PSEUDOVIDAS Y DESINFORMACIÓN
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Ideas, 15 de diciembre de 2024
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LOS LOCALES DE PSEUDOVIDA Y LOS MUCHOS PAPELES
Por Erich Scheurmann
Ilustraciones de Joost Swarte
Ah, mis queridos hermanos del gran mar, si yo, vuestro humilde servidor, os contara exactamente todo lo que he visto en mi visita a Europa, os tendría que hablar durante horas. Mis palabras tendrían que ser como una rápida y fluida corriente, manando desde la mañana hasta la noche, y aún así la verdad no sería completa; porque la vida de los Papalagi es como el océano, cuyo principio y fin tampoco nosotros logramos descubrir. Tiene tantas olas como las grandes aguas, tempestea y se agita, se ríe y sueña. Del mismo modo que no es posible vaciar el mar con el hueco de vuestra mano, es imposible para mí llevar esa gran masa llamada Europa hasta vosotros, en el interior de mi cabeza.
Pero hay una cosa que no quiero dejar de contaros: la vida en Europa sin los locales de pseudovida y los muchos papeles es ya tan inconcebible como un mar que no tenga agua. Si vosotros les quitarais esas dos cosas, el Papalagi sería como un pez lanzado a la playa por una ola, solamente capaz de agitar sus aletas, pero no de nadar y de moverse como suele hacer.

¡Los locales de la pseudovida! No es fácil describiros un sitio semejante, esa especie de lugar que el hombre blanco llama cine; describirlo de tal modo que os dé una imagen clara. En la comunidad de cada pueblo, por toda Europa, tienen como un misterioso lugar, un lugar que casi hace soñar a los niños y llena sus cabezas de deseos ardientes.
El cine es una gran choza, mayor que la más enorme de las cabañas de un jefe de Upolu; sí, mucho, mucho más grande. Allí está oscuro, incluso durante el día, tan oscuro que nadie puede reconocer a su vecino. Cuando llegas te quedas cegado y cuando lo dejas lo estás aún más. La gente anda de puntillas en el interior, buscando, tanteando el camino a lo largo de la pared, hasta que una doncella viene con una centella de luz en su mano y les conduce a un lugar que está todavía sin ocupar. Hay allí un Papalagi estrechamente próximo a otro, sin verse los unos a los otros, en una habitación oscura del todo y llena de gente silenciosa. Los presentes se sientan en unos tablones estrechos que están frente a una peculiar pared.
De la parte más baja de la pared se levantan un zumbido y un fragor fuerte, como si emergiera de un hondo barranco, y cuando vuestros ojos se han acostumbrado ya a la oscuridad, puedes ver a un Papalagi luchando con una caja. Él golpea con sus manos, con los dedos extendidos sobre las numerosas, pequeñas lenguas blancas y negras, que gritan cuando son golpeadas, cada una con su propia voz, dando como resultado los salvajes y alborotadores ruidos de una riña de pueblo.

Una confusión así tiene que narcotizar y engañar a nuestros sentidos, de modo que creamos las cosas que veamos y no dudemos de la realidad de las cosas que están sucediendo. Justo enfrente de nosotros un haz de luz golpea la pared como si la luna llena brillara sobre ella, y en ese resplandor va apareciendo gente; gente real, que se parece y viste como un Papalagi normal. Se mueven y caminan, se ríen y saltan exactamente igual a como lo hacen por toda Europa. Es como la luna reflejándose en la laguna. Podéis ver la luna, pero en realidad no está allí. Así es como sucede con esas imágenes. La gente mueve sus labios y juraríais que están hablando, pero no puedes oír ni una sílaba. No importa cuán atentamente escuches, y esto es horrible. No puedes oír ni una palabra. Es ésa probablemente la razón por la que el Papalagi golpea en la caja como lo hace. Quiere dar la impresión de que no puedes oír a aquella gente a causa del alboroto que hace. Por eso aparecen de vez en cuando letras en la pantalla, letras que enseñan lo que el Papalagi acaba de decir o va a decir.
Pero aún esa gente son pseudogente y no son reales. Si intentarais agarrarlos, averiguaríais que están completamente hechos de luz y es imposible ponerles la mano encima. La única razón para su existencia reside en que muestran al Papalagi su propia alegría y tristeza, su necesidad y debilidad. De este modo el Papalagi puede ver de cerca a los más bellos hombres y mujeres. Pueden ser silenciosos, pero él todavía puede ver sus movimientos y la luz en sus ojos, puede imaginarse que le miran y hablan con él.
