PSEUDOVIDAS Y DESINFORMACIÓN: De «La Caverna» de Platón a las Pantallas de la Modernidad

PSEUDOVIDAS Y DESINFORMACIÓN

 

Hiperliberalismo

La última obra de John Gray y el regreso a una feliz era de tinieblas
 
Por Javier Bilbao

Ideas, 15 de diciembre de 2024

John Gray, 2015

 

«Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de los negros mares de la infinitud, y no hemos sido concebidos para viajar muy lejos. Las ciencias, cada una de las cuales avanza en su propia dirección, apenas nos han afectado hasta el momento, pero algún día la conjunción de esos conocimientos disociados abrirá unos panoramas tan aterradores de la realidad, y de nuestra espantosa posición en su seno, que bien la revelación nos hará enloquecer, bien huiremos de esa luz letal para refugiarnos en la paz y la seguridad de una nueva era de tinieblas». 

 

La llamada de Cthulhu, magistral hasta la última página, tiene un comienzo capaz de hacer arder por combustión espontánea a cualquier —disculpen la redundancia— ilustrado pinkeriano, masonazo de Zenda y progresista prisaico: la luz es letal (deadly), una nueva era de tinieblas ofrecería un refugio de paz y seguridad, mientras que la ciencia abre ante nosotros un futuro aterrador.

Vale, Lovecraft, has logrado captar nuestra atención, esto se sale del menú habitual.

Hay una serie de construcciones lingüísticas en el ámbito público repetidas con tanto ahínco que al final van creando campos semánticos intercomunicados: el periodista o político de turno pronuncia una palabra acusatoria a modo de conjuro y de ella cuelga toda una ristra de significados donde uno acabará enredado sin posibilidad de escape.

Ahí tenemos a un cargo del PP que hace unos días para descalificar una propuesta sobre vivienda la tildaba de «franquista», ante lo que alguien con la mirada limpia se preguntaría «¿Entonces es buena o mala?». Pero como ya nos conocemos todos entonces de «franquismo» cuelga irremediablemente «pasado/ tinieblas/ superstición/ rosarios/ blanco y negro/ Los santos inocentes/ tricornio y bigote/ desolación/ barbarie/ sopa de ajo».

Cuesta romper esa cadena de significantes porque pueden estar más en la cabeza del receptor que del emisor. Algo parecido ocurre con lo que narra la Biblia sobre la tribu de Efraín, cuando huían cruzando el río Jordán y sus enemigos en los puestos de control, para identificarlos, les pedían pronunciar la palabra espiga (shibboleth) para comprobar su acento y decidir entonces si merecían vivir.

Los shibboleths —o chiboletes, tradujo Unamuno— son desde entonces palabras o expresiones que revelan el grupo de pertenencia de quien las profiere, sea este consciente de ello o no. Si dice «ni que sea» estamos ante un catalán, por mucho que trate de disimular el acento; si escribe «demigrante» estamos ante un forocochero y si pronuncia enfáticamente «libertad», convertida en fetiche y paradigma, estamos ante un occidental en el ocaso de su civilización.

Al menos eso es lo que nos cuenta el veterano filósofo británico John Gray, alguien que ya en 1989 desmintió a Fukuyama («la historia no dibuja ninguna trayectoria definible, ni a la larga ni a la corta») antes de que los propios acontecimientos lo hicieran y que ahora acaba de publicar Los nuevos leviatanes: reflexiones para después del liberalismo.

Como el título insinúa es una relectura de Hobbes («un liberal, tal vez el único al que todavía valga la pena leer», nos dice) a la luz de la agitada geopolítica contemporánea y de la inexorable deriva de los Estados liberales hacia otra cosa distinta: unos leviatanes que han mutado tanto que ya no es taxonómicamente apropiado incluirlos en la misma especie. Convertidos en ingenieros de almas, no aspiran ya a tener el monopolio de la violencia, sino el de la verdad.

 

 

Es una obra por tanto centrada en las definiciones, de ahí que preste singular atención a su teoría del lenguaje, «con la que nos enseña que los seres humanos se dejan poseer por las palabras. Este otro Hobbes puede ayudarnos a comprender por qué la civilización liberal ha pasado a mejor vida».

