LA DIGNIDAD PERSONAL O EL PROPIO CARÁCTER, por Epicteto

Para el animal racional le es sólo insoportable lo irracional, mas lo racional soportable. Mas cada uno entiende a su modo lo racional e irracional, como ocurre a cada cual con lo de bueno y malo, y lo de útil e inútil. Por esto mayormente precisamos de educación, para aprender a aplicar la presunción de lo racional e irracional a los casos particulares en consonancia con la naturaleza. Mas para la discriminación de lo racional y lo irracional no sólo aplicamos los valores de las cosas exteriores, sino también los de la dignidad personal de cada uno. Para alguno, en efecto, es razonable tener a otro el orinal, por la sola consideración de que si no lo tiene recibirá azotes y no recibirá alimentos, mientras que si se lo tiene, no sufrirá asperezas ni enojos. A otro, en cambio, no sólo le parecerá insoportable el hecho de tenerlo él, sino aun tolerar que otro lo tenga. Considera solamente una cosa: en cuánto vendes tu propio albedrío. Hombre, por lo menos, no lo vendas barato”.

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Para el animal racional le es sólo insoportable lo irracional, mas lo racional soportable. Los azotes no son insoportables por naturaleza. ¿En qué manera? Mira cómo: Los lacedemonios sufren azotes (1) porque saben que ello es racional. Mas ahorcarse, ¿no es insoportable? Como, sin embargo, sienta uno que es cosa racional, va y se ahorca. En suma, si observamos, con nada hallaremos al animal tan atormentado como con lo irracional y, al revés, por nada tan atraído como por lo racional. Mas cada uno entiende a su modo lo racional e irracional, como ocurre a cada cual con lo de bueno y malo, y lo de útil e inútil. Por esto mayormente precisamos de educación, para aprender a aplicar la presunción de lo racional e irracional a los casos particulares en consonancia con la naturaleza (2).

Mas para la discriminación de lo racional y lo irracional no sólo aplicamos los valores de las cosas exteriores, sino también los de la dignidad personal (3) de cada uno. Para alguno, en efecto, es razonable tener a otro el orinal, por la sola consideración de que si no lo tiene recibirá azotes y no recibirá alimentos, mientras que si se lo tiene, no sufrirá asperezas ni enojos. A otro, en cambio, no sólo le parecerá insoportable el hecho de tenerlo él, sino aun tolerar que otro lo tenga. Así, pues, si me preguntas: “¿Tendré el orinal o no?”, te digo que más vale recibir alimentos que no recibirlos y mayor detrimento es ser desollado que no ser desollado: conque si a esto ajustas tus cosas, anda y tenlo.

“Mas, no sería digno de mí.”

Esto eres tú ya quien debes traerlo en consideración, no yo. Pues tú eres quien te conoces y sabes cuanto vales para ti y en cuanto te vendes; que cada uno se vende a un precio.

Por eso Agripino a Floro, que reparaba en si debía bajar al espectáculo de Nerón para desempeñar también su papel, le dijo. “Baja.” Y como le preguntase otro: “¿Por qué no bajas tú?”, dijo: “Yo , ni lo he consultado.” Pues quien se detiene sólo una vez en consideraciones semejantes y en el valor de las cosas exteriores, y hace sus cálculos, ése cerca está de quienes se han olvidado de su propia persona. ¿Qué vienes a preguntarme? “¿Es preferible la muerte o la vida?” Contesto: ‘La vida.’ “¿El dolor o el placer?” Contesto: ‘el placer.’

“Mas si no represento, me degollarán.” Anda, pues, y representa, que yo no represento. ¿Por qué? Porque tú crees ser uno de tantos hilos de la túnica. Y entonces, ¿qué? Cúmplete pensar cómo asemejarte a los demás hombres, así como tampoco el hilo no pretende tener nada distinto de los demás hilos. Mas yo púrpura (4) quiero ser, eso poquito y brillante y que es causa de que lo demás elegante parezca y hermoso. ¿Qué vienes, entonces, a decirme: “Aseméjate al vulgo”? ¿Y cómo iba a seguir siendo púrpura?

Esto veía también Prisco Helvidio (5) y como lo veía lo hizo. Al mandarle recado Vespasiano que no acudiese al Senado, replicó: “En tu mano está no dejarme ser senador; pero mientras lo sea, mi deber es ir.”

– “Bien, más ya que vayas” -le dijo- “cállate.”

– “No me interrogues y callaré.”

– “Mas yo debo interrogar.”

– “Y yo decir lo que me parece justo.”

– “Pues como hables, te mandaré matar.”

– “Y ¿cuándo te dije que fuera inmortal? Conque tú harás lo tuyo  y yo lo mío; tuyo es mandar matarme, mío morir sin temblar; tuyo desterrarme, mío partir sin pena.”