Los más poderosos jefes, que nunca podría esperar ver, se encuentran con él como si fueran iguales. Participa en cenas y fiestas, fonos y otras actividades, pareciéndole estar allí en persona, compartiendo la comida y la fiesta. Pero también ve como un Papalagi se lleva a la chica de su aiga.
O ve también cómo una chica es infiel a un joven. Ve como un hombre salvaje agarra a un alii por el cuello, lo ve presionando sus dedos profundamente en la garganta y ve los ojos del alii empezar a salirse hasta que al fin muere, y el salvaje coge el metal redondo y el papel tosco del taparrabos del hombre muerto.
Mientras sus ojos ven muchos placeres y crueldades, el Papalagi tiene que permanecer sentado muy quieto, no se le permite despreciar a la muchacha que es infiel o ir al rescate del alii rico. Pero por eso no se molesta el Papalagi; él sólo se sienta allí a mirar, complacido y gozando como si no tuviera corazón en absoluto. No se pone furioso o indignado. Lo mira como si él fuera de una especie del todo distinta. Porque los Papalagi que están sentados allí mirando están convencidos de que son mejores que aquéllos que ven en el haz de luz y que ellos nunca realizarán actos disparatados como los que allí se muestran. Sus ojos permanecen pegados a la pared, silenciosos y sin respirar, y cuando ven un corazón fuerte o una cara noble, se imaginan que es su imagen espejo. Se sientan como congelados en sus tablones de madera, mirando fijamente a la pared uniforme donde nada está vivo, excepto el engañoso haz de luz, lanzado por un mago a través de una hendidura estrecha en la pared posterior, dando como resultado un punto en el que se puede ver mucha pseudovida.
Es para el Papalagi una gran alegría absorber esas engañosas pseudoimágenes. En la oscuridad puede participar de esa pseudovida sin avergonzarse y sin que otras personas sean capaces de ver sus ojos. El pobre puede jugar a ser rico y el rico puede jugar a ser pobre, los enfermos pueden imaginar que están sanos otra vez y los débiles, con fuerza. En la oscuridad todo el mundo puede conquistar y vivir cosas que nunca serían capaces de lograr en la vida real.
Ser absorbidos por la pseudovida ha llegado a ser una pasión para los Papalagi. Una pasión que ha crecido con tanta fuerza que a menudo se olvidan completamente de lo real. Esa pasión es una enfermedad, porque un hombre sano no querría vivir en cuartos oscurecidos, sino que desearía la vida real, cálida bajo el sol brillante. Como resultado de esa pasión muchos Papalagi están tan confundidos cuando dejan el cuarto oscuro que ya no son capaces de distinguir la vida real del sustitutivo y creen que son ricos, cuando en la vida real no poseen nada. O se imaginan que son hermosos, cuando tienen cuerpos feos, o cometen crímenes que nunca hubieran cometido en la vida real. Pero ahora cometen esos crímenes porque ya no distinguen realidad de fantasía. Todos vosotros conocéis ese estado propio de los blancos que han bebido demasiada kava europea y que imaginan entonces que están caminando sobre olas.

Los «muchos papeles» también llevan al Papalagi a un trance parecido ¿Qué quiero decir con eso de los «muchos papeles»? Tratad de imaginar una estera de «tapa», delgada, blanca y doblada, partida por la mitad y doblada de nuevo, estrechamente cubierta de escritura por todas partes, muy firmemente; así es como se ven los «muchos papeles». El Papalagi los llama periódicos.
En el interior de todos esos papeles, la sabiduría del Papalagi está escondida. Cada mañana y cada noche tiene que hundir su cabeza en ellos para rellenarla, para satisfacerla y asegurarse de que haya mucho en su interior y así pensar correctamente, del mismo modo que un caballo correrá mejor cuando lo alimentes con muchos plátanos y su cuerpo esté bien repleto. Cuando los alii están todavía dormidos en sus esteras, multitud de mensajeros están ya atravesando la tierra para distribuir los «muchos papeles». Es la primera cosa que él coge cuando se ha desprendido del sueño. Sumerge los ojos en las cosas contadas por los «muchos papeles» y lee. Todos los Papalagi hacen eso, todos ellos leen… Leen lo que los grandes jefes y oradores de Europa han dicho durante sus fonos. Todo esto está cuidadosamente anotado en esteras, incluso cuando es una tontería. Los taparrabos que llevan son también descritos, incluso la comida ingerida por los alii; los nombres de sus caballos y si tienen pensamientos débiles o elefantiásicos (1).