Una lengua es una herramienta formidable que trae consigo la maldición de llevarnos a habitar un mundo imaginario donde «las palabras se van volviendo más reales que las cosas», por ello «Hobbes creía que la humanidad podía escapar del hechizo del lenguaje construyendo definiciones claras de las palabras». Quizá ni por esas, pero habrá que intentarlo…  

Una de esas palabras a la que presta particular atención es aquella por la que tantos crímenes se han cometido en su nombre, como observó Madame Roland antes de morir guillotinada por un régimen que deificó tres de ellas. Hablamos de libertad y, en consecuencia, de liberalismo. Nos explica Gray,

«el Occidente liberal está poseído por la idea de libertad. Cualquier freno a la voluntad humana es condenado como un modo de represión. Si unos seres humanos infligen daño a otros, es porque la sociedad los ha perjudicado a ellos primero. Cuando se corrijan esas injusticias, todos podrán vivir como gusten tras haber creado el mundo en el que desean vivir.

Pero, paradójicamente, para que esa libertad pueda ser efectiva, es preciso vigilar y controlar todos los aspectos de la vida.

El lenguaje debe depurarse de todo rastro de crimen de pensamiento. La mente debe dejar de ser un terreno privado y someterse a un escrutinio que detecte los sesgos y errores que en ella se ocultan.

Como ya vaticinara Dostoyevski en Los demonios, la lógica de la libertad ilimitada es el despotismo ilimitado».

 

Al arrancar esa flor para apropiarnos de su belleza termina marchitándose en nuestros dedos, puesto que «en los Estados occidentales cautivados hoy por una versión hiperbólica del liberalismo hay también otro experimento en marcha. El proyecto hiperliberal consiste en emancipar a los seres humanos de las identidades heredadas.

La idea es que las personas deben ser libres para hacerse a sí mismas como deseen.(…) la autodeterminación individual sin límites es una fantasía. Los seres humanos no pueden crear sus vidas de la nada, pero sí pueden destruir la vida que tienen y quedarse sin nada.

 

La idea es que las personas deben ser libres para hacerse a sí mismas como deseen.(…) la autodeterminación individual sin límites es una fantasía.

Los seres humanos no pueden crear sus vidas de la nada, pero sí pueden destruir la vida que tienen y quedarse sin nada.

 

La creencia de que cada uno de nosotros somos hijos de Dios, portadores de un aliento divino, trascedentes a cualquier poder terrenal, habría vertebrado el liberalismo en su primacía del individuo e igualdad intrínseca, así como su universalismo. Mientras que la creencia en la constante perfectibilidad de las instituciones humanas es un correlato de la historia humana vista como un pecado original seguido de redención. Pero de igual manera, nos dice, la agenda progresista, lo woke, lejos de ser una variante del marxismo, no es sino liberalismo hipertrofiado

Uno que es heredero del cristianismo, pero que al quitarse el corsé de sus dogmas se ha quedado en masa gelatinosa al que ha bautizado como hiperliberalismo: 

«El mundo pagano admiraba el poder y la gloria; los débiles contaban muy poco o nada. El cristianismo dio la vuelta a los valores del paganismo. Un ser humano derrotado en una cruz se convirtió en símbolo del amor de Dios por los desvalidos y en garantía de la salvación de estos. El mundo sería redimido por el sacrificio de Dios. Este mensaje cristiano enardeció tanto a los movimientos milenaristas de la época medieval como a los revolucionarios laicos del siglo XX. Formó también la base del liberalismo clásico y es el que inspira a los hiperliberales de hoy en día.

En los movimientos woke, la condición de víctima confiere autoridad moral, al igual que en el cristianismo (…) Como en su día hiciera la Ilustración cuando proyectó levantar su particular ciudad de Dios sobre la Tierra, el hiperliberalismo vehicula hoy las esperanzas cristianas en un mundo nuevo. La religión y la filosofía paganas no ofrecían tales esperanzas. La sabiduría residía en la aceptación del mundo».

 

¿Qué es lo que tenemos entonces? Una herejía que no parece consciente de serlo y que, abandonada cualquier otra referencia, entroniza al individuo, su libertad, ego y deseo, sin comprender algo fundamental que se ha perdido por el camino:

«Hobbes creía que los seres humanos necesitaban de limitación tanto como de libertad. Ese era el mensaje del cristianismo: la humanidad pecadora debe vivir con arreglo a la guía divina. Esa necesidad de restricción se reconocía ya en la mitología griega, antes de la era cristiana.

