El arte de la “Nueva Política” (1/3) Sectarismo.

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«Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y de recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. Artículo 19 – Declaración Universal de los Derechos Humanos


En 1895, Gustave Le Bone escribía: “La masa es siempre intelectualmente inferior al hombre aislado. Pero, desde el punto de vista de los sentimientos y de los actos que los sentimientos provocan, puede, según las circunstancias, ser mejor o peor. Todo depende del modo en que sea sugestionada.”

Esta idea, sustraída a nuestros jóvenes, como tantas otras, del diseño curricular de la enseñanza obligatoria, abunda en el hecho probado de que la especie humana, supedita sin demasiada reflexión su pensamiento al del grupo, haciendo válido aquel dicho que reza: “si no vives como piensas, acabarás pensando como vives”.

En los albores del siglo XXI, no sorprende ya la vigencia de este texto, lo que nos hace pensar que los sistemas sociales son como un puzle que por más que se haga y se deshaga, el resultado final siempre es el mismo.

La base de todo cambio empieza por el reconocimiento del problema pero, no es que el problema esté en el sistema, sino que debemos buscarlo un paso más abajo, está en los que sostenemos a diario ese sistema, dirigiéndolo, simplemente aceptándolo, o bien aprovechándonos de él.

En este tiempo en el que para subsistir, los poetas deben convertirse en cantantes, los filósofos en cómicos, y los escritores y periodistas en “creadores de opinión”, la sabiduría, la belleza y la verdad parecen haber muerto ahogadas por el individualismo. Y si, como decía Kant, sólo el individuo es válido para juzgarse a sí mismo, ¿qué puede ocurrir con una sociedad en la que los individuos carecen de valor alguno más que el de tratar por todos los medios de conseguir lo que desean?

«Si es de los míos, ha hecho bien. Si no, es un delincuente». En una sola frase mueren acribilladas la presunción de inocencia y el sentido de la responsabilidad individual que cada uno tiene sobre las consecuencias de sus actos.

Sobre ello versa un lúcido artículo de un Fiscal que prefiere guardar el anonimato, publicado en el año 2014 por la «Asociación Profesional e Independiente de Fiscales»

Por su extensión, publicaremos El trabajo en tres entregas. Los dos primeros capítulos son los que siguen a continuación, y los tres siguientes se publicarán en próximas entregas, al final de la que incluiremos un enlace al texto completo, de indudable interés

EL SECTARISMO EN LA JUSTICIA.
JUDICATURA Y MINISTERIO FISCAL[1]

SUMARIO: I.- EL SECTARISMO. II.- LA JUSTIFICACIÓN SECTARIA DE LOS ACTOS INJUSTOS. III.- EL SECTARISMO EN LA JUSTICIA. IV.- SECTARISMO Y PODER JUDICIAL. A) Los Jueces y Magistrados. B) El CGPJ. a) La elección de los vocales del Consejo. b) La competencia en materia de nombramientos. V.- SECTARISMO Y MINISTERIO FISCAL. A) La sintonía ideológica entre Gobierno y Fiscal General del Estado. B) La estructura orgánica de la dependencia jerárquica. C) El arbitrario sistema de promoción profesional.

I.- EL SECTARISMO

La sociabilidad, característica esencial del ser humano, le impulsa a agruparse, a buscar la compañía de sus congéneres y, entre estos, de aquellos con los que comparte gustos, aficiones, ideas o aspiraciones personales o profesionales.

Una consecuencia, hasta cierto punto natural, de esta clase de interacciones personales, es que entre los integrantes de ciertos clubes se desarrolle una fuerte conciencia identitaria y que ésta les lleve a considerar la pertenencia al grupo –o lo contrario, la no pertenencia a él- como un elemento decisivo de sus relaciones con los demás[2] . A partir de aquí, la adopción de actitudes y comportamientos de naturaleza excluyente o sectaria en buena parte de sus miembros, siempre los más activos y significados, es sólo es cuestión de tiempo.

El sectarismo, en cualquiera de las formas en que suele presentarse -racial, religioso, ideológico o cultural- y como cualquier otra desviación del carácter, tiene grados. En sus episodios más graves, puede reconocerse tras los peores comportamientos, las mayores injusticias e, incluso, las más abominables atrocidades de la historia de la humanidad. No hace falta recordar cuales, pues hay cientos de ejemplos y todos podemos citar unos cuantos.

En esas ocasiones y examinadas desde la distancia, nadie entiende cómo sociedades aparentemente civilizadas pudieron desembocar en ese cruel estado de histeria colectiva o como personas honestas pudieron colaborar o asistir a ello con una indiferencia, sin duda, criminal. Pero, como en tantas otras ocasiones, la explicación no es difícil, ni enrevesada. Sucedió que buena parte de la población, alentada irresponsablemente por sus líderes y clases dirigentes, se abandonó al sectarismo, llegando a asumir como propias las reglas que éste impone, en especial, la dialéctica amigo-enemigo como criterio básico de ordenación social[3] .