Las cosas que allí cuentan sonarían en nuestro país a algo así: «El pule nuu (2) de Matautu se levantó esta mañana después de dormir bien toda la noche. Empezó el día comiendo el taro que había dejado el día anterior; después de eso fue a pescar y volvió a su cabaña por la tarde; allí se tumbó en su estera y recitó y cantó la Biblia hasta la caída de la noche. Su mujer, Sina, primero amamantó a su niño, después tomó un baño y, camino de su casa, se encontró una bonita púa-flor que colocó en su cabello; entonces continuó el camino a casa…» Etc.
Todo lo que sucede y ocurre, las cosas que la gente hace y deja de hacer, se hace público. Sus buenos y malos pensamientos, si matan un pollo o un cerdo, si construyen una canoa. Nada sucede en el país sin que sea inmediatamente repetido por los «muchos papeles». El Papalagi llama a eso «estar bien informado». Quieren saber todo, absolutamente todo, lo que sucede en su país. Del amanecer al ocaso. Se ponen furiosos cuando algo escapa a su atención. Ellos todo lo absorben, aun cuando se mencionen toda clase de cosas nauseabundas y espantosas, cosas que es mejor que sean pronto olvidadas para conservar la mente sana. Precisamente esas escenas horribles, en las cuales la gente se hiere, son reproducidas más exactamente y con mayor detalle que las escenas agradables, como si no fuera mejor y más importante relatar las cosas buenas y no las malas.
En cuanto lees el papel, no tienes que ir a Apolina, Manono o Savaii para saber lo que tus amigos están haciendo, qué están pensando y a qué fiestas han asistido. Él puede permanecer en su estera tranquilamente y los papeles se lo contarán todo. Esto puede parecer muy agradable y fácil, pero no es así en la realidad: cuando luego te encuentras a tu hermano y ambos habéis metido vuestras cabezas en los «muchos papeles», ya no tenéis nada nuevo o interesante que contaros el uno al otro, puesto que vuestras cabezas contienen ahora las mismas cosas. Por eso ambos estaréis silenciosos o repetiréis las cosas que el papel acaba de contaros. Será siempre más grande estar allí en persona, compartiendo las alegrías del banquete y el dolor del fracaso, que tener que saberlo a través de las palabras de un total desconocido. Pero el mayor mal que los papeles hacen en nuestras mentes no reside en sus relatos, sino en sus opiniones; opiniones sobre los jefes, sobre los jefes de otros países, y sobre el hacer de la gente y qué es lo que sucede. Los papeles tratan de modelar cada cabeza a una forma, y esto se opone a mis creencias y a mi mente. Quieren que todo el mundo comparta su cabeza y sus pensamientos y saben cómo llevar eso a cabo. Cuando habéis leído los papeles por la mañana, entonces sabéis exactamente lo que cada Papalagi lleva en su cabeza por la tarde y qué es lo que está pensando.
El papel es también una especie de máquina, fabricando cada día muchos pensamientos, muchos más de los que una cabeza normal puede producir. Pero la mayor parte del tiempo hace pensamientos débiles, carentes de dignidad y fuerza. Llenan nuestras cabezas con arena. Los Papalagi llenan sus cabezas hasta el borde con tan inútil papel comida. Incluso antes de que él haya tirado el viejo, ya está leyendo el siguiente. Su cabeza es como un mangle de pantano, sofocándose en su propio barro, donde nada fresco y verde crece, y sólo se levantan humos sulfurosos y los mosquitos punzantes zumban en círculos sobre la cabeza.
Los locales de pseudovida y los «muchos papeles» han convertido al Papalagi en lo que es ahora: un débil y perdido ser humano, que ama lo irreal porque ya no puede distinguir entre fantasía y realidad, que piensa que el reflejo de la luna es la misma luna y que los papeles prietamente impresos son la vida misma.
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Notas
(1) Enfermedad de los músculos que hincha anormalmente algunas partes del cuerpo.
(2) Juez.
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Alegoría de la caverna
(«República», de Platón)
La alegoría de la caverna pretende poner de manifiesto el estado en que, con respecto a la educación o falta de ella, se halla nuestra naturaleza, es decir, el estado en que se halla la mayoría de los hombres con relación al conocimiento de la verdad o a la ignorancia.
Así, los prisioneros representan a la mayoría de la humanidad, esclava y prisionera de su ignorancia e inconsciente de ella, aferrada a las costumbres, opiniones, prejuicios y falsas creencias de siempre.
Estos prisioneros, al igual que la mayoría de los hombres, creen que saben y se sienten felices en su ignorancia, pero viven en el error, y toman por real y verdadero lo que no son sino simples sombras de objetos fabricados y ecos de voces.
