobierno y una prolongación del mismo, fue una conquista, al establecerlos de por vida, que fuesen independientes de ese ejecutivo.  Pero en un gobierno fundado sobre la voluntad popular, este principio actúa en una dirección opuesta y  contraria a esa voluntad. Allí, entonces, aún eran revocables por común acuerdo del poder ejecutivo y el legislativo. Pero nosotros los hemos hecho independientes de la nación misma. Son inamovibles, salvo que lo haga su propio cuerpo, por cualquier depravación de su conducta. Y ni siquiera por su propio cuerpo, dada la imbecilidad de los seniles. Los jueces de las instancias inferiores se eligen por ellos mismos, lo son de por vida y perpetúan su propio cuerpo sucediéndose eternamente de manera que una facción que tome una vez posesión de un tribunal de un condado no será jamás removido sino que tiene para siempre al condado entre sus indisolubles cadenas. Sin embargo esos jueces son un verdadero ejecutivo, lo mismo que el poder judicial, en todos nuestros asuntos menores y ordinarios. Nos tasan a  voluntad, realizan el oficio de sheriff, el más importante de los funcionarios ejecutivos del condado, nombran a casi todos  los jefes militares, jefes que una vez nombrados no son revocables mas que por ellos mismos. Los jurados, jueces de  cualquier hecho y cualquier ley, según  lo quieran ellos, no son seleccionados por el pueblo, ni  a él sometidos. Son elegidos por un funcionario nombrado por el tribunal y el ejecutivo. ¿Elegidos, he dicho? Recogidos por el sheriff entre los que vagan en las salas de los tribunales una vez que todos los que son respetables se han marchado. ¿Donde se encuentra entonces nuestro republicanismo? No en nuestra Constitución sino simplemente en el espíritu de nuestros ciudadanos. Esto obligaría incluso a un déspota a gobernar de manera republicana. Gracias a este espíritu, y no a la forma de la Constitución, todo ha funcionado bien. Pero este hecho, tan triunfalmente citado e forma incorrecta por los enemigos de la reforma, no ha sido fruto de la Constitución, ha prevalecido a su pesar. Nuestros magistrados han obrado bien porque generalmente son personas honradas. Si algunos no lo eran, temían mostrarlo.

 

Firma Declaración Independencia

 

Se me dirá que es más fácil encontrar  defectos que poner remedios. Yo no pienso  que  censurarles sea tan fácil como se supone. Plantead solamente principios veraces, adheríos a ellos de manea inflexible. No os dejéis intimidar, hasta abandonarlos, por las alarmas de los pusilánimes o por el croar de los ricos contra la preeminencia del pueblo. Si  apelamos a la experiencia, remitiros  a cualquiera de los quince o veinte gobiernos durante cuarenta años y mostradme cuando el pueblo ha hecho en esos cuarenta años la mitad de los perjuicios que un solo déspota habría hecho en un solo año. O mostradme la mitad e motines y rebeliones, crímenes y castigos que se hayan producido  en cualquier nación durante un gobierno monárquico durante el mismo periodo. El verdadero fundamento del gobierno republicano es el derecho igual de cada ciudadano a su persona, a su propiedad y a su gestión. Comprobad para esto, como cuando se cuentan puntos, cada disposición de la Constitución, y ved si ella se liga directamente a la voluntad del pueblo. Reducid nuestros legisladores a un número conveniente para una discusión completa pero ordenada. Permitid a cualquier hombre que combata o que pague impuestos a ejercer  su derecho legítimo e igual  a ser elegido. Sometedles a aprobación o rechazo en breves intervalos. Que el ejecutivo sea elegido de la misma forma y con la misma duración. Y no dejéis subsistir la pantalla de un consejo detrás del cual disimulen su responsabilidad. Se piensa  que el pueblo no es competente para elegir sus jueces. Pero no sé si esto es cierto y, en caso que  hubiese duda, hubiéramos de seguir ese principio. En esto, como en otras  numerosas elecciones, se guiaran por la reputación, lo cual no tendría porque ser más equivocado  que la modalidad actual de designación. En al menos un Estado de la Unión, esto ha sido probado desde hace mucho tiempo y con un éxito más que satisfactorio. Los jueces en Connecticut han sido  elegidos por el pueblo cada seis meses, desde  hace dos siglos y creo que casi no ha habido nunca un ejemplo de  cambio tan potente; es la brida de la responsabilidad permanente.  Por el contrario, si los prejuicios que derivan de una institución monárquica deben prevalecer contra el  vital principio electivo,  que es el nuestro, y si el ejemplo que existe entre nosotros de elección periódica de los jueces por el pueblo, no inspira aún confianza, al menos no adoptemos el mal y rechacemos el bien que hay en el precedente inglés. Conservemos la revocabilidad como acuerdo de los poderes ejecutivo y legislativo y el nombramiento solo por el ejecutivo. Confiarle al legislativo, como hacemos, es una violación del principio de separación de poderes. Esto hace desviarse a sus miembros de un comportamiento adecuado por la tentación de intrigar ellos mismos con el fin de obtener cargos y de vender su voto de forma corrupta; destruye la responsabilidad dividiéndola entre la multitud. Dejando el nombramiento en su lugar apropiado, en el poder ejecutivo, el principio de división de poderes se respeta y la responsabilidad gravita  con todo su peso sobre una sola cabeza.