El encadenamiento de Prometeo es la respuesta justa a su arrogancia. Esa es también la moraleja del relato de Job, en el que la rebelión contra Dios termina en sometimiento a la autoridad divina».

 

Así que no es cuestión de tirar al niño junto con el agua sucia, no se trata de negar el liberalismo de raíz sino de tantear sus límites (¿no es acaso una doctrina entusiasta de los equilibrios y contrapesos? ¿por qué es comedida y centrista en todo salvo en sí misma, considerándose absoluta?). Pues bien, eso es lo que hace John Gray en esta obra, donde también repasa una serie de pensadores «extrañados», que diría Freire, principalmente rusos, ignorados o perseguidos a lo largo del siglo XIX y XX.

Veamos entonces, para concluir, en qué puede traducirse todo lo anterior en nuestro contexto más inmediato… ¿No es la catastrófica caída de la natalidad fruto, al menos en parte, del cambio cultural liberal? ¿Del moderno temor a los lazos familiares, a las cargas y responsabilidades que trae consigo la paternidad, del miedo del sujeto, en definitiva, a perder la libertad?

 

Todo aquello que entra en el campo semántico de la familia (tradición, linaje, estabilidad, comunidad, arraigo, compromiso, dependencia…) resulta escasamente compatible con los valores contemporáneos ensalzados en la publicidad, la cultura pop y los medios acerca del paradigma ético al que al parecer debemos aspirar como consumidores, trabajadores y, en definitiva, como ciudadanos (individualismo, hedonismo, flexibilidad, promiscuidad, reinvención de uno mismo, desarraigo…)

 

Todo aquello que entra en el campo semántico de la familia (tradición, linaje, estabilidad, comunidad, arraigo, compromiso, dependencia…) resulta escasamente compatible con los valores contemporáneos ensalzados en la publicidad, la cultura pop y los medios acerca del paradigma ético al que al parecer debemos aspirar como consumidores, trabajadores y, en definitiva, como ciudadanos (individualismo, hedonismo, flexibilidad, promiscuidad, reinvención de uno mismo, desarraigo…). 

Tampoco la libertad como principio supremo y exclusivo parece bien avenida con la continuidad de la Nación que requiere un nosotros frente al yo, unidad frente a la autodeterminación disgregadora, fronteras frente a la libre circulación de bienes y personas, y un legado del pasado frente al anhelo emancipador y autofundante.

Por tanto, solo cabe concluir con aquel grito castizo de «¡vivan las cadenas!» y que se cierna sobre nosotros la nueva era de tinieblas augurada por Lovecraft.

 

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LOS LOCALES DE PSEUDOVIDA Y LOS MUCHOS PAPELES

Por Erich Scheurmann

Ilustraciones de Joost Swarte

PSEUDOVIDAS Y DESINFORMACIÓN

 

Ah, mis queridos hermanos del gran mar, si yo, vuestro humilde servidor, os contara exactamente todo lo que he visto en mi visita a Europa, os tendría que hablar durante horas. Mis palabras tendrían que ser como una rápida y fluida corriente, manando desde la mañana hasta la noche, y aún así la verdad no sería completa; porque la vida de los Papalagi es como el océano, cuyo principio y fin tampoco nosotros logramos descubrir. Tiene tantas olas como las grandes aguas, tempestea y se agita, se ríe y sueña. Del mismo modo que no es posible vaciar el mar con el hueco de vuestra mano, es imposible para mí llevar esa gran masa llamada Europa hasta vosotros, en el interior de mi cabeza.

Pero hay una cosa que no quiero dejar de contaros: la vida en Europa sin los locales de pseudovida y los muchos papeles es ya tan inconcebible como un mar que no tenga agua. Si vosotros les quitarais esas dos cosas, el Papalagi sería como un pez lanzado a la playa por una ola, solamente capaz de agitar sus aletas, pero no de nadar y de moverse como suele hacer.

Los locales de pseudovida
Los locales de pseudovida

¡Los locales de la pseudovida! No es fácil describiros un sitio semejante, esa especie de lugar que el hombre blanco llama cine; describirlo de tal modo que os dé una imagen clara. En la comunidad de cada pueblo, por toda Europa, tienen como un misterioso lugar, un lugar que casi hace soñar a los niños y llena sus cabezas de deseos ardientes.