¿Qué aprovechó, entonces, a Prisco, el ser único? ¿Y qué aprovecha la púrpura a la túnica? Pues qué, sino que luce en ésta como púrpura y al resto se ofrece como hermoso ejemplo? Otro, en cambio, si llega a pedirle César en tal circunstancia que no vaya al Senado, dijérale: “Gracias por excusarme.” Pero a un tal ni siquiera le prohibiría acudir, porque sabía que, o se estaría quedo como un cántaro, o, de hablar, iba a decir lo que conocía que el César quería, y aun metería algo más.

De esta guisa también cierto atleta que estaba en riesgo de morir si no se dejaba cortar las partes, como se le acercase su hermano (era aquél filósofo) y le dijera: “Ea, hermano, ¿qué piensas hacer? Cortemos ese miembro y todavía hemos de ir al gimnasio”, no cedió, sino que se hizo fuerte y murió.

Y como preguntase uno: – ¿Cómo hizo esto? ¿Como atleta o como filósofo?

– Como hombre -dijo (Epicteto)-, como hombre pregonador y luchador en los Olímpicos, en tales campos curtido y que no va a ungirse a casa de Batón. Pero otro, hasta el cuello se dejara cortar si le fuera posible vivir sin cuello. Tal es la dignidad personal: tanta su fuerza entre los habituados a traerla a colación en sus deliberaciones.

“Ea, pues, Epicteto, rasúrate. (6)”

Si soy filósofo digo: ‘No me rasuro.’

– “Pero te cortaré el pescuezo.”

– ‘Si te aprovecha, córtamelo.’

Preguntó alguno: -¿Por dónde, pues, conoceremos cada uno a lo que toca a nuestra dignidad personal?

– Pues ¿por dónde el toro -dijo- al interrumpir el león siente él sólo su propia disposición y se abalanza en defensa del rebaño entero? ¿No es claro que con el poseer la disposición viene inmediatamente a unirse a la conciencia de ella? Y así también entre nosotros, quienquiera posea tan disposición, no la ignorará. Mas un toro no se hace tal de repente, ni tampoco un hombre se hace hidalgo, sino que antes hay que encerrarse (7), prepararse y no tirarse uno de ligero a lo que no le cuadra.

Considera solamente una cosa: en cuánto vendes tu propio albedrío. Hombre, por lo menos, no lo vendas barato. Mas lo grande y excepcional, eso a otros quizás cuadre, a Sócrates y a tales como él.

– Pues ¿por qué, si para eso fuimos criados, no salimos así todos o siquiera muchos?

– ¿Los caballos, acaso, salen veloces todos, los perros, acaso, todos rastreadores? Entonces ¿qué? Supuesto que no estoy bien dotado, ¿doy de lado el estudio por ello? De ningún modo. ¿Epicteto no será mejor que Sócrates? (8) Mas ya que no lo sea, no peor, esto me basta. Porque, tampoco voy a ser un Milón (9) y, sin embargo, no descuido el cuerpo; ni un Creso, y sin embargo no descuido la hacienda; ni, en fin, abandonamos el cuidado de ninguna otra cosa por desengaño de alcanzar las cimas.

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NOTAS.-

(1) Fue ejemplar en la antigüedad el aguante de los niños espartanos, que hacían gala de recibirlos ante el ara.

(2) El acuerdo con la naturaleza viene a ser la divisa de la escuela estoica. Tal fórmula introduce la doctrina de que la Ética es concordante con la Física. Quien conoce su propio valor y el de las cosas exteriores no obrará en desarmonía con su propia persona. Sólo posee valor incondicional lo interior.

(3) ‘Su propio carácter’. Epicteto, como hombre de acusada idiosincrasia, abriga, igual que Panecio, una amplia comprensión del valor de la personalidad individual. Seguir a su propio ser es conforme a la naturaleza y moral. El hombre, dice Epicteto, ha de referir todo su obrar, por un lado, a su común naturaleza humana; por otro, a la suya propia, según la tarea de cada uno y su albedrío.

(4) Alusión a la banda de púrpura en la toga pretexta de la nobleza romana, oficiales curules y sacerdotes.

(5) Personaje catoniano, no menos notable por su saber que por su austera vida y patriotismo. Vespasiano, con quien se las tuvo tiesas, acabó por condenarle a muerte.

(6) Es decir, ‘abandona la filosofía’ o ‘disimula que eres filósofo’. Los filósofos, sobre todo cínicos y estoicos, llevaban barba como atuendo característico, como luego los artistas han llevado o llevan melena. Bajo la persecución de Domiciano contra los filósofos hubo muchos que disimularon su profesión rasurándose.

(7) En sus cuarteles de invierno, los soldados no permanecían inactivos, sino que se ejercitaban.

(8) Qué elevado ideal el de esta escuela y el de un hombre que no se contenta con ser menos que un Sócrates.

(9) De Crotona, el más famoso atleta de la antigüedad; vencedor seis veces en Olimpia.

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EPICTETO, Pláticas recogidas por Arriano. Ediciones Alma Mater, 1957. Texto revisado y traducido por Pablo Jordán de Urríes y Azara. Filosofía Digital 2008.