La organización de la administración de nuestros condados puede encontrarse que sea  más difícil. Pero seguid este principio y el nudo se desanuda él solo. Dividid los condados en circunscripciones  de una dimensión tal  que cada ciudadano pueda asistir cuando sea llamado y actuar en persona.  Atribuidles el gobierno de sus circunscripciones en todo aquello que le concierte exclusivamente. Un juez elegido por ellos en cada una de ellas, un oficial de policía, una patulla,  una compañía militar, una escuela, el cuidado de los pobres, las vías públicas, la elección de uno o varios jurados para servir como tribunales, y que se deposite en cada una de la circunscripción los votos para la elección de funcionarios electivos de categoría superior. Estas medidas descargarán a la administración del condado de casi todas sus responsabilidades, harán que se ejerzan mejor y haciendo de cada ciudadano un miembro activo del gobierno con cargos que le sean más próximos y de mayor interés para él, le ligarán  con sentimientos poderosos al autogobierno de su país y a su Constitución republicana. Los jueces electos de esa manera por circunscripción constituirán el tribunal del condado, se encargarían de los asuntos judiciales, de la gestión de puentes y caminos, de la recaudación de impuestos del condado y la imposición para pobres, y administrarían todos los asuntos e interés común para la generalidad del país. Estas circunscripciones, llamadas Comunas en Nueva Inglaterra, son el principio vital de su gobierno y han dado pruebas de que son la más sabia institución concebida por la inteligencia humana para el ejercicio de un  gobierno autónomo y su preservación. Deberíamos organizar así  nuestro gobierno en: 1º.-La República Federal general, para todo lo que compete a los asuntos extranjeros y federales 2º.-La del Estado, para todo lo que concierne exclusivamente  a nuestros propios ciudadanos 3º.-Las repúblicas de los condados, para los deberes y derechos el condado y 4º.-la repúblicas de las circunscripciones, para los asuntos menores y no obstante numerosos y de interés para la vecindad. Y en el gobierno, como en cualquier otro asunto de la vida, es únicamente por división y subdivisión de los deberes cuando todos los asuntos, grandes y pequeños, pueden tratarse a la perfección. El conjunto se cimienta dando a cada ciudadano, personalmente, participación en los asuntos públicos.

El resumen de las enmiendas es: 1º-Sufragio universal 2º.-Igualdad  de representación en el poder legislativo 3º.-Un ejecutivo elegido por el pueblo 4º.-Jueces electos o revocables 5º.-Jueces, jurados y sheriffs electos 6º.-División en circunscripciones 7º.-Enmiendas periódicas a la Constitución.