El cine es una gran choza, mayor que la más enorme de las cabañas de un jefe de Upolu; sí, mucho, mucho más grande. Allí está oscuro, incluso durante el día, tan oscuro que nadie puede reconocer a su vecino. Cuando llegas te quedas cegado y cuando lo dejas lo estás aún más. La gente anda de puntillas en el interior, buscando, tanteando el camino a lo largo de la pared, hasta que una doncella viene con una centella de luz en su mano y les conduce a un lugar que está todavía sin ocupar. Hay allí un Papalagi estrechamente próximo a otro, sin verse los unos a los otros, en una habitación oscura del todo y llena de gente silenciosa. Los presentes se sientan en unos tablones estrechos que están frente a una peculiar pared.

De la parte más baja de la pared se levantan un zumbido y un fragor fuerte, como si emergiera de un hondo barranco, y cuando vuestros ojos se han acostumbrado ya a la oscuridad, puedes ver a un Papalagi luchando con una caja. Él golpea con sus manos, con los dedos extendidos sobre las numerosas, pequeñas lenguas blancas y negras, que gritan cuando son golpeadas, cada una con su propia voz, dando como resultado los salvajes y alborotadores ruidos de una riña de pueblo.

 

Tuiavii de Tiavea

 

Una confusión así tiene que narcotizar y engañar a nuestros sentidos, de modo que creamos las cosas que veamos y no dudemos de la realidad de las cosas que están sucediendo. Justo enfrente de nosotros un haz de luz golpea la pared como si la luna llena brillara sobre ella, y en ese resplandor va apareciendo gente; gente real, que se parece y viste como un Papalagi normal. Se mueven y caminan, se ríen y saltan exactamente igual a como lo hacen por toda Europa. Es como la luna reflejándose en la laguna. Podéis ver la luna, pero en realidad no está allí. Así es como sucede con esas imágenes. La gente mueve sus labios y juraríais que están hablando, pero no puedes oír ni una sílaba. No importa cuán atentamente escuches, y esto es horrible. No puedes oír ni una palabra. Es ésa probablemente la razón por la que el Papalagi golpea en la caja como lo hace. Quiere dar la impresión de que no puedes oír a aquella gente a causa del alboroto que hace. Por eso aparecen de vez en cuando letras en la pantalla, letras que enseñan lo que el Papalagi acaba de decir o va a decir.

Pero aún esa gente son pseudogente y no son reales. Si intentarais agarrarlos, averiguaríais que están completamente hechos de luz y es imposible ponerles la mano encima. La única razón para su existencia reside en que muestran al Papalagi su propia alegría y tristeza, su necesidad y debilidad. De este modo el Papalagi puede ver de cerca a los más bellos hombres y mujeres. Pueden ser silenciosos, pero él todavía puede ver sus movimientos y la luz en sus ojos, puede imaginarse que le miran y hablan con él.

Los más poderosos jefes, que nunca podría esperar ver, se encuentran con él como si fueran iguales. Participa en cenas y fiestas, fonos y otras actividades, pareciéndole estar allí en persona, compartiendo la comida y la fiesta. Pero también ve como un Papalagi se lleva a la chica de su aiga.

O ve también cómo una chica es infiel a un joven. Ve como un hombre salvaje agarra a un alii por el cuello, lo ve presionando sus dedos profundamente en la garganta y ve los ojos del alii empezar a salirse hasta que al fin muere, y el salvaje coge el metal redondo y el papel tosco del taparrabos del hombre muerto.

Mientras sus ojos ven muchos placeres y crueldades, el Papalagi tiene que permanecer sentado muy quieto, no se le permite despreciar a la muchacha que es infiel o ir al rescate del alii rico. Pero por eso no se molesta el Papalagi; él sólo se sienta allí a mirar, complacido y gozando como si no tuviera corazón en absoluto. No se pone furioso o indignado. Lo mira como si él fuera de una especie del todo distinta. Porque los Papalagi que están sentados allí mirando están convencidos de que son mejores que aquéllos que ven en el haz de luz y que ellos nunca realizarán actos disparatados como los que allí se muestran. Sus ojos permanecen pegados a la pared, silenciosos y sin respirar, y cuando ven un corazón fuerte o una cara noble, se imaginan que es su imagen espejo. Se sientan como congelados en sus tablones de madera, mirando fijamente a la pared uniforme donde nada está vivo, excepto el engañoso haz de luz, lanzado por un mago a través de una hendidura estrecha en la pared posterior, dando como resultado un punto en el que se puede ver mucha pseudovida.