Este aspecto del mito sirve a Platón para ejemplificar, mediante un lenguaje plagado de metáforas, la distinción entre mundo sensible y mundo inteligible (dualismo ontológico), y la distinción entre opinión y saber (dualismo epistemológico).
La función principal del mito es, no obstante, exponer el proceso que debe seguir la educación del filósofo gobernante, tema central del libro VII.
Este proceso está representado por el recorrido del prisionero liberado desde el interior de la caverna hasta el mundo exterior, y culmina con la visión del sol.
El mito da a entender que la educación es un proceso largo y costoso, plagado de obstáculos y, por tanto, no accesible a cualquiera.
El prisionero liberado debe abandonar poco a poco sus viejas y falsas creencias, los prejuicios ligados a la costumbre; debe romper con su anterior vida, cómoda y confortable, pero basada en el engaño; ha de superar miedos y dificultades para ser capaz de comprender la nueva realidad que tiene ante sus ojos, más verdadera y auténtica que la anterior.
De ahí que el prisionero deba ser “obligado”, “forzado”, “arrastrado”, por una “áspera y escarpada subida”, y acostumbrarse poco a poco a la luz de fuera, hasta alcanzar el conocimiento de lo auténticamente real, lo eterno, inmaterial e inmutable: las Ideas.
Pero no acaba aquí la tarea del filósofo: una vez formado en el conocimiento de la verdad, deberá “descender nuevamente a la caverna” y, aunque al principio se muestre torpe y necesite también un período de adaptación, deberá ocuparse de los asuntos humanos, los propios del mundo sensible (la política, la organización del Estado, los tribunales de justicia, etc.).
Es muy importante relacionar este mito con los conocimientos generales sobre la filosofía de Platón, en especial con la teoría de las Ideas, la distinción entre conocimiento y opinión, etc., y poner especial atención en interpretar correctamente las abundantes metáforas del mito (“la visión”, “las cadenas”, “las cosas del interior”, “las cosas de arriba”, “el sol”, etc.) traduciéndolas a los respectivos conceptos de la filosofía platónica.

(514a) – Después de eso –proseguí– compara nuestra naturaleza respecto de su educación y de su falta de educación con una experiencia como ésta. Represéntate hombres en una morada subterránea en forma de caverna, que tiene la entrada abierta, en toda su extensión, a la luz. En ella están desde niños con las piernas y el cuello encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar sólo delante de ellos, porque las cadenas les impiden girar en derredor la cabeza. Más arriba y más lejos se halla la luz de un fuego que brilla detrás de ellos; y entre el fuego y los prisioneros hay un camino más alto, junto al cual imagínate un tabique construido de lado a lado, como el biombo que los titiriteros levantan delante del público para mostrar, por encima del biombo, los muñecos.
– Me lo imagino.
– Imagínate ahora que, del otro lado del tabique, pasan hombres que llevan toda clase de utensilios y figurillas de hombres y otros animales, hechos en piedra y madera y de diversas clases; y entre los que pasan unos hablan y otros callan.
– Extraña comparación haces, y extraños son esos prisioneros.
– Pero son como nosotros. Pues en primer lugar, ¿crees que han visto de sí mismos, o unos de los otros, otra cosa que las sombras proyectadas por el fuego en la parte de la caverna que tienen frente a sí?
– Claro que no, si toda su vida están forzados a no mover las cabezas.
– ¿Y no sucede lo mismo con los objetos que llevan los que pasan del otro lado del tabique?
– Indudablemente.
– Pues entonces, si dialogaran entre sí, ¿no te parece que entenderían estar nombrando a los objetos que pasan y que ellos ven?
– Necesariamente.
– Y si la prisión contara con un eco desde la pared que tienen frente a sí, y alguno de los que pasan del otro lado del tabique hablara, ¿no piensas que creerían que lo que oyen proviene de la sombra que pasa delante de ellos?
– ¡Por Zeus que sí!
– ¿Y que los prisioneros no tendrían por real otra cosa que las sombras de los objetos artificiales transportados?
– Es de toda necesidad.
– Examina ahora el caso de una liberación de sus cadenas y de una curación de su ignorancia, qué pasaría si naturalmente les ocurriese esto: que uno de ellos fuera liberado y forzado a levantarse de repente, volver el cuello y marchar mirando a la luz, y al hacer todo esto, sufriera y a causa del encandilamiento fuera incapaz de percibir aquellas cosas cuyas sombras había visto antes. ¿Qué piensas que respondería si se le dijese que lo que había visto antes eran fruslerías y que ahora, en cambio está más próximo a lo real, vuelto hacia cosas más reales y que mira correctamente? Y si se le mostrara cada uno de los objetos que pasan del otro lado del tabique y se le obligara a contestar preguntas sobre lo que son, ¿no piensas que se sentirá en dificultades y que considerará que las cosas que antes veía eran más verdaderas que las que se le muestran ahora?