Lanzo estas ideas como rúbricas generales de enmienda para que sean consideradas y corregidas. Su objeto es garantizar el gobierno autónomo republicano de nuestra Constitución, tanto como  el espíritu popular, y alimentar y perpetuar ese espíritu. No soy de los que tienen miedo del pueblo. Es de él y no de los ricos de quien dependemos para continuar a ser libres. Y para preservar su independencia no debemos dejar a nuestros gobernantes  cargarnos con una deuda perpetua. Debemos optar entre economía y libertad o prodigalidad y servidumbre. Si nos endeudamos hasta el punto que debemos imponer tasas sobre la bebida y el alimento, sobre nuestras necesidades y nuestro confort, sobre nuestros trabajos y nuestras diversiones,  para nuestras vocaciones y creencias, como ocurre con la ente de Inglaterra, nuestros ciudadanos, igual que ellos, deberán trabajar diez y seis horas sobre veinticuatro y ceder la renta de quince de esas horas al gobierno para sus deudas y gastos corrientes, y como la decimosexta no es suficiente para procurarnos el pan,  viviremos – como ellos ahora- de sopa de avena y patatas; sin tiempo para pensar y medios para obligar a los malos  dirigentes a rendir cuentas, contentándonos con obtener nuestra subsistencia alquilando nuestros servicios  para fijar sus cadenas en los cuellos de nuestros compañeros de sufrimiento. Nuestros propietarios agrícolas, también, como los suyos, que conservan en efecto los títulos y la gestión de la propiedad que se dice ser suya pero que en realidad está como  prenda  de pago al Tesoro Público, deberán aventurarse, como los nuestros, en países extranjeros y contentarse con  penuria, obscuridad, exilados de la gloria de la nación. Este ejemplo nos da la lección de que las fortunas privadas se destruyen tanto por el exceso  público como por el  privado. Y es la tendencia de todo gobierno humano. Separarse de ese principio en un caso particular constituye un precedente para un segundo caso, el segundo para otro tercero y así sucesivamente hasta que la masa de la sociedad sea reducida a no ser  mas que simples autómatas sufrientes y no tener mas sensibilidad que para soportar y sufrir. Entonces, comienza, efectivamente, la bellum omniium et omnia, que ciertos filósofos, observando que esta tan generalizada en este mundo, han tomado como si fuera un estado natural y no un estado abusivo de la humanidad.  Y la punta de lanza de este yugo es la deuda pública. Le siguen los impuestos y a continuación, la miseria y la opresión.

Washington, Jefferson, Roosevelt, y Lincoln (izqda. a dcha.)