Es para el Papalagi una gran alegría absorber esas engañosas pseudoimágenes. En la oscuridad puede participar de esa pseudovida sin avergonzarse y sin que otras personas sean capaces de ver sus ojos. El pobre puede jugar a ser rico y el rico puede jugar a ser pobre, los enfermos pueden imaginar que están sanos otra vez y los débiles, con fuerza. En la oscuridad todo el mundo puede conquistar y vivir cosas que nunca serían capaces de lograr en la vida real.

Ser absorbidos por la pseudovida ha llegado a ser una pasión para los Papalagi. Una pasión que ha crecido con tanta fuerza que a menudo se olvidan completamente de lo real. Esa pasión es una enfermedad, porque un hombre sano no querría vivir en cuartos oscurecidos, sino que desearía la vida real, cálida bajo el sol brillante. Como resultado de esa pasión muchos Papalagi están tan confundidos cuando dejan el cuarto oscuro que ya no son capaces de distinguir la vida real del sustitutivo y creen que son ricos, cuando en la vida real no poseen nada. O se imaginan que son hermosos, cuando tienen cuerpos feos, o cometen crímenes que nunca hubieran cometido en la vida real. Pero ahora cometen esos crímenes porque ya no distinguen realidad de fantasía. Todos vosotros conocéis ese estado propio de los blancos que han bebido demasiada kava europea y que imaginan entonces que están caminando sobre olas.

Los muchos papeles
Los muchos papeles

Los «muchos papeles» también llevan al Papalagi a un trance parecido ¿Qué quiero decir con eso de los «muchos papeles»? Tratad de imaginar una estera de «tapa», delgada, blanca y doblada, partida por la mitad y doblada de nuevo, estrechamente cubierta de escritura por todas partes, muy firmemente; así es como se ven los «muchos papeles». El Papalagi los llama periódicos.

En el interior de todos esos papeles, la sabiduría del Papalagi está escondida. Cada mañana y cada noche tiene que hundir su cabeza en ellos para rellenarla, para satisfacerla y asegurarse de que haya mucho en su interior y así pensar correctamente, del mismo modo que un caballo correrá mejor cuando lo alimentes con muchos plátanos y su cuerpo esté bien repleto. Cuando los alii están todavía dormidos en sus esteras, multitud de mensajeros están ya atravesando la tierra para distribuir los «muchos papeles». Es la primera cosa que él coge cuando se ha desprendido del sueño. Sumerge los ojos en las cosas contadas por los «muchos papeles» y lee. Todos los Papalagi hacen eso, todos ellos leen… Leen lo que los grandes jefes y oradores de Europa han dicho durante sus fonos. Todo esto está cuidadosamente anotado en esteras, incluso cuando es una tontería. Los taparrabos que llevan son también descritos, incluso la comida ingerida por los alii; los nombres de sus caballos y si tienen pensamientos débiles o elefantiásicos (1).

Las cosas que allí cuentan sonarían en nuestro país a algo así: «El pule nuu (2) de Matautu se levantó esta mañana después de dormir bien toda la noche. Empezó el día comiendo el taro que había dejado el día anterior; después de eso fue a pescar y volvió a su cabaña por la tarde; allí se tumbó en su estera y recitó y cantó la Biblia hasta la caída de la noche. Su mujer, Sina, primero amamantó a su niño, después tomó un baño y, camino de su casa, se encontró una bonita púa-flor que colocó en su cabello; entonces continuó el camino a casa…» Etc.

Todo lo que sucede y ocurre, las cosas que la gente hace y deja de hacer, se hace público. Sus buenos y malos pensamientos, si matan un pollo o un cerdo, si construyen una canoa. Nada sucede en el país sin que sea inmediatamente repetido por los «muchos papeles». El Papalagi llama a eso «estar bien informado». Quieren saber todo, absolutamente todo, lo que sucede en su país. Del amanecer al ocaso. Se ponen furiosos cuando algo escapa a su atención. Ellos todo lo absorben, aun cuando se mencionen toda clase de cosas nauseabundas y espantosas, cosas que es mejor que sean pronto olvidadas para conservar la mente sana. Precisamente esas escenas horribles, en las cuales la gente se hiere, son reproducidas más exactamente y con mayor detalle que las escenas agradables, como si no fuera mejor y más importante relatar las cosas buenas y no las malas.