Por fortuna, el sectarismo no siempre llega hasta sus últimas consecuencias y sólo en contadas ocasiones desemboca en pogromos y linchamientos. En las actuales sociedades desarrolladas suele presentarse en formas mucho menos contundentes[4]. Una de las más evidentes es el descarado favoritismo o nepotismo en la elección de cargos públicos administrativos[5], que hoy se acepta con cierta naturalidad, como si se tratase de una consecuencia no querida, pero inevitable, del sistema de democrático de partidos y su alternancia en el poder. Como si la injusta preterición del mérito y la capacidad por motivos políticos o ideológicos no fuese una forma de corrupción moral y jurídica capaz de contaminar la vida cotidiana de los españoles, o el adentrarse en esta especie de pendiente resbaladiza no hubiese ya afectado de forma decisiva a la calidad y funcionamiento de las instituciones democráticas de nuestro país.

El nepotismo, el favoritismo en la toma de decisiones y demás comportamientos injustos no se agotan en quienes tienen la desgracia de sufrirlos directamente –ese horrible sentimiento de impotencia y frustración frente a la injusticia-, sino que trascienden a toda la sociedad, que se ve dirigida o gobernada por los menos capaces, al tiempo que recibe el mensaje de que el esfuerzo, la capacidad profesional y el trabajo honrado de nada sirven frente a otros valores espurios, como la promesa de una inquebrantable lealtad personal o el sometimiento ciego a la disciplina de grupo[6].

En España, hace años que quienes desean obtener un puesto en la Administración (autonómica o local, especialmente) o, una vez dentro, progresar en ella hasta los puestos de dirección (cualquier Administración, también la central), saben que deben unir su destino profesional a uno de los dos grandes sectores ideológico-políticos dominantes, esto es, el progresista o el conservador, en alguna de sus diferentes manifestaciones –partido político, sindicato o asociación profesional-, en el convencimiento de que éste será un requisito especialmente valorado por aquellos que, en su momento, tendrán el poder de decidir.

La Administración de Justicia, en buena parte gobernada por opacos órganos colectivos, de miembros designados por asociaciones profesionales o partidos políticos y, por tanto, sólo en apariencia independientes, no es en modo alguno una excepción, como tendremos ocasión de justificar a lo largo del presente trabajo.

II.- LA JUSTIFICACIÓN SECTARIA DE LOS ACTOS INJUSTOS

Según el concepto de la moral kantiana[7] , la única fuente y el juez de la moralidad, de los principios éticos básicos, no es el grupo, ni siquiera la sociedad o el Estado, sino el individuo. Cuando una persona obra injustamente a sabiendas, dejándose llevar por las bajas pasiones o en la persecución egoísta de sus intereses personales, económicos o sentimentales, siempre sufre un coste íntimo, el de sentirse una mala persona. Porque, a salvo de psicopatías, nadie es completamente inmune al remordimiento. Todos necesitamos la aprobación de nosotros mismos –también de los demás-. Sentirnos individuos valiosos y dignos de reconocimiento social, y cuando esto no ocurre sufrimos un desbalance de conciencia o disonancia cognitiva[8], que tiene un inevitable coste psicológico a medio o largo plazo.

En esas ocasiones, el individuo pretende luchar contra la incoherencia interna que le supone ejecutar actos contrarios a sus principios morales básicos, mediante autojustificaciones de distinto tipo y cuando éstas tampoco son suficientes, aceptando la prevalencia de valores superiores a los suyos propios. En el caso del sectario, aquellos que le vienen impuestos por el grupo de poder al que se ha unido.

Esta última característica del sectarismo lo hace especialmente eficaz frente a las posibles disonancias cognitivas pues, a diferencia de otros defectos de la condición humana -como la ira, la envidia o la pereza-, el sectarismo es siempre supraindividual o social. Es el grupo el que fija las normas morales por las que han de regirse sus acólitos, que confundidos en ese colectivo informe pueden eludir el sufrimiento psicológico derivado de actuar injustamente a sabiendas.

Ciertamente son posibles, y relativamente frecuentes, los actos sectarios de carácter individual, pero éstos siempre se muestran como accesos virulentos de elementos incontrolados y terminan por resultar contraproducentes con los fines por ellos perseguidos[9], ya que la fuerza del sectarismo precisamente se funda en el anonimato e impersonalidad que confiere el grupo, normalmente regido por órganos colectivos opacos (secretariados, ejecutivas, comisiones, etc. de partidos políticos, sindicatos o asociaciones profesionales), a los que se debe lealtad y obediencia ciega en cada una de sus iniciativas de poder. Razón por la que el sectario puede desvincularse emocionalmente de los actos injustos que realiza o secunda, sencillamente porque no se siente personalmente responsable de ellos, ni de sus consecuencias, que a lo sumo llega a contemplar como un mal impuesto o necesario.