Algunos contemplan las constituciones con una piadosa reverencia, y piensan que son como el Arca de la Alianza, demasiado sagradas para tocarse. Atribuyen a los hombres de las épocas precedentes una sabiduría más que humana y suponen que lo que hicieron está fuera del alcance de toda enmienda. Yo he conocido esa época; he pertenecido a ella y en ella he trabajado. Se ha hecho digna de su país. Era muy semejante a la actual pero sin experiencia; y cuarenta años de experiencia en el gobierno valen por un siglo de lectura de  libros. Esto, lo dirían de ellos mismos, si surgiesen de entre los muertos: Yo no soy de ninguna manera el abogado  de cambios frecuentes y no probados en las leyes y las constituciones. Pienso que mas vale tolerar las imperfecciones moderadas, porque, desde el momento en que las conocemos, nos adaptamos a ellas y encontramos los medios prácticos para corregir sus nefastos efectos. Pero también sé que las leyes y las instituciones deben ir de la mano del progreso del espíritu humano. A medida que deviene más desarrollado, más ilustrado,  que se hacen nuevos descubrimientos, que nos son desveladas nuevas verdades, y que cambian las costumbres y las opiniones con las circunstancias, las instituciones deben igualmente cambiar y caminar con su tiempo. Podríamos de igual manera  pedir a un hombre que llevase el vestido que le iba bien cuando era niño que si pedimos a una sociedad civilizada mantenerse bajo el régimen de sus ancestros bárbaros. Esta idea ridícula es la que ha inundado recientemente a Europa de sangre.  Sus monarcas, en vez de ceder sabiamente a un cambio gradual  de las circunstancias, favoreciendo un acomodo progresivo a una progresiva mejora, se han agarrado a sus viejos abusos, se han atrincherado tras sus sólidas costumbres y han obligado a sus súbditos  a buscar con sangre y violencia innovaciones temerarias y ruinosas, que si hubiesen estado sometidas a la deliberación pacifica  y  la sabiduría de una nación, se hubieran alcanzado  en formas aceptables y saludables. Nosotros no seguimos tales ejemplos, y no tengamos la debilidad de creer que una generación no es capaz de cuidar de sí misma y de poner orden en sus propios asuntos. Aprovechemos, como nuestros Estados hermanos han hecho, nuestra razón y experiencia para corregir las groseras tentativas  de nuestros primeros consejos inexperimentados aunque fuesen sabios, virtuosos y bienintencionados. Y en fin, prevengamos en nuestra Constitución su revisión  a intervalos específicos. Lo que deban ser estos intervalos, la naturaleza misma lo indica. Según las tablas de mortalidad europeas, sobre el total de adultos existentes en un momento dado, una mayoría estará muerta en diez y nueve años aproximadamente. Al final e este periodo, pues, una nueva mayoría se instala; o dicho en otros términos, una nueva generación. Cada generación es tan independiente como la precedente, como era el caso de las que le precedieron a su vez. Estas, como las aquellas , tienen  el derecho a elegir por sí mismas la forma de gobierno que crea la más apta para promover su propia felicidad; por consiguiente, a adaptarse a las circunstancias en las que se encuentra, las cuales ha recibido de sus predecesores y es por la paz y el bien de la humanidad que una ocasión en solemne de hacerlo cada diez y nueve o veinte años, debería estar prevista por la Constitución; de manera que pueda ser transmitida, con readaptaciones periódicas de generación en generación hasta el final de los tiempos, si es que algo humano puede durar largo tiempo.

Hace ya cuarenta años que fue formulada la Constitución de Virginia. Las mismas tablas nos informan que en este periodo, los dos tercios  de los adultos que vivían entonces, han muerto. El tercio restante, ¿tienen el derecho de tener sometidos a su voluntad y a las leyes hechas entonces a los otros dos tercios que, como ellos, componen la masa actual de adultos? Y si no lo tienen ¿quién lo tiene?  ¿Los  muertos?  Pero los muertos no tienen derechos. No son nada y nada pueden poseer. Donde no hay substancia no puede haber accidente. Ese conjunto material, y todo lo que hay sobre él, pertenece a sus habitantes actuales durante la duración de su generación. Ello solos tienen el derecho de dirigir lo que son sus propios asuntos y de decir la ley de esta dirección; y esa declaración no puede hacerse sino por la mayoría. Esta mayoría, por lo tanto, tiene el derecho de delegar sus representantes a una Convención y hacer la Constitución que piense ser la mejor para ellos. Pero, ¿cómo recoger su voz? He ahí la dificultad. Si son invitados por una autoridad privada, o a reuniones de  comité o distrito, estas divisiones son tan extensas que pocos asistirán a ellas y su voz será expresada de manera imperfecta o errónea. Esta sería una de las ventajas de la división por circunscripciones que propongo. El Alcalde de cada circunscripción por transmisión, para tratar una cuestión como esta, reuniría a toda la circunscripción, registraría el simple si o no de sus miembros, lo transmitiría al tribunal del condado, los cuales a su vez  transmitirían lo acordado en sus circunscripciones a la autoridad general más apropiada y la voz el pueblo entero sería así honradamente, plenamente y pacíficamente expresada, discutida y decidida por la razón común de toda la sociedad. Si esta avenida se cierra a la llamada de la tolerancia  se hará entender por la vía de la fuerza, y  continuaremos, como ocurre en otras naciones, en el circulo sin fin de la opresión, la rebelión, la reforma, y de nuevo la opresión, la rebelión, la reforma, y así para siempre.