En cuanto lees el papel, no tienes que ir a Apolina, Manono o Savaii para saber lo que tus amigos están haciendo, qué están pensando y a qué fiestas han asistido. Él puede permanecer en su estera tranquilamente y los papeles se lo contarán todo. Esto puede parecer muy agradable y fácil, pero no es así en la realidad: cuando luego te encuentras a tu hermano y ambos habéis metido vuestras cabezas en los «muchos papeles», ya no tenéis nada nuevo o interesante que contaros el uno al otro, puesto que vuestras cabezas contienen ahora las mismas cosas. Por eso ambos estaréis silenciosos o repetiréis las cosas que el papel acaba de contaros. Será siempre más grande estar allí en persona, compartiendo las alegrías del banquete y el dolor del fracaso, que tener que saberlo a través de las palabras de un total desconocido. Pero el mayor mal que los papeles hacen en nuestras mentes no reside en sus relatos, sino en sus opiniones; opiniones sobre los jefes, sobre los jefes de otros países, y sobre el hacer de la gente y qué es lo que sucede. Los papeles tratan de modelar cada cabeza a una forma, y esto se opone a mis creencias y a mi mente. Quieren que todo el mundo comparta su cabeza y sus pensamientos y saben cómo llevar eso a cabo. Cuando habéis leído los papeles por la mañana, entonces sabéis exactamente lo que cada Papalagi lleva en su cabeza por la tarde y qué es lo que está pensando.

El papel es también una especie de máquina, fabricando cada día muchos pensamientos, muchos más de los que una cabeza normal puede producir. Pero la mayor parte del tiempo hace pensamientos débiles, carentes de dignidad y fuerza. Llenan nuestras cabezas con arena. Los Papalagi llenan sus cabezas hasta el borde con tan inútil papel comida. Incluso antes de que él haya tirado el viejo, ya está leyendo el siguiente. Su cabeza es como un mangle de pantano, sofocándose en su propio barro, donde nada fresco y verde crece, y sólo se levantan humos sulfurosos y los mosquitos punzantes zumban en círculos sobre la cabeza.

Los locales de pseudovida y los «muchos papeles» han convertido al Papalagi en lo que es ahora: un débil y perdido ser humano, que ama lo irreal porque ya no puede distinguir entre fantasía y realidad, que piensa que el reflejo de la luna es la misma luna y que los papeles prietamente impresos son la vida misma.

 

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Notas 

(1) Enfermedad de los músculos que hincha anormalmente algunas partes del cuerpo.

(2) Juez. 

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Alegoría de la caverna

(«República», de Platón)

Punto Crítico, 22 NOV 2021

La alegoría de la caverna pretende poner de manifiesto el estado en que, con respecto a la educación o falta de ella, se halla nuestra naturaleza, es decir, el estado en que se halla la mayoría de los hombres con relación al conocimiento de la verdad o a la ignorancia.

Así, los prisioneros representan a la mayoría de la humanidad, esclava y prisionera de su ignorancia e inconsciente de ella, aferrada a las costumbres, opiniones, prejuicios y falsas creencias de siempre.

Estos prisioneros, al igual que la mayoría de los hombres, creen que saben y se sienten felices en su ignorancia, pero viven en el error, y toman por real y verdadero lo que no son sino simples sombras de objetos fabricados y ecos de voces.

Este aspecto del mito sirve a Platón para ejemplificar, mediante un lenguaje plagado de metáforas, la distinción entre mundo sensible y mundo inteligible (dualismo ontológico), y la distinción entre opinión y saber (dualismo epistemológico).

La función principal del mito es, no obstante, exponer el proceso que debe seguir la educación del filósofo gobernante, tema central del libro VII.

Este proceso está representado por el recorrido del prisionero liberado desde el interior de la caverna hasta el mundo exterior, y culmina con la visión del sol.

El mito da a entender que la educación es un proceso largo y costoso, plagado de obstáculos y, por tanto, no accesible a cualquiera.