Haciendo uso de este curioso mecanismo de autodefensa, el sectario puede obrar en contra de sus más íntimos valores o creencias morales, cometer las mayores arbitrariedades, sin sufrir el más mínimo remordimiento de conciencia –¡fuera disonancias cognitivas!- , pues entiende que no actuó personalmente, sino dirigido por los intereses del partido, sindicato o asociación a que pertenece, de los que nace esa especie de conciencia colectiva que su compromiso con el grupo le obliga a aceptar y ejecutar.

Pero volvamos los ojos a la Justicia, que es el objeto de nuestra reflexión.


[1] Con la intención de no sobrepasar los límites naturales de un artículo doctrinal, el trabajo no llega a ocuparse del sectarismo en el Tribunal Constitucional, que dejaremos para otra ocasión.

[2] En ideas tales como “el grupo está por encima del individuo porque es éste el que le da la identidad”, que ya se encuentran en Hegel (1770-1831), está el germen tanto del marxismo, como de los fascismos totalitarios.

[3] Expresada dogmáticamente por CARL SCHMITT en 1932 (<<El concepto de lo político>>. Alianza Editorial. Madrid, 1999), sólo tres años antes de que Hitler publicara el ideario nazi en las Leyes de Núremberg.

[4] <<En Estados Unidos, recientemente, en una decisión judicial histórica (State North of Carolina vs. Robinson) del Tribunal Superior del Condado de Cumberland (Carolina del Norte), dictada en abril de 2012, se conmutó la pena capital impuesta a un reo afroamericano condenado por asesinato –transformándola en una condena a cadena perpétua-, sobre la base de constar acreditado (a través de datos estadísticos y del testimonio de expertos en psicología cognitiva) que, en la fecha en que se celebró el juicio (1994), la fiscalía descartaba sistemáticamente a los potenciales jurados de raza negra, concluyendo que ese sesgo discriminatorio tuvo, a su vez, una influencia decisiva en que el jurado (dada su conformación étnica mayoritariamente blanca) condenaba al acusado a la pena de muerte (y no a otra más leve). El Tribunal, explicando su decisión, afirma que aunque “existe un consenso generalizado en la comunidad científica en que los sesgos raciales explícitos y patentes son generalmente reprobados y, consecuentemente, son inferiores y menos visibles que en el pasado, la raza continúa teniendo un impacto en nuestros procesos mentales y de toma de decisiones, a menudo a través de un mecanismo inconsciente>>. MUÑOZ ARANGUREN, ARTURO: <<El desayuno de nuestros jueces>>. Diario La Ley. Nº 8057. 8 de abril de 2013.

[5] <<… en todas las administraciones públicas españolas se extiende un aconstitucional principio de confianza donde la Constitución quiso que rigieran los de mérito y la capacidad en condiciones de igualdad y objetividad. Pero tiene un coste terrible en deslegitimación y desmoralización del colectivo>>. DIEGO IÑIGUEZ: <<Un Juez, un voto y otras reformas>>. Diario El País. 16 de febrero de 2012.

[6] <<Los puestos de libre designación se han convertido en una corruptela nacional a todos los niveles: central, autonómico y local. Además de no nombrar a los mejores, con lo que pueden cometerse delitos de prevaricación, se politizan los organismos, creando tensiones en el personal que repercuten negativamente en su rendimiento. A veces los nombramientos se realizan para pagar servicios prestado que se relacionan con la corrupción –a veces delictiva- o para que colaboren torticeramente en el futuro>>. SERRANO GÓMEZ, ALFONSO: <<Corrupción, delito y crisis en la Administración de Justicia>>. Diario La Ley. Nº 8043. 14 de marzo de 2013.

[7] IMMANUEL KANT (1724-1804), sus obras Crítica de la razón pura (1781) y Crítica de la razón práctica (1790) tuvieron una influencia decisiva en el pensamiento filosófico posterior.

[8] A la que se refirió por primera vez el psicólogo estadounidense LEÓN FESTINGER, en su trabajo A theory of Cognitive Dissonanc.

[9] Asesinatos racistas, como el de MARTÍN LUTHER KING (1968), o políticos, como el MAHATMA GANDHI (1948), nunca alentaron los sentimientos sectarios que dieron lugar a ellos, al contrario, provocaron fuertes y sostenidas reacciones sociales en sentido exactamente contrario.