Tal es, Señor, mi opinión sobe los gobiernos que vemos entre los hombres y sobre los únicos principios por los cuales podemos impedirnos  caer en el mismo temible camino. Los he expuesto más ampliamente de lo que su carta invitaba. Pero no puedo decir las cosas a mitad; y tengo confianza en su honor, para que lo utilice de manera que se me preserve de la parrilla de los diarios. Si  Vd las aprueba  y las imponen, como se ha hecho a favor de la igual  representación, harán mucho bien. Si no, guárdelas para sí, como la efusión  propia de la edad marchita  y de la ociosidad.

Con no menos sinceridad, le transmito mi gran respeto y mi  consideración.

Thomas Jefferson

 

http://republicadelosiguales.blogspot.com.es/2011/06/thomas-jefferson-el-arbol-republicano.html

 

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INSTINTO DE LIBERTAD Y ANHELO DE FELICIDAD, por Spinoza y Jefferson

 

 

ESTAR Y PERMANECER ATADOS A DIOS, CON LAS AMABLES CADENAS DE SU AMOR, CONSTITUYE NUESTRA ÚNICA Y VERDADERA LIBERTAD

Hemos visto que fuera de Dios [Naturaleza creadora] no hay ninguna cosa que nos pueda proporcionar alguna salvación y que ésta es nuestra única verdadera libertad, estar y permanecer atados con las amables cadenas de su amor. Finalmente, vemos también cómo el razonamiento no es en nosotros lo más excelso, sino como una escalera a través de la cual ascendemos al lugar deseado, o como un buen espíritu que, lejos de toda falsedad y engaño, nos anuncia el bien supremo, a fin de incitarnos a buscarle y a unirnos a él. Y esa unión es nuestra suprema salvación y beatitud”.

El hombre concibe una naturaleza humana mucho más firme que la suya y ve, además, que nada impide que él la adquiera, por lo que se siente incitado a buscar los medios que le conduzcan a esa perfección. Todo aquello que puede ser medio para llegar a ella, se llama verdadero bien; y el sumo bien es alcanzarla, de suerte que el hombre goce, con otros individuos, si es posible, de esa naturaleza. Cuál sea aquella naturaleza humana lo mostraremos en su lugar, a saber, el conocimiento de la unión que la mente tiene con toda la Naturaleza.

Este es, pues, el fin al que tiendo: adquirir tal naturaleza y procurar que muchos la adquieran conmigo; es decir, que a mi felicidad pertenece contribuir a que otros muchos entiendan lo mismo que yo, a fin de que su entendimiento y su deseo concuerden totalmente con mi entendimiento y con mi deseo. Para que eso sea efectivamente así, es necesario entender la Naturaleza, en tanto en cuanto sea suficiente para conseguir aquella naturaleza humana. Es necesario, además, formar una sociedad, tal como cabría desear, a fin de que el mayor número posible de individuos alcance dicha naturaleza con la máxima facilidad y seguridad”.

El astrólogo, Jaan de Veermer

 

EL VERDADERO FIN DEL ESTADO ES LA LIBERTAD

Esta doctrina es también de no poca utilidad para la sociedad civil, en cuanto enseña de qué modo han de ser gobernados y dirigidos los ciudadanos, a saber: no para que sean siervos, sino para que hagan libremente lo mejor.”

El fin último del Estado no es convertir a los hombres de seres racionales en bestias o autómatas, sino lograr más bien que su mente y su cuerpo desempeñen sus funciones con seguridad, y que ellos se sirvan de su razón libre y que no se combatan con odios, iras o engaños, ni se ataquen con perversas intenciones. El verdadero fin del Estado es, pues, la libertad.”