El prisionero liberado debe abandonar poco a poco sus viejas y falsas creencias, los prejuicios ligados a la costumbre; debe romper con su anterior vida, cómoda y confortable, pero basada en el engaño; ha de superar miedos y dificultades para ser capaz de comprender la nueva realidad que tiene ante sus ojos, más verdadera y auténtica que la anterior.

De ahí que el prisionero deba ser “obligado”, “forzado”, “arrastrado”, por una “áspera y escarpada subida”, y acostumbrarse poco a poco a la luz de fuera, hasta alcanzar el conocimiento de lo auténticamente real, lo eterno, inmaterial e inmutable: las Ideas.

Pero no acaba aquí la tarea del filósofo: una vez formado en el conocimiento de la verdad, deberá “descender nuevamente a la caverna” y, aunque al principio se muestre torpe y necesite también un período de adaptación, deberá ocuparse de los asuntos humanos, los propios del mundo sensible (la política, la organización del Estado, los tribunales de justicia, etc.).

Es muy importante relacionar este mito con los conocimientos generales sobre la filosofía de Platón, en especial con la teoría de las Ideas, la distinción entre conocimiento y opinión, etc., y poner especial atención en interpretar correctamente las abundantes metáforas del mito (“la visión”, “las cadenas”, “las cosas del interior”, “las cosas de arriba”, “el sol”, etc.) traduciéndolas a los respectivos conceptos de la filosofía platónica.

 

(514a) – Después de eso –proseguí– compara nuestra naturaleza respecto de su educación y de su falta de educación con una experiencia como ésta. Represéntate hombres en una morada subterránea en forma de caverna, que tiene la entrada abierta, en toda su extensión, a la luz. En ella están desde niños con las piernas y el cuello encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar sólo delante de ellos, porque las cadenas les impiden girar en derredor la cabeza. Más arriba y más lejos se halla la luz de un fuego que brilla detrás de ellos; y entre el fuego y los prisioneros hay un camino más alto, junto al cual imagínate un tabique construido de lado a lado, como el biombo que los titiriteros levantan delante del público para mostrar, por encima del biombo, los muñecos.

– Me lo imagino.

– Imagínate ahora que, del otro lado del tabique, pasan hombres que llevan toda clase de utensilios y figurillas de hombres y otros animales, hechos en piedra y madera y de diversas clases; y entre los que pasan unos hablan y otros callan.

– Extraña comparación haces, y extraños son esos prisioneros.

– Pero son como nosotros. Pues en primer lugar, ¿crees que han visto de sí mismos, o unos de los otros, otra cosa que las sombras proyectadas por el fuego en la parte de la caverna que tienen frente a sí?

– Claro que no, si toda su vida están forzados a no mover las cabezas.

– ¿Y no sucede lo mismo con los objetos que llevan los que pasan del otro lado del tabique?

– Indudablemente.

– Pues entonces, si dialogaran entre sí, ¿no te parece que entenderían estar nombrando a los objetos que pasan y que ellos ven?

– Necesariamente.

– Y si la prisión contara con un eco desde la pared que tienen frente a sí, y alguno de los que pasan del otro lado del tabique hablara, ¿no piensas que creerían que lo que oyen proviene de la sombra que pasa delante de ellos?

– ¡Por Zeus que sí!

– ¿Y que los prisioneros no tendrían por real otra cosa que las sombras de los objetos artificiales transportados?

– Es de toda necesidad.

– Examina ahora el caso de una liberación de sus cadenas y de una curación de su ignorancia, qué pasaría si naturalmente les ocurriese esto: que uno de ellos fuera liberado y forzado a levantarse de repente, volver el cuello y marchar mirando a la luz, y al hacer todo esto, sufriera y a causa del encandilamiento fuera incapaz de percibir aquellas cosas cuyas sombras había visto antes. ¿Qué piensas que respondería si se le dijese que lo que había visto antes eran fruslerías y que ahora, en cambio está más próximo a lo real, vuelto hacia cosas más reales y que mira correctamente? Y si se le mostrara cada uno de los objetos que pasan del otro lado del tabique y se le obligara a contestar preguntas sobre lo que son, ¿no piensas que se sentirá en dificultades y que considerará que las cosas que antes veía eran más verdaderas que las que se le muestran ahora?

– Mucho más verdaderas.

– Y si se le forzara a mirar hacia la luz misma, ¿no le dolerían los ojos y trataría de eludirla, volviéndose hacia aquellas cosas que podía percibir, por considerar que éstas son realmente más claras que las que se le muestran?