– Mucho más verdaderas.
– Y si se le forzara a mirar hacia la luz misma, ¿no le dolerían los ojos y trataría de eludirla, volviéndose hacia aquellas cosas que podía percibir, por considerar que éstas son realmente más claras que las que se le muestran?
– Así es.
– Y si a la fuerza se lo arrastrara por una escarpada y empinada cuesta, sin soltarlo antes de llegar hasta la luz del sol, ¿no sufriría acaso y se irritaría por ser arrastrado y, tras llegar a la luz, tendría los ojos llenos de fulgores que le impedirían ver uno solo de los objetos que ahora decimos que son los verdaderos?
– Por cierto, al menos inmediatamente.
– Necesitaría acostumbrarse, para poder llegar a mirar las cosas de arriba. En primer lugar miraría con mayor facilidad las sombras, y después las figuras de los hombres y de los otros objetos reflejados en el agua, luego los hombres y los objetos mismos. A continuación contemplaría de noche lo que hay en el cielo y el cielo mismo, mirando la luz de los astros y la luna más fácilmente que, durante el día, el sol y la luz del sol.
– Sin duda.
– Finalmente, pienso, podría percibir el sol, no ya en imágenes en el agua o en otros lugares que le son extraños, sino contemplarlo como es en sí y por sí, en su propio ámbito.
– Necesariamente.
– Después de lo cual concluiría, con respecto al sol, que es lo que produce las estaciones y los años y que gobierna todo en el ámbito visible y que de algún modo es causa de las cosas que ellos habían visto.
– Es evidente que, después de todo esto, arribaría a tales conclusiones.
– Y si se acordara de su primera morada, del tipo de sabiduría existente allí y de sus entonces compañeros de cautiverio, ¿no piensas que se sentiría feliz del cambio y que los compadecería?
– Por cierto.
– Respecto de los honores y elogios que se tributaban unos a otros, y de las recompensas para aquel que con mayor agudeza divisara las sombras de los objetos que pasaban detrás del tabique, y para el que mejor se acordase de cuáles habían desfilado habitualmente antes y cuáles después, y para aquel de ellos que fuese capaz de adivinar lo que iba a pasar, ¿te parece que estaría deseoso de todo eso y envidiaría a los más honrados y poderosos entre aquéllos? ¿O más bien no le pasaría como al Aquiles de Homero, y «preferiría ser un labrador que fuera siervo de un hombre pobre» o soportar cualquier otra cosa, antes que volver a su anterior modo de opinar y a aquella vida?
– Así creo también yo, que padecería cualquier cosa antes que soportar aquella vida.
– Piensa ahora esto: si descendiera nuevamente y ocupara su propio asiento, ¿no tendría ofuscados los ojos por las tinieblas, al llegar repentinamente del sol?
– Sin duda.
– Y si tuviera que discriminar de nuevo aquellas sombras, en ardua competencia con aquellos que han conservado en todo momento las cadenas, y viera confusamente hasta que sus ojos se reacomodaran a ese estado y se acostumbraran en un tiempo nada breve, ¿no se expondría al ridículo y a que se dijera de él que, por haber subido hasta lo alto, se había estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena intentar marchar hacia arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no lo matarían, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?
– Seguramente.
– Pues bien, querido Glaucón, debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo que anteriormente ha sido dicho, comparando la región que se manifiesta por medio de la vista con la morada–prisión, y la luz del fuego que hay en ella con el poder del sol; compara, por otro lado, el ascenso y contemplación de las cosas de arriba con el camino del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás en cuanto a lo que estoy esperando, y que es lo que deseas oír. Dios sabe si esto es realmente cierto; en todo caso, lo que a mí me parece es que lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y con dificultad, es la Idea del Bien. Una vez percibida, ha de concluirse que es la causa de todas las cosas rectas y bellas, que en el ámbito visible ha engendrado la luz y al señor de ésta, y que en el ámbito inteligible es señora y productora de la verdad y de la inteligencia, y que es necesario tenerla en vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo privado como en lo público.
– Comparto tu pensamiento, en la medida que me es posible.
FIN DEL FRAGMENTO
PLATÓN, República, Libro VII, Ed. Gredos, Madrid 1992 (Traducción de C. Eggers Lan).
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