Reconozco, por supuesto, que de dicha libertad se derivan a veces ciertos inconvenientes. Pero ¿qué institución ha sido jamás tan bien organizada que no pudiera surgir de ella inconveniente alguno? Quien pretende determinarlo todo con leyes, provocará más bien los vicios que los corregirá. Lo que no puede ser prohibido, es necesario permitirlo, aunque muchas veces se siga de ahí algún daño. ¿Cuántos males, en efecto, no provienen del lujo, la envidia, la avaricia, la embriaguez y actos similares? Y se los soporta, sin embargo, porque no pueden ser evitados por la prohibición de las leyes, aunque sean realmente vicios. Con mucha mayor razón, pues, se debe conceder la libertad de juicio, puesto que es una virtud y no puede ser oprimida.

Y no menciono ya el hecho de que esta libertad es primordial para promover las ciencias y las artes. Estas, en efecto, sólo las cultivan con éxito quienes tienen un juicio libre y exento de prejuicios.”

BARUCH DE SPINOZA

 

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UN BUEN GOBIERNO ES NECESARIO PARA CERRAR EL CÍRCULO DE NUESTRAS DICHAS

Soy partidario de alentar el progreso de la ciencia en todas sus ramas; y opuesto a poner el grito en el cielo contra el sagrado nombre de la filosofía, a atemorizar a la mente humana con historias de brujas para inducirla desconfiar de su propio juicio y a aceptar implícitamente el de otros, a retroceder en lugar de avanzar con el fin de prosperar, a creer que el gobierno, la religión, la moral y cualquier otra ciencia alcanzaron su más alta perfección en épocas de la más oscura ignorancia, y que jamás puede idearse algo más perfecto que lo establecido por nuestros antepasados”.

Tenemos las siguientes verdades por evidentes en sí mismas: todos los hombres son creados iguales; que su creador les ha otorgado derechos inherentes e inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres gobiernos cuyos poderes legítimos emanan del consentimiento de los gobernados; que cuando una forma cualquiera de gobierno pone en peligro esos fines, el pueblo tiene derecho a alterarla o abolirla y a instituir nuevo gobierno, fundamentándolo en los principios, y organizando sus poderes en la forma que, a su juicio, le ofrezcan más posibilidades de alcanzar su seguridad y felicidad”.

Todos tendrán en su mente el sagrado principio de que si bien ha de prevalecer en todos los casos la voluntad de la mayoría, esa voluntad ha de ser razonable para ser legítima; y que la minoría posee sus derechos iguales, que leyes iguales deben proteger, y que violar esto sería opresión. Unámonos, pues, conciudadanos, en un sólo corazón y una sola mente. Devolvamos a la relación social esa armonía y afecto sin los cuales la libertad y  hasta la propia vida son cosas tristes. Una cosa más: un gobierno sabio y comedido, que impida a los hombres lesionarse unos a otros, que en lo demás les deje regular libremente sus propios proyectos de industria y mejora, y que no le quite de la boca al trabajador el pan ganado. Esta es la suma del buen gobierno, y esto es necesario para cerrar el círculo de nuestras dichas”.

El único objetivo ortodoxo de la institución del gobierno es asegurar el más alto grado de felicidad posible a la gran mayoría de los asociados bajo él. Si la masa no conserva suficiente control sobre las personas a quienes se han confiado los poderes de gobierno, éstas se pervertirán para oprimirla y para perpetuar la riqueza y el poder en los individuos seleccionados para disfrutar de esa confianza y sus familias. Es cierto que estoy cansado de la política práctica. Que, cuando la mezquina, pérfida y cobarde astucia de los gabinetes había dado paso a la integridad y buena fe, todo vaya a ser de nuevo barrido por el audaz desprecio y la renuncia expresa a todo principio moral, repugna mortalmente a mi alma.

THOMAS JEFFERSON

 

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El vídeo que sigue, tan breve como sustancioso, une la armonía de la música clásica con palabras de libertad, cuya belleza filosófica, tanto ética como política, no tiene parangón:

 

 
CONATUS
Publicado el 20 oct. 2007 por Jesús Gonzalez
del individuo a la democracia

 

Filosofía Digital, 2007


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