– Así es.

– Y si a la fuerza se lo arrastrara por una escarpada y empinada cuesta, sin soltarlo antes de llegar hasta la luz del sol, ¿no sufriría acaso y se irritaría por ser arrastrado y, tras llegar a la luz, tendría los ojos llenos de fulgores que le impedirían ver uno solo de los objetos que ahora decimos que son los verdaderos?

– Por cierto, al menos inmediatamente.

– Necesitaría acostumbrarse, para poder llegar a mirar las cosas de arriba. En primer lugar miraría con mayor facilidad las sombras, y después las figuras de los hombres y de los otros objetos reflejados en el agua, luego los hombres y los objetos mismos. A continuación contemplaría de noche lo que hay en el cielo y el cielo mismo, mirando la luz de los astros y la luna más fácilmente que, durante el día, el sol y la luz del sol.

– Sin duda.

– Finalmente, pienso, podría percibir el sol, no ya en imágenes en el agua o en otros lugares que le son extraños, sino contemplarlo como es en sí y por sí, en su propio ámbito.

– Necesariamente.

– Después de lo cual concluiría, con respecto al sol, que es lo que produce las estaciones y los años y que gobierna todo en el ámbito visible y que de algún modo es causa de las cosas que ellos habían visto.

– Es evidente que, después de todo esto, arribaría a tales conclusiones.

– Y si se acordara de su primera morada, del tipo de sabiduría existente allí y de sus entonces compañeros de cautiverio, ¿no piensas que se sentiría feliz del cambio y que los compadecería?

– Por cierto.

– Respecto de los honores y elogios que se tributaban unos a otros, y de las recompensas para aquel que con mayor agudeza divisara las sombras de los objetos que pasaban detrás del tabique, y para el que mejor se acordase de cuáles habían desfilado habitualmente antes y cuáles después, y para aquel de ellos que fuese capaz de adivinar lo que iba a pasar, ¿te parece que estaría deseoso de todo eso y envidiaría a los más honrados y poderosos entre aquéllos? ¿O más bien no le pasaría como al Aquiles de Homero, y «preferiría ser un labrador que fuera siervo de un hombre pobre» o soportar cualquier otra cosa, antes que volver a su anterior modo de opinar y a aquella vida?

– Así creo también yo, que padecería cualquier cosa antes que soportar aquella vida.

– Piensa ahora esto: si descendiera nuevamente y ocupara su propio asiento, ¿no tendría ofuscados los ojos por las tinieblas, al llegar repentinamente del sol?

– Sin duda.

– Y si tuviera que discriminar de nuevo aquellas sombras, en ardua competencia con aquellos que han conservado en todo momento las cadenas, y viera confusamente hasta que sus ojos se reacomodaran a ese estado y se acostumbraran en un tiempo nada breve, ¿no se expondría al ridículo y a que se dijera de él que, por haber subido hasta lo alto, se había estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena intentar marchar hacia arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no lo matarían, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?

– Seguramente.

– Pues bien, querido Glaucón, debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo que anteriormente ha sido dicho, comparando la región que se manifiesta por medio de la vista con la morada–prisión, y la luz del fuego que hay en ella con el poder del sol; compara, por otro lado, el ascenso y contemplación de las cosas de arriba con el camino del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás en cuanto a lo que estoy esperando, y que es lo que deseas oír. Dios sabe si esto es realmente cierto; en todo caso, lo que a mí me parece es que lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y con dificultad, es la Idea del Bien. Una vez percibida, ha de concluirse que es la causa de todas las cosas rectas y bellas, que en el ámbito visible ha engendrado la luz y al señor de ésta, y que en el ámbito inteligible es señora y productora de la verdad y de la inteligencia, y que es necesario tenerla en vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo privado como en lo público.

– Comparto tu pensamiento, en la medida que me es posible.

 

FIN DEL FRAGMENTO

PLATÓN, República, Libro VII, Ed. Gredos, Madrid 1992 (Traducción de C. Eggers Lan).

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«DEFICIENCIAS GENERALIZADAS Y BENEFICIOS ILIMITADOS». El Neoliberalismo de rapiña español escandaliza en la U. E. (Tribunal de Cuentas Europeo: Informe Especial – asociaciones público-privadas)